jueves, 26 de abril de 2012

Una visita a la Constitución peronista (publicado el 26/4/12 en Veintitrés)


El domingo pasado, el diario Página 12 publicó una nota de José Pablo Feinmann titulada “Soberanía y poder” en la que el escritor vincula la expropiación de YPF con algunos de los principios centrales de la Constitución “peronista” de 1949, cuyo referente central fue el constitucionalista Arturo Sampay.
Como usted recordará, el primer gobierno de Perón consideraba que el nuevo tiempo histórico debía plasmarse en una Constitución que casi 100 años después reemplazase a la ideada por Alberdi. Las razones podían, incluso, leerse a partir de las propias impresiones del autor de Las Bases para quien la Constitución de 1853 debía ser provisoria y circunscripta a las condiciones particulares de nuestro territorio. Los principios liberales con la protección irrestricta de la propiedad privada, el libre mercado y un conjunto de leyes tendientes a promover enormes ventajas para aquellos extranjeros que “debían” rellenar “el desierto argentino”, son, sin dudas, los elementos salientes de la propuesta alberdiana, que se conjugaban, además, con el principio republicano del establecimiento de un límite a la reelección inmediata. Fueron justamente estos principios los que el peronismo se propuso modificar.
Así, Perón convoca a Arturo Sampay, académico de la tradición conocida como  “constitucionalismo social”, quien no sólo ideó el texto de la reforma sino que fue uno de los convencionales. Como suele ocurrir en estos casos, el proceso de llamado a la convención constituyente y la discusión al interior de su seno estuvo atravesado por escándalos y acusaciones, entre ellos, el abandono del bloque radical que, denunciando la nulidad de la convocatoria, asistió sólo al primer día de sesiones. Finalmente, la reforma fue sancionada y permaneció en vigor hasta 1957, año en que la “revolución libertadora” que derrocó el gobierno constitucional de Perón, determinó que debía derogarse para regresar al texto fundacional de 1853.
En cuanto a la formación de Sampay se trata de un reconocido cristiano tomista que desde sus primeras publicaciones trazaba una línea de continuidad entre el racionalismo moderno, el iluminismo, el individualismo burgués y el liberalismo, todos elementos presentes en la Constitución de los Estados Unidos (la referencia obligada del pensamiento de Alberdi). Es justamente esta línea de pensamiento la que Sampay se propone criticar en lo que podría verse como la reedición de un debate de historia de las ideas que comenzó ya desde el hecho fundacional de nuestro país. Me refiero a aquel que discurría acerca de los verdaderos fundamentos que dieron lugar a la revolución de mayo y que enfrentaba a los que indicaban que se trató de la consecuencia natural de las ideas iluministas que se habían manifestado en las revoluciones de 1776 y 1789, con aquellos que reivindicaban a pensadores jesuitas como Francisco Suárez arraigados en una tradición cristiana más popular mezclada con elementos de la Contrarreforma. Según Jorge Dotti, en el pensamiento de Sampay “el iusnaturalismo clásico resulta complementado por un democratismo popular legitimador de todos los cambios constitucionales que el mismo pueblo juzgue necesarios, y que deben ser evaluados según los principios universales y eternos del cristianismo”. Por otra parte, José Ricardo Pierpauli y Juan Fernando Segovia debatieron en sendos papers si, tras ese origen tomista, Sampay se habría inclinado hacia el marxismo o hacia algún tipo de socialismo. Asimismo, la formación de Sampay puede explicar el episodio al que el propio Feinmann hace referencia y que fue recordado hace algunos meses por la presidenta. Me refiero, a la ausencia del derecho a huelga en la Constitución del 49. Para el autor de El flaco, Sampay deseaba incluir tal derecho pero por orden de Perón lo omitió. Como tal situación no me consta prefiero tomar en cuenta la forma en que Sampay justificó tal controvertida decisión, pues consideraba, como buen iusnaturalista, que ese derecho es anterior y superior al derecho positivo. Pero no todo el justicialismo acompañó esta idea pues, de hecho, la discusión se realizó incluso “puertas adentro”, tal como intenta reflejarlo el profundamente crítico del peronismo, Jorge Reinaldo Vanossi, quien retoma las palabras del senador nacional y constituyente justicialista Pablo Ramella. Éste consideraba que había que “positivizar” el derecho a huelga, a lo que Sampay respondió “la huelga es un derecho natural del hombre en el campo del trabajo, como lo es el de la resistencia a la opresión en el campo político, pero si bien existe un derecho natural de huelga no puede haber un derecho positivo de huelga, porque (…) es evidente que la huelga implica un rompimiento con el orden jurídico establecido, que, como tal, tiene la pretensión de ser un orden justo, y no olvidemos que la exclusión del recurso a la fuerza es el fin de toda organización social. El derecho absoluto de huelga, por tanto, no puede ser consagrado en una Constitución”.
Dejando de lado esta, como mínimo, controvertida justificación y volviendo al disparador de estas líneas, como indicaba Feinmann, los elementos centrales que marcaban el núcleo de la Constitución del 49 no estaban en la posibilidad de la reelección indefinida, si no en un manojo de artículos. Feinmann menciona el 38 y el 40 pero yo sumaría también el 37 y el 39.
 El 37 es el correspondiente a la institucionalización de los derechos del trabajador, de la familia, de la ancianidad y de la educación y la cultura. En cuanto al 38, es el artículo que inaugura el capítulo IV de la propuesta y que es el que más escozor causaba en la tradición liberal. Su título “La función social de la propiedad, el capital y la actividad económica” ya anticipaba que la propiedad privada perdería su carácter santificado.  Más específicamente, este artículo afirma “La propiedad privada tiene una función social y, en consecuencia, estará sometida a las obligaciones que establezca la ley con fines del bien común. Incumbe al Estado fiscalizar la distribución y la utilización del campo (…) y procurar a cada labriego (…) la posibilidad de convertirse en propietario de la tierra que cultiva.  La expropiación por causa de utilidad pública o interés general debe ser calificada por ley y previamente indemnizada”.
En esta misma línea, marcando la superioridad del bien común por sobre el interés privado, el artículo 39 reza: “El capital debe estar al servicio de la economía nacional y tener como principal objeto el bienestar social.  Sus diversas formas de explotación no pueden contrariar los fines de beneficio común del pueblo argentino”.
Por último, y algo por lo que hoy cualquiera podría ser acusado de chavista, confiscacionista, kicillofista o marxista judío montonero imberbe, un extenso artículo 40 que merece citarse entero, indica “La organización de la riqueza y su explotación tienen por fin el bienestar del pueblo, dentro de un orden económico conforme a los principios de la justicia social.  El Estado, mediante una ley, podrá intervenir en la economía y monopolizar determinada actividad, en salvaguardia de los intereses generales y dentro de los límites fijados por los derechos fundamentales asegurados en esta Constitución.  Salvo la importación y exportación, que estarán a cargo del Estado, de acuerdo con las limitaciones y el régimen que se determine por ley, toda actividad económica se organizará conforme a la libre iniciativa privada, siempre que no tenga por fin ostensible o encubierto dominar los mercados nacionales, eliminar la competencia o aumentar usurariamente los beneficios. Los minerales, las caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas, y las demás fuentes naturales de energía, con excepción de los vegetales, son propiedad imprescriptibles e inalienables de la Nación, con la correspondiente participación en su producto que se convendrá con las provincias. Los servicios públicos pertenecen originariamente al Estado, y bajo ningún concepto podrán ser enajenados o concedidos para su explotación.  Los que se hallaran en poder de particulares serán transferidos al Estado, mediante compra o expropiación con indemnización previa, cuando una ley nacional lo determine. El precio por la expropiación de empresas concesionarios de servicios públicos será el del costo de origen de los bienes afectados a la explotación, menos las sumas que se hubieren amortizado durante el lapso cumplido desde el otorgamiento de la concesión y los excedentes sobre una ganancia razonable que serán considerados también como reintegración del capital invertido” (las itálicas son mías).
En síntesis, la Constitución del 49, una especie de hecho maldito que se ha intentado invisibilizar a pesar de haber regido durante 8 años en el país, puede ser la base para encarar problemáticas que, como se ve, no son nuevas. Retomar algunos de sus principios, discutir otros y revisitar críticamente varios de los aspectos controvertidos que a la luz de lo ocurrido en la segunda mitad del siglo XX en nuestro país, no deben ser pasados por alto, puede ser un buen ejercicio capaz de brindar herramientas para enfrentar los debates que se dan en la actualidad.   

viernes, 20 de abril de 2012

Argumentos y desprecio por las instituciones (publicado el 19/4/12 en Veintitrés)


Finalmente, tras varias advertencias y amagues se oficializó el proyecto para expropiar el 51% de las acciones de YPF a la empresa española Repsol. El anuncio se esperaba el viernes pasado cuando comenzó a circular un borrador pero la presidenta escogió el lunes por la mañana cuando pocos lo suponían y prestigiosos editorialistas ya atribuían el silencio oficial a una marcha atrás producto de una reprimenda de Obama en la Cumbre de Cartagena.
Sin dudas, se trata de una de las 5 medidas más importantes del kirchnerismo en toda su historia, un hito de este tercer mandato junto a la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central. 
A favor y en contra de dicha medida usted encontrará un sinfín de datos cruzados sobre los cuales no me interesa expedirme para no resultar reiterativo. Más bien, lo que deseo es indagar en algunas argumentaciones que han aparecido inmediatamente después del anuncio.
Un primer aspecto interesante es el de la prensa española. Por un lado, es necesario hacer notar que del mismo modo que ya casi no hay diferencias entre las políticas del PSOE y el PP, tampoco hay divergencias en las líneas editoriales de un diario de derecha como el ABC y un diario progresista como El país. De hecho, no sólo estos diarios sino la gran mayoría presentaron el proyecto del gobierno argentino como un ataque contra España. Naturalmente, la cercanía temporal hace que se comparen las líneas editoriales de tales diarios con la forma en que Clarín y La Nación en Argentina encararon el tema Malvinas, lo cual tienta a exacerbar el enano nacionalista que todos llevamos dentro. Sin embargo creo que es un error. No se trata de que los medios españoles sean nacionalistas y los argentinos cipayos. La variable identitaria nacional aquí no está jugando. Lo que los medios españoles y los argentinos defienden es el capital privado, los intereses de una empresa independientemente de la nacionalidad circunstancial de sus principales accionistas. Si tal capital se beneficia con una estrategia nacionalista no dudarán en regalar banderitas en su edición dominical; si, en cambio, los negocios se hacen con el capital extranjero, la edición sabatina traerá fascículos de educación cosmopolita y ciudadanía universal con posters desplegables de todas las etnias galácticas.
Dicho esto, lo que los medios españoles hacen es una gran puesta en escena en el marco de un contexto mundial donde la noción clásica de soberanía está puesta claramente en tela de juicio. En otras palabras, resulta absurdo suponer que en momentos donde el capital transnacional doblega a los Estados nacionales, los diarios, que son parte de multimedios, reflejen la perspectiva de los intereses de la nación. Es necesario, entonces, aggiornar el enfoque y entender que la noción de multimedios de capital transnacional supone la revisión de las fuentes, las perspectivas y los objetivos del periodismo. Evaluarlo en términos de “grados de cipayismo” es no comprender la actualidad del capitalismo.
Pero un segundo aspecto igualmente interesante me resultó el conjunto de argumentos de los que aparentemente se oponen a la medida en Argentina aunque, más bien, habría que ser precisos y decir que estrictamente nadie se opuso a la medida. Entiéndase bien: han desfilado cientos de referentes opositores enojados y pataleando pero si se profundiza en sus argumentos ninguno está en contra de la estatización, ni siquiera Macri que entre balbuceos consiguió afirmar que vería con buenos ojos una empresa mixta el estilo Petrobras. Así, incluso los economistas liberales o el establishment más recalcitrante reconoce que la privatización estaba teniendo resultados vergonzosos y que no hay país serio en el planeta que deje en manos privadas las decisiones en materia energética. Pero ¿cómo? ¿Acaso los opositores acuden a los programas de TV para felicitar a la presidenta?  No, pero esgrimen las siguientes razones: “se llegó a esto por culpa del gobierno”; “lo hacen por la caja”; “en 1992 Kirchner apoyó la privatización”; “se hace para tapar otros problemas como el caso Ciccone”; “falta un plan energético”; “la intervención la realiza De Vido y él es el culpable de las muertes en el tren de Once”; “lo tendrían que haber hecho mucho antes”; “se enojarán con la Argentina en todo el mundo”; “el problema energético de la Argentina no se soluciona con YPF”; “YPF ya no es lo que era antes“, etc. Usted habrá oído una y otra vez estos argumentos y algunos otros que escapan a mi memoria y sin embargo, insisto, si le presta atención, ninguno responde al eje del asunto, esto es: ¿la medida es correcta para los intereses de los argentinos o no? Sólo reflexionando sobre esta pregunta se notará que todos estos argumentos desvían el núcleo del asunto y que esto se debe a la profunda transformación cultural que vive la Argentina desde el año 2003, pues los actores que se oponen al gobierno son conscientes que al menos hasta hoy el kirchnerismo ha ganado la disputa ideológica y ha logrado convencer a una inmensa mayoría de la población de que resulta necesario un Estado activo y presente en sectores clave.
Por otra parte, aun si fuese verdad (algo, por cierto, discutible) que la culpa de la importación millonaria de energía es del gobierno, que lo hacen por la caja, que Kirchner apoyó la privatización, que se hace para tapar lo de Once, que tendrían que haberlo hecho antes, que los españoles están enojados y que el problema energético no se soluciona con YPF porque ya no es lo que era antes, ninguna de estas razones es suficiente para mostrar que la expropiación es un desatino. Dicho de otro modo: si un gobierno, de cualquier signo, cometió errores en el pasado, ¿se le va a achacar ser incoherente cuando decide cambiar para bien?       
Por último, el elemento más nocivo y preocupante, el poco respeto a las instituciones que demuestran quienes caen en lo que comúnmente se conoce como “falacia ad hominem”. Las falacias, claro está, son formas de razonamientos inválidos, una forma incorrecta de articular un pensamiento que tiene varias modalidades típicas. La más común es justamente esta que suele traducirse como “falacia contra el hombre” y que podría sintetizarse en la falsa suposición de que todo lo que diga o haga un hombre con alguna característica execrable debe invalidarse. En este sentido, caen en esta falacia quienes sostienen, por ejemplo, que un genocida asesino como Videla no puede más que decir mentiras o falsedades. Y sin embargo no es así: el peor demonio sobre la tierra puede realizar un acto elogiable o proferir verdades. En otras palabras, lo que la falacia  muestra es que el valor de verdad de un enunciado no depende de quién lo formule, del mismo modo que la virtud o el vicio de una acción debe medirse independientemente de las características personales del que la llevó adelante. ¿Acaso si Macri gana en 2015 y decide quintuplicar el presupuesto educativo, bautizar a la estación de subte del kilómetro 40, Ernesto “che” Guevara y denunciar a Clarín por sus negocios con la plata de los jubilados, nos vamos a oponer porque es Macri? Es más, ¿quitaríamos apoyo a tales decisiones porque no lo hizo mientras era Jefe de Gobierno de la Ciudad?
La gran paradoja es que el argumento que puede resumirse en la idea de que una acción deseable en manos de indeseables, se transforma en indeseable, es articulado por una gran mayoría de voces preocupadas por las instituciones republicanas. Se da así la particularidad de que quienes más dicen preocuparse por las reglas que por definición trascienden a los hombres, hacen énfasis constante en el nombre y apellido de quienes impulsan las medidas. Así no faltan quienes con descaro afirman “estoy de acuerdo con esta decisión pero en manos de los Kirchner son un peligro y por ello votaré en contra”. Extraño ardid de los republicanos vernáculos que “populistamente” acaban haciendo énfasis en el nombre propio de un líder para juzgar políticas de Estado y decisiones que trascienden ampliamente un gobierno particular.

viernes, 13 de abril de 2012

Anticipo de El Adversario, el nuevo libro de Dante Palma (publicado el 12/4/12 en Veintitrés)

Las líneas que siguen corresponden a un extracto de la introducción de mi nuevo libro.

Desde su asunción como presidente de la República, Néstor Kirchner se caracterizó por un estilo confrontativo que rápidamente se transformó en un elemento identificatorio de su mandato. En este sentido, buena parte de las medidas trascendentes tanto de su gobierno como del de su esposa, más allá de su incidencia práctica, están cargadas de una épica que tenía bien en claro a su oponente. Esta lógica de la construcción política, que es reconocida por seguidores y detractores, comenzó rápidamente a ser puesta en cuestión por las principales usinas de pensamiento que veían y ven en el kirchnerismo el fantasma del populismo demagogo que, según ellos, es propio de la matriz peronista. Aparecieron, así, los cultores de una democracia del diálogo y el consenso frente a lo que se identificaba como una política de la crispación, y se abusó de comparaciones que flaco favor le hacen a la historia y a las víctimas cuando relacionan el gobierno kirchnerista con el autoritarismo de regímenes genocidas como los de Hitler, Mussolini o Stalin.

En esta línea, especialmente a partir del conflicto con las patronales del campo en 2008 y la consecuente polarización que se dio en la sociedad, ciertos divulgadores comenzaron a identificar al proceso inaugurado en 2003 y su forma de entender la política como parte de una lógica que se nutría esencialmente de la identificación de enemigos. Esta interpretación sesgada suponía que cualquier tipo de construcción política que reivindicara la disputa como elemento vertebrador de la acción política y no abogase por los consensos transversales llevaría necesariamente a una lucha fratricida que no era más que la remake vengativa de aquellos jóvenes imberbes que habían sido expulsados de la plaza y ahora alcanzaban el poder por la vía democrática. Tal interpretación no tomaba en cuenta que identificar la política con un escenario de disputa no lleva necesariamente a considerar al oponente como un enemigo cuyas reivindicaciones son ilegítimas, y menos que menos a la eliminación del otro.

Es aquí donde aparece la noción de “adversario”, categoría deudora de la teórica belga Chantal Mouffe y que puede resumir bien el espíritu que dominó la Argentina en estos últimos años. Se trata de un país atravesado por enormes disputas con un gobierno que, guste o no, ha producido una profunda transformación cultural y ha alterado buena parte de los patrones de un orden que, a todo nivel, parecía consolidado y naturalizado. El adversario es un otro constitutivo. En otras palabras, la determinación de un adversario político permite trazar los límites de una identidad colectiva, un “nosotros” frente a un “ellos”. Pero los adversarios no luchan a muerte sino dentro del juego democrático. En

este sentido, el adversario del kirchnerismo no es una dictadura militar, más allá de que todos los sectores colaboracionistas del proceso genocida inaugurado en 1976 sean profundamente antikirchneristas. Asimismo, si bien el kirchnerismo realza las banderas de los ideales de los jóvenes de los 70, conoce bien el límite democrático y renuncia a cualquiera de las formas de la violencia al tiempo que ha hecho de los derechos humanos y de la búsqueda de la verdad sin revanchas una marca identitaria de su gobierno.

Ahora bien, a pesar de que Kirchner asumió en 2003 y que, como se decía en un principio, el estilo confrontativo parece una característica de su personalidad y de su gobierno, una de la hipótesis de este libro es que el kirchnerismo como tal comenzó a tomar forma recién en 2008, en el contexto de la disputa entre el gobierno y las patronales de campo. Fue recién allí cuando apareció con claridad el adversario, ese otro que permitió configurar un “quiénes somos”.

Y es ahí donde se observa con claridad que lo que tal conflicto escondía es, desde mi punto de vista, algo que va mucho más allá de lo estrictamente económico. Se trataba de una disputa cultural profunda que enfrentaba a los medios de posición dominante que extorsionaban a los poderes de turno amparados en la libertad de expresión y en la construcción de la figura del periodista como aquella entidad heroica y neutral, con un gobierno cuya identidad se fue constituyendo mientras se encontraba ejerciendo el poder pero que en líneas generales intentaba hacer una reivindicación del Estado y la política.

Fue aquel 2008, entonces, en el peor momento del kirchnerismo, cuando, fiel al estilo de sus conductores, el gobierno decide escapar del callejón volteando la pared en una estrategia que la gran mayoría de los analistas juzgaron suicida. Sin embargo fueron una serie de medidas que tuvieron gran acogida popular las que generaron un repunte significativo en los sondeos de opinión que llegó a manifestarse en los resultados aplastantes de las elecciones de octubre de 2011. No obstante, a pesar del 54% obtenido, la disputa dista mucho de haberse terminado y promete varios capítulos más.

Retomando lo dicho anteriormente, desde 2008 y, especialmente, a lo largo de la discusión en torno a la Ley de Medios, lo que quedó de manifiesto fue el modo en que particularmente el grupo Clarín operaba como un partido político que disputaba a la política la representación de la sociedad civil, al tiempo que utilizaba su fenomenal cadena de medios para generar una hegemonía constitutiva de un sentido común a merced de los intereses económicos del grupo. Este giro del gobierno, por el cual entiende que la gran batalla debe darse contra aquel grupo y contra aquellos medios que habían sido claramente cómplices y principales azuzadores del clima que los intelectuales de Carta Abierta calificaron como “destituyente”, tiene como símbolo un programa emitido por la televisión pública y que fue central para el cambio de la, hasta ese momento, pobrísima estrategia comunicacional del gobierno. Me refiero a 6, 7, 8, un programa de archivo y análisis de medios con sesgo oficialista que generó una verdadera divisoria entre seguidores y detractores pero que logró su cometido de desnudar las conexiones pornográficas entre los referentes mediáticos tradicionales y los intereses de las empresas para las que trabajan, además de ayudar a generar simpatía hacia el gobierno entre cierta clase media ilustrada, progresista y no peronista.

Ahora bien, aun cuando la desconfianza hacia el periodismo ya aparecía en aquel clásico de 1941 de Orson Wells, Ciudadano Kane, y se asiste a una crisis del periodismo a lo largo del mundo vinculado al auge de nuevas tecnologías, en la Argentina en particular el socavamiento al espacio de legitimidad del que gozaba el periodista salió del ámbito pequeño de las facultades de comunicación para ser parte de un debate público que promete continuar. Tal debate es justamente el que arroja uno de los quiebres teóricos más interesantes para pensar la problemática del poder y la soberanía. Me refiero a la claridad con que se puso de manifiesto que el poder ya no residía ni en el Estado ni en los gobiernos elegidos por el voto ciudadano sino en las corporaciones económicas cuyos representantes ante la sociedad eran los principales periodistas de los medios más importantes.

Hecha esta presentación, el objetivo de este libro es reflexionar acerca de las transformaciones y los principales debates que la era kirchnerista ha traído y que se profundizan desde 2008, momento clave en la constitución del adversario. Para ello me introduciré no sólo en la disputa ya mencionada sino en el modo en que ésta se fue diseminando rápidamente para atravesar distintos campos de la cosmovisión de la Argentina, entre ellos, la historia, los derechos, el rol del Estado, la militancia y las propias tensiones en el interior del movimiento kirchnerista, las cuales plantean, sin dudas, preguntas hacia el futuro. El mencionado quiebre cultural que supuso el kirchnerismo es el marco del conjunto de textos que el lector tiene en sus manos y que giran en torno a diversas temáticas por las que fue atravesando la Argentina en estos últimos años.

En cuanto a su estructura, el libro está dividido en seis capítulos con varias subdivisiones que, por su mayor especificidad, pueden darle una mejor orientación al lector. El primer capítulo tematiza una de las hipótesis centrales de este libro, esto es, el divorcio entre periodismo y sociedad civil y la tensión entre multimedios y gobierno como una disputa en torno a la representación.

En el segundo capítulo, “La política en el medio”, se dedica la primera parte a algunas reflexiones de lo que llamo “la razón mediática”, esto es, elementos, lógicas y funcionamientos que van muchos más allá de la disputa Clarín versus gobierno y que parecen inherentes al periodismo independientemente de su perfil ideológico. Aún dentro del mismo capítulo, dedico la segunda parte a la relación entre medios y militancia juvenil especialmente a partir de la discusión de uno de los fenómenos más controvertidos de los últimos años: el ya mencionado 6, 7, 8.

En el tercer capítulo, se intenta reflexionar acerca del modo en que el kirchnerismo arremetió contra buena parte de los naturalizados principios de cierta hegemonía liberal economicista y las formas consensualistas de la democracia. En este capítulo, entonces, hay referencias a la problemática del diálogo, término que se ha transformado en el latiguillo preferido de la militancia opositora al kirchnerismo y que tiene una riquísima historia que puede rastrearse hasta el mismísimo Sócrates. Otro tema será, a su vez, indagar en ciertos puntos de vista acerca de la política. Por un lado está el caso Cobos, que lleva a un replanteo de lo que se entiende por representación independiente de estar o no de acuerdo con su inolvidable decisión de votar “no positivo”. Por el otro, la particular visión de la política que a través de cierto denuncialismo indignado considera que los problemas de la política argentina tienen que ver con la falta de moralidad de la dirigencia. Por último, apuntaré a las diferentes formas de la ilegalidad que pueden comprenderse por la pertenencia a determinadas clases sociales y el cambio cultural que supone la caída de la idea de los mercados como aquellos espacios donde debe medirse la idoneidad y la legitimidad de los gobiernos. Esto dejará el camino abierto para algunas paradojas de la democracia y ciertos desafíos que el capitalismo financiero parece imponerle.

En el cuarto capítulo habrá espacio, por un lado, para una serie de problemáticas vinculadas a la noción de propiedad, especialmente a partir de algunos episodios ocurridos en la ciudad de Buenos Aires a lo largo del gobierno de Mauricio Macri; y, por otro lado, algunas reflexiones en torno a la idea de soberanía para lo cual retomaré, por ejemplo, las consecuencias sorprendentes que se pueden seguir de una lectura profunda de Las bases de Juan Bautista Alberdi y las principales posiciones en torno al reclamo argentino sobre Malvinas. Para concluir, este capítulo enfocará algunas paradojas de la democracia indagando en las nociones de demagogia, populismo y biopolítica.

El quinto capítulo, por su parte, cuyo título remite a esa maravillosa e irónica frase del cantautor cubano Silvio Rodríguez, “Si saber no es un derecho, seguro será un izquierdo”, puede sistematizarse en dos grandes bloques. El primero se relaciona con las consecuencias que trajo aparejada, hasta el día de hoy, la decisión del gobierno de Kirchner de impulsar la derogación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida a la par de la realización de ese inolvidable gesto de exigir al general Roberto Bendini que descuelgue el cuadro de Jorge R. Videla en la ESMA.

El segundo bloque encara las transformaciones jurídicas que se vienen desarrollando desde 2003 y que estuvieron en el centro de los debates de la opinión pública. En este sentido, quizá como parte de la tradición peronista, el gobierno kirchnerista ha hecho suya la idea de ampliación de ciudadanía pero, a diferencia del peronismo clásico, la ha extendido a colectivos minoritarios como los grupos de gays y lesbianas. Dedico varios pasajes a elucidar el vínculo novedoso y el rol de las minorías en las sociedades modernas al tiempo que intento una aproximación a debates que la Argentina merece, especialmente aquellos vinculados con problemáticas bioéticas como el aborto o la eutanasia.

El último capítulo, “El rompecabezas kirchnerista”, lleva tal título justamente porque creo que lo que se sigue de manera más interesante de esas líneas es la idea del kirchnerismo como un proyecto inacabado, una identidad en plena formación con piezas que buscan encajar, y no siempre pueden hacerlo, detrás de un único relato.

En este sentido comienzo con una interpretación acerca de lo que sería cierta novedad progresista del kirchnerismo respecto del peronismo tradicional y el modo en que en la actualidad están confluyendo no sólo la tradición colectivista más vinculada a lo nacional y popular sino, también, la línea de cierto liberalismo político (no económico) más institucionalista y con fuerte énfasis en la protección de derechos individuales.

Por último, intento algunas reflexiones sobre el caso Kirchner, los debates que vienen y los conflictos que pueden llegar a sucederse en los próximos años.

viernes, 6 de abril de 2012

Desperonizar a Cristina (publicada el 5/4/12 en Veintitrés)

Uno de los debates más interesantes de estos últimos años gira en torno a la necesidad de poder definir la identidad del kirchnerismo. Tal controversia involucra no sólo a sectores cercanos al gobierno deseosos de dar sentido a su pertenencia, sino también, claro está, a sectores críticos o visceralmente opositores ansiosos de identificar las características, el núcleo y los límites del adversario.
Sin embargo, el kirchnerismo, quizás tanto como lo fue en su momento el peronismo, aparece como un enigma o, en todo caso una identidad compleja, en proceso, abierta y vertiginosa. Se lo critica por derecha especialmente cuando pregona por un Estado activo, promueve leyes culturalmente progresistas y enfrenta la problemática de la inseguridad lejos de los cánones de la histeria impulsiva de la mano dura; asimismo, se lo critica por izquierda cuando se lo acusa de que la reivindicación de un Estado fuerte sólo promueve una burguesía nacional comprometida con el sistema capitalista, y se indica que su política de derechos humanos es sólo una mascarada que esconde la intención de reprimir y perseguir a los luchadores sociales. En esta línea, justamente, hace algunas semanas, la propia presidenta señalaba que si recibía críticas por derecha y por izquierda era, precisamente, por ser peronista y es en este punto donde me quiero detener pues tal afirmación interpela no sólo a esos vastos sectores que acompañan al gobierno (muchos de los cuales, por cierto, no son peronistas) sino también, obviamente, a sus detractores. En este sentido me resulta interesante hacer hincapié en algunas columnas de opinión aparecidas en las últimas semanas en los principales diarios y recoger algunas declaraciones en radio y televisión de referentes políticos.
Quizás los primeros en acusar al kirchnerismo de no ser peronista fueron aquellos sectores del partido justicialista que habían quedado postergados y decidieron “ir por afuera”. Sean duhaldistas, rodríguez-saaístas o ex menemistas, todos entendían que su supervivencia como referentes políticos dependía en buena parte de su capacidad para persuadir a los peronistas de que la identidad del partido no estaba representada por el kirchnerismo sino por ellos.
Ahora bien, tras las elecciones, esta bandera de “el verdadero peronismo” fue retomada por escribas y participantes asiduos de debates televisivos que parecen librar su propia guerra privada casi 40 años después. Aparece así la reivindicación de “el Perón del 73”, aquel líder que habría regresado herbívoro y con ánimos de reconciliación. Se trata, claro, de una interpretación que busca trazar una línea de continuidad con las exigencias actuales de diálogo y consenso que han funcionado como latiguillo en muchos de los referentes opositores. Por este camino van, por ejemplo, las columnas de Julio Bárbaro, un ex kirchnerista que actúa con toda la vehemencia de los conversos y Jorge Fernández Díaz, ambos desde el tradicional diario antiperonista La Nación. Pero algo similar ocurre desde Clarín con otro autoreivindicado peronista como Osvaldo Pepe. Podría decirse que los tres intentan hacer del kirchnerismo un hijo del setentismo montonero antes que una de las posibles derivaciones del peronismo del 45. En palabras de Julio Bárbaro para La Nación el 21/2/12 “La justa crítica a la demencia represora se revierte en adulación a la supuesta víctima, que termina siendo un héroe trágico sin culpa alguna que lavar. Estoy inmerso en este debate debido al papel que me tocó jugar en esa época y al absurdo de que terminen siendo ellos, los revolucionarios, los herederos de un peronismo al que desprecian. (…) El encuentro (…) entre (…) la presidenta Cristina Kirchner y los sobrevivientes de aquella gesta no es un detalle político: implica una peligrosa reivindicación de los errores del pasado”.
Algo similar aunque con una pirueta teórica más llamativa que interesante, hace Fernández Díaz, en su nota del 1/4/12 en el mismo diario, cuando afirma que los Kirchner son unos neo-setentistas, es decir, un grupo de sobrevivientes de los setenta cuyo prefijo “neo” lo merecen por haberse plegado a la “posmodernidad plebiscitaria” (SIC). Además, agrega el autor, en tanto son más izquierdistas que peronistas, representan “una forma sutil del gorilismo”. Todo esto, a su vez, para concluir que “embestidas contra la CGT y el peronismo plebeyo, con teorías del Nacional Buenos Aires, ésa es la batalla que de verdad se libra detrás de los fuegos artificiales y la furia de los atriles”.
Por último, en el mismo sentido va la ya célebre nota de Osvaldo Pepe, “Los ´imberbes´ de Aerolíneas” (Clarín, 12/3/12), en la que acusó a La Cámpora de “jóvenes imberbes” hijos de montoneros “identificados por el mismo gen” (SIC) que no es el del coraje sino “el de la soberbia”; corruptos que “No matan [pero] adoctrinan a jóvenes incautos y los intoxican con una falsa épica”.
Por último, el propio ex vicepresidente del partido justicialista y actual secretario de la CGT Hugo Moyano, intentó trazar esa distinción entre el peronismo y el kirchnerismo diferenciando los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, acción que, claro está, le resulta funcional para dar cuenta de las razones de su alejamiento del gobierno. Para Moyano, la presidenta habría cambiado su política respecto de los trabajadores, y La Cámpora, esto es, el “sujeto de la historia” cristinista que vendría a reemplazar a “los trabajadores de Perón”, le estaría “haciendo una cama”. Moyano, entonces, reivindica la figura de Néstor Kirchner por haber sido el que “les otorgó las paritarias”, a diferencia de su esposa que, al intentar ponerles un “techo”, invalida el sentido de tales negociaciones. Independientemente de las razones de estas declaraciones y otras mucho más sorprendentes que Moyano viene realizando y que ameritarían un artículo entero dedicado a la temática, me interesa detenerme algo más en esta especie de ruptura del recordado “doble comando” pues, como se verá a continuación, resulta pertinente a lo desarrollado aquí. Como usted sabe, antes de octubre de 2010 se indicaba que la actual mandataria era simplemente el rostro visible de un poder que la trascendía y que era el de su marido. Ahora bien, una vez muerto Kirchner, de la idea del doble comando se seguía que ella, aparentemente una mera ejecutora de decisiones ajenas, se quedaría sin iniciativa. Sin embargo, dado que esto no sucedió, aparecieron algunas ideas ad hoc y que pueden resumirse así: ella se liberó del poder despótico de su marido y ahora le da a su gobierno una nueva identidad que la distancia de sus viejos aliados y le imprime una ideología irreductible mucho más radicalizada que la de su pareja. De este modo, Néstor Kirchner aparece ahora como el “verdadero peronista” y ella como “la izquierdista”. Él sería el peronista por haber “regresado” al partido tras su aventura transversal, por entender que había que negociar con los barones bonaerenses y, por sobre todo, por tener una suerte de lógica pragmática de la política (esa que según la ocasión y la necesidad es tildada por los mismos críticos de “oportunismo a-ideologizado ambicioso de poder” o “habilidad para la negociación en busca de gobernabilidad”). En cambio ella sería ahora la que no dialoga, la que no escucha, la que antepone los principios al “me das esto y yo te doy aquello” propio de cualquier intercambio político. Ella sería la que se rige por un odio inoculado a jóvenes que son acusados o bien de venales o bien de vengativos.
En lo personal creo que resulta interesante discutir y resaltar similitudes y diferencias entre el kirchnerismo y el peronismo, e incluso abrir la discusión acerca de si el proceso actual supone una superación o bien una degradación de aquellos ideales. En este sentido, si bien ya se ha reflexionado desde esta misma columna de manera mucho más extensa sobre el tema, permítaseme simplemente decir, casi fuera de toda valoración, que aun dejando abierta la discusión en torno a la identidad kirchnerista, se debe reconocer que se trata de un fenómeno que se ha constituido en el marco del proceso democrático ininterrumpido más largo de la historia argentina, y que ese dato debe servir de advertencia para quienes intentan rescatar categorías, variables y sucesos del pasado que buscan oficiar de referencias explicativas para el presente. Así, quienes se acercan al fenómeno kirchnerista con tanta simplicidad, más que realizar aportes para la discusión pública parecen desnudar sus verdaderas motivaciones, esto es, disputas personales atravesadas por intereses presentes y pasados, recuerdos, pesadillas, fantasías y ciertas incomodidades sólo confesables con la almohada.