domingo, 28 de marzo de 2010

El país de las aves (publicado originalmente el 21/3/10 en miradas al Sur)

“Hemos decidido irnos al país de las aves” decían Pistetero y Evélpides, los dos personajes de una de las comedias más divertidas de Aristófanes. No se trataba de un territorio político preciso ni se hacía referencia a un vestuario boquense en el que Riquelmes y Palermos rinden culto a los oráculos cabareteros de los viejos Halcones y Palomas. Tampoco significaba una apuesta de auto-reclusión en una cárcel de la Policía Federal entre gallos y medias noches que a veces se hacen enteras. Se trataba de escapar de una Atenas atravesada por un profundo deterioro moral donde la armonía propia del momento de florecimiento de aquel inigualable siglo V de Pericles, parecía resquebrajada por la irrupción de la individualidad. Se dejaba de pensar en el nosotros y se empezaba a pensar egoístamente en un yo con derechos frente a un otro. En este contexto esos dos ciudadanos atenienses que en esta comedia, Las Aves, deciden migrar, dicen sentirse hartos de esta compulsión de los atenienses a judicializar la vida. Las venganzas, los odios personales se expresaban en querellas. El lugar de la verdad era reemplazado por el de la persuasión: ya no importaba que sea cierto, importaba que resulte convincente. El amor por el saber como rasgo distintivo del filósofo era sustituido por el interés de adquirir una capacidad oratoria que pueda convencer a un jurado o al pueblo desde un púlpito en el ágora.
Era el momento de los sofistas y de los abogados, era el momento del fracaso de la política. Toda negociación era menospreciada a priori. Con esclavos que permitían a los ciudadanos tener tiempo libre pero sin televisión por cable, resultaba más simple litigar y ser observado por los cientos de hombres que deambulaban por la plaza pues entre los grandes retóricos era casi un juego exponerse a demostrar quién defendía mejor el argumento más pobre. No había división de poderes pues todo el poder estaba en el recurso oratorio y en la decisión de los jueces. Un sofista recibía una paga por defendernos. Pero luego también podía atacarnos, si recibía de parte de nuestro enemigo, una paga mayor.
En este contexto los dos personajes deciden elevarse y construir una nueva patria en el cielo reuniendo a todas las aves e, indirectamente, supongo yo, para entablar una relación directa con los dioses sin tener que lidiar con representantes terrenales recelosos de tramitar nuestra salvación eterna, pero ávidos de bienes y mancebos temporales.
Probablemente en tanto emergentes de la ciudad de la que querían escapar, Pistetero y Evélpides deciden realizar un desafío que sabe mucho a extorsión: de ahora en más, la ciudad de los pájaros interferirá en la relación entre hombres y dioses impidiendo que el humo de los sacrificios de los primeros, llegue a los segundos. Todo esto orquestado por el gran Pistetero, un sofista que se quejaba de los sofistas y que con esta especie de doble moral bien podría haber sido juzgado por un Freud extemporáneo como alguien que “proyecta”, alguien que observa en el otro lo que él mismo es aunque sin conciencia de ello. Preocupados, los dioses mandan a Isis a averiguar por qué habían cesado los sacrificios de los humanos pero ésta es capturada y se le informa que ahora son los pájaros los que deciden; ellos son los jueces y, por tanto, los nuevos dioses.
Me gusta pensar que lo que esta comedia magnífica muestra es que no importa quién es paloma y quién es halcón. Las palomas de hoy serán los halcones de mañana y viceversa. No hay amigos en el cielo y los dos bandos pertenecen al reino de las aves que se ha erigido en el mediador que desde arriba observa el fracaso de la política y de la democracia acá en la tierra.
Como no podía ser de otra manera, si no nos cubrimos, tantos jueces, perdón, aves, no tardarán en cagarnos en la cabeza.

lunes, 15 de marzo de 2010

El riesgo

Tras el fracaso de la oposición en su intento por rechazar el pliego de Marcó del Pont asistimos a un escenario en el que este veleidoso conglomerado de intereses parece cargar con un alto costo político que no es determinante ni mucho menos, pero cuesta. Sin embargo, entiendo que esta inolvidable caída, paradójicamente, puede ser vehiculizada por sectores que apoyan a esta oposición y que desde la puja por la 125 parecen desear recrear un terreno arrasado, rebosante de infertilidad democrática.
La clave está, una vez más, en el plano discursivo y en la imagen: era digno de compasión observar la vehemencia con la que los periodistas de los multimedios regañaban a senadores y diputados opositores por no haber podido unirse contra “el Mal”. Y aquí empieza el riesgo pues cuando el gran relato del Medio critica al gobierno deposita todas las falencias en el conjunto de representantes del FPV y aliados. En cambio, cuando, por peso propio, los que fallan son los opositores, la crítica no se dirige estrictamente a ellos sino a la clase política en general. En el primer caso, el error de una facción se amplifica pero actúa como una fuerza centrípeta. En el segundo caso, el error de la otra facción se amplifica pero de forma centrífuga dañando la credibilidad de toda la dirigencia política, y por si esto fuera poco, de la política como tal.
En este contexto no es casual que varios comunicadores insistentemente aboguen por la naturalización de las virtudes de cierta tecnocracia desideologizada o se broten la piel ante el mínimo amague de intervencionismo estatal. El cocktail además incluye políticos que bregan por la antipolítica y se hacen fans de una página que colecciona oxímoron en Facebook sumado a revulsivas descargas en contestadores de radios en el que parece suponerse que todo aquel que interviene en política es inoculado por un extraño virus que afecta sólo a parte de la sociedad: la corrupción. Así, sólo el que hace política y los que son sorprendidos por una cámara oculta vendiendo mercancía trucha en alguna feria igualmente trucha son corruptos, pues parece que los jueces, periodistas y árbitros de fútbol son indemnes a este mal por alguna razón que aún no me ha sido revelada.
Pero denostado el kirchnerismo con un ansia de repetición enfermiza, la oposición corre el riesgo de no poder cumplir las expectativas que, en tanto lo otro del Mal Absoluto, pretendía recrear. Es posible sacar un provecho electoral en una segunda vuelta frente a un Mal Absoluto pero luego, una vez en el Gobierno, hay que rendir cuentas a quienes contribuyeron con la épica del Gran relato. Para decirlo con nombres propios, el rédito que hoy puedan obtener Pino Solanas, Macri o Cobos de su ubicuidad mediática supone como mínimo una hipoteca costosísima a cualquier margen de maniobra digna una vez en el poder.
Profundo riesgo el que asume la oposición: si derrota al kirchnerismo cabalgando en el discurso de las grandes corporaciones obtendrá una victoria pírrica junto a aliados insaciables cuyo dilema es simple: sumisión o invisibilización.
Una oposición responsable debe reconocer que su verdadero adversario no está en la facción rival al interior de la clase política sino en los otros actores de poder: los que patalearon cuando se estatizaron los fondos jubilatorios; los que intentan trabar la Ley de Medios.
Son esos aliados de hoy, constitutivamente coyunturales, los que impondrán las condiciones mañana bajo amenaza de instalar que los representantes de la clase política no responden a los reclamos que la gente a través del Medio exige.
En resumen, una oposición desenfrenada que busca por cualquier medio que se vayan los Kirchner puede no estar a la altura de las circunstancias y así transformarse en un gobierno digitado o sufrir una campaña feroz de demonización de la política que directamente los afectará.
Supongo que ellos saben que cuando eso suceda y se vayan todos no va a gobernar la nueva política ni la asamblea del barrio. Va a gobernar TN.

lunes, 8 de marzo de 2010

El parlamentarismo de facto (publicado originalmente el 8/3/10 en www.lapoliticaonline.com)

La forma provocativa y, desde mi punto de vista, estratégicamente torpe con la que el Gobierno ha insistido en usar las reservas a través de DNU, no debe dejar de soslayo la peligrosa tentativa de instalar que el Gobierno de CFK “está por fuera de la Ley”. Esta irresponsable estrategia opositora es vicaria de neorepublicanos virtuales que dicen haber hallado una constante en los presidentes “progresistas” de la región: alcanzan el poder democráticamente y luego, permítaseme el neologismo, se “autoritarizan”. Ante esta situación, la receta de combate varía en cada país pero en el nuestro ha tomado la forma de una violación flagrante de los límites de cada uno de los poderes de la República. Poco importa si fue el estilo de conducción K o la crispación de una oposición de derecha que se ve tocada en su orgullo, (lo cual incluye sus intereses y una importante dosis de material para psicoanalista), la que exacerbó la injerencia desmesurada del Poder legislativo y, por sobre todo, del Poder judicial en la política que intenta llevar adelante el Poder ejecutivo. Lo cierto es que en la última semana asistimos a jueces que advierten sobre una presunta rebeldía de la Presidenta que podría devenir en juicio político y una importante dirigente opositora que en su escalada solipsista, temerariamente llegó a afirmar que el Gobierno de CFK se ha transformado en un “gobierno de facto” (SIC). Si esto resulta amplificado por editorialistas de Multimedios y otros Salieris filocastrenses que, según la coyuntura, indican que los K tienen un poder omnipresente y autoritario y renglón seguido hablan de la dispersión de la tropa, la anarquía y el poder vacante a ser rellenado, el resultado es, sin duda, peligroso para la democracia.
En este contexto, uno de los relatos que se está imponiendo, apoyado por algunos jueces, es aquel que indica que el único poder republicano en el que el pueblo se ve representado es el legislativo. Acompañado con la insólita aseveración de que CFK fue “puesta” por su marido, lo cual ignora el resultado de las urnas, el Poder ejecutivo parece haberse transformado en el segundo poder de la república que, junto al judicial, es indiferente a la confirmación popular. En esta línea, nuestro régimen presidencialista se transforma en un parlamentarismo de facto, algo que comenzó a suceder una vez que asumieron los electos el 28 de junio. Antes de ese episodio, el parlamento no representaba al pueblo, era una escribanía del ejecutivo. Ahora sí y por eso es el que tiene legitimidad para gobernar.
De más está decir que este parlamentarismo de facto está gozando de una primavera efímera pues deberá ceder, tanto como deberá hacerlo el ejecutivo nacional, para poder lograr salir de un empate que, a la larga, desprestigia a la clase política y por lo tanto, deja el campo abierto a la imposición, también de hecho, de los otros poderes de las repúblicas del siglo XXI: los jueces y las corporaciones. Asimismo, la unidad de la oposición frente a un “otro”, comenzará a resquebrajarse en la medida en que acercándonos a las elecciones, su heterogénea composición deba empezar a diferenciarse y señalar con el dedo a su compañero en la mesa y en la foto.
Para otro momento quedará el interesante debate acerca de la forma parlamentarista o presidencialista y cuál es la más adecuada para nuestro país. En la literatura académica el debate lleva décadas y quienes obnubilados por la tradición europea ensalzaron las virtudes de los sistemas parlamentarios han debido reformular y ceder ante quienes dieron buenos fundamentos a favor del presidencialismo. Asimismo que sean mayoritariamente sectores de derecha los que hoy en día abogan a favor del parlamentarismo (de facto) no debe impedir observar que académicos e intelectuales progresistas como Raúl Zaffaroni sean los impulsores de una reforma constitucional (es decir, de “iure”) que acabe con el presidencialismo. Sin embargo esta es la sutil diferencia: mientras para los adalides y hermeneutas de las formas republicanas, paradójicamente, el parlamentarismo es coyuntural y “de hecho”, para Zaffaroni y quienes abogan por este cambio de buena fe e independiente de las alianzas y las mayorías de turno, cualquier cambio será si y sólo si olvidamos las imposiciones de facto y los hacemos “de iure”, esto es, siguiendo todos los pasos de la Ley.