domingo, 29 de agosto de 2010

Salió mi nuevo libro: "Borges.com. La ficción de la filosofía, la política y los medios".

¿Es posible vincular internet, la filosofía, la política y los medios de comunicación? La respuesta es Borges.com, un sendero rizomático de ensayos que usan y abusan de los cuentos de Borges para pensar problemas filosóficos. Verdad, persuasión, objetividad, identidad y poder son, así, algunos de los temas de este libro siempre pensados en y para la actualidad.
Pero ¿por qué hablar de Borges si el interés está en discutir las utopías, las formas en que los medios representan lo real y la relación entre el individuo y el Estado? ¿Acaso tiene algo para decir Borges acerca del mundo de la web, los links y el hipertexto? Quizás la respuesta la dé Tomás Abraham en el prefacio de este libro cuando indica que de la misma manera que Foucault describió su actividad como una “intervención filosófica en la historia”, existen intervenciones filosóficas en los relatos de Borges.
Este libro, entonces, tiene que ver con esta idea: tomar las categorías filosóficas que Borges utilizó con fines literarios y aplicarlas para intervenir en la realidad, ya no con grandes respuestas sino con un manojo de preguntas profundamente incómodas.

viernes, 20 de agosto de 2010

Fidel, Chávez y el democraciómetro (publicado originalmente el 20/8/10 en Tiempo Argentino)

El giro ideológico que han tomado la mayoría de los países latinoamericanos en la última década y las reformas culturales y constitucionales que Ecuador, Venezuela y Bolivia han llevado adelante, generan recurrentes debates en torno a la definición de democracia y a las formas específicas que ésta adopta en nuestras latitudes. A esto, claro está, debemos sumarle “el caso Cuba”, una isla literal y metafóricamente con un régimen de gobierno y una ideología que, sesenta años después de la revolución, aún despierta pasiones difícilmente conciliables.
En las últimas semanas, la reaparición de Fidel Castro y la liberación de presos políticos han devuelto a Cuba a las primeras planas y es común una amplia cobertura para los casos de Venezuela y, en menor medida, de Bolivia, cada vez que sus líderes cometen algún exabrupto o realizan manifestaciones que podríamos denominar “excéntricas”. Sin embargo, el caso de Chávez, probablemente por su histrionismo y por la importancia geopolítica de Venezuela, ha hecho del bolivariano el blanco predilecto de aquellos liberales que otrora fustigaban el sistema cubano. Chávez es el nuevo demonio y se le achaca un afán de perpetuidad, un manejo despótico del poder, la persecución a los opositores y la demagogia típica de los caudillos latinoamericanos. Esta lista es por todos conocida e independientemente de cuánto se ajuste a la realidad, ya se ha instalado de manera tal que “lo chavista” se ha transformado en un calificativo negativo.
Pero lo que interesa elaborar aquí es una serie de interrogantes que debemos responder aquellos que nos consideramos defensores de ideales progresistas que hacen que observemos los casos mencionados con sentimientos que van desde la defensa fanática, hasta miradas más complejas que, aún con críticas, destacan elementos positivos de tales experiencias revolucionarias.
El dilema del progresismo frente a estos casos desnuda la necesidad de discutir qué sentido de democracia estamos utilizando pues, generalmente, para defender a Chávez de aquellos que lo acusan de ser una dictadura, acudimos a la idea de que se trata de un gobierno que ha sido legitimado, no una sino varias veces, por el voto popular. De esta manera, suponemos que el elemento central de la democracia es la participación del pueblo que a través del voto elige a sus representantes en una contienda abierta y en la que la participación es universal. Sin embargo, cuando se presenta el caso Cuba y ante la acusación de que se trata de una dictadura porque no hay un sistema de partidos, afirmamos que, finalmente, la democracia es mucho más que el voto popular en el contexto de pluralidad de opciones partidarias típicas de las democracias liberales. Apoyando esto último, se suele agregar que más allá del sistema de elecciones con partido único, no se deben soslayar los altos niveles de cobertura social presentes en la isla y la fenomenal calidad cultural, educativa y deportiva.
Tales formas de argumentar a favor de estos casos tienen inconvenientes: por un lado, si el voto popular fuese condición suficiente de una democracia, poco importaría si, una vez en el poder, el representante del pueblo, decide, por ejemplo, violar las garantías constitucionales de opositores y grupos minoritarios. Por otro lado, si la condición suficiente de una democracia fuese la protección social y la igualdad y dignidad económica, se trataría de un requisito que bien podría ser cumplido por un régimen autoritario, paternalista y en un contexto donde el pueblo no decide libremente entre opciones plurales.
Dicho esto, podemos retomar de manera un poco más precisa la cuestión de la democracia, expresarla en términos de derechos y preguntarnos: ¿Qué es lo distintivo de la democracia? ¿La garantía de los derechos civiles (libertad de asociación, de expresión, de tránsito) y políticos (derecho a participar libremente de la elección de los representantes del pueblo)? ¿O acaso la democracia debe comprometerse antes con los derechos sociales y económicos lo cual incluye un Estado que garantice salud, educación, trabajo y una vivienda digna?
Si bien en la práctica todo es mucho más complejo podría afirmarse que las democracias liberales en la actualidad se encuentran profundamente comprometidas con garantizar los derechos civiles y políticos pero mucho menos con los derechos sociales y económicos los cuales quedan librados a la inclemente lógica del Mercado. Por otra parte, las “democracias populares” parecen descuidar, en su afán de igualar y poner énfasis en lo económico y social, las libertades civiles y políticas y, especialmente, la propiedad privada, esto es, aquellos pilares de las democracias occidentales de los últimos siglos.
El lector acostumbrado a plumas simplificadoras probablemente espere que como corolario de este artículo, quien escribe concluya que la democracia ideal está en el equilibrio entre lo civil-político por un lado y lo económico-social por el otro. Lamento defraudarlo pero no será así. Tampoco se considera en esta nota que sea simple afirmar que la democracia que todos queremos es la que incluye ambos grupos de derechos pues, en la práctica, muchas veces, parece haber colisión entre ellos. Lo que resulta evidente es que los críticos a este tipo de democracias no toman en cuenta que no hay una única manera de entender el gobierno del pueblo pero quien aquí escribe no ha adquirido el “democraciómetro” de prestigiosos editorialistas para resolver la cuestión. Humildemente, frente a una problemática donde todo el mundo parece tener respuestas, se pretende aquí plantear algunas preguntas que a los progresistas con buena fe nos obligue a la reflexión propia de aquello que nos resulta incómodo.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Twitter: entre pajaritos y lindos gatitos (publicado originalmente el 11/8/10 en Tiempo Argentino)

El fenómeno de la red social Twitter, cuyo crecimiento exponencial resulta evidente, viene ocupando febrilmente el centro de la escena mediática especialmente a partir de algunas controversias que se han generado por los cruces poco amistosos entre personajes de la farándula por un lado y políticos por el otro. Más allá de este furor por la red social cuyo símbolo es un pajarito, creo posible hacer un análisis que vaya un poco más allá de estas disputas envasadas en 140 caracteres.
Hay dos caminos extremos que mi punto de vista tratará de evitar. Por un lado, se buscará sortear el enfoque superficial que presenta a Twitter como un eslabón más de “las nuevas formas de comunicar”, y no es otra cosa que una suerte de elogio senil y acrítico de la mera novedad. Pero, por otro lado, tampoco se tratará de reivindicar un romanticismo bucólico y neo-hippie que observe con fobia todo lo que huela a tecnología. En el medio de estas dos posiciones quizás se puedan decir algunas cosas.
En primer lugar, el fenómeno Twitter bien puede ser visto como una de las manifestaciones de la espectacularización del yo, la compulsión por hacer públicas acciones de la vida privada. Se trata, claro está, de un zeitgeist, un espíritu de época que, aun a riesgo de descansar en un lugar común, tiene su máxima expresión en el programa televisivo Gran Hermano. Como el lector sabe, en la novela de Orwell, 1984, el Gran Hermano es aquel emblema de un sistema totalitario que “todo lo ve” y que no deja resquicio para la libertad individual. Cámaras escondidas en las calles, en los bares, en los teatros y en nuestros propios hogares son la marca distintiva de este gran Ojo. Casi perversamente, el formato televisivo resignificó esta idea de Gran hermano y patentizó lo que ni Orwell pudo imaginar, pues son los mismos hombres y mujeres los que ahora eligen ser mirados, los que desean ser espiados y los que creen que esa visibilidad de su cotidianeidad resulta interesante. No es esto demasiado diferente a lo que hacemos miles de usuarios de Twitter cuando indicamos “estoy viendo el partido”, “ahora, asadito con amigos, después boliche” o “Pachano y Passman un solo corazón”.
En segundo lugar está la excitación que la mayoría de periodistas y comunicadores exhibe cada vez que se menciona esta red social, excitabilidad que no toma en cuenta que probablemente una de las razones del auge de Twitter sea justamente el declive del periodismo. Dicho de otra manera, lejos de ser la panacea de la comunicación horizontal sin mediación, los mensajes que políticos y hombres y mujeres realizan en la red son la concretización de un periodismo decadente que perdió el hábito de preguntar y se ha transformado en una plataforma de propaganda que sólo “presta” micrófono para que el encuestado diga lo que quiera. En Twitter, al menos, esto se ha sincerado pues cada uno ha decidido afirmar de manera escueta lo que quiere sin acudir a los favores de un periodismo que ahora ya ni sirve para prestar ese micrófono. Con un mensaje de 140 caracteres evitamos la pantomima del diálogo incisivo, el gesto adusto y la performance de entrevistado acorralado.
En Twitter el diálogo se interrumpe y se reemplaza por un entrecruzamiento de sentencias y preguntas retóricas, de lo cual se sigue una serie de interrogantes respecto a qué forma de comunicación se está privilegiando. Esto parece exacerbar las objeciones que ya se le hacían al lenguaje escrito hace unos 2500 años y que explica que, salvo el ex Presidente Menem, nadie haya leído jamás libro alguno de Sócrates. La razón de la decisión de no dejar nada por escrito obedecía, en el caso del gran filósofo ateniense, no tanto a que “sólo sabía que no sabía nada” sino al convencimiento de que sólo a través del diálogo se podía llegar a la verdad. La forma oral existente en la conversación tiene un dinamismo que no tiene un texto escrito que queda fijo e inmodificable. Un libro escrito no puede responder nuestras preguntas, un interlocutor sí. Una conversación en Twitter es, cuando no imposible, fragmentaria.
Por último y vinculado a esto aparece la extensión, los 140 caracteres. Para el lector desprevenido que no maneja este tipo de código, la frase que está leyendo tiene 163 caracteres, es decir, no podría ser incluida en un mensaje de Twitter. Por qué 140 y no 280, 560 o ilimitado, es una incógnita o, más bien, la instauración de un corset capaz de obturar cualquier reflexión que se precie de tal.
Ahora bien, al principio de la nota prometí no caer en la crítica romántica a la tecnología y hasta ahora me ha costado cumplir mi promesa. Cabe, entonces, ser justos y decir que tanto Facebook como Twitter pueden ser útiles para aquellos que consideren que tienen algo que mostrar y en ese sentido puede traer beneficios para los políticos que deseen mantener informados a sus seguidores de las pequeñas acciones diarias o para un artista que quiera promocionar un evento. En este sentido, el abaratamiento de los costos y una inmediatez masiva son dos pilares esenciales de este tipo de redes. Un tercer elemento podría ser el de los contactos profesionales, amorosos y la posibilidad, no siempre remota, de poder intercambiar algunas palabras con una persona a la cual de otra manera resultaría imposible acceder. Sin duda, también, estas redes sociales son una potente vía de convocatoria que puede derivar tanto en loables movilizaciones políticas como en inútiles rateadas de estudiantes. La conclusión de esta nota se la dejo a usted. Yo estoy ocupado observando la forma en que el diputado Fernando Iglesias twittea con afán provocador olvidando que la ironía es un atributo de la inteligencia y cómo Luli Salazar me deja entrar en su alcoba virtual como un intelectual “Sin reservas”.