viernes, 28 de diciembre de 2007

Gestos y sobreactuaciones

Resulta una obviedad decir que la política está llena de gestos y sobreactuaciones. Algunos gestos tienen muchas veces, para bien o para mal, un carácter simbólico, sirven para delinear líneas de gobierno y suelen perdurar en el tiempo. Las sobreactuaciones son exageraciones generalmente insustanciales y con una existencia breve si bien en los últimos tiempos gozan de la amplificación de medios deseosos de escándalos políticos. Gracias a ellas es posible hallar informativos con moralejas, lecciones y dedos acusadores tanto como señoras inseguras que consideran que todo lo malo que ocurre sobre la Tierra es obra de una casta especial de seres diabólicos surgidos por generación espontánea llamados “políticos”.
Más allá de mi definición imprecisa y tan poco técnica de los gestos y las sobreactuaciones y las frecuentes y razonables confusiones hermenéuticas que podemos hallar frente a determinados hechos para clasificarlos en un lugar o en otro, podemos decir que en los últimos días hubo muchos gestos y muchas sobreactuaciones. Seguramente una explicación de esto tiene que ver con la asunción de nuevas autoridades a todo nivel. Generalmente, los recién asumidos aprovechan sus primeros momentos para dar golpes de efecto y sentar las bases de la nueva administración. Las administraciones más cuestionadas aunque por diferentes razones fueron las de la presidenta y la del jefe de gobierno de la Ciudad. La primera pagó el precio de presentarse como continuidad del gobierno de su marido y no pudo gozar del beneficio del idilio que todo recién asumido tiene especialmente con los medios. Los grupos de lobby quisieron cargarse a Moreno y a Garré pero aún no han podido hacerlo y la interna entre De Vido y Fernández no ha sumado nuevas víctimas a Miceli y Picolotti. La muerte de Febres dio espacio a críticas por derecha y por izquierda, la causa por la valija del venezolano con ciudadanía norteamericana pareció tomar nuevo vigor y la interna sindical corta las calles y suma muertos. Para 15 días parece mucho. En cuanto al jefe del PRO, las lamentables designaciones de funcionarios procesados muchos de los cuales poseen un perfil manifiestamente reaccionario, sumado a los importantes cargos en los que ha designado a amigos de colegio de dudosa idoneidad, le costaron feroces críticas de sectores progresistas que se encuentran agazapados y que seguramente hallarán en lo que respecta al manejo de la cultura, un espacio donde acentuar las diferencias con el ex presidente de Boca. La mayoría de los hombres y mujeres de cultura de la ciudad tienen el prejuicio bien fundado de que la gestión en cultura será un retroceso. Aunque también existen hombres y mujeres de cultura que apoyan la gestión si bien en muchos casos se trata de gente que busca trabajo en algunos de los eventos que organizará la Ciudad.
Ahora bien quisiera detenerme en lo que considero los hechos más relevantes de las últimas semanas algunos de los cuales ya fueron mencionados. En primer lugar, se trata del caso Febres. En este sentido debería decirse que el gobierno de Cristina Fernández parece tener la suficiente decisión política como para promover los juicios a los represores. Esto se vio claro en la mención a las Madres realizada por la presidente en el discurso de asunción y seguramente se irá profundizando en la medida en que más represores sigan siendo condenados. El gobierno de Kirchner y ahora el de Fernández podrán ser criticados desde mucho ángulos pero si hay algo que los destaca es su política sobre los derechos humanos. Los gestos en ese sentido han sobrado y hasta hubo espacio para alguna sobreactuación pero parece uno de los elementos más positivos del último gobierno. En este sentido, las críticas por la desaparición de López o la muerte de Febres resultan bastante injustas y suelen provenir mayoritariamente desde sectores de ultraizquierda impotentes ante un gobierno que parece haberles quitado una de sus banderas más importantes o una derecha minoritaria y reaccionaria que tergiversa maliciosamente hasta la vacuidad al concepto de lesa humanidad y se encubre en los eufemismos de “reconciliación” y el “hay que mirar hacia adelante”.
Un segundo gesto ha sido el de Cristina Fernández hacia la Iglesia. En este sentido, aún antes de asumir, la ahora presidente dejó bien en claro que intentaría un acercamiento hacia la Iglesia. De allí que no debería sorprendernos su declaración en contra de la despenalización del aborto, su audiencia con Bergoglio y los obispos y la designación de Ocaña en Salud. Está última, ligada a ciertos sectores de la Iglesia declaró de modo poco feliz que “el aborto no es un tema de política sanitaria sino de política criminal” (Página 12, 26/12/07). Sería lamentable que esta designación derribe los auspiciosos pasos que se habían conseguido con Ginés González García al mismo tiempo que obturen ciertos debates que la sociedad argentina se merece.
El tercer gesto fue también de la presidente, en este caso frente a los nuevos implicados que tuviera la causa de la valija con espías, dobles agentes y, como si faltara algo para transformase en un capítulo de una serie televisiva de los años ochenta, el contexto de Miami. Cristina Fernández reaccionó y tuvo un gesto, tal vez una sobreactuación, no lo sé, en la que acusó al gobierno norteamericano de atacar la autonomía de los países y en este caso puntual el eje Mercosur-Chávez. No resulta descabellado pensar que algún sector del ámbito gubernamental y/o judicial de Estados Unidos intente generar un escándalo que vincule a Chávez si bien también es verdad que la valija existió. Ahora bien, inferir a partir de la existencia de esa valija que este es un gobierno corrupto, con una estructura mafiosa similar o peor a la de Menem, certificar como verdaderas en las tapas de los diarios las afirmaciones de esos oscuros personajes que son indagados en Miami, enviar corresponsales especialmente a cubrir las indagatorias y que dirigentes de la oposición anden paseando por allí “para seguir de cerca las novedades”, parece una exageración, una sobreactuación. Este tipo de casos, como en las series a las que hice mención antes, alimentan el ansia de sospecha constitutiva de nuestra sociedad que se manifiesta en el discurso paranoide de intelectuales, egresados universitarios y taxistas por igual.
Por último, un párrafo aparte para la medida que adoptaría Macri respecto a dar prioridad a los porteños en los hospitales de la Ciudad. Aquí otra vez se mezclan los gestos y las sobreactuaciones en una medida que no sé precisar. Es un gesto, por un lado, porque está dirigido al votante medio de Macri que realiza un razonamiento como el que sigue: “Es el dinero de los contribuyentes de la Ciudad el que solventa los servicios que brindan los hospitales de la Ciudad; deben utilizar los servicios sólo aquellas personas que pagan por ellos; los ciudadanos de la provincia de Buenos Aires o de países limítrofes no pagan por esos servicios; por lo tanto no deberían usarlos (o no deberían tener prioridad)”. Pero también es una sobreactuación en la medida en que el otorgamiento de prioridad parece técnicamente muy difícil de llevar adelante y seguramente no generará ningún cambio sustancial en lo que a mejora de servicio refiere.
He escuchado varias críticas hacia la medida impulsada por Macri. Por lo pronto, el gobierno de la provincia con buen tino recordó que la Ciudad deposita su basura contaminante por toneladas en forma diaria en el territorio que ahora gobierna Scioli y no paga por ello. Pero desde muchos otros sectores, incluyendo columnas de opinión o hasta declaraciones del ahora senador Filmus, se hizo hincapié en que la medida vulneraba el principio de solidaridad, principio que, al fin de cuentas, se observa en varias áreas de nuestra sociedad como por ejemplo el régimen de reparto. Creo que sin duda es una medida poco solidaria pero me pregunto si la solidaridad es algo exigible. En todo caso cuando alguien es solidario se lo agradecemos pero no podemos exigir que lo sea. Es casi tan absurdo como cuando los presidentes de un país les piden a los empresarios que sean solidarios. No resulta casual, entonces que resulte difícil exigirle solidaridad a un gobernante que cree poder manejar un país como un aséptico gerenciador. Es por eso que considero que la crítica debe ir por otro carril, el carril que opera en muchos de los porteños y que tiene que ver una lógica autointeresada, egoísta (no lo digo en términos peyorativos) y que en un sentido podría pensarse casi como la fórmula del imperativo kantiano. Desde este punto de vista los porteños se darían cuenta que esta actitud de Macri, a la larga va a desfavorecer a los habitantes de la Ciudad. Un porteño, entonces, antes de evaluar la medida debería preguntarse lo siguiente: ¿querría yo estar con un problema de salud en una provincia argentina y que por ser porteño se me postergara la atención? Haciendo una analogía con otras posibles medidas de prioridad: ¿querría yo que tras recibir un robo en una provincia argentina y tras hacer la consecuente denuncia a la policía de esa provincia, el oficial me dijese “lo lamento mucho pero el tratamiento hacia los robos a nuestros coprovincianos tienen prioridad”? Por último, ¿querría yo estar paseando con mi auto por una provincia y que los semáforos estuvieran programados para darle prioridad a los vehículos cuya patente es originaria de esa provincia? Los ejemplos podrían seguir pero temo abrumar con tantas preguntas retóricas.
Para concluir, entonces, debería decir, como usted seguramente lo está pensando, que el límite entre los gestos y las sobreactuaciones es profundamente controvertido y por sobre todo muy poco objetivo. Asimismo, también debe tenerse en cuenta que la perdurabilidad de los gestos y la transitoriedad de las sobreactuaciones es algo que resulta difícil de evaluar en el tiempo presente. Sin embargo, hacer el ejercicio de poder discernir en qué categoría calificamos cada hecho para darle su verdadera magnitud puede permitirnos comprender un poco más eso que está allá afuera y que llamamos realidad.

martes, 11 de diciembre de 2007

Del café literario a la unidad básica

Cuando hace algunos días se le consultó al ahora ex presidente Néstor Kirchner a qué se iba a dedicar tras 20 años ininterrumpidos de gestión ejecutiva, con la ironía que lo caracteriza ante el periodismo respondió: “me iré a un café literario”. Más allá de la broma, todos saben que Kirchner tendrá un rol central en la gestión de su esposa si bien seguramente mantendrá el perfil bajo en la medida en que las circunstancias no demanden otra visibilidad.
El off the record, esto es, aquel eufemismo por el cual los periodistas políticos chismosean como periodistas de espectáculos y adquieren la impunidad de la fuente indemostrable, afirma que Kirchner se encargará principalmente de “re-organizar” el partido justicialista. Parece razonable que sea así puesto que todos sabemos que el PJ sea lo que fuere hoy en día, para bien o para mal, es el único partido que parece garantizar gobernabilidad. Cristina no podrá gobernar sin una mayoría importante del partido y será su marido quien deba domesticar la tropa.
En este sentido, la búsqueda de consenso con otras fuerzas en esto que se dio en llamar Concertación plural puede resultar importante pero insuficiente a la hora de la gobernabilidad. De hecho, seguramente el candidato opositor al Frente para la victoria en 2011 seguramente provendrá del interior del propio PJ. El propio Macri, aún haciendo una gran administración en la Ciudad sabe que tendrá que ir a buscar al peronismo disidente si quieren llegar con posibilidades ciertas a disputar la presidencia dentro de 4 años.
Me detengo aquí en un punto: hay quienes afirman que la concertación plural no es otra cosa que una transversalidad aggiornada que se nutrió de una nueva terminología para seguir el manual de la sobrevalorada disciplina del marketing político. No me parece que sea este el caso. La transversalidad suponía una comunión ideológica no necesariamente vinculada a actores de poder. Más bien se trataba de construir por fuera de las estructuras del PJ un movimiento de centro izquierda que tuviera un proyecto y la capacidad de llevarlo a cabo. Allí se incluía actores que ocupaban cargos electivos y otros que simplemente acompañaban el proceso. La transversalidad puede ser un poco más o un poco menos abarcativa pero se define por sobre todo por un pensamiento llamemos “progresista” en el sentido vulgar del término. El eje de la concertación plural, en cambio, es la gobernabilidad. El pacto es entre estructuras de poder cuya cara visible son los gobernadores. Antes que la transversalidad, lo que se encuentra emparentado con la idea de Concertación plural es la idea de Pacto Social sobre el cual tanto machacó Cristina. Allí sí se ve a las claras, que se trata de la gobernabilidad: sindicatos, empresarios y Estado sentados en la mesa de negociación para garantizar paz social y equilibrio.
Este viraje de lo ideológico a lo pragmático puede ser visto como una claudicación o una pendiente propia de los tiempos políticos por los que atraviesa el mundo. Quizás sea parte de ambas. Pero es un hecho que la transversalidad como movimiento fracasó y que el 22% de los votos con que Kirchner llegó al poder de un Estado en quiebra exigía una base de sustento en los actores de la política. En ese sentido la habilidad política de Kirchner estuvo en domar el aparato peronista de la provincia de Buenos Aires dejando a la transversalidad circunscripta a las alianzas contra Macri en la Ciudad.
La alianza con el aparato bonaerense de caudillos y punteros, incluyendo personajes altamente execrables resulta, sin duda, pasible de crítica pero cabría preguntarse si existía otra opción y si Cristina está hoy en mejores condiciones para impulsar un cambio que acabe con la lógica prebendaría y mafiosa de muchos íconos de Buenos Aires. Qué hubiera pasado de no haber habido apoyo del aparato bonaerense es un contrafáctico que en tanto tal no tiene respuesta si bien la historia reciente, al menos desde el regreso de la democracia, parece darnos algunas pistas. En todo caso, lo que resta saber es si Kirchner intentará liderar el partido a partir de la simple obediencia que genera quien detenta el poder en un partido cuya característica central es el verticalismo o si por el contrario, aún a riesgo de profundizar las divisiones en el partido, intentará darle ese tinte ideológico que caracterizó a la búsqueda de transversalidad y que puede cooptar a parte del movimiento. De darse esto último, ideología y gobernabilidad pragmática quizás puedan acercarse bastante más.