lunes, 26 de noviembre de 2018

Cristina: pueblo, pañuelos y peronismo (editorial del 25/11/18 en No estoy solo)


Advertencia: las siguientes líneas contienen escenas de peronismo explícito tal como fueron expresadas por la expresidente CFK en el Primer Foro Mundial del Pensamiento Crítico organizado por CLACSO y que se desarrollara entre el 19 y el 23 de noviembre. Es que, efectivamente, en el marco de un espacio con características algo más académicas, CFK avanzó en una serie de conceptos caros a la tradición peronista que en algunos aspectos genera tensión con categorías, prioridades y urgencias de las perspectivas que forman parte del kirchnerismo y abrevan en el liberalismo político y en las izquierdas.
La intervención de la expresidente comenzó haciendo énfasis en la noción de pueblo, categoría que podemos rastrear hasta el romanticismo del siglo XIX pero que en Argentina ha sido apropiada por el peronismo, tal como aparece en distintas intervenciones de Perón entre las cuales podemos destacar La comunidad organizada y el Modelo argentino para el proyecto nacional, por citar dos textos emblemáticos que vieron la luz con 25 años de diferencia. A su vez, naturalmente, el peronismo no nació de un repollo y es en la Doctrina social de la Iglesia donde explícitamente se pueden encontrar antecedentes de esta cosmovisión. Allí, para no remontarnos tan atrás, se sugiere repasar las encíclicas de Francisco o un discurso de Bergoglio del año 2010 que fue publicado bajo el título Nosotros como ciudadanos, nosotros como pueblo.
Por otra parte, la noción de pueblo es reivindicada por teóricos populistas neomarxistas como Ernesto Laclau para quien la política es disputa y el pueblo se constituye frente a un otro a partir de un liderazgo capaz de unificar distintas demandas insatisfechas. Doctrina social y perspectiva laclausiana no son lo mismo pero, naturalmente, hay vasos comunicantes entre ellas y ambos puntos de vista conviven en el kirchnerismo.
En este sentido, y ante las acusaciones de populismo, CFK pareció aceptar el convite y reivindicar una noción de pueblo que no sea de izquierda ni de derecha para enfrentar al neoliberalismo. Este aspecto sorprendió a algunos porque todos sabemos que los que llaman a superar las izquierdas y las derechas, son de derecha. Pero en el caso de CFK cabe contextualizarlo porque está hablando desde el peronismo, un movimiento policlasista y transversal que incluye dentro de sí visiones más a la derecha o más a la izquierda pero que lo que tiene bien en claro es que la disputa actual y de siempre –al fin de cuentas, el corazón de la doctrina peronista-, es la del capital versus el trabajo. En este punto, quizás atenta al resultado de las urnas en Brasil con un PT cuya agenda se inclinó más hacia las temáticas de las minorías que a las de los trabajadores, CFK advirtió que dentro del espacio hay pañuelos verdes pero también pañuelos celestes. De esta manera dejó bien en claro que el adversario es el capital antes que la iglesia, el patriarcado y el varón blanco heterosexual. Esta idea es coherente con lo que la misma CFK afirmara el día de la votación del proyecto de IVE cuando indicó que al proyecto nacional, popular y democrático había que llamarlo también “feminista”, lo cual, en algunos casos, fue interpretado incorrectamente porque desde el punto de vista de CFK, la explotación sobre la mujer es una subcategoría de la explotación. En palabras de la propia expresidente: “hay dentro de la explotación de los trabajadores, del capital sobre el trabajo…una subcategoría de explotación. [Porque] un trabajador es explotado pero una mujer trabajadora es más explotada”.  
Esto no hace menos grave a la explotación sobre la mujer y hasta puede que CFK esté equivocada pero eso es lo que piensa ella y, desde mi punto de vista, que también puede estar equivocado, claro, resulta coherente con la tradición peronista. En este sentido, CFK se distancia de este giro que han dado las izquierdas en la Argentina y en el mundo por el cual la principal divisoria de la sociedad es el género y la agenda de la lucha es la de distintas minorías que, en muchos casos, se definen en torno a su sexualidad. Durante el gobierno de CFK se tomó la decisión de no avanzar en la discusión sobre el aborto pero se sancionó el matrimonio igualitario y la ley de identidad de género gracias a que el partido gobernante lo impulsara y lo militara. Sin embargo, el peronismo entiende que esas conquistas son parte de un proyecto emancipador cuyo sujeto es el pueblo y no una minoría en particular. No es esa una diferencia menor.
Insisto en que se puede no estar de acuerdo pero cuando desde la izquierda se acusa al peronismo de ir de la mano de sectores conservadores en el formato de “pañuelos celestes” bien se puede responder que si la grieta es la reivindicación de género y no el capital versus el trabajo, se llegará a la incómoda situación de estar del mismo lado de Fernando Iglesias o Silvia Lospennato, por citar solo dos ejemplos de legisladores que apoyaron el proyecto de IVE pero luego votaron todos los ajustes del modelo neoliberal de Cambiemos. Asimismo, a esos sectores de izquierda se les podría mostrar con ejemplos como los de Francia con Le Pen, Estados Unidos con Trump y Brasil con Bolsonaro, que los trabajadores y los sectores populares no se han vuelto fascistas de repente sino que, quizás, perciben que sus intereses no están representados por la agenda de las minorías en la que coinciden desde el progresismo demócrata estadounidense hasta partidos de ultraizquierda que hasta hace algunas décadas hicieron la vista gorda ante las persecuciones que sus gobiernos y sus partidos hicieron sobre mujeres y gays en sus propias filas y en sus propios países. Una vez más, no celebro esta situación, solo la diagnostico porque observo que hay sectores importantes de la sociedad que no están de acuerdo y no consumen la agenda de Netflix y Hollywood. Muchos dirán que hay que luchar para que esto deje de ser así, y quizás tengan razón, pero hoy es así.      
En suma, el debate es interesantísimo y expone las tensiones al interior del kirchnerismo y el panperonismo como así también una particular obsesión culpógena de cierta militancia kirchnerista juvenil, urbana, universitaria y psicoanalizada a la que le incomoda ser corrida por izquierda y que parece más preocupada por responder a las exigencias de la agenda del trotskismo que a una porción enorme del electorado y del pueblo con el que quizás no se pueda coincidir en una agenda progresista completa. Sin embargo, no se debe pasar por alto, que ese mismo sector del electorado, con una conducción política adecuada, también supo acompañar la sanción de leyes importantísimas celebradas por colectivos de mujeres, indígenas y minorías sexuales que antes de la larga década kirchnerista hubieran sido inimaginables.
Se acercan las elecciones y nadie está en la cabeza de CFK pero a juzgar por este discurso, que luego habrá que confirmar si se transforma en acciones concretas, la expresidente entiende que para darle la disputa al neoliberalismo y para que el Estado pueda tener respuesta a las exigencias de las diversas minorías, antes que nada, hay que ser mayoría.  


martes, 20 de noviembre de 2018

Es Cristina y es Macri (o al menos eso parece) [Editorial del 18/11/18 en No estoy solo]


En las últimas semanas se aceleraron los encuentros formales e informales entre dirigentes de la oposición de cara a las elecciones del año que viene. De este modo, la tendencia parece dirigirse hacia un nuevo escenario de polarización entre el macrismo y un kirchnerismo más o menos panperonista.

Las encuestas, que hasta los últimos meses daban siempre adelante a Macri, ahora hablan de paridad y de final abierto e incluso hay quienes indican que el ex presidente de Boca podría no presentarse para darle lugar a María Eugenia Vidal, versión que, desde mi punto de vista, no tiene demasiado asidero. En cuanto al kirchnerismo, también están los que sostienen que a último momento CFK podría bajarse por motivos personales o por razones estratégicas, dado que, como indicamos aquí algún tiempo atrás, Macri perdería contra cualquier candidato opositor en balotaje pero podría ganarle a CFK en esa instancia. Sin embargo, ¿qué candidato opositor cuenta hoy con 30% de los votos de piso para indicarle a la ex presidente que dé un paso al costado? Asimismo, se debe tener en cuenta que aun cuando muchos dirigentes opositores, off the record, manifiesten sus críticas al cristinismo, para ellos es menos relevante el balotaje que la primera vuelta porque ahí se juegan sus cargos provinciales y municipales. Así, entre un candidato tapado que de alguna manera pueda llegar a la segunda vuelta contra Macri obteniendo entre 20 y 30 puntos, y los votos que tiene Cristina, que en algunas zonas del país es débil pero en otras puede llegar hasta los 40, no cabe duda de hacia dónde se inclinarán. Por otra parte, no se debe olvidar que las provincias son capaces de desdoblar sus elecciones según le convenga al partido mayoritario, de modo que también podrían especular con ello sin comprometerse directamente con el apoyo a un candidato presidencial. En síntesis, empiezan a haber buenas razones para suponer que una parte relevante del panperonismo acompañaría, de una u otra manera, una eventual candidatura de Cristina. 
En todo caso, la novedad de estas últimas semanas pasaría por el modo en que los dos polos intentarían atraer los votos del tercio que hasta ahora se encuentra disperso.
En el caso del kirchnerismo se rumorea que CFK aceptaría una gran PASO en la que jueguen todos, incluyendo a Massa. En ese punto hay varias cosas para decir. La primera es que si el kirchnerismo impulsara una gran PASO sería un cambio radical respecto de la estrategia utilizada para el año 2017 en la que inexplicablemente no aceptó una interna en la que iba a triunfar holgadamente. En segundo lugar, habría que pensar cuáles son las condiciones que puede pretender Massa para participar. Allí el tigrense no tiene un lugar de muchísima fortaleza porque jugar por afuera parece condenarlo a una elección de un dígito y a una aceleración del goteo que le está haciendo perder dirigentes y votos; y, a su vez, el kirchnerismo podría evitar acuerdo alguno especulando con que, al fin de cuentas, los votos del massismo llegarán de una u otra manera en el balotaje. En todo caso, a Massa no parece quedarle demasiada alternativa que negociar con el kirchnerismo unas PASO en el que las listas se conformen con una modalidad que permita a los perdedores de alguna u otra manera formar parte de la lista definitiva en puestos expectantes. Si esto se logrará o no, lo desconozco, pero tendrá que ver con el cálculo electoral que haga el kirchnerismo. Más allá de los rumores y algunas fotos que hablan de una apertura, al menos hasta ahora, el kirchnerismo nunca ha sido generoso con las candidaturas y ha sido “un mal pagador” en relación con determinados aliados lo cual explica por qué existe dentro del peronismo tanta inquina con el núcleo duro que rodea a CFK y que al momento del armado de las listas, es el que “tiene la birome”.
El oficialismo no tiene muchas opciones aunque puede tener un as en la manga. En otras palabras, subido a la épica del déficit cero, el gobierno debería aceptar que es incapaz de dar una buena noticia de aquí a lo que le quede de mandato. En el mejor de los casos, logrará disminuir la recesión hacia el segundo semestre y llevar la inflación a unos puntos por encima del último año de CFK. En este sentido, que sea reelecto depende de la fragmentación opositora. Si esto no sucediera y el peronismo lograra encontrar una unidad, descartada por falta de tiempo, antes que por ausencia de deseo, la posibilidad de una CFK presa, el oficialismo podría intentar trazar algunos puentes con algún sector del peronismo federal, más específicamente con un Juan Manuel Urtubey que, desde la asunción de Macri, ha defendido las políticas oficiales como si fuera parte del gobierno. Sin embargo, es verdad que esto podría generar un conflicto con el radicalismo y que, al momento de sumar votos, la figura de Urtubey no influya demasiado.    
Mientras tanto, Felipe Solá y Agustín Rossi se han lanzado como los candidatos “del acuerdo” en caso de que CFK decida no ser candidata y un montón de egos con sellos de goma intentan subirse el precio en programas de debate y en Twitter desde el denuncismo y el purismo. Faltando algo más de seis meses para la presentación de las listas sabemos poco pero encontramos indicios de que no hay lugar para una tercera vía, de que el clima antipolítica no derivará en un Bolsonaro sino, como mucho, en el crecimiento marginal del voto en blanco en el balotaje, y que la elección se dirimirá en la polarización entre el macrismo y un panperonismo agrupado, por convicción o necesidad, en torno a la figura de Cristina. Es bastante poco pero es todo lo que hoy sabemos.       

viernes, 16 de noviembre de 2018

La polarización y la fábula política del caracol y la tortuga (publicada el 15/11/18 en www.disidentia.com)


Suenan explosiones, gritos y estalla la ventana; al rato nuevas explosiones y una granada que ingresa a la casa con la suerte de que se puede evitar su detonación. Las voces de los soldados se oyen cada vez más cerca y una bomba hace un agujero en la pared. La confirmación del horror se produce cuando una parte del techo cede y desde arriba caen cuerpos degollados junto a sus respectivas cabezas. Mientras todo eso sucede el matrimonio que habita la casa está discutiendo con violencia un tema que los ha atravesado durante los 17 años que llevan de casados. La discusión supone insultos y bofetadas del hombre a la mujer y de la mujer al hombre. Pero no hay acuerdo y es que ninguno parece tener razones de peso para convencer al otro en este debate central que permite dejar en un segundo plano la guerra que hay allí afuera. El tema que debate el matrimonio puede resultar baladí a la distancia pero ninguna discusión que lleve tantos años merecería ser tildada de tal. Para dejarse de rodeos: ¿el caracol y la tortuga son el mismo animal? Ella testarudamente afirma que así es y él testarudamente le indica que no. ¿Pero acaso la tortuga y el caracol no se encierran en su caparazón? ¿Y no son, la tortuga y el caracol, seres lentos y babosos que se arrastran? ¿Y si les damos verdura es falso que el caracol y la tortuga la coman por igual? Por último, ¿faltamos a la verdad si decimos que ambos son comestibles? Pues entonces, caracol y tortuga son el mismo animal. Así al menos razona ella para incomodidad e indignación de él y tal desacuerdo constituye el eje de la obra de teatro que Eugene Ionesco publicara en 1962 bajo el título Delirio a dúo.

El argumento parece hacer justicia con la categoría de “teatro del absurdo” con que se suele reunir a autores como Ionesco y Beckett, entre otros, pero, visto a la luz de los días que corren, cobra una inusitada potencia explicativa para dar cuenta de la miopía de las clases dirigentes y el ensimismamiento de los participantes de los debates públicos.       
De hecho es imposible repasar los diálogos de los personajes de la obra de Ionesco y no pensar que esa tozudez para defender posiciones irreconciliables sobre temas que están saldados es representativa de lo que sucede en los programas de debate en radio y TV, en los espacios donde se legisla y en las redes sociales donde cualquier intercambio parece realizarse con la intensidad propia de un asunto trascendente. Y sin embargo, en general, lo verdaderamente importante sucede en otro lado mientras seguimos enfrascados en disputas fratricidas que en muchos casos no difieren demasiado en profundidad y calidad argumentativa que la expuesta en la obra.    
Y no se trata de un fenómeno local: pasa en Argentina, en Brasil, en España o en Estados Unidos donde la polarización resulta evidente y es también azuzada por cada uno de los polos y por la lógica mediática que en el afán de la corrección política siempre presenta posiciones radicalmente antagónicas sobre cualquier temática dándoles el mismo status y posicionando como referentes a energúmenos que eventualmente un día pueden llegar a ocupar espacios de toma de decisión. Y lo más curioso es que lo hacen en nombre de la necesidad de consenso y de dar lugar a todas las voces. ¿O acaso lo harán para posicionarse en un presunto lugar de neutralidad frente a las dos radicalidades que ellos mismos han elevado a referentes de un debate?
¿Y qué hay respecto de las audiencias y de la opinión pública en general? ¿La gente de repente se ha vuelto idiota y ha dejado de percibir cuáles son los temas que verdaderamente importan? Sinceramente no habría ninguna buena razón para suponer tal cambio pues idiotas en cantidad ha habido siempre. En todo caso, lo que sí parece novedoso es que la estupidez se ha democratizado y las usinas de transmisión de las mismas se han multiplicado con la irrupción de las redes sociales. Este fenómeno también es útil para dar cuenta de las fake news pues está claro que las noticias falsas no fueron inventadas hace dos años. Lo que ha variado, claro está, es la posibilidad de que cualquiera pueda difundirlas y de que esa difusión sea masiva e inmediata.  
Por cierto, en la última escena de la obra, con los cuerpos degollados colgando del techo y las paredes agujereadas, los protagonistas deciden tapar con colchones los huecos de las paredes, evitar mirar los cuerpos y volver a discutir si la tortuga y el caracol son el mismo animal.
Allí comprendí la frase de aquel amigo experto en Beckett que al sugerirme la lectura de Ionesco me advirtió: “Lo absurdo no es el teatro. Lo que es absurdo es la realidad”. 

lunes, 5 de noviembre de 2018

Una preocupación llamada Bolsonaro (publicado el 1/11/18 en www.disidentia.com)


Del mismo modo que nadie había imaginado que Donald Trump pudiera llegar a la presidencia de Estados Unidos, Jair Bolsonaro ganó el balotaje en Brasil con alrededor de 55% de los votos. Sí, el candidato que ha sobresalido por reivindicar militares que torturaron, que promete mano dura y armas para todos, que ha anunciado un programa de ajuste neoliberal y que ha tenido infelices declaraciones de carácter racista, homofóbico y misógino, ha recibido casi 58 millones de votos.
Antes de cualquier análisis, eso sí, no se puede obviar que Bolsonaro ganó unas elecciones en las que el candidato que lideraba las encuestas quedó imposibilitado de presentarse por una resolución judicial. Si bien todos sabemos que los contrafácticos no son ni verdaderos ni falsos, no hay duda que Lula como candidato hubiera presentado un escenario distinto.  
Otro elemento del contexto que no puede pasarse por alto es que el gobierno de Michel Temer, producto del impeachment que se cargó a Dilma Rousseff, llega a su fin con números de impopularidad alarmantes, pues al plan de ajuste y empobrecimiento, se le agrega una población que observa que Temer está lejos de ser un sinónimo de transparencia.  
Dicho esto podría indicarse que lo que más sorprende de un candidato que hasta los medios de centro derecha presentan como “ultraderechista”, es que más allá de algunos matices propios de campaña, en principio, no ocultó lo que era ni lo que viene a hacer. Si bien habrá que ver cuántas de esas promesas se cumplirán en el ejercicio de la presidencia, es difícil que algún votante de Bolsonaro pueda decir dentro de unos años que se ha sentido engañado.  
Por otra parte, y seguramente tras el fracaso del gobierno de Temer, se debe tomar en cuenta que Bolsonaro ocupa el espacio y el espectro ideológico de una derecha que carecía de candidato y que se enfrentaba a una izquierda del PT implosionada que, hasta último momento, especuló con la posibilidad de algún vericueto legal para que Lula pudiera presentarse.   
Cabe indicar también que es difícil sostener que Bolsonaro, de formación militar, sea un outsider de la política, pues lleva treinta años de carrera ocupando diferentes cargos y ha sido varias veces reelegido como diputado. Quizás la confusión se da porque Bolsonaro, al igual que los outsiders, suelen tener discursos antipolítica pero no será ni la primera ni la última vez que un dirigente que lleva años ocupando cargos pregone la antipolítica. Al fin de cuentas, vivimos tiempos en que nadie puede exigir nada a nadie. Menos aún coherencia.
Pero detengámonos un momento aquí para subrayar dos cosas al menos. En primer lugar: el contexto de la antipolítica es el caldo de cultivo para personajes como éstos, que prometen darlo vuelta todo, y que en un principio parecen una broma digna de consumo irónico hasta que un día se transforman en tu presidente. En segundo lugar, una vez más, la historia enseña a los espacios socialdemócratas, populares y de centro izquierda que las crisis de las derechas, no derivan necesariamente en el regreso a un voto de izquierdas sino que suelen derivar en opciones a la derecha de la derecha. Y esto a pesar de que Bolsonaro no ha sido el candidato de los medios y del establishment, al menos hasta que los medios y el establishment entendieron que podía ganar. En todo caso, sí podría decirse que los medios y el establishment hicieron todo lo posible para destruir al candidato del PT sea quien fuere, pero sería injusto decir que hicieron campaña directa en favor de Bolsonaro.
Sin medios a favor, ¿fueron las fake news las que llevaron a Bolsonaro al triunfo? Seguidores del PT denunciaron una campaña sucia y mensajes viralizados con mala fe, lo cual ha sido cierto, pero tenemos que tener en cuenta que la referencia a las fake news es el último invento de la progresía iluminista para explicar la derrota de sus candidatos. Así, aparentemente, si gana Trump, se quiere abandonar la Unión Europea y gana Bolsonaro, se trata de un resultado que se explica porque la gente es tonta y es engañada por unos muchachitos muy inteligentes que comparten aviesamente contenido falso detrás de una computadora. Y las fake news existen, se utilizan cada vez más en las campañas electorales pero no son determinantes. Si decir que se perdió una elección por las fake news consuela a los derrotados…allá ellos… pero sería deseable que al menos en privado se miraran al espejo.
Y este punto se enlaza con que el triunfo de Bolsonaro expresa también el gran fracaso de los discursos de centro izquierda que provienen de los laboratorios onanistas de las universidades y que desprecian inquietudes de la gente en tanto “agenda de la derecha”. Es que para los espacios populares y progresistas, la inseguridad de los ciudadanos, en especial vinculada a los ataques contra la propiedad, es agenda de derecha. Esto lleva a que no se ofrezcan políticas de seguridad razonables y alternativas a las propuestas punitivistas y lo único que se termina haciendo es pontificando desde un pedestal que la responsabilidad individual en los delitos no existe y que todo es fruto de la desigualdad social. Tampoco hay alternativa para el discurso transparentista del oenegismo lo cual genera, o bien que los espacios populares, de centro izquierda, hagan un seguidismo bobo a ese tipo de discursos, o bien que los desprecien completamente y presenten que los controles y la eficiencia estatal son políticas de derecha. Sería bueno que los intelectuales populares expliquen que la desigualdad no tiene que ver con que un gobierno robe un poco más o un poco menos sino con los modelos económicos que llevan adelante estos gobiernos pero que también se debe avanzar hacia una propuesta de Estado inteligente y eficaz.
También ha sorprendido cómo el tema de la supuesta necesidad de recuperar los valores de la familia tradicional contra lo que, incluso en un spot que circuló por la web, aparecía explícitamente como “ideología de género”, fue eje de la campaña. Esto se explica no solo por la fuerte tradición cristiana que tiene Brasil sino especialmente por la conservadora variante protestante pentecostal que lleva años ganando adeptos y ocupando espacios de representatividad política. Frente a esta situación no hay que enojarse ni indignarse sino comprender el lugar que ocupa la religión especialmente en los sectores populares y el trabajo social que realizan las iglesias evangélicas allí donde el Estado no aparece. Si frente a este escenario, la solución que propone la progresía es avanzar en la separación definitiva de la Iglesia del Estado y entender Brasil releyendo a Max Weber mientras se acusa de conservadores fanáticos a los protestantes, lo que podremos ganar son unos votos en un centro de estudiantes universitario pero una elección nacional en un país como éste la perderemos por escándalo incluso frente a un candidato “fácil” como Bolsonaro.
Por último, muchos se preguntaron con indignación cómo un negro puede votar a un racista, cómo un gay puede votar a un homofóbico y cómo una mujer puede votar a un misógino. La respuesta no es simple pero está a la vista, aunque les incomode a los que dicen ser referentes de la reivindicación de los derechos de las minorías. Es que la identidad de un negro no se reduce a su condición de negro, ni la de gay a ser gay ni la de una mujer a ser mujer. Pensar que es así supone subestimarlos. Porque los individuos pertenecientes a determinados grupos minoritarios, al igual que los individuos que pertenecen a grupos denominados “mayoritarios”, tienen un sinfín de dimensiones que van más allá del color de piel, el objeto de deseo o el género. Entonces, en vez de decirle a un gay que es un idiota porque votó a un homofóbico habría que pensar que un gay puede votar por otras razones además de la de ser gay. Quizás cree que es más importante que la clase política deje de robar y considera que Bolsonaro es la persona adecuada para acabar con la corrupción; quizás trabaja haciendo delivery en bicicleta y en el último año le robaron cinco veces, y cree que la solución es armarse y poner más policías. Desde mi punto de vista, ese votante está equivocado y no está allí la solución pero ¿quién soy yo para decirle que esas no son razones para votar?  
En síntesis: ganó Bolsonaro y hay motivos para preocuparse. No solo por lo que puede hacer sino porque quienes se oponen a Bolsonaro en Brasil y en el continente parecen no querer entender las razones por las que alguien como él pudo haber llegado tan lejos.