jueves, 26 de abril de 2018

Algunas razones equivocadas para despenalizar el aborto (editorial del 22/4/18 en no estoy solo)


 “Te despertás en la mañana y de espaldas a vos se encuentra en la cama un violinista inconsciente. Un famoso violinista inconsciente. Se ha comprobado que él tiene una enfermedad renal grave, y la Sociedad de Amantes de la Música sondeó todos los registros médicos disponibles y encontró que solo vos tenés el tipo de sangre para ayudarlo. Por ello, te han secuestrado y anoche han conectado el sistema circulatorio del violinista al tuyo, así tus riñones podrán ser usados para extraer el veneno de la sangre de él, así como el de los tuyos. El director del hospital, ahora te dice: “Mire, nosotros sentimos que la Sociedad de Amantes de la Música haya hecho esto  –si lo hubiésemos sabido nunca lo hubiésemos permitido. Pero aún así, lo hicieron, y el violinista está ahora conectado a usted. Desenchufarlo sería matarlo. Pero no importa, es solo por nueve meses. Para entonces, ya se habrá recuperado de su enfermedad y con seguridad podrá ser desconectado de usted”. ¿Es moralmente vinculante para vos acceder a esta situación? No cabe duda de que sería muy amable de tu parte si lo hicieras, una gran bondad. ¿Pero tenés la obligación de acceder a ella?”

El párrafo anterior pertenece a la filósofa estadounidense Judith Jarvis Thomson, fue publicado en 1971 y se ha transformado en un clásico de la literatura sobre despenalización del aborto. Si bien su argumentación no estuvo exenta de críticas, lo que la autora intenta señalar es que del derecho a la vida (de un embrión o un feto) no se sigue que exista un derecho a utilizar el cuerpo de otra persona ni tampoco una obligación moral de la dueña de ese cuerpo para con esa vida. Es decir, si te parece razonable que nadie puede exigirte que estés atado a un violinista durante nueve meses aun cuando desconectarte supusiera la muerte de él, encontrarías allí una analogía para justificar que, aun reconociendo que se debe proteger la vida de un embrión, nadie podría obligarte a que sacrifiques tu cuerpo en pos de ello.
Traigo a colación este texto porque en estas semanas en las que se produce el debate en comisiones del Congreso y en el que escuchamos las posiciones a favor y en contra del proyecto de despenalización del aborto, tengo la sensación de que más temprano que tarde se transformará en ley pero los argumentos que se esgrimen para defenderlo no son los mejores.
De hecho, uno de los que más se utiliza para defender la despenalización podría entenderse como una variante de la “Falacia naturalista”, aquella que del “ser” deriva un “deber ser”. Me refiero al que indica que dado que los abortos se realizan igual, de manera clandestina y con el consabido riesgo que para la madre conlleva, entonces, habría que legalizarlos. No hay ninguna duda de que la ilegalidad de la práctica de la interrupción del embarazo no ha hecho que las mujeres dejen de realizarla pero el mismo argumento podría utilizarse para quitar las multas de quienes pasan los semáforos en rojo. Es decir, a nadie se le ocurre afirmar que dado que, a pesar de las multas existentes, los automovilistas siguen pasando en rojo, entonces, habría que dejar de multarlos. En todo caso, este tipo de argumento funciona para los casos en que hay nuevas costumbres inocuas que hacen a las leyes obsoletas o, creo que este podría ser el caso, ante la suposición de que lo que se está cercenando es un derecho. El punto es que hay sectores de la sociedad que consideran que el derecho del embrión está por encima del de la mujer.
Asimismo, primo hermano de este argumento es aquel que afirma que despenalizando el aborto acabaríamos con el negocio millonario de las clínicas que realizan abortos clandestinos y de los laboratorios que aumentan los precios de las pastillas que producen los abortos. Sin dudas es así, pero, por ejemplo, a nadie se le ocurriría despenalizar el tráfico de animales en riesgo de extinción para acabar con el negocio clandestino de la compra y venta de los mismos. Si bien podría pensarse que el argumento obedece a razones pragmáticas y no a una valoración moral sobre aquello que se despenaliza, no es el pragmatismo el que podría distinguir entre los casos del aborto clandestino y el tráfico de animales en riesgo de extinción, sino la suposición de que detrás del aborto hay un derecho de las mujeres lo cual hace que el pragmatismo, entonces, se transforme en secundario.  
Pero hay un segundo argumento muy utilizado en favor de la despenalización y es el que hace hincapié en la protección de la vida de la madre. Efectivamente, si bien la estadística varía, es evidente que existen muertes de mujeres, en su mayoría pobres, por abortos realizados en condiciones inapropiadas y que la despenalización evitaría esas muertes. Sin embargo, el error de esta argumentación es que hace foco en la problemática de “la vida” ya que ese eje es justamente el que utiliza el adversario. En otras palabras, si quienes buscan la despenalización afirman que alrededor de cincuenta mujeres mueren por año en la Argentina por complicaciones vinculadas a abortos realizados de manera clandestina, los grupos denominados “pro vida” argumentarán, naturalmente, que, entonces, cada año mueren, en Argentina, quinientos mil seres humanos “inocentes” por abortos.
Además, dar el debate en términos de “vida” corre el riesgo de olvidar que para los sectores que buscan la despenalización lo central es instalar la distinción entre “vida” y “persona” entendida como sujeto de derecho. Que hay vida desde la concepción nadie lo duda. Lo que se discute es cuándo esa vida se transforma en sujeto de derecho. Y es allí donde, como sucede en buena parte del mundo, aparece la posibilidad de justificar el hecho de que se puedan realizar legalmente abortos hasta las doce o catorce semanas del embarazo.                
Para concluir, creo que la mejor manera de defender robustamente el proyecto es evitar la variante de la falacia que supone que lo que se repite en los hechos debería transformarse en derecho y correr el eje de la discusión quitándolo del terreno de la “defensa de la vida (de la mujer)” y la salud pública. Para ser más claro: probablemente estas razones sean las que más conmuevan a la sociedad y las que acaben siendo más persuasivas pero, sinceramente, no creo que sean las más potentes. En este sentido, si bien, por supuesto, no está exento de controversias, los que abogan por la despenalización quizás encontrarían un terreno argumentativo más sólido si trasladaran el debate al terreno de un derecho que lo que busca es reguardar el valor de la autonomía de las personas.   
De hecho, si retomamos el fragmento de Thomson, una lectura posible de ello es la de la reivindicación del derecho de, en este caso, las mujeres, a disponer libremente de su cuerpo y a proyectar un plan de vida, características que, claramente, un embrión, como tal, no posee. Esto, a su vez, dejaría a los adversarios del debate prendidos de argumentos bastante débiles y arcaicos en torno a las supuestas potencialidades de esa vida.
Enfocarse en la autonomía es un argumento liberal y quizás sea por eso que los sectores de izquierda y del progresismo “nac and pop”, que hoy son los principales impulsores del proyecto, se sientan incómodos y prefieran esgrimir otras razones. Porque está claro que incomoda mucho a estos sectores aceptar que están defendiendo un argumento liberal y que en muchos casos llevan como banderas reivindicaciones que son liberales. Pero la incomodidad, las tensiones y los complejos al interior de movimientos, partidos o corrientes ideológicas, no parecen razones suficientes para despreciar un argumento sólido, provenga de la tradición que provenga.       


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