martes, 26 de marzo de 2019

Macri caliente. Un mensaje hacia adentro (editorial del 24/3/19 en No estoy solo)


Fue en el verano londinense de 1957 cuando Lord Altrincham, un noble que estaba al frente de National and English Review, publicó un artículo enormemente crítico del discurso de la joven reina Isabel II. Inglaterra había hecho un papelón internacional con su intervención en el conflicto por el canal de Suez y transcurrida ya una larga década desde el fin de la segunda guerra mundial, las ideas que sacudirían el mundo en los años 60 ya comenzaban a configurarse. Entre ellas, claro está, la del fin de las monarquías para dar lugar a las repúblicas. En ese contexto, Lord Altrincham advirtió que los discursos de Isabel II exponían la distancia enorme existente entre la monarquía y un pueblo que ya no soportaría los privilegios. Y como si esto fuera poco, refiriéndose a la reina, agregaba: “Parece incapaz de pronunciar siquiera unas pocas oraciones seguidas sin un texto escrito, un defecto que es especialmente lamentable cuando el público puede verla (…) La personalidad expresada por las frases que ponen en sus labios es la de una escolar puntillosa (…) una auxiliar encargada de la disciplina”.
Los medios amplificaron estas palabras y, en cuestión de días, Lord Altrincham se ganó una trompada de un militante de una agrupación conservadora llamada “Liga de leales al imperio” pero también una invitación al palacio real. Porque el Lord no era antimonárquico sino todo lo contrario. De hecho, su crítica apuntaba más a quienes rodeaban a la reina que a Isabel II misma. Es decir, estaba más dirigida al adentro que al afuera. Es que, como sucede cuando se está en el poder, el microclima, la burocracia y los aduladores hacen que el referente pierda contacto con la realidad y quede aislado. Habiendo transcurrido ya más de 60 años de aquel episodio, paradójicamente y visto de manera retrospectiva, hay quienes afirman que esas críticas llegaron justo a tiempo para salvar a la monarquía ya que muchas de las sugerencias propuestas por Lord Altrincham fueron llevadas adelante por Isabel II, entre otras tantas, dar un discurso de navidad en vivo con muchísima más espontaneidad que los discursos rígidos que le armaban los conservadores hombres de palacio que la rodeaban.
Como se suele decir ahora, a pesar de que los consejos hacia los hombres de la política son tan antiguos como Occidente, Isabel II tuvo su “coucheo” para poder tener un mejor vínculo con el pueblo. Porque hay figuras que nacen con habilidades oratorias innatas y otras que no. Pero, al fin de cuentas, con práctica y buenos asesores todo puede mejorar.
En el caso del presidente Macri, no sabemos si hay poca práctica o si fallan los asesores pero sin duda sus dificultades expresivas son evidentes y en casi dos décadas de hacer política, Macri no es el mismo que antes pero mantiene esa enorme dificultad para contactarse con el ciudadano de a pie y con la realidad. De hecho, hace tiempo que su discurso parece haber iniciado una frenética carrera de distanciamiento con el mundo que atraviesa distintas etapas, desde la negación hasta un voluntarismo zonzo que ahora deviene un enojo dirigido a la oposición pero que, también, por momentos, se desliza hacia el ciudadano. A Macri no le sale ser popular y habrá que indagar en el diván por qué lo sigue intentando si, al fin de cuentas, logró tener votos en Boca, en la Ciudad y en la Nación siendo lo que es, es decir, siendo una figura impopular incluso con votos.
Sin embargo, por alguna razón, quienes lo asesoran, y que en general lo han hecho bien, por cierto, ahora le han indicado que haga la puesta en escena del enojo tal como lo hizo en el inicio de las sesiones del Congreso, en la entrevista que le brindara a Luis Majul y en el último discurso hacia el gabinete ampliado en el que, para que no queden dudas de su presunta condición de enojo, dijo “estoy caliente”. Por qué el estar caliente aparece como una virtud y un gesto de autoridad en Macri y como una crispación y un signo de irritabilidad rayano con lo psiquiátrico en el caso de la expresidente, es algo que solo el vergonzoso blindaje mediático puede explicar, pero el gran problema de Macri es que la ciudadanía que siempre lo sintió lejos, hoy lo siente enormemente lejos, probablemente tanto como los británicos sentían a la reina en la época de Lord Altrincham.
A su vez es razonable que así sea porque es natural que cuando a uno las cosas le salen mal se retraiga y si a esto le sumamos que sus asesores también parecen haber perdido contacto con la realidad, que todos los índices económicos son desastrosos, que sectores del establishment le empiezan a soltar la mano y que miembros de la justicia empiezan a dar señales de autonomía respecto a los intereses del gobierno soportando, incluso, descaradas acciones de disciplinamiento, el panorama es complejo. Y todo esto por no mencionar las fracturas internas y periodistas que ahora empiezan a preguntar y a criticar, a pesar de que hicieron de todo para que Macri llegue al poder. Evidentemente todo parece confluir hacia un fin de ciclo que era impensable hace 18 meses y al cual hay que agregar la debilidad de origen que se basa en reconocer que los votos que tuvo Macri han sido más antikirchneristas que macristas.
Esa fractura con la sociedad y esa distancia serán difíciles de recomponer a tal punto que no sabemos si el mostrarse enojado es más un gesto hacia la propia tropa -mientras los rumores, de la mano de las encuestas, arrecian-, que una señal hacia una sociedad que ingresando al cuarto año de gobierno empieza a exigir respuestas. Esto no significa, claro está, que Macri tenga perdida la elección ni mucho menos a tal punto que me animo a decir que aun cuando las encuestas lo están ubicando algunos puntos detrás sigue siendo el favorito, menos por sus méritos que por la incógnita que es hoy una oposición que ni siquiera conoce sus candidatos.
Pero de lo que no parece haber duda es de una cosa: la presunta calentura que, según mi hipótesis, está dirigida a los de adentro, es inversamente proporcional a la frialdad distante que perciben los ciudadanos, que son mayoría, y lo ven desde afuera.   



martes, 12 de marzo de 2019

Green Book y las identidades detrás de la corrección política (publicado el 7/3/19 en www.disidentia.com)


Principios de los años 60. Don Shirley es un pianista de música clásica que decide hacer una gira por el sur de los Estados Unidos. Hasta aquí nada fuera de lo normal. Pero el eje de la cuestión es que Don Shirley es negro y en los años 60 no es fácil ser negro en el sur de los Estados Unidos. La historia de este pianista es el eje de Green Book, la película ganadora del Oscar, y podría decirse que era esperable su triunfo en la medida en que, en general, transita todos los caminos de la corrección política y varios lugares comunes de las películas norteamericanas. Se trata de una road movie con los estereotipos bien marcados: Don Shirley, además de ser negro, es pulcro, posee un fuerte discurso basado en el valor de la dignidad humana y es un genio artístico. Su chofer es un ítaloestadounidense que vive en el Bronx, su centro es su esposa y la vida de una numerosa familia italiana que se junta a comer pasta y que siempre tiene algún miembro vinculado a la mafia. Es decir, todos los clichés habidos y por haber. Tony Lip, ése es su seudónimo, es prácticamente un analfabeto, no puede controlar sus emociones violentas y es un hombre fiel; además, es un antiintelectualista y odia a los negros pero la historia termina bien, y, a pesar de todo un camino marcado por las diferencias entre ambos, el negro y el blanco se hacen amigos y terminan festejando navidad juntos. Si a esto le sumamos que se trata de una comedia dramática con buenas actuaciones que trata de denunciar constantemente las vergonzosas leyes y tradiciones que segregaban a los negros en Estados Unidos, tenemos un film que es candidato serio a ser premiado porque ya no importa si la película es buena o mala. Lo que importa es que tenga un mensaje acorde con los tiempos y la moral vigente. 
Sin embargo, hay otras lecturas posibles, o al menos algunos elementos que aparecen en el film y que pueden plantear ciertas fragmentaciones en el discurso hegemónico de la corrección política. Nada nuevo, por cierto, porque, de hecho, en la extensa bibliografía de pensadores que han trabajado la problemática del racismo y también del género, hace décadas que se hacen este tipo de señalamientos y que podríamos sintetizar en la crítica a la presunción de homogeneidad de los grupos. Cuando hablo de homogeneidad me refiero a esa postura que entiende que los grupos señalados como desaventajados se estructuran monolíticamente, son fácilmente identificables y capaces de entrar en una generalización rápida. Así, todos los individuos pertenecientes a grupos como “los negros”, “las mujeres”, “los indígenas”, “los gays”, etc. tendrían los mismos intereses y padecimientos porque lo que los determina es su condición de pertenencia a ese grupo. Se trata, claro está, de una mirada profundamente etnocéntrica que no entiende que esos grupos tienen tantas diferencias individuales internas como las que tienen los grupos que se consideran aventajados. Insisto en que esto ha sido advertido hace ya algunas décadas por muchos de los principales defensores de políticas especiales de discriminación positiva para minorías. Más específicamente, advierten que no es lo mismo ser un negro rico que un negro pobre; que no es lo mismo ser una mujer blanca que una mujer indígena; y que no es lo mismo ser un gay famoso nacido en New York que ser un gay ignoto nacido en Latinoamérica, por solo mencionar algunas de las múltiples variables que atraviesan las identidades individuales de las personas. Es que además de ser parte de una minoría determinada por género, etnia, religión, objeto de deseo, etc., los individuos se constituyen también por la cultura, el país de origen, las tradiciones, el status socioeconómico, las relaciones interpersonales, etc. No tomar en cuenta estas diferenciaciones puede ser muy efectivo al momento de exigir derechos pero también puede tener como consecuencia la pérdida de libertades de los miembros de esos grupos y el surgimiento de una serie de beneficios que son usufructuados solamente por quienes dicen representar a estos grupos. Por citar solo un ejemplo, enormemente controversial, la exigencia de la propiedad colectiva e indivisible que exigen determinados grupos indígenas, cuya titularidad no es individual sino comunitaria, es enormemente beneficiosa para poner un límite al avance prepotente del capital sobre tierras ancestrales pero tiene, como contrapartida, una limitación severa sobre las libertades de los miembros de la comunidad, ya que éstos serían incapaces de vender su parcela o comenzar una nueva vida en condiciones materiales dignas en otra comunidad. Es una prerrogativa que protege de los avances del afuera pero que, al mismo tiempo, coarta las libertades hacia adentro.
En el caso de Green Book, los blancos desprecian a Don Shirley por su condición de negro y se lo hacen sentir a cada momento los hombres y mujeres de todos los lugares por los que transita su gira como también el propio Estado cuando tiene reglamentaciones segregacionistas y una policía que lleva a la práctica esa discriminación. Pero también es verdad que Don Shirley desprecia a su chofer blanco por toda su brutalidad italiana a tal punto que, en un principio, le exige que, prácticamente, haga el trabajo de servidumbre para el cual Don Shirley tenía encomendado a un hindú. Por otra parte, tal como queda expuesto en varias escenas, los negros pobres ven con malos ojos a Don Shirley porque viste bien y porque tiene actitudes arrogantes de artista y de rico. Asimismo, en un momento de la película, Don Shirley es sorprendido por la policía manteniendo relaciones sexuales con un hombre blanco y acaba siendo humillado por la policía. Si bien no se ahonda demasiado en este episodio, se deja ver que, al menos en ese Estado del sur, al momento de la discriminación, primó más ser gay que ser negro porque Don Shirley y el hombre blanco gay recibieron el mismo maltrato.
Para finalizar, no hay que olvidar que el chofer de origen italiano, blanco, es segregado por otros blancos por razones étnicas y culturales, y que, como se muestra al final de la película, también existen oficiales de policías que, lejos de maltratar a un negro y a un ítaloestadounidense son capaces de ayudar aun en un día de navidad con una intensa nevada.
En lo personal soy escéptico en cuanto a esperar que Hollywood y sus decisiones en lo que a premiaciones respecta, avance en desmitificar y señalar algunas de las ideas que se instalan sin demasiado sustento pasando por encima de la verdadera complejidad del mundo y de las relaciones interpersonales. Sin embargo, quizás agudizando la mirada o leyendo un poco entrelíneas, podamos encontrar elementos que nos ayuden a pensar que detrás de los grupos también hay diferencias y que no existen variables únicas para determinar la identidad de nadie.                    


lunes, 4 de marzo de 2019

Macri 2019: de presidente a pastor (editorial del 3/3/19 en No estoy solo)


Finalmente, en el discurso con el que el presidente inaugurara las sesiones ordinarias del parlamento, no hubo agenda legislativa, lo cual quizás haya sincerado que este año el congreso estará, de hecho, paralizado. Solo voluntarismo y algunos datos, muchos de los cuales fueron ostensiblemente falsos, como el de la presunta baja de la inflación, la creación de empleo y un manipulado número de pobreza. Lo que no faltó tampoco fue lo que a mí me gusta llamar la política “IT”, en referencia al payaso de Stephen King que se hizo famoso en la película homónima y que, en realidad, no tiene forma alguna sino que adopta la de los miedos que tiene el que lo ve. No solo en Argentina pero desde hace algunos años y, en particular, durante el año 2019, se abusará de la política “IT” y es probable que el gobierno, incapaz de mostrar logros, base su campaña en endilgarle al peronismo todos los males que asustan a una sociedad. Para muestra, valga la nota que publicara Jaime Durán Barba el sábado 23 de febrero en el bisemanario Perfil y que se titula “Cristina, Maduro y el autoritarismo”. Allí, el asesor afirma: “Las que cometen los asesinatos masivos en Venezuela son guardias revolucionarias paramilitares. Si Cristina gana las elecciones, cambia la Constitución, como anuncia, y arma a los barras bravas, a su Vatayón Militante de presos comunes, a los motochorros y a grupos de narcotraficantes para que maten a sus opositores tendríamos una guardia semejante. Si radicaliza su posición revolucionaria podría participar directamente del negocio del narcotráfico como lo hace la cúpula militar venezolana, apresar a los jueces que combaten el delito como anunció uno de sus voceros y dictar una amnistía preventiva para todos los asesinos y narcotraficantes. Sería una iniciativa revolucionaria novedosa del garantismo al frente del Ministerio de Justicia”.
Es preocupante que el principal asesor del gobierno haya escrito una pieza semejante porque nos permite avizorar el nivel de debate público que tendrá la campaña. Con todo, me permito marcar qué curioso es lo que sucede con Maduro en el discurso de muchos de los antichavistas porque se ha transformado en un significante vacío al que se le adosan todos los vicios. Con esto no pretendo defender a Nicolás Maduro, quien tendrá su responsabilidad en la crisis venezolana, pero el Nicolás Maduro de carne y hueso es distinto del significante Maduro que hoy por hoy es casi una entidad mítica, un fantasma que asusta a los chicos. Incluso Maduro, como el Cuco, podría no existir en la realidad pero su efecto sería el mismo. De aquí que cuando discutimos sobre Venezuela y sobre Maduro tendríamos que acordar si vamos a hablar de la realidad o de las construcciones simbólicas que se hacen sobre algunos de los protagonistas de la realidad. En el discurso de Macri no faltó el presidente de Venezuela, como tampoco faltó la referencia al narcotráfico y al decreto sobre la extinción de dominio, una aberración jurídica que hace obsoletas a las instancias de apelación y elimina la presunción de inocencia pero que se realizó para lograr dos cosas: por un lado, incomodar a la oposición y exponerla como cómplice en caso de rechazarlo, y, por otro lado, para instalar que el problema de la Argentina de hoy se debe a la corrupción y no a un modelo económico. Sobre esos carriles transitó el discurso de casi una hora del presidente Mauricio Macri.
Pero yo me quiero detener en un tópico que fue central en el discurso, que está presente desde los orígenes de Cambiemos y que es cada vez más frecuente en el presidente y sus principales adláteres: la referencia a la Verdad. Macri, Vidal y la mujer pobre que es puntera política y aparece en todos los spots de campaña de Cambiemos hablan de la importancia de la Verdad. En este último caso nos dice que antes era pobre y ahora también pero al menos ahora le dicen la verdad. Todo Cambiemos ha hecho de esa idea un motivo de sus discursos probablemente como una extensión del concepto de “relato” que los medios opositores al kirchnerismo habían instalado montándose en un INDEC cuyos números no eran representativos de la realidad. Si el kircherismo fue un relato, entendiendo por tal, una falsedad o un discurso ficcional que distorsionaba la realidad, el macrismo viene a hablar con la Verdad. En lo personal, nunca se me ocurriría pedirle Verdad a la política, no porque me guste que me mientan sino porque el ámbito de la Verdad puede ser la religión, la filosofía o, incluso, para algunos, la ciencia, pero nunca la política. En todo caso, a la política le pediría proyectos colectivos o soluciones concretas a problemáticas cuya coordinación no puede ser implementada por un solo individuo, pero nunca se me ocurriría ir a pedirle “la Verdad”.
Más allá de este comentario, lo cierto es que dejando de lado algunos energúmenos, en general, el discurso antikirchnerista, antes que criticarlo todo, no se animó a decirle a la gente que estaba viviendo mal porque era evidente que en general no era eso lo que estaba pasando. Lo que hizo, en cambio, fue decirle que estaba viviendo bien pero que eso era ficticio y poco perdurable. Dentro de este discurso, los más salvajes, llegaron a afirmar públicamente que la gente vivía bien pero no lo merecía y que comprarse un celular, tener el aire acondicionado prendido o hacer un viaje a Europa era parte de una fiesta a la que nunca debieron estar invitados.
No pienso hacer aquí una historia del concepto de Verdad pero el discurso de Macri no difiere del que tuviera Platón hace 2500 años y que luego fuera readaptado por el cristianismo. Es que la Verdad sería “lo que está por detrás”, “lo que no se ve”. La Verdad además es algo permanente, algo que subyace a ese mundo caótico nuestro de todos los días que todo lo confunde. Alcanzar esta Verdad, además, exige un esfuerzo intelectual. Por otra parte, del mismo modo que le sucede al prisionero cuando sale de la caverna en República, la verdad duele y al principio nos negamos a reconocerla. Todos estos elementos están en el discurso de Macri, probablemente tanto por su formación como por necesidad ante la evidencia de que al gobierno le cuesta mostrar datos y hechos concretos que permitan ser optimistas. Y es por eso que Macri nos dice que están sentadas las bases para mejorar y que, aunque no lo veamos, estamos mejor que en el 2015, aspectos que bien podrían sintetizarse en la legendaria frase “estamos mal pero vamos bien”. Más allá de la indignación, aquella frase tiene una carga filosófica interesante porque le está diciendo a las mayorías que ellas no son capaces de ver la Verdad y la realidad sino que están presas de un aquí y un ahora que obtura la posibilidad de penetrar en la verdadera realidad, del mismo modo que cuando uno ve un edificio terminado no se da cuenta que está sostenido por cimientos que debieran ser sólidos. Es más, el debate en la actualidad es calcado al que mantenía Platón con los sofistas y a aquel que pretendía separar a la filosofía y a los filósofos de los sofistas. No casualmente estos últimos eran acusados de asesorar a los políticos induciéndolos a que transiten el camino de la demagogia dándole al pueblo lo que el pueblo quiere más allá de que ello sea “pan para hoy y hambre para mañana”. Pero ese pan de hoy, no era “la Verdad”, no era “la realidad”, decían los filósofos que, en muchos casos, no lo olvidemos, se oponían a los ideales democráticos que defendían muchos de los sofistas.
Varios analistas indicaron que el discurso de Macri inauguraba la campaña antes que las sesiones legislativas. Creo que tienen razón. Y a eso agregaría que los elementos enumerados en esta nota serán los ejes de la campaña del oficialismo y que la cuestión de la Verdad será uno de los “caballitos de batalla” más allá de que este gobierno se haya caracterizado por incumplir promesas y por viralizar números falsos y manipulados. En todo caso, será un capítulo más en la historia del cinismo pero lo que va a ser más interesante es que la cuestión de la Verdad va a ser utilizada por Macri no solo para moralizar la discusión política adjudicándole al adversario el lugar de la mentira, sino para instalar en la sociedad que una Verdad entendida como aquello permanente que está oculto, por detrás, es la base que se ha construido en estos primeros cuatro años de gobierno que fueron necesarios  para enderezar la herencia recibida. Se le pedirá, así, a la sociedad, un esfuerzo más y una renovación de la confianza para que, en un nuevo mandato, la Verdad salga a la luz y se pueda palpar concretamente.  Expuesto en estos términos, no sé si en 2019 Cambiemos pedirá que votemos a un presidente o a un pastor evangelista new age.        

viernes, 1 de marzo de 2019

Black Mirror y la realidad a medida (publicado el 21/2/19 en www.disidentia.com)


Hace ya muchos años mis padres me compraban libros de una colección que en, lengua hispana, se conocía como Elige tu propia aventura, y tenía títulos y presentaciones muy seductoras para un adolescente, a saber: Guerra contra el amo del mal, La caverna del tiempo, Al Sahara en globo, Tu nombre en clave es Jonas, etc. Se trataba de historias breves en las que, en determinada página, el lector debía escoger entre una situación dilemática: si quieres que Juan persiga al ladrón ve a la página 63; si quieres que Juan permanezca debajo de la mesa ve a la página 85. La decisión en uno u otro sentido, obviamente, cambiaba el rumbo de la historia que, en algunos casos, podía derivar en un final abrupto. Que yo recuerde, al menos, era la primera vez que el lector tenía una participación activa, en un sentido estricto, y de esa manera el texto escrito podía evitar, al menos en parte, aquellas críticas que Sócrates le hacía cuando indicaba que, a diferencia de la oralidad, es imposible interactuar con aquello que está escrito porque permanece allí inmutable, frío y ajeno a nosotros. Con los años supe que había algunos antecedentes y me encontré con Rayuela de Julio Cortázar que se puede leer desde el capítulo 1, como se lee cualquier libro, pero también se puede leer ingresando desde el capítulo 73 y siguiendo la dirección alternativa que propone el autor, esto es, después del capítulo 73, el 1, el 2, el 116, el 3, el 84, etc. Rayuela es, entonces, dos libros en uno y depende de la voluntad del lector, guiada por Cortázar, cuál de “los libros” leer. Sin embargo, casi veinte años antes, Jorge Luis Borges, en lo que algunos juzgan como una anticipación de la teoría que Hugh Everett III formulara en el ámbito de la física cuántica, escribe un cuento llamado “El jardín de los senderos que se bifurcan”, en el que se plantea la posibilidad de la existencia de mundos paralelos y donde cada decisión que se toma abre el juego a una nueva ramificación de posibilidades. En el cuento en cuestión, un chino llamado Ts´ui Pen, que había sido gobernador de Yunnan y acabó renunciando al poder para escribir una novela, se transforma en materia de una investigación que arroja el siguiente pasaje: “Me sugirió la imagen de la bifurcación en el tiempo, no en el espacio (…) En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts´ui Pen, opta –simultáneamente- por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan. De ahí las contradicciones de la novela. Fang, digamos, tiene un secreto; un desconocido llama a su puerta; Fang resuelve matarlo. Naturalmente, hay varios desenlaces posibles: Fang puede matar al intruso, el intruso puede matar a Fang, ambos pueden salvarse, ambos pueden morir, etc. En la obra de Ts´ui Pen, todos los desenlaces ocurren”.

Seguramente influenciado por estos antecedentes, la última entrega de la serie inglesa, Black Mirror, cuyo eje principal es llevarnos a futuros más o menos cercanos y distópicos donde la tecnología juega un papel principal y modifica todo lo que entendemos por subjetividad, privacidad y realidad, avanzó en un experimento que, si bien tenía algunos antecedentes en programas para niños, resultó sorprendente. Me refiero a la posibilidad de que sea el propio espectador a través de sus decisiones quien guíe la historia. Para eso, la plataforma de streaming Netflix, da la posibilidad de hacer click en la pantalla para decidir, entre otras opciones, si el protagonista debe desayunar Sugar puffs o frosties, si escoge escuchar Thompson Twins o Now II, si acepta trabajar en la oficina, o si decide contarle a la psicóloga el episodio de la muerte de su madre. Asimismo, Charlie Brooker, creador de la serie, decidió, en este caso, replicar esta idea de los mundos paralelos en el núcleo del film. Más precisamente, ambientada en 1984, esta entrega de Black Mirror cuenta la historia de un adolescente que, influenciado por un libro llamado Bandersnatch, de un tal James F. Davies, decide crear un video juego que se caracteriza por crear mundos paralelos cuyo tránsito depende de las decisiones del usuario. El libro Bandersnatch, justamente, es un libro que al protagonista le fascina porque tiene el formato de los libros “Elige tu propia aventura”.
En lo personal, espero con ansias cada novedad de Black Mirror y en general mis expectativas logran colmarse por demás. En este caso, a su vez, decidí participar del “experimento” de interacción con enorme curiosidad y también quedé satisfecho con un contenido que siempre apuesta a correr las fronteras de lo imaginable.
Sin embargo, en esta posibilidad de ser uno el protagonista, o, en todo caso, ser aquel que toma las decisiones dentro de una limitada cantidad de opciones prefijadas, pero opciones al fin, hallé un signo de los tiempos que me gustaría problematizar. De hecho, si razonamos en una pendiente resbaladiza, sería solo cuestión de tiempo la aparición de películas que tengan infinitas cantidad de variantes cuyo desenlace, finalmente, acabaría siendo a medida del usuario. Desde este punto de vista la noción de autor recibiría un nuevo golpe y bien cabría pensar hasta qué punto tendría sentido recordar el nombre de una película que es distinta para cada uno. Es más, incluso se podría preguntar qué lugar les quedará a aquellos que, quizás, no deseen participar, aquellos que prefieren entregarse a la sorpresa de una obra que se presenta como una unidad con un principio, un desarrollo y un final que ha sido decidido por otro. ¿Habrá películas para ellos o el que no participa se queda sin premio?
Esta lógica se está extendiendo ya a otros campos como advertí en este mismo espacio meses atrás cuando, citando a Evgeny Morozov, les indicaba que los artículos online a través de los cuales accedemos a la información e incluso a la opinión, van a ser escritos de forma automática por algoritmos que nos van a dar el título, la orientación ideológica, el contenido y el desenlace que mejor se adecua a nuestra preferencias, del mismo modo que hoy los algoritmos seleccionan qué publicaciones de amigos podemos ver en redes sociales y qué productos pueden ofrecernos en función de nuestras búsquedas e historial de compras.
Esto demuestra que el modo en que internet es capaz de segmentar y dirigir la información está llegando al máximo de individualización. Y la  consecuencia de ello es una paradoja pues se acaban creando burbujas y mundos propios incomunicados e incomunicables dentro de un paradigma en el que se nos invita compulsivamente a “compartir” todo el tiempo contenido. Ya no soportamos dejar de participar porque nos han vendido que la era del consumidor pasó, que ahora somos prosumidores empoderados y que subiendo contenido constantemente nos convertimos en periodistas, artistas, fiscales, comisarios morales y formadores de opinión.
Por todo esto, tendremos las películas con los finales que queremos, la información con el contenido que va a satisfacer nuestros prejuicios y los productos que deseamos al precio que un algoritmo ha determinado según nuestro poder adquisitivo. Lograremos, por fin, toda una realidad a medida.
Parece la trama de una nueva entrega de Black Mirror. Pero no lo es.