jueves, 27 de octubre de 2016

Mentiras, algoritmos y burbujas (publicado el 27/10/16 en Veintitrés)

La discusión en torno a la denominada “ley de medios” durante los últimos años de la administración kirchnerista, tuvo como consecuencia algo más importante que la sanción de la ley: el hecho de poder esclarecer que detrás de las noticias había intereses, y que la independencia, la neutralidad y la objetividad, en el mejor de los casos, son inalcanzables y, en el peor, solo son el eufemismo utilizado en una operación de encubrimiento ideológico. Asimismo, tomar conciencia de la posición dominante de determinados grupos mediáticos, hizo que la disputa comunicacional se trasladara a internet, plataforma que, con nulo o escaso costo, se transformaba en el espacio donde poder librar “la batalla cultural”. Hay infinidad de ejemplos de medios o usuarios que disputan esta batalla a diario, a veces, con relativo éxito, pero el sentido de estas líneas es llamar la atención sobre un fenómeno bastante particular que no deja de sorprender, pues muchos de los que tienen conciencia crítica respecto al rol de los medios tradicionales, consumen con enormes dosis de ingenuidad la información que circula a través de redes sociales o medios online. Podría decirse, entonces, que aquellos que se dieron cuenta que Clarín mentía todavía no se han dado cuenta que los usuarios también mienten y que la información que circula en las redes suele estar enormemente tergiversada. Si tomamos en cuenta que las nuevas generaciones ya no se informan a través de los medios tradicionales sino, fragmentaria y descontextualizadamente, a través de lo que circula en las redes sociales, el panorama es alarmante.
Sin ir más lejos, en los últimos meses se ha desatado una enorme controversia en EEUU respecto a Facebook. ¿Qué sucedió? Esta red social, que ya cuenta con aproximadamente 1700 millones de usuarios en todo el mundo, decidió incluir una suerte de “lista” de las principales noticias y/o posteos, tal como hacen otros sitios. La pregunta que surgió allí es: ¿quién determina cuáles son las noticias y los posteos a destacar? Facebook respondió que esa lista es confeccionada por un algoritmo que toma en cuenta tres criterios: afinidad, importancia y fecha de la publicación. En otras palabras, aquellas publicaciones que encontramos en las redes sociales estarían filtradas según la “cercanía” que tengamos con ellas, la cantidad de interacciones que los usuarios hayan tenido con tales noticias y la fecha de publicación, privilegiando, claro está, aquellas más actualizadas. Con todo, investigaciones periodísticas mostraron que tal algoritmo estaba digitado por un conjunto especializado de “editores” con la facultad para visibilizar o invisibilizar determinada información. Por ello, impulsado por el bloque republicano, el Senado estadounidense realiza una investigación al respecto pues hay sospechas de que esa edición tiene un sesgo político e ideológico.
Pero supongamos que detrás de Facebook no hay editores sino, efectivamente, un algoritmo. ¿Acaso esto disminuiría la gravedad del asunto? Todo lo contrario, por la sencilla razón que explicábamos antes: comienza a haber cierto acuerdo en cuanto a que todo editor de un medio es parcial pero no existe tal conciencia respecto de la información que circula y que es priorizada en la web. Ahora bien, ¿qué es un algoritmo? Se trata de un conjunto de reglas e instrucciones que, a través de un conjunto finito de pasos, permite llevar adelante una actividad o resolver problemas. Casi siempre se los vincula con la matemática aunque su definición las excede a tal punto que hasta un manual de usuario común puede ser visto como un algoritmo. A su vez, en la informática los algoritmos son clave y no existirían ni programas ni computadoras sin ellos.
En este sentido, Kevin Shavin, en una charla TED titulada How algorithms shape our world afirma: “Las matemáticas en general han pasado de ser algo que se extrae y se deriva del mundo a algo que realmente empieza a darle forma al mundo que nos rodea y al mundo dentro de nosotros, [y lo hacen] específicamente con algoritmos, que son básicamente las matemáticas que utilizan las computadoras para tomar decisiones. [Las matemáticas, a través de los algoritmos, moldean nuestro mundo y] adquieren sentido de verdad porque se repiten una y otra vez, se osifican, se calcifican y se vuelven reales”.
Ahora bien, los algoritmos no solo se encuentran en Facebook sino también en Google y en toda la web. Para comprender ello, pongamos algunos ejemplos. ¿A vos no te resulta curioso que minutos después de buscar información sobre un viaje a Europa, en páginas web que nada tienen que ver con viajes, te aparezcan ofertas de hoteles en Europa? Y si te gustan los libros, ¿te parece casual que internet te ofrezca todo el tiempo libros del autor que más te gusta? En este mismo sentido, ¿por qué un sitio como Netflix te ofrece mirar un estilo de películas y no otras?
Una respuesta a esto la dio Eli Pariser, en una charla TED de 2011 que se hizo viral y que se tituló Beware online “filter bubbles”. Allí se mostró que las búsquedas de Google no son estándar sino que varían de usuario en usuario. La razón es que Google utiliza hasta 57 criterios para personalizar la búsqueda, tomando en cuenta, por ejemplo, ubicación y tipo de dispositivo. Para dar cuenta de esto, Pariser le pidió a dos amigos que escribieran, al mismo tiempo, en el buscador de Google de sus dispositivos, la palabra “Egipto”. A uno de ellos, seguramente menos politizado, el buscador le ofrecía datos de la ubicación de aquel país e información sobre cómo ir a conocer las pirámides. Al segundo, más interiorizado en los sucesos políticos, Google le ofrecía acceso a información vinculada a la denominada “primavera árabe”. Este sesgo, producido por estos algoritmos que nos ofrecen información según la forma en que navegamos en Internet, se lo conoce como “burbuja de filtros” y echa por tierra las fantasías respecto a internet como un espacio abierto a todo tipo de intercambio, especialmente intercambio de puntos de vista divergentes. Las burbujas de filtro, basadas en nuestro comportamiento y nuestras preferencias anteriores, sesgan la búsqueda y el acceso sin contárnoslo; nos facilitan la información presuntamente relevante para cada uno porque hay grandes posibilidades de que sigamos interesados en navegar por los mismos sitios y consumiendo determinado tipo de información, pero de manera solapada van recortando la realidad a aquello que más se acomoda a nosotros. De hecho, Pariser cuenta que le asombró cómo, de repente, Facebook dejó de mostrarle las publicaciones de sus amigos conservadores, por el simple hecho de que un algoritmo identificó que él prestaba más atención a las publicaciones progresistas. Dicho esto, ¿ahora te resulta casual que en las redes sociales, mayoritariamente, tus amigos piensen lo mismo que vos? Estar rodeado de quienes piensan como uno no es en sí mismo malo pero sí lo es si se pierde vista que se trata de un microclima. Y esa es la gran trampa de los algoritmos y de las burbujas de filtro. Porque nadie te avisó de su existencia y vos, que seguís creyendo que lo que aparece en Google es objetivamente lo más relevante, creés que la prioridad de unas noticias sobre otras es representativa de una realidad objetiva. Por ello, tal como indica un estudio reciente de Comunicadores de Argentina, no resulta casual el modo en que el establishment político y mediático busca influir en determinadas redes como Twitter. El estudio analiza las noticias destacadas que brinda Twitter en ciento ocho pantallas durante abril y octubre de 2016, y allí se resalta que el 90,5% provienen de cuentas de funcionarios, referentes o ministerios del actual gobierno. Asimismo, si ponemos el énfasis en la presencia de empresas de comunicación, Twitter destacó las noticias que provenían del Grupo Clarín (53,7%), La Nación (15,3%) y CNN (11,4%). Esto quiere decir que cada vez que un usuario ingresa a Twitter se topa con más de un 80% de noticias tamizadas por el sesgo de estos conglomerados mediáticos. Y lo grave es que el usuario desprevenido no se da cuenta.
En este panorama, el desafío es enorme pues hay una porción de ciudadanos, en su mayoría jóvenes, que se enfrenta a los medios en general con la misma ingenuidad que se tenía antes de la discusión sobre la ley de medios; pero a su vez, existe otra porción de la ciudadanía que ya conoce el funcionamiento de los medios tradicionales y sus editores pero navega acríticamente por internet rodeado de algoritmos y burbujas de filtro que le construyen su propia realidad en cuanto consumidor, haciéndole creer, como hacía y pretende seguir haciendo Clarín, que esa realidad que le han construido, es la única posible.  


viernes, 21 de octubre de 2016

Meteorología política (publicado el 20/10/16 en Veintitrés)

En estas líneas me propongo hablar de política, medios y cultura a partir del clima, de modo que esta columna será una verdadera “reflexión meteorológica”. Efectivamente, aunque parezca pretencioso, lo ocurrido semanas atrás con el Huracán Matthew que azotó Cuba, Haití y Estados Unidos puede ser la excusa para exponer un conjunto de ideas que van bastante más allá de un fenómeno natural. Pues gracias a este huracán se puede reflexionar sobre el modo en que ningún país está exento de un desastre natural pero cómo vivir en un país pobre agiganta enormemente las posibilidades de multiplicar sus graves consecuencias; incluso también puede ser útil para que quede expuesto, una vez más, el narcisismo de la humanidad y su compulsión por la detección de responsables cuando es incapaz de tolerar que a veces no se pueda hacer nada frente a los fenómenos naturales y que los desastres que estos ocasionan, en muchos casos, no sean responsabilidad ni de un gobierno, ni de un Estado. Asimismo, para los interesados en la comunicación, puede resultar digno de estudio el modo en que los medios argentinos estuvieron durante días informándonos sobre un huracán simplemente porque el afectado iba a ser Estados Unidos y porque tales medios locales no hacen más que replicar la agenda de las agencias de noticias internacionales cuya estrategia es regional.
Con todo, la preocupación por el clima trasciende la noticia de un circunstancial huracán a tal punto que basta observar cómo cada noticiero tiene su especialista y cómo, para la radio y la televisión, la temperatura y el clima son tan importantes como el anuncio de la hora.
Según el ensayista francés Pascal Bruckner, en su libro La euforia perpetua: “Los canales de televisión dedicados a la meteorología están sometidos a una doble obligación: de exactitud y de euforia. Las perturbaciones deben ser preferentemente breves y anunciar una mejora, el sol tiene que acompañar a los que se van de vacaciones, a condición de que no degenere en canícula y sequía. El tiempo ideal debe combinar constancia y moderación. Por eso el presentador pone cara de circunstancias cuando predominan el frío y la lluvia (…) y sin embargo alegra la cara cuando vuelve el buen tiempo. Siempre se ve obligado a combinar la seriedad de un científico y la solicitud de una madre que nos dice “¡Si vas a [salir] esta tarde, llévate el abrigo!””.
“Asepsia y moralina paternalista” podría ser el título de esta última reflexión de Bruckner en la que se muestra que, en el encargado de anunciar el estado del tiempo, se debe conjugar la pulcritud y eficiencia que compartirían, supuestamente, el discurso científico y el periodístico, con las lecciones y las buenas costumbres que emanan de todo presentador de noticias. 
Pero en los medios argentinos, la meteorología no pudo sustraerse a la espectacularización y al amarillismo, de modo tal que, de repente, cada anuncio de lluvia viene con “alerta por posible caída de granizo” y la temperatura objetiva cedió lugar a la sensación térmica. Es curioso este último caso porque el periodismo que dice siempre estar receloso de los datos duros, se encuentra obsesionado por el dato muy poco duro de la sensación que tiene la gente en el cuerpo, especialmente si las temperaturas son extremas, sea por mucho frío, sea por mucho calor. En este sentido, la meteorología mediática reemplaza al “riesgo país” y al “precio del dólar” en lo que respecta a la posibilidad de informar un número insuflado que cuantifique nuestro malestar. A su vez, la espectacularización de la meteorología le agrega una inestabilidad extra al ya de por sí inestable clima del mundo y son muy pocas las veces que el pronóstico viene sin alguna advertencia o algo de qué preocuparnos.  
En este sentido, en el libro antes mencionado, Bruckner afirma: “La meteorología, como pasión democrática, nace en la transición del siglo XVIII al XIX, momento en que deja de ser una ciencia de la previsión, útil para la vida rural y marítima, y se convierte en una ciencia de la intimidad, es decir, del humor. Ahora bien, ¿qué es el estado de ánimo sino una relación entre el hombre y el mundo que enfrenta a seres tornadizos, seres de una naturaleza siempre cambiante? Al acostumbrarnos a los atractivos de lo irregular, a las variaciones mínimas, la meteorología se convierte en una pedagogía de la diversidad minúscula: si no nos pasa nada, por lo menos nos pasa que llueve, que sopla el viento, que hace sol. El encanto del tiempo climático es su inestabilidad”.
El párrafo anterior viene al caso pues es interesante observar la centralidad que tiene el clima en nuestra vida diaria, algo que va más allá de, si se quiere, la necesidad objetiva de conocer cómo está el día y así prever si hay que llevar o no el paraguas. A su vez, si la meteorología pasó a ser una ciencia de la intimidad que regula nuestro humor y cómo nos predisponemos a vivir cada uno de nuestros días, el modo en que la comunicación de la meteorología se encare es relevante y puede ser una manera elegante de ocultar que nuestro malestar corresponde a frustraciones personales y/o decisiones políticas del gobierno de turno. Porque es más cool decir que mi irritabilidad de hoy responde a la humedad antes que al hecho de que mi sueldo no alcanza para nada gracias la política económica del gobierno que voté.
Digamos entonces que en tiempos de avance de una cultura de la desideologización y el consumo de lo presente, la meteorología reemplaza a la política. Con el gobierno anterior “nos pasaba la política”, hablábamos de ella, criticando o defendiendo a un gobierno pero ahora, como indica Bruckner,  “no nos pasa nada” y solo queda recurrir al clima para explicar la insatisfacción y la inestabilidad que nos caracteriza. De hecho, es el clima, y no la política, la temática común para iniciar un tema de conversación en un consultorio o en un ascensor casi siempre en formato de queja alternando, según la circunstancia, afirmaciones como “¡cuándo va a parar esta lluvia!”; “¡cuánto hace que no llueve!”; “este calor no se aguanta más” o “¡en mi época los inviernos no eran tan fríos!”. No podía ser de otra manera puesto que la conversación sobre el padecimiento del clima reemplazó a la conversación sobre política en momentos en que desde el establishment cultural, en nombre de la concordia, se impulsa la superficialidad; y el sector más ideologizado tiene menos tolerancia al comentario fascistoide del taxista que escucha a Lanata y nos quiere convencer de que el problema de la educación argentina es que vienen extranjeros a estudiar a la Universidad pública, laica y gratuita.       
Por cierto, ya que hablamos de política: ¿para cuándo un día de sol peronista?


viernes, 14 de octubre de 2016

Lo que no se nombra (publicado el 13/10/16 en Veintitrés)

Con gesto adusto, un conductor de TV mira a la cámara y afirma no saber si está en condiciones de hacer el programa ante la evidencia de que casi un tercio de los argentinos está bajo la línea de pobreza según la medición que realiza el INDEC. Acto seguido, afirma que tales índices son una deuda de la democracia y de la política, en particular, de la dirigencia política.
Una audiencia desprevenida, incluso sin ser de derecha, podría suscribir tales palabras, las cuales, por cierto, no son propiedad de un conductor en particular sino el lugar común de la gran mayoría de los comunicadores e incluso de muchos dirigentes políticos. Podría decirse que es una moralina políticamente correcta, que hace que quien está del otro lado, con dejo de indignación, exclame ¡qué bárbaridad!, para luego seguir degustando su milanesa.
Ahora bien, ¿usted no nota que en ese razonamiento falta algo o que, en todo caso, pareciera que hay algunas categorías que están siendo utilizadas de manera impropia?
Siendo más específico: ¿no resulta sorprendente que en tales razonamientos esté ausente la palabra “capitalismo”? Efectivamente, el capitalismo es lo que no se nombra. Esta ausencia es importante pues no hace desaparecer la responsabilidad sino que la traslada. Y esto es preocupante pues de tanto repetir que hay una responsabilidad de la democracia en los índices de pobreza, alguien puede empezar a creer que lo que hay que hacer es abandonar la democracia. Sin ir más lejos, hoy parece haber una opinión más o menos generalizada respecto a que las repúblicas democráticas con sistema representativo son el mejor sistema de gobierno pero no siempre ha sido así. De hecho, recién en la segunda mitad del siglo XX, Occidente aceptó casi unánimemente que “democracia” no era el término peyorativo que designaba al gobierno de las mayorías entendido como gobierno de los pobres y los ignorantes. Pero en el mientras tanto,  Occidente hizo algunas trampitas pues promovió una cultura de la antipolítica que hizo que la cosa pública se transformara en un asunto delegado a administradores elegidos cada cierta cantidad de años; luego, mientras la modernidad ya se había ocupado de desterrar la democracia directa, se nos convenció de que la verdadera democracia era aquella en la que los representantes eran elegidos a través de los partidos políticos y, paralelamente, se nos indicó que la salud democrática está en la alternancia de esos partidos en el poder. Claro que esta alternancia en el poder será virtuosa si y solo si los partidos que ocupan ese espacio no ponen en cuestión el sistema económico. Pero eso nunca nos lo dicen. Es lo que no se nombra.  
La democracia hoy es mucho más que un sistema de legitimación de los gobernantes pero independientemente de la acepción que elijamos, no es nunca la causa de la desigualdad. ¿O acaso le podemos endilgar al derecho de elegir a nuestros representantes, el hecho de que, en la Argentina, el 50% más rico se apropie del 80% de la riqueza? Si salimos de la Argentina podemos preguntar: ¿es culpa de la democracia o del capitalismo que 62 multimillonarios de distintos lugares de la Tierra tengan tanto como el 50% de la población mundial? ¿Es culpa de la democracia o del capitalismo que el 1% de la población mundial tenga tanta riqueza como el restante 99%?
Sin embargo, la palabra “capitalismo” no es nombrada y si no le echan la culpa a la democracia se la echan a la política y a su dirigencia. Por cierto, ¿ustedes creen que la desigualdad en el mundo se explica por la corrupción de la política? Una vez más, nadie afirmaría que debamos pasar por alto tal corrupción, que parece endémica, pero el proceso de concentración de riqueza y de transferencia de recursos de los que menos tienen a los que más tienen, no es un problema de falta de transparencia. De hecho, lo más dramático es que en la mayoría de los casos se hace de manera bien transparente a la vista de todos y apoyado por una mayoría de la población.
Ahora bien, alguien podría indicar con acierto que es la dirigencia política la que elige un sistema económico en detrimento de otro. Sin embargo, salvo los momentos de dictaduras, ha sido la población la que ha dado su veredicto y la que ha elegido, en muchos casos, a sus propios verdugos, lo cual prueba que es falsa esa afirmación voluntarista y casi mística de que los pueblos nunca se suicidan.    
Esta simple reflexión no debe leerse como el rezongo anticapitalista del trotskismo que considera que todo lo que no es trotskismo es derecha explotadora al tiempo que sigue sin explicar por qué la derecha neoliberal invierte tanta energía en acabar con los gobiernos populares. Se trata simplemente de una advertencia respecto a la naturalización de un sistema económico pues la naturalización es el último paso y el más profundo, de una imposición. Es el paso que oculta todos los demás y que pese a haber sido siempre la imposición de un otro se presenta como propio y consustancial a cada uno de nosotros. Es por eso que no lo vemos y de esa manera cumple con otra de las características del poder que es, justamente, la de ver sin ser visto; es por eso que es lo que no se nombra.
 En una sociedad tan psicoanalizada como la nuestra, curiosamente no se suele reparar en que lo que no se nombra es lo reprimido, lo que “no existe”, y que sabemos de él a través de un chiste, un acto fallido, un lapsus, un síntoma o nuestro sueños. Pero aquí no hay nada de qué reírse; no hay acto fallido sino actos conscientes; y no hay lapsus sino una larga permanencia. Lo que pulula, en cambio, son síntomas por doquier y, sobre todo, algo enormemente dañino: el hecho de aceptar acríticamente que la utopía capitalista sea parte de nuestros sueños.  
               


viernes, 7 de octubre de 2016

El presidente Snapchat (publicado el 6/10/16 en Veintitrés)

Días atrás, en ocasión del anuncio del nuevo índice de pobreza, Macri realizó una afirmación sorprendente: “Quiero decirles que este punto de partida que tenemos hoy es sobre el cual quiero y acepto ser evaluado como presidente”. Tales palabras pasaron de largo en la prensa del establishment que, una vez más, puso énfasis en la intervención del INDEC que llevó adelante el kirchnerismo durante un largo período. Es correcto criticar tal intervención y la manipulación de los números, lo cual, a su vez, no fue ni siquiera una estrategia comunicacional exitosa. En otras palabras, los indefendibles números del INDEC de Moreno no solo dieron lugar a que cualquier paracaidista cuantificara su desagrado inventando números de inflación sino que sirvió para que una enorme dispositivo mediático pusiera en tela de juicio toda palabra oficial, lo cual, claro está, fue una injusticia pues es falso que el kirchnerismo haya mentido en el resto de los indicadores. Con todo, no es interés de estas líneas discutir cuánto de ese 32,2% le corresponde al kircherismo y cuánto al macrismo sino la frase pronunciada por Macri pues esta es un síntoma de lo que alguna vez comentamos en este espacio y quisiera desarrollar a continuación.  
Porque lo primero que salta a la vista es cómo un gobierno decide públicamente afirmar que acepta ser evaluado trescientos días después de haber asumido pero lo más interesante es por qué el primer mandatario es capaz de decir eso y en qué contexto tales palabras pueden no resultar escandalosas. En este sentido, nuestra hipótesis es que Macri puede hacerlo en el marco de una cultura del puro tiempo presente tan propia de un sistema económico al que no le interesa ni el futuro ni el pasado sino el consumo constante e inmediato.
Alguna vez citamos al filósofo alemán Peter Sloterdijk para explicar esto cuando nos decía que lo propio de la prensa capitalista son las “Y”, esto es, la mera agregación de información sin conexión alguna: una cosa tras otra, otra y otra en la que todas valen lo mismo porque son simplemente eso, una cosa detrás de otra. Así, es lo mismo la pelea de Pampita, el campeonato de Futsal o el resultado del referéndum en Colombia pues se trata de noticias que valen una unidad y que no tienen ni pretenden conexión alguna. Incluso alguna vez citamos a otro filósofo, llamado Byung Chul Han, quien nos decía que una de las características de estos tiempos es la pérdida de un sentido de finalidad. Y sin finalidad, sin rumbo alguno, las noticias y los hechos no valen nada dado que la verdad e incluso la realidad surgen de las relaciones entre las cosas y de las cosas mismas con lo que fueron alguna vez y con lo que alguna vez serán.
Así, con el latiguillo de “no mirar al pasado”, el actual gobierno elige poner un yaguareté en lugar de un prócer en los nuevos billetes porque, justamente, no quiere tener ningún compromiso con el pasado ya que elegir un prócer sobre otro supone tomar una posición y, sobre todo, generar relaciones y continuidades. Pero aquí solo se busca el “presente” a tal punto que un presidente puede decir que acepta ser juzgado desde el día de hoy y automáticamente la relación con el pasado desaparece. En este sentido, Macri es siempre un presidente nuevo y es por eso el Presidente “Snapchat” esto es, la red social que se caracteriza por la caducidad de sus publicaciones en tanto permite publicar una imagen y que esta se borre, a más tardar, a las 24 horas. En Snapchat yo posteo siempre en el presente y no tengo pasado porque todo lo que fui publicando se fue borrando y soy siempre el hoy; en Snapchat siempre estoy en un “nuevo punto de partida” y acepto ser evaluado desde mi actual posteo que es ahora y que desaparecerá en un rato, hasta que haga un nuevo posteo a partir del cual volveré a aceptar ser juzgado y así infinitamente.
Solo siendo un presidente Snapchat es que Macri puede seguir sosteniendo que es “lo nuevo” y puede seguir afirmando la acción “Cambiemos” sin que lo cambien a él. Porque  “Cambiemos” no es el llamado a la revolución permanente sino un slogan que solo puede sostenerse a partir de dos operaciones: una referencia a “los otros” como un pasado a ser superado pero siempre amenazante, y la eliminación del pasado “propio”. Los k son el pasado y viven en el pasado; nosotros, los Cambiemos, no tenemos pasado y ni siquiera los diez meses de gestión son parte de nuestro pasado. Cada día somos distintos y somos distintos justamente porque hemos logrado desconectar la relación entre las cosas y la dimensión temporal de las cosas. Por ello, el liberalismo de Macri no es “el fin de la historia” que indicaba Fukuyama entendiendo por tal la ausencia de novedad sino todo lo contrario: es el fin de la historia en tanto novedad permanente.  
A su vez, sin continuidad de las cosas, sin sentido último, sin conexión, desaparecen valores caros a la política como el compromiso, la lealtad y la promesa. Dicho de otra manera: Macri puede, sin esmerilar su imagen, decir que va por la pobreza cero y luego aclarar que no la puede alcanzar, afirmar que no va a devaluar y luego devaluar, informar que no va a realizar ningún tarifazo y después subirte 500% la tarifa, porque existe un dispositivo que aísla los hechos, los deshistoriza y los descontextualiza. Por ello desaparece “la promesa” o, en todo caso, pierde importancia y valor a pesar de que nos vengan a decir que hoy tenemos la posibilidad de encontrar fácilmente los archivos. Pero no importan los archivos que demuestren contradicciones. Importarían si pudiéramos establecer relaciones entre las cosas y si pudiéramos darnos cuenta que las recetas de hoy ya fracasaron en el pasado, que los tipos que están en el gobierno no nacieron de un repollo, etc.
La promesa ya no existe o no tiene valor porque supone generar un vínculo entre el presente y el futuro, o entre el momento en que se hizo la promesa y el momento en que esta debió cumplirse pero ya no existe ni el pasado ni el futuro. Por esta misma razón: ¿qué lealtad y qué compromiso puede existir si todo es presente? La lealtad y el compromiso suponen una continuidad en el tiempo. Soy leal o tengo un compromiso con algo que perdura pero todo desaparece en el presente si todo vuelve a empezar a cada instante. De aquí que, si nada de lo que ocurrió puede conectarse con lo que hay, todo el tiempo tenemos al presidente nuevo que, por no tener historia, nunca ha fallado ni tiene responsabilidad alguna por lo que ocurrió ayer.      

En el mundo en el que hay un presidente Snapchat que en tanto tal es eternamente nuevo, cualquiera que intente generar relaciones entre las cosas, contextualizar y trazar trayectorias históricas de las ideas y los hombres, será acusado de realizar operaciones ideológicas y de forzar hechos que deben permanecer desnudos, intocables e inmunes a cualquier contaminación; será acusado de pretender decir y pensar algo que perdure un poco más de 24 horas.