jueves, 26 de abril de 2018

Algunas razones equivocadas para despenalizar el aborto (editorial del 22/4/18 en no estoy solo)


 “Te despertás en la mañana y de espaldas a vos se encuentra en la cama un violinista inconsciente. Un famoso violinista inconsciente. Se ha comprobado que él tiene una enfermedad renal grave, y la Sociedad de Amantes de la Música sondeó todos los registros médicos disponibles y encontró que solo vos tenés el tipo de sangre para ayudarlo. Por ello, te han secuestrado y anoche han conectado el sistema circulatorio del violinista al tuyo, así tus riñones podrán ser usados para extraer el veneno de la sangre de él, así como el de los tuyos. El director del hospital, ahora te dice: “Mire, nosotros sentimos que la Sociedad de Amantes de la Música haya hecho esto  –si lo hubiésemos sabido nunca lo hubiésemos permitido. Pero aún así, lo hicieron, y el violinista está ahora conectado a usted. Desenchufarlo sería matarlo. Pero no importa, es solo por nueve meses. Para entonces, ya se habrá recuperado de su enfermedad y con seguridad podrá ser desconectado de usted”. ¿Es moralmente vinculante para vos acceder a esta situación? No cabe duda de que sería muy amable de tu parte si lo hicieras, una gran bondad. ¿Pero tenés la obligación de acceder a ella?”

El párrafo anterior pertenece a la filósofa estadounidense Judith Jarvis Thomson, fue publicado en 1971 y se ha transformado en un clásico de la literatura sobre despenalización del aborto. Si bien su argumentación no estuvo exenta de críticas, lo que la autora intenta señalar es que del derecho a la vida (de un embrión o un feto) no se sigue que exista un derecho a utilizar el cuerpo de otra persona ni tampoco una obligación moral de la dueña de ese cuerpo para con esa vida. Es decir, si te parece razonable que nadie puede exigirte que estés atado a un violinista durante nueve meses aun cuando desconectarte supusiera la muerte de él, encontrarías allí una analogía para justificar que, aun reconociendo que se debe proteger la vida de un embrión, nadie podría obligarte a que sacrifiques tu cuerpo en pos de ello.
Traigo a colación este texto porque en estas semanas en las que se produce el debate en comisiones del Congreso y en el que escuchamos las posiciones a favor y en contra del proyecto de despenalización del aborto, tengo la sensación de que más temprano que tarde se transformará en ley pero los argumentos que se esgrimen para defenderlo no son los mejores.
De hecho, uno de los que más se utiliza para defender la despenalización podría entenderse como una variante de la “Falacia naturalista”, aquella que del “ser” deriva un “deber ser”. Me refiero al que indica que dado que los abortos se realizan igual, de manera clandestina y con el consabido riesgo que para la madre conlleva, entonces, habría que legalizarlos. No hay ninguna duda de que la ilegalidad de la práctica de la interrupción del embarazo no ha hecho que las mujeres dejen de realizarla pero el mismo argumento podría utilizarse para quitar las multas de quienes pasan los semáforos en rojo. Es decir, a nadie se le ocurre afirmar que dado que, a pesar de las multas existentes, los automovilistas siguen pasando en rojo, entonces, habría que dejar de multarlos. En todo caso, este tipo de argumento funciona para los casos en que hay nuevas costumbres inocuas que hacen a las leyes obsoletas o, creo que este podría ser el caso, ante la suposición de que lo que se está cercenando es un derecho. El punto es que hay sectores de la sociedad que consideran que el derecho del embrión está por encima del de la mujer.
Asimismo, primo hermano de este argumento es aquel que afirma que despenalizando el aborto acabaríamos con el negocio millonario de las clínicas que realizan abortos clandestinos y de los laboratorios que aumentan los precios de las pastillas que producen los abortos. Sin dudas es así, pero, por ejemplo, a nadie se le ocurriría despenalizar el tráfico de animales en riesgo de extinción para acabar con el negocio clandestino de la compra y venta de los mismos. Si bien podría pensarse que el argumento obedece a razones pragmáticas y no a una valoración moral sobre aquello que se despenaliza, no es el pragmatismo el que podría distinguir entre los casos del aborto clandestino y el tráfico de animales en riesgo de extinción, sino la suposición de que detrás del aborto hay un derecho de las mujeres lo cual hace que el pragmatismo, entonces, se transforme en secundario.  
Pero hay un segundo argumento muy utilizado en favor de la despenalización y es el que hace hincapié en la protección de la vida de la madre. Efectivamente, si bien la estadística varía, es evidente que existen muertes de mujeres, en su mayoría pobres, por abortos realizados en condiciones inapropiadas y que la despenalización evitaría esas muertes. Sin embargo, el error de esta argumentación es que hace foco en la problemática de “la vida” ya que ese eje es justamente el que utiliza el adversario. En otras palabras, si quienes buscan la despenalización afirman que alrededor de cincuenta mujeres mueren por año en la Argentina por complicaciones vinculadas a abortos realizados de manera clandestina, los grupos denominados “pro vida” argumentarán, naturalmente, que, entonces, cada año mueren, en Argentina, quinientos mil seres humanos “inocentes” por abortos.
Además, dar el debate en términos de “vida” corre el riesgo de olvidar que para los sectores que buscan la despenalización lo central es instalar la distinción entre “vida” y “persona” entendida como sujeto de derecho. Que hay vida desde la concepción nadie lo duda. Lo que se discute es cuándo esa vida se transforma en sujeto de derecho. Y es allí donde, como sucede en buena parte del mundo, aparece la posibilidad de justificar el hecho de que se puedan realizar legalmente abortos hasta las doce o catorce semanas del embarazo.                
Para concluir, creo que la mejor manera de defender robustamente el proyecto es evitar la variante de la falacia que supone que lo que se repite en los hechos debería transformarse en derecho y correr el eje de la discusión quitándolo del terreno de la “defensa de la vida (de la mujer)” y la salud pública. Para ser más claro: probablemente estas razones sean las que más conmuevan a la sociedad y las que acaben siendo más persuasivas pero, sinceramente, no creo que sean las más potentes. En este sentido, si bien, por supuesto, no está exento de controversias, los que abogan por la despenalización quizás encontrarían un terreno argumentativo más sólido si trasladaran el debate al terreno de un derecho que lo que busca es reguardar el valor de la autonomía de las personas.   
De hecho, si retomamos el fragmento de Thomson, una lectura posible de ello es la de la reivindicación del derecho de, en este caso, las mujeres, a disponer libremente de su cuerpo y a proyectar un plan de vida, características que, claramente, un embrión, como tal, no posee. Esto, a su vez, dejaría a los adversarios del debate prendidos de argumentos bastante débiles y arcaicos en torno a las supuestas potencialidades de esa vida.
Enfocarse en la autonomía es un argumento liberal y quizás sea por eso que los sectores de izquierda y del progresismo “nac and pop”, que hoy son los principales impulsores del proyecto, se sientan incómodos y prefieran esgrimir otras razones. Porque está claro que incomoda mucho a estos sectores aceptar que están defendiendo un argumento liberal y que en muchos casos llevan como banderas reivindicaciones que son liberales. Pero la incomodidad, las tensiones y los complejos al interior de movimientos, partidos o corrientes ideológicas, no parecen razones suficientes para despreciar un argumento sólido, provenga de la tradición que provenga.       


lunes, 23 de abril de 2018

Wikipedia: una manipulación oculta y silenciosa (publicado el 19/4/18 en www.disidentia.com)


Un productor de TV le pregunta a otro cómo presentar al próximo entrevistado. Lo más sensato hubiera sido que esa consulta se le hiciera al propio invitado, fuera de aire. Sin embargo el tiempo apremia y el productor interrogado sugiere que se lo presente tal como aparece en Wikipedia.
Este nimio episodio grafica la enorme incidencia que está teniendo sobre los personajes públicos pero también sobre hechos históricos, debates, conceptos, etc., esta enciclopedia construida de modo colaborativa por los usuarios de las redes y que, en virtud de su facilidad de acceso, ha reemplazado a las tradicionales enciclopedias en papel.  
Todos los que utilizamos computadoras consultamos con relativa asiduidad Wikipedia pero las generaciones más jóvenes han perdido la conciencia de las posibles manipulaciones que puede sufrir esta enciclopedia. Frente a ello, con los años, sus administradores intentaron establecer una serie de criterios para garantizar que la información que allí se vierte es fidedigna. Desde la fantasía de que a mayor cantidad de ediciones sobre un mismo tema existirá una tendencia hacia el equilibrio y la neutralidad, (como si ambas estuvieran en la mitad de posiciones radicalizadas y tergiversadoras), pasando por claudicaciones como suponer que un enlace (link) externo respaldatorio de la información sería garantía de credibilidad, y la contratación de “editores” que vendrían a zanjar las “diferencias de opinión”. Hablo de “claudicaciones” porque estuvieron años tratando de convencernos de lo maravilloso que era la colaboración desinteresada sin fines de lucro realizada por gente común y, de repente, los problemas surgidos de ese modelo se resuelven de la manera más ortodoxa y vertical, esto es, recurriendo a “editores” que ocupan el lugar de “sabios decisores” poseedores del conocimiento y a enlaces de notas publicadas en medios de comunicación tradicionales. Este último punto es por demás curioso porque, a contramano de lo que se busca instalar, la causa de la proliferación de la posverdad y de que cualquier fuente anónima en internet sea tomada como “fuente”, no son las redes sociales sino el descrédito en el que han caído medios tradicionales que hoy se han transformado en maquinarias de publicidad, espectáculo banal y operaciones políticas.
Poco importan ya las advertencias de que, como circulara hace algunos años, la gran mayoría de los artículos de Wikipedia sobre temas de salud, por ejemplo, contuvieran errores, o que, como publicara El país en 2016, hasta 4,7 millones de las ediciones que se hacen en la enciclopedia virtual las realicen los denominados “bots”, esto es, robots, o programas informáticos que incorporan las empresas para, entre otras cosas, hacer publicidad.          
A su vez, si dejamos de lado las automatizaciones, Wikipedia es enormemente vulnerable a usuarios particulares que por razones económicas, políticas o simplemente personales, manipulan un contenido que luego será replicado y consumido como verdadero por hordas de ingenuos que desconocen “la cocina” de estas publicaciones.
Por ejemplo, Ryan Holiday, en su libro Confía en mí, estoy mintiendo. Confesiones de un manipulador de los medios, explica las distintas estrategias que alguien como él, dedicado al marketing empresarial, ha utilizado para favorecer a las empresas que lo contrataban o perjudicar a rivales a través de manipulaciones, difamaciones personales y hasta extorsiones. Esto incluye propagar información falsa a través de Twitter, ofrecer presuntas primicias a portales web de baja calidad que suelen ser replicados por portales consagrados deseosos de actualización constante y poca afección al chequeo de las fuentes, y, por supuesto, la manipulación de Wikipedia a través de los enlaces a sitios pretendidamente serios.  
Entre las páginas 76 y 77 de la edición en español de Editorial Empresa activa, Holiday lo expone así: [Los periodistas que trabajan en portales online] están a merced de Wikipedia, porque ahí es donde hacen sus investigaciones. Lástima que personas como yo también manipulen. Nada ilustra esto mejor que la historia de un hombre que, por bromear, cambió en Wikipedia el nombre de la madre del cómico y actor Russell Brand, de Barbara a Juliet. Cuando poco después, Brand llevó a su madre como acompañante a la gala de los Premios de la Academia, Los Angeles Times publicó este titular online encima de su foto: Russell Brand y su madre Juliet (…) A veces he dado instrucciones a un cliente para que dijera algo en una entrevista, sabiendo que, una vez publicado, podremos insertarlo en Wikipedia y se convertirá en parte del relato estándar en los medios sobre él. Buscamos entrevistas para avanzar ciertos “hechos”, y luego hacemos que sean doblemente reales citándolos en Wikipedia”. 
Más allá de burlas o manipulaciones tendientes a promocionar una marca o a un artista, Holiday también explica cómo Wikipedia se utiliza para difamar y cómo son cada vez más frecuentes las “guerras de ediciones” en las que, en un breve lapso de tiempo, centenares de usuarios disputan el enfoque de un hecho o el perfil de un personaje generando que el artículo en cuestión quede “bloqueado” a nuevas ediciones. Con este truco, Wikipedia es, además de una enciclopedia virtual de libre disponibilidad, el terreno en el que operan grupos de presión interesados en dañar una marca, presentar su interpretación de un hecho determinado como la “versión oficial”, o dañar a un personaje público gracias a una difamación cuyo enlace remite a lo que pudiera haber publicado algún medio tradicional en el que el mismo grupo de presión logró instalar la difamación.           
 Entre las páginas 197 y 202 lo expresa del siguiente modo:
“Uno de mis primeros contratos importantes fue un acuerdo de USS 10.000 para ocuparme de un grupo de trolls que habían estado destrozando la página de una compañía en Wikipedia  llenándola de mentiras y rumores. Luego, estos “hechos” aparecían en los principales periódicos y en [portales] ansiosos de cualquier chisme que pudieran encontrar sobre la empresa (…) [Y una vez llegado a los medios tradicionales] “Es posible que” se convierte en “es”, el cual a su vez se convierte en “ha sido”, digo a mis clientes. Es decir, el hecho de que, en el primer sitio, “es posible que” alguien esté haciendo algo, al final de la ronda se ha convertido en que “está” haciendo algo. La próxima vez que mencionan tu nombre, miran atrás y añaden el pasado de tu última afirmación, tanto si fue eso lo que sucedió como si no”.
Como proyecto y como realidad, Wikipedia resulta ambicioso e insólitamente efectivo pues no parece haber nada de lo existente que no tenga allí un usuario que al menos le dedicara unas líneas. Sin embargo, el embelesamiento ante la ingenua pretensión de hallarnos en camino hacia la enciclopedia totalizante del conocimiento humano no debe hacernos perder de vista lo mencionado aquí. Porque como puede ilustrarnos y sacarnos del apuro para desasnarnos, en lo que respecta a la instalación del rumor como verdad, esto es, como indica Holiday, en el paso del “es posible que” al “es” y luego a la presunta confirmación del “ha sido” gracias a la cantidad de repeticiones, Wikipedia tiene un rol fundamental por el modo acrítico con que, en general, se toma la información allí vertida. Advertir sobre ello resulta hoy tan necesario como urgente.




martes, 17 de abril de 2018

No pienses en la pobreza (editorial del 15/4/18 en No estoy solo)


El neoliberalismo puede pretender y ser efectivo en la reducción de la pobreza. Lo que no pretende es reducir la desigualdad por más que, eventualmente, en algún período histórico pudiera hacerlo. Entender esto nos ahorraría muchísima energía en debates estériles cada vez que, en Argentina, se publica un nuevo número del INDEC.
Es que independientemente de la controversia en torno a un punto más o menos de inflación, ampliamente sospechados en todas las administraciones, resulta central identificar con precisión qué es lo que se discute y lo que se debe discutir. Porque pobreza y desigualdad parecen lo mismo porque forman parte del discurso biempensante de cualquier referente público y porque muchas veces, cuando baja el índice de uno también baja el índice del otro. Pero no son lo mismo. Por cierto, te propongo que hagas memoria y recuerdes cuántas veces oíste hablar de desigualdad a quien milita en expresiones neoliberales y de derecha.
Efectivamente, acabás de notar que en ese tipo de discurso está muy presente el combate contra la pobreza pero no contra la desigualdad. Esto demuestra que aun cumpliéndose el temerario “pobreza cero”, que lejos de ser un slogan, es una síntesis de lo que aquí pretendo exponer,  tendríamos algo muy importante que discutir. Dicho de otra manera, la tradición popular y/o progresista, debería advertir que, aun en ese escenario quimérico, restaría discutir el hecho de que la “pobreza cero” puede existir en paralelo a que la diferencia entre los más aventajados y los que menos tienen se agrande.
Porque un modelo sostenido en base al endeudamiento puede perfectamente ayudar a disminuir la cantidad de pobres en la medida en que una parte de esos dólares que ingresan se traduzcan en ingresos, directos o indirectos, a través de trabajo o planes, a los sectores más vulnerables. De hecho sería una práctica muy inteligente beneficiar a los más aventajados mientras contengo a los que menos tienen. Hasta podría llamarse “gradualismo”. Sin embargo, en paralelo, la diferencia entre el decil menos aventajado y el decil más aventajado puede aumentar. Veámoslo a partir de un experimento mental muy simple: Juan, el hombre más pobre de la sociedad, gana 10000 pesos y Pedro, el más rico, gana veinticinco veces más que Juan, esto es, 250000 pesos. Pero para no ser pobre hay que ganar más de 10999 pesos. Entonces el gobierno pide un préstamo en el exterior por 50000 pesos de los cuales le otorga, en formato de subsidio permanente a Juan, la suma de 1000 pesos y los otros 49000 acaban siendo absorbidos de una manera u otra por Pedro.
Bajo esta nueva distribución, el gobierno de esta comunidad tan ficticia como simple, podría esgrimir que logró sacar a Juan de la pobreza y, sin embargo, Pedro ya no gana 25 veces más que Juan sino más de 27 veces más (299000 pesos contra 11000 pesos).
Llegados a este punto se plantea un problema interesantísimo porque hay quienes con buen tino plantearían que independientemente de que la desigualdad aumentó, Juan, el que ganaba 10000, vive mejor ahora que gana 11000 y ya no es pobre. Y no les faltaría razón si el análisis se hiciera estrictamente sobre los ingresos y no sobre otras variables.
Sin embargo, esa discusión suele reemplazarse por otra y refiere al modelo de crecimiento. Sin ningún tipo de rigurosidad técnica, me gustaría plantearlo así: ¿Cómo hacer para que la torta crezca? La pregunta es pertinente porque el ejemplo de Juan y Pedro funcionaba en la medida en que la torta creciera, es decir, en la medida en que hubiera más dinero para repartir, aunque más no sea por un préstamo.
¿Entonces hacemos que la torta crezca impulsando a los que más tienen para que derrame a los más pobres o impulsamos que el crecimiento se dé por la inclusión de los que menos tienen?   
Por supuesto que en la práctica no existen modelos ideales que se inclinen por una u otra vía exclusivamente pero podría decirse que este esquema ejemplifica de manera más o menos simple la contraposición entre los últimos modelos de país que llegaron a la administración en la Argentina.  
Vos, como lector, tomarás partido por uno u otro modelo y seguramente deberás servirte de información especializada y comparativa para argumentar. Pero eso sí: si te considerás progresista y/o popular y creés que la discusión que se debe dar es sobre la pobreza y no sobre la desigualdad, es probable que caigas en una trampa. Quien mejor advirtió esto fue el lingüista cognitivo George Lakoff en su libro No pienses en un elefante para indicarle a los demócratas estadounidenses que no debían utilizar el lenguaje y los términos de los republicanos ya que en cada “nombrar” se libra una batalla semántica, política y cognitiva. La oposición al kirchnerismo lo entendió bien cuando llamó “cepo al dólar” a las restricciones a la compra del billete estadounidense porque la noción de “cepo” tenía una carga negativa per se y su contracara no puede ser otra que la libertad. Se supone que, entonces, si hay cepo se trata de una imposición artificial sobre algo que debería ser libre.
Y también lo entendió el kirchnerismo cuando en vez de hablar de “matrimonio gay”, es decir, una reivindicación que aparecía como vinculada a una minoría, se habló de “matrimonio igualitario”, lo cual cambió el eje radicalmente para pasar de una presunta prerrogativa “exclusiva” y acotada a un grupo, a un derecho “inclusivo” que nos ponía a todos los ciudadanos en pie de igualdad.     
Por todo esto, si la oposición al gobierno actual se va a preocupar más por la pobreza que por la desigualdad estará hablando el lenguaje de su adversario. Y, por cierto, ni siquiera hace falta leer a ningún lingüista cognitivo norteamericano para darse cuenta que, si eso sucede, la discusión estará perdida de antemano.    



jueves, 12 de abril de 2018

Lula y una pregunta sin respuesta (editorial del 8/4/18 en No estoy solo)


Para tratar de echar algo de luz sobre lo que sucede en Brasil me serviré de una categoría que se viene popularizando en los últimos meses y que se conoce como “Lawfare”. Se trata de un término en inglés que suele traducirse como “guerra jurídica” y no hace otra cosa que dar cuenta de un fenómeno que ha sido bastante notorio al menos en Latinoamérica durante la última década. Me refiero a la utilización de la ley y el poder judicial que hacen determinados factores de poder con el objetivo de perseguir políticamente a sus adversarios. Tal persecución puede incluir presiones de instituciones internacionales, encarcelaciones preventivas y denuncias varias. Lo que se busca es desplazar al adversario político de la arena pública y, para ello, naturalmente, se cuenta con la complicidad de medios de comunicación cuya ideología es afín a esos intereses. Si la cárcel o el juicio político no es alcanzado, al menos se logrará el desgaste gracias a la difamación y la cada vez más frecuente presunción de culpabilidad que pone de cabeza toda la historia del derecho occidental.
Los gobiernos de derecha siempre entendieron que el statu quo debía garantizarse en el terreno de la ley y por ello siempre repito que la crítica a gobiernos de derecha, como el de Menem, no debe dirigirse a lo que hicieron “por izquierda”, ilegalmente, sino a la red jurídica que construyeron “por derecha”, esto es, legalmente y cumpliendo todas las formalidades del caso. Es que, naturalmente, los sectores de poder, sea que llegaran a la administración del Estado vía fraude o golpe militar, entendieron que podían hacerse fuertes en el Poder Judicial, el único de los poderes cuya composición no depende de la voluntad popular. Así, con una Constitución acorde a sus intereses o, al menos, con intérpretes afines en espacios clave, sería posible limitar el eventual afán transformador de cualquier gobierno popular.        
Seguramente por distintas razones, después de la década del 40 y la ola de reformas constitucionales enmarcadas en la tradición del constitucionalismo social, los movimientos populares subestimaron la importancia que tenía dar la disputa en torno a la ley, probablemente amparados en la idea de que el cambio era revolucionario o no era nada.  
Descartada la lucha armada, y con algunas décadas ya de gobiernos democráticos y pacíficos, el siglo XXI pareció inaugurar una nueva mirada y la última ola de gobiernos populares de la región tomó nota de que la ley y el Poder Judicial no oficiaban como espacios neutrales, sino que los intereses contra los que estos gobiernos disputaban tenían allí a su principal expresión. En Venezuela, Bolivia y Ecuador se modificó la Constitución y se inauguró una línea de nuevo constitucionalismo social que, en general, se caracterizó por la ampliación de derechos, el incentivo a la participación popular y el reconocimiento del carácter pluriétnico de la comunidad.
Pero aun con reforma constitucional, una estrategia de “Lawfare” puede ser efectiva porque funciona en el terreno de la justicia ordinaria, con jueces y fiscales en puestos clave y la presión de los poderes fácticos especialmente a través de un mapa de medios cada vez más concentrado. Así sucede en Argentina y en Brasil. Y si de vecinos hablamos, no olvidemos que hace algunos años, en Paraguay, esta estrategia se cargó un gobierno legítimo.      
¿Esto significa que todos los gobiernos populares ganarían el premio a la transparencia? Por supuesto que no ni tampoco es una defensa del “roban pero hacen”. Pero en Paraguay cayó un presidente con pruebas en su contra que el tribunal obtuvo de la tapa de los diarios opositores, en Brasil, Dilma Roussef fue destituida por una asunto administrativo irrisorio, y en Argentina CFK tiene pedido de prisión por una causa delirante. Una vez más, esto no absuelve a cada uno de estos referentes de errores o, incluso, de sendos casos de corrupción al interior de sus gobiernos pero la trampa está en hacernos creer que el modelo que defendían los gobiernos populares era de por sí corrupto y que la disputa es entre populismo y transparencia cuando, en todo caso, es entre gobiernos populares y gobiernos neoliberales. Así, entonces, confundir "popular" con “corrupto” y “neoliberal” con “transparente” es la gran maniobra de todo un dispositivo conceptual que viene instalándose desde hace ya mucho tiempo.   
Quedará, por supuesto, para el futuro, brindar, sin hipocresía, una discusión en torno a cómo es posible un financiamiento de la política que no sea opaco pero que, a su vez, no quede a merced de los grandes capitales porque de ser así será imposible que un candidato que vaya contra esos intereses pueda vencer. Es una discusión incómoda pero habrá que darla. Con todo, más incómodo aún será pensar cómo se sale de este callejón en el que una democracia acaba siendo dirigida y gobernada por el único poder que no se somete a la voluntad popular en complicidad con los sectores más concentrados del capital. Descartada, por suerte, cualquier solución violenta, este interrogante es el que debe estar sobrevolando la mente de todo referente popular de Latinoamérica. Desconozco qué respuesta se puede dar pero ninguna de las que se han dado hasta ahora parece estar a la altura del problema.    



domingo, 8 de abril de 2018

La tiranía del verse y sentirse bien (publicado el 5/4/18 en www.disidentia.com)


Debes tomar ese yogur y una aspirina si sientes cansancio; debes realizar una dieta saludable, ingerir importante cantidad de agua y complementar con un complejo vitamínico; a los cuarenta años comenzar chequeos varios, no dejarte vencer por el sedentarismo y realizar ejercicios periódicamente. Pero no solo debes verte bien “por dentro” sino también “por fuera” y tu fealdad esencial ya no es excusa porque tienes cremas anti age, implante capilar y cirugías de abdomen, senos, nalgas, nariz, vagina, mentón, labios y pómulos.
Es que efectivamente vivimos en los tiempos de la tiranía del “sentirse y verse bien”, modelo que solo puede comprenderse en el marco de una “sociedad del rendimiento” y una “sociedad de la iluminación”.
Es el filósofo coreano Byung Chul Han el que habla de una “sociedad del rendimiento” en la que el explotador ya no es un otro sino nosotros mismos y en el que todo orden de nuestras vidas está llamado a ser maximizado en una carrera constante y presuntamente meritocrática. Y, claro está, desde mi punto de vista, esto incluye no solo lo estrictamente laboral o profesional sino aspectos como la salud y la belleza. Hay que maximizar el rendimiento de la salud y también maximizar la belleza ayudados por la ciencia y el control de los datos personales.  
Pero se trata también de una “sociedad de la iluminación”, como denominé en mi libro El gobierno de los cínicos, esto es, una sociedad que a diferencia del iluminismo del siglo XVIII ya no utiliza la razón para iluminar un horizonte de progreso sino que dirige sus reflectores hacia los propios sujetos para exponer su vida íntima en el mercado de los big data. Rendimiento extremo y visualización total podrían ser, en resumen, los dos grandes títulos de esta época.
Ahora bien, cuando tratamos de pensar esta problemática solemos acudir a clásicos de la literatura distópica como la pastilla “Soma” de Un mundo feliz o el “Gran hermano” que todo lo observa en 1984. Es correcto que busquemos en estos trabajos pero si de comprender el fenómeno en toda su extensión se trata, me permitiré sugerirles una novela mucho menos conocida y, por cierto, bastante anterior. Me refiero a Erewhon, del inglés Samuel Butler, publicada originalmente en 1872. El título, anagrama de “Nowhere”, y que podemos traducir como “en ninguna parte”, nos remite a la definición de utopía que, en el caso de esta novela, deberíamos definir como “utopía negativa” en la medida en que el autor, a través de la invención de una civilización aislada que se encontraría más allá de las montañas, busca proyectar una crítica feroz al espíritu victoriano de la época. Si bien también resulta interesante cómo Butler utiliza varios capítulos para ingresar en la discusión entre Darwin y Lamarck, quisiera detenerme en los detalles asombrosos que serán útiles para el desarrollo de estas líneas. Es que, en Erewhon, los feos eran sacrificados y estar enfermo era un delito penal. Las razones de este particular enfoque no deberían sorprender a la luz de lo expuesto al principio puesto que el enfermo no solo es un “fracasado” que no lograría realizarse sino que supone gastos para la sociedad toda y un riesgo para cada uno de los individuos que la componen. En la página 136 de la edición de Akal de 2012, la lectura de la sentencia de un juez de Erewhon frente a un joven “acusado” de tener tuberculosis es elocuente:

“Me aflige ver a alguien tan joven y con tan buenas perspectivas en la vida rebajado a esta condición penosa a causa de su constitución, que únicamente cabe considerar como maligna. Sin embargo, su caso no es uno en el que haya que mostrar compasión, no es éste su primer delito: ha llevado usted una vida criminal […]. Se le condenó a usted el año pasado por bronquitis aguda y ahora que tiene usted veintitrés años, ha pasado por la cárcel en no menos de catorce ocasiones por enfermedades más o menos odiosas”.


Pero hay una segunda razón por la cual enfermarse es un delito en Erewhon. Y es una razón política. Me refiero a algo que ya en el siglo XIX se conocía bien y que podemos identificar como el riesgo de una “tiranía de los médicos”. El juez lo expone en el mismo veredicto de la siguiente manera:

“Pero independientemente de esta consideración e independientemente de la culpa física que acompaña a este grave delito suyo, hay otro motivo por el cual no deberíamos mostrar clemencia, aunque nos sintiésemos inclinados a ello. Me refiero a la existencia de ciertos hombres que permanecen escondidos entre nosotros a los que llaman médicos. En caso de que se relajase el rigor de la ley o de la opinión pública tan solo un poco, estas personas descarriadas, que se ven obligadas ahora a trabajar en secreto y a las que solo corriendo un gran riesgo se puede consultar, pasarían a frecuentar los domicilios, su organización y su conocimiento íntimo de los secretos familiares les daría tal poder político y social que no se podría resistir. El cabeza de familia estaría subordinado al médico, que interferiría entre marido y mujer, amo y sirviente, hasta que el poder de la nación recayera únicamente en manos de los médicos y todo aquello que apreciásemos estuviese a su disposición”.

En la actualidad, la impronta de la palabra médica tiene plena vigencia y si bien ya no metemos a los médicos en nuestras casas, en una sociedad medicalizada y desterritorializada como la nuestra, la automedicación en aras del rendimiento es mucho más efectiva. En este sentido, resulta gráfico examinar cómo el consumo de anfetaminas, que en los años sesenta funcionaba como un acto de rebeldía para excluirse del sistema, hoy ha crecido entre las clases más pudientes en la búsqueda de mayor concentración y más productividad durante el día, es decir, en la búsqueda de mejorar el rendimiento para poder ser parte del sistema. Así, no resulta casual que la plataforma de películas y series online con más usuarios, dedique el documental “Take your pills” para denunciar el consumo cada vez más masivo de Adderall en Estados Unidos, tanto en adultos como en niños, gracias a que se sobrediagnostican trastornos de conducta, ansiedad y concentración.
En silencio, Occidente parece haberse convertido en Erewhon. ¿Quién podría haber imaginado que admitir sin más esta incipiente calvicie, sumar un gramo más, realizar un ejercicio menos y escupir este yogur podrían transformarse en todo un gesto de rebeldía? 


domingo, 1 de abril de 2018

Posescrache: el odio universal en las redes sociales (publicado el 21/3/18 en www.disidentia.com)


Una periodista escribe un artículo ofensivo y sensacionalista contra una activista discapacitada y como consecuencia de ello recibe centenares de insultos en las redes y hasta se inicia una campaña virtual para que se firme un petitorio en el que exigen que la echen del periódico. Un día después aparece muerta. Lo mismo le ocurre a un cantante de rap que es repudiado salvajemente en las redes sociales después que, en el prime time de la TV, se burla y maltrata a un niño de nueve años que era su admirador. 
Una joven participa de una manifestación y no tiene mejor idea que subir una foto en la que simula estar orinando un monumento histórico. Minutos más tarde observa angustiada cómo centenares le desean la muerte en una red social. Se produce una shitstorm, un linchamiento mediático, en la que, al igual que en los otros dos casos, su nombre es parte de un hashtag que comienza con “Muerte a…”. Horas más tarde, muere.
Una mujer fotografía a un hombre en el metro afirmando que la acosaba y lo sube a las redes. Sin embargo, el presunto acosador era solamente un hombre con problemas mentales. Los usuarios no le perdonaron la mentira/el error a la mujer y la maltrataron en las redes con insultos y amenazas. Emocionalmente no pudo aguantar el escarnio y decidió cortarse las venas en la bañera. Por suerte su novio llegó a tiempo para socorrerla.
Los cuatro casos aquí mencionados son parte de la trama del capítulo seis de la tercera temporada de la serie inglesa Black Mirror, creada por Charlie Brooker, y que se denomina “Odio Nacional”. En este capítulo existe un juego virtual en el que diariamente los usuarios votan lo que consideran “la persona más odiada” y lejos de tratarse de un fenómeno circunscripto a las redes, sus consecuencias son bien reales pues derivan en el asesinato del señalado a través de un complejo sistema que incluye unas abejas robot autónomas que no viene al caso desarrollar aquí. Porque donde quisiera posarme es en este fenómeno tan particular de las “tormentas de mierda” de las redes sociales para, desde allí, reflexionar sobre lo que denominaré “Posescrache”.
Para quien no esté familiarizado, aclaremos que, en forma diaria, los usuarios de las redes sociales suelen destilar el odio hacia alguna figura pública o algún personaje que por diversas razones haya tenido sus quince segundos de fama gracias a una viralización. No es nada personal y, en la mayoría de los casos, el acoso dura unas horas para ser reemplazado por un nuevo objeto de odio al día siguiente. Les mencioné que en la serie de Charlie Brooker aparecen unas abejas asesinas y no hay mejor elección metafórica porque las tormentas de mierda se producen gracias a que las redes sociales funcionan con la lógica del enjambre que, como diría el sociólogo polaco Zigmunt Bauman en su libro Mundo consumo, no son identidades estables ni colectivos cohesionados capaces de perdurar en el tiempo sino individuos/usuarios que “se juntan, se dispersan y se vuelven a reunir en ocasiones sucesivas, guiados cada vez por temas relevantes diferentes y siempre cambiantes, y atraídos por objetivos o blancos variados y en movimiento”. En el enjambre no hay solidaridad, ni vínculos perdurables. Menos aún sentido de pertenencia a una unidad trascendente. Es un viaje casual en el que circunstancialmente tenemos a un compañero de tránsito que no nos acompañará en el enjambre de mañana. Lo único que importa para el enjambre es el número, porque opera allí la falacia de cantidad por la cual, si somos muchos no podemos estar equivocados. Además, claro está, el “quedarse afuera” del odio del día es castigado con el desprecio que tiene la red hacia todo aquel o aquello que no esté “actualizado”.
Ahora bien, las tormentas de mierda que destilan odio muchas veces se superponen o son partícipes necesarias de una nueva forma de “escrache”. Como ustedes sabrán, al menos en Argentina, los escraches tienen un origen muy preciso y claro: se trató de la condena social que impulsaron agrupaciones de Derechos Humanos tras lo que se conoce como las “leyes de impunidad”, esto es, las leyes de “Punto final”, “Obediencia debida” y, sobre todo, la del “Indulto” que, a principios de la década del 90, hizo que los jerarcas de la dictadura más brutal que sufriera el país salieran libres con total impunidad. El mecanismo del escrache y la condena social han sido siempre controvertidos porque apelan a un derecho natural que nunca está exento de controversias y, sobre todo, porque es incapaz de acordar una proporcionalidad de la pena. Con todo, si bien asumo que puede haber buenas razones en su contra, entiendo que, en su origen, el escrache fue el único mecanismo que encontraron las víctimas cuando una decisión política echó por tierra sendas sentencias judiciales en las que se presentaron pruebas, se comprobó la culpabilidad y se asignaron las penas correspondientes según un código vigente.
Las nuevas formas de escrache comparten con el original su incapacidad para determinar una pena objetiva. Porque una persona que suba un video con un chiste racista hasta otra que sea pescada in fraganti intentando sobornar a un oficial que le quiere llevar el auto, pasando por una madrastra que mata a su hijastro, alguien acusado injustamente de un delito por una persona que lo quiere dañar o un periodista que le haga bullying a una modelo, etc. son pasibles de recibir repudios y pedidos de castigos que van desde exigir que abandone su trabajo hasta la pena de muerte bajo tortura en la plaza pública. Todo esto con el agravante de que la tormenta de mierda puede pasar pronto pero la web no da el derecho al olvido que naturalmente se da en la vida real. Así, una difamación, burla o acusación justa o injusta estará siempre allí presente disponible para cualquier que navegue por un Buscador.  
Pero a su vez, este posescrache se distingue del anterior en que no necesita de la justicia ni de prueba alguna para justificar su accionar. De hecho, en la mayoría de los casos actúa antes que la justicia y en muchos casos lo hace sobre hechos que ni siquiera son judicializables.  En todo caso, la justificación se basa en aspectos subjetivos, casi siempre en el marco de las modas y los temas del momento según lo indique circunstancialmente el enjambre de hoy. Este punto es importante porque si bien en todos los países del mundo hay críticas al funcionamiento de la justicia, lo cierto es que en las repúblicas democráticas existen mecanismos básicos de control de las pruebas y posibilidad de apelaciones a instancias superiores. En la lógica del posescrache nada de esto importa: lo que importa es la catarsis de odio contra determinadas personas por razones que pueden ser personales, morales, legales, culturales y que, por supuesto, en muchos casos son atendibles pero, claro, en otros no. Asimismo, lejos de la función que trasunta el espíritu de la gran mayoría de los sistemas jurídicos, vinculados no solo al castigo adecuado y a la protección de la sociedad sino también a una “reeducación” como paso previo a una reinserción del castigado en la sociedad, el posescrache opera como castigo difuminado pero constante y eterno como un loop incesante. El posescrachado, así, padece una pena borrosa, en el mejor de los casos, pero incapaz de saldar mientras Google y eventualmente Wikipedia sigan priorizando los artículos y expresiones que tuvieron como objeto al individuo o a los hechos que éste habría protagonizado.    
Esta permanencia no es contradictoria con el hecho de que, a su vez, el posescrache sea parte de una lógica de funcionamiento de las redes que necesita constantemente culpables que, a su vez, sean fugaces, porque el negocio está en la velocidad y en la novedad ya que la catarsis del odio necesita nuevos objetos de consumo para depositar su malestar y frustración. No hay contradicción porque de lo que se trata es de la intensidad, brutal, obscena y violenta durante la shitstorm y luego más débil pero ubicua y asfixiante cuando el damnificado nota que el agravio se diseminó por toda la red.
Se trata de un fenómeno de alcance universal, como el odio, cuyas consecuencias ya resultan palpables y hacen que el capítulo de Black Mirror no deba entenderse como ficción sino como un episodio descriptivo del más crudo realismo.