lunes, 27 de agosto de 2018

La Europa sumisa (publicado el 23/8/18 en disidentia.com)


En 2022 habrá elecciones en Francia. La candidata del nacionalismo populista, Marie Le Pen, obtendrá la mayor cantidad de votos pero no le alcanzará para ganar en primera vuelta. Y cuando todos supondrían que sería el candidato del socialismo el que llegaría al balotaje, el escenario de fragmentación y descontento apolítico y posmoderno, sumado al crecimiento de la población islámica, hará que un nuevo partido denominado Hermandad musulmana, con el 22,3% de los votos, desplace de la segunda vuelta al candidato socialista por apenas cuadro décimas. El máximo referente de la Hermandad, su candidato, se llamará Mohammed Ben Abbes y será un líder potente con un discurso liberal en lo económico, una propuesta imperial para una Europa ampliada y una única gran pretensión para Francia: incidir en el laicismo de la educación.
El día de la segunda vuelta habrá atentados y se suspenderán las elecciones. Pasadas algunas horas se sabrá que quienes perpetraron esos atentados son fascistas simpatizantes de Le Pen y yihadistas musulmanes que nada tienen que ver con la prédica democrática de la moderada Hermandad. Estos hechos precipitarán un acuerdo entre los socialistas y la Hermandad, y el electorado progresista acabará votando a Mohammed Ben Abbes en nombre de la defensa de la democracia y la República Francesa.
Ben Abbes será presidente y la Sorbona se hará islámica; los colegios laicos seguirán siéndolo pero con menos recursos estatales que contrastarán con una millonaria inversión de petrodólares saudíes para las escuelas privadas islámicas; bajará la delincuencia por políticas de “mano dura” y disminuirá la desocupación porque habrá un retiro masivo de las mujeres del mercado del trabajo gracias a los incentivos económicos que otorgará el nuevo gobierno para revalorizar la vida familiar con la mujer en la casa y al cuidado de los niños; Marruecos, Turquía, Argelia y Túnez ingresarán a la Unión Europea y se intentará avanzar para que el Líbano y Egipto hagan lo propio.
¿Es muy inverosímil esta gran predicción? Cada uno tendrá su opinión pero se trata del contexto en el que se centra la historia de un profesor universitario llamado Francois, protagonista de la novela que Michel Houllebecq publicara en 2015 y que lleva el título de Sumisión. La posibilidad de una Francia islámica a la vuelta de la esquina generó una enorme controversia que se sumó a la trágica casualidad de que el lanzamiento oficial de la novela debió ser suspendido porque estaba planificado para el 7 de enero de ese año, día en que sucedió el atentado a la revista Charlie Hebdó donde el propio Houllebecq perdió a un amigo. Si a esto le agregamos que Houllebecq había declarado en 2001 que el islam era la religión más tonta del mundo después de que su madre se convirtiera al islamismo, tenemos todos los condimentos para un escándalo que le valió tener que vivir con seguridad personal durante un buen lapso de tiempo por temor a represalias. Es que la novela fue interpretada en clave islamofóbica y machista, entre otras cosas.
Sin embargo, desde mi punto de vista lo incómodo de la novela es su visión de la decadencia de los valores de Europa encarnados en la figura de un protagonista que es un académico de mediana edad desentendido de la política, con una vida mediocre de burócrata investigador, que no rehúsa acudir a prostitutas para tener sexo cuando su novia judía acaba autoexiliándose presa del pánico, y al que le importa todo bastante poco, incluso la muerte de sus padres.
Y sin embargo, Francois necesita de una fe y es el islam el que se la proporciona, aspecto que Houellebecq resalta aún más cuando hace decir a un intelectual musulmán que Europa se ha suicidado y solo el Islam podrá revivirla. Pero aquí no se trata solamente de una religión que permite creer en algo sino que además ésta ofrece, de hecho, la reincorporación a la Sorbona, Universidad de la que habían echado a Francois por no pertenecer al Islam, y la posibilidad de la poligamia. Esto significa que le ofrece al protagonista una salida y un bienestar inmediato, especialmente por la opción de una vida con varias mujeres, algunas más dedicadas a los quehaceres del hogar y otras más jóvenes, siempre dispuestas para el sexo. Que esto supusiera mayores gastos para Francois era un dato a tener en cuenta pero el acceder a distintas mujeres cuando él lo deseara, valía el esfuerzo.
En este punto Houllebecq sigue la línea de buena parte de sus otras novelas haciendo una descripción aguda del cinismo y la hipocresía del ciudadano medio occidental dispuesto a sacrificar sus libertades y su modo de vida con tal de que se le garantice la satisfacción de sus placeres egoístas. En este sentido, el ciudadano europeo se presenta como verdaderamente sumiso frente a los cambios vertiginosos de las últimas décadas. Así, una lectura posible es que la sumisión, antes que identificar el centro de la religión islámica en tanto sumisión del hombre ante dios y de la mujer ante el varón, más bien describe el estadio actual del europeo medio cuya capacidad de indignación se restringe a la declaración altisonante diaria que se viraliza en las redes y que atenta contra la corrección política.         
Esta misma decadencia de los valores o deriva ideológica de tradiciones políticas y cosmovisiones que hoy sucumben ante el relativismo moral y se enmarcan en un proceso de autoflagelación de Europa que lleva décadas, también se puede observar en el modo en que Houllebecq construye el escenario político y el resultado electoral. Porque es obvio que no existe la Hermandad Musulmana ni Ben Abbes y que plantear que un partido así pudiera surgir en Francia en lo inmediato es inverosímil, pero lo que resulta claro es que con este artilugio el autor denuncia la confusión en la que incurren las izquierdas y los socialismos en Europa y en el mundo, asumiendo como propia una agenda que entiende a la política actual como obligada a actuar en un escenario en el que las categorías a atender son las de un cúmulo de identidades minoritarias fragmentadas que se presentan como víctimas de una normatividad opresora representada mayoritariamente por el Estado o por unas mayorías simbólicas y difusas.
En esta misma línea podría entenderse el hecho de que, en la novela, el socialismo y la izquierda francesa aceptaron un retroceso de los valores laicos y republicanos a cambio de resguardar el modelo capitalista, lo cual, a su vez, daría a entender que la democracia republicana y liberal no es condición necesaria ni suficiente para el florecimiento de economía capitalista.
La novela culmina con Francois convirtiéndose al Islam y con un partido islamista triunfando en Bélgica, esto es, en el centro de Europa. Es evidente que al momento de elegir, Houllebecq prefirió inclinarse por la incomodidad antes que por un final feliz. 


lunes, 20 de agosto de 2018

Fragmentar es la tarea (editorial del 19/8/18 en No estoy solo)


Cuando el menemismo fue corrupto nos dijeron que la salida era menemismo sin corrupción y nos ofrecieron La Alianza. Pero cuando instalan que el kirchnerismo es corrupto ahí no dicen que la salida es kirchnerismo sin corrupción. La sospecha es, entonces, que el enemigo no es la corrupción sino el modelo kirchnerista y el problema es que los creadores de candidatos no están encontrando una salida electoral competitiva como fue La Alianza; la sospecha es que cuando exigen alternancia, exigen alternancia de partidos y de nombres pero siempre bajo el paraguas de un modelo neoliberal.

Es más, el gobierno de la virtud, el de la refundación moral, pasó de monopolizar la expectativa a ser un mero ejecutor del intento de destrucción del kirchnerismo. Esa parece hoy la gran función de un gobierno que perdió la iniciativa, que se encuentra a años luz de la percepción de la calle y que es incapaz de dar una buena noticia. Lo que puede exhibir, no es un proceso de manos limpias sino un puño disciplinador por acción directa de persecución o por acción indirecta de horadación; y el único futuro que se nos ofrece es la aniquilación del pasado. Es curioso pero la derecha moderna que hacía énfasis en los microrelatos de los Cacho y las Marías, se abrazó desesperadamente al ensañamiento que más le ha rendido, su gran épica: la destrucción del adversario. Pero es todo lo que tiene para ofrecer y si bien ya nadie pide enamorarse en materia política, parece poquito.
De aquí que la pregunta que surge naturalmente es si esto alcanza para ganar las elecciones. Evidentemente la respuesta preocupa al oficialismo. De hecho ya hay periodistas insospechables de ser opositores, que han hecho correr el rumor de un adelantamiento de las elecciones para aprovechar este momento de un kirchnerismo asediado por las denuncias, aunque una lectura algo menos sesgada también podría afirmar que el adelantamiento de las elecciones obedecería a que el gobierno observa que el país, como diría la canción, está peor que ayer pero mejor que mañana.
Y a su vez, a pesar de que algunos diarios se sorprenden cuando las encuestas afirman que la economía preocupa más que la corrupción, es posible que en las elecciones 2019, a diferencia de lo que sucedió en 2015, haya una prevalencia del “voto bolsillo” por sobre el voto ideologizado de la república moralista indignada. La razón está a la vista porque si bien es verdad que la gente no vota necesariamente con el bolsillo, tiene más incentivos para no votar con el bolsillo cuando éste está mejor. Es decir, hay más razones para un voto ideológico, de clase, cuando la guita abunda. Pero cuando el bolsillo no está bien es natural que un sector importante de la población vote priorizando la economía. Es que mandar preso a todo el mundo todavía no alcanza para llegar a fin de mes, por más que los paneles de la política espectacularizada, antes que la extinción de dominio, merecerían que les regalemos unos maníes y una calculadora para que puedan notar que lo presuntamente robado puede equivaler, como máximo, a la fuga de dólares semanal que ofrece la actual administración.       
Asimismo, no hay que hacer encuestas para darse cuenta que un cuarto de la población va a votar a CFK aun cuando esta pudiera ser pescada infraganti descuartizando perritos huérfanos y que otro tanto va a votar a cualquier perejil que emerja como oposición al kirchnerismo por el simple hecho de ser oposición al kirchnerismo. Los ejemplos están a la vista aunque le pido que me exima de dar nombres propios.
Dicho esto, si todo lo que nos ofrece el gobierno en materia propositiva, como proyecto de país, es reducir el déficit fiscal, la posibilidad de un nuevo mandato dependerá de su capacidad para fragmentar una oposición que ha resurgido por los errores no forzados del oficialismo. Esto hace que, por primera vez durante la era Macri, la pelota esté del lado de la oposición más allá de que fragmentar es siempre más fácil que multiplicar y que sea sensato preguntarnos si en la oposición primarán los egos o la responsabilidad histórica.        



jueves, 16 de agosto de 2018

Nacional, popular, democrático y feminista (editorial del 12/8/18 en No estoy solo)


    En el discurso de asunción de su segundo mandato presidencial, el 10 de diciembre de 2011, CFK introdujo un elemento conceptual muy rico al momento de analizar la identidad kirchnerista. Me refiero a definir al modelo como “nacional, popular y democrático”. La pregunta, entonces, giraba en torno a qué quería decir “democrático” porque la tradición que se suele denominar “democrática” es enormemente diversa y atraviesa un abanico que va desde posturas radicales hasta liberales. Recuerdo que algunos días después de aquel discurso publiqué un artículo que luego fue incluido en mi libro El adversario, donde mi hipótesis era que ese elemento novedoso que CFK sumaba a la definición del modelo tenía que ver con el núcleo progresista que definía al kirchnerismo. Es decir, no hay duda de que el kirchnerismo es un peronismo pero tampoco hay duda que no se puede definir al kirchnerismo sin el elemento progresista que, aun cuando fuese minoritario en número, fue el que hegemonizó su discurso. Es natural que ello generara rispideces con parte del peronismo tradicional que en algunos casos continuó bajó la conducción de CFK y en otros rompió, porque hay en el progresismo una buena cuota de antiperonismo. Solo una conducción clara y al frente del gobierno podía sostener en un mismo espacio a Guillermo Moreno y Horacio Verbitsky, por poner algunos nombres representativos de las dos tradiciones a las que me vengo refiriendo más allá de que en el medio hay una enorme cantidad de matices. Asimismo, tenemos discursos de Kirchner y de CFK en los que se deja bien en claro que el kirchnerismo es ante todo peronista y que cualquier intento de correrlos de ahí sería “bajarles el precio”, como también es real que quienes gobernaron la Argentina entre 2003 y 2015 atravesaron procesos de enorme disputa con el PJ, los gobernadores de tradición más, llamemos, “federal”, y los sindicatos, esto es, los principales símbolos en los que se supo apoyar el peronismo. Y si queremos actualizar la lista de tensiones o vaivenes, en el último tiempo CFK creó Unidad Ciudadana para ir por fuera del partido pero en la lista incluyó a varios sindicalistas y pocos días atrás se sacó una foto con Moyano.  

Desde el punto de vista conceptual, entonces, el elemento “democrático” que el kirchnerismo agrega a lo nacional y popular, (sigo pensando, en este caso, lo mismo que en 2011) proviene de la reivindicación de ciertos principios liberales sintetizados en una enorme cantidad de conquistas vinculadas a derechos individuales, y en la política de Derechos Humanos. Asimismo, en el terreno, digamos, más político, lo “democrático” corresponde a una visión no consensualista sino agonal de la democracia. En otras palabras, frente a la tradición liberal que considera que la democracia es diálogo, consenso y armonía, el kirchnerismo suscribiría a una tradición que algunos identifican como neomarxista, o de izquierda lacaniana, en el que se sostiene que la democracia es “agón”, esto es, disputa, conflicto. Pero se trataría de una tensión que se resuelve dentro de los límites institucionales del juego democrático. Así, frente a los zonzos que siguen repitiendo que el kirchnerismo es populismo schmittiano que entiende que el otro es un enemigo a eliminar, la figura correspondiente sería, desde mi punto de vista, la del modelo adversarial que propone Chantal Mouffe y que refiere justamente a la idea de que si la disputa con ese otro se va a hacer dentro de las instituciones democráticas entonces ese otro no es un enemigo sino un adversario. Con el adversario la disputa es feroz pero nadie busca eliminar a nadie. 
Ahora bien, en el discurso que diera CFK como senadora el último 8 de agosto, en ocasión de la votación del proyecto de interrupción voluntaria del embarazo (IVE), la expresidente indicó que a lo nacional, popular y democrático habría que incorporarle lo feminista “porque hay dentro de la explotación de los trabajadores, del capital sobre el trabajo…una subcategoría de explotación. [Porque] un trabajador es explotado pero una mujer trabajadora es más explotada”. Esta afirmación se dio en el contexto en el que CFK analizaba el modo en que el movimiento Ni una menos había incorporado, a la agenda de la lucha por acabar con los femicidios, la problemática de la desigualdad económica.
¿Qué quiere decir, entonces, que el movimiento nacional, popular y democrático debe ser también feminista? No es fácil responder a ello porque si bien el kirchnerismo impulsó varias iniciativas que favorecieron a las mujeres y la agenda de género ha sido tomada como propia por el núcleo más duro del kirchnerismo, compitiendo en ese punto con los sectores trotskistas, pareciera faltar un análisis acerca de qué lugar se le dará a esas reivindicaciones, desde qué tradición se las interpretará y cuánto protagonismo tendrá en los años venideros. Porque feminismos ha habido, hay y habrá muchos pero de lo que se trata es de reconocer qué espacio ocupan, dentro de una propuesta política, las reivindicaciones que exigen estos diversos feminismos de modo tal que, en este caso, nos permita comprender de qué manera afectaría la identidad kirchnerista.
Para ejemplificar las dificultades pensemos en los argumentos en favor del proyecto de IVE. Allí digamos que “la pata peronista”, constituida a partir de la doctrina social de la iglesia, se va a sentir incómoda con el proyecto, más allá de que ese mismo peronismo también fue determinante en las conquistas obtenidas por las mujeres desde 1945 hasta la fecha. Pero por más que a Evita se le quiera adosar extemporáneamente el pañuelo verde, o se quiera hacer historia contrafáctica respecto a qué habría dicho Evita hoy respecto del IVE, convengamos que ahí hay una incomodidad para el peronismo. ¿Cómo se resolvió esta incomodidad en el marco del debate sobre el IVE? En general, utilizando el argumento del aborto como problema de salud pública que afecta mayoritariamente a mujeres pobres y machacando con que lo que se está votando finalmente no es aborto sí/aborto no sino aborto legal o aborto clandestino. En este mismo espacio comenté que ese argumento era el que tenía mayor posibilidad de resultar persuasivo pero tenía debilidades porque si se sigue sosteniendo que el aborto es un delito, la opción de legalizarlo ya que, al fin de cuentas, “se hace igual”, podría dejarnos perplejos frente a quien nos pregunte por qué, con ese mismo argumento, no se legalizan otros delitos como podría ser el del tráfico de animales. En cambio, aunque menos persuasivo para el gran público, entiendo que el argumento liberal de autonomía de los cuerpos (de las mujeres) es más robusto porque se deshace de la cuestión de si es o no delito el aborto y corre el eje de la problemática de la vida (aquel donde se sienten más cómodos los adversarios al proyecto). Pero más allá de mi posición personal, podría decirse que el primer argumento, el de la salud pública, podría enmarcarse en cierta tradición popular de defensa del principio de justicia social. De aquí que el peronismo se sienta más cómodo con él que con el argumento liberal y que, si mi interpretación fuera correcta, lo visto durante los últimos meses sería un intento del peronismo k por resignificar de manera coherente la agenda que colectivos feministas llevan desde hace tiempo.
De hecho, apoyando esta interpretación estarían las propias palabras de CFK que, si bien son breves, parecen distanciarse de algunas miradas radicales del movimiento feminista de la actualidad, generalmente asociadas a la corrección política progresista que, como tal, claro está, está muy presente en el kirchnerismo, y de la intelligentsia trotskista que después de la caída del muro descubrió la agenda de las minorías, a las cuales siempre fue refractaria, y abrazó sin ninguna culpa el decálogo de las libertades individuales herederas de la tradición liberal.  Con esto quiero decir que a diferencia de estas miradas de ultraizquierda que parecen entender que la desigualdad está dada por los géneros antes que por el capital, o por el patriarcado antes que por el capitalismo, CFK sugiere que el feminismo debe entenderse como una subcategoría de la explotación principal que es la explotación del capital sobre el trabajo. En este sentido es que CFK se alejaría de estas interpretaciones reduccionistas de un feminismo radical de ultraizquierda que viene impregnando a referentes de distintas tradiciones, como ser el caso del ex presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, el cual, si bien de radical y de ultraizquierda no tiene nada, sintetizó en una frase el núcleo de esta posición. Es que, efectivamente, en una charla que brindara en julio último, el referente del PSOE español indicó que Marx estaba equivocado porque la historia de la humanidad no es la historia de la explotación del hombre por el hombre sino la historia de la explotación de la mujer por el hombre.
Del mismo modo que lo nacional, popular y democrático se apoya en determinadas tradiciones pero, también, se resignifica y se actualiza, habrá que esperar para ver qué concepción de lo “feminista” es asumido como propio por el espacio kirchnerista. Con todo, en el discurso de CFK el último 8 de agosto comienza a haber algunas pistas.      

     
    

domingo, 12 de agosto de 2018

Vivir como turista: las nuevas identidades low cost (publicado el 9/8/18 en Disidentia.com)


Algunos meses atrás, la Organización mundial de Turismo informó que durante el 2017, hubo 1322 millones de turistas circulando por el mundo, esto es, un 7% más que el año anterior. Esa enorme masa de hombres y mujeres gastó 1,22 billones de dólares. Asimismo, cabe mencionar que Europa recibió a poco más de la mitad de los turistas del mundo y que fue, junto a África, el continente que más creció respecto a 2016. En el último lugar de la lista, Sudamérica, con solo el 3% de crecimiento, fue la región más rezagada.

Expongo estos números para tomar cierta magnitud de la importancia que el turismo está teniendo para la economía mundial pero quisiera detenerme en un aspecto que no suele ser tan trabajado y que responde al turismo como un modo de vida, como un símbolo de los valores posmodernos. Es que en la figura del turista se condensa una nuevo tipo de identidad y toda una concepción del mundo.
Para desarrollar esto, recordemos que ya por 1996, el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, utilizaba, entre otras, la figura del turista para contraponerla a la resignificación que la modernidad había hecho del peregrino clásico.
En otras palabras, Bauman entendía correctamente que la problemática de la identidad seguía siendo el gran eje de nuestros tiempos, pero resulta evidente que la respuesta que da la posmodernidad a esta problemática es diferente a la que pudiera dar el romanticismo europeo allá por el siglo XVIII frente a la prepotencia cosmopolita y universalizante del iluminismo que despreciaba lo local y lo personal. En la modernidad, se trataba de lograr una perdurabilidad, una estabilidad; se buscaba construir una vida según una narrativa con un fin claro y un sendero recto. Cada paso cobraba sentido como dirigido hacia esa meta: árbol genealógico, trabajos estables, misma ciudad, casa de familia, posesión del bien. En la posmodernidad, la necesidad de identidad persiste pero ahora se trata de cómo lograr que no se nos adose, cómo lograr tener múltiples y obsoletas identidades: ruptura de los vínculos, inestabilidad laboral, nomadismo cool, juventud extendida, entrar y salir de todo (como quien consume un servicio).           
Si bien la idea del peregrino es anterior y está asociada a lo religioso, bien puede usarse para representar el modo en que la modernidad pensaba la identidad. Porque el peregrino es el que ha abandonado su morada para dirigirse hacia una promesa de estar mejor, sea por la salvación eterna, sea por el ideal racionalista del progreso ilimitado. La estructura es la misma con Dios o con La Razón como destinos, algo que ya había denunciado el filósofo alemán Friedrich Nietzsche cuando nos hacía comprender que matar a Dios para poner allí otra causa final de las cosas que le diera sentido a todo era continuar con el mismo esquema. Desde el punto de vista del peregrino moderno, el presente es un tránsito hacia algo mejor y ese algo mejor es una guía. En este sentido la temporalidad como promesa del futuro deseado, guía al espacio, le da un sentido, un orden. Nos dice que hay un adelante y un atrás, un avanzar y un retroceder. También nos dice que para alcanzar ese objetivo hace falta un sacrificio presente y es natural que esto nos haga acordar a los discursos de las políticas de ajuste que afirman que estamos mal pero vamos bien, que habrá que esforzarse hoy para que mañana estemos mejor, que hay oscuridad pero a lo lejos se ve la luz del final del túnel.        
A este peregrino como emblema de la modernidad, Bauman contrapone cuatro figuras que representarían el espíritu de época de la identidad posmoderna: el paseante, el vagabundo, el jugador y el turista. Al igual que sucedía en la modernidad, el paseante posmo sale al ámbito público para tener experiencias encontrándose con extraños, siendo él mismo un extraño y su paseo se puede resumir en una serie de episodios que empiezan y terminan en sí mismos. Sin embargo, en tiempos en el que lo público se transforma en el lugar de la “inseguridad”, habría que agregar que los paseos se realizan cada vez más en barrios cerrados o son paseos de compra, cuando no meramente virtuales, gracias a prótesis tecnológicas que podemos utilizar desde nuestros hogares.
En cuanto al vagabundo, la modernidad nunca lo toleró porque esencialmente el vagabundo es el que no tiene morada, ni meta, ni amo. Pero la posmodernidad resignificó al vagabundo, le puso un amo e hizo de la ausencia de morada y de la inestabilidad una virtud. Así, la pauperización de nuestro día a día y de nuestros proyectos de vida son presentados como un asunto de moda, es decir, se los juzga desde un criterio estético. No podemos comprar inmuebles, ni pagar los alquileres; cambiamos de trabajo porque nos echan o porque la empresa cierra pero no se trata de las consecuencias de un modelo económico sino de una “tendencia de jóvenes mucho más flexibles y despreocupados que sus padres”.
La tercera figura, la del jugador, viene al caso porque en todo juego hay indeterminación, un final abierto. La modernidad no permitía eso. Había una construcción, un proyecto y toda una serie de instituciones de protección que no garantizaban el éxito pero cobijaban lo suficiente para que éste sea posible. Hoy hay reglas para cada partida. No existe el gran juego. En todo caso el mundo es el gran juego donde reina la incertidumbre y el tiempo se divide en pequeñas partidas en las que priman reglas diferentes, casi siempre impuestas desde afuera, claro.
Por último, el turista es, desde mi punto de vista, la categoría que mejor describe el tipo de identidades de estos tiempos posmodernos. El turista tiene una finalidad pero es una finalidad inmediata, siempre provisoria, porque lo que busca son experiencias y en su lógica de nuevas experiencias cada vez necesita más, más intensas y más diferenciales. Es el turista que va a Europa y recorre 14 ciudades en 21 días pero luego cree que tiene que ir a Tailandia y luego a New York y que si fue hasta allí no se puede perder Washington, etc. A diferencia del peregrino para el cual el camino tiene un sentido en tanto tránsito necesario hacia una meta futura generalmente mediata, para el turista, esto es, para aquel que glorifica el aquí y del ahora, todo tránsito es intrascendente y se reduce al costo que se debe pagar por el disfrute de la nueva experiencia inmediata.
Pero lo interesante, además, de este vivir al modo turista, es que reúne muchas de las características antes mencionadas y se aplica a los diferentes aspectos de nuestras vidas que la posmodernidad nos invita a flexiblizar. Una vida de turista no necesita un trabajo estable ni comprarse una casa porque la identidad no está dada por la estabilidad sino por las experiencias atomizadas cada vez más fugaces. El turista sueña con quedarse a vivir en la primera ciudad que conoce, pero al otro día sueña con quedarse a vivir en la nueva ciudad que conoce y así sucesivamente hasta que se da cuenta que su fantasía es vivir una vida nómade, algo que en general se logra gracias a un buen pasar que, en general, depende del apoyo económico de los padres. Porque, hay que decirlo, es más fácil vivir posmodernamente como turista cuando tus padres te compraron una casa. Pero lo cierto es que los millennials y centennials encuentran una razón de ser, una identidad, en este modo turista de vivir la vida. Se trata de una identidad low cost; una identidad a la que más que el check in le preocupa, sobre todo, el check out

           

jueves, 9 de agosto de 2018

Bienvenidos al 2019 (editorial del 5/8/18 en No estoy solo)


Nadie está informado hoy. La agenda de la ubicua prensa oficialista, por acción u omisión, lleva ya mucho tiempo construyendo un relato esquizofrénico para audiencias tan obvias como denigradas. No importa la verdad; tampoco la verosimilitud. Si bien ha habido hechos de corrupción en la administración anterior y es probable que surjan otros, en general, los casos más resonantes parecen formar parte de un mal guión de una mala y prejuiciosa serie de Netflix con todos los lugares comunes de la espectacularidad afín al ciudadano medio que quiere llegar a su casa y poder decir “ladrones” e “hijos de puta” a alguien, aun cuando quizás él mismo sea un ladrón o un hijo de puta, o lo sería si tuviera la oportunidad. Los que después del accidente de Once hablaron de masacre y advirtieron que “la corrupción mata” no editorializan cuando dos docentes mueren después de una explosión de gas. Parece que la corrupción mata solo si es populista. Y quienes creen que los problemas del país se acabarían si apareciese la plata que se robaron, no te dicen que los supuestos doscientos millones de dólares que se habrían pagado de coimas durante los doce años de kirchnerismo, equivalen a los dólares que vende en dos días el BCRA de la actual gestión para evitar que el peso se siga devaluando.   
Pero además hay que decir que la prensa oficialista es fetichista: se excita con cuadernos, bolsos y bóvedas… necesita lo concreto y necesita imágenes porque no hay lugar para operaciones elaboradas con grados de abstracción. La bóveda no existe, los bolsos no están y los cuadernos parece que se guardaron diez años y de repente se prendieron fuego pero hay que mostrar cosas concretas y generar mitos que se instalen en el inconsciente colectivo. Como que López tiraba bolsos por arriba de la pared de un convento cuando eso nunca sucedió, tal como aclara el propio Durán Barba en, quizás, el pasaje más interesante de su último libro.  
Asimismo, aquellos que pueden milagrosamente sustraerse a la agenda impuesta, recalan en esa minúscula porción de prensa opositora que ha sido condenada a los márgenes del cable o la web tras el proceso de ajuste y disciplinamiento que lleva ya algo más de treinta meses. Allí aparece información que al gobierno le incomoda pero muy poca información que incomode a la oposición y el enfoque de las noticias está orientado a otro relato que construye sus demonios y sus hagiografías, a veces, claro, impulsado por los propios referentes de la oposición y sus seguidores. Decimos que vamos en busca de la verdad pero solo queremos orgasmos en nuestras cámaras de eco. Con todo, está claro que la prensa hegemónica y los pequeñísimos espacios opositores no son equiparables y que quien escribe aquí no pretende ubicarse en Corea del Centro o identificar extremos que en tanto tales valdrían lo mismo para poder posicionarse en el siempre equilibrado y razonable justo punto medio. Pero nos merecemos algo más que la prensa que tenemos y nos merecemos algo más que lo que nos ofrece la prensa que nos gusta leer y nos dice lo que queremos escuchar. Aunque pensándolo bien, quizás nos merecemos la prensa que tenemos pero sería bueno para la democracia y la opinión pública algo distinto.
Con todo, tratemos de pensar lo que ocurrió en la Argentina de las últimas semanas. Desde mi punto de vista, por un lado, el denominado “episodio de los cuadernos (quemados)” inaugura el comienzo de una campaña electoral en la que, a diferencia de lo que ocurriera en el inmediato post-octubre de 2017, CFK es competitiva. Porque después de la derrota en las elecciones de medio término, el sueño del regreso de CFK a la presidencia era altamente improbable pero hoy ya no resulta descabellado. ¿Se hubiera dado este presunto escándalo de coimas si CFK no volviera a asomar como posibilidad? Desconozco. Es historia contrafáctica. Y por cierto: ¿si esto tuviera que ver con el escenario 2019, entonces significa que no ha habido casos de corrupción? No necesariamente. Sin embargo, digamos también que, en general, las causas en las que más énfasis se ha hecho desde los medios dominantes vienen bastante flojas de papeles y suelen apoyarse en personajes de recorridos bastante opacos.  
En este caso tenemos todo junto y en un mismo lugar a una ex esposa que todos han reconocido como extorsionadora; un chofer ex militar retirado que escribe como García Márquez su “Crónica de la corrupción anunciada” pero cuando se lo oye hablar lo hace en una media lengua; un ex policía retirado devenido remisero que habría entregado los cuadernos para evitar que volviera el populismo; la intervención del fiscal Carlos Stornelli, quien supo integrar la Comisión de Seguridad de Boca durante la administración Macri; el inefable juez Claudio Bonadío y un periodista de La Nación, que daba charlas para el Think Tank de Cambiemos, afirmando en una entrevista que dudó tanto de la investigación que no se animó a publicarla hasta tanto no actuara la justicia. ¿Esto significa que todo lo indicado allí es falso? Una vez más tenemos que decir: no necesariamente. Pero a juzgar por algunos personajes y por la secuencia del guión, es natural que se pueda dudar tal como han expuesto varios periodistas que están muy alejados del kirchnerismo y que pretenden cierto grado de autonomía.
Por otra parte, el segundo elemento que podría pensarse, surgiría a partir de la comparación del caso de los cuadernos quemados con el de los aportantes truchos de Cambiemos en la provincia de Buenos Aires. Más allá de la diferencia en el tratamiento de ambos casos que hace la prensa hegemónica, es sintomático que quienes intentan un nivel de análisis un poquitín por encima del “se robaron todo”, entienden que el episodio “cuadernos quemados” estaría vinculado a un presunto financiamiento de la política. Es decir, si fuera verdad que empresarios pagaron coimas, ese dinero no habría ido al bolsillo personal de algún dirigente político sino que habría sido utilizado para hacer política. En este sentido, los cuadernos parecieran ser la respuesta al caso de los aportantes truchos, en el que todo hace sospechar que, si se comprobara, estaríamos frente al modo en que empresas a las que les interesa el país (gobernado por Macri) blanquearon sus aportes a través del robo de identidades. Los que denuncian la presunta Mafia de los K serían así, parafraseando a Jorge Asís, una Mafia del Bien denunciando a una Mafia del Mal. Si esta interpretación fuera correcta, el caso de los cuadernos quemados, no tendría una vocación transparentista. Se trataría nada más y nada menos que de un mensaje disciplinador dirigido a todo empresario que de aquí en más ose colaborar con la campaña de la actual oposición. Y esa sería la explicación por la cual, por primera vez, en una megacausa de presunta corrupción, aparecen empresarios. Con todo, insisto, no se trata más que de una hipótesis dependiente de que se confirmaran una gran cantidad de condicionales.
Pero eso sí: de lo que no tengo duda, es de que, en el futuro, algún libro de historia debería recordar que, en agosto de 2018, en Argentina, comenzó el año 2019.        









miércoles, 1 de agosto de 2018

Individualismo, bienestar y amor sueco (publicado en www.disidentia.com el 28/7/18)

Hacia principios de este año y con la misión de enfrentar un flagelo que afecta al 13,7% de la población británica, la Primer Ministro, Theresa May, decidió crear el Ministerio de la Soledad. Si hubiese sucedido en Venezuela habría programas enteros, publicaciones y memes varias burlándose de las ocurrencias del socialismo del siglo XXI, pero sucedió en el primer mundo.
Y si de primer mundo hablamos qué mejor que hacer referencia a los países nórdicos, aquellos que siempre aparecen como sinónimos de progreso y modernidad. Los nórdicos, o al menos eso nos cuentan las moralinas decadentistas que espasmódicamente nos quieren recordar que siempre se vive mejor lejos de nuestra tierra, tienen el Estado de Bienestar perfecto, igualdad de género, la mejor educación guiada por principios liberales, un sistema de protección de la salud admirable, y, por si esto fuera poco, para colmo, son de los más felices de la tierra. Y no tienen la felicidad sudamericana, que es siempre presentada como una felicidad “natural” e “irracional” propia de quien gusta más de la playa que del trabajo. Los nórdicos no. Los nórdicos tienen la felicidad seria, la felicidad comprometida con los valores occidentales de la modernidad. Es que los nórdicos no son populistas. Los nórdicos son progresistas.
Sin embargo, según la OCDE, Islandia lidera el ranking de consumo de antidepresivos por habitante, doblando el porcentaje de, por ejemplo, España que, por cierto, se encuentra entre los primeros diez países con mayor consumo. El único país latinoamericano que aparece en el top 30 es Chile.
En cuanto a Finlandia, aparece entre los primeros países en lo que a igualdad de género respecta pero, al mismo tiempo, la tasa de violencia de género es de las más altas del mundo. Asimismo el consumo de alcohol es sorprendentemente alto y hay estadísticas que afirman que el 14% de las muertes de los finlandeses se debe a problemáticas derivadas del consumo de alcohol.
Noruega, por su parte, considerado el país más desarrollado del planeta, ocupa el tercer lugar de Europa en lo que a muertes por sobredosis respecta y, en Dinamarca, cada vez son más frecuentes las agresiones a inmigrantes condenados a vivir en guetos, tal como sucede en Suecia, donde según el documental “La teoría sueca del amor”, de Erik Gandini, los inmigrantes tardan un promedio de siete años en ser integrados y conseguir un trabajo estable y formal.
Si bien, naturalmente, existen múltiples variables para comprender estos fenómenos y hay quienes dicen que las particularidades del clima juegan un papel relevante, “La teoría sueca del amor” avanza sobre una hipótesis interesante que podría ampliarse al universo de los países nórdicos. Y es que contrariamente a lo que se suele suponer, lo que sobresale en este tipo de sociedades es su extremo individualismo, su renuncia a la interdependencia y su apuesta por una autosuficiencia entendida siempre de manera egoísta y nunca como parte de una comunidad.
Desde el punto de vista del documental que viera la luz en el año 2015, el punto de inflexión hacia este tipo de cultura se dio a partir de 1972, año en que, impulsado desde el mismísimo Estado, se avanzó en la línea del manifiesto socialista titulado “La familia del futuro”. Allí, en nombre del valor de la independencia, se llamaba a una liberación en favor del individuo, una emancipación de las relaciones interpersonales. Que las mujeres se liberen de los varones, que los ancianos se liberen de los hijos y que los adolescentes de liberen de sus padres. Toda vinculación pareció entenderse como dependencia y el nuevo modelo de familia presuntamente socialista llamaba a desvincularnos entre los humanos para vincularnos directamente con el Estado.    
En este sentido, no casualmente el documental comienza reflejando el éxito de un banco de esperma que permite la inseminación artificial a domicilio. Cualquier mujer, a través de internet, puede comprar su dosis de esperma, pagar el costo del envío hasta la puerta de la casa, abrir la caja, llenar la jeringa, recostarse e inseminarse. Así una mujer autónoma puede tener un hijo sin tener contacto alguno con un varón: simplemente elige entre los varones que se van a masturbar al banco de esperma y dejan su biografía en internet para ser más “seleccionables”. Un paso más hacia el “Hágalo usted mismo”.
Mientras desarrolla el caso del banco de esperma, el documental deja ver un dato escalofriante: casi la mitad de los suecos viven solos y el 25% de los ancianos mueren viviendo solos. La problemática es tal que existe una dependencia del Estado encargada exclusivamente de estos casos ya que constantemente se reportan muertes de ancianos que son encontrados tras varios días en sus propios departamentos gracias al llamado que hacen los vecinos, incómodos por el olor nauseabundo que se siente en los pasillos de los edificios. Un ejemplo bastante particular fue el de un hombre de buena posición económica cuyo cadáver fue encontrado en su departamento dos años después. Nadie reclamó ni siquiera la herencia y nadie notó que había muerto porque pagaba sus servicios a través del débito automático. Es que más que su carácter humano, lo que importaba era que fuese un cliente cumplidor, incluso después de muerto. Pero lo cierto es que ante estos casos, la dependencia del Estado trata de hallar algún familiar y cuando esto no es posible, las pertenencias del difunto quedan, naturalmente, en manos del Estado.
Tampoco quisiera pasar por alto otro elemento que puede resultar curioso pero se da en el mismo marco: todas las semanas grupos de voluntarios se reúnen para buscar gente que se haya perdido en los barrios o en los bosques sin que nadie las reclame. Sí, pasa en Suecia: el ejemplo de Estado de Bienestar y modernidad progresista donde para cualquier vínculo pareciera que hace falta la intervención del Estado.   
Con todo, hacia el final, el documental viaja a Etiopía, el lugar del mapa donde se predican los valores exactamente contrarios a los de Suecia y donde un médico sueco decide instalarse para atender en una precaria construcción que pretende hacer las veces de hospital y en el que todo escasea. El médico utiliza fierros de bicicletas, o aquel plástico que permite organizar los cables, para sujetar un hueso fracturado; atiende pacientes que llegan con flechas que les atraviesan el cuerpo, y salva a una niña con el paladar deformado por un cáncer de lengua. Desde allí señala que pese a todas estas penurias, los hombres y mujeres de Etiopía nunca se sienten solos como sí se siente la mayoría de los suecos. Si bien podemos obviar este gesto romántico y demagogo del documental, resulta interesante el final, aquel en el que se recurre a una breve reflexión del sociólogo polaco recientemente fallecido Zigmunt Bauman. Allí indica: “Es falso que la felicidad signifique una vida sin problemas. La vida feliz significa superar los problemas, luchar contra los problemas, resolver las dificultades (…) Una cosa que no tienes…una cosa que no se puede proporcionar por el Estado o por la políticas dirigidas es estar entre otras personas. Estar con otras personas. Ser uno en compañía (…) Las personas entrenadas para ser independientes están perdiendo su capacidad para negociar la convivencia con otras personas. (…) La vida online está en gran medida libre de riesgos, de los riesgos de la vida… ¡Es tan fácil hacer amigos de internet! Nunca estás sintiendo realmente tu soledad (…) Cuando no estás conectado lo que ves es realmente la diversidad de la raza humana (…) Tendrás que enfrentarte a la necesidad de dialogar (…) y cuando se inicia un diálogo nunca se sabe cómo va a terminar (…) Cuanto más independiente seas, menos eres capaz de detener tu independencia para reemplazarla por una agradable interdependencia. Así que al final de la independencia no está la felicidad. Al final de la independencia hay vacío de vida, una pérdida de sentido de la vida y un aburrimiento inimaginable”.

La sociedad sueca actual, aquella constituida sobre la base de una combinación entre individualismo extremo y Estado de Bienestar, evidentemente ha resuelto una gran cantidad de dificultades que sociedades con otros paradigmas no han podido resolver aún. Pero cada vez que quieran exponernos su ejemplo como modelo a seguir, bien cabe, al menos, alguna advertencia.