domingo, 31 de diciembre de 2023

Milei, entre lo posible y lo verdadero (editorial de no estoy solo publicado el 30/12/23 en www.canalextra.com.ar)

 

Nadie sabe cómo termina todo esto, pero habrá que reconocerle a Milei un espíritu revolucionario, en el sentido estricto de pretender inaugurar un tiempo cero y fundacional. En ese terreno se inscribe tanto el megadecreto como la denominada “ley ómnibus” enviada al congreso, la cual exige atribuciones que exceden los límites constitucionales del poder ejecutivo y pretende legislar sobre prácticamente todo lo existente.

A tal punto llega el carácter pretencioso de la propuesta que no ha tenido mejor idea que llamarla “Las bases…” referenciándose en el padre del liberalismo argentino, Juan B. Alberdi, asiduamente citado por Milei en sus intervenciones públicas.

El pedido de delegación de facultades extraordinarias ayudaría en el afán de poder caracterizar al presidente, a quien podría ubicarse en una categoría que podríamos denominar “paleolibertarismo populista”, esto es, un libertario en lo económico, un conservador en lo moral y un populista en lo político. Sin embargo, también puede ser una buena ocasión para derribar algunos mitos del liberalismo vernáculo y encontrar continuidades y rupturas entre aquellas bases de Alberdi y estas bases de Milei.

En este sentido, lo primero que hay que mencionar es que el liberalismo de Alberdi no pregonaba por un Estado débil ni mínimo al menos en el contexto histórico de Las Bases. Es más, para escándalo de los liberales de la actualidad, Alberdi hace suya una frase atribuida a Simón Bolívar: “Los nuevos Estados de América antes española necesitan reyes con el nombre de presidentes”.

Es que, para Alberdi, el modelo de la época era el chileno, aquel que logra un equilibrio entre lo tradicional y la novedad, entre los resabios monárquicos de nuestra condición de excolonias y la necesidad de encolumnarnos detrás de los vientos de cambio y el progreso del mundo.

 

Chile ha resuelto el problema sin dinastías y sin dictadura militar,

por medio de una Constitución monárquica en el fondo y republicana en la forma: ley que anuda a la tradición de la vida pasada la cadena de la vida moderna. La república no puede tener otra forma cuando sucede inmediatamente a la monarquía; es preciso que el nuevo régimen contenga algo del antiguo; no se andan de un salto las edades extremas de un pueblo”.

 

Este poder político conservador, “monárquico en el fondo”, complementado con una economía liberal, es lo que hizo que un historiador de la talla de Halperín Donghi hablara del “autoritarismo progresista” de Alberdi, más allá de que hoy el término “progresista” posea otra significación. Es más, aun con todas sus diferencias, es sabido que Alberdi le valora a Rosas su capacidad de haber impuesto el orden, condición sine qua non para el florecimiento de una economía liberal.    

Con todo, hay que ser justos y decir que la clave de Alberdi está, desde mi punto de vista, en su idea de “república posible” y “república verdadera”. Efectivamente, Alberdi encuentra en la república verdadera el horizonte, el ideal al cual debíamos dirigirnos. Sin embargo, también entiende que es imposible implantar una república en una comunidad sin costumbres republicanas. Una vez más, la herencia monárquica, caudillista y centralizada ha calado hondo en la vida material y práctica de la sociedad, en sus valores. De aquí que la propuesta sea esta forma mixta, esta “república posible” que no es la ideal pero que es la que más se podía acercar a la “república verdadera” en 1852.

Nótese que, en algún sentido, cuando Milei habla de reformas de primera, segunda y tercera generación, podría estar pensando en términos de “lo posible” y “lo verdadero”, entendido esto último como el momento pleno de su propuesta ideal. En todo caso, la diferencia parece estar en que su énfasis es solo económico y no tiene que ver con una forma de gobierno o con las costumbres, más allá de que algo de esto último podría colegirse de algunas de sus intervenciones.

Asimismo, el factor populista de Milei marca una gran diferencia con Alberdi quien lisa y llanamente consideraba que “el pueblo no está preparado para regirse por este sistema [el republicano]”. Para el libertario, en cambio, aunque más no sea, quizás, en su fantasía, es el pueblo el que acabará presionando a “la casta” para que se avance en las reformas. Se trata de una lógica sin mediaciones, donde las instituciones, más que un equilibrio, son un estorbo, y donde la negociación política es equiparada a mero filibusterismo. 

El asunto deviene todavía más complejo cuando dejamos a Alberdi por un momento y nos posamos en el siempre venerado por Milei, Friedrich Hayek, uno de los padres ideológicos del liberalismo que floreció durante la dictadura pinochetista.

La polémica surge tras una afirmación famosa publicada por el diario El mercurio, el 12 de abril de 1981. Allí, ante la pregunta “¿Qué opinión, desde su punto de vista, debemos tener de las dictaduras?, Hayek responde:

“Bueno, yo diría que estoy totalmente en contra de las dictaduras, como instituciones a largo plazo. Pero una dictadura puede ser un sistema necesario para un período de transición. A veces es necesario que un país tenga, por un tiempo, una u otra forma de poder dictatorial. Como usted comprenderá, es posible que un dictador pueda gobernar de manera liberal. Y también es posible para una democracia el gobernar con una total falta de liberalismo. Mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente. Mi impresión personal —y esto es válido para América del Sur— es que en Chile, por ejemplo, seremos testigos de una transición de un gobierno dictatorial a un gobierno liberal. Y durante esta transición puede ser necesario mantener ciertos poderes dictatoriales, no como algo permanente, sino como un arreglo temporal”.

 

Si volvemos a lo posible y lo verdadero de Alberdi, Hayek no tendría ningún inconveniente en afirmar que la dictadura podría llegar a ser “lo posible” en el camino hacia un “liberalismo verdadero”, razonamiento polémico si los hay, especialmente, sobre todo, porque traza una separación tajante entre el liberalismo político (que en su versión contemporánea tiene lazos con el republicanismo y la democracia), y el liberalismo económico.

Esto es lo que le permite a Juan Torres López, un catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga, culminar su columna de opinión publicada en el diario El país, el 12 de junio de 1999, de la siguiente manera:

“En suma, es cierto que igualar mecánicamente a Hayek y los neoliberales con Pinochet es un simplismo injusto. A aquéllos les basta el mercado, mientras que al dictador chileno le bastaron las armas. Sin embargo, tampoco puede olvidarse que, en puridad, a ambos les sobra la democracia”.

Decir que Milei es un dictador o que suscribiría a los dichos de Hayek para justificar una dictadura, al menos transitoria, parece una exageración. Con todo, el nivel de tensión social e institucional que presupone su pretensión “revolucionaria” abre caminos intransitados en estos 40 años de nuestro último período democrático.

Quizás lo mejor sea culminar con la misma frase que comenzamos: “Nadie sabe cómo termina todo esto”.  

 

La noche del fin del mundo (publicado el 27/12/23 en www.disidentia.com)

 

La casualidad quiso que en cuestión de días me cruce con una película y un cuento que, desde mi punto de vista, tienen algo en común. La película, dirigida por Sam Esmail, el mismo de Mr. Robot, es uno de los recientes éxitos de Netflix y se llama Leave the World Behind. Tiene un elenco de primera línea con Julia Roberts, Ethan Hawke y Mahershala Ali, y hasta se da el lujo de contar con una pequeña aparición de Kevin Bacon representando el típico hombre blanco granjero y protestante, votante republicano, defensor de la libre portación de armas y aggiornado con todas las teorías conspirativas habidas y por haber.

Respecto al cuento, se titula “La última noche del mundo”, su autor es Ray Bradbury, fue publicado en el año 1951 e incluido en El hombre ilustrado. La trama del cuento se resume en esa primera línea en la que uno de los protagonistas le consulta al otro: ¿Qué harías si supieras que esta es la última noche del mundo? Si bien se trata de ese tipo de experimentos mentales que muchas veces utilizamos como juegos para poder identificar los valores de nuestro interlocutor, lo cierto es que el cuento, explícitamente, y la película, de manera más elíptica, responden a este interrogante de una manera muy particular. 

A los fines expositivos, digamos que la película, producida por Barack y Michelle Obama, es una adaptación de la novela homónima de Rumaan Alam que se puede inscribir entre los abundantes films distópicos acerca de la posibilidad de un desastre inminente. Aunque, claro, a diferencia de lo que sucediera con las películas realizadas durante la guerra fría, el desastre por venir no llega gracias al botón rojo de la bomba atómica sino a un ciberataque que afecta las comunicaciones y, con ello, desencadena un caos que, en su perdurabilidad, se retroalimenta hasta límites insospechados. En este sentido, recuerda una serie francesa que alguna vez hemos mencionado aquí y que, estrenada apenas algunos meses antes de la pandemia, pareció premonitoria: El colapso. Si bien hacia el final la serie parece dar un giro hacia el “ecologismo” más alarmista, los primeros 7 capítulos van en la misma línea que la película: nunca se sabe exactamente qué, ni el porqué, ni quién lo está haciendo, pero lo cierto es que algo está pasando y el mundo está colapsando.

En Leave the World Behind, la pareja protagonizada por Julia Roberts y Ethan Hawke decide pasar un fin de semana en una casa de campo alquilada con sus dos hijos adolescentes. Pero lo que pretendía ser un viaje de descanso se ve perturbado por la aparición repentina, tras la cena, del dueño de la casa con su joven hija, implorando que les dejaran pasar la noche allí ya que un ciberataque había anulado las intercomunicaciones y les impedía cualquier otra opción. La película tiene un suspenso rayano en el terror sin sangre salpicando a la pantalla, ni mucho menos, lo cual se agradece. En el mismo sentido, no sobreactúa los clichés del cupo woke de corrección política ni el alto voltaje sexual como parecen obligadas a hacerlo todas las producciones de las grandes compañías de streaming. Además tiene algunas escenas muy bien logradas para expresar la magnitud de lo que supondría para el orden mundial un ciberataque de estas características: un barco gigante que pierde el control y acaba encallando en una playa; aviones que son dirigidos a estrellarse todos en el mismo sitio y los autos TESLA sin conductor protagonizando un choque en cadena. A estas imágenes impactantes se les puede agregar la protagonizada por unos ciervos que rodean la casa de los protagonistas emulando quizás alguno de los episodios que pudimos ver al comienzo de la pandemia cuando los animales salvajes invadían las principales ciudades del planeta.          

Les decía que nunca queda claro qué es lo que sucede. La única pista la da un pasaje en el que el personaje de Mahershala Ali dice haber escuchado de una fuente directa la posibilidad de un plan de tres pasos: el primero sería el aislamiento a través de un ciberataque a los satélites que afecte completamente las intercomunicaciones; el segundo sería la creación de un caos sincronizado y de un gran dispositivo de desinformación de modo tal que se creen las condiciones de vulnerabilidad para la eventual intervención de extremistas o del propio ejército; por último, dice el protagonista, si se cumpliera el segundo paso, el tercero va de suyo: se trataría de un golpe de Estado, una guerra civil o, más sencillamente, “un colapso”.

Más allá de lo verosímil del “plan”, lo interesante es que, en otro pasaje, el protagonista indica que no hay nadie detrás de todo esto y que ese es justamente el problema porque nadie tiene el control, no hay nadie a quien culpar. Simplemente, una sucesión de hechos desafortunados, alguien que enciende una chispa, y el resto se hace solo. De hecho, aun cuando esté contando demasiado de la película para quien no la haya visto, una de las últimas imágenes es la de los protagonistas observando desde el campo, y a lo lejos, el modo en que la gran ciudad comienza a explotar.

En cuanto al texto de Bradbury, se trata de una obra maestra porque rompe con todas las fantasías o tonterías que pueda responder cualquiera que reflexione acerca de las cosas que haría si supiese que esta noche se acaba el mundo. El cuento utiliza el recurso de un sueño en común pero es lo de menos. Digamos entonces que partimos de la certeza de que esta misma noche todo se termina. ¿Qué hacen los protagonistas? ¿Grandes promesas? ¿Intentan cumplir sus sueños? ¿Deciden esperar el momento realizando una actividad que les genere mucha satisfacción? ¿Salen a la calle? ¿Van a las iglesias? ¿Se unen? ¿Protestan? ¿Se suicidan? Nada de eso. Hacen exactamente lo mismo de siempre porque hay una inclinación humana a olvidar esa posibilidad o, en todo caso, a no poder vivir de otra manera. Y no es que seamos negadores. Es que aun cuando todos sepamos que vamos a morir, seguimos actuando como si fuésemos eternos o, al menos, como si tuviéramos el suficiente tiempo para proyectarnos.    

Hacia el final del cuento, Bradbury expone así lo que será la última noche de la familia protagonista:

“Lavaron los platos, y los apilaron con un cuidado especial. A las ocho y media acostaron a las niñas y les dieron el beso de buenas noches y apagaron las luces del cuarto y entornaron la puerta.

-No sé… -dijo el marido al salir del dormitorio, mirando hacia atrás, con la pipa entre los labios.

-¿Qué?

-¿Cerraremos la puerta del todo, o la dejaremos así, entornada, para que entre un poco de luz? (…)

El hombre y la mujer se sentaron y leyeron los periódicos y hablaron y escucharon un poco de música, y luego observaron, juntos, las brasas de la chimenea mientras el reloj daba las diez y media y las once y las once y media. Pensaron en las otras gentes del mundo, que también habían pasado la velada cada uno a su modo.

(…) Se metieron en la cama.

-Un momento -dijo la mujer.

El hombre oyó que su mujer se levantaba y entraba en la cocina. Un momento después estaba de vuelta.

-Me había olvidado de cerrar los grifos.

Había ahí algo tan cómico que el hombre tuvo que reírse.

La mujer también se rió. Sí, lo que había hecho era cómico de veras. Al fin dejaron de reírse, y se tendieron inmóviles en el fresco lecho nocturno, tomados de la mano y con las cabezas muy juntas.

-Buenas noches -dijo el hombre después de un rato.

-Buenas noches -dijo la mujer”.

 

El clima de la película es, naturalmente, el contrario al del cuento: allí la posibilidad de un colapso o un eventual cambio abrupto genera, como es de esperar, desesperación. Sin embargo, la escena final tiene como protagonista a la nena adolescente del matrimonio quien a lo largo de la película aparece como particularmente obsesionada por la serie Friends. Si bien el cierre está abierto a todas las interpretaciones, es la nena la que parece “dejar el mundo atrás” y mientras todo está literalmente explotando, acaba azarosamente en un bunker deshabitado construido por un hombre rico, el único lugar donde, finalmente, podrá ver Friends sin importar ni su familia ni el afuera.

Así, aun con unos 13 o 14 años, la nena parece decidir hacerse a un costado de los problemas del mundo. No sabe que todo está colapsando, pero tampoco le interesa. Adopta así una actitud cada vez más común en la actualidad, no solo entre los más jóvenes.

En resumen, no sabemos ni cuándo ni cómo será el fin del mundo, pero es probable que sea menos dramático de lo que imaginamos. Con un poco de suerte, aun si lo supiéramos con antelación, es probable que nos sorprenda haciendo lo de siempre: cerrando el grifo, besando a la persona que amamos y/o mirando un capítulo de Friends.    

martes, 26 de diciembre de 2023

Bienvenidos a la desorganización de la vida (editorial de No estoy solo publicado el 23/12/23 en www.canalextra.com.ar)

 

Hay una cosa que parece saber el gobierno de Milei: su principal adversario es el tiempo. Ni siquiera tendrá los famosos 100 días de enamoramiento que posee toda nueva administración. El shock supone velocidad, no darle tiempo a la sociedad.

Salvando las distancias, lo ocurrido en estas eternas dos semanas de nuevo gobierno retrotrae a los primeros tiempos del macrismo, esto es, al modo en que una administración nueva puede destruir rápidamente lo que llevó años. En aquel momento se pensaba que la batalla cultural estaba ganada y que el macrismo no podría avanzar más allá. El castillo se derribó en semanas. Por supuesto que, comparado con esto, aquellos primeros meses macristas saben casi a socialismo, pero está en cualquier manual: las malas noticias deben darse lo más rápido posible porque el tiempo es sinónimo de desgaste. Alberto Fernández tardó 4 años y todavía no se sabe si lo entendió.

Para no analizar una por una las medidas del DNU que refleja el plan de liberalización más pretencioso del que se tenga memoria, lo que podría decirse es que arribamos a la tercera etapa de la desorganización de la vida que CFK le adjudicaba al modelo macrista. Efectivamente, si aquella iniciativa neoliberal que nos proponía emprendedorismo y disfrute de la incertidumbre fue el primer paso de la descomposición de lo que quedaba del Estado de Bienestar, la inflación de dos dígitos mensual que dejó el gobierno de Alberto Fernández fue el escalón necesario para el asalto final. Pandemia mediante, los que no tenían mejor idea que responder “más Estado” cuando el Estado no funciona, y poseían como única prenda de unidad el hecho de “que no gobierne la derecha”, empeoraron buena parte del legado macrista y le emputecieron la vida a la gente con parches, reglamentaciones delirantes y prohibiciones cruzadas en diversos ámbitos. Abonaron así la caricatura del Estado poniendo un pie en la cabeza de la gente y lo hicieron con tanta inclusión que casi nos incluyeron a todos allí debajo.    

Llegados a esta instancia, entonces, cabe decir que un modelo económico agotado, con los máximos referentes anclados en la Argentina del 2015, y una militancia desnortada que se abraza a la agenda identitaria de la progresía universitaria, dejó la mesa servida para la versión más radical que ni en sueños podía imaginarse alguien apenas un año atrás.

Dicho esto, caben algunas preguntas. La primera es: ¿pensábamos que sería diferente? Quizás en este punto los más sorprendidos sean sus propios votantes, pues, recordemos, no fueron pocos los que votaron a Milei suponiendo que, finalmente, no podría llevar adelante sus reformas más radicales. Es lo que aquí llamábamos una suerte de “elogio de la impotencia”; un candidato cuya mayor virtud era su presunta falta de fortaleza para hacer daño.

Otra pregunta que ya la hicimos acá y que seguimos considerando central: el contrato electoral. ¿Cree el gobierno que el mandato de sus votantes es una desregulación como la propuesta en el DNU? Insisto en que el interrogante es clave porque de allí se sigue un curso de acción u otro. A juzgar por la radicalidad de las iniciativas, Milei considera que el votante medio lo apoyará, pero me permito ser escéptico al respecto. Por otra parte, claro está, zonzos no son y, si las fuerzas del cielo no acompañan, mejor tener a la policía, aunque más no sea en un show orwelliano de amedrentamientos y afrentas simbólicas donde más que el derecho a circular, lo que parecía jugarse era una competencia adolescente de medición de miembros viriles. Y todo un 20 de diciembre: primero como tragedia, luego como farsa.   

Dicho esto, la pregunta más general que corresponde tras estos primeros días de gobierno es: ¿son provocadores, dogmáticos, inexpertos o gente nacida y criada en un laboratorio? Las posibilidades no son excluyentes pero un anuncio de ese calibre en una fecha tan significativa, sin dudas, debería incluirse en, al menos, la categoría de “provocación”. Asimismo, y aquí podemos mencionar la última pregunta: ¿creen que un DNU semejante puede ser aceptado sin más y que miles de personas saldrán a la calle a defenderlo contra el eventual freno que pudiera imponer la “casta” legislativa y judicial?

Ojalá la respuesta sea negativa porque si no hablaría de un gobierno que está fuera de la realidad. En este sentido, el mejor escenario posible sería el de un presidente que, sabiéndose débil, sobreactúa y va siempre por la propuesta de máxima para luego sentarse y negociar lo que pueda. Ojalá, sinceramente, sea este el caso, porque estaríamos dentro de ciertos parámetros de la racionalidad y la negociación política. Para muestra bastaría la batería de medidas de Caputo, con una devaluación excesiva aun a los ojos del mercado. Pasarse para luego regresar y tener margen. Un clásico.  

Si se tratara, entonces, de una estrategia de negociación, existiría la posibilidad de discutir cada una de las medidas porque, debemos ser justos también, hay algunas desregulaciones que podrían ir en el sentido correcto o que, en todo caso, intentan resolver problemas objetivos.

Dicho de otro modo:  la andanada libertaria no es la respuesta a una Argentina colectivista como Milei, en su delirio dogmático, repite. Sin embargo, es verdad que el país está atravesado por un exceso de regulaciones y que allí el aporte del liberalismo económico puede ofrecer respuestas: se puede intentar mejorar una ley de alquileres que ha destrozado el mercado; abrir las importaciones para competirle a sectores que, sabiéndose protegidos, se aprovechan de los precios; encontrar un justo punto medio entre el derecho a huelga y que los chicos no pierdan tantos días de clases; promover el ingreso de nuevos actores en las telecomunicaciones y hasta incluso también podría darse una discusión sobre la política de cielos abiertos. Tampoco parece improcedente avanzar hacia una política de ayuda social que elimine los intermediarios o crear condiciones, dentro de la ley, para que la ciudad no esté atravesada sistemáticamente por cortes que impiden la circulación. Incluso la desregulación en lo que respecta a la elección de la obra social o las prepagas puede afectar a los sindicatos, pero le permite al trabajador elegir la que considere la mejor prestadora de servicios. En este mismo sentido, dejando de lado la vergonzosa propuesta de flexibilización laboral, es real que de alguna manera hay que aggiornar las condiciones de contratación porque, en las actuales condiciones, 5 juicios laborales de abogados caranchos pueden arruinar una PyMe.

A su vez, como decimos esto, es necesario advertir que la forma de avanzar en el plan de medidas remite al casi ya mítico “Exprópiese” chavista. Si aquel se transformó en sinónimo de discrecionalidad personalista, no entendemos cómo un DNU de esta magnitud podría interpretarse en otro sentido. Sustituir el “exprópiese” por el “deróguese” o, peor aún, por el “privatícese”, no supone una diferencia en las formas. En este sentido, algunos liberales argentinos son los más locos del mundo: solo son republicanos cuando son opositores.            

Lo que viene ahora es la discusión técnica acerca de la constitucionalidad y el juego político al interior de un congreso cuando no hace falta ser una eminencia para reconocer que lo único de necesidad y urgencia que ofrecía el decreto era, salvo algunas excepciones muy puntales, la teatralidad de la medida.

Por cierto, mientras se sigue buscando al menos un constitucionalista que considere constitucional este DNU, desearíamos saber quién ha sostenido económicamente a Federico Sturzenegger y a su equipo para realizar un trabajo que no se puede hacer de un día para el otro. ¿Trabajaba para Milei, para Patricia Bullrich o para los empresarios que con nombre y apellido se benefician de las medidas? Con semejante apoyo económico detrás es más fácil hacerse el picante en TV, especialmente porque no habrá periodista que le recuerde el modo en que salió eyectado del gobierno cuando la inflación voló bastante más allá del 10% que él proyectaba para el 2018. Federico Sturzenegger y Patricia Bullrich, entre otros, son nombres que se repiten en gobiernos que, con justicia, no son recordados con simpatía. Con ellos la historia se repite también, pero siempre como tragedia.

Dicho esto, agreguemos una posibilidad más ya que además de una acción radical en pos de una futura negociación, el DNU puede ser tomado como una declaración de principios, el plan que la casta no va a dejar pasar y al cual vamos a recurrir como argumento cada vez que en el futuro se deba justificar un fracaso: “nosotros teníamos un plan, pero no nos dejaron avanzar con él”. Es el clásico de los liberales argentinos: nunca fracasaron. Hubo políticas liberales en muchos gobiernos pero para los liberales vernáculos nunca fueron lo suficientemente liberales.   

El gobierno ha decidido patear el tablero y alborotar el gallinero. Como se indicó anteriormente, algunas decisiones del decreto tienen nombre y apellido bastante más allá de Elon Musk, pero al mismo tiempo afectan intereses cruzados cuya reacción desconocemos. Si lo han hecho por torpeza y amateurismo o con la pretensión de un mecanismo de relojería, no lo sabemos, pero, si así fuese, hablaría de una audacia envidiable. En todo caso, el termómetro volverá a ser la clase media, rebautizada “la casta media”, aquella que más sufrirá el ajuste. Es que como sucedió con Macri, salvo los sectores trotskistas, enemigos perfectos y funcionales del nuevo gobierno, hay buenas razones para imaginar que los movimientos sociales negociarán con Milei. Pero a la clase media solo pueden ofrecerle gestos simbólicos mientras le recortan abruptamente el poder adquisitivo y toda esa estructura del Estado de Bienestar que es un apoyo económico clave y un bien cultural que forma parte de la identidad de ese sector de la población. En otras palabras, a los piqueteros troskos los van a fajar como señal a la clase media pero no porque consideren que ellos son los que pueden desestabilizar al gobierno.      

La última etapa de la desorganización de la vida ha comenzado después del desastre de quienes decían intentar organizarla. Sean ustedes bienvenidos. 

El tiempo de la bronca (publicado el viernes 22 de diciembre en www.theobjective.com)

 

Con el rechazo al proyecto de una nueva Constitución en Chile parece darse por cerrado el proceso iniciado en 2019 tras un conflicto social de enorme magnitud cuyo detonante había sido el aumento del boleto del metro.

Para quienes no lo recuerdan, lo que parecía ser una “estudiantina” liderada por jóvenes de la escuela secundaria contra una decisión del gobierno, derivó en una ola de protestas masivas que denunciaban la desigualdad estructural que se encontraría detrás del “exitoso” modelo chileno. Fue tal la crisis social y política que el presidente Piñera acabó cediendo a la presión popular y avaló el inicio de un proceso constituyente.

Aunque en su momento casi el 80% de los chilenos votó a favor de reemplazar la varias veces modificada Constitución legada por el pinochetismo, y el reemplazo de Piñera fue un joven universitario de izquierda, lo cierto es que, en 15 meses, el pueblo se pronunció en contra de las dos propuestas de cambio: la primera, allá por septiembre de 2022, realizada por una mayoría radical de izquierda; la segunda, plebiscitada este último domingo, encabezada por una mayoría de derecha conservadora.

El análisis sobre ganadores y perdedores es complejo. De hecho, existen buenas razones para indicar que todos los actores políticos han perdido y ganado algo. Evidentemente la gran derrota la lleva “la derecha”, más allá de sus internas y del hecho de que no se trata de un espacio homogéneo. Pero, a su vez, que la moción “En contra” haya salido victoriosa, permite que continúe la Constitución de matriz pinochetista, esto es, la Constitución que los espacios de derecha defendieron de los intentos reformistas de la izquierda. Hay derrotas que también son victorias.  

En ese mismo sentido, podría decirse que después de la estrepitosa derrota que pesó sobre el actual presidente Boric cuando se intentó una reforma “maximalista” de izquierda en septiembre de 2022, el espacio del mandatario se anota un triunfo más allá de que esta vez decidió no participar de lleno en la contienda. Sin embargo, claro está, el rechazo a la nueva propuesta implica el sostenimiento de la Constitución que la izquierda quería reemplazar. Hay victorias que también son derrotas.  

En todo caso, independientemente de las particularidades del proceso chileno, lo que sí resulta evidente es la dificultad, tanto por izquierda como por derecha, de interpelar a mayorías robustas como las que se necesitan para que un texto constitucional sea representativo. Pasa en Chile pero también en España. Es como si atravesados por la dinámica facciosa nos olvidáramos de aquello común subyacente sobre lo cual expresamos las diferencias. En otras palabras, con sociedades partidas al medio, parece imposible avanzar en un texto constitucional porque lo que ha dejado de existir es la idea de que tenemos una identidad común con historias, tradiciones, territorio, y una serie de principios civiles y políticos que permiten definir lo que somos. Empecinados en observar las diferencias, la fragmentación es la consecuencia y el conflicto permanente el desenlace, en una sociedad que se regodea en su eterna insatisfacción.       

A propósito de ello, quisiera detenerme en una segunda enseñanza que deja esta elección. Se trata de un aprendizaje para Latinoamérica pero que también es representativo, al menos en parte, de lo que ocurre en España y buena parte del mundo. Partamos del siguiente dato: desde el 2018 hasta la fecha, 20 de los 23 oficialismos latinoamericanos que se han presentado a elecciones han sido derrotados. Contrariamente a la tendencia existente años atrás en la que los oficialismos solían ser los favoritos para garantizarse la continuidad en el poder, lo cierto es que el último lustro deja ver un fenómeno muy particular, sin ninguna diferencia entre países más estables y prósperos, y países con profundas crisis económicas.

Este aspecto es por demás relevante porque durante los últimos 40 años, (aproximadamente la fecha en que las dictaduras militares dieron espacio al establecimiento de las democracias), las tendencias, llamemos, “ideológicas”, de la región, estuvieron claramente marcadas: socialdemocracia en los 80, neoliberalismo en los 90 y gobiernos populares/populistas de izquierda entre el 2000 y el 2015.

Pero desde el inicio del cuarto lustro hasta hoy, la región parece trabada en un presunto “empate hegemónico” en el que gobiernos más de izquierda o más de derechas, se alternan en el poder y son reemplazados al final de su primer mandato.

Sin embargo, se hace necesario cambiar el enfoque y las categorías porque lo que marca la tendencia ya no es la ideología del espacio que gobierna; no se trata del tiempo de los socialdemócratas, los neoliberales o los populares sino del tiempo de la bronca, una época marcada por el hartazgo y la insatisfacción de la población, sin importar el color del gobierno. Esto es lo que explica que, en 4 años, una sociedad como la chilena, pueda prácticamente cargarse un gobierno de derecha, elegir constituyentes de extrema izquierda y votar un presidente radical, para luego rechazar abiertamente la Constitución impulsada por ese presidente y más tarde elegir constituyentes de derecha a los que finalmente también se les rechazaría el texto propuesto.

No se volvieron locos ni fluctuaron de izquierda a derecha y viceversa. Es que la gente está comprobando que vive mal con gobiernos de cualquier signo y culpa a la administración de turno. Se equivocan los analistas, entonces, en establecer nuevas tendencias de izquierda o derecha como ocurriera otrora. La única tendencia que permanece es la de una ciudadanía siempre al borde del estallido con gobiernos que no resuelven las demandas insatisfechas heterogéneas y que acaban abandonando la administración en medio de crisis de representación profundas.              

A su vez, dado que en muchos casos la alternancia se da entre los dos espacios mayoritarios que suelen coincidir con posturas del centro a la izquierda, en algunos casos, y del centro a la derecha, en otros, la salida suele llegar de la mano de outsiders de la política y de la implosión del sistema de partidos, los consensos básicos y buena parte de las instituciones. Como la novedad ha reemplazado a la moral y a la política como criterio al momento de decidir, se prefiere un malo por conocer antes que los malos conocidos.

El tiempo dirá cómo el gobierno de Boric logra relanzarse y cuál habrá sido el efecto sobre la sociedad chilena de este intento de reforma que parece haber quedado trunco. Sin embargo, lo más preocupante es que tanto en el país trasandino como en muchos otros, asistimos a sociedades partidas en dos que, a su vez, descreyendo de una clase política lastrada por el comportamiento faccioso, acaban perdiendo la fe en las propias instituciones democráticas. Este largo lustro de la bronca, entonces, surge del hiato entre la agenda de la clase política, que azuza la diferencia en lugar de lo común, y las necesidades de sus presuntos representados.

No sabemos cómo será ni siquiera el futuro inmediato, pero la bronca y la insatisfacción crónicas generadas por una clase dirigente que no está a la altura de las circunstancias, es el caldo de cultivo para monstruos y experimentos que poco tiempo atrás parecían inverosímiles y hoy son ya una realidad preocupante.                 

miércoles, 20 de diciembre de 2023

La totalitaria cultura de las respuestas (publicado el 13/12/23 en www.disidentia.com)

 

Desde los más catastrofistas que auguran la extinción de la especie hasta las lecturas más cándidas que hablan de la neutralidad y las posibilidades que brinda la tecnología para superar los límites de la humanidad, el debate sobre la aplicación de la Inteligencia Artificial (IA) abarca diversos posicionamientos. Aun cuando parezca imposible llegar a un acuerdo, en lo que todos parecen coincidir es en que, en breve, lo que consideramos “humano”, deberá ser resignificado.

 

Pero, ¿de qué se trata este cambio? En una entrevista para la plataforma Zenda, https://www.zendalibros.com/wolfram-eilenberger-estamos-ante-el-final-de-la-humanidad-tal-como-la-hemos-conocido-en-los-ultimos-2-500-anos/ publicada en junio del 23, el filósofo alemán Wolfram Eilenberger, autor de libros como Tiempo de magos, responde a este interrogante rastreando los orígenes de la filosofía y el conocimiento humano. Haciendo suya una larga tradición, Eilenberger encuentra en los niños el elemento indispensable para comprender un proceso que, según él, está en riesgo con la IA. Más específicamente, Eilenberger hace referencia al asombro como elemento impulsor del conocimiento y, sobre todo, a la posibilidad de hacer preguntas, aquello que nos diferencia del resto de los animales. Sí, efectivamente, esas preguntas incómodas y metafísicas que suelen hacer los niños hasta determinada edad y que los adultos responden como pueden hasta dar por cerrada la conversación con un “cuando seas grande vas a comprender”.

 

Cuando comentaba que, en este aspecto, Eilenberger abraza una larga tradición filosófica, me refería a aquella que comienza en Sócrates y Platón y que llega hasta el mundo contemporáneo en análisis como los de Karl Popper.

 

Si nos remontamos a la Grecia del siglo V AC, Sócrates considera que la verdad ve la luz a través de un proceso de diálogo, de una conversación. Sobre esta base es que él utiliza el método de la mayéutica que consta, justamente, en no hacer afirmaciones sino solo preguntas de modo tal que el interlocutor agudice sus argumentos y que, eventualmente, abandone sus concepciones erróneas. La pregunta es, entonces, más importante que la respuesta y la pregunta adecuada es la que guía el intercambio. Que para esta tradición la verdad sea el resultado de la conversación, es la razón por la cual Sócrates nunca escribió y por la que Platón dio a sus escritos la forma de diálogo. Evidentemente, para ellos, el conocimiento era asunto de dos.

    

En el caso de Karl Popper, sus reflexiones acerca del método científico reflejan que, en el origen, lo que aparece es una hipótesis, una afirmación sobre un estado de cosas que luego debe ser corroborada o refutada por el mundo. Sin embargo, la hipótesis que se debe contrastar es la respuesta a una pregunta previa, a un problema: ¿Cómo circula la sangre? ¿Cómo ha evolucionado la vida sobre la Tierra? ¿Cómo se explica la órbita terrestre? Se trata solo de algunos de los interrogantes que atravesaron a generaciones de científicos y que recibieron diversas respuestas hasta que alguna de ellas acumuló la suficiente cantidad de evidencia empírica a su favor como para ser la aceptada por la comunidad científica hasta el momento.       

 

En este contexto, Eilenberger plantea algo interesante y afirma que la IA es parte de una cultura que solo ofrece respuestas. Efectivamente, en pocos años, las enciclopedias de papel fueron reemplazadas por la manipulable Wikipedia y ésta, a su vez, está siendo reemplazada por aplicaciones como ChatGPT que ofrece automáticamente los mismos sesgos pero que funciona casi como una suerte de asistente personal para prácticamente cualquier necesidad.   

 

Esta referencia de Eilenberger a una cultura de la respuesta es un aspecto que ya hemos trabajado aquí especialmente para dar cuenta del modo que se ha modificado la interacción en el debate público. Ya no hay diálogo democrático, sino facciones monolíticas que ingresan a la conversación “a los gritos”, sin preguntas, sin dudas y sin ningún ánimo de, eventualmente, modificar sus posiciones. Sin posibilidad de revisar los puntos de vista, solo queda la imposición, el poder, la fuerza; deslegitimadas las dictaduras, los viejos totalitarismos permanecen larvados en la pretensión de tener todas las respuestas sin salir de uno mismo o, en el menor de los casos, sin salir del grupo de pertenencia. Así, la verdad no es un proceso sino una identidad que tiene propietarios: los muy poderosos y las víctimas (las reales y las que fingen serlo).

 

Si lo dicho hasta aquí es correcto, aplicaciones como el ChatGPT son solo el emergente de una cultura que fue su condición de posibilidad. En otras palabras, es una sociedad que hace tiempo ha renunciado a hacerse preguntas la única capaz de avanzar en la creación de una tecnología que solo ofrezca respuestas. Paradójicamente, la sociedad infantilizada ha renunciado a hacer lo que mejor hacían los chicos: preguntas.   

 

Sin embargo, habría todavía un motivo para la esperanza en un elemento que Eilenberger parece no ver: siguen siendo los humanos los únicos capaces de hacer las preguntas. Es decir, al menos hasta ahora, no hay IA capaz de asombrarse y de preguntar como preguntan los chicos y no conocemos todavía ni una civilización ni una tecnología capaz de hacerlo.  

 

En síntesis, evitando la ingenuidad de pensar que las tecnologías son neutrales, se impone una reflexión que abarque, por supuesto, las consecuencias civilizacionales de este tipo de tecnologías, pero, sobre todo, el contexto que les ha dado lugar.

 

Y en todo caso, si de desafíos civilizatorios se trata, más interpelante que una tecnología que tenga todas las respuestas, sería una tecnología capaz de hacerse preguntas. Se trataría de una tecnología capaz de reproducir la dinámica del conocimiento humano abriendo nuevas puertas hacia terrenos desconocidos. Sin embargo, como emergente del tipo de sociedad que habitamos, puede que rápidamente intenten hacernos creer que se trata de una tecnología tan superadora que es capaz de haber agotado todas las preguntas posibles, como esa Biblioteca de Babel borgiana que abarcándolo todo devenía inútil y apabullante.

 

Si el totalitarismo de hoy viene en la forma de tener respuestas para todo, imaginemos lo que podría ser el totalitarismo de mañana, ese que a todas las respuestas le sume la pretensión de brindar todas las preguntas posibles.     

 

 

 

 

 

Fuerzas del cielo (y mucha policía) [Editorial de No estoy solo publicado en www.canalextra.com.ar]

 

Finalmente llegaron las medidas. “Caputazo” o “Massazo con delay” según en qué vereda estemos parados. Lo cierto es que se trata de un ajuste que incluso los más memoriosos consideran inédito en la historia argentina.

Se trata del ABC de la biblioteca ortodoxa representada en un dogmatismo fiscalista que hasta se cargó la promesa planteada en campaña cuando el actual presidente afirmó que “se cortaría un brazo” antes de subir impuestos. Sin embargo, sea por temor o por racionalidad, el eventual futuro presidente manco entendió que darle a los exportadores un 118% de devaluación bien valía un aumento de las retenciones, y que los más desaventajados necesitarían una ayuda extra: tarjeta Alimentar, AUH y aumento a los jubilados de la mínima por decreto. Poner guita abajo para que no explote; y ajustar a la clase media, que debería rebautizarse “la casta media”, para de esta manera parafrasear a González Fraga y afirmar: “Le hicieron creer al empleado medio que podía pagar Netflix”.         

“Pragmatismo” es el término que suelen utilizar quienes quieren defender las defecciones. Como fuera, la utopía libertaria choca con el teorema de Baglini, para fortuna de la continuidad de nuestra moneda y de nuestras córneas, riñones y corazones, entre otros órganos comercializables.

Conceptualmente el giro es sutil pero no inocente: lo que se llamó “la casta” fue oscilando y por momentos se transformó en el (ex)gobierno y luego en el Estado.  Entonces no se trata solo de una revancha atendible contra los Insaurralde de la vida, sino también de un recorte que te va a tocar a vos. Vos no sos la casta pero la casta ahora es el Estado y el Estado te quita pero también te da.

A propósito, esta semana se confirmó el delirio que suponía la repetición ad nauseam de que el problema de la Argentina era “el gasto de la política”, entendiendo por tal la estructura de ministerios, secretarías, eventuales ñoquis y gastos superfluos. Incluso si a eso sumamos la quita de la pauta oficial por un año, el ahorro es mínimo al momento de hacer la cuenta final. No obstante, del hecho de que esos números sean “pequeños” comparativamente no se sigue que hubiera que permitirlos. En todo caso, si asumiéramos que hay buena fe y que no hay segundas intenciones de revanchismos y persecuciones como ocurriera en el gobierno de Macri, se trata de acciones del ámbito de la gestualidad que serán bien recibidos con razón. “Si no puedes dar buenas noticias económicas, al menos ofrece gestos”, diría algún Maquiavelo moderno. Si no hay pan ni circo, que al menos los leones también estén a dieta.

Todo diagnóstico exagerado es el inicio de una negociación, la instalación de una realidad cuyos frutos se pretende que rindan a futuro. Indicar que la inflación es o sería de 15000% es eso, más allá de que, pasado cierto umbral, un cero más o un cero menos da casi lo mismo.

Pero quien solo tiene para ofrecer noticias desagradables debe insistir en que el bien y el mal no son términos absolutos sino relativos: “Estamos mal pero vamos bien”. Independientemente de los juegos de palabras, si el gobierno no logra convencer a buena parte de la población de que debe aceptar el sacrificio para garantizarse la salvación eterna que viene en la forma de un Estado pequeño, el país vuela por el aire. Hasta ahora ha logrado un milagro que no sabemos si cuadra más con la línea de las clásicas novelas distópicas, los sketches de los Monty Python, o el teatro de Ionesco. Me refiero, claro está, a la gente coreando con fervor, en la plaza del Congreso, “¡No hay plata, no hay plata!”, una suerte de marcha del orgullo de los cagados de hambre, una Hungry Parade. Por cierto, hay dos maneras de decir “no hay plata”. Una es la del pobre que profiere su verdad con humillación; la otra es la del rico que profiere su mentira con placer sádico.               

Con todo, convengamos que en algunas cosas Milei tiene razón. Por lo pronto, la herencia recibida es una bomba: una inflación de dos dígitos mensual; un precio del dólar oficial sostenido artificialmente a cambio de una deuda de miles de millones de dólares con los importadores; infinita cantidad de distorsiones en la economía gracias a la maraña de normas y parches que jodieron a todo Cristo y más; precios relativos sensibles que debían actualizarse, a saber, combustible, transporte público y energía; desfinanciamiento de las provincias tras la eliminación del pago de ganancias para la cuarta categoría (aplaudida por los gobernadores que ahora piden marcha atrás y votada por el propio Milei, cuyos principios parece que dependen del lado del mostrador en el que se encuentre).

Las medidas adoptadas por Massa en campaña fueron electoralistas e irresponsables y con un dólar que pasó de 60 pesos a 1000, casi 50% de pobres, y una inflación que culminará en 200%, no queda otra que decir que económicamente hablando la gestión fue un desastre. El “ah pero Alberto” no se podrá sostener 4 años ni será justo que así sea, pero en lo inmediato parece razonable.  

Pero hay más y lo decíamos la semana pasada: la falta de decisión del gobierno saliente para hacer todas las correcciones que se sabía que había que hacer más allá de lo estrictamente económico, le sirve en bandeja al nuevo gobierno la ocasión para hacerlo salvajemente: la insólita demora para modificar la ley de alquileres que perjudicó a propietarios pero también a inquilinos, deriva en su derogación y en dejar librada a la lógica del mercado la negociación en un contexto de 25% de inflación mensual; el hecho de mantener las PASO y hacer que el calendario electoral se extienda un año, hace que el nuevo gobierno avance, con toda la razón del mundo, en una nueva ley que seguramente colará por la ventana elementos al menos controvertidos; la naturalización y aceptación sin más de la extorsión casi diaria de grupos cuyos referentes sociales se sientan a negociar cortando sistemáticamente las calles, le permite, a las ministras con corazón de Sheriff, dar la orden de salir a moler a palos a cualquiera que quiera protestar; el hacer la vista gorda ante la pauperización de la calidad educativa del sistema público que incluye festival de licencias, docentes cada vez peor formados e infinita cantidad de días de clase perdidos, sienta las bases para propuestas delirantes como los vouchers y para que se reinstalen los prejuicios contra lo público; la falta de actualización de un mundo del trabajo que, para bien o para mal, ya no es el de los años 70, permite que venga una andanada feroz de medidas en pos de la flexibilización laboral que comenzará con el disciplinamiento que supone el hecho de que miles de trabajadores queden en la calle. No le hicieron un paro al gobierno de Alberto Fernández. Ahora vienen por ustedes, muchachos.          

Mientras, la militancia twittera juega a descubrir el impostor y lo hace de una manera muy masculina a pesar de reivindicarse deconstruida. Algo así como dejar en evidencia que Milei, al fin de cuentas, no era tan anarcocapitalista como decía. En otras palabras, parece que el deporte es señalarle al gobierno que no está haciendo lo prometido y se lo hace exponiéndolo en términos de competencia de machos. “¿A que no te animás a quemar el BCRA, ahora, cagón?” “Mucha dolarización pero vas a cuidar los pesitos con el crawling peg de 2% mensual… puto”. Y así sucesivamente, mientras se indignan por la boludez del día, compran criptos a escondidas y esperan un twitt de algún mileista arrepentido para demostrarle que era mucho más inteligente votar al gobierno cuya gestión permitió que un candidato como Milei ganara la elección.  

El shock sobre una sociedad que ya estaba shockeada le da al gobierno un margen. Los más optimistas hablan de 6 meses para mostrar algún resultado. Otros auguran un marzo caliente después de unos 3 primeros meses donde la inflación acumulada puede rondar el 100%.

Primero invocarán a las fuerzas del cielo. Si con eso no alcanzara, estará la policía.

 

 

miércoles, 13 de diciembre de 2023

Teología mileista (editorial de No estoy solo publicado en www.canalextra.com.ar)

 

“Va a haber que comprar generadores para el verano” dice la futura Canciller, Diana Mondino, encarnando el espíritu de aquel otro argentino de bien que advertía que “le hicieron creer a un empleado medio que podía comprarse celulares e irse al exterior”. El “no hay plata” como remera pero, sobre todo, como orden natural.

El populismo será aceptable si y solo si aplica recetas económicas ortodoxas en materia económica. Al fin de cuentas, mientras no toquen mi dinero, bien se puede sacrificar unas instituciones. No criticaban al populismo K por ser republicanos. Lo criticaban porque eran liberales.

En el nuevo relato, el que merece, acumula y, el que reparte, es un ladrón. El vínculo es contractual y, si hay dudas, el progresismo, que es neoliberal pero no lo sabe, aporta su protocolo. La libertad como ausencia de impedimento entiende que los impuestos y tu sueldo son una coacción. Sí, a Galperín le molesta el Estado pero también le molestás vos, que no sos la casta.

Y ya que hablamos de vos, ¡prodúcete a ti mismo, Self Made Man! La explotación más eficaz es la que vas realizar sobre tu persona. Emprende para confirmar que estás solo; sé diferente que, como también dice el progresismo neoliberal, parece que es virtuoso. ¡Crisis es oportunidad! Que nada te limite. Ni siquiera la biología.  

Volveremos al viejo diccionario 2015-2019. Habrá que sincerar. Quien sincera revela algo que estaba oculto. En parte van a tener razón. El gobierno progresista creyó que era más importante ser progresista que gobernar bien. El sinceramiento, entonces, incluirá hacer salvajemente y mal lo que el gobierno progresista omitió.  

Check in, check out. Entrar, salir. La independencia es una billetera virtual. Take away. Consumilo, buscalo y llevátelo. Lo único que puede matar al capitalismo, que es circulación y es velocidad, es el encierro. Sin pandemia no hay Milei. Sin Alberto Fernández no hay Milei. Sí, “Milei existe por ustedes” diría un filósofo nacional. La militancia ya no milita proyectos sino ministerios. La economía tampoco existe más. Ahora solo hay finanzas. Libertad mata igualdad. DIOS es una criptomoneda. 

Por cierto, Argentina volverá a ser “TINA” (There is no alternative), con “T” de Thatcher. Es curioso, pero en buena parte del mundo, el liberalismo económico radical, libertario, o como quieran llamarlo, nunca se presenta como una alternativa entre otras. Siempre aparece diciendo “No hay alternativa”. Es como si supusiese que, en caso de haberla, todos se inclinarían por ella; es como si no lograra creer en la capacidad persuasiva de su propia teoría.

Los reyes de la libre competencia saben que no pueden competir y por eso no te dan las razones de su supuesta superioridad; solo te dicen que no hay otro producto. Así, son el mejor proyecto en un mercado que ofrece un único proyecto. Te invitan así a que apoyes el plan por resignación o por pánico. Solo si no hay otra salida, la salida es liberal.       

Y luego llega otro clásico: el proyecto capitalista como religión. Ya lo sabíamos leyendo a Max Weber y la relación entre capitalismo y espíritu protestante; incluso también con Walter Benjamin quien hablaba del capitalismo como un parásito del cristianismo. Pero ahora está más a la vista que nunca, máxime cuando quien lidera el proyecto habla de “misión” y cree que su hermana es Moisés.   

La teología mileista que dice que hay que esperar de 18 a 24 meses para bajar la inflación es prima hermana del “hay que pasar el invierno” de Alsogaray y del “segundo semestre” macrista que nunca llegó. El horizonte de la salvación permanece distante y por eso es funcional. La promesa, para seguir siéndola, no debe cumplirse jamás.  

Hay que sacrificarse para salvarse en un mundo donde ahora no se miden las oportunidades sino el esfuerzo. Por cierto, una respuesta natural y razonable a la hegemonía victimista y a la romantización de la pobreza y el lumpenaje. No hay redención para los planeros (del mismo modo que algunos curas no admiten mileistas). Las fuerzas del cielo dicen que primero hay que saber sufrir… y sobre todo andar sin pensamiento.

La nueva teología te dice que sos culpable porque solo asumiéndonos como tales es posible aceptar un ajuste. Te tienen que convencer que vivir mejor era una fiesta que no podías pagar para que creas que tenés una deuda. Y te tienen que convencer también de que aceptar esa deuda supone una moralidad superior. Los argentinos de bien no son los honestos sino los que asumen su culpabilidad, los deudores. Peronistas (y pecadores) somos todos.

El que ajusta nunca dice que lo hace por razones ideológicas. Se presenta más bien como el médium entre la realidad y un orden natural que lo trasciende. La ideología es el otro y las leyes del mercado actúan como leyes de la física. Toda intervención humana altera una fuerza que va a tender a regresar a su estado original. Si la soltás, la piedra se cae; “si no ajusta el gobierno, ajusta el mercado”. Gobiernan los hombres; ajusta la física (o Dios, que no es lo mismo, pero es igual, como dice otro filósofo).

El nuevo gobierno parece haber leído a Borges, quien en “El jardín de los senderos que se bifurcan”, afirma: “el ejecutor de una empresa atroz debe imaginar que ya la ha cumplido, debe imponerse un porvenir que sea irrevocable como el pasado”.

En este escenario, plantear al menos una opción mínimamente razonable, un atisbo de porvenir alternativo, será todo un acto revolucionario.

 

sábado, 9 de diciembre de 2023

El marciano y el payaso (publicado el 8/12/23 en www.theobjective.com)

 Alejado de sus representantes y de la realidad, un sector importante de los políticos de España y el mundo ha devenido una tecnocracia social cuya agenda hace que los veamos como marcianos. Inmersos en su microclima, la distancia es tan grande que parecen hablar un idioma distinto al de los ciudadanos de a pie, los cuales, por cierto, no tienen la suerte de contar con pinganillos.

Pero también es cierto que existe otro grupo, el de los políticos payasos, con esa dualidad que tienen los clowns de, muchas veces, hacernos reír, pero, en otras ocasiones, producirnos un profundo terror.

Marcianos y payasos no son categorías que uno pueda encontrar en los manuales de ciencia política, pero hace tiempo que la literatura ofrece conceptos más explicativos que los que hallamos en los textos especializados. Así, sin dudas, para entender la política hoy, es preferible leer novelas y cuentos antes que un paper de ciencias sociales.   

Pensemos, si no, en una obra como la de Ray Bradbury, donde la relación con otros mundos y con el futuro más o menos lejano, es, en general, una excusa para reflexionar acerca de nuestro presente.

El comentario resulta pertinente porque hace poco releía Crónicas marcianas para toparme con la historia de “El marciano”, un cuento que podemos usar como metáfora para ilustrar la particular relación existente hoy entre los líderes políticos y los votantes.

El contexto es la colonización de Marte, sus montañas azules, sus canales y los primeros contactos entre los humanos y los marcianos. Los protagonistas son La Farge y su mujer, una pareja de adultos mayores que decide abandonar la Tierra como una manera de dejar atrás el doloroso pasado de un hijo muerto.

Sin embargo, ya en Marte, una noche antes de irse a dormir, el hombre ve una figura familiar que se acercaba a la casa y, sin dar crédito de lo que observaba, llamó a su mujer para comprobar lo imposible: se trataba de Tom, el hijo muerto.

Si bien en un principio la pareja decide aceptar “el milagro”, el hombre sospecha para, finalmente, y tras varias conversaciones, comprender que ese no es Tom sino un marciano que había adoptado la fisonomía de su hijo.

El punto es que cuando intentaban asimilar lo ocurrido, comienzan a circular, entre la comunidad de seres humanos, comentarios sobre otros casos de personas desaparecidas que, en Marte, habían “regresado”: primero fue Gillings, un hombre que aparentemente había sido asesinado y volvía a buscar justicia; luego fue Lavinia, la hija de Spaulding, quien se creía que había muerto un mes atrás, y así un caso tras otro.

Pero La Farge descubre que en todos los casos se trataba del mismo marciano que adoptaba las características que la gente deseaba ver. Efectivamente, su identidad era moldeada según el deseo del otro, de aquí que pudiera devenir múltiples identidades siempre como proyección del sueño y la necesidad ajena.

La metáfora, entonces, comienza a tomar forma: es que el marciano equivale a aquella casta de “políticos arcilla”, siempre predispuestos a abrazarse a la veleta; y al mismo tiempo, tanto La Farge como el resto de los humanos que proyectan en él su deseo, se comportan como esos electorados que no votan por lo que el candidato es sino por lo que queremos que sea.

Si dejamos de lado los marcianos y vamos en busca de payasos, la referencia obligada es Stephen King y su novela IT, llevada al cine con enorme éxito. Allí aparece un elemento que supe ya destacar en The Objective en ocasión de la previa al 23J y que yo llamo el “Voto IT”, otra categoría que puede ser útil para entender el comportamiento de algunos electorados y que fuera, finalmente, confirmado, en parte, en aquella elección. Es que Pennywise, el payaso asesino de la novela, no es estrictamente un payaso sino algo indeterminado que adopta la forma de los miedos de quienes se cruzan con él. Generalmente encarna en un payaso, pero puede ser una momia, un niño muerto, un leproso, una araña monstruosa, etc.  

La lógica extorsiva que aplican muchos progresismos a lo largo del mundo lleva al extremo la dinámica del “Voto IT”: hay que votar progresismo porque enfrente está el mal absoluto capaz de encarnar todos tus miedos. Si no votas a Sánchez viene el cuco facho-heteropatriarcal-neoliberal-franquista-misógino-antiinmigrantes que, para colmo de males, se opone a la transición energética y provocará ansiedad climática entre las almas sensibles. Contra IT, entonces, vale todo y permitimos todo porque tenemos pánico. Así, la defensa de las instituciones, la constitución, la verdad y la coherencia deberá esperar a que nuestro terror disminuya. 

Dicho esto, y como una reflexión final, algunos comentarios más sobre las obras pueden ser útiles. En el caso del cuento de Bradbury, en la última escena, La Farge intenta llevar al marciano en una lancha para que se quede con él y allí es emboscado por el resto de los familiares que se habían ilusionado con recuperar a un ser querido. También aparece allí un policía para el cual el marciano adoptaba la identidad del ladrón que perseguía (sobre deseos, evidentemente, no hay nada escrito y cada uno tiene su fetiche).  

Lo cierto es que lo que sucede allí bien vale un textual: “Ante los ojos de todos, [el marciano] comenzó a transformarse. Fue Tom, y James, y un tal Switchman, y un tal Butterfield; fue el alcalde del pueblo, y una muchacha, Judith; y un marido, William; y una esposa, Clarisse (…) tomaba la forma de todos los pensamientos. La gente gritó y se acercó a él, suplicando. (…) Quedó tendido sobre las piedras, como una cera fundida que se enfría lentamente, un rostro que era todos los rostros, un ojo azul, el otro amarillo; el pelo castaño, rojo, rubio, negro, una ceja espesa, la otra fina, una mano muy grande, la otra pequeña”.

Bradbury agrega que, frente a este marciano, todos los humanos “reclamaban su sueño” pero en su afán de satisfacerlos a todos, no pudo eludir su destino trágico y acabó muriendo.

En el caso de IT, y más allá de detalles de la novela, la clave está en comprender el modo en que esa cosa funciona y poder reconocerla en su forma real. Finalmente, su existencia terrorífica es la proyección de nuestros miedos y ya hay ejemplos a lo largo de todo el mundo donde la lógica extorsiva del progresismo no ha funcionado. Incluso en España misma podría decirse que buena parte de la ciudadanía no aceptó esa imposición y obligó a Sánchez a un acuerdo fáustico para alcanzar la investidura.

El marciano y el payaso como metáfora del comportamiento electoral y de las adhesiones políticas parecen así dos caras de la misma dinámica: en ambos casos su existencia depende de las proyecciones de la ciudadanía. En el marciano se proyectan nuestros sueños y deseos; en el payaso, lo que se proyecta, es nuestro temor.

Por cierto, que el resultado de este juego de construcciones sociales y ficciones, sea el desasosiego y la insatisfacción permanente, es casi una consecuencia natural de todo este proceso.       

      

Milei: radiografía de un triunfo (publicado el 7/12/23 en www.disidentia.com)

 

Finalmente, Javier Milei se ha transformado en el nuevo presidente de la Argentina. Lo logró en la instancia del balotaje aventajando al candidato peronista y actual ministro de economía, Sergio Massa, por un contundente 12%. El apoyo del espacio del expresidente Macri encarnado en Patricia Bullrich, la candidata que había quedado tercera en las elecciones generales, fue fundamental para explicar semejante diferencia.

Un repaso breve por la prensa del mundo, en especial la española, muestra que el fenómeno Milei ha resultado enormemente atractivo, sea para abrazarse a él o para criticarlo. Es que a la radicalidad de sus ideas le agrega histrionismo, extrema irascibilidad y hasta un peinado bastante particular que permitió que sus primeras apariciones televisivas como economista devinieran cada vez más asiduas y comenzaran a viralizarse a través de las redes. El resultado fue un ascenso meteórico y un ingreso a la política formal que no sobrepasa los 3 años. Todo, claro, por fuera de los partidos tradicionales y sin estructura territorial, elemento que hasta estas elecciones siempre se consideró condición sine qua non para ganar los comicios en un país cuyo territorio es el octavo en extensión a nivel mundial.

Entre los elementos inéditos se ha dado que Milei como candidato a presidente ha triunfado en 20 de los 24 distritos del país. Sin embargo, en ninguno de esos distritos pudo lograr que un candidato a gobernador de su espacio tuviera su misma suerte. De hecho, en algunos casos, ni siquiera presentó candidato. Lo mismo sucedió en las centenares de intendencias a lo largo del país (135 solo en la Provincia de Buenos Aires, por ejemplo). La mayoría lo dio como ganador pero ninguno de sus candidatos acompañó su performance. Es la primera vez en la historia argentina que un presidente no tiene gobernadores ni intendentes que sean de su espacio.

Otra dificultad, probablemente la central, es que en un sistema bicameral como el argentino, su partido, La Libertad Avanza, al ser una fuerza nueva, apenas alcanza 7 senadores (sobre 72) y 38 diputados (sobre 256). Esto lo obliga a negociar con la fuerza conservadora del expresidente Macri, el otro gran ganador de la jornada, e incluso con otras fuerzas marginales si es que desea alcanzar mayorías para avanzar en su programa de gobierno. Como se puede observar, el condicionamiento es demasiado importante.    

Autodefinido como “anarco-capitalista” o “paleolibertario”, Milei logró que discusiones extremadamente teóricas, propias de nicho universitario, fueran parte del debate público y pieza común en los programas del prime time. Pero lo que sin dudas fue un fenómeno curiosísimo que hasta lo llevó a realizar una obra de teatro en la que parte de la performance era la destrucción de una estructura equivalente al Banco Central, también le generó dolores de cabeza innecesarios que fueron facturados por la oposición en campaña. En particular, declaraciones insólitas que van desde la posibilidad de crear un mercado de venta de órganos y hasta de niños, y privatizar las calles y el mar, hasta eludir la respuesta acerca de si cree o no en el sistema democrático.

Ahora bien, más allá de autodefiniciones, la descripción más adecuada para el gran público podría ser la de un libertario en lo económico (mínima intervención del Estado) y un conservador en lo moral, oponiéndose, por ejemplo, a reivindicaciones propias del ideario liberal como la legalización del aborto. En este punto parecería estar en línea con los Bolsonaro, los Trump o los Abascal, si bien en Milei no hay una impronta nacionalista ni, por supuesto, ningún tipo de política económica proteccionista. En síntesis, una combinación de reformas radicales anti Estado en materia económica amparado en un extremo individualismo y en la convicción de que es el mercado quien debe regular la interacción humana, sumado a un antiwokismo que en la Argentina se manifiesta en particular en una disputa contra el feminismo. Esa pareciera ser la carta de presentación para un candidato que, es justo decirlo, muchos consideran de ultraderecha y fascista. 

En todo caso, donde sí parece haber más acuerdo es en su perfil populista, no solo por rasgos mesiánicos de su personalidad con ribetes hasta místicos y un entorno de confianza que se reduce a su hermana, sino porque consultado sobre las eventuales dificultades de su gobierno para alcanzar mayorías no dudó en indicar que convocará a plebiscitos y movilizaciones callejeras como formas de presionar a “los privilegiados de la casta política”. Este ha sido, justamente, su leitmotiv y un elemento que también permite definirlo como populista incluso en los términos del pensador de izquierdas argentino Ernesto Laclau, para quien el populismo supone la identificación de un otro poderoso (“la casta política”) al cual se enfrentan grupos diversos con distintas demandas insatisfechas que logran unificarse detrás de un liderazgo.

Más allá de que hay un sinfín de aspectos circunstanciales que podrían explicar la emergencia de una figura como Milei, lo cierto es que su llegada al poder obedece a cambios estructurales que se vienen dando en la sociedad argentina. Por nombrar solo algunos datos, a diferencia de lo que ocurriera en 2015 cuando el espacio de Macri venciera al peronismo, Milei logró penetrar en las capas bajas. Más allá de la dependencia de la ayuda estatal que muchos consideran determinante al momento de explicar el voto peronista, ha proliferado en los últimos años un cambio profundo en la subjetividad hacia perspectivas emprendedoristas para las cuales el Estado, antes que una ayuda, es un estorbo. En otras palabras, se trata de la idea del Self Made Man encarnada ya no en yuppies del sistema financiero sino en repartidores de comida precarizados que, de repente, rechazan pertenecer a un sindicato.

Asimismo, el ya mencionado triunfo en 20 de los 24 distritos, supone que, a contramano de lo imaginado, Milei arrasó en lo que en Argentina se conoce como “el interior”, esto es, todo aquello que no es la Ciudad de Buenos Aires y el cinturón de la Provincia de Buenos Aires que la rodea.

Efectivamente, Milei ganó en buena parte del norte, bastión peronista si los hay; arrasó en la zona centro, tradicionalmente antikirchnerista, donde en provincias como Córdoba alcanzó el 75%, y también triunfó en el sur donde se esperaba un peronismo más fuerte. Incluso prácticamente empató la provincia de Buenos Aires, el reducto kirchnerista por antonomasia.   

También es de destacar la novedad del voto joven, hasta hace unos pocos años, emparentado con el kirchnerismo. Hay estudios que, de hecho, llegan a dar un 70% de votos a Milei entre los jóvenes de 16 a 24 años. A juzgar por la composición del voto, esos jóvenes votaron distinto que sus padres, especialmente los varones, en un gesto de rebeldía frente a un clima cultural progresista que deviene cada vez más opresivo.

De hecho, no caben dudas de que la propuesta de Milei resultó revolucionaria y, contrariamente a lo que se suponía, el hecho de salir a romper todos los consensos básicos de una democracia que en su última etapa está próxima a cumplir 40 años, lejos de generar temor, parece haber tenido un efecto movilizador a su favor.

Para finalizar, digamos que Milei encarnó la necesidad de cambio entendida como un significante vacío y allí tiene su oportunidad pero también su mayor riesgo. La gente votó salir como sea del actual gobierno peronista (versión socialdemócrata). Pero en esa desesperación se alcanza el último estadio de una crisis de representatividad como la que afloró en España con el movimiento de indignados del 15M. En el caso de Argentina, la crisis había explotado en 2001 y el grito de indignación se expresó en el “que se vayan todos”. Más de 20 años después, ese grito de cambio deviene menos pretencioso y se transforma en un “que venga cualquiera”. Eso no va en detrimento de la figura de Milei. Solo intenta explicar cuál es el clima cultural en el que un fenómeno como este pudo alcanzar la presidencia.       

Y aquí aparece el problema porque el contrato electoral no resulta claro. En otras palabras, es real que es la primera vez que un gobierno que va a llevar una reforma económica liberal lo anuncia abiertamente, a la inversa de casos anteriores donde el giro liberal se dio durante el mandato e incluso en contra de la voluntad de sus propios votantes. Pero la mayoría de la gente lo votó porque simplemente representaba algo distinto de lo que había y no porque abrace con fervor la línea de gobierno. En el mismo sentido, queda abierto el interrogante acerca del diagnóstico hecho tanto por Milei como por Macri respecto de las razones por las que el nuevo gobierno fue votado. Si pasan por alto que buena parte de ese 56% de sus votantes no aceptará durante mucho tiempo las consecuencias de un ajuste como el prometido, probablemente se enfrenten a una situación de enorme tensión social mucho antes de lo esperado.  

El tiempo es acotado. El gobierno promete una política de shock que conlleve sangre, sudor y lágrimas. Como todo gobierno nuevo, tendrá la tolerancia de sus votantes en un principio pero actuará sobre una economía en crisis que tiene una inflación del 150% anual y 40% de pobres. El primer gobierno paleolibertario elegido democráticamente comienza.