domingo, 28 de noviembre de 2010

La política que enloquece y mata (publicado originalmente el 28/11/10 en Miradas al Sur)

Si algún ingenuo supuso que la muerte de Kirchner podría generar una tregua en el ataque sistemático de los medios dominantes, su esperanza se desvaneció pronto. Más precisamente 11:15 AM, es decir apenas dos horas después del deceso del ex presidente, el diario La Nación publicaba lo que desde mi punto de vista es el acta fundacional del periodismo tras la muerte de Kirchner. Siguiendo la línea de Claudio Escribano en 2003, el analista militante de derecha Rosendo Fraga, travestido de sesudo analista, promulgaba el decálogo de lo que el gobierno de Cristina debía hacer de ahora en más: desembarazarse de Moyano, abrirse al mundo, asumir de una vez el poder y todos los clichés harto escuchados. Sin embargo, la comparación con aquel editorial de 2003 que profetizaba un año de vida para el gobierno recién asumido, expone a la intemperie el cambio de los tiempos. Dicho de otro modo, siente años atrás era posible que la pluma reaccionaria tuviera esperanzas de ser una referencia para ese enigmático gobierno que asumía un país que zigzagueaba entre la represión y el riesgo de disolución. Hoy, Rosendo Fraga, sabe que escribe nada más que para su tribuna. Este dato resulta sintomático de un proceso de repliegue opositor que, radicalizándose, desvanece su pretensión de alcanzar sectores moderados en pos de un núcleo de fundamentalistas del odio que pululan por las redacciones. Esto, como no podía ser de otro modo, sumado a la claque de lectores que sólo buscan confirmar el bloque desordenado de prejuicios que excretan diferencia de clase, histeria e incomodidad frente a un fenómeno político que los interpela.
Claro que este repliegue no redujo la capacidad de inventiva, más bien todo lo contrario. En este sentido, los análisis de los días inmediatamente posteriores a la muerte de Kirchner, dejando de lado los discursos hipócritas o los exabruptos de la analogía entre los jóvenes que llenaron la plaza y las juventudes hitlerianas, se enmarcó en un relato que se venía desarrollando ya en los últimos años. Me refiero a lo que llamaré “psicopolítica”.
Elijo el término “psicopolítica” para no confundirlo con aquella categoría del filósofo Michel Foucault, esto es, la “biopolítica” entendida como el gobierno y el control sobre la población. La psicopolítica, en cambio, es la explicación de las acciones de un gobierno a partir de la psiquis de su líder. Como una pendiente resbaladiza, todas las características psicológicas del líder se transmiten al conjunto de acciones del Estado e instituciones de la República. De este modo, el avance y la disputa contra determinados poderes fácticos no se explican por una concepción de la democracia como conflicto de intereses sino por el ánimo confrontativo de ese hombre violento. En esta línea, la psicopolítica propone análisis simples y esclarecedores. Afirma que Kirchner realizaba una construcción verticalista y mesiánica del poder por su personalidad megalómana; que tomó la decisión política de derogar leyes de impunidad por una estructura psíquica basada en la falta, el odio y la culpa; que el avance contra los monopolios de la comunicación no obedecía a legar un mapa de voces más pluralista sino a una personalidad manipuladora y controladora que no acepta la crítica ni los errores. Por último, que una política de paulatino retorno del Estado tras su desguace, el superávit fiscal y las pretensiones redistributivas, eran sólo la consecuencia inmediata de un alma signada por la avaricia y que, por lo tanto, sólo desea “Caja”.
Pero si la psicopolítica era un tipo de aproximación al análisis político que se venía desarrollando mucho antes, ¿agregó algo la muerte de Kirchner? La respuesta es afirmativa y preocupante pues lo que agregó es un elemento profundamente dañino: la subrepticia idea de que si Kirchner era un político de raza y un loco, entonces la política enloquece y mata.
Es éste el nuevo viraje que las plumas reaccionarias le dan al eufemismo de la necesidad de un gobierno que sea pura administración, técnica y neutral; y por sobre todo, es la contrapartida de una euforia por la participación política, especialmente en los sub 30 y en los que cuentan más de 55 abriles.
Tras intentar instalar que la política enloquece la psiquis y mata el cuerpo, la psicopolítica realiza su último absurdo paralelismo para indicar que la muerte del individuo Kirchner y sus previos “ataques de locura” se transmitirán a la sociedad en su conjunto produciendo divisiones y, por fin, necrosando el tejido social como una suerte de última venganza de aquel espíritu crispado. Seguramente las ficciones de la psicopolítica no se agoten en este breve resumen y es esperable que haya nuevas sorpresas en poco tiempo. Pero mientras tanto, por suerte, la realidad y una imponente mayoría de ciudadanos han decidido comprometerse en política con la esperanza de que ésta vuelva a ser un instrumento de cambio independiente de la marcada de agenda que la tapa de dos diarios quiera imponer.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Muerte y resurrección del doble comando (publicado originalmente el 4/11/10 en Veintitrés)

Es injusto e imposible, frente al deceso de Néstor Kirchner, soslayar las transformaciones concretas y el cambio cultural que, guste o no, mantienen al país en una seductora ebullición. También resultaría inicuo, en honor a su memoria, dejar de mencionar la cohorte de zánganos hipócritas que, por corrección política o por pánico ante la beatificación que toda muerte trae y que funciona como un bumerang que impúdicamente nos salpica de finitud, empiezan a pergeñar formas de alabanza lo suficientemente vacías como para poder ser interpretadas de modos extravagantes y variopintos. En este sentido, no debe sorprender que aquel demonio crispado, ambicioso, corrupto y violento, tras su muerte, merezca una misa, reciba condolencias y sea definido como un “hombre con ideales”, (sin determinar cuáles eran esos ideales) o un simple “animal político” algo que, seguramente, entre Borges y Aristóteles podríamos definir como una “redundancia muy poco elegante”.
A su vez, probablemente, la ansiedad y la angustia ante tamaño hecho, haga que el ciudadano común esté esperando de quienes tenemos la dicha de poder comunicar en medios masivos, algún germen de certidumbre, un indicio que pueda permitir proyectar el futuro inmediato. Tal exigencia, en este caso, del lector, será, saciada a medias, pues hay que aprender a esperar el desarrollo natural del reacomodamiento de las fichas. Con todo, especulo que la sorprendente muerte de Kirchner no hará más que profundizar el repunte en la imagen positiva que la ciudadanía viene teniendo de toda la era K. Quienes odian al kirchnerismo, (pues intervenciones como la de Fraga, Sirvén, Morales Sola, Fontevecchia o algunos de los salieris progresistas incómodos con el kirchnerismo, no merecen ni la dádiva de ser mencionados como “análisis”), dirán que se debe al “efecto muerte”. Es más, no debería extrañar que empiecen a construir mañana la operación de los meses venideros y adjudiquen a Cristina signos de aprobación astronómicamente altos y falsos, para meses después poder titular que los números ya no son los de antes y que, por lo tanto, asistimos al escenario natural en el que, realizado el duelo ciudadano, la gente vuelve a reflexionar y a tomar distancia del gobierno.
Desde mi punto de vista, entonces, supongo que, quizás, paradójicamente, en lo inmediato, esto es, de aquí a la próxima elección, este triste desenlace fatal sirva para comprometer más a los ya comprometidos con el proyecto y permita que “regresen” aquellos “desencantados” que alguna vez apoyaron y que hoy, interpelados por las crónicas que recuerdan lo hecho y asustados por las “ofertas” que hay “del lado de en frente”, decidan apoyar a un gobierno que, en la balanza, al fin de cuentas, siempre dio positivo. En esta línea, aquellas almas nobles que, esperanzadas, se apresuraron a hablar del poskirchnerismo y que creen ver confirmadas sus sospechas tras tener como cómplice a la biología, seguramente deban esperar a 2015 pues es recién durante el desarrollo de la que sería la próxima presidencia K, donde las fichas se van a empezar a mover con mayor fuerza auspiciadas por desgastes naturales y por el límite jurídico a una tercera elección de CFK. Hoy, todos los actores del PJ K e incluso buena parte de los disidentes que apuntaban a la posibilidad de Scioli como figura reunificadora, probablemente acaben encolumnándose detrás del liderazgo de Cristina.
Pero todo esto es terreno de especulación y seguramente los hechos me den un baño importante de realidad, aunque quizás menos fuerte que el que recibieron los principales medios opositores “doblegados” por una manifestación tan conmovedora como espontánea alrededor del féretro del ex presidente.
Ahora bien, donde creo que podré moverme con mayor certeza es en lo que respecta a los caminos que atravesará el relato antikirchnerista, aquel que ni siquiera pudo esperar dos horas para empezar a emitir sus directivas siguiendo aquel inolvidable artículo de José Claudio Escribano en 2003 cuya emulación hoy día, sin duda, aparece como repetición “farsesca”, una suerte de diario de Irigoyen dirigido a los lectores del diario de Mitre, sin ninguna esperanza de incidencia práctica.
Entre todo lo que va a venir, lo más interesante creo que será el regreso del “doble comando”. ¿Se había olvidado usted? Seguramente, y las razones de tal olvido son atendibles pues aquella ficción, en los últimos meses, estaba siendo contraproducente a los intereses de sus propulsores. Pero vayamos al origen y a la posibilidad que tal hipótesis nos da. Digamos que permite atacar por diferentes razones a dos referentes y que, por ello, es una acusación “económica” dado que permite “matar dos pájaros de un tiro”. En este caso puntual, pues tal argumentación ha aparecido repetidas veces a lo largo de la historia, le debemos agregar cierto componente misógino. La idea era que Cristina había sido “puesta” por su marido y que, en el fondo, la que gobernaba no era ella sino él. El poder en la Argentina finalmente reproducía la estructura de una familia occidental tradicional con todo el componente patriarcal que eso supone. Ella tenía carácter fuerte pero su aspecto femenino la superaba y la invitaba al gasto desproporcionado en banalidades vinculadas a la belleza, algo que no sucedía con prototipos más masculinos de mujeres con poder como Michelle Bachelet. En Chile, el aspecto andrógino de la líder seguramente ayudaba a la confusión y evitaba el odio de las mujeres coquetas y competitivas de las clases medias y altas de la Argentina. Pero la idea de doble comando era útil en el contexto de declive del kirchnerismo, pues desgastaba a él, esto es, quien presuntamente tenía el poder, y desgastaba a ella, en tanto mera figura decorativa. Él era el culpable de todos los males, ella un títere. Es sintomático que el énfasis en el doble comando haya desaparecido en los últimos meses y haya regresado con la muerte de Kirchner. La razón es que en la medida en que la administración del gobierno comenzó a repuntar, la idea de doble comando sólo afectaba a ella y ya no a él. En otras palabras, ella puede ser un títere pero manejado por alguien que empezaba a hacer las cosas bien. De aquí que, con el avance K en las encuestas, salvo el trasnochado libro de Silvina Walger, hayan sido pocos los que se atrevieron en los últimos meses a insistir con tal idea. Pero ahora vuelve con otra intencionalidad. Se trata de afirmar que el títere se ha quedado sin titiritero y que por lo tanto, lo que hay es un “vacío de poder”. Sabemos lo que este diagnóstico supone en la Argentina pues nunca esa vacancia es receptora de poderes democráticos. Por si esto todavía no alcanza y el insólito parangón con Isabelita no fuera suficiente, Morales Solá sale a reforzar la idea del vacío afirmando que Boudou también era un títere y que, por lo tanto, la Economía ha quedado acéfala con la muerte de Kirchner.
A juzgar por las palabras de CFK y por lo que uno intuye, la necesidad de gobernabilidad la obligará a ser todavía más radical en sus transformaciones. El episodio de la muerte de su esposo e imprescindible estratega, puede ser conmocionante pero en el fondo, muy en el fondo, no cambia el diagnóstico por el cual, con los poderes de facto, a veces es mejor no negociar. O se va a fondo o se perece políticamente en el intento. Se dirá, entonces, que esta mujer irá hasta las últimas consecuencias impulsada por el odio y la venganza pero quizás sea simplemente por saber que tiene un importante apoyo popular y porque si negocia demasiado, pierde ella y perdemos todos.