viernes, 27 de junio de 2014

Con pelota no hay patria grande (publicado el 26/6/14 en Veintitrés)

En estas últimas semanas estamos siendo testigos de una enorme cuña en los sueños de Bolívar y San Martín, un fenómeno capaz de suspender y postergar los anhelos de una patria grande. No son los fondos buitre ni el vehemente e insaciable sistema financiero; tampoco es la derecha neoliberal que enarbolando la bandera del eficientismo busca descentralizar y desempoderar a los Estados para transformarlos en meros instrumentos administradores de aduanas. Ni siquiera es el cipayismo vernáculo con sus ONG solventadas con dinero de la timba financiera o la izquierdita cínica que ironiza cuando no es un gobierno sino el futuro del pueblo argentino el que está en cuestión. Nada de eso. Se trata, señoras y señores, ni más ni menos que del fútbol. Sí, el fútbol. ¿Qué otra cosa podría ser? ¿O acaso alguien duda de que cuando empieza a rodar la pelota se va al carajo el sueño latinoamericano y lo único que deseamos es el triunfo propio y la caída del vecino rival?
Pues si bien es verdad que los nuevos aires de gobiernos progresistas que sucedieron a la década neoliberal han avanzado enormemente en una concientización del destino común de los pueblos del sur, y que la aparición de institucionales continentales con cada vez más peso fortifica esa cosmovisión, el fútbol abre un paréntesis, suspende, por dos horas, todo.
No hay por qué desesperarse ni hacer grandes y sesudas elaboraciones por esto. Menos que menos echarle la culpa a la irracionalidad de la pasión futbolera ya que la rivalidad con el vecino es constitutiva de la identidad nacional. Pues reconocer lo que somos implica comprender aquello que no somos, comprender el límite, lo que está afuera.
Es más, yendo al terreno más micro, la identidad tiene niveles y el “nosotros” y el “ellos” se va reconfigurando en cada una de esas instancias. Sin hacer psicoanálisis a la carta, nuestro barrio se diferencia del barrio contiguo, como nuestra cuadra se distingue de su paralela y como la casa que habitamos marca, por suerte, un límite con las costumbres insoportables que tiene nuestro vecino. Claro que nadie está diciendo que esas separaciones tengan que ser violentas o estén esencialmente cargadas de un tono poco amistoso más allá de que, cuentan nuestros terapeutas, el diferenciarse de ese primer “ellos” que son nuestros padres suele tener una carga traumática inherente.              
Pero si a esto le sumamos la historia de los Estados nacionales notaremos que el problema se agrava pues quien considere que las fronteras políticas y jurídicas son representativas de identidades en común desconoce que la necesidad de homogeneización, de darle unidad a aquello que no lo tenía, muchas veces sacrificó las diferencias de manera violenta. Como verá, no estoy diciendo nada novedoso sino contando la historia de los últimos siglos en el continente y en el mundo. Es más, podríamos decir que buena parte de los innumerables conflictos que subsisten en el planeta tienen que ver con aquellas identidades que por razones ajenas forman parte de un Estado nacional que no las representa. Preguntemos a nuestros rivales mundialistas, los bosnios, sobre su triste historia reciente. O veamos cómo las diferencias tribales marcaron peleas públicas dentro del equipo camerunés. Y se trata, simplemente, de dos pequeños ejemplos pues cada Estado tiene sus particularidades.
Ahora bien, tanto en el fútbol como en la vida cotidiana, los distintos estratos de la identidad que nos van diferenciando de papá y mamá, de los compañeros de la escuela, del vecino, del barrio de enfrente, de la provincia, del país limítrofe, de la otra galaxia, tienen como dato insoslayable la cualidad de aquello de lo que nos diferenciamos, y es según esto que podemos tejer circunstanciales alianzas. Pasa a todo nivel: en el plano estatal Argentina y Uruguay pueden tener un conflicto por una pastera pero cuando los que están en frente son los fondos buitre, resulta claro que estamos del mismo lado; a nivel local, algunos políticos de la oposición son recalcitrantemente antikirchneristas y hacen de la diferenciación con el kirchnerismo su marca de identidad. Sin embargo, cuando está en juego la renegociación de la deuda o cuando se avanza en la expropiación de YPF o en la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, frente a un otro común y poderoso, cierran filas con el oficialismo. En el fútbol sucede lo mismo: cuando nuestro pobre y pequeño equipo del barrio enfrenta al pobre y pequeño equipo del barrio vecino la disputa puede ser enorme y hasta llegar a límites insospechados. Sin embargo, es probable que si nuestro vecino enfrenta a un equipo todopoderoso de otro país, el hecho de pertenecer a una misma ciudad o compartir el destino de equipo chico y/o pobre, fuera la variable más importante a la hora de tomar posición. Sin dudas, está lleno de excepciones y en el fútbol vernáculo somos testigos de cómo los equipos de La Plata o Rosario desean que su rival pierda aun cuando el adversario sea el poderoso Real Madrid. Pero, en general, aquello que está en frente es determinante y cambia drásticamente la perspectiva.
Futbolísticamente, Argentina tiene rivalidad con Uruguay pero creo que quedó claro que cuando “la celeste” enfrentó a Inglaterra todo argentino tenía la camiseta de Uruguay puesta; también hay una rivalidad con los chilenos pero frente al poderoso España, seguramente, una buena parte de los argentinos hincharon por Chile. Es más, a pesar de que la historia reciente en temas geopolíticos marca una cierta conflictividad entre Chile y Argentina, cuando “la roja” enfrente a Brasil seguramente los argentinos estarán del lado de Chile simplemente porque Brasil es el poderoso. Del mismo modo, frente a grandes europeos, los pueblos de Latinoamérica probablemente apoyarían a Argentina o a Brasil pero si estos dos grandes seleccionados enfrentaran a alguna “cenicienta” como Ghana o Corea del Sur, seguramente, con algo de morbo, jugarían una ficha al débil pues siempre es placentero ver caer al Goliat.    
Estas diferencias, al menos hasta el día de hoy, han quedado dentro de la cancha y no hay noticia alguna de enfrentamientos entre hinchas de diversas nacionalidades en este mundial. De hecho, debería afirmarse que resultan mucho más violentos los enfrentamientos en el fútbol local de cada uno de los países siendo los clásicos, esto es, los partidos entre vecinos, los de mayor peligro. Por eso no creo que sea para alarmarse ni que se deban mezclar los avances que se vienen dando a nivel político, cultual y económico entre los países sudamericanos, con la rivalidad inherente a las gestas deportivas, pues esto último no desmiente ni pone en riesgo lo primero.
Parafraseando a un filósofo contemporáneo: “hay que dejar de metaforizar con el fútbol por lo menos dos años”, hay que dejar de abonar la idea de que el fútbol es una extensión lineal de la política exterior o que lo que sucede entre los ciudadanos de cada país durante el partido da cuenta de la relación entre los pueblos. Porque si bien es un juego que marca lo que somos, nos atraviesa y nos encanta, es un juego capaz de crear rivales que dejan de ser tales una vez que el árbitro da por finalizado el cotejo. 


viernes, 20 de junio de 2014

El poder y la ley (publicado el 19/6/14 en Veintitrés)

No le busquen racionalidad, ni se apoyen en tecnicismos y legalidades para comprender una decisión eminentemente política del poder económico. Había mucho en juego, tanto que lo mucho que se jugaba Argentina era poco. Porque la disputa no es entre un país sudamericano y un minúsculo grupo de lacras con abogados igualmente saqueadores sino una disputa entre dos etapas del capitalismo que coexisten más en pugna que amistosamente: el capitalismo productivo y el capitalismo financiero.
En otras palabras, esa aceleración capitalista que desde los años 70 se desvinculó de la realidad material para inflar y explotar esporádicamente burbujas de timba, debía dejar en claro que la seguridad jurídica coincide punto por punto con la bestialidad irracional de un poder ilimitado para el que la soberanía de los Estados particulares es simplemente una anécdota, un capricho obsoleto de la cartografía política.
Así es que llegamos a esta violencia barbárica que esbirros y adláteres de aquí y de allá intentan justificar a partir de presuntos desaciertos en una negociación que ganó el apoyo del 92,4% de los acreedores y le hizo ahorrar a la Argentina miles de millones de dólares pagando, por cada dólar, 36 centavos. Negociación que tuvo sucesivas reaperturas y que ha sido llevada adelante por una gestión que ha demostrado voluntad de pago en varias ocasiones: desde la cancelación de la deuda con el FMI, pasando por el pago en tiempo y forma de lo acordado en 2005 y 2010 con los acreedores de la deuda defaulteada creada por gobiernos anteriores, el acuerdo con Repsol y el reciente trato con el Club de París.  
Nada de esto ha sido valorado a punto tal que hay quienes explican la decisión de un juez estadounidense por el presunto destrato que habría recibido de autoridades argentinas en discursos públicos realizados dentro de nuestro país. Al escuchar ese tipo de análisis uno siempre se pregunta si son o se hacen. Pues al fin de cuentas siguen una lógica similar a la que usan los chicos en la escuela cuando no dejan que uno hable mal de la maestra ante el riesgo de que ella escuche, los rete y los tome “de punto”. Pero lo más curioso es que apoyar tal hipótesis supondría poner en tela de juicio la propia idoneidad de un juez como Griesa pues se trataría de un hombre cuyos fallos no dependen de la letra de la ley sino de la discrecionalidad de sus gustos, disputas personales y humores mañaneros.
Pero, una vez más, a no equivocarse: se trata de algo más que el berrinche de un juez. Pues, más bien, lo que acaba de ocurrir en Estados Unidos no es más que la radicalización de la disputa al interior del sistema capitalista. Por ello Argentina no podía ganar. Porque el triunfo de Argentina hubiera significado el triunfo de la soberanía de Estados nacionales que reivindicaban un modelo que sin dejar de ser capitalista decidía poner fin al gran mecanismo de sujeción que encontraron los poderosos para encadenar a los países sin necesidad de intervención militar: la deuda. Los argentinos lo sabemos bien y durante mucho tiempo hemos sido testigos de las misiones de organismos internacionales que, con total descaro, venían a auditar nuestra economía y las decisiones que tomaban nuestros representantes en materia de política económica. Los esperábamos con gran expectativa, les dábamos la tapa de los diarios, los tratábamos como emperadores extraterrestres y, luego, implorábamos una palmadita en la espalda.
Pero esa es la gran trampa que nos han legado. Porque ya no se trata de países ocupados. Se trata de países endeudados; de países que dejaron de ser soberanos frente a organismos internacionales y que se encuentran obligados a resolver sus disputas con empresas en tribunales ajenos a la jurisdicción nacional. Sí, se trata de países como el nuestro, que fueron sometidos a una legislación extranjera con sede en New York por la anuencia de los gobernantes que tomaron deuda y aceptaron una normativa hecha a medida del capital financiero. Porque la sede de New York no es más segura, ni más neutral ni más objetiva: es sólo la más permeable a los intereses de unos pocos y la simbólicamente más pesada carga que un poder político puede tolerar, llámese gobierno argentino, gobierno estadounidense, G77 más China o agrupación de Estados que se quiera reunir. Porque más allá de que, independientemente de las cuestiones técnicas, sabemos que la salida a esta cuestión tendrá que surgir, en el largo plazo, de una enorme presión de los Estados nacionales actuando como bloque frente a la prepotencia del capital transnacional, lo cierto es que hoy esa presión no ha sido efectiva y es simplemente una testigo pasiva. ¿De qué? De la conjugación pornográfica del poder económico con el poder judicial, esto es, el poder republicano que prescinde de la legitimidad del voto y que, en tanto tal, se ha transformado en el último redil de la reacción conservadora. Y, como se puede observar, no es una problemática estrictamente argentina: es global. De hecho, la mayor perversión del sistema es que ha constituido un entramado jurídico al servicio del poder económico completamente centralizado al tiempo que ofrece las mieles de un mundo sin fronteras que solo es tal para los negocios y nunca para los parias, los marginados y los indocumentados.  
En este sentido son ingenuos o cómplices los que consideran que el gran problema del proceso que comenzó en la dictadura y se afianzó mediante un gobierno democrático en los años 90 en la Argentina, fue la corrupción, esto es, todo aquello que se hizo “por izquierda”. Se trata, más bien, de todo lo contrario: lo más nocivo es lo que se ha hecho “por derecha”, es decir, legalmente. Porque lo que le da potencia a ese poder irracional es que hoy en día no se enfrenta a la ley sino que coincide con ella de modo tal que su fuerza, para colmo de males, está legitimada. La ley no lo limita sino que lo potencia y lo extiende. Por eso no necesita la represión o la intervención directa. Puede utilizarla pero en última instancia. Le alcanza con la ley y ni siquiera necesita demasiado de las zonas grises del derecho ni de sus intersticios. Pues es desde la plena legalidad que se prescinde de una penetración capilar y enmascarada para, con toda visibilidad y vehemencia, condicionar a generaciones enteras sin otro afán que el más vergonzante y violento deseo de usura.            

           

viernes, 13 de junio de 2014

Ver y no ser visto (publicado el 12/6/14 en Veintitrés)

En un país donde todos son expertos en materia judicial y amplios conocedores de una causa complejísima, quisiera referirme a un aspecto que ha estado en el foco de la polémica la última semana en la causa por la ex Ciccone. Más específicamente quisiera apuntar a la sorprendente propuesta del Vicepresidente Amado Boudou de transmitir en vivo su declaración indagatoria o, eventualmente, grabarla para luego darla a conocer a través de los diferentes medios de comunicación.
El eje estuvo puesto, en un primer momento, en la cuestión técnico-legal, acerca de si tal posibilidad estaba permitida, pero hombres difícilmente sospechables de alto contenido de  kirchnerismo en sangre, como el fiscal de la causa Jorge Di Lello, o el ex fiscal y diputado por la UCR, Manuel Garrido, admitieron que no existía prohibición alguna aunque, eso sí, indicaron que la decisión quedaba en manos del juez. Para quitar el eufemismo, debieran haber dicho que, si no hay prohibición legal alguna, lo que queda en manos del juez es la determinación arbitraria y discrecional sobre el asunto, algo que sigue sucediendo demasiadas veces aun en los sistemas jurídicos actuales.
Lo cierto es que el juez se negó a que la indagatoria sea transmitida o grabada para posterior publicación de modo tal que, al menos por ahora, la polémica ha sido cerrada más allá de que quedará para futuras especulaciones las razones últimas por las que el juez tomó esa decisión, especialmente tomando en cuenta que la declaración indagatoria es un derecho del indagado.
Ahora bien, detengámonos en ese punto porque la intuición, para los ciudadanos de a pie que no visitamos asiduamente tribunales, es que la no publicidad de la declaración es un derecho del indagado. Es más, probablemente, si a usted le tocara ser indagado, exigiría que la declaración no salga del despacho del juez aun cuando se supiese inocente. En este sentido, ¿qué es lo que llevaría al Vicepresidente a exigir insistentemente que se le permita mostrar a la ciudadanía toda su declaración?         
Tal pregunta obliga a hacer una breve reseña histórica de la importancia que ha tenido la publicidad como uno de los modos que encontraron los ciudadanos para protegerse del poder.
Piénsese, por ejemplo, la enorme transformación que significó en la antigua Grecia que los jueces tuvieran que dar a conocer por escrito sus sentencias. Sí, ese pequeño detalle, implicó que se acabara con la discrecionalidad de los jueces, algo que iba en detrimento de la igualdad de la ciudadanía. Porque cuando los jueces no hacían públicas las razones de sus fallos, tenían el camino libre para resolver los conflictos de manera arbitraria según el modo en que se hubieran despertado ese día, el rostro, la pertenencia social/familiar del acusado en cuestión, etc.
Algo similar sucedió cuando durante el siglo de las luces creció exponencialmente el reclamo de la sociedad hacia gobernantes cuyo autoritarismo ya no sería tolerado por una ciudadanía que se sabía poseedora de un conjunto de derechos invulnerables.
¿Qué logró imponerse? Algo bastante simple: que los gobernantes estén obligados a hacer públicas las decisiones.
Sí, efectivamente, se acababa el secretismo, las decisiones a espaldas a la ciudadanía, por la sencilla razón que lo público comenzó a ser visto como manifestación de una moral racional y universal que funcionaría como tribunal de las decisiones de los gobernantes. En términos del imperativo categórico de Immanuel Kant, para saber si una acción es correcta debo poder reflexionar tomando en cuenta si puedo desear que todos actúen del mismo modo que yo. Es decir, debo “universalizar la máxima”. En este sentido, si estoy a punto de mentir debería pensar “¿puedo desear que todos mientan?” y el resultado de esa reflexión arrojaría que no corresponde mentir.
Llevado al terreno jurídico, según Kant, una máxima que no puede ser expresada públicamente y que debe mantenerse en secreto por la falta de reconocimiento y aceptación que generaría entre la ciudadanía, no puede ser considerada jurídica.
Aclarado esto, se comprenderá mejor que no es casual que el poder siempre haya rechazado esta obligación de publicitar sus acciones pues, naturalmente, lo expone, lo desnuda, frente a la opinión pública. Y tampoco es casual que haya sido la ilustración la que hizo de la obligatoriedad de la publicidad de los actos uno de los estandartes de las repúblicas y, más tarde, de los sistemas democráticos, pues durante el siglo de las luces se marcó un punto de inflexión en cuanto a la relación entre la sociedad civil, el poder y las verdades establecidas.
De hecho, ha sido ese siglo XVIII el que dio lugar a los cafés, a los encuentros sociales y a la aparición de la prensa, aquella encargada de controlar al poder y de acercar información a la opinión pública. Claro que el tiempo ha pasado y quien considere, al día de hoy, que el poder sigue estando, exclusivamente, en manos de los gobiernos es ingenuo o cómplice. Si no, basta observar cómo los grandes medios de comunicación, por intermedio de sus portavoces estrellas, se negaron a transmitir la audiencia. No importó el rating esta vez, ni la situación inédita de la transmisión en vivo de la indagatoria a un Vicepresidente. Importaba lo que allí se pudiera decir, lo que se le podía espetar al juez y lo que Boudou afirmaría sobre el rol que jugaron los medios de comunicación en esta causa. Más allá de que, sin duda, el pedido de Boudou puede verse como una estrategia de cara a una opinión pública que cada vez tiene menos autonomía y está constituida a imagen y semejanza de la opinión publicada por los medios que consume, lo cierto es que ha llamado la atención la negativa de los grandes medios a, simplemente, mostrar al Vicepresidente en una indagatoria en la que, según indicaban estos mismos medios, no tendría manera de responder a las presuntas pruebas recogidas por el juez.
Pero así funciona el poder, como indicaba Michel Foucault en su célebre descripción del modelo panóptico que regía las disciplinarias instituciones occidentales. Se trataba de esa estructura en la que un solo vigilador podía observar, desde su sitio, a todos los vigilados sin que éstos pudieran observarlo a él. Esta ausencia de reciprocidad entre el que ve y los que son vistos era la marca identitaria de esa cárcel y de las instituciones que seguían ese modelo. No podía ser de otra manera porque, justamente, de eso trata el poder: de verlo todo sin jamás ser visto.    

                               

viernes, 6 de junio de 2014

No apto para ansiosos (publicado el 5/6/14 en Veintitrés)

Días atrás se dio a conocer una encuesta de ARESCO que marcaría, en caso de ser representativa, algunas novedades de cara al escenario electoral del 2015.
El primer dato a resaltar es que Massa habría detenido su crecimiento en un número cercano al 20% de los votos. Hacer hipótesis ambiciosas sobre este punto puede dejarnos en ridículo por la veleidad del electorado y por el margen de error de las encuestas pero cabe decir que resultaría comprensible que esto sea así en la medida en que el Frente Renovador tiene, hasta ahora, dificultades para instalarse fuera de la provincia de Buenos Aires y ni siquiera en ésta tiene un candidato a gobernador que traccione votos. Asimismo, el resultado auspicioso logrado por Massa en la última elección acrecentó el aglutinamiento alrededor de su figura de una enorme cantidad de dirigencia desahuciada comprometida incluso con acciones antidemocráticas. En este sentido, más allá de sus Redrados, Massa aparece como la derecha peronista en frasco de joven proactivo sonriente y salvo una enorme operatoria de maquillaje no le será fácil el camino hacia la Casa Rosada.
Como segundo dato se muestra el crecimiento de Macri hasta apenas un par de puntos debajo de Massa. A diferencia de este último, el PRO viene haciendo pie, aunque más no sea en base a “celebrities”, en diferentes provincias. Esto lo hace sin desdeñar la disputa punteril territorial ni en Capital ni en Provincia de Buenos Aires. Sin embargo, se presenta como una derecha moderna y se posiciona como la novedad recurriendo a referentes que se han desarrollado por fuera de la política. Esto le puede acercar un voto no peronista. Pero, a su vez, tiene, por supuesto, problemas para instalar candidatos y salvo Gabriela Michetti es difícil apostarle a ganador a alguno de sus hombres y mujeres en distritos importantes. Con todo, a diferencia del Frente Renovador, el PRO no tiene plan B: es Macri presidente o, probablemente, la disolución del partido con la consecuente dispersión de sus dirigentes hacia otros espacios. En este sentido, Macri no puede bajar su candidatura. Massa, en cambio, sí puede dar un paso al costado y jugar su carta para gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Todo el establishment desea eso porque una alianza explícita o implícita entre ambos garantizaría el triunfo pero hay un solo problema: a Massa le fue demasiado bien en 2013 y sigue estando arriba de Macri en todas las encuestas. ¿Cómo convencerlo, entonces, para que se baje?
En cuanto a FAUNEN, tanto la mencionada encuesta como las de otras consultoras, observan un crecimiento pero ubican a cualquiera de sus potenciales candidatos (especialmente Cobos y Binner) en un cuarto lugar, algunos puntos encima del 10%. Es de esperar que este espacio siga creciendo pues representa a ese sector de la población antiperonista enamorado de los buenos modos, la pulcritud, el denuncismo indignado y la palabra republicanismo. Su máxima aspiración es obtener el resultado electoral de la Alianza en 1999 pero, sin dudas, el escenario es otro y salvo algunos intelectuales marcados por la primavera alfonsinista que vienen realizando un periplo desde el maoísmo y el mayo francés hacia un discurso funcional a las corporaciones económicas, el optimismo no desborda.
Asimismo, a FAUNEN se le plantea un problema que ni Macri ni Massa tienen: la cantidad de candidatos dentro del propio espacio. En este sentido, aun cuando entre todos obtuviesen un 25% o hasta un 30%, tal número quedaría dividido en, quizás, hasta 5 candidatos: Cobos, Binner, Carrió, Solanas y Sanz. De este modo, el ganador por FAUNEN en las PASO iría a competir a la primera vuelta con menos del 15% de los votos frente a candidatos opositores que, sin duda, van a estar por encima de ese número. Por supuesto, esperarán que los votos hacia los que quedaron rezagados dentro del espacio se redirijan automáticamente al ganador de la interna pero todos sabemos que esa relación, en política, nunca es directa.
En cuanto al Frente para la Victoria, hay datos esperanzadores pero las dificultades no son menores. Los elementos a destacar son varios. En primer lugar, la encuesta de ARESCO lo da a Scioli por encima de Massa. Aun cuando otras encuestas no dicen lo mismo, lo cierto es que Scioli, puntos arriba, puntos abajo, está parejo con el candidato del Frente Renovador. Pero lo interesante es que la encuesta plantea escenarios en el que el candidato del Frente para la Victoria no es Scioli sino Randazzo, en un escenario, y Urribarri en otro. Con estos últimos dos candidatos el caudal de votos hacia el oficialismo disminuye pero muchísimo menos de lo esperado a tal punto que Randazzo sumaría 20,8 y Urribarri 16,3% (respectivamente 4,5% y 9% menos que el escenario en el que el candidato es Scioli).
Las lecturas que se puede hacer de estos datos son variadas pero podría decirse que si bien Scioli sigue siendo el mejor candidato del oficialismo, cualquier candidato que reciba la unción de Cristina Fernández obtendría un caudal de votos que le permitiría ingresar al ballotage incluso con números cercanos a los de Scioli. Asimismo muestra que el oficialismo no está a merced de Scioli como se ha intentado instalar a partir de las encuestas. Podría llegar a decirse, incluso, lo contrario, pues el caudal de votos de Scioli solo se sostiene en tanto candidato del Frente para la Victoria. Salirse de ese espacio implicaría automáticamente el fin de su esperanza en transformarse en presidente.
En cuanto a los problemas del oficialismo se pueden marcar como mínimo dos. El primero es similar al del FAUNEN, esto es, la imposibilidad de poder elegir un candidato lo llevaría a dirimir el asunto en las PASO. Esto debilitaría mucho al elegido en tanto llegaría a la primera vuelta con un porcentaje cercano al 20%. El punto aquí es que dado que es probable que en un escenario de segunda vuelta los candidatos del Frente para la Victoria tengan serias dificultades para vencer a cualquiera de sus oponentes, el candidato oficialista debería obtener al menos un 40% en la primera vuelta y esperar que ninguno de sus adversarios llegue al 30%. Partiendo de un número cercano a 20% en las PASO no será fácil llegar al 40%. Sin dividir el voto y partiendo, en cambio, del 33% que, como piso, ha obtenido el kirchnerismo desde 2003, el escenario sería otro.
Planteada esta paridad general, el oficialismo tendrá dificultades para lograr imponerse pero la oposición no la tiene más fácil. Especialmente porque a diferencia de las elecciones en las que se podía observar algo así como 3 espacios (un oficialismo de centro izquierda, un liberalismo de centro derecha y un republicanismo institucionalista de centro) con un caudal de un tercio de los votos cada uno, hoy, producto del éxodo de sectores de la derecha peronista detrás de Massa, las variantes son 4. De aquí la desesperación del establishment por tratar de bajar a uno de los candidatos: sea Massa en alianza con Macri, sea FAUNEN en alianza con el actual Jefe de Gobierno.     

En síntesis, a casi un año de la elección el escenario parece complejizarse y dispersarse todavía más. Ninguno de los opositores se corta solo para garantizarse el voto útil antikirchnerista y el gobierno, si bien está lejos del 40%, observa que distintos candidatos dentro de su espacio son capaces de pelear cabeza a cabeza con Scioli, un candidato resistido por diversos sectores que forman parte del kirchnerismo. De esto se sigue que, electoralmente hablando, el futuro de la Argentina sea no apto para ansiosos.   

jueves, 5 de junio de 2014

Bestiario político argentino N° 20: Los Termocéfalos (publicado el 4/6/14 en Diario Registrado)

Las ideas conservadoras y la defensa cerrada de las mismas era la característica saliente de los termocéfalos ya en la antigüedad. Estas monstruosidades con rasgos antropomórficos fueron denominadas así por la temperatura desproporcionadamente alta que tenían en la cabeza.  Si bien no se podía reconocer si las ideas conservadoras eran las que elevaban la temperatura o es la defensa de las mismas la que genera ese particular desbarajuste corporal, lo cierto es que ya en esa época, y aun con rudimentarios instrumentos, se comprobó que los termocéfalos convivían con nosotros y que eran fácilmente detectables. A tal punto que era juego típico de adolescentes molestarlos apareciendo de repente para espetarles conceptos revolucionarios como “cambio”, “igualdad”, “democracia”, “distribución de la riqueza” o “despenalización”, algo que, sin duda, enloquecía a estas particulares criaturas.
Pero la peor afrenta al termocéfalo es la posibilidad de sostener la indeterminación o la complejidad de un determinado asunto. A punto tal que existen algunas leyendas urbanas que indican que alguna vez, frente a una problemática enormemente compleja, un termocéfalo llegó a una temperatura craneal cercana a los 100 grados, manteniéndose en ese estado mucho tiempo tanto como el que puede mantener un termo el agua caliente. La razón de esta reacción es fácilmente comprensible:  los termocéfalos son seres simples que tienen un mirada maniquea e impulsan, incluso desde su propia lengua, formas binarias de exclusión, con buenos muy buenos y malos muy malos, con blancos muy blancos y negros muy negros.   
En tiempos donde se consideraba que el nacer mujer o varón tenía que ver con la temperatura del semen del padre, entendiendo que, a menor temperatura mayor imperfección, es decir, mayores posibilidades de que nazca mujer, los termocéfalos reivindicaban su condición como representativa del género humano, algo que insólitamente muchos siguen defendiendo hasta hoy con la vehemencia de quien tiene la cabeza caliente. Frente a ellos, antes que un paracetamol, lo que se recomienda es exponerlos a un espejo mientras las transformaciones culturales de la humanidad les pasan por delante de sus narices.