jueves, 29 de diciembre de 2011

"2011 superado, sin sobresaltos" (publicado el 29/12/11 en Veintitrés)

Sonaría raro afirmar que un año tan intenso como éste, con elecciones ejecutivas nacionales y provinciales, ha sido también un año sin grandes sobresaltos, pero si juzgamos en términos relativos tal afirmación puede tener cierto sentido. El 2011 fue el año de los triunfos de los oficialismos impulsados justamente por la aplastante aceptación que obtuvo el oficialismo nacional en las primarias de agosto y en la primera vuelta de octubre. Así, paradójicamente el gran repunte obtenido por el kirchnerismo y el clima general de apoyo a las principales políticas del gobierno, arrastró votos para fuerzas opositoras al gobierno que estaban al frente de provincias, ciudades y municipios.

Además, las elecciones desnudaron una patética ausencia programática y de liderazgo en la oposición, si bien el triunfo de CFK se debió más a virtudes propias que a deficiencias ajenas. Uno por uno, fuimos testigos desde principios de 2011, del modo en que se intentaron impulsar candidatos que eran incapaces de mover el amperímetro o de vehiculizar la libido de una importante porción de la ciudadanía que tiene un rechazo visceral a todo lo que sea kirchnerista. Bien asesorado, antes de la paliza, Macri se bajó; Cobos aún lo está pensando; Ernesto Sanz quiere ser presidente pero la ciudadanía no sabe quién es Ernesto Sanz; Duhalde decía que podía y sólo pudo duplicar los votos del PO; Pino Solanas atravesó una navidad en solitario y apenas recibió el llamado de Marcelo Bonelli; la comandante Elisa Carrió pasó a la clandestinidad y la UCR aprendió que no se puede ganar una elección con un traje, una voz y unos gritos encarnados en lo que parecía menos un candidato que un “doble de riesgo”. El escenario es que ya no hay crisis de partidos pues ya no hay partidos, salvo el PJ, y las condiciones no parecen capaces de cambiar en el corto plazo. De este modo, Macri, la esperanza blanca de la derecha, no deja de ser todavía una expresión vecinal y el FAP un rejunte de indignados con tibias buenas intenciones.

Asimismo, como sucede en todos los países del mundo, por tratarse de un año electoral, el gobierno no intentó avanzar con iniciativas polémicas que pudieran modificar el paso seguro hacia el triunfo. En un contexto donde la mayoría legislativa se lograba con una sumatoria de átomos anti Kirchneristas desperdigados, el resultado fue el esperado: poco movimiento en las cámaras y ninguna ley que supusiera un cambio estructural como supimos tener en años anteriores. Claro está que esta situación cambió radicalmente a partir de la asunción de los nuevos legisladores el 10 de diciembre pues, con mayoría a su favor, el gobierno no sólo obtuvo la aprobación del presupuesto que insólitamente le había sido negada para el corriente año, sino que avanzó en un paquete de leyes que si no son de la importancia de la ley de medios o la recuperación de los fondos previsionales, puede pensarse como, en algunos casos, el inicio y, en otros, la profundización, de políticas gubernamentales capaces de generar cambios sustanciales. En este sentido, se sabe que tras crear 5.000.000 de puestos de trabajo, lo central es mejorar la calidad del mismo y seguir bajando los niveles de informalidad. De aquí que no sea casual la sanción de un nuevo estatuto del peón mientras el “Momo” Venegas patalea por la pérdida de la caja y sus húsares sólo son festejados en carnaval. Otro aspecto central donde profundizar los avances producidos por la ley de medios fue en la sanción de la ley que declara de interés público la producción, comercialización y distribución del papel para diarios. Es difícil defender la insólita posición dominante de Clarín y La Nación al frente de Papel Prensa aun cuando se probara que obtuvieron las acciones de la empresa sin la complicidad del gobierno militar. Igualmente, hay editorialistas que lo intentan aunque, claro está, con resultado infructuoso y, por momentos, risueño.

Por último, también se sancionó la ley de tierras lo cual es un primer paso que pone coto a la extranjerización y que debiera ser el inicio de una discusión que en Argentina lleva nada menos que 200 años: la tenencia de la tierra, sea que esté en manos de capitalistas argentinos, sea que esté afectada por inversores de otros lares.

Por otra parte, fuera del ámbito de las cámaras legislativas, tras ganar la elección en octubre, apareció la necesaria revisión de la política de subsidios en un contexto internacional y nacional que exige cirugía más delicada. A nadie le gusta que le aumente nada pero si en la gran mayoría de los casos pagábamos bimestralmente por Luz, Gas y Agua juntos, lo mismo que abonamos por dos entradas para ver en 3D a El gato con Botas, parece razonable repensar a quiénes se está subsidiando.

Ahora bien, en lo que respecta a construcción política, sin duda, el 2011 estuvo signado por la muerte de Néstor Kirchner producida a fines del año anterior. En tal sentido hubo algunos indicios de un intento del gobierno por generar las condiciones para la irrupción de una nueva base de legitimidad por fuera de las estructuras tradicionales. En otras palabras, el armado de las listas nacionales arrojó un fuerte recambio generacional que postergó a sectores del aparato justicialista y del campo sindical. Si esto logrará mantenerse y si los ungidos tendrán la capacidad para hacer frente a los furiosos embates que ya están recibiendo, es algo que sólo el tiempo dirá.

La oposición y la crisis vista desde lejos

Ahora bien ¿cuál fue la verdadera oposición a lo largo de este año de electoral? No hay dudas al respecto pues la principal usina de ideas siguió siendo la que se marca desde los titulares de los diarios pertenecientes a los multimedios de posición dominante.

En esta línea, la estrategia de las corporaciones económico-mediáticas pasó por asumir el rol, “políticamente correcto”, de minoría. En otras palabras, la justamente denostada política comunicacional del gobierno, una de las principales causantes de la derrota en torno a la 125, se ajustó notablemente en el marco de la discusión sobre la ley de medios al punto de haber logrado ganar la batalla en la opinión pública. De aquí que la nueva estrategia de los medios de posición dominante sea la épica del perseguido, la de ser representantes de la resistencia frente a un presunto poder despótico voraz. De ahí se siguieron una serie de sobreactuaciones como la famosa tapa en blanco el día en que un grupo del ahora caucásico y republicano, ex negro extorsionador, Hugo Moyano, había, torpemente, impedido la circulación del diario Clarín; o la tapa de hace unos pocos días con el artículo 32 de la Constitución, algo que sólo sirvió para que muchas señoras regresen de la verdulería con una parte sensible de nuestra Carta Magna envolviéndole los huevos. Justamente en torno a la libertad de expresión se dio el debate alrededor de Vargas Llosa devenido ícono de la libertad tras la poco feliz carta de Horacio González y la igualmente poco feliz defensa de esa carta que hicieron algunos intelectuales afines al gobierno.

En cuanto a operaciones de prensa las hubo aunque con suerte y fundamento dispar. El caso “Sueños compartidos” y la utilización de Schoklender para desprestigiar a las Madres, en tanto uno de los bastiones de legitimidad en los que se supo erigir el gobierno, fue eficaz en la elección porteña aunque, por supuesto, no es la única razón para explicar el triunfo de Macri. Asimismo, que haya habido una operación vergonzante en torno al ex apoderado de las Madres, personaje siniestro si los hay, no puede eximir al Estado de ser más exigente en los controles ni de revisar la forma en que “terceriza” la construcción de viviendas.

Siguiendo con las operaciones, la última fue la corrida bancaria que llevó al estrellato a un nuevo personaje de la sitcom de la city: “el dólar blue”. El eufemismo “dólar blue” es una de esas construcciones capaces de canalizar la arbitrariedad del que realiza la operación mediática pues como su precio no es oficial cualquier periodista puede cuantificar su odio cotizándolo lo que le dé la gana.

Por último pareció bastante claro cómo a lo largo de todo el año, ante la imposibilidad de construir una alternativa de gobierno, los medios apuntaron a atacar cada uno de los pilares del kirchnerismo más allá de que en algunos casos tal ataque podía llegar a tener cierto asidero. Al ya mencionado caso de las Madres de Plaza de Mayo lo cual, como en una pendiente resbaladiza, buscaba poner en tela de juicio toda la política de derechos humanos, le podemos agregar el affaire del puticlub de Zaffaroni, situación por la que se intentó hacerlo renunciar y, a la vez, llevar al desprestigio a una Corte Suprema inobjetable.

Por su parte, el caso de La Cámpora mezclado con Aerolíneas naufragó por acción indirecta de la quiebra de American Airlines dos días después de que la editorialista de Clarín Susana Viau propusiera tomar la Aerolínea estadounidense como modelo a seguir. Pero junto a omniscientes opinadores seriales como Enrique Piñeyro y la ayuda de gremios anti kirchneristas, tuvimos semanas de debates técnicos que desviaban el núcleo de la discusión, esto es, si una aerolínea de bandera resulta un derecho y una necesidad para el país o es un mero servicio que puede estar en manos de la lógica eficientista del capital privado. En cuanto al ataque a los intelectuales que adhieren al modelo, éste se dio alrededor del ya mencionado “caso Vargas Llosa” y la operación que se mantuvo constante, aunque con algunos picos de excitabilidad, fue la de la relación entre el gobierno y el sindicalismo. Desde la reacción corporativa de Moyano en defensa del Momo Venegas allá por principio de año hasta su último discurso crítico, se azuza una ruptura que no conviene a ninguno de los involucrados pero menos que menos conviene a Moyano.

Si bien todo lo relatado puede dar a entender que estuvimos lejos de un año tranquilo, reservemos el final de la nota para pensar qué lugar estamos ocupando frente a una preocupante crisis internacional. Aquí, haciendo hacer una separación bastante imprecisa, tenemos por un lado la crisis de los países del norte de África, producto de conflictos político-culturales, y la crisis en Europa como un nuevo coletazo del constreñimiento natural al que parece llevar el modelo del capitalismo financiero. En cuanto a la “primavera árabe”, mientras todavía se nos vienen a la mente las imágenes del asesinato de Kadafi, el desenlace está completamente abierto y todo parece augurar años de inestabilidad. En cuanto a Europa, la asunción de gobiernos técnicos con presunta pulcritud es garantía de conflicto social más o menos inminente si bien puede decirse que todavía existe algún margen para seguir desmantelando la vieja estructura del Estado de Bienestar.

Para cerrar, entonces, si bien tales cismas nos afectarán directa o indirectamente, el ser independientes de los volátiles inversores de la timba financiera y la decisión de afianzar los lazos políticos y económicos con Latinoamérica, hace que, en buena medida, hayamos sido testigo de estos grandes conflictos sólo a través de las imágenes de la televisión internacional. Por todo esto es que el 2011 ha sido para Argentina, comparativamente con los años anteriores y con lo que ha sucedido en el mundo, un año tranquilo; un año en que la crisis fue del primer mundo y parecía extraída de un espejo de lo que aquí sucedió en 2001, esto es, un espejo que en el presente refleja un pasado que hemos superado.

viernes, 23 de diciembre de 2011

"2001: la normalidad de la excepción" (publicado el 22/12/11 en Veintitrés)

La imposibilidad de hallar parámetros objetivos para describir hechos sociales suele ponerse de manifiesto al momento de dar cuenta de hitos que marcan un punto de inflexión en la historia de un país. De este modo, un mismo hecho conocido por todos suele tener tantas interpretaciones como sujetos existentes. Asimismo, si es que necesitamos agregarle dificultades, los análisis realizados por quienes de algún modo fueron testigos de tales sucesos, está teñida de sentimientos encontrados que agregan elementos a favor del escepticismo en lo que respecta a alcanzar una elaboración precisa de lo sucedido.

Es por todo esto que considero honesto hablar, más que nunca, en primera persona, y ventilar reflexiones y acciones que me rodearon aquel 19 y 20 de diciembre de 2001.

Yo no estuve en la plaza exigiendo la renuncia de De la Rúa no porque apoyase su política de continuidad neoliberal sino porque interpretaba que se estaba frente a un golpe institucional y consideraba que lo que venía podía ser peor. Además entendía que los miles de ciudadanos que no abandonaron la plaza a pesar del estado de sitio eran sólo una de las caras (la más desesperada y honesta) de una situación compleja en la que se conjugó la caída por peso propio del inepto y desilusionante gobierno de la Alianza, con fuertes maniobras desestabilizadoras de referentes del PJ bonaerense los cuales, para bien del país, hoy son parte de un museo de cera del horror construido desde la prepotencia más sana: la de las urnas. Por esto, creo que debe quedar claro que lo acaecido en esos dos días que parecieron ser uno solo y que llegó a extenderse hasta el desfile incesante de presidentes de la semana después, no tiene una explicación monocausal.

Por otra parte, en aquella época y en los años posteriores se discutía no sólo el rol de Duhalde y Ruckauf en los saqueos sino, por ejemplo, si se trataba de una “revolución burguesa” de individuos cuyo lenguaje cacerolil no pretendía bajar de Sierra Maestra ni dejarse la barba, o si, efectivamente, llegaba el momento de la revolución proletaria de un país con cada vez menos trabajadores y liderada por una vanguardia capaz de cooptar las asambleas rousseaunianas en las plazas de Villa Urquiza. Con algo más de sentido se escribió bastante acerca del rol que estaban jugando los nuevos movimientos sociales y si en ellos se depositaba la responsabilidad de ser los nuevos sujetos de la historia en el contexto en que el capitalismo readaptaba sus formas y se transformaba en esencialmente financiero. Asimismo, se abría un interrogante acerca de la democracia de partidos y la representación pasó a estar depositada en referentes mediáticos indignados.

A mi favor, podría decir que a la distancia se puede resignificar el episodio de 2001 como el agotamiento de un modelo de exclusión cuyos coletazos ahora están llegando a Europa, pero quien lo hubiese visto con claridad en aquel momento merece todo mi respeto y el pedido de un último favor: los números del pozo vacante del Quini 6 de la semana que viene.

A mi favor también, aunque pueda ser usado en mi contra, está lo que 10 años después entiendo que era una habituación a la excepcionalidad. En este sentido, una anécdota personal para no comprometer a nadie más que a mí a pesar de que no creo haber sido el único. Como todos los años, el 20 de diciembre festejo mi cumpleaños y ese 2001 me disponía, naturalmente, a hacerlo. A pesar de seguir atentamente todos los sucesos a través de los medios, interpretaba que lo que se vivía era una protesta con brutal represión, algo que, recuérdelo, era moneda corriente en esa época. Estaba el plus de la renuncia del ícono de los 90: Domingo Cavallo; y el fenómeno de una clase media enloquecida por la confiscación de sus ahorros. Pero yo no tuve la lucidez para identificar el sentido de lo que allí ocurría. A tal punto que al salir de mi casa a comprar la bebida fría para el encuentro con amigos y familiares a la noche, noté que en la esquina, a pocas cuadras del congreso, un local de una ahora extinta cadena multinacional de Videoclubes estaba siendo incendiada al igual que ese otro local de enfrente perteneciente a otra cadena multinacional (de comidas rápidas). Ese hecho sumado a la llegada intempestiva de un familiar fuera del horario de convocatoria, transpirado, con un incipiente ataque de asma por los gases y con los cartuchos de bala de plomo que pudo recolectar, en el bolsillo, me hizo pensar que quizás lo que estaba pasando era grave (algo que se confirmó con el campeonato de Racing algunos días después).

Insisto, hablo por mí, pero no creo haber sido un extraterrestre. Era normal. Algo parecido me sucedió en los meses posteriores, en particular cuando tuve la posibilidad de poder interactuar con hombres y mujeres de diversas regiones del mundo. Todos tenían grabadas en sus mentes esas imágenes de camiones volcados y cientos de pobres saqueando y peleando por un paquete de fideos, o el tristemente inolvidable llanto desconsolado del supermercadista chino que veía con impotencia cómo vaciaban su negocio y un encapuchado se llevaba un arbolito de navidad. Y sin embargo, estábamos habituados y nuestra vida se desarrollaba con relativa normalidad a pesar de la preocupación que se transparentaba en aquellos que, viviendo lejos, veían a la Argentina por televisión y creían que habíamos vuelto al estado de naturaleza. Aquel familiar que mencioné en la anécdota anterior, no había leído a Hegel ni la dialéctica del reconocimiento, pero me decía que la mejor manera de saber cómo estás es dando cuenta de la cara que pone tu interlocutor al mirarte. Tal parábola moderna le había llegado como una epifanía tras un accidente en moto en el que después de salir despedido 50 metros y golpear en el asfalto, creyó estar en perfectas condiciones hasta que se dio cuenta que esa vecina que se agarraba la cabeza y gritaba como en una película de terror, lo hacía por estar mirándolo.

Mi familiar sobrevivió para contarlo, tener una hija y para ver todo lo que ha sucedido hasta ahora. Fue testigo también de ese interregno del Gobierno de Duhalde signado por la devaluación y la represión a piqueteros, y esa anomalía, como diría Ricardo Forster, que significó Néstor Kirchner. Nótese que tal noción nos obliga a repensar, entonces, esa instancia de normalidad en la que se había naturalizado la farandulización de la política, la corrupción y un sentido común neoliberal. Normalización que a una gran mayoría le impidió ver que era posible otra cosa. En este sentido, aun cuando sea políticamente incorrecto, como lo indiqué alguna vez desde esta misma columna, la irrupción del kirchnerismo, sin duda, estuvo signada por el contexto de desprestigio absoluto de la clase política y del Estado, y buena parte de sus acciones deben entenderse por esa sana presión de una sociedad heterogénea movilizada y sin paciencia. Pero esa masa movilizada no tenía un plan ni un proyecto común. Más bien, fueron las decisiones políticas del gobierno asumido el 25 de mayo de 2003 las que empezaron a darle fisonomía a lo que era una natural desperdigada atomización. Fueron también esas decisiones performativas, esto es, decisiones que no refieren a sujetos preexistentes sino a sujetos que son constituidos por esa misma acción, las que establecieron las condiciones y los reagrupamientos sociales y políticos que nos permiten ver el futuro con optimismo. De esta manera, el surgimiento de Kirchner no puede entenderse sin ese 2001 pero su aparición no se debe a presuntas condiciones objetivas. Más bien, se trató de una conjunción contingente de fenómenos y a la decisión política del gobernante en un contexto de horizonte nulo.

Así, ni partidos del orden encargados de proteger a la minoría aventajada ni disolución de la Argentina en asambleas vecinales que vuelven al modelo del trueque; tampoco salidas individuales conmovedoramente televisadas, emergentes naturales de una sociedad civil en el marco de un Estado ausente. Menos que menos Pactos de La Moncloa que resguarden las líneas principales del statu quo que creó las condiciones de la crisis, o vacuos discursos de la institucionalidad con dos estructuras partidarias que tras el Pacto de Olivos se habían expuesto como igualmente incapaces de dar cuenta de las reivindicaciones de la ciudadanía, sea por ineptos, sea por corruptos. Otras discusiones, otros horizontes, otros sentidos y, por sobre todo, la demostración de que se puede pensar un Estado que pierda el hábito de la excepcionalidad para dejar de estar indisolublemente ligado a la represión y a los estados de sitio en los que las garantías constitucionales quedan en manos de los que generan y reprimen el desorden.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Los combates de un sur abierto (publicado el 10/11/11 en Veintitrés)

En el auditorio de la SIGEN y organizado conjuntamente por la Secretaría de Cultura de la Nación y la Escuela de Humanidades de la Universidad de San Martín, tuve la opción de presenciar la mesa debate que dio cierre al ciclo titulado Debates y combates. Hacia una teoría política de la emancipación para el siglo XXI. Allí disertaron con traducción simultánea filósofos como el argentino Ernesto Laclau, la francesa Judith Revel, la eslovena Jelica Sumic y los italianos Davide Tarizzo, Giacomo Marramao y Toni Negri. Para los desprevenidos, especialmente este último es una figura con reconocimiento mundial en particular a partir de la publicación en el año 2000 de su libro Imperio (escrito junto a Michael Hardt). Negri es un pensador neomarxista cuya historia de vida merece como mínimo algunas líneas. Nacido en 1933 vivió su infancia en plena guerra y a los 20 años decidió probar la experiencia de vivir en un kibutz en Israel, algo que, según ha afirmado en entrevistas, fue aquello que lo hizo comunista. De regreso a Italia participó activamente en diferentes agrupaciones y publicaciones que podrían ubicarse dentro de un espacio de marxismo heterodoxo hasta que en 1979 es arrestado acusado de ser el autor intelectual del asesinato del primer ministro Aldo Moro. Más allá de que él siempre negó las acusaciones y de que el juicio estuvo plagado de irregularidades, fue condenado a 30 años de cárcel de los cuales sólo cumplió 4 pues fue elegido legislador. Sin embargo, dado que el parlamento revocó meses después tal beneficio, Negri acaba exiliándose en Francia, país en el que desarrolla buena parte de su actividad intelectual más allá de que ésta había empezado mucho tiempo atrás en la Universidad de su ciudad natal, Padua.

Hecha esta breve presentación, bien cabe una mínima pista de la perspectiva de las alocuciones. Por empezar, hablar de “debates”, pero, especialmente, de “combates”, es toda una declaración de principios. Se trata de proponer un concepto de democracia que vaya bastante más allá del punto de vista estrictamente formal que se sigue de la tradición republicana y que en Argentina se vio con claridad en aquellas intervenciones que compulsivamente hacían referencia a la necesidad de consenso. Con la finalidad de entender esto, digamos una obviedad: para exigir consenso, si se es honesto, hay que suponer que éste es posible lo cual implica una concepción de la democracia fundamentada en la ausencia del conflicto. Desde el punto de vista de los conferencistas, claramente, esta visión consensualista esconde la defensa de las desigualdades y el intento de obturación de los canales naturales de disputa y lucha que nutren a toda sociedad. Así, el consenso no sería otra cosa que la forma en que los poderes fácticos logran imponer su dominación al tiempo que travisten su triunfo detrás de un discurso de armonía y racionalidad de todos los sectores involucrados.

Ahora bien, dada la pertenencia de los invitados al debate, parecía natural que la Mesa de cierre encarara comparativamente la situación de Europa y América Latina, y fueron varios los disparadores que intentaron comprender esta relación.

Crisis, Estado y tercera vía

En cuanto a la crisis originada por el capitalismo financiero en Europa hoy, Marramao ofreció una interesante perspectiva afirmando que ésta no es otra cosa que la consecuencia de la salida neoliberal que se le dio a la crisis de 2008 y que, en la actualidad, parecen haber dos modelos en pugna: el del extremo individualismo de la tradición inglesa-estadounidense y el capitalismo colectivista y jerárquico de China.

Expuesto así, parece claro que Europa ha renunciado a su modelo de Estado de Bienestar de posguerra y, en este contexto, el vergonzoso modo en que Francia y Alemania aplican las recetas del Consenso de Washington, es la demostración clara de esta perspectiva. En este punto, una preocupación que sobrevolaba la sala era la del rol de los partidos de izquierda europeos, muchos de ellos actualmente en el poder. Sobre este punto, la francesa Revel fue taxativa y afirmó que la izquierda en Europa ha sido completamente incapaz de entender y oponerse a este proceso cuya lógica es la de la paulatina eliminación del rol activo del Estado. En este sentido, no sólo en Grecia sino en España también, paradójicamente, se asiste a oposiciones conservadoras que están logrando que los ajustes que ellos mismos aplicarían los estén llevando adelante los timoratos gobernantes socialistas dilapidando historia, credibilidad y legitimidad.

Asimismo, un sentimiento común fue el temor que aparecía en los rostros de los disertantes al momento en que todos coincidían que, como suele ocurrir en este tipo de crisis, la solución no vendrá por la vía revolucionaria de izquierda, sino por una derecha nacionalista y reaccionaria que parecía desaparecida pero sólo estaba aletargada. Especialmente porque algunas de estas versiones nacionalistas traen detrás de sí un cóctel explosivo que complementa apelaciones a la pureza identitaria con una economía de mercado desregulada. En esta línea, una de las principales razones para observar el caso de América Latina es la reivindicación del Estado como agente protagónico. Desde este punto de vista, la eslovena Sumic, si bien advierte que no es posible trasladar sin más la experiencia latinoamericana a Europa por infinidad de razones, sí sugiere tomar como modelo el modo en que el Estado ha sido el motor para poder salir de la crisis neoliberal. Claro que aquí aparece otro problema y es la dificultad de las izquierdas para pensar el Estado. Esto se relaciona con que, al menos en su versión clásica, el marxismo fomentaba, en última instancia, la desaparición del Estado en tanto éste no era otra cosa que la institucionalización de las relaciones de dominio de una clase sobre otra. Dada la complejidad del mundo actual, lo que ocurre en América Latina es un proceso novedoso incapaz de ser pensado con estas antiguas categorías. De aquí que el propio Marramao concluya que en América Latina quizás se esté gestando una tercera vía superadora de los modelos estadounidense y chino. Con el mismo espíritu, Laclau, haciendo un poco de historia de las ideas, identificaba esta posibilidad como la imbricación de dos tradiciones que en la breve historia de las repúblicas del sur, transitaron caminos diferentes. El argentino se refería a que en América Latina fueron intercalándose gobiernos de tradición democrática y popular con gobiernos de tinte liberal sin poder hallar nunca una conciliación como sí lo habría hecho Europa después de la guerra. Esto generaba, o bien gobiernos de masas poco afectos al respeto de los derechos civiles y las instituciones republicanas, o bien gobiernos que, demasiados apegados a las vacuas formas del imperio de la ley, olvidaban que sin participación no hay democracia sana. Sin embargo, a partir del siglo XXI y de la asunción de gobiernos progresistas en la región, más allá de las particularidades de cada caso, Laclau encuentra que hay buenas razones para afirmar que estamos asistiendo por primera vez a la conciliación de estas dos tradiciones.

Por otra parte, el rol del Estado fue reivindicado por todos los disertantes salvo por Negri y allí se abrió, desde mi punto de vista, el gran interrogante de la noche: quién es el sujeto revolucionario de la historia.

Buscando el nuevo sujeto

Digamos que para toda esta tradición que podemos llamar neomarxista o también izquierda lacaniana, existe un vacío teórico dejado por el marxismo, esto es, quién ocupará el lugar vacante del proletariado como sujeto revolucionario. En otras palabras, una vez admitido que la variable económica no es la única que opera en las sociedades actuales y que ya no es posible indicar que existen condiciones objetivas en la historia que hagan que emerja, desde la Infraestructura, el sujeto capaz de confrontar con el capitalismo, la pregunta es “¿y ahora quién podrá ayudarnos?”.

Algunas décadas atrás, la esperanza estaba puesta en los movimientos sociales, los cuales justamente, rompían con la lógica economicista del marxismo clásico y respondían al contexto de reivindicaciones particulares y heterogéneas de sociedades complejas. En este sentido, Negri abre un interrogante respecto a la tensión que se genera entre la necesidad de que las reivindicaciones de estos movimientos se institucionalicen, y la capacidad que los Estados modernos burgueses tienen de asimilar y diluir la potencia de esas transformaciones. Menos escépticos respecto al rol del Estado fueron los interlocutores de Negri. De hecho, tanto Marramao como Laclau se ocuparon de criticar la corriente biopolítica que indica que los campos de concentración son la figura más representativa de la realización de la lógica de los Estados modernos cuyo modo de control se da directamente sobre la vida biológica de la población.

Con todo, tanto Negri como Laclau fueron optimistas respecto a la posibilidad de las transformaciones y de hallar el nuevo sujeto. En el caso del italiano, está lo que él llama “multitudes”, espacio de identidades complejas y heterogéneas capaz de brindar una respuesta transnacional a la lógica imperial característica del escenario pos caída del Muro de Berlín. En cuanto a Laclau, la categoría, tan denostada como incomprendida, de “populismo”, es la que él propone para pensar el nuevo orden de las identidades y de la acción política haciendo hincapié en el modo en que diferentes demandas insatisfechas pueden englobarse bajo el paraguas del significante “pueblo”.

Por último, caben unas reflexiones respecto a unas provocativas declaraciones de Negri. Si bien el italiano compartió con los presentes la esperanza que supone América Latina para el mundo, tras afirmar que este subcontinente asiste a una verdadera revolución especialmente a partir de los casos de Argentina, Ecuador, Bolivia y Venezuela, indicó que en estas tierras está muy claro qué es lo que no se quiere pero que, sin embargo, hay una importante cantidad de dudas en torno al camino a seguir. En esta línea el autor de Imperio se preguntaba cuál es el régimen de propiedad que desean los gobiernos y los pueblos latinoamericanos. Esto significa que de la conciencia en torno al rechazo a las formas neoliberales no se sigue una única receta ni un camino claro, a lo cual hay que sumarle que más allá de procesos e historias compartidas, las características de los pueblos latinoamericanos están marcadas por importantes diferencias que hacen que muchas veces algunas comparaciones sean poco prácticas y de nulo valor teórico. Con todo, lo que a muchos de los presentes nos dejó reflexionando es, en la situación que vive el mundo y la humanidad, hasta qué punto parece razonable pedirle a los gobiernos latinoamericanos que discutan el sistema de producción y la concepción de la propiedad cuando por la suba de unos puntos en los derechos de exportación ha habido intentonas destituyentes en Argentina y a lo largo de Latinoamérica tanto Chávez, Correa y Evo Morales sufrieron golpes cívico-militares. Semejante exigencia parece responder a una utopía controvertida cuya historia y elaboraciones teóricas están lejos de ofrecer un camino limpio y claro. Más bien, los tiempos que corren parecen ser los de una extrema inventiva que pueda pensar condiciones de mayor igualdad en el marco de una mayoría de la población que sabe que acabar con el neoliberalismo fue un acierto pero que no desea salir de la lógica de acumulación capitalista.

jueves, 20 de octubre de 2011

La risa y la lástima (publicado el 20/10/11 en Veintitrés)

“Y te acosan de por vida, azuzando el miedo, pescando en el río turbio del pecado y la virtud, vendiendo gato por liebre a costa de un credo, que fabrica platos rotos que acabas pagando tú”. Joan Manuel Serrat

Buena parte del periodismo del establishment, crispado por el resultado que se avizora en las elecciones, ha cargado sobre los candidatos opositores en general y sobre sus spots publicitarios en particular. Y algo de razón tienen.

Restringidos a estos últimos, podría decirse que los de Alfonsín han equivocado el rumbo siempre: para las primarias, un énfasis en el elector reaccionario asustado por la inseguridad e indignado porque le aumenta el tomate, resultó una estrategia profundamente equivocada. Para la elección del 23 de octubre, en cambio, intentó apuntar al voto tradicional del radicalismo, al discurso de los valores éticos y a la capacidad de gestión nacional del partido centenario. Esto se vio en la mención a la cantidad de legisladores, intendentes, gobernadores y el presunto liderazgo que se manifestaba en el candidato desafiando los consejos de los mejores fonoaudiólogos. Así, Alfonsín reclamaba a los gritos la moderación y el equilibrio. Quizás hubiese dado más frutos adoptar la política comunicacional de Rodríguez Sáa, simpática y al borde de lo kitsch: desde la aparición con traje blanco sobre fondo blanco, como una suerte de entidad mitad divina, mitad extraterrestre hasta las consignas simples de “wi-fi para todos” y “El Alberto es una masa, te da una casa” al ritmo de wachiturros, el gobernador de San Luis parece ser más efectivo que su contrincante dentro del (ex) peronismo federal.

Por su parte, en las primarias, Duhalde apeló a la consigna paternalista del “sabe y puede”, es decir la misma que utilizase Ezequiel Martínez, joven militar delfín de Lanusse, para disputarle a Cámpora la elección de 1973. Asimismo, buscó instalar que todo lo bueno del momento actual se había cimentado en su breve gestión y que todo lo malo correspondía al kirchnerismo. Probablemente salga quinto, al igual que Martínez en aquellos comicios. Tal resultado puede ser obra del destino, la casualidad, la prueba del eterno retorno de las cosas, o una justicia divina que se burla de los provocadores.

El caso Carrió, como no podía ser de otra manera, apeló, en las primarias, al discurso moralista, aquel que hace énfasis en la necesidad de un gobierno con gente buena antes que en las propuestas y en la capacidad de gestión. Su candidatura fue rechazada por el 97% de la población y ahora la estrategia de sus legisladores parece más razonable: los rostros de Patricia Bullrich y de Fernando Iglesias sonrientes sin hablar. En el caso de la primera, se espera un nuevo cambio de partido lo cual conllevará otra vez un gasto en tarjetas personales y la incomodidad de dar de baja la dirección de e-mail patitobullrich@cc.com que pasará a tener el mismo destino que patomonto@erp.com; unabullrichenelpj@pjliberal.com y alianzapato@mintrabajo.gov.ar. Para los interesados en contactarla, pase lo que pase, se mantendrá su patriciaenclarin@fibertel.com.ar. En el caso de Iglesias, dejará abierta su cuenta de twitter para poder seguir recibiendo agravios y volverá a su pasión: la publicación de libros contra el kirchnerismo y la práctica del vóley.

En el caso del binnerismo, se buscó una mixtura entre la sobriedad del Frente Amplio uruguayo (sin hipótesis de conflictos bélicos, claro) y la desfachatez de una izquierda ecológica que busca captar el voto onanista que hace fila detrás de los escotes de Victoria Donda. Si esto no alcanzara, un grupo de intelectuales independientes lanzaron una solicitada de apoyo al actual gobernador de Santa Fe. A diferencia de los de Carta Abierta, esta solicitada no se pagó con fondos públicos del populismo fascista clientelar k sino que habría salido del bolsillo de la moderación, la libertad y la conciencia crítica.

En cuanto a los candidatos nacionales, un párrafo aparte para la izquierda que a pesar de generar estruendo en las convicciones sociales con afirmaciones del tipo “este gobierno es capitalista”, tuvo buenos publicistas que supieron con simpleza atraer un voto que estaba disconforme con el resto de las opciones.

Los spots del gobierno, en tanto, fueron bastante sobrios, haciendo énfasis en la gestión, la palabra “fuerza” con la voz de Cristina y “el pueblo” de frente. No hacía falta demasiado más ni jugarse: había que mostrar lo que hay y erigir un discurso con la emotividad de la liturgia peronista.

Con todo, en la provincia de Buenos Aires, la campaña de Scioli con gestos místicos no deja de sorprender más allá de que parecen interesantes todas las relaciones que pueden hacerse con el “creer” y el “crear”. Eso sí: ojalá no entienda que el triunfo se lo debe a una Virgen.

Por último, un breve comentario sobre la campaña de De Narváez, especialmente después de las primarias. Aun cuando pueda equivocarme, suponer que la gente elegirá al aliado de Alfonsín por una estrategia publicitaria que actúa subliminalmente inculcando en los electores el color rojo frente al naranja es, como mínimo una falta de respeto a las complejas teorías que dentro del mundo del marketing y la publicidad han superado a las ingenuas visiones de décadas atrás. Igualmente, en todo caso, si con la identificación de los colores no alcanza es posible sentirse representado por la publicidad de Graciela Ocaña en la que se la ve de niña haciendo de “sheriff hormiga” (SIC), que se prepara como una suerte de heroína para enfrentar el mundo marginal del mapa del delito que será visto a través de las cámaras de seguridad de los municipios que tienen arreglos con algunos canales de aire y cable.

Sin embargo, amigos, la publicidad no es todo, ni es la única variable explicativa para dar cuenta de los resultados. Por ello, este brevísimo resumen con mucha sorna y mucha malignidad no debe desviarnos de una idea que sobrevuela la cosmovisión de los que consideran que la política actual es mera apariencia. Pues son los mismos que consideran que alcanza con contratar un Durán Barba para ganar una elección y afirman que sus consejos, expuestos en libros que mezclan recetarios universales para políticos de derecha con algo de autoayuda y mucho de sentido común, funcionan como los nuevos mandamientos (del vaciamiento) de la política.

Son bastantes llamativos los vaivenes al respecto pues aquellos que consideran que el electorado es una masa informe de imbéciles con tarjetas de crédito o imbéciles con planes sociales, indican que la publicidad todo lo explica al mismo tiempo que en el marco de la discusión en torno a los medios, defienden las posiciones dominantes afirmando que los medios no influyen y que la gente no es tonta. Es extraño porque son los mismos que se victimizan y desde los todavía vigentes oligopolios de información, y aún desde los medios aparentemente cooptados por el gobierno, erigen una épica de la víctima de los poderes del totalitario Estado y sus brazos paraestatales, fingen persecuciones y se escandalizan con el desembarco del gobierno en algunos medios.

Así vociferan su aparente invisibilización a través de multimedios que reproducen insistentemente el grito de censura, se quejan por no ser consultados desde las páginas de los diarios, los micrófonos de las radios y los canales de televisión que los consultan insistentemente en detrimento de la pluralidad de voces. Rezongan, se enojan con la oposición que repite el decálogo del editorialista y cargan de culpa al candidato y no a las ideas con que ellos los modelaron. Sueñan que La Cámpora es un monstruo con dientes feroces y un miembro viril desproporcionadamente grande, se preocupan del sindicalismo disidente y de sus peluqueros, y de vez en cuando nos hablan de los qom y de El Mal. Muchos golpeaban cuarteles, otros, progresistas, se golpeaban el pecho frente al espejo que les decía que eran los más transgresores de la Argentina. Ahora todos golpean las puertas de las corporaciones económicas que todavía monopolizan los medios, y su falta de autocrítica hace que, como sucede en Venezuela, la única esperanza de transformar el orden de cosas, sea a través de crisis internacionales, presiones extranjeras o algún favor que la biología les haga llevándose vidas antes de tiempo. Como cantaba Serrat: “Si no fueran tan temibles, nos darían risa. Si no fuera tan dañinos, nos darían lástima”.