martes, 5 de marzo de 2024

Hitler era negro y filántropo (publicado el 1/3/24 en www.theobjective.com)

 

Vikingos que parecen jugadores de rugby neozelandeses; un papa negro y una papisa que podría ser la hermana de Mahatma Gandhi; George Washington con rasgos asiáticos en una distopía que no se la hubiera imaginado ni Philip Dick; filas de soldados nazis en los que un ario convive con un negro, una oriental y un género fluido con el pelo azul. Estos son algunos de los resultados arrojados por Gemini, la IA de Google lanzada al mercado el 8 de febrero, la cual acabó siendo parcialmente suspendida esta semana a propósito, justamente, de la viralización de estos disparates.

El escándalo trepó cuando Elon Musk acusó a Google de estar preso de la corrección política y el movimiento woke, crítica que llevó a Jack Krawczyk, director del proyecto, a reconocer que, en pos de ofrecer un abanico de diversidad, se han producido -de manera involuntaria, quiero suponer-, “inexactitudes en algunas representaciones históricas de generación de imágenes”.

Si bien el episodio resalta por lo burdo, se inscribe en toda una serie de aberraciones que se vienen dando cuando, con el mismo espíritu, se reescriben sesgadamente eventos históricos o se interviene directamente sobre novelas y distintas expresiones artísticas cuyo mensaje choca con el puritanismo de estos tiempos.

Aunque afortunadamente en los últimos años ha comenzado a proliferar una masa crítica que se ha atrevido a denunciar este tipo de acciones, los giros que va dando el wokismo ofrecen material para nuevas reflexiones. En este caso, porque la impronta ideológica que pregona por un mundo igualitario y diverso, proyectando sobre el pasado las aspiraciones del presente, muy probablemente obtendrá como consecuencia, en el mediano plazo, resultados contrarios a los pretendidos.

De hecho, lo que ya está sucediendo es que los jóvenes que en las escuelas y en la universidad han aprendido más de ideología progresista que de historia, están algo desorientados. Efectivamente, consumen toda la bibliografía digerida y regurgitada por los infantilizadores, aquellos que solíamos llamar “docentes”, para afirmar que la Iglesia Católica se ha caracterizado por ser machista, misógina, patriarcal y racista, pero cuando buscan información en la IA, las imágenes que reciben son las de papas negros y papisas, esto es, dos imágenes de lo que nunca ha existido. Algo similar sucede cuando se les intenta explicar el genocidio perpetrado por los nazis y el modo en que éste se constituyó a partir de la referencia a la supuesta superioridad de una mítica raza aria monolítica reacia a aceptar toda diversidad y estableciendo un plan sistemático genocida en particular contra los judíos. ¿Cómo compatibilizan esta verdad histórica con el hecho de que la IA les muestre soldados nazis LGBT, negros y asiáticos?

Quienes tenemos alguna mínima formación y estudiamos cuando la realidad, la biología y la verdad no eran consideradas de derechas, podemos tomar de forma risueña un episodio como el ofrecido por la nueva creación de Google, pero ¿qué hay de aquellas nuevas generaciones que elevan la IA a una condición cuasi oracular, divina?

A propósito, una referencia a la literatura puede alumbrarnos. Se trata de un cuento de Jorge Luis Borges publicado en El libro de arena, el año 1975. Se titula “Utopía de un hombre que está cansado”.

Allí, un tal Eudoro Acevedo realiza un viaje en el tiempo donde encontrará a un hombre del futuro con el cual dialogará acerca de las diferencias entre su tiempo y el presente. Sin hacerlo nunca explícito, lo que Borges muestra es que, en el futuro, la individualidad ha desaparecido: la gente no tiene nombre, viste de gris, no gesticula y fisonómicamente es parecida; además, no existe propiedad privada, tal como demuestra que no haya alambrados que dividan la tierra ni llaves para ingresar a las casas. Pero lo que más se conecta con el tópico de estas líneas, es que, en aquel tiempo, existe una política sistemática de olvido de la historia.

Dice el hombre del futuro: “Ya a nadie le importan los hechos. Son meros puntos de partida para la invención y el razonamiento. En las escuelas nos enseñan la duda y el arte del olvido (…). Del pasado nos quedan algunos nombres que el lenguaje tiende a olvidar. Eludimos las inútiles precisiones. No hay cronología ni historia (…) Queremos olvidar el ayer, salvo para la composición de elegías. No hay conmemoraciones ni centenarios ni efigies de hombres muertos”.   

Dicho esto, no todo era negativo en aquel futuro distante. Allí, por ejemplo, no había más gobiernos ya que poco a poco los ciudadanos dejaron de obedecerles: “[los gobiernos] llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos”.

Finalmente, en un elemento central para la trama, el avance en la medicina hizo que la gente pudiera vivir varios siglos y que nadie muriera de muerte natural. Sin embargo, la vida eterna no era deseada de modo que los hombres y mujeres del futuro, en determinado momento de sus vidas, elegían suicidarse.

Acabar con la propia vida era un alivio y fue la decisión que toma el hombre del futuro que protagoniza el cuento. El día elegido, unos conocidos lo acompañan hasta el lugar donde llevar adelante el suicidio y allí Borges sutilmente expone la consecuencia de una sociedad uniforme, sin identidad, que ha olvidado la historia. Es que el suicidio se realiza en una cámara de gas que es presentada por el hombre del futuro de la siguiente manera: “[Hemos llegado. Aquí está] el crematorio (…) Adentro está la cámara letal. Dicen que la inventó un filántropo cuyo nombre, creo, era Adolfo Hitler”.

Sin historia, el creador de la cámara de gas goza del beneficio del olvido y deviene un filántropo, alguien que ha hecho una colaboración por amor a la humanidad. Borges utiliza el ejemplo extremo para realizar así una poderosa advertencia.  

Para concluir, quizás el próximo paso de la IA sea afirmar que Hitler era judío y negro o, quizás, simplemente, una persona gestante lesbiana oprimida, solo para mantener los cupos de representación. Parece imposible pero lo más atemorizante en este sentido, es que hoy contamos con una tecnología y, sobre todo, con una ideología capaz de imponer en muy poco tiempo delirios como estos. Si así sucediese, no faltará quien en breve considere que Hitler fue, en realidad, una víctima. 

Con todo, aun cuando el precio por congraciarse con la moral hegemónica que está pagando Google sea demasiado alto en términos de reputación, su avance parece inexorable. El mundo será cada vez más dependiente de la IA y el pasado quedará a merced del algoritmo.

En este escenario, solo cabe decir que el futuro mediato probablemente no sea como suponía Borges, pero lo que sí sabemos es que, más temprano que tarde, atesorar libros de historia y ejercer una memoria crítica, serán consideradas acciones subversivas.    

domingo, 3 de marzo de 2024

Menemizar y mememizar (editorial del 2/3/24 en No estoy solo)

 

La forma en que ejerce el poder Milei es populista, incluso en términos de Laclau: agrupa una serie de demandas insatisfechas contra un otro, esto es, la casta, los políticos, el Estado. Todo el que no acepta el mandato del presidente, es algo de eso otro. En la campaña esta estrategia resultó exitosa. En el gobierno, los números para pasarse al bando opositor se reparten diariamente y eso tiene un límite. Para gobernar hay que pelearse con mucha gente, pero no te podés pelear con todos todo el tiempo.

El “pueblo” de Milei es una construcción novedosa. Está hecho de la acumulación de likes y visualizaciones. Ni siquiera de individuos. Solo likes y visualizaciones de nicknames, trolls, bots. De hecho, no hay imágenes de gente real en las representaciones virales de los libertarios, sino imágenes creadas con inteligencia artificial. Eso sí: los leones y los otakus son más efectivos que los Adorni, al fin de cuentas, retazos de un formato comunicacional perimido llevado adelante con soberbia y revanchismo por el muchacho al que todos le hubiéramos hecho bullying en la escuela.   

Que la narrativa mileista se construya principalmente en las redes no significa que carezca de apoyo entre los ciudadanos de a pie. Ese apoyo existe, para dolor de los noteros de C5N. La sociedad rota es su columna vertebral. Son esos 10 millones de tipos que recibieron el IFE y que parecieron salir de debajo de la tierra mientras Alberto Fernández hablaba del Estado presente; son, como ya se ha dicho hasta el hartazgo, los precarizados de Rappi pero también las decenas de miles de clases medias bajas y bajas que hacen cola para que les lean el iris a cambio de unas criptomonedas; y también son las clases medias a las que el gobierno anterior les jodió la vida limitando el acceso a los dólares, sosteniendo una ley de alquileres insólita por temor a una cuenta de Twitter de inquilinos enojados, y procrastinando la resolución de una inflación que había que tolerar “para que no venga la derecha con el ajuste”.    

El problema que tiene Milei es que cree poder medir el apoyo desde la burbuja del mundo virtual. Este mundo interactúa y se entrecruza con la realidad, pero no es lo mismo. Todavía tiene apoyos en ambos mundos, pero cuando eso deje de suceder en el mundo de allá afuera, él no tendrá herramientas para percibirlo. Acorde a los tiempos, el suyo no es un diario sino un algoritmo de Yrigoyen. 

Milei sabe que su carrera es contra el tiempo y está respetando a rajatabla la vieja tesis de “haz todo lo doloroso en los primeros 100 días”. Lo está haciendo bastante mal pero no está lejos de que le salga bien: un desembolso del FMI, alguna pequeña ayudita de mis amigos los exportadores, y/o alguna magia financiera para que liquiden, y la utopía de un fin del cepo con una inflación de un dígito parece posible de acá a unos meses. La estabilidad política en el corto plazo se llama “baja de la inflación”. Dolor Pepe Albistur.

A propósito, en la Argentina donde todos saben de fútbol y de política se pronostican helicópteros con la misma certeza con la que presentábamos a Milei como un fenómeno pasajero de la ciudad de Buenos Aires. Son los que hablaban del territorio, del “derpo” de los “gobernas”, de las avivadas en la fiscalización… Luego llegó un 56% de cachetazos. Por supuesto que la posibilidad del helicóptero estará presente quizás más por el mesianismo sacrificial del presidente y la debilidad del gobierno que por la voluntad opositora, pero puede fallar. En eso tiene razón el presidente: la oposición no la ve.

A diferencia de Macri, que gobernó 4 años hablando de la herencia de Cristina, la lógica refundacional de Milei hace que las menciones al kirchnerismo sean laterales. Cuando Milei habla de herencia refiere a, como mínimo, los últimos 100 años. Tiene todo el pasado por delante, diría Borges.   

El progresismo se siente a gusto con Milei. Es lo mejor que le ha pasado y su única posibilidad de regresar al poder. Milei les permite la indignación diaria, máxime cuando toca las vacas sagradas. Hasta hace poco el progresismo militaba ministerios. Ahora ni eso, en la medida en que los contratados sean reubicados.

El deporte nacional del ciudadano opositor es mandar whatsapp con el twitt discriminador del día replicado por Milei. Si el gobernador con síndrome de down… si la escena de la película porno con periodistas de La Nación en la previa al sexo grupal… Existen todas las razones del mundo para denunciar este tipo de comunicación presidencial y, en general, las comparto. El presidente no parece tener noción de su rol institucional o quizás sí, pero lo desprecia, lo cual sería quizás más grave. Pero, en este sentido, el presidente representa a las mayorías. Hace lo que incluso hacen los progres en privado, esto es, burlarse de aquello que no es políticamente correcto. Es un tiempo de la antipolítica, de ir contra las instituciones y de quebrar con todos los protocolos de la hipocresía progresista. En eso el presidente la ve.

Cámara de eco, mensajes para la propia tribuna y posverdad describen mejor el clima de época que las fake news. La anécdota del INADI es el mejor ejemplo: el gobierno anuncia su desaparición para estruendosa algarabía de su hinchada y para indignación de los rivales. Luego aclara que el organismo con la mayoría de sus empleados será absorbido por Justicia. Pero a ninguno de los bandos le importó. La realidad no tiene ningún derecho a estropear nuestra euforia y nuestra indignación respectivamente. ¿Qué es lo verdadero? Lo que confirme nuestros prejuicios.

En esta línea, el progresismo afirmando que la prohibición del denominado “lenguaje inclusivo” es una bomba de humo para tapar el ajuste, acaba reconociendo que se trata de una temática “de segundo orden”. Así, confirma las críticas que en su momento recibió cuando intentó imponer como una agenda revolucionaria y emancipadora la jerga sectorial de una tribu universitaria.  

Libertarios y progresistas subsumen la política a la comunicación. Para ambos Gramsci es un teórico de la manipulación y de lo que se trata es de ver quién se apropia de los instrumentos de la batalla cultural entendida como batalla comunicacional a librarse en redes sociales. Unos se excitan con el revival de los 90; los otros han quedado en el loop del 7D y la ley de medios haciendo memes para la guerra de guerrillas twitteras. Menemizar y mememizar parece ser la tarea.

 

 

sábado, 24 de febrero de 2024

No es una tecnología: es una ideología (publicado el 8/2/24 en www.disidentia)

 

Un llamado a la creación de “tanques y armamento sostenible” y el uso de “misiles biodegradables” y “granadas veganas” como forma de evitar el sacrificio de animales en los conflictos armados. Estas fueron algunas de las afirmaciones que habría formulado la activista ecologista Greta Thunberg en una entrevista que se viralizó algunos meses atrás.

Como era de esperar, se generó un gran revuelo en las redes y hasta mereció alguna respuesta de los articulistas, pero poco tiempo después se conoció la verdad: Greta Thunberg no había dicho eso. La entrevista existió, las imágenes son reales, su boca parece pronunciar esas palabras, pero se trata de un montaje realizado con inteligencia artificial, lo que se suele llamar una “deepfake”.

@fit_aitana es la cuenta de Instagram de Aitana López, una influencer que al día de escribir estas líneas cuenta con unos 278000 seguidores y 79 publicaciones. Se trata de una joven hermosísima que publica fotos con distintos atuendos que luce en un cuerpo que evidencia un gran cuidado y muchas horas de gimnasio. Hay fotos en la playa, en hoteles, presentando a su gato negro llamado “Neo”, entrenando, arriba de un avión, algunas muy sensuales… En su posteo del 9 de noviembre de 2023, por ejemplo, anuncia: “Rumbo a Madrid! Preparada para saborear la cultura, el arte y la historia de la ciudad. Además de bocata de calamares, ¿qué me recomendáis?” Hasta allí nada extraño si no fuera porque Aitana no existe. De hecho, se trata de una creación de la agencia The Clueless, con asiento en Barcelona, realizada con inteligencia artificial.    

En la misma línea se conoció hace algunas semanas el ejemplo de otra cuenta de Instagram, en este caso, @sweet.emilypellegrini, la cual también cuenta con miles de seguidores y que pertenecería a otra bellísima influencer de nombre Emily. Aquí no solo hay fotos sino también videos de la señorita bailando y dejando mensajes para sus fanáticos. Al igual que el perfil de Aitana, fue creado con inteligencia artificial pero lo que hizo trascender la noticia fue que, a pedido de los fans, abrió además una cuenta en una plataforma donde vende contenido sexual. Así, el creador ha confesado estar recibiendo miles de dólares producto del deseo de miles de usuarios de ver con poca ropa y en poses sugerentes a una mujer que no existe.  

Estos son solo algunos ejemplos cada vez más comunes y que serán superados rápidamente por el vértigo de las novedades. Por supuesto que lo más obvio en estos casos es advertir que los avances tecnológicos hacen cada vez más difícil distinguir lo real de la ficción y que estamos próximos a cumplir las fantasías distópicas de humanos anestesiados que viven en mundos imaginarios con su pastilla de la felicidad. Esto es cierto y la posibilidad de habitar la irrealidad podría ser una razón para alarmarnos aunque vista con detenimiento no sea más que una forma más sofisticada de aquello que advertía Platón en la Alegoría de la caverna, o Descartes, en este último caso, al menos como hipótesis.   

Sin embargo, más peligroso que una tecnología es el hecho de que la realidad permita que lo que algún tiempo atrás resultaba delirante hoy sea verosímil. Porque cualquier lector más o menos despierto puede intuir que nadie puede llamar a crear “granadas veganas”, ¿pero cuántas propuestas similares a esta se invocan en nombre de, por ejemplo, el cambio climático? ¿Y qué hay de la conocida como agenda Woke? ¿Acaso a alguien se le podía ocurrir 10 años atrás que aparecería toda una corriente ideológica con predicamento en el Estado y en instituciones que considerase que cuando alguien dice “Hola a todos” no se está refiriendo a las mujeres?

Un buen ejemplo para graficar este corrimiento es el caso del sketch de Loretta en La vida de Brian (1979), el cual volvió a estar en la agenda de discusión algunos meses atrás, cuando uno de sus creadores lo eliminó de la visión teatral ante la presión de los actores y la corrección política. Para quien no lo tiene presente, reunidos en el Coliseo de Jerusalén, los miembros del Frente popular de Judea discuten una agenda de reivindicaciones contra las autoridades y lo primero que aparece allí es una sátira al denominado hoy “lenguaje no sexista” o “lenguaje inclusivo”. Es que uno de los protagonistas es obligado a agregar el femenino ante cada frase (“todos y todas”, “ellos y ellas”, etc.), lo cual hace tan laboriosa la conversación que acaba perdiendo el hilo y olvidando lo que quería decir. 

A continuación, uno de los protagonistas plantea que desea ser llamado Loretta y que, a pesar de ser un varón, tiene derecho a gestar un hijo. Uno de sus compañeros le indica que por ser un varón no tiene las condiciones biológicas para parir, respuesta que hace que “Loretta” se sienta “oprimida”. Finalmente, y no perdamos de vista que la película fue estrenada en 1979, la mujer biológica del grupo interviene e indica que aun cuando acordemos que “Loretta” no tiene la posibilidad de engendrar un hijo, existiría el derecho a que un hombre pueda hacerlo. Cuál sería el sentido de reivindicar un derecho que en la práctica es de imposible cumplimiento, es la pregunta que realiza el más escéptico, aquel que hoy llamarían “transodiante”, y recibe como respuesta que se trataría de “un símbolo de nuestra lucha contra la opresión”. El remate del sketch lo tiene el escéptico que sostiene que antes que una lucha contra la opresión, se trataría más bien un símbolo de la lucha de “Loretta” contra la realidad. Hace 40 años era una broma. Hoy hay gente que puede perder el trabajo, la vida pública y la reputación por decir algo así. Cuesta llamar a esto “progreso”.

En cuanto a los otros ejemplos, el modo en que los usuarios consumen los perfiles de los influencers es el mismo, sea el influencer de carne y hueso, sea una creación de la inteligencia artificial. Queremos máscara, artificio. Seguimos a quien admiramos, a veces simplemente, por su belleza, y queremos opinar de su vida y de todas las vidas ajenas. Esa es la transacción. ¿Acaso importa si esa vida ajena es real? Y, por cierto, ¿acaso alguien cree que Kim Kardashian es más real que Emily y Aitana?

Asimismo, los filtros que otorgan las aplicaciones hoy hacen que sean los seres humanos de carne y hueso los que se parezcan a las creaciones de la inteligencia artificial y no a la inversa. De hecho, ya se encuentra ampliamente documentado el modo en que han aumentado las cirugías estéticas intentando emular el efecto de los filtros. La distorsión es tal que una famosa a cara lavada puede no ser reconocida por terceros o, peor aún, puede incluso no ser reconocida por ella misma frente al espejo.      

Para finalizar, entonces, sin dudas debemos estar atentos a las consecuencias de una tecnología capaz de hacer indistinguible la realidad de la ficción. Sin embargo, más urgente es advertir que es una ideología, antes que una tecnología, la que genera las condiciones de posibilidad para que, en nombre de progreso, la ficción esté reemplazando a la realidad.   

miércoles, 21 de febrero de 2024

Artistas (de un capitalismo) de izquierda [publicado el 16/2/24 en www.theobjective.com]

 

No es fácil rastrear desde cuándo se ha instalado que los artistas deben estar comprometidos con las buenas causas y deben usar las premiaciones para exponer sus posicionamientos políticos. En este sentido la última entrega de los Goya no ha sido la excepción y ya más o menos todos sabemos cuáles han sido los 4 o 5 hechos de la última gala que han levantado polémica.

Dicho esto, quisiera hacer un análisis algo más profundo para indagar en las razones por las que los artistas suelen ubicarse, presuntamente, a la izquierda del espectro ideológico, y señalar algunas paradojas que se siguen de allí. Para ello, me serviré del último libro del filósofo italiano Diego Fusaro, todavía inédito en español, titulado Sinistrash. Contro il neoliberismo progressista.

Como se observa ya en anteriores publicaciones, Fusaro, quien se reivindica un hombre de izquierda, seguidor de Marx y Gramsci, ataca con vehemencia lo que denomina “la izquierda fucsia”, o new left, que ha reemplazado la lucha de los trabajadores por las reivindicaciones de minorías diversas.

Además, advierte que el capitalismo actual es de derecha en lo económico y de izquierda en cuanto a lo cultural y a las costumbres. Esto tiene que ver con una mutación iniciada en 1968, esto es, cuando la izquierda marxista abrazó el individualismo libertario nietzscheano. El mayo del 68 que, como ya muchos observaron, fue una revolución generacional contra los padres y no una revolución que interpelara al sistema, hizo que el capitalismo abandonara la fase burguesa que, en términos de Foucault, sería una fase “disciplinaria”, para derivar en un capitalismo posburgués e hiperconsumista que devino en la figura inédita de un “capitalismo de izquierda”.

Efectivamente, para Fusaro, este capitalismo de izquierda es el que ha creado las nuevas subjetividades que le permiten, al mismo tiempo, lavar su conciencia moral para seguir presentándose como representante de los más débiles, y, al mismo tiempo, crear las condiciones de total funcionalidad a las nuevas necesidades del capital.

Así, para el filósofo italiano que considera que las categorías de izquierda y derecha deben ser superadas por un proyecto con ideas de la izquierda clásica complementadas con valores tradicionales de la derecha, la defensa irrestricta de la inmigración que hace una izquierda como la que gobierna España, obedece al nuevo perfil del hombre cosmopolita errante y sin patria que el capitalismo necesita. Lo mismo sucede con las políticas LGBT, ícono privilegiado de los intentos de superación de la vieja familia burguesa y proletaria; el veganismo, que con su idea de “el plato único” aniquila la identidad; o los ambientalistas que, con recursos transnacionales, se abrazan a un capitalismo verde especialista en la intervención sobre las políticas de los Estados en nombre de la emergencia climática.

En este neoliberalismo progresista, según Fusaro, conviven la izquierda woke y los anarcocapitalistas individualistas de las big tech y Silicon Valley como dos caras de la misma moneda.

Pero, ¿cómo es que una revuelta realizada por la izquierda como aquella del 68 acaba siendo funcional al capitalismo? Según Sinistrash, la izquierda confundió a la burguesía con el capitalismo y siempre se creyó que atacando a la primera se atacaba al segundo. Sin dudas, este es el error conceptual de muchos artistas que parecen anclados en el 68 y hacen una crítica a una cultura, a estructuras típicamente burguesas, creyendo que ello les da el carnet de anticapitalistas. Y, sin embargo, no solo nunca han dejado de ser capitalistas, aunque les encante abrazar los subsidios estatales, sino que están luchando contra un orden que ya no existe más. Es que como ya había advertido Pier Paolo Pasolini, en los años 70 ya no había más fascismo o, en todo caso, el fascismo era la sociedad de consumo que todo lo igualaba. De aquí que Fusaro afirme que la izquierda actual es antifascista en ausencia del fascismo para no ser anticapitalista en presencia del capitalismo.

Decir, entonces, que el capitalismo se volvió de izquierda, significa que hoy necesita una fluidez que la cultura burguesa no le otorgaba y que, sin embargo, sí ofrece la izquierda, tal como se observa en la paradigmática defensa de los géneros fluyentes, tan fluidos e inasibles como el veloz capital. El enemigo es entonces todo tipo de identidad que no sea la de un individuo siempre en transición: ¿la familia? Es el patriarcado; ¿el pueblo? La xenofobia; ¿el Estado? La violencia fascista; ¿la tradición? Superstición antiprogreso; ¿la identidad fuerte? Intolerancia; ¿el pensamiento crítico? Conspirativismo.

Fusaro, además, no teme ser acusado de populista cuando abraza la tesis de Jean-Claude Michéa para quien la izquierda dio el gran paso fundamental a favor del capitalismo cuando se separó del pueblo para asumirse “progresista”. Ese punto es interesante porque es otro de los elementos que expone la confusión de la new left: creyendo que el progreso es afirmar que todo paso adelante supone una superación, entendieron que el enemigo era la tradición y se olvidaron de que era el capital. Que antes del 68, el capitalismo necesitara de la tradición, el Estado, la familia y los valores burgueses, es lo que impide ver que, paradójicamente, hoy son las castigadas ruinas de esas estructuras las que operan como último dique de un capital que no admite límites. 

Algo similar sucede con la tendencia a llamar “fascista” a todo lo que no cuadre con la hegemonía progresista. El supuesto “antifascismo” no es “anticapitalismo” porque hoy el capitalismo no necesita al fascismo sino a la izquierda queer.

Más allá de lo controversial de alguna de estas afirmaciones, la crítica de Fusaro parece hacer justicia con algunos de los posicionamientos de la nueva izquierda y debería generar, sino una incomodidad, al menos algunos interrogantes, no solo en los referentes políticos sino en los artistas que cómodamente se encolumnan detrás de toda la lista de ideas “buenistas” mientras dicen estar disputando una lucha contra un enemigo que ya no existe. 

Pero si con Fusaro no alcanzara, en cada premio Goya (o semejante), bien vale tener siempre a mano el ya mítico discurso que Ricky Gervais hiciese en los Golden Globes del año 2020 frente a las grandes estrellas de la industria del cine. Me refiero al que en uno de sus pasajes indica: “Si alguno de ustedes gana un premio esta noche, por favor, no lo usen como plataforma para hacer un discurso político. No están en posición de dar una conferencia al público sobre nada. No saben nada del mundo real. La mayoría de ustedes pasó menos tiempo en la escuela que Greta Thunberg. Así que, si ganas, acepta tu pequeño premio, agradece a tu agente y a tu dios… y vete a la mierda”.

lunes, 5 de febrero de 2024

Contra la transparencia (publicado el 2/2/24 en www.theobjective.com)

 

A propósito del último encuentro del Foro Económico Mundial de Davos que culminó hace apenas unos días, se volvió a viralizar el extracto de una entrevista que se le había realizado a su presidente ejecutivo, Klaus Schwab, en 2016 y que preanunciaba un escenario que hoy parece completamente naturalizado. Allí, el autor de, entre otros, Covid-19: The great reset, señalado como uno de los principales impulsores de la llamada “Agenda 2030”, abogaba por un futuro inmediato de transparencia total, no solo en lo que respecta a levantar los secretos bancarios, sino en relación con la esfera personal de la privacidad. 

“En este nuevo mundo hemos de aceptar una mayor transparencia, incluso diría una transparencia absoluta (…) Todo va a ser transparente y tendrías que acostumbrarte a ello y actuar de manera consecuente (…) Todo esto estará integrado a tu personalidad: pero si no tienes nada que ocultar… no tienes nada que temer”.

Afirmar que al imperativo de la transparencia solo se resistirán aquellos que tienen algo que esconder, no solo es falaz, sino que podría utilizarse para justificar todo tipo de aberración y vulneración de los derechos humanos. Asimismo, llama la atención que uno de los hombres más influyentes del mundo dé a entender que la reivindicación de una esfera privada a ser protegida de los embates de terceras personas o del Estado, sea una conquista al servicio de personas que actúan inmoralmente. Por otra parte, resulta harto evidente que exigir transparencia a un gobierno o a las instituciones públicas no es lo mismo que pretender transparentar la intimidad de los individuos. Sin embargo, lo cierto es que este mandato de una transparencia a todo nivel no es un invento de Schwab y puede tomarse como categoría para reflexionar sobre algunas de las características de nuestro presente y futuro inmediato.

En este sentido, bien cabe recurrir a un libro del filósofo Byung-Chul Han, publicado hace ya más de una década y que en español lleva como título, justamente, La sociedad de la transparencia. Aun cuando se haya vuelto algo previsible y en los últimos años tenga más libros que ideas originales, Byung-Chul Han ofrece aquí varias nociones enriquecedoras.  

Por lo pronto, enfoca desde diferentes ángulos las consecuencias de una sociedad cuyo imperativo es ser transparente y se remonta hasta Jean-Jacques Rousseau para encontrar allí el cambio de paradigma que inicia esta “ideología de la intimidad” que rige hasta hoy. Es que Rousseau establece, a través de sus confesiones, la idea de que es posible y, sobre todo, que es una obligación moral, revelar nuestros sentimientos, el quiénes somos. Esto que Freud luego pondrá en entredicho cuando, gracias al psicoanálisis, nos dirá que no somos transparentes ni siquiera para nosotros mismos, ha sobrevivido y paradójicamente ha sido retomado por varios autores posestructuralistas para afirmar que existe algo así como una identidad, un yo, un alma, que de repente se nos revelan claros y distintos y que, por ejemplo, como una suerte de epifanía, puede indicarnos que hemos nacido en un cuerpo equivocado. 

En su Discurso sobre las ciencias y las artes, Rousseau lo expresa así: “Un único mandato de la moral puede suplantar a todos los demás, a saber, este: nunca hagas ni digas algo que no pueda ver y oír el mundo entero. Yo, por mi parte, siempre he considerado como el hombre más digno de aprecio a aquel romano cuyo deseo se cifraba en que su casa fuera construida de forma tal que pudiera verse cuanto sucedía en ella”.

Afortunadamente, a diferencia del romano aludido, Occidente pareció entender bien que nuestros hogares deben tener espacios de privacidad, pero la tecnología, algo sobre lo que Schwab con sus fantasías transhumanistas tiene bien presente, lo ha trocado todo. Efectivamente, nuestras casas podrán tener paredes y todo tipo de protección, especialmente en tiempos donde los atentados contra la propiedad son moneda corriente, pero somos nosotros mismos los que con un dispositivo electrónico ponemos nuestra intimidad afuera. Sin embargo, claro está, Byung-Chul Han observa que lo que nos motiva ya no es revelar nuestro corazón, como pretendía Rousseau, sino la pura exhibición.  

En efecto, es tanta la necesidad de exhibirnos, tanto depende nuestro ser de estar siendo vistos, que somos capaces de sacrificar todo aquello que tiene que ver con nuestra intimidad con el fin de recibir la aprobación voyeurista. De aquí que para Byung-Chul Han, el veredicto general de este tipo de sociedades pueda sintetizarse en el Me gusta de Facebook. Ser es ser “megusteado”.

La transparencia total sería así un infierno de lo igual porque, según nuestro filósofo, elimina toda opacidad, quita todos los velos. El imperativo es que todo esté a la vista. En ese sentido, afirma que es al mismo tiempo una sociedad porno, en tanto lo que caracteriza a la pornografía es justamente que no oculta nada, que lo expone todo sin mediación alguna. Lo erótico sugiere, oculta, da a entender; es la máscara que seduce y su virtud es, justamente, que no es transparente; la pornografía, en cambio, exhibe sin esconder nada, expone, deja todo a la vista.    

Por último, de la misma manera que hoy no hace falta un explotador para que haya un explotado, sino que son los propios sujetos los que se explotan a sí mismos, no hace falta un Gran Hermano que llene de cámaras y espías las calles para controlarnos. Esto tiene que ver con que en la sociedad de la transparencia no son los reflectores de los estados autoritarios los que vigilan sino los propios sujetos los que ubican sus propios reflectores para alumbrarse a sí mismos y así poder ser vistos. Esto hace que el control sea mucho más eficaz porque ya no se ejerce de arriba hacia abajo sino que se ejerce entre pares y se desarrolla bajo el sentimiento de libertad. Efectivamente, los explotados de sí mismos, los que suben fotos y cuentan todo lo que hacen, creen estar decidiendo, creen estar siendo libres.  

Al analizar la propuesta de Rousseau que diseña el paradigma vigente, Byung-Chul Han indica que su sociedad de la transparencia es “una sociedad de un control y una vigilancia totales”. Denunciar ello no debería ser un asunto exclusivo de los que tienen algo que ocultar.