jueves, 25 de febrero de 2021

Clases presenciales en el mundo del “como si” (editorial del 20/2/21 en No estoy solo)

 

En el mundo del “como si” hacemos “como si” empezaran las clases y de esa manera instituimos que las clases online del año pasado no fueron clases. Es que no hay dudas de que el encierro ha afectado a los chicos; tampoco hay dudas de que la presencialidad tiene un plus que jamás podrá suplirse con las clases online. Incluso parece razonable que en la medida en que la gran mayoría de las actividades comerciales y la producción del país están en marcha tenga sentido preguntarse por qué no intentarlo con los colegios. También podría ponerse como ejemplo lo ocurrido en otros países donde aun con marchas y contramarchas se intentó garantizar un mínimo de presencialidad. Y sin embargo cabe preguntar: ¿por qué tanto apuro ahora y no el año pasado? La pregunta es por demás pertinente porque durante buena parte de 2020 tuvimos momentos en los que incluso había menos contagios que ahora. A eso sumémosle un dato adicional: hoy sabemos que el horizonte de la vacuna está ahí nomás. El año pasado no lo sabíamos. En este sentido era mucho más sensato arriesgar a los chicos y a sus familias el año pasado cuando no había solución a la vista y parecíamos estar obligados a acostumbrarnos a convivir con un virus. Pero sabiendo que, semanas más, semanas menos, la vacuna estaría a mano al menos para los docentes: ¿por qué la prisa? ¿En serio vamos a justificar que un alumno aprende más yendo lunes, miércoles y viernes dos horas, para la otra semana quedarse en la casa con clases online y a la otra volver a clase, pero martes y jueves, y así sucesivamente? ¿Qué chicos y qué padres pueden organizar una vida de ese modo? ¿Qué proyecto pedagógico es ese? ¿Por qué no postergar algunas semanas el inicio de clases, para recuperarlo más tarde si hiciera falta, y vacunar a los docentes al menos? La educación viene hecha mierda hace tiempo por responsabilidades de políticas públicas de los gobiernos de turno pero también por los gremios, los docentes, los padres; y sin embargo hay funcionarios y referentes públicos que vienen a decir que continuar algunas semanas online puede ser fatal para toda una generación. ¿Son cínicos o nos toman el pelo? No descartemos ambas posibilidades.   

Y ya que hablamos de docentes: ¿cómo se le dice al docente al que se le pidió que se quede en su casa para cuidar su vida que ahora debe arriesgarla? De hecho, les cuento un caso cercano: una docente que convive con un adulto mayor y con un adolescente. Durante todo el año 2020 hicieron cuarentena estricta por ellos pero, sobre todo, por el adulto mayor. Ahora a ella le informan que de no asistir a dar clases perderá el trabajo. En cuanto al adolescente, si no asiste a clases pierde la vacante. Naturalmente, por el atraso en la llegada de las vacunas y por el atraso en la logística de vacunación el adulto mayor no tiene su vacuna. ¿Quién se hace cargo de eso? Se dirá que la vida es así. Y es verdad. Pero ¿cómo se pasó del “gobierno de la vida” a “primero la educación de los chicos y si te toca enfermarte vos o cualquier conviviente de riesgo te vas a tener que joder”? ¿En qué momento y basado en qué se dio ese giro?

Asimismo, ¿qué burbuja puede respetar un docente pauperizado que da 10 cursos en distintas escuelas? ¿Por qué los sindicatos no se han plantado ante esta situación y apenas han hecho énfasis en acordar protocolos (incumplibles)? Asimismo, y que nadie se ofenda: ¿ustedes se imaginan qué estarían diciendo los sectores progresistas si fuese el gobierno de Macri el que estuviera obligando a los docentes a volver a clases? ¿Por qué no hubo paro docente a pesar de que el aumento de sueldo no llega y las condiciones edilicias no han mejorado? A favor de los sindicatos, eso sí, podría decirse, claro, que si el gobierno nacional acabó cediendo a la presión del PRO y los medios opositores ¿qué le queda a un sindicato? ¿Podría soportar el referente del sindicato una demonización total de parte de los medios mientras todos le han soltado la mano?

Por otra parte, no quisiera estar yo como ministro de nada en un momento como este en Argentina porque lidiar con una crisis económica heredada y una pandemia parece el peor de los universos posibles pero las acciones del Ministro de Educación a nivel nacional dejan mucho que desear. Esto va más allá de sus desafortunadas declaraciones acerca de un “proceso de reorganización pedagógica” o la insólita foto en un bunker amarillo graficando de manera no intencional que el regreso a las clases  había sido una imposición de la oposición a la que el gobierno cedió porque se está quedando sin espaldas para defender sus posiciones. Pero la gestión nacional de Trotta es muy pobre. Y no alcanza con mostrar que Macri desprecia la educación y que el gobierno de la ciudad está haciendo marketing mientras la oposición mediática revive el gorilismo más delirante dando a entender que el oficialismo no quiere la vuelta a las clases porque necesita gobernar gente analfabeta. Ya sabemos lo que es Macri, ya sabemos lo que es el gobierno de la ciudad en materia educativa y ya conocemos los mitos gorilas pero mientras tanto, ¿por qué no haber invertido fuertemente en 2020 para dar un salto tecnológico que eventualmente pudiera hacer frente a la necesidad de permanecer un tiempo más en el modo online?  

Entonces hagamos como si nos interesa la educación, los chicos y los maestros porque no hay nada más intocable que la educación, los chicos y los maestros pero no nos asombremos cuando empiezan a aparecer sectores de la sociedad profundamente antipolíticos, antiestatistas y con discursos destructivos y marginales, máxime cuando en la misma semana se dan escándalos como los de Verbitsky y las vacunas para amigos VIP. Porque los gobiernos y los Estados tienen que demostrar un sentido y una utilidad. Si no le hacen mejor a la vida de la gente es natural que alguien se pregunte para qué están. Solo a manera de ejemplo y corriéndome del asunto educativo: ¿cuál es el sentido por el cual el gobierno de la ciudad creó un sistema de inscripción para vacunarse que se parece a un cibermonday en el que de repente se abre la posibilidad de tomar un turno y la página colapsa o se debe pasar todo el día haciendo click porque nunca se anuncia en qué momento estarán disponibles los nuevos turnos? Adoptando un sistema de preinscripción como el de la provincia de Buenos Aires este problema se solucionaría. Entonces, ¿por qué lo hacen? ¿Ineficacia? ¿Perversión? ¿Era necesario vacunar a algunos amigos del poder cuando millones y millones de personas viven con angustia y esperan una vacuna tras haber estado encerrados un año? En cualquier caso, ¿cómo no va a ser natural que mucha gente comience a preguntarse por qué toleramos corruptos, ineficaces y/o perversos que nos joden la vida, en este caso, en un sentido literal?  

Para concluir y volviendo al eje de estas líneas, el mundo del “como si” es un mundo de ficción y a diferencia de la mentira lisa y llana la ficción del “como si” tiene un objetivo. El objetivo en este caso parece político en el peor de los sentidos, es decir, está vinculado a la necesidad de permanecer en el poder y no desgastar la imagen. Se trataría de objetivos aceptables si es que en el medio de la ficción pudiéramos pasar por alto la angustia extra que nos generan y si no estuviera en juego nada más y nada menos que nuestra propia vida y la de la gente que más queremos.

 

 

¿Presencialidades de derecha y cuarentenas progresistas? Marcos para una discusión (editorial del 13/2/21 en No estoy solo)

 

¿Los humanos somos seres sociales o antisociales? ¿Nacemos buenos o malos por naturaleza? Los denominados autores contractualistas como Hobbes, Locke y Rousseau entre otros, han tratado de responder a interrogantes como éstos y han arrojado enorme cantidad de matices pero nos enseñaron que de la mirada que se tenga sobre la naturaleza humana se seguirá una forma de entender el rol del Estado. Podría decirse incluso que desde los orígenes de nuestra civilización se discuten este tipo de cosas pero  lo más interesante es que buena parte de los debates actuales depende de qué posición adoptemos respecto a estas cuestiones.   

Es verdad que la posmodernidad ha mezclado todo y ya no se puede distinguir entre izquierdas y derechas y asistimos impávidos al modo en que Estados presuntamente liberales pasan por encima de derechos individuales y decretan estados de excepción con enorme liviandad; o vemos repúblicas democráticas preocupadas por las minorías antes que por mayorías, etc. Sin embargo, algún esbozo de tendencia podemos inferir a partir de discusiones puntuales. Por ejemplo: ¿cuarentena sí o no? En general, quienes abogaron por el “sí” impulsaron la cuarentena bajo una retórica del cuidado general y del cuidado en particular sobre los más débiles que, en este caso, eran los ancianos. Se trata de puntos de vistas que, en general, entienden que el Estado debe intervenir para disminuir los desequilibrios que se dan socialmente. Quienes abogaron por el “no” en muchos casos lo justificaron entendiendo que la muerte siempre es una posibilidad y que debía privilegiarse la economía y la salud psíquica. Entre los que defendieron el sí a la cuarentena hay buena parte de lo que podríamos llamar “progresismo” que, a su vez, incluye dentro de sí variadas tradiciones que van desde miradas de izquierda más radicales hasta perspectivas globalistas, populares, liberales y socialdemócratas. Quienes defendieron el “no” suelen englobarse en lo que llamaríamos “derecha” pero allí también hay distintas tradiciones que en muchos casos tienen poco que ver entre sí, a saber: conservadores, ciertos nacionalismos y también, claro, populares y liberales.  

Lo mismo sucede con la discusión en torno a las clases presenciales. Los que creen que hay que intervenir tienden a considerar que las clases deberían realizarse de manera virtual porque el peligro de los contagios en las escuelas será enorme mientras que el otro polo dirá que el daño de la no presencialidad es enorme y que no se puede acabar con la vida social y la libertad por el hecho de que un sector pequeño de la población padezca las consecuencias.

Si tomamos los dos grandes espacios que disputan las elecciones en Argentina, el oficialismo parece estar más cómodo en la primera posición, la progresista, y Juntos por el cambio encontraría su zona de confort en la segunda, la de derecha, más allá de que, al inicio, gobierno nacional y gobierno de la ciudad, por ejemplo, coincidieron en cuarentenas fuertes. Sin embargo, el mal humor social hizo que el gobierno nacional cediera totalmente a la impronta del gobierno de CABA y que con la misma cantidad de muertes diarias que se tuvieron en el pico de la pandemia, la Argentina hoy funcione prácticamente con casi plena normalidad. La retórica de la libertad se impuso por sobre la del cuidado. Las razones de ello exceden estas líneas.    

En líneas generales, entonces, las miradas de lo que llamaríamos “la derecha” consideran que la intervención sobre un mundo hostil no hace más que violentar la naturaleza de las cosas. Esa violencia puede ser efectiva momentáneamente pero a la larga la naturaleza se impone. Razonamiento similar expone esa parte de la derecha que es neoliberal cuando considera que la economía tiene leyes rígidas como la física y que cualquier intervención sobre ella está condenada al fracaso. Bajo esta lógica se impone un ideal meritocrático por el cual se supone que lo mejor que se le puede dar a un hijo es criarlo para que sea autónomo y posea todas las herramientas para comportarse con el mayor margen de libertad en un mundo competitivo que no será amigable. Personas fuertes para desafíos fuertes.

El amplio espectro que llamamos aquí “progresismo” se constituye a partir de ciertas nociones emparentadas con la idea de que el hombre nace bueno pero la sociedad lo pervierte; o, en todo caso, consideran en el fondo que la sociedad puede cambiarse y que el mundo no es hostil por naturaleza. Se habla de cambios culturales a través de la performatividad del lenguaje, de criar hijos solidarios y no competitivos; la meritocracia es mala palabra aunque algunos observamos que, en muchos casos, el progresismo acaba imponiendo una suerte de “meritocracia negativa” en la que se compite por quién o qué grupo puede ostentar el rol legitimante de víctima para exigir ayuda del Estado y del resto de la sociedad. Criar personas fuertes para la jungla no es un objetivo a ser cumplido. Más bien, por momentos, parecen criarse generaciones enteras dispuestas a asumirse como víctimas de otras generaciones o grupos específicos. Es una suerte de empoderamiento en el reclamo; una potencia del acreedor.  Si el liberalismo le pone límites a la sociedad y al Estado entendiendo la libertad como no intromisión, este progresismo exige protección y acusa a los liberales de criar monstruos egoístas que son fuertes con los débiles. Del otro lado, claro está, se responde que el progresismo cría personas débiles, incapaces de una vida autónoma, y dependientes del Estado y los gobiernos de turno.

Esta presentación no es otra cosa que un esquema demasiado general que comete enorme cantidad de injusticias y que además no ha sido preciso con los matices que incluye cada una de las tradiciones mencionadas. Asimismo, salvo la gente que tiene las cosas demasiado claras en la vida y posee pensamientos sin fisuras, es probable que el resto de los mortales oscilemos y que en determinadas circunstancias asumamos una u otra posición. Ni hablar si de repente intentamos definir en función de estas categorías la pretensión de tercera posición del peronismo, la cual, justamente, intentaba ir más allá de izquierdas y derechas. De hecho no es casual que haya ciudadanos que se sienten peronistas y están más cómodos con la retórica progresista. Pero también hay muchos peronistas que entienden que ese no es el camino y dan razones para fundamentar su posición.

Esta tensión no es exclusiva de la Argentina y de hecho hay varios intentos por resolverla. Por citar uno que aquí hemos trabajado tiempo atrás, el joven filósofo italiano Diego Fusaro intenta saltar por encima de la dicotomía entre derechas tradicionales e izquierdas posmodernas asumiendo una agenda de interés nacional y antiglobalista que trate de complementar ideas de izquierda como el trabajo, los derechos sociales, el sentido social de la comunidad, el bien común y la solidaridad antiutilitarista con valores de derecha, a saber: Estado nacional patriótico como límite a la privatización liberal, reivindicación de la familia contra la atomización individualista, rescate de la lealtad y el honor contra el imperio del mundo efímero y líquido del consumismo liberal, y regreso a una religión de la trascendencia frente a la religión del mercado en su forma de ateísmo nihilista de la mercancía.

“Ideas de izquierda y valores de derecha” sería entonces la propuesta que impulsa Fusaro, propuesta que, por supuesto, es algo más compleja de lo que aquí se la presentó y, por ejemplo, no está exenta de críticas en aspectos vinculados a su posición sobre la migración en clara oposición a la perspectiva del Papa Francisco, lo cual agrega un elemento de complejidad todavía mayor al asunto.

Para finalizar, entonces, la respuesta al interrogante acerca de si son los gobiernos progresistas los que sostienen cuarentenas fuertes y las derechas las que exigen presencialidad puede rastrearse en alguna medida en las concepciones que, para decirlo de manera muy amplia, cada una de estas perspectivas posee respecto a la naturaleza humana y el Estado. Indagar allí puede ayudar a tener ciertos indicios aunque, naturalmente, la enorme confusión que rige en la actualidad y las propias contradicciones que la gran mayoría de nosotros tenemos dificulta establecer relaciones de causalidad claras. Con todo, quizás estos marcos generales hagan un mínimo aporte para reconocer sobre qué base estamos discutiendo.

lunes, 8 de febrero de 2021

Alberto, Xuxa y cómo hacerle el juego a la derecha (editorial del 6/2/21 en No estoy solo)

 Dado que estos son tiempos donde todo hay que aclararlo digamos lo obvio: criticar al actual gobierno no significa equipararlo con el gobierno anterior. Es que la administración Macri, junto a los dos años de Fernando de la Rúa, han sido, sin dudas, los peores gobiernos desde el regreso de la democracia con el agravante de que el primero recibió un país con dificultades pero infinitamente mejor que el que recibiera De la Rúa. Dicho esto no acuerdo con la idea de que diferir con un conjunto de políticas y prácticas del gobierno de Alberto Fernández sea hacerle el juego a la derecha tal como advierten muchos usuarios de redes devenidos estrategas políticos. Dejemos, entonces, la razonable responsabilidad del silencio para los funcionarios y tratemos de pensar juntos. Que la autocensura, abundante y naturalizada en tiempos de escraches, trolls y cancelaciones a la carta, no nos gane la partida.  

El desempeño del gobierno en estos casi 14 meses no cumplió con las expectativas de los votantes del FDT. Pero pongamos aquí dos asteriscos: el primero, naturalmente, está vinculado a que cualquier análisis deberá ser matizado por la situación de la pandemia; el segundo, futurología mediante, afirmará temerariamente que, aun con los propios votantes disconformes y una sociedad que al no poder enojarse con un virus se va a enojar con el gobierno de turno, es probable que las elecciones de este año sean ganadas por el oficialismo. En este sentido la lógica de la grieta ayuda pues persiste en el votante de Alberto la idea de que “antes que a Macri lo voto a Alberto”. Insisto, salvo algún cisne negro, esa lógica prevalecerá y la dispersión natural de votos de las elecciones de medio término no alcanzará para que el oficialismo pierda, máxime cuando es probable que más dispersa esté la oposición.

Y sin embargo, no hay ninguna medida económica estructural que haya favorecido a las grandes mayorías de modo que esa porción volátil del electorado que puede votar a Macri y a Alberto de una elección a otra, en algún momento pasará la factura como se la pasó a Macri mientras esperaba los brotes verdes. Quizás un milagro evite un colapso sanitario en el primer semestre y los pronósticos de rebote de la economía traigan algo de alivio. Eso sí: estará en el gobierno lograr que ese rebote sea redistribuido y no sea capitalizado por el grupo de siempre a través de la inflación.

Dejando de lado discusiones no menores acerca de socialdemocracia, peronismo, etc., quizás lo más saliente sea la forma que tiene el gobierno de entender el poder, y que reproduce a nivel país la lógica de la necesidad de estabilidad del Frente. Dicho más fácil, Alberto y el Frente parecen haber entendido que si el espacio no se quiebra será posible sostenerse en el gobierno. Para que eso suceda se intenta mantener a todos los componentes satisfechos con cargos, presupuestos y, por qué no decirlo, en algunos casos, kioskos. Para ser justos, es lo que ha sucedido siempre con distintos gobiernos. Pero el elenco estable parece intocable. Los funcionarios que no funcionan permanecen en el poder y cuando finalmente se van se “les paga” con muy buenas alternativas que hasta pueden incluir embajadas, etc. Esta lógica, trasladada a nivel país, supone intentar que nadie se enoje demasiado y en la práctica esto lleva a un gobierno de Xuxa, “un pasito para adelante y un pasito para atrás”: se impulsa un acuerdo porcino y nos sacamos una foto diciendo “No al acuerdo porcino” mientras esperamos que Paul McCartney proponga, al país de la carne, un lunes vegano; aborto sí pero con ley de los 1000 días; Vicentín sí pero al final no; controlamos el maíz porque la mesa de los…. Pero al final tampoco; del “somos el gobierno de la vida, métanse todos adentro” a mirar para otro lado porque hay que impulsar la economía e ir a la escuela por más que haya más muertos que antes. Los decretos son solo sugerencias, la necesidad es contingente y la urgencia relativa. A las restricciones horarias no se las debe llamar “toque de queda” porque suena a viejos tiempos y nuestra concepción del poder nos dice que ya nada se puede imponer. Porque en el modo progresista de entender el poder los gobiernos acaban siendo gobiernos de la impotencia cuando no de la incompetencia.  Comunicacionalmente los errores abundan, lo cual no quiere decir que todo se reduzca a un problema de comunicación. A veces fallan las políticas y encima se comunican mal. Estigmatizamos a 678 y a la ley de medios para, a cambio de ello, llevar a Robertito a la TV Pública y continuar con el esquema de distribución de pauta a medios que, como pocas veces, militaron la zozobra, el terror y la desinformación jugando con la vida de la gente.

Se habló de un gobierno de científicos cuando la gente votó un gobierno de políticos. Claro que es bueno que los políticos se rodeen de los que saben. Pero que gobierne la política. Los técnicos, sean de Bunge y Born o sean de la Facu de Sociales, son técnicos. Y la pobreza no se soluciona, sigue aumentando, por más que la performatividad del lenguaje nos quiera hacer creer voluntaristamente que todo se reduce a un problema del decir.

Justamente, conectando estos últimos puntos, hay una escuela de asesores que trasciende a este gobierno, claro, pero que ha instalado que siempre hay que dar “buenas notis”, un decirle que sí a todo. ¿Los medios te instalaron que hay que abrir las escuelas, más allá de si es sensato o no y más allá de por qué las razones que se esgrimían antes no sirven para este momento? No importa, deciles que sí. Después vemos. Antes que nos gane Larreta con su blindaje, decí todo que sí. “Vamos a vacunar 10 millones de personas entre enero y febrero”. No hace falta ser médico ni funcionario para darse cuenta que Argentina, aun si las vacunas hubieran llegado en tiempo y forma, no hubiera tenido la capacidad de hacer eso. Si esas 10 millones de personas recibieran las dos dosis habría que vacunar más de 300.000 por día. No pudieron ni vacunar 300.000 en un mes. Pero no importa: vos decí que sí. ¿Y si vacunamos a 10 millones con una dosis? Tampoco se va a poder pero vos decí que sí. Es siempre una suerte de gobierno feliz en un mundo feliz. Si rinde, ponete al frente. Pero cuando solo queda dar malas noticias, borrate. Alberto y su dificultad para delegar no suelen hacer caso. Pero finalmente el presidente pareció entender. Nótese, si no, la comunicación de la pandemia lo que ha sido. Quizás tengan razón esos asesores, por supuesto. Pero no deja de sorprender el modo en que el ejercicio del poder dinamita las popularidades a la misma velocidad con la que se vive. Cuatro años de un gobierno son casi anacrónicos para la lógica del apuro, el vértigo y la ansiedad. Los tiempos de las democracias republicanas no son los del capitalismo financiero ni los de la cultura del descarte.       

En 2020, la tibieza del gobierno le quitó la posibilidad de hacer lo que hacen los gobiernos liberales: una política de shock en momentos de zozobra. No modificó sustancialmente ni el mapa de medios, ni la concentración económica, ni el sistema de salud, ni el comercio exterior, ni el sistema energético, ni la estructura tributaria, etc. y especialmente, en lo que respecta a la justicia, probablemente lo va a pagar de manera directa. De hecho intuyo que por allí intentará la oposición fracturar al gobierno. Porque fracturar la coalición no es condición necesaria pero sí suficiente para volver al poder. Y lo hará, probablemente, llevando al gobierno contra la pared avanzando contra CFK. ¿Y cuando quieran meter presa a CFK qué va a hacer el gobierno?

Lo más curioso es que esa moderación no le ha sido útil al gobierno para evadirse de las críticas. De hecho, le achacan lo mismo que le achacaban al de CFK: Venezuela, populismo (ahora en modo de Formosa e infectaduras), putinismo, Irán y un montón de otros delirios más.

Por último, sin caer en purismos y asumiendo cuáles son los tiempos que corren, ideológicamente hay confusión en el gobierno y por momentos pareciera que éste asume la caricatura que de él ha hecho la oposición: de repente el Frente que incluye a muchísimos peronistas parece tener como columna a cualquier tipo de identidad excepto los trabajadores. Por supuesto que 70 años después de Perón algunas cositas han cambiado pero hoy el Frente parece ser un espacio del pobrismo y las nuevas agendas identitarias sin un plan de desarrollo; apenas una mera administración pretendidamente redistributiva de la escasez; redistribución que no va de arriba hacia abajo sino que saquea siempre a los del medio, los grandes perdedores de la época y los que en los tiempos de Perón fueron enormemente beneficiados porque el peronismo fue un gran creador de clase media. Sin embargo, ahora los pocos grandes cada vez tienen más, los millones de pobres reciben alguna migaja extra pero quien paga la fiesta es una clase media cada vez más empobrecida que de media solo le queda la pretensión, la cultura y la nostalgia. La base electoral del gobierno es gente cagada de hambre a la que hay que repartirle guita para que no explote, jóvenes posmodernos sobre y desideologizados con agendas veganas de grandes urbes y un grupo de gente que ve esto y critica por lo bajo por responsabilidad y por temor a lo que hay en frente.     

¿Y cabe alguna duda de que lo que hay enfrente es peor? ¿Cabe alguna duda de cómo estaríamos ahora si los que saquearon al país en cuatro años, armaron listas negras e hicieron persecución ideológica al tiempo de mostrar ser enormemente incapaces de estar al frente del Estado, nos estuvieran gobernando? No hay dudas al respecto y es eso lo que le da unidad al Frente, lo que hace que las críticas se hagan en privado y lo que probablemente le vuelva a dar el triunfo al oficialismo en 2021. Pero el gobierno tiene una deuda con sus votantes y con el país. Desconocer eso y ocultarlo es hacerle el verdadero juego a la derecha.