viernes, 29 de abril de 2016

El enjambre antipolítico (publicado el 28/4/16 en Veintitrés)

En este artículo quisiera abocarme a la relación entre política y redes sociales. Más precisamente, y frente a los que presentan a estas redes como la panacea democrática en la que se puede cumplir la utopía de un ágora mundial: ¿es posible la política en las redes sociales? O en todo caso: ¿qué opción política es capaz de constituirse a partir del tipo de sujeto y las identidades que se instituyen a través de las redes?
La lista de pensadores que han encarado preguntas más o menos similares es extensa pero para no amedrentar mencionaremos solo algunos. Sin embargo, antes cabe preguntarse, casi como “abogado del diablo”: ¿acaso las redes no favorecen las expresiones colectivas a través de la posibilidades de la comunicación directa y su capacidad asociativa? ¿No podríamos, gracias a éstas, avanzar hacia una suerte de democracia directa en la que cualquiera, a través de su computadora, pueda participar y elegir candidatos o apoyar determinadas iniciativas legislativas? Frente a estas optimistas preguntas retóricas aparecen visiones más pesimistas como las del sociólogo polaco Zigmunt Bauman. Para el autor de Modernidad líquida, internet funciona con la lógica del enjambre. ¿Qué significa esto? Que en el mundo digital y en las redes sociales, no se forman “grupos” sino que el modo de asociación entre las personas/perfiles es distinto. En otras palabras, más allá de que los términos “grupo” o “comunidad” tienen un sentido específico dentro de la web, fuera de la misma suponen cosas completamente distintas: la subsunción del individuo a la totalidad; una identidad estable y mínimamente perdurable en el tiempo; y, cuando se trata de grupos o comunidades con fines políticos, una estructura más bien verticalista con liderazgos o conducción. Justamente por esto es que, para Bauman, la lógica del enjambre es diametralmente opuesta: “se juntan, se dispersan y se vuelven a reunir en ocasiones sucesivas, guiados cada vez por temas relevantes diferentes y siempre cambiantes, y atraídos por objetivos o blancos variados y en movimiento” (Bauman, Z., Mundo consumo, Argentina, Paidós, 2010, p. 29).
Efectivamente, como usuarios de redes formamos parte de “grupos” de los más heterogéneos y es posible que un mismo perfil ponga “Me gusta” a “Todos con Cristina Kirchner”; “Amo a Eric Clapton”; “Clases de salsa”; “River campeón del siglo” y “No a la matanza de perros en Colegiales”. Pero donde más se ve la lógica del enjambre es en la agenda del minuto a minuto. Allí, un tema se viraliza y todos los usuarios entienden que tienen algo para decir y, si es posible, para juzgar, máxime si se trata de alguna figura pública. El tema en cuestión o el circunstancial personaje a repudiar permanece como lo más nombrado por unas horas ya que todo el enjambre confluyó detrás de ese episodio pero al día siguiente la veleidad de las redes hace que el foco se ponga en otro tema y en otro circunstancial personaje público a repudiar.         
“Un enjambre no tiene una parte superior ni un centro; lo único que sitúa a algunas de las unidades autopropulsadas de ese enjambre en la posición de “líderes” a seguir durante la duración de un vuelo determinado o de una parte de éste (aunque difícilmente por más tiempo) es la dirección actual del vuelo. Los enjambres no son equipos; no conocen la división del trabajo. Solamente son (a diferencia de los grupos propiamente dichos) la suma de sus partes o, más bien, conglomerados de unidades autopropulsadas (…)  La mejor manera de visualizar un enjambre es imaginándolo como aquellas imágenes de Warhol, copiadas hasta el infinito, sin un original (o con uno del que se deshizo en su momento y que era ya imposible de localizar y recuperar)” (Bauman, Z., Mundo consumo, Argentina, Paidós, 2010, p. 30).
En el enjambre no hay solidaridad, ni vínculos perdurables. Menos aún sentido de pertenencia a una unidad trascendente. Es un viaje casual en el que circunstancialmente tenemos a un compañero de tránsito que no nos acompañará en el enjambre de mañana. Lo único que importa para el enjambre es el número, pues, como dice Bauman, se parte de la idea de que no puede ser que muchos seres humanos/perfiles sean engañados y empujados a participar de una lógica de la que no vale la pena participar. “Estar afuera” es castigado con el desprecio que tiene la red hacia todo aquel o aquello que no esté “actualizado” y participar de cuanto enjambre haya es premiado con seguidores y “Me gusta”.  
 Pero quien también dedica algunas reflexiones a la lógica del enjambre es el filósofo coreano Byung-Chul Han. En particular, este pensador resalta el modo en que se disuelve la frontera de lo público y lo privado, el rol que juega el anonimato al momento de construcción de lo público, el fomento de las respuestas meramente afectivas, el aislamiento y las consecuencias políticas de ello.
Según Han, la comunicación digital elimina toda interioridad en pos de la velocidad con que deben circular los signos. En ese sentido, el hecho de que todo sea imagen “hacia afuera”, hace desaparecer la esfera íntima que tanto se había forjado especialmente a partir del ascenso de la burguesía. Si el mundo burgués inventó los cuartos propios en los que los varones podían avanzar en tareas introspectivas que muchas veces vertían en diarios íntimos, lo que tenemos en la actualidad son jóvenes (de ambos sexos) que se sacan fotos en su cuarto y no tienen necesidad de intimidad sino, justamente, de publicidad, incluso de sus actos más íntimos. Las “necesidades vitales” que en un determinado contexto cultural derivaban en diarios íntimos algunos siglos atrás, sucumben hoy frente a la necesidad, igualmente “vital”, de publicar fotos, videos y contar historias de vida.
Por otra parte, el anonimato o los seudónimos, elementos inherentes a la comunicación digital y a las redes, invalidan cualquier compromiso y, según el autor, atacan el sentido del respeto, clave para cualquier tipo de construcción comunitaria. Esto se ve en lo que aparecía algunos párrafos atrás cuando se hablaba del modo en que el enjambre, de repente, ataca alguna figura pública u opina sobre algún episodio en particular. El nombre “técnico” de esto no podría ser más descriptivo: shitstorm, esto es, “tormenta de mierda”. Introdúzcase en los comentarios de prácticamente cualquier noticia que publique algún portal de noticias o en alguna denuncia de un particular contra una persona pública en cualquier red social y verá la tormenta pero más verá la mierda.  
Lo curioso es que los propios medios son los que fomentan este tipo de exabruptos cloacales cuando desde sus propias páginas promueven que el usuario evalúe las noticias de manera estrictamente afectiva y para observar las consecuencias que esto tiene para la política nada mejor que las palabras del propio Han: “La comunicación digital hace que se erosione fuertemente la comunidad, el nosotros. Destruye el espacio público y agudiza el aislamiento del hombre. Lo que domina la comunicación digital no es el amor al prójimo sino el narcisismo” (…) ¿Qué política, qué democracia sería pensable hoy ante la desaparición de lo público, ante el crecimiento del egoísmo y del narcisismo del hombre? ¿Sería necesaria una smart policy (política inteligente) que condenara a la superfluidad las elecciones y las luchas electorales, el parlamento, las ideologías y las reuniones de los miembros, una democracia digital en la que el botón de me gusta suplantara la papeleta electoral? ¿Para qué son necesarios hoy los partidos, si cada uno es él mismo un partido, si las ideologías, que en un tiempo constituían un horizonte político, se descomponen en innumerables opiniones y opciones particulares? ¿A quién representan los representantes políticos si cada uno ya solo se representa a sí mismo?” (Han, B. Ch. En el enjambre, Argentina, Herder, 2014, pp. 75 y 94).
Es la perfecta descripción de un enjambre idiota, porque la gran paradoja es que pudiendo contactarse con todo el mundo a la vez el usuario está cada vez más solo, debe acabar con su intimidad, espectacularizar su yo y entender el espacio público como una sumatoria de narcisos que confluyen anónimamente en el objeto de consumo más elegido circunstancialmente.  En vez de discurso y persuasión hay un clic a un mouse que elige entre una serie de opciones como quien se enfrenta a una góndola.
Por todo esto, si la política va a ser algo que haremos con seudónimos, aislados, sin palabras, en una góndola y en el medio de tormentas de mierda, hay buenas razones para preocuparse, razones que no pueden restringirse a exigirle a Facebook que agregue el botón de “No me gusta”.  


1 comentario:

Unknown dijo...

Gracias Dante por dejarme ver este aspecto, es verdad que en la Red se perdió el respeto por el prójimo, aunque mas no sea porque era grandote y me podía pegar. El anonimato alienta el distrato impune a los demás con un nefasto resultado.

Abrazo!! José Luis De Los Santos