martes, 27 de junio de 2023

Usted es horrible (publicado el 21/6/23 en www.disidentia.com)

 

Usted es horrible y le voy a explicar por qué gracias al primer capítulo de la nueva temporada de Black Mirror que acaba de estrenar Netflix. Pero antes de comenzar a leer estas líneas déjeme darle un consejo: de ahora en más, sea más cuidadoso cada vez que acepta los términos y condiciones que imponen las corporaciones tecnológicas cuando pretende acceder a un servicio a través de internet.

¿Cómo puede saber el mundo que usted es horrible? Es que el inicio de la flamante sexta temporada de la creación de Charlie Brooker vuelve a dar en la tecla respecto de una problemática cuyos interrogantes no son especulaciones a futuro sino puro presente.

El capítulo en cuestión, titulado “Joan is awful” (“Joan es horrible”), cuenta la historia de Joan, una mujer de treinta y pico cuya vida en pareja es tan tranquila como insulsa a punto tal que suele tentarse cada vez que su expareja, con la que tenía una mala relación, pero buen sexo, llega de visita a la ciudad. Además, Joan tiene un trabajo relativamente bien pago en una empresa multinacional pero, entre otras labores, es la encargada de informar cada vez que los dueños deciden despedir a alguno de sus empleados. Todos estos aspectos son relativamente anecdóticos porque lo que interesa es que, de repente, Joan observa que en su plataforma de streaming favorita, cuyo nombre de fantasía es Streamberry, pero que es una copia deliberada de Netflix en cuanto al formato, la tipografía, la presentación, etc., se presenta como novedad una serie titulada “Joan Is Awful” protagonizada por Salma Hayek. Lo cierto es que lo que al principio podía parecer la simple coincidencia de un nombre, no es otra cosa que una serie que muestra minuto a minuto la vida real de Joan a punto tal que, a través de la plataforma, su pareja se entera lo que ella cuenta a su psicoanalista y el modo en que le ha sido infiel con su ex, entre otras cosas.

Como es de suponer, que todo el mundo sepa cada detalle de su vida lleva a Joan a la desesperación y a cometer una serie de acciones cuyo punto cúlmine es comer varias hamburguesas y tomar laxante para interrumpir un casamiento defecando en el medio de la iglesia a la vista de todos y así obligar a la plataforma a que lleve a la pantalla semejante desatino.

Sin embargo, lo interesante es que antes del desenlace escatológico, que recuerda a aquel famoso primer capítulo de la primera temporada en la que un grupo de secuestradores ofrece devolver a la princesa en cautiverio si y solo si el primer ministro británico acepta tener sexo con un cerdo en un estudio de televisión, Joan acude a su abogada y recibe una mala noticia.

Es que la letrada le indica que no hay forma de demandar a la compañía que ha llevado su vida a la pantalla por la sencilla razón de que al aceptar los términos y condiciones se incluía allí una cláusula por la que se autorizaba a la empresa a utilizar los datos y la imagen del usuario, eventualmente para hacer con ellos una serie.   

Naturalmente, lo que Black Mirror plantea es una exageración y es de imposible cumplimiento, al menos por ahora, pero la posibilidad de la utilización de los datos llevada al extremo busca llamar la atención respecto al modo en que estamos colaborando con este nuevo mercado en el que el bien más preciado son, precisamente, nuestros datos.

Pero conforme el capítulo avanza aparecen varios aspectos interesantes más: en primer lugar, Salma Hayek quien, como les indicaba, es la que representa a Joan en la serie de ficción, solo vendió su imagen a la compañía para que ésta utilice su rostro recreado gracias a la inteligencia artificial. Esto muestra que no solo el usuario común está a merced de la letra chica, sino que hasta los propios artistas, en algún sentido, pierden el control de su propia imagen. Pero, además, ese pasaje del capítulo es valioso porque expone un tópico propio de estos tiempos. Me refiero a que la Salma Hayek real aparece en la serie representándose a sí misma y quejándose ante la compañía porque, siendo católica, su personaje aparece defecando en la iglesia. Sí, efectivamente, la Salma Hayek de la serie no puede separar al autor de la obra ni puede entender que el personaje de una ficción no necesariamente representa lo que su autor piensa. Si no fuera porque esto mismo sucede hoy con instituciones prestigiosas de todo el mundo, debería darnos risa.          

Pero, además, este capítulo hace dos cosas: por un lado, muestra cómo el algoritmo que sabe todo de nuestra vida gracias a los datos que brindamos voluntariamente, también tiene un margen de creatividad para inventar o exagerar (en este caso sobre aspectos de la vida de Joan); y, por otro lado, desnuda la dinámica propia de este tipo de plataformas cuando la CEO de Streamberry confiesa que la compañía lanzará 800.000 series representando, uno a uno, a los 800.000 usuarios de la plataforma. Cada una de estas series llevarán como título el nombre del usuario con el agregado “es horrible”. ¿Por qué? Para armonizar con la visión neurótica que los usuarios tienen de sí mismos, afirma la CEO y, podemos agregar, porque es lo que la gente quiere saber de los otros, esto es, lo que está por detrás de esas selfies en las que todos somos felices.

Este punto es por demás pertinente porque de la misma manera que los buscadores ya seleccionan las noticias que nos muestran, no por su importancia objetiva sino en función de nuestro interés, no falta mucho para que una serie, un libro, etc. tenga distintos finales en función de las necesidades, gustos y, por qué no, el nivel de tolerancia a la frustración de usuarios demasiado propensos a sentirse ofendidos.      

Para no contar demasiado de la resolución del capítulo, digamos que hacia el final se utiliza el recurso de los distintos niveles de ficción donde lo que parecía la historia y la damnificada principal era, en realidad, una actriz que representaba a otra persona y así sucesivamente hasta el infinito.

Asimismo, y para finalizar, otro recurso que utiliza Black Mirror en este capítulo y que es cada vez más común, es el que mencionamos en este espacio de la mano del crítico británico Mark Fisher, a saber, el caso de una mega corporación como Netflix fomentando y produciendo cínicamente una serie cuyo discurso es anticorporativo y que apunta al corazón mismo de este tipo de compañías. Se trataría de un ejemplo más de compañías ultracapitalistas, impunes y con posición dominante levantando banderas anticapitalistas, luchando contra la impunidad y denunciando los monopolios.   

Aunque en el resto de los capítulos la esencia de la serie aparezca a cuenta gotas y muchas veces el análisis crítico sobre las posibilidades de la tecnología acabe reemplazado por giros del género terror, el producto Black Mirror continúa por encima de la media del nivel de las series que generalmente vemos.

Por ello, aun cuando cada vez esté más al servicio del “cupo” obligatorio de sexo, violencia desmedida y corrección política forzada que se observa en el casting “multicultural” pero, sobre todo, en las tramas donde hay una sobrerrepresentación de una agenda progresista completamente evitable, un capítulo como el mencionado bien vale pasar por alto estas imposiciones innecesarias.

Es que al menos así usted estará advertido de que, aun cuando sea una persona de bien y en sus redes sociales solo se exponga su felicidad personal y familiar, hay algoritmos y compañías con la información suficiente para dar siempre la versión más horrible de usted.

¿Que no es posible? Claro que es posible. Nadie está a salvo pues siempre habrá un algoritmo con margen de libertad y alguna persona que no lo quiera con deseo de hacerle daño. Así que a no desesperar. Todos tendremos nuestra serie y, si esa versión horrible de usted no existe, simplemente se inventará.    

 

viernes, 23 de junio de 2023

Léase, olvídese y destrúyase (editorial del 24/6/23 en No estoy solo)

 

En el momento en que escribo estas líneas se rumorea que habría PASO en el oficialismo y que quien disputaría la elección contra Scioli, sería la fórmula “Wado” de Pedro y Manzur. Todo puede cambiar de aquí a unas horas y ojalá este editorial se olvide y se autodestruya cinco minutos después de haber sido leído. Sin embargo, trabajaré sobre esta hipótesis.

Wado a la cabeza tiene varias lecturas posibles: la primera es haber aprendido una lección después del fallido episodio “Alberto Fernández”: “la fórmula la debe encabezar uno de los nuestros”. Seguramente CFK no estará arrepentida de la decisión que tomó en 2019 porque sirvió para ganar y evitar cuatro años más de macrismo, pero, sin dudas, se hizo un mal gobierno.

El costo político de este fracaso no se puede saber con precisión todavía, pero resulta evidente que, si en 2019 el dedo de CFK servía para elegir un candidato y hacerlo ganador, cuatro años después el escenario resulta completamente diferente. En otras palabras, no solo el dedo de CFK es insuficiente para ganar, sino que con todo el aparato dirigido a favor de la fórmula “K”, un reglamento cuyos requisitos son imposibles de cumplir para cualquiera que pretenda competirles, la amenaza de exigencia de listas propias completas, una oferta humillante para los derrotados y una presión inédita de gobernadores, al menos por estas horas, todavía no habían podido lograr que Scioli bajara su candidatura.       

Si este deterioro del kirchnerismo hacia adentro del espacio también se evidenciará en merma de votos, no lo sabemos, pero a juzgar por las encuestas y haciendo algunas comparativas mínimamente racionales, cuesta pensar que el kirchnerismo por sí solo sea hoy capaz de colaborar con los 35 puntos de base que pudo haber aportado en 2019.  

Otra lectura posible y complementaria es que Wado a la cabeza significa que ante una elección que se presume perdida, aunque no haya seguridad de ello todavía, mejor garantizar un bloque robusto e “identitario” liderado por un hijo de la generación diezmada. Este comentario, a su vez, podría matizarse o fortalecerse en función de la conformación del resto de los cargos, desde senadores de la Provincia de Buenos Aires (¿acaso con una lista encabezada por Massa?), hasta el último concejal de vaya a saber dónde. Allí en todo caso se verá si el espíritu del armado es más bien generoso e incluye “aliados” tan necesarios hoy como veleidosos el día de mañana, o se ha apostado a una lista lo suficientemente pura como para dejar demasiados heridos al costado del camino.

En el mismo sentido, habría que dejar abierta una línea interpretativa para el caso Manzur. Pero, a priori, es claro que su llegada a la vicepresidencia demostraría un acuerdo entre el kirchnerismo y “los gobernadores”, los cuales, tras haber desdoblado las elecciones, querían a uno de los propios en el ejecutivo nacional. Si fue motu proprio, una operación de alguno de los sectores, o una manera de evitar el acuerdo de los gobernadores con la eventual fórmula competidora, tampoco lo sabemos.

Pero continuando con la hipótesis Manzur, otro elemento a tomar en cuenta, positivo desde mi punto de vista, es que, una vez más, a priori, el intento de “ampliar” hacia sectores del peronismo más clásico mostraría algún tipo de voluntad de poder o, para decirlo en criollo, permitiría imaginar que habrá un intento de no perder la elección y disputarla hasta el balotaje.

Luego aparecen los kirchnerólogos sobrepsicoanalizados de Twitter que hubieran preferido que el vice de Wado fuera una mujer trans de 16 años, estudiante del nacional Buenos Aires, que hable con la “e” y que fuera vegana y marrón, pero la dirigencia política entendió que de lo que se trata en una elección es de ganar votos y no solamente de contentar a un minúsculo tribunal de moral progresista. En otras palabras, la política es, en escenarios fragmentarios como los de la actualidad, negociación, y la negociación se hace con quienes no piensan exactamente como uno. Entonces, para posiciones irreductibles y cancelaciones, la estudiantina de Twitter. Para todo el resto, la política, máxime en un movimiento como el peronismo que, guste o no, en la actualidad tiene divergencias sobre algunos temas.

El mejor ejemplo en este sentido es el de la disputa entre pañuelo celeste o el pañuelo verde, dentro de un espacio donde hoy se encuentra el peronismo más tradicional que abreva, como siempre ha abrevado el peronismo, en la doctrina social de la Iglesia, y un ala más progresista y liberal que abrazó el kirchnerismo, especialmente a partir de 2008, y que eventualmente puede identificarse con La Cámpora.

Por último, continuando con la hipótesis Wado-Manzur, restaría ver, en todo caso, el lugar de Massa y el massismo. ¿Qué pedirá Massa para seguir al frente de la economía y, en caso de que las cosas le salgan bien, evitar que el gobierno no salte por el aire en medio de la elección? Si yo fuera Massa pediría mucho, pero, ¿qué es mucho y qué es lo que finalmente quiere Massa? Algunos dicen que ahora, viernes por la mañana, no hay que descartarlo a Massa en la fórmula presidencial. Pero si este no fuera el caso, ¿qué debería dársele a él y al Frente Renovador? ¿Acaso desea ser el candidato o preferiría posicionarse en un lugar expectante, bajo el supuesto de que Unión por la Patria pierde la elección, y ser eventualmente el candidato en 2027?

Como les decía al principio, quizás todo esto cambie en las próximas horas de modo tal que este texto puede ser de las producciones más inútiles que se puedan ofrecer. De hecho, en estos minutos ha trascendido que el lugar de Manzur no estaría confirmado y que habrá negociaciones hasta el sábado por la noche.

Pero incluso si la hipótesis Wado-Manzur fuera la elegida, este texto continuará siendo inútil porque, como habrá notado, no se ha hablado de política, sino de la rosca de construcciones individuales a la que la política argentina se ha reducido. Sin lugar para que alguien explique sensatamente qué y cómo lo va a hacer, estamos siendo testigos de, en el mejor de los casos, un capítulo de Succession, la exitosa serie estadounidense que expone las tramas del poder; y, en el peor de los casos, un casting de Bailando por un sueño o una nominación de Gran Hermano.

Para finalizar, entonces, sea cual fuera la fórmula, la semana que viene sabremos a ciencia cierta los nombres. En caso de que sean Wado y Manzur, deberán explicar cómo, habiendo sido ministro del interior y jefe de gabinete del gobierno de Alberto Fernández respectivamente, van a hacer algo distinto de lo que ha hecho la administración actual; asimismo, una explicación similar deberían dar las fórmulas de Juntos por el Cambio, encabezadas por funcionarios de primer rango del entramado macrista que gobernó pésimamente este país por cuatro años. 

No soy para nada optimista, pero con las fórmulas designadas, quizás haya un poco de margen para dejar los nombres de lado y ver a los políticos haciendo política, esto es, tratando de transformar las cosas para mejorarle un poquito la vida a la gente.  

   

 

martes, 20 de junio de 2023

Apología del anonimato (publicado el 5/6/23 en www.disidentia.com)

 Algunos días atrás, Javier Benegas publicaba un interesante artículo titulado “Only a Man”  https://disidentia.com/only-a-man/ en el que hacía una serie de reflexiones a partir de la foto de una revista de motociclismo de los años 80. Más específicamente, la imagen retrataba una carrera de motocross en el preciso instante en el que tres de los participantes saltaban una rampa y se encontraban literalmente en el aire. La foto es tomada desde atrás y, en la espalda del participante que más alto había saltado, podía leerse la frase “Only a Man” (“Solo un hombre”).

El artículo transita distintos tópicos pero quisiera detenerme en esta intervención que hace Benegas a partir de la foto:

“Es con este sentido de lo épico que la frase “Only a Man” se vuelve evocadora. Porque, en esta sociedad exhibicionista, de búsqueda de la atención a cualquier precio, la mayoría de los individuos que realizan actividades lúdicas que son peligrosas, lo hacen para significarse, para desbordar ese anonimato con el que todos venimos al mundo, y que a la inmensa mayoría nos acompaña hasta el final de nuestros días. Los dispositivos de grabación subjetiva con los que estos sujetos registran sus proezas, y sobre todo a sí mismos, nos interpelan con un grito que dice “¡Miradme! ¡Mirad lo que YO hago!”. Es decir, que lo que importa son ellos, no lo que hacen. No hay pasión en su temeridad, solo exhibicionismo.

Por el contrario, el tipo que vuela a lomos de una moto, con el anónimo “Only a Man” escrito en su espalda, en el lugar que debería ocupar su nombre, tiene una moraleja diferente. Nos dice que lo importante no es el quién, sino el qué”.

Efectivamente, cuarenta años después, una foto como la descripta estaría luchando por el Me gusta del día y desbordaría de hashtags y etiquetas señalando los nombres propios y las cuentas de Instagram de los protagonistas; o algo mucho peor: podría ser acusada de misógina y transfóbica por no decir “Only a Woman” u “Only a Trans”.

Lo cierto es que Benegas da en el eje: ser visto haciendo es más importante que lo que efectivamente se hace, y esta primacía del “quién” abarca distintas dimensiones de nuestras vidas. De hecho, varias veces en este mismo espacio se ha advertido cómo algunos cambios en la legislación penal, en nombre de buenas causas, han vuelto a introducir de hecho el “derecho penal de autor” vigente en las etapas más oscuras de nuestra civilización, esto es, la idea de que, al momento de juzgar, resultan relevantes determinadas características de un individuo (ser judío, ser musulmán, ser negro, ser varón, ser mujer, ser marxista, ser de derechas, etc.), antes que el hecho en sí. En otras palabras, se trataría de un derecho penal enfocado en lo que se es, antes de en lo que se hizo. 

La conquista de la presunción de inocencia como pilar de un sistema de garantías que bien supo construir Occidente, está siendo reemplazada por la presunción de culpabilidad en función de la identidad del acusado y este esquema se reproduce también en los debates públicos: es necesario primero saber quién habla y cuál es la historia del que habla para permitir que participe del intercambio. Ejemplos concretos se dan todo el tiempo desde que se ha instalado que solo el que pertenece a determinada identidad puede hablar de los temas que serían “propios” de esa identidad: así solo las mujeres pueden hablar de mujeres; solo los negros pueden hablar de los negros; solo los latinos pueden hablar de los latinos y solo los LGBT pueden hablar de los LGBT. Si es otra la identidad que habla y no coincide con el punto de vista expuesto, automáticamente pasa a transformarse en una identidad en sí misma “odiante”. Pero agreguemos a esto una perversión más: todos los grupos mencionados no solo son los únicos que pueden hablar de ellos mismos, sino que están obligados a hacerlo porque se les impone que no puedan ser otra cosa más que ellos mismos en tanto mujeres, negros, latinos o LGBT. Una vez más se muestra que pertenecer a un colectivo nunca es gratuito.          

Ahora bien, reivindicar el anonimato afirmando “Only a Man” me retrotrajo bastante más allá de esa foto de los 80. Diría que incluso me llevó unos cuantos siglos atrás. Es que me recordó el espíritu ilustrado de la igualdad ante la ley que fue la base sobre la que se construyó la Declaración Universal de los Derechos Humanos cuyo único requisito era ser “solo un hombre”. En otras palabras, para escándalo de muchos en la actualidad, se trató de una conquista por la que se instauró que la religión, la edad, la cultura, el género, la etnia, la clase, etc. resultan indiferentes al momento de pensar en los derechos que tienen las personas.

Por ello es que, más allá de que todos tendremos nuestros 15 minutos de fama en los que el narcisismo aflorará, lo cierto es que no viene mal una humilde apología del anonimato, un volver a ser “solo un hombre”. Es que cuando todos buscan diferenciarse, actuar anónimamente es la única manera de que el eje se ponga en el “qué” antes que en el “quién”. No solo eso: incluso puede ser la única estrategia si lo que se busca es expresar lo que pensamos sin riesgo a la muerte civil a la que nos invita la cultura de la cancelación.

Es que si bien persecuciones ha habido siempre y, en algunos momentos de la historia, éstas han sido mucho más feroces y sanguinarias, el clima actual se caracteriza por ofrecer un dispositivo que identifica el nombre propio y actúa con la celeridad y la repentización del enjambre para que luego Google y Wikipedia cumplan el rol de una memoria que eternice la letra escarlata en el señalado. Así, un artista o cualquiera que pretenda participar activamente del debate público, necesita de las redes para forjar su identidad y su nombre propio, pero para ello debe hacer un pacto fáustico: exposición total, un “Serás escuchado al precio de que sepamos todo de tu vida”. Ni que hablar de los denominados influencers cuyo ser es, en sí mismo, ser visto por otro. En este sentido, el influencer influye al precio de ser esclavo de sus influidos, en una suerte de revival de la famosa dialéctica hegeliana. 

Para concluir, propongo: ser anónimos como una forma de no renunciar a nuestro decir; dejar de afirmar lo que somos todo el tiempo para que sean nuestras palabras y actos los que sean juzgados; entender, a contramano de la vieja máxima berkeleyana, que se puede ser sin ser percibidos y, sobre todo, estar tan, pero tan comprometidos con la tarea… que olvidemos sacarnos la foto.

 

 


 

sábado, 17 de junio de 2023

El traidor, el dedo y la confesión (editorial del 17/6/23 en No estoy solo)

 

Hasta nuevo aviso, o hasta la negociación de las próximas horas, Scioli vuelve a ser el traidor, en este caso porque quiere competir en una interna. En 2015 era el candidato pero seguía siendo el traidor, no porque hubiera traicionado, sino por tibio, por no ser “del palo”, lo cual era verdad; por eso había que apoyarlo y desapoyarlo al mismo tiempo; tenía que ganar pero no por mucho. En realidad, para ser más precisos, en 2015 Scioli se convirtió en candidato el día que perdió; es que si hubiera ganado el candidato iba a ser “el proyecto”, eso que se dice cada vez que CFK no es candidata y que nadie sabe identificar bien qué es.

Seguramente porque ante la falta de proyecto, el proyecto es CFK. Sin CFK, entonces, no hay proyecto, solo oposición al temor que engendran “los otros”. Pueden poner un ladrillo de candidato que a la larga, y en Argentina “a la larga” se le llama al balotaje, el espanto cumplirá su papel.

Ahora bien, el kirchnerismo tiene buenas razones para intentar armar una lista lo más pura posible: ¿para qué abrirse si los que no son del riñón ya no traen votos? ¿Qué suman los Alberto Fernández de la vida hoy? ¿Para qué aportar el 80% de los votos si la decisión final la tomará quien pongamos de presidente? Pasemos de “las cajas nuestras y la birome es el otro” a “las cajas nuestras y la birome también”.

Pero, ¿se puede seguir hablando de un 80% de votos K al interior del Frente? ¿Sin la unción de CFK y con cualquier candidato se alcanza ese 80%? ¿No pagará el cristinismo algún costo por el gobierno de Alberto? Dejemos abierto el interrogante.

Pero el albertismo, esa destrucción política del compañero pergeñada en estos años, también tiene razón en algo: el kirchnerismo habrá tenido sus virtudes, pero entre ellas no se podrá contar la selección de candidatos. ¿O quieren que repasemos la lista de candidatos elegidos por CFK en todos estos años? Todos recordamos la interna entre Julián Domínguez y Aníbal Fernández (que, por estas horas, para la militancia pasó de ser un canchero ricotero a un exduhaldista traidor). Pero la lista es inmensa e incluye a los que hoy, con razón, señalan que CFK suele elegir mal, por ejemplo, el propio Alberto Fernández o la propia Victoria Tolosa Paz, elegidos a dedo cuando el dedo en el FDT no era antidemocrático, esto es, hace 4 y 2 años respectivamente.

Para explicar la derrota en la Provincia de Buenos Aires, aquella vez se tuvo que apelar a la hipótesis del “fuego amigo” para no aceptar que Aníbal podrá ser un gran orador y un gran defensor de las decisiones gubernamentales, pero era un mal candidato que perdió una elección imperdible, más allá de la artera operación de Lanata (fuego enemigo) una semana antes de la elección.  

Con aquel antecedente dando vueltas, electoralmente hablando no parece una buena idea que haya una interna mínimamente competitiva en el oficialismo. ¿Por qué? Porque ahora sí hay un verdadero fuego amigo con poder de daño y porque, salvo algunos energúmenos, la gente está podrida de ver dirigentes con el presente y el futuro resuelto peleando por una candidatura cuando hay 114% de inflación anual. Además, si bien hay bibliografía que pudiera apoyar una lectura contraria, a priori tampoco parece la mejor decisión exponerse a la posibilidad de una foto de las PASO en la que se observe a candidatos del gobierno que, tomados aisladamente, ocupen el cuarto y el quinto lugar en los resultados finales.           

Pero, por otro lado, sin CFK todos parecen jugar en el llano y necesitar una legitimidad mayor que la de su dedo, justamente porque el dedo no funcionó. En este contexto, ¿una eventual camporización de las listas puede arrojar un resultado distinto del que viene arrojando en los últimos años? Me refiero a que no se ha probado en las urnas que esa decisión sume y lo que sí se ha confirmado es que hay un montón de dirigentes y agrupaciones peronistas que, con razón, van a pasar su factura. ¿Cuál? La que eventualmente podría pagarse por, con el mantra del recambio generacional, imponer durante años y desde arriba a un grupo de militantes que, salvo casos excepcionales, tienen como mérito haber nacido después. Que ese reemplazo sea necesario e incluya deshacerse de un montón de gente de mierda, símbolo de la peor cara de la política, no implica pasar por alto que, al mismo tiempo, se ha desplazado a mucha gente valiosa y con mucha más experiencia y formación. De modo que, si van a cometer errores, uno les pediría que, en todo caso, sean errores nuevos.  

Si este escenario es, a su vez, complejo, agreguemos que el contexto de fragmentación retroalimenta una mayor fragmentación. Porque mientras hay dos polos, el escenario es simple: hay que unirse todos contra el otro. Eso fue, finalmente, el ahora rebautizado exFDT. Pero cuando en frente también hay problemas y divisiones, los incentivos para la unidad son menores porque quizás alcanza con los propios para ganar una elección. 

El insólito sistema electoral argentino que prácticamente paraliza la gestión un año cada vez que se vota a presidente, irá respondiendo algunos de los interrogantes aquí planteados en las próximas semanas.

Con todo, y a manera de confesión, déjenme decirles lo siguiente: dedicarse a escribir columnas de opinión en un contexto donde mucha gente debe trabajar arduo y aun así sigue siendo pobre, es un privilegio. Pero, convengamos, escribir textos para desentrañar la trama de la política que esconde candidatos más por la falta de rumbo que por la especulación del eventual impacto político, genera una profunda sensación de inutilidad.

Afortunadamente la desmemoria de los lectores arroja un manto de piedad sobre los que escribimos renovando la confianza en cada nueva columna. Pero el rol de portavoz, consciente o inconsciente, de la desorganización y la falta de horizonte de la clase política que acabamos adoptando los que de alguna manera intentamos participar del debate público, resulta patético. Especialmente cuando jugamos a las adivinanzas o traficamos información de dirigentes que juegan a “Jorge Suspenso” mientras el país se incendia.

La semana que viene tendremos los candidatos y habrá que salir a “venderlos”. Sabremos sus historias de vida y lo maravillosos que son. Incluso tratarán de convencernos de que harán un buen gobierno aun cuando la gran mayoría ha sido parte de la gestión en los últimos 8 años de malos gobiernos cuyas decisiones le han jodido la vida a mucha gente.

Serán ellos los que nos advertirán que debemos ser responsables y, sobre todo, serán ellos los que con gesto adusto nos dirán que no debemos hacerle el juego a la antipolítica.  

miércoles, 14 de junio de 2023

La aguja hipodérmica de Txapote (publicado el 12/6/23 en www.theobjective.com)

 

El manipulado es el otro, el que no nos ha votado. Esa suele ser la conclusión a la que apela el progresismo de izquierda cada vez que pierde una elección. Incluso lo afirma cuatro años después de haber ganado unos comicios donde votaron las mismas personas y donde la línea editorial y el mapa de concentración mediática era similar. Es un verdadero misterio cómo los mismos electores pueden actuar racionalmente cuando votan a la izquierda en 2019, pero emocionalmente y bajo manipulación, al grito de que “Que te vote Txapote”, cuando votan a la derecha en 2023.

No menos misterioso resulta, por cierto, que quienes ostentan masters y doctorados en ciencias sociales, al momento de explicar el comportamiento electoral, desempolven arcaicas teorías de la comunicación como la de la “aguja hipodérmica”, esto es, aquella que supone que existen emisores capaces de enviar mensajes claros y distintos que penetran en la piel de una audiencia absolutamente pasiva que obedece como si fuera zombi.

Es un clásico archiconocido, pero el ejemplo que se suele dar cada vez que se cita esta perspectiva, es la famosa adaptación al radioteatro que el gran Orson Welles hiciera de La Guerra de los mundos de H. G. Wells.

Hay mucho de mito respecto a las repercusiones reales pero las crónicas indican que cuando Welles emite por radio lo que era una supuesta invasión marciana, buena parte de la audiencia lo creyó a pesar de las aclaraciones pertinentes a lo largo de la transmisión. Así, habría habido centenares de llamados a la policía advirtiendo del supuesto ataque, gente presa del pánico que se encerró en su casa y hasta suicidios. Sin embargo, hay algo que aclarar: se trató de una transmisión radial realizada en 1938 y estamos en condiciones de indicar que, 85 años después, ni los medios son los mismos, ni las audiencias son las mismas.   

Porque podemos leer a Dick, Ballard, Orwell, etc., y maravillarnos con la visión que la ciencia ficción y la literatura distópica de los 50, 60 y 70 ofreció respecto a la posibilidad de masas sometidas a la propaganda, pero hoy sabemos que el proceso comunicacional es mucho más complejo y que allí intervienen infinita cantidad de variables.

Máxime si a esto le sumamos la complejidad que agrega la irrupción de internet y las pantallas de los móviles. Sin embargo, una suerte de “aguja hipodérmica reloaded” regresa para consuelo de una progresía que no sabe, no quiere o no puede abandonar sus resabios de intelligentsia iluminada.

Y aquí se da un fenómeno muy particular porque, en un principio, la progresía entendió que el teléfono móvil era la herramienta del futuro para desafiar a los poderes de turno, entre los que se incluían desde las posiciones dominantes de los medios tradicionales en Occidente, hasta las dictaduras en países no occidentales.   

El destino era inexorable: florecerían así las “primaveras árabes”, las mujeres se quitarían el velo, y las grandes corporaciones mediáticas sucumbirían frente a un nuevo periodismo “ciudadano” y no profesional en un mundo en el que cualquier imbécil dice ser un generador de contenido.

Ese espíritu asambleario con algo de estudiantina era el mismo que se respiraba en, justamente, aquel 15M indignado que ahora se indigna con el resultado de las elecciones. ¿Por qué? Porque rápidamente se cayó en la cuenta de que no solo no hemos hecho la revolución a través de Twitter, sino que hay un Brexit, y los Trump y los Bolsonaro son capaces de ganar elecciones.

¿Y qué lectura hace el progresismo cuando el resultado no es el deseado? Como no se puede afirmar que el pueblo se equivoca, se vuelve a la teoría de la manipulación: posverdad, fake news y oscuros intereses han determinado la conducta de la gente; una nueva invasión, una nueva “guerra de los mundos llega en la forma del algoritmo gracias al Big Data.           

Pensemos, si no, en el ejemplo que se dio a partir del escándalo de Cambridge Analytica cuyo resumen se puede hallar en un documental de Netflix titulado Nada es privado (The Great Hack).  

Cambridge Analytica fue una empresa de minería de datos y asesoramiento electoral acusada de utilizar la información de 87 millones de usuarios de Facebook para crear campañas de microsegmentación y direccionar al votante. Si bien lo hizo en muchos países, el documental hace eje en dos de los casos más insoportables para la progresía biempensante: el Brexit y el triunfo de Trump.

Como las sutilezas ya no abundan, podemos resumir el mensaje que se quiere instalar a partir de las declaraciones que el programador Christopher Wylie, un exempleado arrepentido, hiciera a El País en 2018: “El Brexit no habría sucedido sin Cambridge Analytica”.

Se sigue de aquí entonces que la única razón por la que el Brexit y el triunfo de Trump acontecieron fue por la manipulación minuciosa que hicieron unos señores poderosos con intereses espurios. En la misma línea, la idea de la gran manipulación es la que han utilizado los analistas para explicar el triunfo de Bolsonaro en 2018: iglesias evangélicas, cadenas de whatsapp, fake news y posverdad terraplanista fueron algunas de las excusas que los presuntos esclarecidos esgrimieron. Nadie reconoció que Bolsonaro, nos guste o no, es un líder popular que representa a un importante número de brasileños y que, en 2018, el Partido de los Trabajadores se vio afectado por la proscripción de Lula y por una agenda extraviada que se olvidaba de representar, justamente, a los trabajadores. A propósito, siempre recuerdo una entrevista que le hacen a un gay que vivía en una favela y que pensaba votar a Bolsonaro a pesar de que éste había realizado consideraciones homofóbicas públicamente. La respuesta del entrevistado fue demoledora pues afirmó que a él no le importaba lo que Bolsonaro pensara de su elección sexual, sino que lo que él necesitaba es que dejaran de robarle la bicicleta porque era su herramienta de trabajo.      

Para concluir, sobran los ejemplos a lo largo de la historia en los que los medios de comunicación han influido en las decisiones que toma la ciudadanía, pero también sobran los casos en los que la ciudadanía ha elegido contra lo que los medios intentaban instalar. Eso demuestra que los medios pueden influir pero que nunca son determinantes. Si, en menos de 10 años, una fuerza política que llegó a ser clave para formar gobierno, prácticamente se extingue, es de suponer que debe haber algo más que la animadversión de las corporaciones mediáticas.

¿Acaso un repentino virus fascista se ha apropiado de los españoles? Todo puede ocurrir, pero quizás debiera indagarse en las relaciones de causalidad entre la merma en la cantidad de votos y dos aspectos fundamentales: por un lado, una gestión con errores vergonzosos; y, por otro lado, una agenda de izquierda que nunca entendió que sumar y propiciar la creación de minorías cada vez más minoritarias, podrá representar muchas cosas, pero difícilmente logre representar mayorías.

 

 


domingo, 11 de junio de 2023

JxC: entre el palo y la nueva transversalidad (editorial del 10/6/23 en No estoy solo)

 

La crisis en Juntos por el Cambio (JxC) parece no tener fondo y ya abundan encuestas que hasta lo ubican tercero, fuera de un eventual balotaje. Se trata de un fenómeno muy particular porque desde que la salida de Guzmán inauguró un aumento dramático de la inflación, el oficialismo sostiene una base electoral, pero quien viene perdiendo apoyo es su principal adversario.

Sería inexplicable, claro está, si no se observara que, al mismo tiempo, quien parece canalizar esos votos es Milei quien, según algunas encuestadoras, hasta podría acercarse a los 40 puntos en una primera vuelta si Rodríguez Larreta venciera a Patricia Bullrich en la interna. En lo personal, considero que esos números parecen exagerados, pero ante la coincidencia de los encuestadores me permito abrir siempre un margen de duda razonable.

Ante este escenario impensable apenas unos meses atrás, cuando todos daban a JxC como seguro ganador, los dilemas que se le plantean al espacio son similares a los del oficialismo: ¿abrimos lo más posible casi hasta alcanzar una nueva Unión democrática, o jugamos con “los propios” y apostamos a que, en una segunda vuelta, el antiperonismo y la mala administración del oficialismo acerquen los votos necesarios?

Alguna vez se los comenté en este espacio: Milei ha sido creado para que JxC parezca de centro. Sin embargo, del mismo modo que en el oficialismo conviven sectores más ultra con sectores moderados, JxC también cobija actores que van del centro a la derecha. En otras palabras, y para que nadie crea que estamos bautizando a una “nueva derecha”, aun cuando en la práctica muchas veces voten juntos, Macri y Bullrich no son lo mismo que Lousteau y Manes. Independientemente de quiénes gusten más o menos, lo cierto es que no parecen lo mismo. De hecho, el electorado del Frente de Todos en su momento votó a Lousteau en aquella famosa segunda vuelta que casi quita al PRO de la ciudad de Buenos Aires y, a decir de Carlos Pagni, Wado de Pedro le habría ofrecido a Facundo Manes ser su segundo en la fórmula.

Dicho esto, y más allá de halcones y palomas reales o presuntas, lo mismo da, lo que parece haber aquí son dos concepciones distintas de cómo gobernar a partir del 11 de diciembre. Para decirlo con precisión: estos armados se basan en razones electorales, pero también dan algunas pistas de lo que teóricamente se está pensando para el primer día de un futuro gobierno. Que después eso se efectivice en la práctica es otro asunto: Macri ganó apoyado en el despliegue del aparato radical a lo largo del país, pero al momento de gobernar apartó al radicalismo de las decisiones. De modo que lo que va a suceder no lo sabemos, pero hay mensajes que se nos quieren dar. En el caso de Rodríguez Larreta, se trata de llevar a la práctica lo que viene diciendo desde hace un tiempo: para gobernar y cambiar la Argentina hace falta un consenso del “70%”. Naturalmente, el 30% que queda afuera es el kirchnerismo y, por supuesto, cuando se habla de un “70%” no se habla de un porcentaje de votos sino de un 70% de apoyo de los espacios de poder real y formal. Esto supone, entonces, hacer concesiones al poder real y acercar al espacio a los Schiaretti y a los Espert, más allá de que el peso del primero no pueda compararse con el del segundo. Si en el poder económico y en la justicia, por ejemplo, ese 70% resulta alcanzable, siempre y cuando no quede demasiado herida el ala de los halcones, no resulta tan sencillo cuando pensamos en los actores de la política formal. De aquí que haya que negociar con la superestructura de la política (peronismo no K) para alcanzar el número mágico.

Se trataría de una suerte de segundo intento de transversalidad, de derecha hacia al centro, tras el fallido de aquel primero que fue de izquierda hacia el centro y que llevaba a CFK y a Cobos en la boleta.

El fracaso de aquella primera experiencia muestra que es más fácil acordar una lista que un plan de gobierno, por la sencilla razón de que un frente que triunfe tiene cargos para todos los participantes.

Patricia Bullrich no es tonta y por supuesto que en algún momento intentará “abrir”, pero su propuesta es distinta y en todo caso rememora otro episodio cercano que ustedes recordarán: buena parte del poder real, incluyendo medios y periodistas, presionando a Macri para que se una a Massa y así vencer al kirchnerismo en 2015. Sin embargo, Macri, asesorado por Durán Barba, entendió que los votos de Massa irían naturalmente hacia él, de modo que el pacto no tenía ningún sentido y solo conllevaría ceder espacios a quien tarde o temprano “jugaría solo”. Tuvo razón.

Pero la situación fue diferente cuando Macri tuvo que gobernar. De hecho, hasta el día de hoy le echa la culpa al ala dialoguista de su gobierno. Desde su punto de vista, el “diálogo” fue una maniobra de los “dialogables” para que se pierda tiempo y no se pudiera avanzar con celeridad en las reformas necesarias. Por cierto, si así fue: ¡Dios tenga en la gloria al filibusterismo!

Bullrich, entonces, cumpliendo la performance de pretendida dureza, viene a ofrecer el palo sin la zanahoria mientras señala que la versión “Rodríguez Larreta en modo zen”, solo ofrece zanahorias porque se sabe débil (aclaremos igual que, a juzgar por algunos sospechosos micrófonos que quedan abiertos, Rodríguez Larreta ofrecería zanahorias de color verdes también a algunos amigos del periodismo, pero podemos pasar de largo este asunto en la semana en que se celebra el día de una profesión tan noble).

Ahora bien, más allá de estas hipótesis, el punto es que hay una condición previa que debe cumplirse: JxC debería ganar. Y allí ambos candidatos tienen problemas: si Bullrich juega demasiado al sheriff libertario, chocará con el original y, en general, entre la copia y el original, la gente suele elegir a este último, es decir a Milei; y en el caso de Rodríguez Larreta, si abre demasiado la bolsa para que entren todos los gatos, suponiendo que la política electoral es una mera adición de nombres que traen votos en los bolsillos, el desperfilamiento puede ser tal que la gente elija las opciones más seguras, si es que las hubiera, claro.     

A pesar de que durante años se ha criticado la grieta y que se ha intentado romperla por la ancha avenida del medio, la ruptura finalmente ha aparecido por derecha. Más allá de las virtudes de Milei, el fenómeno se vincula con la decepción que han provocado los últimos dos gobiernos a sus votantes. Si son solo dos los que juegan y los dos juegan mal, están dadas las condiciones para que emerja un tercer participante. Lo cierto es que hemos pasado de una elección en la que JxC ganaba con seguridad, a un escenario en el que es improbable, pero ya no imposible, un balotaje que lo tenga como espectador.

Parafraseando a un exgobernador, digamos que en Argentina los agravios, pero también las proyecciones y los análisis políticos, prescriben a los 6 meses.       

domingo, 4 de junio de 2023

Votar por un payaso (publicado el 1/6/23 en www.theobjective.com)

 

Se ha dicho mucho en las últimas horas sobre la osada estrategia electoral de Pedro Sánchez que logró sacar de la agenda el triunfo contundente del PP y el crecimiento exponencial de VOX.

A priori cualquiera hubiera pensado que lo mejor que le puede pasar a un gobierno que acaba de perder, es tener tiempo para, eventualmente, revertir la tendencia; sin embargo, con este giro sorpresivo, Sánchez busca encolumnar al PSOE detrás de su figura impidiendo cualquier gesto de rebeldía interna, evitar un mayor desgaste de su gestión, cortar abruptamente el clima victorioso de la derecha y obligar a pactar de alguna manera a quienes están a su izquierda.

Naturalmente, nadie más que Sánchez y sus asesores conocen el diagnóstico y el plan, pero mirando en detalle los números, podría decirse, en términos generales, que el PSOE no ha perdido tantos votos sino que ha sido la derecha en su versión más de centro o más radical la que ha cooptado votos mayoritariamente del casi extinto Ciudadanos. En todo caso, aunque es difícil de precisar, puede que haya habido todo un corrimiento en general hacia la derecha y que algunos votos del otro espacio joven que había surgido para hacer frente al bipartidismo, Podemos, hayan ido a parar al PSOE. En este caso, y a juzgar por los porcentajes obtenidos, se comprobó una vez más que el nivel de sobreexposición que tiene el progresismo en medios tradicionales y redes no se encarna en la gente ni garantiza votos. El mejor ejemplo de esta desconexión se dio en Valencia donde, lejos de focalizarse en las necesidades del ciudadano de a pie, la campaña se centró en presentar la elección sexual y la discapacidad auditiva de una candidata como un mérito en sí y como garantía de buen gobierno. Sin embargo, evidentemente, no se trataba, entonces, de que llegue la hora de la “bollera buena” frente a “la mala”, sino de presentar un plan de gobierno que interpele a las mayorías.  

Ahora bien, dado que, tomando en cuenta los números antes mencionados, el PSOE parece tener un núcleo duro de votantes capaces de garantizar un piso competitivo, es natural que toda la estrategia de Sánchez se incline por cómo hacerse de esos “otros votos” que le han sido esquivos en estas elecciones.

Si usted cree que, entonces, vendrá un giro hacia el centro para atraer el voto moderado o una serie de acciones tendientes al convencimiento de los electores pensados como agentes racionales, temo decepcionarlo. Es más, creo que estoy en condiciones de afirmar que Sánchez hará exactamente lo contrario y su campaña se centrará en impulsar la idea de que hay que votar por un payaso. Sí, así como lo está leyendo.      

A lo largo del mundo, ha habido ejemplos de payasos que se han presentado a elecciones y estoy seguro que vienen a su mente decenas de nombres de hombres y mujeres que bien calificarían para esa denominación. Sin embargo, para que no haya confusiones y para que nadie crea que se está llamando “payaso” al Presidente o a alguien que pudiera reemplazarlo, se hace necesario dar alguna precisión.

Es que cuando hablo de “votar por un payaso” me refiero a lo que me gusta llamar el “Voto IT”, en referencia al famoso payaso Pennywise, protagonista de la novela de Stephen King que fue llevada al cine con enorme éxito.  

Como ustedes recordarán, en un pequeño pueblo, una entidad maléfica despierta cada x cantidad de tiempo para iniciar un raid de sangre y muerte. Hasta aquí se trata de la típica trama de terror con la única diferencia de que lo que cambia es el protagonista de las masacres. Sin embargo, King le da un giro que puede ser utilizado para entender las razones por las que buena parte del electorado vota. Es que el payaso se llama “IT” (“Eso”, en castellano), justamente, porque en realidad no tiene ninguna forma específica. Usualmente encarna un cuerpo de payaso, pero lo que lo define es que adopta la forma que más aterroriza a sus víctimas. Entre alguna de sus múltiples formas, IT deviene hombre lobo, leproso, momia, ojo gigante, niño muerto, araña monstruosa o padre severo de la protagonista. Cada una de estas formas representa el miedo del que lo está enfrentando.

Se supone que, entonces, aprovechando el avance de las negociaciones entre PP y VOX para formar gobierno tras los resultados de las municipales y autonómicas, Sánchez azuce el temor de un sector de la población a “la llegada del fascismo” pegando la figura de Núñez Feijóo a la de Abascal. Así, el payaso de la política no será un hombre lobo, pero será “el patriarcado”, “el racismo”, “el nazismo”, “La derecha”, “la ultraderecha”, “el lenguaje de odio” y hasta el fantasma de Franco si fuese necesario.    

Resulta claro que esto de votar por un payaso no es un fenómeno estrictamente español. De hecho, lo vemos prácticamente en cada uno de los países donde, aun con distintos sistemas e incluso con altos niveles de fragmentación, las elecciones acaban enfrentando dos grandes polos que no atraen a los votantes por mérito propio sino por el temor que provoca el adversario. Es que el descreimiento de la política hace que muchas elecciones se diriman a partir del “voto útil en contra de”, aunque a juzgar por los resultados, habría que pensar hasta qué punto ese tipo de voto no debiera rebautizarse.  

En sociedades partidas al medio y con bipartidismos de hecho que alternan administraciones mediocres, votar por el payaso, esto es, votar por el miedo que nos provoca el triunfo de “el otro”, solo favorece a una casta política que cada vez gobierna peor, pero que es experta en asustarnos.    

Lejos de proyectar un país, la clase política deviene profeta de los desastres por venir, siempre encarnados en el adversario de turno. Si bien no subestimaría la capacidad del miedo para guiarnos por el buen camino en determinadas situaciones, aun cuando suene demasiado ideal, no está de más hacer un llamamiento a votar por otras razones. Quizás no haya tanto que temer. Al fin de cuentas, no es más que un payaso.

 

Loretta es el poder (publicado el 26/5/23 en www.theobjective.com)

 La censura cayó ahora sobre la adaptación teatral de La vida de Brian, la mítica película de los Monty Python estrenada en 1979. En particular sobre una icónica escena que más de 40 años atrás hacía reír por lo absurda que era. Para contextualizar, reunidos en el Coliseo de Jerusalén, los miembros del Frente popular de Judea discuten una agenda de reivindicaciones contra las autoridades y lo primero que aparece allí es una sátira al denominado hoy “lenguaje no sexista” o “lenguaje inclusivo”. Más específicamente, hacia aquello que los lingüistas llamarían la duplicación innecesaria que afecta la economía del lenguaje cuando se dice, por ejemplo “es el derecho inalienable de todo hombre (y de toda mujer) ser liberado (y liberada)…”, etc. En la escena, la necesidad de adicionar el femenino ante cada frase, hace que el protagonista directamente pierda el hilo de la conversación y su idea quede trunca. 

Pero el asunto no termina aquí pues uno de los protagonistas plantea que desea ser llamado Loretta y que, a pesar de ser un varón, tiene derecho a gestar un hijo. Frente a ello, uno de los interlocutores, visiblemente escéptico, le indica que por ser un varón no tiene las condiciones biológicas para parir, a lo cual “Loretta” responde “no me oprimas”. Finalmente, la mujer del grupo interviene e indica que aun cuando podemos acordar que “Loretta” no tiene la posibilidad de engendrar un hijo, puede existir el derecho a que un hombre pueda hacerlo. Frente a ello, el escéptico pregunta cuál sería el sentido de reivindicar un derecho que en la práctica es de imposible cumplimiento, a lo cual uno de los interlocutores responde que sería “un símbolo de nuestra lucha contra la opresión”. Pero el remate lo tiene el escéptico quien advierte que no es así y que, en todo caso, más bien sería un símbolo de la lucha de “Loretta” contra la realidad.

Es llamativo el don profético de la escena, incluso el uso de una terminología que hoy es habitual pero que para aquella época resultaba ajena; también el modo en que los Monty Python logran dar en el núcleo de toda una retórica “de los derechos” que en muchos casos plantea reivindicaciones a veces excesivamente minoritarias, a veces inexistentes, a veces impracticables.

El caso es que el diario The Telegraph publicó una entrevista a John Cleese, uno de los fundadores de los Monty Python, quien confiesa que en los ensayos realizados en Nueva York el año pasado con el fin de la adaptación al teatro del guion de la película, los actores consideraron que no era adecuado incluir la escena porque el colectivo trans podía verse ofendido. La anécdota no hace más que mostrar que la gran perversión de la corrección política es la autocensura.   

Al momento del estreno, La vida de Brian originó un escándalo porque, en su parodia, cristianos y judíos se sintieron ofendidos. De hecho, en distintas partes del mundo, sectores religiosos presionaron con distintos niveles de éxito para que la película no se estrene o se censure. Sin embargo, y como suele o, al menos, solía ocurrir, la libertad se impuso y hoy podemos ver la película completa aun sabiendo que hay quienes pueden sentirse ofendidos.  

En todo caso, la anécdota de Cleese sirve para recordar que la censura sobre el humor siempre es una buena guía para reconocer dónde está el poder. Porque si hay algo que el poder no soporta es la manera en que la broma socava tanto su autoridad como el temor del que el poder se sirve para imponerse. Más allá de que no fue fácil, la película pudo verse porque ya hacia fines de los 70 el poder de la Iglesia católica estaba en declive de modo que sus intentos de censura ya no eran aceptados por una sociedad que, en su mayoría, demandaba una nueva moral.

Ese declive es todavía más pronunciado hoy, lo cual se confirma cada vez que alguien es capaz de hacer bromas y críticas feroces sobre el Papa o sobre aspectos de la doctrina y, afortunadamente, no sufre ninguna consecuencia. Por ello, cabe preguntar: ¿alguien sinceramente cree que desafía al poder arremetiendo contra la Iglesia hoy en día? ¿Está allí el poder? Tómese en cuenta, por ejemplo, la cantidad de expresiones artísticas donde se toma la figura de Jesús o de vírgenes para hacer con ellas lo que vaya en gana sin que eso genere mayor escándalo. Incluso hacerlo implica para el artista un salto al estrellato del compromiso. Sin embargo, no sucede lo mismo con quien hace bromas u osa poner en tela de juicio algún aspecto de la ideología queer; en ese caso perderá su condición de artista para recibir, como mínimo, la acusación de nazi, facha y ultraderecha conservador; y si el osado tiene algún tipo de intervención pública u ocupa un cargo en alguna institución, lo que sobrevendrá es su cancelación total, esto es, la muerte civil. Porque hoy se puede decir que Jesucristo era trans; lo que no se puede decir es que un varón es incapaz de gestar.

La paradoja es que la retórica del progresismo woke y las políticas identitarias dicen luchar contra un poder opresor, pero casos como el de la autocensura de la escena de La vida de Brian, parecieran mostrar que la hegemonía cultural con ubicua presencia estatal e institucional, la posee hoy ese progresismo sobre el cual no es posible bromear.

Si la generación del 68 luchaba más contra sus padres que contra el capitalismo, sus hijos y sus nietos ya no luchan ni siquiera contra sus mayores, sino que hacen causa común para luchar contra los fantasmas y las caricaturas de lo que en los años 60 era un poder verdadero.        

Qué ha ocurrido en estos últimos cuarenta años para que el mismo progresismo que defendió a La vida de Brian de la censura en los años 70, sea el que hoy impone las condiciones para una nueva censura, es algo que no podemos resumir en estas líneas. Lo que sí podemos decir es que hoy no es la Iglesia precisamente la que impone qué películas se pueden ver, qué comer, cómo hablar y cómo y a quién debemos amar. 

A manera de conclusión, el neopuritanismo progresista ha podido lo que la Iglesia no consiguió en el año 79. Lo ha logrado sin un uso explícito de la fuerza sino a través de la autocensura de los intérpretes. El poder está del lado de Loretta y para probarlo simplemente se necesita un test muy simple: piense sobre qué cosa no es posible bromear. Efectivamente: ahí es donde está el poder.