miércoles, 15 de diciembre de 2021

La policía de la memoria (publicado el 9/12/21 en www.disidentia.com)

 

Cómo se debe hablar, qué tenemos que desear, qué se puede decir, qué debemos consumir, qué tenemos que comer, sobre qué podemos bromear. La lista del nuevo canon puritano se extiende hasta esferas que jamás hubiéramos previsto y avanza vertiginosamente de manera global. Desde arriba hacia abajo, tecnócratas sociales decretan la desaparición de la vida tal como la conocemos y el costo de oponerse a ello es la muerte civil. 

A propósito, hace poco llegó a mí una traducción al castellano de la novela publicada en 1994 por la japonesa Yoko Ogawa cuyo título es bastante sugestivo: La Policía de la Memoria. Los comentarios de la novela hablaban de un texto deudor de las grandes distopías literarias del siglo XX con 1984 a la cabeza, lo cual, de por sí, me resultaba interesante.

Todo ocurre en una pequeña isla en la que existe un gobierno que decreta la desaparición de las cosas: una flor, los pájaros, el olor a perfume, los barcos, las novelas. Una a una y por razones que nunca se exponen, el gobierno decide la desaparición de objetos de manera arbitraria. Así le explica este fenómeno la madre de la protagonista a su hija: “Sucede sin que apenas te enteres. No sentirás ni dolor ni fatiga. Una mañana, un día cualquiera, al despertar, algo se habrá esfumado de tu vida, dejando intacto lo demás, y entonces solo percibirás un tibio desajuste con respecto al día anterior”.

Sin hacer explícita nunca una teoría del lenguaje robusta, algo que podríamos exigirle a un tratado filosófico pero no necesariamente a una novela de ficción, parece subyacer al texto la idea de que, en líneas generales, el lenguaje determina la realidad de modo que basta con un decreto gubernamental que elimine los conceptos y las  palabras para que los objetos desaparezcan. Si bien, insisto, habría pasajes en los que cierto rigor filosófico podría encontrar contradicciones, lo cierto es que la garantía de eliminación completa de los objetos estaría en la falta de memoria. Para decirlo con un ejemplo, las rosas desaparecerán definitivamente de la isla el día que nadie las recuerde. Pero, claro, hete aquí que este proceso de desaparición de los objetos que este gobierno autoritario ha impuesto a lo largo de generaciones ha hecho que la gran mayoría de los habitantes de la isla haya perdido la memoria pero hay excepciones y es sobre esas excepciones que actúa la Policía de la Memoria. Ésta sospechaba, por ejemplo, de aquellos que no se buscaban una nueva profesión una vez que su objeto de estudio o aquel con el que ejercían su labor desaparecía. En ese sentido, la protagonista agradece que el padre, que era ornitólogo, hubiera muerto antes de que el gobierno decretara la desaparición de los pájaros. “La principal función de la Policía de la Memoria era completar y hacer efectivo cada proceso de desaparición y olvido a medida que estos iban produciéndose”. De aquí que se hicieran lo que se denominaba “inspecciones de recuerdos” para buscar a las personas inmunes al olvido. Es que se trataba de personas muy peligrosas porque quienes por alguna razón todavía poseían el don de la memoria garantizaban la continuidad del mundo que el gobierno autoritario quería eliminar. Así, aun si todas las rosas fueron arrojadas al mar, ellas sobrevivirían en la mente de quienes las recuerdan y la novela menciona el caso de unos memoriosos que lograron recordar el concepto de barco, construir uno y escapar de la isla.     

El modo en que se relacionaban con la realidad quienes tenían memoria y quienes la habían perdido aparece todo el tiempo a lo largo del texto. Por ejemplo, tras la desaparición de los perfumes, los desmemoriados trataban de oler los frascos pero no podían percibir nada: el perfume era lo mismo que el agua. Lo mismo sucedió cuando la protagonista encuentra una cajita de música escondida: el hecho de que el gobierno hubiera decretado su desaparición hacía que la música sonara pero que su oído no pudiera captarla.

“Tener ante mí algo que ya no existe (…) me resulta raro. (…) Evidentemente, es algo que se supone que no existe (…) Pues ocurre que la caja de música es real, existe; no ha desaparecido. Y por mucho que su concepto haya caído en el olvido en la memoria de casi todo el mundo, la música sigue manando (…) Su desaparición no es un suceso objetivo, sino subjetivo”.

 La novela está cargada de hermosas imágenes: desde la caída automática de los frutos de los árboles cuando el gobierno determinó su supresión hasta una historia paralela correspondiente a la novela que la protagonista va escribiendo en la que la voz de las personas está encerrada en máquinas de escribir de modo que solo pueden expresarse escribiendo.

Sin embargo, si lo relatado no es lo suficientemente angustiante, el texto de Ogawa no ahorrará en giros verdaderamente dramáticos. En primer lugar, aparecen organizaciones clandestinas que protegían a los memoriosos dándoles un lugar donde esconderse. Es que además de cosas, empieza a desaparecer gente en la vida real y cuando eso sucedía desaparecían hasta de las fotos. En otras palabras, no solo estaba secuestrada por el gobierno la posibilidad de nombrar, lo cual reduce a las personas a la nada, sino que aquellos que todavía poseían el don de la memoria también eran secuestrados y desaparecían.

Con la supresión de los calendarios, la gente dejó de cumplir años y la primavera no llegó nunca de modo que el invierno se quedó como estación innombrada pero con mucha nieve. El problema fue que luego el gobierno decretó la desaparición del concepto de pierna izquierda de modo que la gente comenzó a arrastrarse por la calle con una suerte de colgajo que alguna vez fue pierna. Tiempo después llegó el momento del brazo derecho y el final lo pueden imaginar pero no quisiera detenerme en él sino hacer algunas reflexiones que pudieran conectar algunas de estas metáforas con el presente.

Es que la novela tiene una particular actualidad especialmente en relación con la disputa que se está dando acerca del lenguaje. Si bien por suerte todavía a nadie se le ocurrió afirmar que el concepto de pierna derecha es una imposición del Occidente blanco y décadas atrás solían ser los gobiernos de derecha los recelosos de lo que se podía decir, la idea de una Policía de la Memoria parece hoy aplicarse mejor a la cultura de la izquierda progresista. Y no se trata de una hermosa ficción, como sucede en la novela, sino la idea de que no hay sustrato material por fuera del lenguaje y de que todo es relativo al punto de vista subjetivo. Sobre esta base aparece el artilugio de una performatividad del lenguaje mal entendida que se ha extendido como una suerte de disposición mágica al servicio de tecnócratas sociales que creen poder modificar la realidad con solo alterar el lenguaje.

Como se indicaban en la introducción, el idioma, la expresión, los hábitos alimenticios, el objeto de deseo y hasta los chistes hoy son digitados por una cultura que se impone de arriba hacia abajo. Afortunadamente, en Occidente ya no asistimos a guerras de exterminio, genocidios, persecuciones y desapariciones como los que llevaron adelante dictaduras sangrientas hace apenas algunas décadas, pero la lógica de la cancelación supone una muerte civil y una desaparición de la esfera pública para todo aquel que no se adecue al canon. En esta lógica donde todo es presente y el pasado solo existe para ser modificado o juzgado, el cancelado no puede ser nombrado porque su nombre opera como una maldición y quien ose recordar el estado de cosas anterior será señalado como reaccionario, conservador o fascista. El fenómeno actual de la extrema exposición que observamos en las redes tiene también como correlato el fenómeno aparentemente contradictorio de la total desaparición de valores, objetos y culturas. Incluso también personas, en esta idea de llevar al mundo real la posibilidad de “bloquear” a aquellos que nos incomodan. Esta operación no la lleva adelante ninguna Policía de la Memoria formalmente constituida. Eso es todavía más angustiante: la Policía de la Memoria hoy es tu vecino, un twittero anónimo o tu amigo de Facebook.

Escrita antes de la existencia de las redes sociales, la novela de Ogawa hoy debería resignificarse. ¿Hasta cuándo seguirá siendo una bandera progresista la memoria tomando en cuenta que la relación con el pasado resulta cada vez más arbitraria? ¿Quiénes son en la actualidad los que pretenden decretar qué es lo que existe y qué es lo que se debe hacer? Pero sobre todo, la pregunta central sería: ¿dónde está la policía hoy? ¿En la derecha o en el progresismo?        

 

lunes, 6 de diciembre de 2021

Una postergación y un milagro (editorial del 4/12/21 en No estoy solo)

 

Si bien es temerario augurar el destino del gobierno de Alberto Fernández de cara al 2023 asumiré el riesgo de afirmar que éste depende de tres cosas: un rebote, una postergación y un ego.

El rebote, naturalmente, es el económico y está sucediendo. En todo caso la pregunta es hasta cuándo continuará. Por lo pronto, este año el crecimiento estará por encima de los indicadores más optimistas y se recuperará todo lo perdido en 2020 por la pandemia. Es más, ya son varios los sectores que están por encima de los números de 2019. Aunque las previsiones para el año que viene son más austeras no hay nadie que imagine un crecimiento por debajo del 2,5% si es que el diablo, claro está, en forma de pandemia, no mete la cola. Pero número más, número menos, Argentina crecería 2 años seguidos después de una década. Es algo que el gobierno podría celebrar. Si eso se redistribuye, si llega al bolsillo de la mayoría, si los ingresos en blanco y en negro le ganan a una inflación que da miedo, eso será otra cosa. Pero crecimiento habrá.

La postergación es la que en estos momentos el gobierno estaría negociando con el FMI. Se habla de un acuerdo o al menos un preacuerdo antes de fin de año y se da por hecho que habría “años de gracia” para comenzar a devolver el inédito préstamo otorgado por el organismo para blindar la reelección de Macri. Como mínimo, se habla de comenzar a pagar en 2024 y conocer el resultado de esa negociación es esencial para aventurar el futuro de la economía argentina.    

 Lo que todos sabemos, igualmente, es que el organismo impondrá condicionamientos que irán más o menos por los carriles de siempre más allá de que desde hace algunos años se intente presentar al FMI como un organismo que aprendió de sus errores. ¿Cómo hará el gobierno para achicar el déficit quitando subsidios a servicios y transporte sin que ello se traslade a inflación y genere un repudio generalizado de una población que le dio la espalda en la última elección? Muchos dicen que en el mismo planteo que acabo de hacer está la trampa. Es que si gastás mucho hay dos maneras de que te cierren las cuentas: una es recortando pero la otra es ganando más. Las opciones no son excluyentes y qué más quisiera uno que el gasto sea eficiente y que la Argentina exporte más para que así puedan ingresar más divisas. Pero aquí el gobierno enfrenta varios desafíos. En primer lugar, la incertidumbre de la pandemia y el desequilibrio de las cuentas a nivel mundial que puede hacer que el viento sea de cola o de frente. Por otro lado, sus propias contradicciones expuestas en el loteo de ministerios los cuales, muchas veces, tienen miradas en tensión respecto a qué modelo de país llevar adelante.

La tercera cuestión a tener en cuenta es el ego. ¿De quién? Por lo pronto de Macri. ¿Ustedes se imaginan a Macri en mayo de 2023 grabando un video diciendo “Le he pedido a Horacio Rodríguez Larreta que encabece…..”? Yo tampoco. Por supuesto que se dirá que la situación no es equivalente y es verdad porque hoy pareciera ser Horacio Rodríguez Larreta el elegido por el establishment para ser el candidato opositor y si todo ese espacio lo aceptara tiene buenas chances de ser el próximo presidente. Del mismo modo que el poscristinismo giró hacia el centro en forma del pasteurizado Alberto, el posmacrismo se encarnaría en una paloma llamada “Horacio”. ¿Pero va a aceptarlo Macri? Romper la coalición opositora sería suicida pero hay buenas chances de que el espacio de los “halcones”, aprovechando que la sociedad “huele a espíritu libertario”, intente forzar una “Gran PASO”, máxime si en el gobierno se cumple la promesa de aceptar dirimir las futuras candidaturas en elecciones abiertas y no a través del dedo. En este escenario, aun si la actual oposición obtuviera un increíble 50% de los votos en las PASO 2023, a Macri podría alcanzarle con un 20% para ganar una interna contra Larreta y contra los radicales que esta vez pueden llegar a los dos dígitos.

Pero si hablamos de ego, el de Alberto tampoco es menor. En este sentido, descartada, entiendo, la posibilidad de una candidatura a presidente de CFK, Alberto puede intentar ir por la reelección aun en un escenario como éste. De hecho, hay quienes indican que Alberto ha hecho una particular lectura de la última elección y que lejos de asumirse perdidoso entendió que el gran derrotado fue el kirchnerismo duro y que es hora de darle al gobierno el perfil que él busca. Si es ésta la interpretación que hace Alberto y si las variables económicas no estallan por el aire, aun unos mediocres dos años podrían darle al presidente el empujón para volver a intentarlo prometiendo la llegada del famoso día 100 (una remake del “segundo semestre”) para su próximo mandato. Agreguemos a esto la posibilidad de que él aparezca como aquel capaz de sobrevolar la interna feroz que se avecina entre massistas, kirchneristas, gobernadores, movimientos sociales, sindicatos, intendentes, y que la única manera de que “la sangre no llegue al río” puede que sea que las partes acuerden apoyar a quien ya habían decidido apoyar en 2019 y es, al fin de cuentas, el presidente. Un guiño a esta posibilidad de continuidad la da el trascendido de que el gobierno le estaría pidiendo al FMI bastante más que dos años de gracia de modo tal que el fuerte de los vencimientos llegue después de 2027.          

Entre el rebote, la postergación y el ego habrá un sinfín de vicisitudes como las que nos tiene acostumbrado este país que cada diciembre parece volver a coquetear con ese destino fatal al que osó asomarse con febril mirada hace exactamente 20 años: el pobre chino llorando, el encapuchado afanando el arbolito de navidad, Cavallo la concha de tu madre, los muertos en la Plaza, el helicóptero. Ningún escenario es igual al anterior aunque hay temas que son una constante como los tópicos del tango. En este sentido, el tema de los egos será crucial aunque no tanto como el rebote y la redistribución de aquello que rebota. Pero si hay que elegir uno de los tres aspectos, el de la postergación parece ser clave. Es que si el acuerdo que se va a firmar posterga los pagos a cambio de postergar a las mayorías, no hay gobernabilidad posible ni de éste ni de futuros gobiernos. Así, el 2023, el 2027, el 2031 y los años que platearán la sien de la joven democracia argentina solo definirán traspasos formales de una administración que administrará miseria.

El tango “Volver” agrega “Guardo escondida una esperanza humilde”; una canción más moderna afirma que nos merecemos bellos milagros. Lo que no sabemos es si ocurrirán.   

 

lunes, 29 de noviembre de 2021

La reacción (publicado el 25/11/21 en www.disidentia.com)

 

Un fantasma recorre Latinoamérica pero no es el del comunismo sino el fantasma de la reacción. Sucedió hace algunos años con Bolsonaro en Brasil y empieza a suceder en el resto de los países tal como había sucedido en Estados Unidos con Trump y en buena parte de Europa. Hay una reacción y se la suele catalogar de “conservadora”, “ultraconservadora”, “populista”, “populista de derecha”, “fascista”, etc. para de esa manera abonar el pánico moral biempensante. Cada caso merecería un análisis particular pero en general se trata de irrupciones de personajes carismáticos, outsiders de la política, moralmente conservadores, que emergen meteóricamente por la crisis de representación y el hartazgo frente a partidos tradicionales que no dan respuestas, si bien su enemigo predilecto es una izquierda arcoíris e identitaria que ha sepultado a su sujeto histórico para intentar abrazar una suma infinita de reivindicaciones minoritarias.   

Sin ir más lejos, días atrás se celebró la primera vuelta de las elecciones en Chile cuyo resultado determinó que el conservador José Antonio Kast con el 28%, y el izquierdista Gabriel Boric con el 26% resuelvan la elección en un balotaje. Quienes hasta hace unos meses querían hacernos creer que un “Nuevo Chile” se había establecido a partir de las protestas sociales de 2019 originadas por el aumento del boleto de metro, no revisan sus pronósticos sino que se dedican a asustar diciendo que viene el Cuco. Y efectivamente vino. Pero antes que el susto y la indignación siempre es mejor tratar de comprender “la reacción”. No se trata de “la irrupción del mal” en sí sino de una respuesta a, en el caso de Chile, propuestas de centro derecha y centro izquierda que en general se parecen demasiado. Así, aun cuando los sistemas presidencialistas con balotaje estén diseñados de modo tal que sea prácticamente imposible que una opción radical alcance la presidencia, lo cierto es que el caso Bolsonaro y el caso Trump (donde el balotaje se da de hecho porque compiten solo dos fuerzas importantes) ha demostrado que el diseño institucional no alcanza. De repente entonces el cuento que mostraba una continuidad entre el conflicto social de 2019 y la creación de una asamblea constitucional presidida por una líder mapuche, choca con una elección en la que se eligió a Kast, un hijo de inmigrantes alemanes que se afincaron en la zona de Paine, padre de nueve hijos e hijo de un soldado alemán que fue convocado para formar parte del ejército nazi. Kast defiende “valores de la familia” frente al “lobby LGBT y los pro-aborto”, políticas restrictivas frente al ingreso de la inmigración ilegal (especialmente contra bolivianos y venezolanos), un programa liberal en lo económico y sobre todo el restablecimiento del orden social hacia dentro y en las fronteras. En este último punto, Kast, el candidato que afirma que a diferencia de lo que sucede en Cuba, Venezuela o Nicaragua, de la dictadura en Chile se salió con elecciones democráticas, sienta posición en el conflicto por las tierras con la comunidad indígena mapuche. De hecho, donde está el eje del conflicto, en la región de la Araucanía, sur de Chile, Kast se hizo enormemente fuerte y obtuvo el 42% de los votos. También estuvo por encima de su promedio (que baja en la capital Santiago) en la región de Tarapacá, zona norte del país, donde hay conflictos por la inmigración de ciudadanos de países vecinos.

Con mucho menor peso político, al menos por ahora, un caso análogo se registró en las elecciones realizadas en Argentina el último 14 de noviembre. Allí no fueron presidenciales sino legislativas pero irrumpió desde la nada la figura del economista Javier Milei quien ingresó como diputado nacional tras obtener el 17% de los votos en la Ciudad de Buenos Aires. Si bien quedó tercero detrás de la coalición de centro derecha que obtuvo un 48% y la coalición de centro izquierda que obtuvo un 25%, lo curioso es que Milei llegó a ese porcentaje sin ningún tipo de estructura política y haciéndose conocido por un estilo confrontativo, radicalizado y extravagante: por momentos parece una estrella de rock, se reivindica anarcocapitalista defendiendo un libertarismo a ultranza que entre otras cosas llama a quemar el Banco Central para que los populistas dejen de emitir billetes, y, amenaza acabar con la “casta política”.

¿Es Milei un fenómeno de viejos avinagrados pertenecientes a clases altas de los grandes centros urbanos? No. De hecho, su mayor caudal de votos lo obtuvo gracias al voto joven y es sorprendente cómo muchos de quienes lo circundan son influencers e youtubers que suben videos que tienen millones de visualizaciones donde su principal adversario es la cultura progresista. Si la experiencia del peronismo kirchnerista entre 2003 y 2015 había encolumnado a miles de jóvenes detrás de la idea de que la salida era comunitaria y que el héroe debía ser colectivo, hoy buena parte de la juventud argentina, harta de la crisis y del “No future”, se pone la careta del Joker, y encuentra en el discurso individualista y anticasta política una bandera de rebeldía frente al progresismo de la corrección política que pretende establecer cambios de arriba hacia abajo de la mano de tecnócratas sociales. Es más, Milei estuvo por encima de su promedio en las comunas más pobres de la ciudad de Buenos Aires y por debajo de su promedio en las comunas de “clase media ilustrada”. Esto significa que, como ha sucedido en otras partes del mundo, hay un discurso de derecha que está interpelando a las mayorías, especialmente sectores de trabajadores precarizados, que observan que la agenda de la izquierda ya no los tiene en cuenta porque ante el reclamo de progreso, seguridad, futuro y mejores condiciones laborales la única respuesta que se ofrece es mayor deconstrucción.

Si bien el caso de Milei en particular es asombrosamente popular entre los más jóvenes, a tal punto que es capaz de convocar cientos de ellos en encuentros en plazas para hablar de los principios económicos de la Escuela económica austríaca, me permitiría decir que la sociedad argentina no ha devenido anarcocapitalista o minarquista (como le gusta calificarse al propio Milei en todas sus intervenciones) sino que es su discurso anticasta política y sus características personales las que resultan más atractivas para una porción del electorado. Con todo, es verdad que, al menos en Argentina, el episodio pandémico fue el caldo de cultivo para que ese tipo de discurso se esparciese. Es que en un país que no crece hace 10 años y que continúa con la inflación del 50% anual que legó el gobierno de centro derecha liberal de Macri, las medidas de restricción de la circulación hicieron que la economía cayera 10% en 2020 pero, sobre todo, crearon una sensación de que los empleados públicos que podían quedarse en casa eran privilegiados. A esto cabe agregar que el actual gobierno socialdemócrata con un núcleo duro peronista como centro, no hizo lo suficiente para ayudar a quienes más padecieron y sobre todo a aquellos sectores medios formales e informales que tuvieron que salir a trabajar poniendo en riesgo la vida.

En un clima político tan cambiante, es imposible pronosticar. En el caso de Chile, la elección está cabeza a cabeza y entre los perdedores hay candidatos de derecha y de izquierda cuyos votos pueden ir hacia un lado o hacia el otro. Será un final cerrado. En el caso de Argentina, el futuro de Milei, tercero en la ciudad capital que cuenta con 3 millones de habitantes sobre un total de 45 millones, resulta todavía mucho más difuso de cara a las elecciones presidenciales de 2023. En todo caso, la única vía posible para que Milei tenga posibilidades ciertas de hacerse con un cargo de peso en dos años está atada a la interna de la coalición de centro derecha que hasta hace dos años lideraba Mauricio Macri y que tiene sectores de una derecha que va más hacia el centro y una derecha que comienza a radicalizarse. Pero hablar de esto ahora es pura especulación. Lo importante es que, más allá de una elección o un resultado circunstancial, cada sociedad, casi de manera calcada, está girando hacia posiciones reaccionarias en el sentido estricto del término, esto es, está reaccionando contra algo. Que la reacción sea monstruosa y por momentos asuste, antes que generar pánico o indignación, debería hacernos replantear la magnitud de la monstruosidad contra la que se está reaccionando. Algo se debe estar haciendo mal para que las mayorías hoy se sientan representadas por estas perspectivas. En vez de enojarse, cancelar, subestimar o catalogar como “fascismo”, aun cuando muchas veces anide en estas opciones algún germen de aquéllo, más bien cabría preguntarse qué es lo que está haciendo que las opciones que van desde la centro derecha a la centro izquierda carezcan de programas que representen a las mayorías. Si la vieja máxima marxiana decía que había que dejar de interpretar el mundo y transformarlo de una vez, hoy no vendría mal hacer lo contrario y pedirle a las elites que imponen sus transformaciones, en muchos casos detrás de buenas causas pero de manera fuertemente autoritaria, una mínima reflexión que les permita, antes, entender e interpretar correctamente el mundo que pretenden transformar. De lo contrario, quien se sorprenda ante las reacciones habidas y por haber será, en el mejor de los casos, cándido, y, en el peor de los casos, cómplice.           

 

martes, 23 de noviembre de 2021

Esperando el día 100 (editorial del 20/11/21 en No estoy solo)

 No hay hechos, solo interpretaciones. No hay elecciones, solo expectativas. Podríamos incluso jugar intercambiando el orden y decir que no hay hechos, solo expectativas, y que no hay elecciones, solo interpretaciones. Como sea, saturados de análisis y atormentados de sentido, los resultados del último domingo parecen quedar en un segundo plano para ser casi una anécdota.

En todo caso esos resultados otorgan la legitimidad formal para los cargos pero nada más que eso. No es poco pero quien crea que todo termina allí se equivoca. El dato duro es que el oficialismo perdió a nivel país por casi 9 puntos, que cayó en todas las provincias grandes, incluso en la de Buenos Aires, y que apenas hizo pie en Tierra del Fuego y el norte del país. Sin embargo, ante una expectativa de paliza demoledora, la oposición tuvo un triunfo con sabor a poco y el gobierno vivió la derrota como una victoria. Y esto va más allá del hecho de que el gobierno sostenga la primera minoría en diputados y de que, si bien perdió el quórum en el Senado, se descuenta que tendrá las herramientas para alcanzarlo. Va más allá porque desde el gobierno piensan que si después de una pandemia que se cargó a todos los gobiernos nacionales del mundo y de una gestión que ha dejado mucho que desear, se obtiene un tercio de los votos, con mejorar un poco y con una economía que rebote desde el subsuelo, la posibilidad de pelear el 2023 está a mano. Claro que más optimistas podrían ser los opositores con esa misma lógica. Es que con todo a favor hicieron un pésimo gobierno, el cual terminó hace menos de dos años. Y sin embargo tienen un piso de más de 40%. ¿Ustedes se imaginan lo bien que les iría si hubieran acertado con alguna medida?

Por otra parte, merecería un artículo aparte la risueña discusión acerca de ganadores y perdedores que estableció Alberto Fernández cuando llamó a festejar el triunfo el día de la militancia. Como estrategia para cambiar el eje de la discusión ha sido enormemente efectiva, más allá de que el precio que se puede pagar es el de una sociedad que vea al presidente fuera de la realidad. Pero al fin de cuentas, fue la estrategia que utilizó Macri y fue bastante efectiva también. Seguramente, esta nueva lógica comunicacional del gobierno va en la línea del duranbarbismo posmo que adoptó después de septiembre cuando todo lo que se ofrecía era una campaña afirmativa por un “Sí” tan lavado que podía encajar casi en la lista de objetivos de cualquier partido. De hecho, la idea de ir a festejar el miércoles a la plaza un triunfo que no fue está en la línea de un aprendizaje pospandémico: gobierno que dice que “no” a algo pierde. Así que hay que “dejar hacer”. La libertad copó la agenda y cualquier impedimento, sugerencia u, obviamente, obligación, será visto como un ejercicio de la violencia. De modo que no importa por qué pero salgan y festejen. Prohibido prohibir. Basta de “cuidate” o “quedate en casa”. Salí y matate si querés. Basta de “No”. Todo “Sí”. Ahora la fiesta. ¿Perdimos? ¿Qué importa? Hay que festejar.

Ahora bien, mientras otra parte del gobierno intenta justificar la ficción triunfalista hablando de un “empate técnico”, como si el resultado de una elección fuese lo mismo que el margen de error de una encuesta, la oposición patalea como un chico al que los padres no le llevan el apunte. No le alcanza con los números. Quiere que le digan que ganó. No le alcanza con la realidad. Necesita ser protagonista de la ficción. Los hoy periodistas opositores que dos años atrás utilizaron el mismo insólito argumento del “empate técnico” cuando el derrotado fue Macri, o la boludez del juego de palabras de los que ganan perdiendo o pierden ganando, ahora se indignan porque el oficialismo les da un poco de su propia medicina. “Querían ficción y les di ficción” podría decir el propio Alberto Fernández que está como Penélope tejiendo y destejiendo soñando con que le llegue por fin el día 100.  

Y ésa parece ser la lectura que hace el gobierno del momento poselecciones. Hasta aquí, diría Alberto, goberné 99 días y al día 100 llegó la pandemia. La consecuencia de la pandemia fue la derrota en las elecciones de septiembre. El tránsito desde las PASO hasta las generales ya empieza a mostrar signos de recuperación. Por lo tanto, tengo una segunda oportunidad que coincide con mis últimos dos años de mandato. Ha llegado mi día 100.

Si la mejora en la provincia de Buenos Aires obedeció al trabajo de los intendentes que fueron a buscar a los votantes desencantados que se habían quedado en casa en las PASO, al pánico al regreso de Macri y/o a la simple razón de que el alejamiento de la pandemia nos predispone mejor, es otro tema y al gobierno no le impedirá sostener la esperanza de recuperación.

Pero la llegada del día 100 como el día del relanzamiento tiene dos interrogantes: el primero es cómo llega el Frente internamente a ese día. Porque cómo está el país ya lo sabemos. Lo que no queda claro es cómo está el Frente. O sí lo sabemos y las noticias no son buenas porque el equilibrio es inestable y las razones que en su momento fracturaron el campo popular están allí presentes, agazapadas. Si bien todos los actores parecen haber entendido que todo está permitido menos la ruptura, es evidente que la unidad hoy es condición necesaria pero ya no es suficiente para garantizar el triunfo. Estas internas, a su vez, generan enormes dificultades en la gestión que han quedado en evidencia en estos dos años. Es que la lógica del loteo de cargos, secretarías, etc. en manos de los distintos espacios, antes que generar un equilibrio generó inmovilidad. Está equilibrado porque no se mueve, lo cual es la peor forma de los equilibrios. 

El segundo interrogante es cuándo llegará el día 100: ¿vendrá con el llamado al diálogo con una oposición con pocos incentivos para acordar con un gobierno perdidoso? ¿Vendrá después del eventual acuerdo con el FMI? ¿Llegará antes del 2023? La quietud de los primeros 99 días es una mala señal que se acentuó con la desgracia de la pandemia. Pero lo cierto es que los votantes del gobierno y, por qué no, la Argentina toda está esperando el día 100 de Alberto. El gobierno necesita que llegue rápido pero viene lento como el mítico General Alais que Alfonsín esperaba para poner orden en Semana Santa. Hay quienes incluso creen que nunca va a llegar como el Godot de Beckett, que lleva a quienes esperan a realizar todo tipo de acciones vanas y dramáticas mientras aguardan; o, peor aún, como el Diego de Zama de Di Benedetto que ve pasar la vida esperando la carta del rey para conseguir el tan preciado traslado que nunca llega. A propósito, recuerdo el trágico final de Zama y esa frase categórica que el protagonista da a los captores que buscaban tesoros. Zama les dice que viene a hacer lo que nunca hicieron por él, esto es, viene a decirle “no” a sus esperanzas. 

No me considero en condiciones de indicar si esta frase de Zama aplica a la situación de Alberto y a la llegada del día 100, y menos aún me considero facultado para indicarles si hay que tener o no esperanzas, algo, por cierto, bastante subjetivo. Pero más allá de la hojarasca y el juego de expectativas e interpretaciones, vitales para la política, en algún momento la realidad dirá si el día 100, esto es, si el prometido gobierno de Alberto comienza, o será un gobierno de 4 años que nunca pudo salir del día 99. Si el día 100 llega, entonces, el gobierno será evaluado sin excusas por las urnas en el 2023; pero si ese día no llega, en 2023 las urnas hablarán también. 


sábado, 20 de noviembre de 2021

“Un poco peor”: lecciones de la vida pospandemia (publicado el 11/11/21 en www.disidentia.com)

 Durante más de un año se hicieron todo tipo de pronósticos respecto a qué ocurriría una vez terminada la pandemia. Los principales pensadores del mundo hicieron sus reflexiones inmediatas y ninguna de las fantasías distópicas estuvo ausente:  desde la extinción humana hasta una vida en la que deberíamos acostumbrarnos a vivir como astronautas en la Tierra. Políticamente hablando, los pronósticos avizoraban la imposición de un modelo de capitalismo autoritario cuya referencia sería China o la mismísima muerte del capitalismo en un mundo donde, de repente, surgiría una conciencia mundial colaborativa entre los humanos y en relación a la naturaleza. Los diarios anunciaban revoluciones inminentes pero allí no había análisis sesudo y racional, sino solo la ansiedad que provoca ser protagonistas de un suceso único. Que el hombre nuevo no surgiera de una acción revolucionaria sino de una fatalidad biológica era un detalle. El sueño de ser otros a nivel planetario era lo suficientemente excitante como para sostenerlo mientras el virus seguía haciendo estragos y nadie sabía cuál era el contenido de la normalidad nueva pero la deseábamos por el simple hecho de ser la novedad.

Sin embargo, hay voces lúcidas en el presente. Por ejemplo, en mayo de 2020, el escritor francés Michelle Houellebecq publicó una carta titulada “Un poco peor” que, en su título, logra condensar el modo en que saldremos de la pandemia. Más allá de la zozobra inicial, las cosas se acomodarán y saldremos adelante golpeados, preocupados, con algunos familiares menos, castigados económicamente, pero saldremos; se acelerarán los cambios tecnológicos que nos deshumanizan en medio de una muerte que se ha vuelto burocrática, aséptica y sin testigos, pero no mucho más. Eso es todo. Sin grandes estridencias. Solo un poco peor.   

Sin embargo, también hubo voces lúcidas en el pasado y estoy hablando de un escritor británico que ya hemos mencionado en este espacio: J. G. Ballard. En su momento, hablando de la pandemia, habíamos comentado el cuento “Unidad de cuidados intensivos”, publicado en 1977, donde se contaba la historia de una familia cuyo vínculo se hacía exclusivamente a través de pantallas. Así el protagonista afirma: “Mi propia crianza, mi educación y mi ejercicio de la medicina, mi noviazgo con Margaret y nuestro feliz matrimonio, todo ocurrió dentro del generoso rectángulo de la pantalla del televisor”. Literalmente.

Pero yo quería referirme a dos historias del último libro de cuentos que Ballard escribiera en 1989: se trata de “El espacio inmenso” y “El parque temático más grande del mundo”. Si “Unidad de cuidados intensivos” era capaz de describir el futuro de una interacción humana en la que se naturalizaría la falta de todo contacto físico y cada vínculo estaría mediado por una pantalla, en estos dos cuentos pueden aparecer algunas de las consecuencias pospandémicas, bastante menos delirantes que las que propusieron las grandes plumas de la actualidad.

“El enorme espacio” es un cuento difícil de interpretar o, en todo caso, es un cuento cuya interpretación es abierta. Un hombre, de repente, decide no salir más de su casa. No estaba loco ni deprimido. Tampoco era perseguido. Tenía los problemas de cualquier mortal pero no muchos más:

“Comprendí que podía cambiar el rumbo de mi vida mediante un único acto. Para acallar el mundo y resolver todas mis dificultades de un plumazo, disponía de la más simple de las armas: la puerta de la calle. (…) Mi intención no fue separarme solo de la sociedad que me rodeaba. Con ello, rechazaba a mis amigos y colegas, a mi contable, a mi médico y a mi abogado y, sobre todo, a mi exesposa. Cercenaba toda conexión práctica con el mundo exterior. Jamás volvería a cruzar la puerta de calle”.  

Pasó un mes, luego otro y otro. La comida de la heladera ya se había acabado así que decidió cazar las mascotas desprevenidas de los vecinos que atravesaban su jardín. Con todo, el hambre cada vez era menos problema pues lo que parecía estar haciendo el personaje es un viaje hacia su interior. No casualmente Ballard fue el que alguna vez señaló que la ciencia ficción debía dejar de ocuparse de los extraterrestres y los vuelos interplanetarios para ocuparse del hombre y de la conciencia. Allí hay viajes más largos e insondables que hacer.

El jefe y su secretaria dejaron de llamarlo. Apenas algunas cartas de intimación por la falta de pago de los servicios llegaban a su puerta pero no mucho más. Con el paso del tiempo, el plan de desconexión con todo lo exterior estaba siendo exitoso y allí fue que empezó a sentir que la casa se hacía cada vez más grande:

“Ya puedo sentir que las paredes de la cocina se están distanciando de mí (…) ¿Cuánto tiempo más puede durar esta expansión? (…) las paredes de esta estancia otrora minúscula ya constituyen un universo por sí solas. El techo está tan lejos que debajo de él podrían formarse nubes”.   

A diferencia de lo que intuitivamente pudiéramos imaginar, el estar encerrado no hizo que la casa “se achicara” o “se le viniera encima”. Más bien lo contrario: tomar la decisión del encierro y comenzar un viaje interior, reflexivo, acerca de qué cosas le incomodaban del mundo exterior, generó una “disociación espacial”. La casa podría ser chiquita pero el interior de la mente es infinito y cada vez más grande. Cerrando la puerta por siempre, metiéndose para adentro, el protagonista ganó un espacio inmenso que va más allá de los límites objetivos de una casa. ¿Acaso no podemos pensar que un sentimiento similar podría haber sido compartido por muchas de las personas que a lo largo del mundo debieron permanecer encerradas en medio de la pandemia? ¿Cuántos viajes interiores impulsó el coronavirus?

Por otra parte, en el segundo cuento mencionado, “El parque temático más grande del mundo”, Ballard hace una crítica mordaz al espíritu europeo sin fronteras en el contexto de avance y consolidación de la Unión Europea:

“En efecto, solo en el otoño de 1995 los economistas de Bruselas se resignaron a la paradoja que ningún gobierno anterior había querido admitir: contrariamente a la ética protestante, que había fracasado miserablemente en el pasado, cuando menos trabajaba, más próspera y satisfecha se veía Europa”.

 

Esta evidencia se tradujo en una verdadera rebelión de los turistas. Primero fueron algunos miles de turistas franceses, británicos y alemanes que descansaban en la Costa Azul y la Costa del Sol los que decidieron no tomar sus aviones de regreso. Habían imaginado pasar un mes allí pero luego decidieron continuar descansando en sus hoteles caros. Al tiempo, los “turistas exiliados de forma permanente” ya habían sobrepasado el millón y el número no paraba de subir. Los más jóvenes, con algo de espíritu hippie decidieron dormir en la playa y hasta algunos se dedicaron a realizar robos menores. El resto pidió ampliación de gastos de su tarjeta de crédito y créditos a los bancos para continuar con su vida de ocio.

En este contexto Ballard se pregunta irónicamente si Europa estaba a punto de conducir a una nueva revolución y lo cierto es que comenzaron las revueltas en Málaga, Mentón y Rímini. Es que los hoteleros no podían tolerar más a estos okupas VIP y la policía intervino. Sin embargo, los meses de playa habían hecho que la mayoría de estos turistas pasara su tiempo libre haciendo ejercicios de modo que su fortaleza física era envidiable y lograron repeler el avance de las fuerzas de seguridad.

La información echó a correr y ya eran varios millones los turistas que habían invadido las playas a tal punto que nadie quería visitar el Louvre ni el palacio de Buckingham. La caída en las visitas fue tal que surgió la posibilidad de que fueran vendidos a una compañía hotelera japonesa.

Por otra parte, la masividad hizo que aparecieran liderazgos y organizaciones que primero optaron por modelos democráticos pero luego acabaron estructurados detrás de una lógica autoritaria. La situación llegó a tal descontrol que en 1996 la Asamblea de Estrasburgo decretó la clausura de las playas y la prohibición del bronceado y de cualquier tipo de ejercicio físico fuera del ámbito laboral. La consecuencia fue inmediata: los turistas exiliados construyeron barricadas con autos abandonados en las playas, fortificaron las entradas de los hoteles y establecieron equipos de buceo para comer buen pescado al tiempo que por las noches, estos vándalos de clase alta, avanzaban hacia el interior para llevarse ovejas y saquear las plantaciones. 

“El primer conflicto abierto, en Golfe-Juan, fue característicamente breve e indeciso. Puede que la policía esperara de forma inconsciente la llegada del Emperador, tal como había ocurrido tras su huida de la isla de Elba, el caso es que no consiguió hacer frente a la agresiva brigada de morenas madres desnudas que, entonando cánticos ecologistas y lemas feministas, avanzaban sin titubear sobre el cañón de agua. Comandos de dentistas y arquitectos se pavoneaban por las calles estrechas lanzando sus patadas de karate más feroces en lo que parecía la exhibición de una nueva tradición popular que atraía a multitudes inmanejables de turistas norteamericanos y japoneses de sus hoteles de Cannes”.

Tras este episodio, Ballard concluye que Europa, cuna de la civilización occidental, había dado a luz al primer sistema totalitario combinado con el ocio. Dicho esto, podemos regresar a las predicciones que prestigiosos pensadores hicieron, especialmente durante el 2020, y preguntarnos si estamos más cerca del fin del capitalismo o de una porción cada vez más creciente de personas que de repente siente que estaba mejor encerrada en su casa, lejos de toda interacción con el mundo. En este mismo sentido, ¿qué es más probable? ¿Que la pospandemia nos lleve a un sistema de cooperación y ayuda mutua o a una explosión de turistas con síndrome de abstinencia que tras experimentar el home office y la finitud de la vida se lancen a una carrera delirante de hedonismo, ocio y disfrute cueste lo que cueste? 

Entonces quizás no protagonicemos tiempos de grandes revoluciones, ni de héroes. Menos aún de una nueva moral que nos haga mejores. Apenas seremos testigos de una gran mayoría que hará lo que pueda para sobrevivir y de muchos otros que, vaya uno a saber, puede que profundicen en la exploración solitaria del espacio enorme de su conciencia o se abandonen a una vida de disfrute sin límites exigiendo el derecho a consumir todo lo que se pueda, lo propio y lo ajeno. Nada muy distinto de lo que hay. Apenas, quizás, un poco peor.         


lunes, 8 de noviembre de 2021

La lección de Batman: del candidato que necesitábamos al candidato que merecemos (editorial del 9/11/21 en No estoy solo)

 

Dado que resulta difícil imaginar un cambio demasiado importante en el comportamiento electoral, hay tres escenarios posibles para las elecciones del 14 de noviembre: la oposición estira algo más la ventaja, el gobierno se acerca tras lograr que muchos de los que no votaron en Provincia de Buenos Aires lo hagan, o el resultado se repite. La pregunta que surge de aquí es si alguno de estos escenarios alterará las decisiones que vaya a tomar el gobierno. La respuesta es, como ustedes se pueden imaginar, “no sé”.

El manual diría “a grandes derrotas, grandes cambios”. En este punto tenemos el antecedente inmediato de las PASO: fue una gran derrota para el gobierno a tal punto que hasta pareció tambalear la estabilidad de la coalición. Sin embargo, ¿se pegó el golpe de timón? Se mejoró el Gabinete y tanto a nivel nacional como a nivel Provincia de Buenos Aires se le dio a gobernadores y a intendentes, respectivamente, mayor protagonismo como estrategia para traer votos. Pero decir que esto ha sido un giro radical es una tontería si bien, para ser justos, es imposible pedirle a un gobierno que en menos de dos meses se transforme, de manera creíble, en lo que la mayoría de sus votantes le piden. Lo cierto es que el diagnóstico de que faltó dinero no tuvo como correlato políticas novedosas en ese sentido: Feletti parece estar bastante solo en una disputa que, todos sabemos, es necesaria pero es un parche ante la estampida de precios; se había anunciado un bono para jubilados que nunca llegó y se dejó entrever la llegada de un nuevo IFE que tampoco se materializó. La falta de picardía en ese sentido es total: se hace un anuncio claramente electoralista, se genera expectativa en un sector de la población que necesita el dinero y se paga el precio de ser acusado de populista y demagogo. Sin embargo, luego el anuncio no avanza y entonces seguís quedando como un populista, se te agrega el adjetivo de “incapaz” o “mentiroso” y defraudás a quien había depositado esperanza. Frente a eso no hay campaña zonza del “Sí” que pueda ayudar, menos si en esa campaña del “sí” lo único que ofrecés específicamente es “Ley de humedales” y alguien que diga “Sí, re” para ver si con el “re” se le quita a Milei y a su veleidoso castatómetro algún voto joven.      

Por otra parte, no hace falta ningún manual para afirmar con cierto grado de certeza que un gobierno al que le ha costado cambiar y al que le ha costado tener el termómetro de la calle, difícilmente decida transitar otros caminos si su performance mejora ostensiblemente. Y no hablo de ganar la elección. Con emparejar la Provincia de Buenos Aires y no perder el quórum propio en el Senado, el gobierno tomaría la elección como un triunfo de cara a la opinión pública, lo cual no estaría mal. El problema es que se lo crea y haga el mismo diagnóstico puertas hacia adentro. ¿Cuál sería la explicación que ofrecería el oficialismo? Se adjudicaría la derrota de las PASO al mal clima de la pandemia y se afirmaría que ya se empiezan a ver los brotes verdes de la Argentina prometida. Humildemente, me permito dudar de ese escenario electoral. Especialmente porque no ha habido ninguna mejora económica relevante en ningún aspecto entre las PASO y esta elección. Lo que sí puede ocurrir es que el factor “terror” que supone el regreso del macrismo haga que muchos de los que ni siquiera se tomaron el trabajo de ir a votar, vuelvan a apoyar al FDT aun tapándose la nariz. Si eso sucede, sumado a que intendentes y gobernadores prometen hacer el trabajo sucio de ir casa por casa a acercar votantes, hay allí una buena cantidad de votos para sumar. Por qué no lo han hecho antes es un misterio (o no tanto). Pero como indicábamos algunas líneas atrás, ya que vas a pagar el precio de que te digan “demagogo y populista” sin serlo, puede que alguien en el gobierno entienda que es momento de serlo y poner a disposición del votante desencantado todos los medios disponibles para que vote.

Por último, está la posibilidad de un escenario electoral similar al de las PASO. Ante esta situación es probable que el gobierno realice los mismos movimientos que supondría una derrota más holgada aunque, claro, en este caso se tomaría un poquito más de tiempo.

Trazado el panorama, y si dejamos a un lado la posibilidad de una mejora en la performance que pudiera quitar incentivos al gobierno para un cambio importante, el escenario de derrota más holgada o derrota similar a las PASO demandaría cambios. En todo caso lo que variaría sería la velocidad en la que debería realizarlos. Dicho esto la pregunta sería para dónde irán esos cambios. Y allí también la respuesta es “no sé” pero lo más importante es que no queda claro que sea el gobierno el que lo sepa. Y aquí me quiero detener porque quizás la decisión sobre qué camino tomar esté menos dada por Alberto que por CFK, en el sentido de que cuesta imaginar al kirchnerismo acompañando acríticamente a un gobierno de Alberto que en su falta de rumbo transite erráticamente hasta el 2023. Como alguna vez indicamos en este espacio, dudo que sea CFK, por su perfil institucionalista, la que decida quebrar la coalición (más bien son algunos antikirchneristas que ocupan el gobierno los que sueñan con esa hipótesis sin comprender que eso supondría un gobierno incapaz de sostenerse). Pero al mismo tiempo me pregunto qué estrategia puede llevar adelante CFK si Alberto sigue dilapidando el caudal de apoyo popular que supo construir el espacio kirchnerista durante doce años. Especialmente porque, y esto cabe aclararlo, CFK tiene una enorme responsabilidad por la decisión de poner allí a Alberto y por ser nada menos que la vicepresidenta de un gobierno que se parece bastante poco al que ella lideró. En este sentido, traigo a colación la película de Christopher Nolan: Batman, El caballero de la noche. Específicamente en la escena final, en la que Batman pasa de héroe a perseguido, se da un diálogo entre James Gordon, el agente del Departamento de Gotham City interpretado por Gary Oldman, y el niño al que se le dice que Batman es el héroe que nos merecemos pero no el que necesitamos ahora. De aquí que acaben persiguiéndolo. Ese intercambio tiene una fuerte lección política que puede servir para comprender los dilemas de la Argentina actual. Porque la Argentina, o al menos los votantes del kirchnerismo, creían en 2019 que Cristina era la presidenta que se merecían pero no la que se necesitaba para ganar la elección. El punto es que tras una derrota que hizo que el caudal de voto se redujera al núcleo duro k e incluso un poco menos también, sectores del kirchnerismo comienzan a preguntarse si Alberto sigue siendo el presidente que se necesita. Esa pregunta ya de por sí es dramática e inaugura una discusión. Pero hay algo que es peor: hay quienes dicen, no sabemos si con ironía, que, finalmente, puede que Alberto sea el presidente que nos merecemos.       

jueves, 4 de noviembre de 2021

Pinchar la burbuja (publicado el 28/10/21 en www.disidentia.com)

 

Aun a riesgo de una extrema generalización, podría decirse que la actualidad nos está ofreciendo un cambio de paradigma en relación a la información en tiempos de internet: ya no hay que develar una verdad que permanece escondida porque ya no hay nada oculto y todo está a la vista y disponible para el usuario. ¿Que todo sea mostrado hace más fácil la búsqueda? Al contrario. La hace más difícil porque la tarea es reconocer qué de todo lo que está a la vista es relevante. Casi como se lo plantea Borges en su cuento “La biblioteca de Babel”, la posibilidad de una biblioteca que contenga todos los libros existentes pero también los posibles, está lejos de ser la panacea del investigador o del buen lector. Más bien lo que genera es la frustración ante una totalidad inabarcable que hace que la tarea sea imposible. ¿Por dónde empezar a buscar el libro o el dato que nos interesa en una biblioteca o en una web que es infinita?

La respuesta podría ser el algoritmo que orienta nuestras búsquedas y nuestros hallazgos en función de la información que nosotros mismos le hemos brindado en anteriores búsquedas. Pero allí aparece el otro riesgo: la burbuja. Efectivamente, creemos que navegamos libremente por la web pero naturalmente caemos rápidamente en burbujas donde hay cámaras de eco, sesgos de confirmación y donde nos hacemos dependientes de “la hinchada propia” que nos premia con sus “like”. Así, de repente, sin darnos cuenta, creemos que nuestra burbuja representa la realidad y, paso seguido, cuando confrontamos con la misma, las sorpresas y las decepciones suelen ser importantes. Si lo aquí indicado describe el día a día de los usuarios comunes, debería decirse que no es muy diferente la situación de los medios tradicionales o los periodistas consagrados. A propósito, este fenómeno me recuerda un antecedente no del todo conocido que une a Argentina y a España.

Se trata del caso del fraile Francisco de Paula Castañeda, nacido en 1776 en Buenos Aires, de madre porteña y padre andaluz, quien muy jovencito ingresara a la orden de los franciscanos. Su formación eclesiástica se realizó en la provincia de Córdoba (Argentina) pero algunos años después de ser ordenado sacerdote es enviado a una Buenos Aires que en 1806 y 1807 resistiría las invasiones inglesas. Castañeda celebraría la acción de defensa de los locales y, tiempo después, tras la captura de Fernando VII, sería  uno de los que va a apoyar la independencia del que para aquel entonces era el Virreinato del Río de la Plata. En 1810 la revolución se produce pero Castañeda encuentra razones para preocuparse por el sendero que ésta transitaría. En particular, observa que la misma está tomando un giro “anticlerical” impulsado por ideas liberales e iluministas y se decide a actuar no solo desde el púlpito sino a través de la prensa, lo cual le valió varias veces el destierro hasta su muerte en 1832.

Para muestra, Castañeda fustigó el proceso de laicización creando nada menos que ocho periódicos tan solo entre 1820 y 1821. Si esto ya de por sí parece desproporcionado, más sorprendente será saber que todos estos periódicos tenían un solo redactor: él mismo. Efectivamente, a través del recurso de la utilización de seudónimos, Castañeda utilizaba a la prensa como un órgano de difusión de ideas y de ataque contra sus adversarios políticos. Pero si de curiosidades se trata, agreguemos que para cuatro de estos periódicos utilizaba seudónimos de mujer y, para los otros cuatro, seudónimos de varón, lo cual era una verdadera novedad porque resultaba impensable para la época que se les diera a las mujeres la posibilidad de estar al frente de una publicación. Incluso podría decirse que Castañeda fue más allá y tanto lugar le dio a las mujeres que creó un congreso imaginario exclusivamente femenino con sus respectivas actas donde se incluían intervenciones e intercambios que eran tan interesantes que podían dejar en un segundo plano el detalle de que pertenecían a un congreso que nunca existió.

Pero había más: uno de los cuatro periódicos fundado por Castañeda y dirigido por “mujeres”, recibía una enorme cantidad de carta de lectores. Se trataba del periódico llamado Doña María Retazos, donde “Doña María” representaba “la voz del pueblo”, algo que, a priori, suponía un contacto directo y asiduo con los lectores. Por ello no sorprendía que buena parte de sus páginas estuvieran ocupadas por opiniones y puntos de vista de las “Doña María” de Buenos Aires. Sin embargo, lo que tampoco sorprendió fue el descubrimiento de que era el propio Castañeda el que escribía las cartas de lectores utilizando seudónimos.

Había mucho de sátira en las intervenciones periodísticas de Castañeda, lo cual se vislumbraba en los títulos de las publicaciones y en los seudónimos de los supuestos redactores y lectores. Por ejemplo, uno de los periódicos se llamaba Desengañador Gauchipolítico y allí alternaban redactoras que podían llamarse “Doña Viuda de la Patria”, “Doña Aburrida de Ingratos” o “Doña a Veces me Falta la Paciencia”. 

Cuentan por allí que Castañeda creó un periódico para cada enemigo y evidentemente ha tenido muchos porque publicó más de treinta a lo largo de su vida, entre ellos, Vete portugués que Aquí No es, Eu no me Meto con Ninguem, Despertador Teofilantrópico Misticopolítico y Nación Argentina Decapitada por el Nuevo Catilina Juan Lavalle.

La fragmentación a la que nos enfrentamos y las burbujas algorítimicas nos están llevando a un fenómeno que cada vez se parece más al de Castañeda. Los medios tradicionales como máquinas de ataque contra adversarios políticos, como lo han hecho siempre, por cierto, cada vez personalizan más sus agresiones y son retroalimentados por trolls e idiotas útiles en las redes. Los usuarios, presuntamente empoderados, hacen lo mismo utilizando sus perfiles, escriben para sí y para su tribunita y algunos hasta tienen más éxito que los grandes medios. Los seudónimos de Castañeda son reemplazados por los perfiles, en muchos casos ficticios, de los usuarios y la música es tan embriagadora que casi todos olvidan que son parte del mismo baile. La metáfora viene a cuento porque, si de información hablamos, el problema de estos tiempos es el exceso de ruido antes que la imposición del silencio. Una censura por intoxicación de sobreinformación antes que por recortes de la misma, más allá de que los nuevos comisariatos políticos de las buenas costumbres progresistas añoren erigirse en los guardianes de la palabra aceptable.

Ha pasado el tiempo de las grandes revoluciones que transformaron el mundo y eso resulta frustrante porque hace que nuestros objetivos sean más modestos. Con todo, no menospreciaría el valor de intentar pinchar la burbuja algorítimica en la que vivimos. Hay quienes dicen que puede que haya un mundo más allá.  

jueves, 28 de octubre de 2021

El sueño de la Argentina del 70% (editorial del 23/10/21 en No estoy solo)

 

Días atrás en el Coloquio de IDEA, el Jefe de Gobierno de la Ciudad, Horacio Rodríguez Larreta, indicó que la Argentina solo podía salir adelante “acordando con el 70% del sistema” una agenda de desarrollo que sea respetada por gobiernos de distintos signos durante al menos veinte años.

En la misma intervención aclaró que no se trata de lograr el 70% de los votos, pues eso generaría un desequilibrio institucional además de ser algo difícil de imaginar existiendo dos grandes polos, sino de acordar con representantes de otras fuerzas y de los distintos estamentos hasta alcanzar ese amplio porcentaje.  

En abstracto es difícil oponerse a la idea de Larreta. ¿Qué mejor que un consenso de esa magnitud como para garantizar un proyecto de país? Nótese que el número es tan ambicioso que hasta alcanzaría para reformar la constitución y, si la memoria no me falla, en la historia de la Argentina democrática desde el 83 hasta ahora, semejante consenso se logró de manera formal, justamente, una sola vez. Se trató de “El pacto de Olivos” que reformó la Constitución del 94.    

Pero cuando dejamos las abstracciones y vamos a la situación concreta allí notamos que el terreno es más sinuoso. En principio porque habría que discutir cuál es el proyecto de país sobre el cual acordaría ese 70%.

Por otra parte, ese número del 70% puede no resultar antojadizo. De hecho podría interpretarse como el número mágico que solo dejaría afuera del acuerdo al kirchnerismo, esa minoría intensa de un 30% que no puede llegar al gobierno por sí sola pero sin la cual es inviable cualquier alternativa a la centro derecha de Juntos por el Cambio. El gran acuerdo que propone Larreta sería entonces sin el kircherismo y, si bien no se dio formalmente, en los primeros dos años del macrismo ese acuerdo tácito existió de hecho cuando gobernadores y congresistas de la oposición no kirchnerista fueron generosos con Juntos por el Cambio acordando y otorgándoles los votos necesarios para que pueda avanzar en el congreso.

Si bien podría indicarse que la experiencia histórica muestra que los gobiernos pueden avanzar en sus propuestas sin tener esos grandes acuerdos, incluso, en algunos casos, con menos del 50% de los votos y de “el sistema”, la afirmación de Larreta puede vincularse a una intervención televisiva del periodista de La Nación+, Francisco Olivera, la cual citaré de memoria aun a riesgo de cierta imprecisión. La charla giraba en torno a los precios en Uruguay, las vacaciones de argentinos allí, y la posibilidad de que empresarios de nuestro país invirtieran en nuestros vecinos gracias a la estabilidad de su economía. En ese marco, Olivera menciona lo que habría dicho un empresario del establisment y que marca el punto hacia el cual quisiera dirigirme. Según ese empresario, lo que había sido determinante para tomar la decisión de invertir en Uruguay no era que ganaran los liberales o “la derecha”, pues, de hecho, en los últimos períodos, con excepción del actual, es el Frente Amplio el que suele triunfar. Lo que había sido determinante, entonces, fue que cuando ganó el “Pepe” Mujica, no había realizado ninguna intervención que pudiera afectarlo. En otras palabras, lo que le dio confianza al empresario no fue que el espacio que, en teoría, defiende sus intereses efectivamente los defienda; más bien, la clave estuvo en que el espacio al que nunca votaría por, presuntamente, representar otros intereses, no solo no lo afectó sino que hasta es posible que lo haya favorecido.

Para ser justos con Mujica y el Frente Amplio, podría decirse lo mismo de los Kirchner en Argentina pues cuesta pensar en qué otro momento de la historia reciente los empresarios, aun los más profundamente antiperonistas, ganaron tanto dinero como durante el gobierno de los Kirchner. Claro que no solo ellos ganaron dinero sino que hubo una redistribución del ingreso que mejoró todos los índices habidos y por haber. No solo hubo derrame sino que el derrame se distribuyó mejorando la vida de una amplísima mayoría. Podrán haber gustado más o menos los doce años de los Kirchner pero esos números son incontrovertibles. Y si alguien objetara cómo puede haber perdido una elección ese gobierno, habría que decirle que el crecimiento económico y la distribución del mismo no son la única razón por la que la gente vota o evalúa un gobierno, el cual, a su vez, si se lo mide solo en términos económicos, llegó a la elección de 2015 tras cuatro años de un desempeño irregular. Esas otras razones para votar incluyen los aspectos ideológicos, aquellos que están presentes en muchos empresarios vernáculos que eligen apoyar opciones de centro derecha más afines a su mirada aun cuando en lo económico estas alternativas hayan tenido un pésimo desempeño, no solo para las mayorías sino, en algunos casos, para ellos mismos. Con todo, no hay aquí el suficiente espacio para indagar en las razones por las que la gente vota. Menos aún para juzgarlas.

Para finalizar, entonces, el sueño del establishment local parece resumirse en el punto de vista del empresario recogido por el periodista de La Nación+. No se trata tanto de llevar al poder a la coalición propia, lo cual va de suyo, sino de debilitar al adversario político y quitarle su poder de fuego; transformarlo en un adversario fantasma contra el cual se puede disputar sin que estén en discusión los fundamentos que permiten sostener el privilegio. En ese sentido, que CFK no haya podido presentarse como candidata en 2019 porque sabía que no le alcanzaría en un balotaje, es ya el triunfo de esa cosmovisión y los resultados están a la vista: un gobierno que es criticado ferozmente y el que, sin embargo, sigue sin avanzar en medidas estructurales que modifiquen el estado de cosas. Se trata del gobierno ideal para la oposición porque ésta puede seguir indignándose tanto como se indignaba con el kirchnerismo sin que esté en riesgo la agenda que le interesa.   

No vale la pena imaginar lo que pasará el día después de las elecciones pero es difícil que se dé alguno de los escenarios extremos más allá de los amagues y los rumores: ni una nueva derrota hará implosionar el gobierno ni una milagrosa remontada le dará un poder que, si alguna vez tuvo, no pudo, no supo, no quiso ejercer Alberto Fernández. Lo más probable es que la coalición gobernante continúe con los problemas de gestión funcionando en compartimentos estancos e intentando surfear las dificultades  económicas sin que explote hasta 2023, apostando al rebote de la economía y a un acuerdo con el FMI que lo exima de pagos durante este mandato. Sin embargo, si no hay un golpe de timón fenomenal con una mejoría relevante en el bienestar de la población, una salida por arriba del laberinto, es probable que asistamos lenta pero firmemente a un gobierno que se aleja cada vez más de la gente y que ni siquiera será sostenido por ese 30% de minoría intensa que, como se vio el último domingo en la plaza, fue a apoyar al gobierno pero a decirle que tiene que cambiar. En ese eventual escenario, el 70% de los votantes estará disponible para el plan Larreta. En cuanto al acuerdo de la dirigencia y el establishment, es probable que el sueño hacia ese 70% ya se encuentre en marcha y se alcance bastante tiempo antes.         

 

 

miércoles, 20 de octubre de 2021

Capitalismo y deuda detrás de El juego del calamar (publicado el 14/10/21 en www.disidentia.com)

 

456 participantes por un premio cercano a los 40 millones de USS. Un solo ganador que deberá salir airoso de la competencia en seis juegos infantiles. El único detalle es que cada uno de los 455 derrotados será asesinado inmediatamente por los organizadores. Ese es el núcleo de la trama de la exitosa serie coreana llamada El juego del calamar (Squid Game) que se encuentra disponible en Netflix. Con una estética muy atractiva, aunque exageradamente violenta, al igual que sucediera con Parasite, ganadora del Oscar, el cine surcoreano vuelve a ofrecernos la posibilidad de conocer algo más de una sociedad que a los ojos de occidente parece distante.

Si en Parasite se exponía el modo en que las diferencias de clases eran cada vez más grandes, el trasfondo de El juego del calamar es la enorme crisis de las deudas familiares en Corea del Sur. De hecho, en el último capítulo, utilizando el recurso de darle lugar a un informativo mientras el protagonista pasa por la peluquería, se logra escuchar que Corea del Sur es el segundo país del mundo con más deudas familiares y que la razón entre PIB y deuda familiar es del 96.9%. Si la situación ya era dramática, la pandemia no hizo más que agudizarla. Una nota de Nemo Kim y Justin McCarry para The Guardian, por ejemplo, toma el caso de un ingeniero informático que trabajaba en el Silicon Valley surcoreano hasta que junto a su mujer decidió abandonar el empleo y abrir un bar con la única intención “de poder dormir una hora más”. Sin embargo, llegó la pandemia y los clientes desaparecieron. Para sostenerse tuvo que pedir préstamos a los cinco principales bancos a tasas de 4% y, como la deuda seguía aumentando, terminó acudiendo a prestamistas usureros que ofrecían dinero a un 17% anual. Si bien como indica la profesora de Estudios coreanos de la Universidad de Scheffield, Sarah Son, en una nota en www.infobae.com, no se puede decir que se trate de una práctica masiva, la mafia de los prestamistas llega a tal extremo que los deudores acaban renunciando a su autonomía física y se comprometen a pagar sus deudas, eventualmente, con alguno de sus órganos. De hecho la serie refiere a esto contadas veces y, aunque resulte paradójico, este fenómeno de los prestamistas apareció justamente en la medida en que el propio gobierno empezó a poner restricciones a las deudas que los clientes tomaban con los bancos con el fin de proteger a los propios clientes. En la serie, los protagonistas son, entre otros, un adicto al juego, una mujer que escapó de Corea del Norte, un mafioso, un inmigrante paquistaní y un profesional que se recibió con todos los honores pero que cayó en desgracia por una mala inversión en fondos financieros. Lo que tienen en común es que todos tienen deudas y una enorme culpa por ello, a tal punto que consideran que vale la pena jugarse la vida antes que seguir viviendo como lo hacían.

A propósito, en este mismo espacio, en la nota titulada “Capitalismo, control y victimismo acreedor”, recuperábamos a  Friedrich Nietzsche quien, en su Genealogía de la moral, nos advierte que el concepto “Shuld” (culpa), fundamental para la moral, está íntimamente relacionado con el concepto “Shulden”, esto es, “deudas”, cuyo sentido es más económico y “material”.

Pero para no salirnos de Corea, se puede apelar a Byung-Chul Han quien, sin ir más lejos, diera una entrevista apenas días atrás, al diario El País, donde refiere a El juego del Calamar interpretándola como símbolo de un capitalismo que explota la pulsión humana por el juego. De hecho, indica que la aceleración de la digitalización generará enormes problemas para el empleo y se pregunta si, tal como se dejaría ver, en parte, en la serie, la sociedad que viene no será una sociedad a la que se mantenga entretenida con juegos online mientras el Estado otorga una Renta Básica Universal para garantizar la subsistencia. Algo así como “pan y circo” aunque con el coliseo en tu propia casa para evitar las multitudes.

Pero el propio Byung-Chul Han, en textos como Psicopolítica, da en la tecla cuando afirma que ha sido el capitalismo, y no el comunismo, el que ha borrado las diferencias entre clases sociales en tanto hoy todos somos trabajadores que nos explotamos a nosotros mismos. En este sentido, afirma:

“Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal. No deja que surja resistencia alguna contra el sistema. En el régimen de la explotación ajena, por el contrario, es posible que los explotados se solidaricen y juntos se alcen contra el explotador (…) En el régimen neoliberal de la autoexplotación uno dirige la agresión hacia sí mismo. Esta autoagresividad no convierte al explotado en revolucionario sino en depresivo”.

Esta culpa introyectada que no impulsa hacia la transformación de la realidad sino que nos acaba sumiendo en la depresión o, como podría leerse a partir de la serie, en conductas temerarias donde la vida no vale nada, puede relacionarse con el hecho de que Corea del Sur sea el país con mayor tasa de suicidios entre los países de la OCDE y que el suicidio sea la primera causa de muerte entre jóvenes de entre 10 y 25 años. A su vez, si de juegos se trata, se calcula que en Corea del Sur hay al menos 140.000 adictos a Internet y videojuegos, muchos de los cuales están asistiendo a Centros de Rehabilitación que ha dispuesto el gobierno.   

Para finalizar, aunque resulte obvio, cabría aclarar que más allá de las particularidades del caso de Corea del Sur, esta tendencia se observa en buena parte de los países occidentales y es de esperar que se profundice más allá de que en paralelo convive con otra tendencia que dice ser anticapitalista y se conforma por determinados grupos que no solo no introyectan ninguna culpa, sino que consideran que todos sus fracasos responden a condiciones estructurales digitadas por sectores privilegiados. Entre los que asumen toda la responsabilidad sin observar que hay condiciones estructurales que influyen y los que no asumen ninguna responsabilidad echando culpas a las condiciones estructurales, el escenario dista mucho de ser alentador. Imposibilitados de poder pensar una salida intermedia en medio de tanta información, luces y estímulos, una serie que no ahorra sangre y golpes bajos puede ser un buen entretenimiento. Si no va a haber pan, que al menos haya circo.  

 

2021 no es 2001 (pero puede llegar a serlo) [editorial del 9/10/21 en No estoy solo]

 

A 20 años de aquel 2001 que se recuerda por el mítico “Que se vayan todos”, la crisis política, social, cultural y económica nos tienta a trazar paralelismos, especialmente cuando se observa el comportamiento electoral. Sin duda hay continuidades con aquel escenario pero también algunas diferencias que me interesaría desarrollar.

En primer lugar, mientras en 2001 la salida era el trueque, la asamblea barrial y votar a Zamora, hoy el descontento se canaliza por exigir la baja del gasto público y votar a Milei. Así, si el establishment contra el que se combatía en aquella época era el de la pizza y el champagne menemista, 20 años después ese establishment es, en parte, el macrismo, en tanto heredero del menemismo en las recetas económicas, pero sobre todo es también el progresismo en tanto establishment cultural que se constituyó desde el 2003. En otras palabras, se pasó de repudiar la pizza con champagne a repudiar el chorizo palermitano inclusivo en colchón de fetas panificadas sobre finas y clandestinas hierbas.

En segundo lugar, en tanto la crisis del 2001 era la crisis del neoliberalismo y más allá de que muchos votos en 2003 fueron hacia candidatos como Menem o López Murphy que económicamente ofrecían más de lo mismo, había un campo fértil para ofrecer otra cosa y eso lo vio muy bien Néstor Kirchner. Por eso, ante el campo devastado que dejó el retiro del Estado durante el menemismo tenía sentido recuperar el terreno y lograr un Estado presente. Ahora la situación es diferente: el macrismo sale indemne de su fracaso y de la bomba de tiempo que ha dejado, y los ojos se posan sobre el modelo K y el aumento de precios. Sin ninguna expectativa de una inflación menor a 40% en 2022, es natural que el próximo presidente sea aquel que logre ofrecer un plan de corte drástico de la inflación, una política de shock, lo cual, todos lo sabemos, supondrá costos sociales. Es que si Kirchner tuvo margen para ofrecer una salida proponiendo más Estado, hoy parece haberse instalado que el Estado es “el” o, al menos, “parte” del problema. ¿Es un novedoso triunfo de la agenda de la derecha? Sí y no. De hecho, podría decirse que este caldo de cultivo despertó en 2008 y en 2015 permitió que ganara Macri, un candidato que era imposible que ganara. Tan presente estaba que, en 2015, el kirchnerismo tuvo que poner a un candidato moderado. Sin embargo, la crisis del paradigma K se profundizó en los años posteriores empujado por los errores propios, cierta mutación sobre la cual volveremos a continuación y por una extensa maquinaria de propaganda y persecución que en 2019 lo obligó a reconocer que solo podía llegar al poder enmascarado en la opción “Alberto”. Se trataba de una opción que, más que moderada, era una variante casi “No K” o al menos así lo había sido entre 2008 y meses antes de la unción de Cristina, casi 10 años en los que Alberto realizó críticas sensatas pero también de las otras, habiéndose subido activamente, por ejemplo, a operaciones vergonzosas como la del Memorándum con Irán.

En tercer lugar, conectado con el punto anterior, podemos agregar un fenómeno que no ha sido lo suficientemente dimensionado en los análisis de los resultados de las elecciones. Me refiero a que todo lo ocurrido durante la pandemia ayudó a profundizar más el parte aguas entre una mitad de la sociedad más o menos protegida por el Estado y una mitad que entiende que el Estado no solo no la protegió sino que la saqueó. Y no importa si esto ha sido efectivamente así. Importa en este caso que hay gente que lo cree así. Igualmente insisto: esto ya estaba presente detrás de los discursos críticos a la proliferación de los planes sociales pero lo que sucedió en pandemia quebró las últimas contenciones. Es que el Estado no te dejaba circular; no dejaba que los chicos fueran a la Escuela y de esa manera quebraba toda el organigrama familiar; y no te dejaba trabajar si eras cuentapropista o trabajabas en el ámbito privado pero te seguía pagando el sueldo y te permitía quedar protegido en casa si tenías un empleo en el Estado. Los empleados de empresas privadas, los monotributistas y todo el sector informal, en el mejor de los casos, teniendo que salir a trabajar con riesgo a morir contagiado o, en el peor, imposibilitado de hacerlo. Mientras tanto, los empleados estatales, mal o bien, seguían cobrando estando en casa. Una vez más: no importa si la acusación es injusta o si se trata de una guerra de pobres contra pobres. Pero así se dio y sumemos a esto el “affaire Verbitsky” del Vacunatorio VIP y la foto de Olivos, y el combo es explosivo. En ese contexto lo más natural es que surgiera como salida un discurso que pusiera en el centro la idea de libertad y que vea al Estado como una maquinaria cooptada para el beneficio de un sector.        

Asimismo, como un cuarto elemento, podría decirse que tampoco es justo decir que todos los votos se han ido hacia la derecha. De hecho, aunque marginalmente, la extrema izquierda ha aumentado algo su porcentaje y esos votos provienen del kirchnerismo. Desde mi punto de vista, este fenómeno se debe a que sectores de la militancia kirchnerista joven persiguen una agenda que no difiere demasiado de la agenda de los grupos trotskistas y parecen haber dejado a un lado la solución urgente de la dimensión material que siempre caracterizó al peronismo clásico para abrazar una agenda identitaria que no logra interpelar a las mayorías. En este sentido, si un sector del kirchnerismo se “trotskiza”, lo más natural es que no absorba los votos de la izquierda sino a la inversa: es muy probable que especialmente sectores de la juventud se inclinen hacia “los originales” antes que a “la copia”. Es que es imposible correr al “trosco” por izquierda, no solo por su identidad sino por el teorema  que indica que cuanto más alejado se está de ser opción de poder más fácil es mantenerse radicalizado. Esta transformación ideológica que busca hegemonizar al oficialismo, a su vez, lo desperfila, le genera tensión adentro del FDT con las variantes peronistas clásicas y las liberales, y lo lleva a la crisis de identidad que tiene hoy porque, como indicaba antes, si al peronismo se lo desplaza de la tradición asociada al bienestar material de las mayorías será cualquier cosa menos peronismo. Porque el peronismo rebalsa de liturgia y símbolos pero todo eso se apoya en la experiencia del bienestar material. Correrse de allí puede derivar en algo mejor, pensará alguien, pero en todo caso no será peronismo. Y no se trata de andar con el peronómetro. Está claro que hoy es imposible gobernar si no es a través de frentes amplios con cierta diversidad ideológica, algo que, por cierto, también podría incluirse en la tradición frentista del peronismo, pero el abrazar políticas identitarias postergando la realidad material de las mayorías (algo que no fue así durante buena parte del gobierno de CFK) incluye al actual oficialismo en el magma posmoderno donde todo parece más o menos lo mismo. De hecho esa misma agenda, como les indicaba, se la puede encontrar en partidos de ultra izquierda, a pesar de ser originalmente parte de agendas liberales, y a su vez también se la puede encontrar en versiones de la derecha light tal como demuestra que en una misma marcha contra el cambio climático coincidan militantes de La Cámpora y del PRO.

Las diferencias respecto al 2001 podrían continuar pero harían demasiado extensas estas líneas. Sí se puede comentar, como elemento final, que esa fragmentación que se vio en el 2001 con los dos grandes partidos en crisis, no se encuentra presente hoy aun cuando el descontento desborda y salpica a todos. En todo caso, un escenario así podría darse quizás en el futuro, justamente, si el FDT continúa con esta fenomenal crisis de identidad y con una serie de políticas que hacen que una buena parte de los argentinos sienta que no hay sustanciales diferencias entre el actual gobierno y el de Macri. Así, la estrategia de la “moderación buenista”, lejos de garantizar gobernabilidad, podría llevar a una crisis de representación y de legitimidad de todo el sistema si los indicadores sociales continúan así. En otras palabras, si las coaliciones que se alternan en el poder no difieren demasiado en sus agendas, antes que mayor estabilidad y previsibilidad, lo que pueden generar es un repudio generalizado a los políticos y a la política. Eso sí se parecerá bastante al 2001.     

miércoles, 6 de octubre de 2021

Morirse de risa contra el poder (publicado el 29/9/21 en www.disidentia.com)

 

El humor es uno de los principales damnificados de la corrección política. No solo hay un nuevo canon de aquello sobre lo que no se puede bromear y que atraviesa libros, cuadros, películas y canciones sino que ciudadanos comunes pueden pagar con la muerte civil por el solo hecho de haber realizado, en algún momento de su vida, un chiste que pueda rastrearse en una red social.

Algunos meses atrás, en este mismo espacio, en una nota titulada “Un mundo sin bromas”, les había hablado de dos novelas fabulosas que podrían usarse para representar el clima de época: La broma de Milan Kundera (1967) y La mancha humana de Philip Roth (2000). En la primera, el escritor checo expone el delirio de la persecución a la que se ve sometido un militante del partido comunista por el simple hecho de reivindicar a Trotski a manera de broma para caerle bien a una señorita. En la segunda, escrita varias décadas después, Roth ya huele el tufillo puritano que irradian las universidades estadounidenses y la persecución que sobrevendría en nombre de las causas nobles, y expone cómo la vida de un profesor acaba destrozándose por un chiste que hace en clase y es interpretado injustamente como racista. En aquella nota, concluí que una buena manera de conocer dónde está el poder es tener presente sobre qué cosas no se puede bromear. Es que el poder, especialmente cuando, en el fondo, es débil, puede aceptar muchas cosas, salvo que se rían de él. Ahora bien, la otra cara de la censura a la broma tiene que ver con la risa que ésta genera. En otras palabras, pueden censurar un chiste y perseguir a quien bromea pero cómo evitar que aquello censurado siga generando sonrisas. Finalmente, de la misma manera que un sujeto puede obedecer pero en su foro íntimo sabe que lo hace por temor o por necesidad, lo que sucede con las censuras, aun cuando se las intente justificar por causas nobles, es que, como también hemos dicho aquí varias veces, acaban produciendo un hiato entre el comportamiento en público y el privado. Así, si desde el Estado impulsan qué hay que pensar, cómo tenemos que hablar, de quiénes tenemos que sentir compasión, qué banderas enarbolar, quién tiene la legitimidad para ofenderse y hasta incluso qué dieta llevar adelante, lo más probable es que ello acabe siendo aceptado por un sector de la población pero habrá otro que lo resistirá, en el mejor de los casos, en público y, en el peor de los casos, si el riesgo es demasiado grande, en privado. Ahora bien, ¿intentarán controlar también de qué nos reímos?

A propósito recordé una nota de noviembre de 2015, en la edición brasileña de Le Monde Diplomatique, firmada por el escritor bielorruso Evgeny Morozov, acerca de la “uberización” del mundo. El eje del artículo pasaba por denunciar el modo en que se complementa la gran crisis de 2008 originada en Wall Street con el proceso de transformación e innovación que avanza a pasos agigantados impulsado desde Silicon Valley. Según Morozov, la crisis financiera originada en Wall Street que terminó en un salvataje a los bancos debilitó al Estado social y supuso recortes de presupuestos que, de una u otra manera, acabaron pagando directa o indirectamente los contribuyentes. El punto es que en paralelo se aceleraba el imperativo económico y cultural de “conectarse a internet o perecer” y Morozov entiende que estos dos fenómenos van de la mano. Con todo, más allá de analizar el punto vista de Morozov, me había llamado la atención el ejemplo que él había utilizado para graficar este escenario:

 

“Como muchas instituciones culturales españolas, un club de stand-up, el Teatreneu, sufría un descenso de público desde que el gobierno, buscando desesperadamente cubrir necesidades de financiamiento, había decidido aumentar el impuesto sobre las ventas de entradas del 8% al 21%. Los administradores del Teatreneu encontraron entonces una solución ingeniosa: asociándose con la agencia de publicidad Cyranos McCann, equiparon el respaldo de cada sillón con tabletas último modelo capaces de analizar las expresiones faciales. Con este nuevo formato, los espectadores pueden entrar gratuitamente pero deben pagar 30 centavos por cada risa reconocida por la tableta, fijando la tarifa máxima en 24 euros (o sea, 80 risas) por espectáculo. Consecuencia, el precio promedio de la entrada aumentó 6 euros. Una aplicación móvil facilita el pago. Además, se puede compartir con los amigos selfies de uno mismo riéndose a carcajadas. El camino de la diversión a lo viral nunca fue tan corto”.

 

La salida que encontró el club de stand-up es extraordinaria y hasta puedo imaginar que se debe haber explotado con una gran estrategia de marketing que rezara “A 30 centavos la risa”, “Su aburrimiento no tiene costo”, o algo por el estilo. Sin embargo, ese ejemplo me hizo pensar que ese mismo dispositivo podría usarse para saber de qué nos estamos riendo. Doy por descontado que esa no fue la intención, pero los dueños del Club y los protagonistas de los espectáculos podrían conocer con precisión qué chiste ha sido más efectivo y de qué se ha reído cada uno: 72,34% de los asistentes de una de las funciones puede haberse reído de ese chiste racista pero solo un 44,78% se rió de un chiste sobre discapacitados. Como experimento podría arrojar resultados dignos de estudio pero cabría pensar cómo actuaría la gente sabiendo que aquello de lo que se ríe podría ser un dato que eventualmente alguien pudiera usar en su contra.

Quizás el próximo paso se inspire en el caso de Ernest Scribbler. Para quienes no conocen la historia, Scribbler era un escritor de chistes que creó el chiste más gracioso del mundo. El chiste era tan pero tan gracioso que mataba de risa a quien lo conociese. El propio Scribbler murió a causa de su chiste. Y tras su muerte se sucedieron las fatalidades: la persona que lo encontró leyó el chiste y murió. Lo mismo sucedió con los policías que investigaban las causas de la muerte. Nadie podía resistirlo y enterados de la potencia letal del chiste, en 1943 el ejército británico se interesó en su capacidad destructora. Si bien algunos altos mandos cometieron el error de leerlo y morir inmediatamente, finalmente se las ingeniaron para trabajar con un grupo de traductores y traducirlo al alemán. El trabajo fue arduo y, por obvias razones, cada traductor se ocupaba de una sola palabra (de hecho se cuenta que uno habría leído dos palabras y pasó varias semanas en el hospital). Lo cierto es que hicieron miles de copias y se las dieron a sus soldados para que las llevaran al frente de batalla durante la segunda guerra mundial. Cuando las bombas arreciaban, los soldados ingleses leían el chiste en alemán y los nazis morían de risa de manera automática. El chiste era tan poderoso que hacía reír más que aquel que habría contado Hitler:

“-¡Mi perro no tiene nariz!

-¿Y cómo huele, mi Führer?

-¡Huele horrible, soldado!”.       

Los alemanes intentaron contraatacar con un chiste propio traducido al inglés que lograron transmitir por la radio llegando a todas los hogares británicos pero nunca logró hacer reír como el chiste de Scribbler.

Este maravilloso sketch de los Monty Phyton termina con el presentador afirmando que la guerra de chistes culminó tras un acuerdo en Ginebra y que la última copia del chiste de Scribbler se enterró en un cementerio de Berkshire en 1950 para que nadie pudiera contarlo jamás. Sobre el mármol, el epitafio reza “Para un chiste desconocido”. 

Es probable que el próximo paso de la policía de la moral puritana sea enterrar los chistes. No se trata de un favor que se le realiza a la humanidad porque, salvo en el sketch de los Monty Phyton, nadie muere de risa por un chiste. Lo que se busca es que nadie más pueda reírse de aquello que incomoda al nuevo canon. Sin embargo, estoy seguro, en algún lugar de la tierra, probablemente en un sótano y tras haber pasado a la clandestinidad, alguien se va a estar riendo de esos chistes que molestan al poder de turno.

Si el precio de la risa es la muerte civil, pasemos al otro mundo por morirnos de risa, ya no del chiste sino de los que también quieren decirnos de qué cosas nos podemos reír.