domingo, 25 de diciembre de 2022

Messi: la identidad y el nuevo Dios (publicado el 21/12/22 en www.disidentia.com)

 

Año 2024. Tras los mensajes de usuarios y medios como el Washington Post que acusaban a Argentina de salir campeón del mundo sin tener negros en el equipo, Netflix inicia la filmación de la película que recordará la epopeya deportiva con una particular cláusula. Efectivamente, Messi será representado por una mujer afroamericana; Di María por un joven asiático con sobrepeso; el mediocampo del equipo será interpretado por hindúes y referentes de pueblos originarios, y el arquero Dibu Martínez por una mujer trans vegana. La realidad no tiene ningún derecho a desoír el nuevo canon de moralidad.

Hablando de realidad y de películas, volviendo al año 2022, déjenme contarles una que vi la noche anterior a la final de la copa del mundo: What Do We See When We Look at the Sky? Se trata de una película georgiana estrenada en 2021 y dirigida por Alexandre Koberidze quien, aprovechando la invitación al festival de cine de Mar del Plata que se realizó en noviembre de 2022, se quedó en Argentina unas semanas más para ver el mundial. La anécdota viene a cuento porque el título de su película refiere al gesto de Messi cuando señala al cielo después de cada gol y porque la película cuenta una particular historia de amor con toques de realismo mágico que se desarrolla en el transcurso de un hipotético mundial en el que Argentina es campeón de la mano de su número 10.

La trama es tan simple como asombrosa: un joven y una joven se cruzan casualmente varias veces hasta que deciden formalizar una cita. Sin embargo, el día anterior caen presos de una maldición por la cual a la mañana siguiente amanecerán convertidos en personas con otra apariencia física e incapaces de destacarse en lo que mejor hacían: medicina en el caso de la chica; jugar al fútbol en el caso del chico. Ambos acuden a la cita igualmente sin saber que el otro también cambió de apariencia y naturalmente nunca se encuentran. Sin embargo, otra vez la casualidad hace que coincidan en un mismo trabajo tiempo después. Pero lo que previsiblemente pensábamos que ocurriría no sucede y el reencuentro con sus verdaderas identidades, finalmente, se dará a través de una foto también casual que les toman como pareja hipotética para el casting de una película. Es que cuando la foto se revela, aparecen como eran originalmente y allí se “redescubren”. Ese final me llevó a pensar que, para el director, el cine y la fotografía serían capaces de ir más allá de las apariencias, de captar la verdadera identidad de las cosas. Para escándalo de Platón, el arte sacándonos del engaño de la caverna.  

Algo parecido sucede en buena parte de las intervenciones públicas, no solo en redes sociales sino entre periodistas consagrados cuando hablan del mundial: el equipo campeón como revelando una identidad popular oculta, una argentinidad que se expresa triunfante a través del arte del fútbol y de su artista principal: Messi.

Todo empieza en la suposición de que parte de la liberación que lo lleva a Messi a ser campeón tiene que ver con haberse “maradonizado”. La prueba de ello sería el partido contra Países Bajos en el que un Messi como nunca se vio, arremetió contra el referí, el técnico y un jugador rival al que llamó “bobo”.

Porque en el país del psicoanálisis estaba claro que, para “soltarse”, Messi debía “matar al padre”. Mascherano le había dejado la cinta de capitán y Maradona había fallecido dos años atrás. A partir de allí hemos visto el mejor Messi y, sobre todo, hemos visto al Messi ganador de la Copa América (tras haber perdido dos finales) y al Messi ganador de la Copa del mundo (tras haber perdido una final y, sobre todo, tras no haber tenido performances destacables en los torneos que disputara desde 2006).

¿Pero qué se está diciendo cuando se afirma que Messi se “maradonizó”? En realidad, lo que se indica es que Maradona representa el espíritu argentino, lo cual incluye garra, carácter pendenciero y jugar al límite de las reglas (incluso a veces por fuera de ellas). Al mismo tiempo Maradona es gambeta, finta, y eso es lo que siempre diferenció el fútbol argentino de la maquinaria inglesa que privilegiaba el colectivo por sobre lo individual. Maradona es el gol con la mano fuera de la regla y el gol más maravilloso de la historia gambeteando a siete ingleses. Todo en el mismo partido. Recordemos, por cierto, que Borges decía que el argentino era ante todo individualista y que veía en el Estado a su enemigo; y que en el mismo texto indicaba que a diferencia de los europeos que creen en el orden del cosmos, para los argentinos lo que hay es caos. Como generalización es falsa pero sirve para este ejemplo porque Messi también representa esa gambeta argentina impredecible y “caótica”. Pero al mismo tiempo Messi es el fruto de un laboratorio como el del Barcelona y de una historia de vida por la que dos terceras partes de la misma las ha transcurrido en España. Asimismo, está el carácter de las personas y Messi no es Maradona. Los que odian a Maradona por su compromiso político, muchas veces en la forma del exabrupto, sus excesos, contradicciones, etc. reivindican a Messi como el Dios bueno frente al Dios sucio. Son los que desde medios de comunicación de Argentina y Europa llamaron “vulgar” a Messi cuando se paró desafiante frente a Van Gaal. Se reproducía allí la idea de un Messi que había sucumbido al barbarismo de ese origen que la Europa blanca no pudo torcer. Y al mismo tiempo, los que idolatran a Maradona le reprochan a Messi que sea solo un jugador de fútbol, que sea una divinidad demasiado pulcra. ¿Qué es esto de una figura que no se posiciona políticamente y que no tiene escándalos sexuales? ¿Cómo puede ser que este argentino se haya casado con la noviecita del barrio de Rosario, Argentina, reivindique la idea de familia tradicional y haya decidido tener 3 hijos cuando la vida posmoderna nos invita a reemplazarlos por bull dogs franceses?

Lo curioso en esta disputa es que Maradona y Messi tienen cosas en común pero representan valores diferentes y eso choca con la idea de que representan la identidad argentina porque se supone que la identidad es una sola. Y no lo es o, en todo caso, podemos aceptar que la identidad argentina pero también seguramente la identidad de distintas naciones, tiene contradicciones y está lejos de ser monolítica. Todo eso junto somos los argentinos como un montón de cosas juntas son los españoles o los nigerianos.

Pero lo que no quería pasar por alto es cierta hipocresía de los auscultadores de valores. Porque los valores que Maradona y Messi representan solo son destacados en la medida en que logran triunfar. En el caso de este último se habla de la persistencia, el coraje y el esfuerzo, a lo cual se le suma el trabajo en equipo, la sensatez y la mesura del entrenador, siempre con la palabra justa y medida tanto en la derrota como en el triunfo. Pero todo esto se destaca porque ganó. Si no estaríamos hablando de la falta de actitud y la poca argentinidad de Messi, y de la falta de liderazgo de un técnico inexperto. La diferencia estuvo en el arquero argentino despejando con un pie una pelota imposible en el minuto 123 de la final; o atajando los penales contra Países Bajos en lo que podría haber sido una eliminación temprana en cuartos. Esa es la delgada línea entre un análisis y otro. Y lo mismo con Maradona. Todo se destaca a través del triunfo. Son valores a resaltar solo en el éxito. Llamativo. O no tanto.

Y de repente llega el momento de la política. No hay nada más obvio que trazar analogías entre las características de un equipo y un deportista, y las características de un gobierno. De modo que ya lo sabemos: si los analistas son opositores y el equipo gana dirán que la selección de fútbol es el ejemplo que la política debería seguir; si son opositores y el equipo pierde dirán que es una radiografía del gobierno que tenemos. La misma lógica invertida se aplica a la prensa oficialista con el agregado de que, aunque resulte increíble, en este caso hubo munición pesada y hasta operaciones de prensa cruzadas para tratar de señalar que el expresidente de Argentina, Mauricio Macri, traía mala suerte. Lejos de dejar pasar la humorada, las usinas de medios de comunicación alineadas con el macrismo acercaban, después de cada partido, fotos en las que Macri estaba en la cancha como “prueba” de que él no era el factor de “mala suerte”. Hablando de suerte, digamos que, a diferencia de España, en Argentina, los expresidentes que gustan del fútbol no escriben columnas deportivas.  

Para finalizar, con Messi se dio un fenómeno extraño. Salvo unos cuantos medios y periodistas madridistas que no deben estar pasando su mejor momento, buena parte del mundo quería que Argentina triunfe por Messi. Incluso en Argentina había un especial énfasis en que éste era el torneo que había que ganar por Messi. Lo merecía él más que los argentinos. El triunfo en el epílogo de su vida profesional es el punto cúlmine para una carrera en que lo extraordinario fue habitual y un traspaso generacional jugado casi en un terreno metafísico. Si aquellos que contamos algunas canas ya tuvimos en Maradona a nuestro Dios, los que todavía no contaron 30 abriles merecían ver la coronación de una nueva deidad, propia, contemporánea. Un mojón para su hagiografía, el suceso a ser recordado nostálgicamente en el futuro con el orgullo de ser un testigo presencial. Es poder contar dónde estaba yo el 18/12/22 cuando vimos nacer un Dios en un deporte y en un país donde confluye lo mejor y lo peor y donde, al menos en lo que refiere al fútbol, se puede dejar de ser monoteísta.    

 

sábado, 17 de diciembre de 2022

Preguntas para un kirchnerismo sin Cristina (editorial del 17/12/22 en No estoy solo)

 

La semana pasada comentábamos que la renuncia a toda candidatura de parte de CFK inauguraba una pregunta acerca de “Quién” debía ser el candidato pero que, al mismo tiempo, esa incógnita ocultaba interrogantes importantes, esto es, el “Hacia dónde” y el “Para qué”.

Es que las urgencias hacen que todo se deposite en la selección del candidato, lo cual, claro está, no es menor; pero el kirchnerismo en particular parece estar enfrentando una tarea que viene procrastinando desde, al menos, el 2015 porque CFK era la respuesta a las 3 preguntas. Ella era el “Quién”, y ella sabía “Hacia dónde” y “Para qué”, al menos eso pensaban sus seguidores. Pero ahora ella, en el mejor de los casos, intentará ser determinante en el armado de las listas. Y no más que eso. Naturalmente, seleccionar un candidato dice algo del “Hacia dónde” y el “Para qué” pero no demasiado o, en todo caso, como en el caso de Alberto Fernández, pareciera que puede fallar.

Para ser justos, esta crisis identitaria atraviesa a todos los espacios populares de centro izquierda y, si uno va un poco más allá, casi que podría decir que es un problema que atraviesa a los distintos agrupamientos políticos tras la disolución del sistema de partidos. Así vemos con más frecuencia coaliciones más o menos amorfas constituidas más por temor a lo que hay en frente que por coherencia programática y Argentina no es una excepción en ese sentido.

Pero ¿cómo se posiciona hoy el kirchnerismo en relación con el peronismo? ¿Se sostiene la idea de “nos dicen kirchneristas para bajarnos el precio” o el peronismo es algo “a superar” entendiendo por tal algo más que una actualización doctrinaria? Más preguntas: ¿cuál es hoy el sujeto histórico del kirchnerismo? ¿Los trabajadores formales y los sindicatos? ¿Podrían ser los trabajadores de la denominada “economía popular”? ¿Y qué de las minorías LGBT o la política de las diversidades que abrazó particularmente este gobierno? ¿Ahí está el nuevo sujeto? ¿A pesar de la base peronista se tenderá a la idea de una sumatoria de particularidades para reemplazar a la categoría de “pueblo” en tanto supuestamente “pasada de moda”? Si ese fuese el caso, ¿hasta qué punto se podría hablar de la pertenencia a un espacio “popular”? Por último, ¿acaso los jóvenes del trasvasamiento generacional no pueden ser el sustituto adecuado para las categorías clásicas? A juzgar por la cantidad de chicos que votan a Milei bien cabe abrir un interrogante allí pero quizás podrían ser todas estas opciones y más. De hecho, con Ernesto Laclau a la cabeza, son muchos los teóricos que desde hace ya algunas décadas vienen planteando que las categorías del marxismo clásico y, en este caso, las del peronismo clásico, deben ser reformuladas a la luz de una sociedad fragmentada en la que distintas identidades tienen en común el hecho de no ver satisfechas sus demandas. Sin embargo, especialmente sin CFK pero, sobre todo, sin claridad conceptual ni una referencia capaz de articular todas estas demandas hacia un horizonte, es una incógnita cómo poder procesar puntos de vista que, en muchos casos, son contrapuestos o tienen intereses en conflicto.   

Podemos incluso ponerlo en otros términos. ¿Cuál es el modelo kirchnerista 2023? La pregunta viene al caso porque en los últimos 30 años, en nombre del peronismo, se han votado variantes peronistas neoliberales, nacionales y populares, y socialdemócratas.

Entonces, ¿cómo sería un kirchnerismo sin CFK como candidata en un escenario completamente distinto al que se dio entre 2015 y 2017? No podría hablarse de un kirchnerismo sin CFK pero sí, digamos, se trataría de un kirchnerismo que deberá, alguna vez, transitar un camino propio ante la eventualidad de una CFK que no esté al frente de todas las decisiones. ¿Un kirchnerismo 2023 inauguraría un nuevo tipo de peronismo, retornaría a su variante nacional y popular en un contexto distinto o continuaría en esta variante socialdemócrata adoptada en 2019?

Alguna pista para ir perfilando lo que viene lo podrían dar los modelos del kirchnerismo a nivel mundial.  ¿Es el partido demócrata estadounidense y la socialdemocracia europea? ¿Es el neopopulismo latinoamericano que después de los primeros 3 lustros viene edulcorado? ¿Es China y Rusia que desde el punto de vista cultural han decidido brindar una batalla contra todas las políticas derivadas del individualismo globalizador de Occidente? ¿Acaso podría ser todo esto a la vez?

Lo peor es que no se trata de preguntas retóricas y en la mayoría de los casos la respuesta es “no se sabe”. La situación es algo más alarmante en la medida en que posamos la atención sobre aspectos más específicos, por ejemplo, sobre cuál es el plan de desarrollo adecuado para la Argentina o cuál va a ser su política en torno a la propiedad y a la explotación de los recursos naturales, y su política en materia de energía. ¿Se tratará de seguir la agenda de las ONG o hay algo para discutir allí en materia de soberanía, moleste a quien le moleste? A propósito de la soberanía, ¿se va avanzar hacia un modelo plurinacional con pluralismo jurídico como el de Bolivia? ¿Hacia allí se quiere ir como parte de una agenda que interpele mayorías?   

¿Y la deuda? La gran crisis del actual gobierno se dio alrededor del acuerdo con la deuda. Sin embargo, ¿cuál es el plan del kirchnerismo? En su momento, con dólares en la reserva y un monto inferior a pagar, se decidió cancelar con el FMI. ¿Cuál es la alternativa ahora? ¿Una renegociación? ¿En qué términos? ¿Cuáles serían las condiciones que Argentina pondría sobre la mesa al momento de negociar?

Respecto del tan nombrado Poder Judicial, sobran los hechos para demostrar su obscena connivencia con el poder real. Frente a ello, el gobierno actual apeló a la autodepuración. ¿Cuál es la propuesta del kirchnerismo? ¿Nombrar a los jueces a través del voto popular como mencionara hace poco tiempo CFK? ¿Esa es la propuesta? ¿En serio?

Por último, los siempre presentes medios de comunicación. Que una de las primeras acciones del gobierno de Macri fuera cercenar la ley de medios, demostró que buena parte del conflicto de los últimos años en la Argentina tiene que ver con la reacción de un multimedio que vio afectada su posición dominante. Ahora bien, ¿cuál es la propuesta K para 2023? ¿Volver a una ley de medios que ya en el momento de su formulación estaba quedando atrás frente al avance tecnológico y una comunicación que comenzaba a transitar otros carriles? Para muchos, “ley de medios” era una suerte de palabra mágica que venía a resolver los problemas de los argentinos, entendiendo por tal, las mentiras vertidas por los medios. Sin embargo, no hace falta extendernos para explicar que la ley de medios no tenía que ver con contenidos y menos aún con “la verdad”. Pero volviendo a la pregunta, entonces: ¿en 2023 la disputa volverá a ser para que Clarín se desprenda de alguna de sus múltiples licencias? ¿Será contra “el lado Magnetto de la vida” 15 años después como si nada hubiera cambiado en el medio?

Es curioso pero la oposición lleva años definiendo qué es el kirchnerismo e incluso adelantando lo que el kirchnerismo va a ser con o sin CFK. Es como si todos supieran lo que es el kirchnerismo menos los propios kirchneristas.  

martes, 13 de diciembre de 2022

Notas del día después (editorial del 10/12/22 en No estoy solo)

 

1

El antiperonismo tardío te invita a su primera proscripción. Pero si la primera de 18 años fue trágica, la segunda se repite como farsa. He aquí entonces una especulación: los sectores del antiperonismo más recalcitrante avanzaron hasta este lugar porque también saben que en la práctica esto no tiene consecuencias inmediatas. Caso contrario, es probable que el clima social los hubiera hecho, como mínimo, tomar algunas precauciones.

 

2

Al mismo tiempo, hay que decirlo, tocaron a CFK y el quilombo no se armó. No solo la tocaron. También le gatillaron 2 veces en la cabeza y el quilombo tampoco se armó. Falló la performatividad del lenguaje. Dijimos “quilombo” y no se armó. Pareciera que el quilombo, además de decirse, debe hacerse. Con todo, digamos que afortunadamente “nomeolvides” entra en 140 caracteres. Por cierto:   2022 no es 2010: la Argentina de Alberto y CFK perseguida no es la del bicentenario. De la Argentina proyectada de la CFK de 2010 a la Argentina transcurrida de Alberto y la Argentina recordada de la CFK de 2022.

 

3

A nadie le importa lo que diga la justicia. Los culpables y las víctimas ya están determinadas de antemano. Además juegan de fondo aquí dos ideas bastante extendidas que a veces son compatibles y a veces no: el denunciante siempre tiene la razón porque así lo reza el mantra del empoderamiento que estimula tanto la derecha liberal como la izquierda; y el poder judicial está corrompido porque revestido de poder republicano solo expresa los intereses del poder real contra las mayorías.

Los que forman parte del sistema judicial tampoco están interesados en la justicia. Para el fiscal Luciani la idea de asociación ilícita contra CFK (acusación que finalmente no prosperó) no tenía que ver con los hechos. No se necesitan pruebas para aseverar ello. Es que el fiscal solo quería decir que “el otro”, aquel espacio que él no votaría, es una “banda de delincuentes”; el otro es malo. La política deviene moral. Los salierys de Carrió entran a escena. El pueblo se cagará de hambre pero moralmente. El peronismo, en cambio, es una asociación ilícita que incluye desde su líder a sus votantes. “Nadie es peronista gratis”; se es peronista porque se obtiene un beneficio espurio. Nosotros somos distintos, claro.

 

4

El escándalo del viaje a Lago escondido es escandaloso porque es banal y no porque sea parte de una confabulación; es escandaloso además porque es una acción trivial habitual y no excepcional. No hace falta ningún cónclave para confabular. Lo dice uno de los chats. Los confabuladores confabulan donde quieren. Aquí hay solo exhibición de la promiscuidad y de la vulgaridad. Van porque les pagan unos hoteles caros y lindos, buena comida y unas excursiones. Nada menos pero nada más. Son eso (también). Lo hacen siempre con impunidad. Solo que esta vez alguien interesado en que se filtrara lo filtró. Algo de la propia medicina, dicen. Filtración del mal frente a las filtraciones del bien que filtra Majul.

 

5

CFK está podrida. Ya lo estaba en 2015 cuando terminó su mandato y lo está ahora más después de cargar sobre sus espaldas con ser la responsable de elegir a un presidente que no ha hecho una buena gestión. Agreguemos a ello dos puntos. El primero, el ya mencionado episodio de un grupo de lúmpenes descerebrados a punto de volarle la cabeza. El segundo: el avance de las causas judiciales que, se suponían, en un gobierno “propio” debían cesar. Frente a ello el albertismo decidió ser el espectador de la autodepuración que no llegó. Es que si hay mafia no hay autodepuración salvo que haya una mafia del bien. Para alguien que en 2015 fue despedida con una plaza llena y cuya única motivación podía ser el reconocimiento de la historia, de la cual se espera ahora la absolución, es un golpe al narcisismo.

Si CFK fue candidata en 2017 lo hizo para ordenar la tropa propia y acabar con las tentaciones acuerdistas de quienes decían reivindicar al peronismo mientras negociaban con el macrismo; si fue candidata en 2019 fue solo para vencer a Macri y para que no queden dudas de que los kirchneristas debían votar a Massa y a Alberto Fernández, quienes no habían ahorrado demostraciones de todos los lugares comunes del antikirchnerismo más burdo. ¿Para qué ser candidata a presidente en 2023? ¿Para ir al frente y exponerse a perder en un balotaje pagando los platos rotos de una gestión a la cual se refiere en tercera persona? ¿Para qué ser candidata a vice en 2023? ¿Para volver a avalar a alguien que hará un gobierno que puede volver a darle la espalda? ¿Para qué ser candidata a senadora en la provincia de Buenos Aires? ¿Para ganar la provincia y llevar al kirchnerismo allí ante una eventual derrota a nivel nacional? Esta última opción no es despreciable pero es razonable pensar que CFK es una persona capaz de decir “muchachos y muchachas… no es que haya devenido una leona herbívora pero ahora el cuerpo pónganlo ustedes”.

 

6

El odio ordena. Por eso la persecución pública de Luciani en modo cadena nacional ordenó políticamente al oficialismo y encolumnó a todo el peronismo detrás de ella, incluso a quienes no la soportan; y la aparición de Massa en el ministerio ordenó administrativamente al gobierno. Ambos movimientos que se dieron casualmente casi en simultáneo aumentaron las expectativas electorales de la actual administración que hoy entiende que hay 2023. Difícil, pero hay.

Sin embargo la candidatura de CFK que algunos daban por hecho se desvanece en el aire y ha dejado al oficialismo en estado de shock. Ella no quiere la papa caliente; Massa dice no quererla tampoco; Alberto la quiere pero nadie desea dársela; los gobernadores no tienen espalda ni para llegar a la verdulería.

La oposición tampoco sabe bien qué hacer porque su orden depende de poder subir al ring a CFK. Sin retador deseado los golpes pueden volver contra ellos mismos. Los payasos de siempre dirán entonces que se trata de una estrategia de CFK. No sabemos si lo dicen porque lo creen o porque es lo único que saben decir. Especulamos aquí también que pueden ser las dos cosas.        

 

7

El candidato es el proyecto cuando no está CFK. Si está CFK el candidato es ella y no el proyecto. Eso ya fue un problema cuando en 2015 una mayoría escasa se acercó a votar a Macri, es decir, se acercó a votar cualquier cosa menos el proyecto. Sin CFK como candidata, aun cuando podemos especular con que tendrá un rol central en las decisiones del armado electoral, el problema del oficialismo es que tiene que salir a mostrar que además de una suma de espacios es un proyecto. Es importante el “Quién” y es muchas veces determinante. Pero ante la inédita situación de un oficialismo sin CFK y sin candidato puesto, es necesario, además del “Quién”, el “Hacia dónde” y, sobre todo, el “Para qué”.

  

domingo, 11 de diciembre de 2022

Volver de Siracusa (publicado el 8/12/22 en www.disidentia.com)

 

En el epílogo del libro Pensadores temerarios, el politólogo estadounidense Mark Lilla recuerda una anécdota sobre Heidegger. Corría el año 1934 y el pensador alemán acusado de colaboracionista del nazismo retomaba la enseñanza universitaria tras su paso como rector de la Universidad de Friburgo, cuando un colega se le acerca y le pregunta irónicamente: “¿De vuelta de Siracusa”?

¿Acaso Heidegger había viajado hasta aquella ciudad siciliana que ofrece hoy monumentos griegos increíblemente conservados y espacios bellísimos como la isla de Ortigia? No precisamente. La referencia era hacia otro filósofo que no había hecho un solo viaje sino varios con un propósito específico y con un desenlace que no fue el esperado.

Estamos hablando de Platón quien invitado por su discípulo Dión llega hasta Siracusa por primera vez en el año 388 AC con el objetivo de ilustrar al tirano Dionisio “el viejo”. Como indicara en su Carta Séptima, bajo el presupuesto de que “no se acabarán los males del género humano hasta que la clase de los filósofos rectos de verdad llegue al poder político o hasta que, por alguna ventura divina, la clase de los que gobiernan en las ciudades se ponga a filosofar”, Platón busca hacer del de Dionisio un gobierno virtuoso. Sin embargo, allí se encuentra con que la manera italiana y siracusana estaba lejos de la racionalidad esperada y que rebosaba de banquetes y excesos. De allí se seguía que “estas ciudades jamás acaben con la rotación de tiranías, oligarquías y democracias”, lo cual no era otra cosa que la enumeración de sistemas de gobierno que se alejaban del ideal. No solo era poca la predisposición de Dionisio a la filosofía de Platón sino que creyó ver en éste a un conspirador. Platón acaba yéndose y la historia cuenta que su barco es interceptado y que él acaba siendo tomado como esclavo con la fortuna de que en la isla de Egina es reconocido por su amigo Aníceris de Cirene quien lo compra y lo libera.

Esta primera decepción de Platón no fue óbice para que recobrara el entusiasmo casi veinte años después tras la muerte de Dionisio ocurrida, como no podía ser de otra manera, tras una noche de excesos. Allí, una vez más, su discípulo Dión logró convencerlo. Es que la llegada al poder de Dionisio “el joven”, quien aparentemente tenía una disposición a la virtud, las leyes, la educación y la filosofía, parecía inaugurar una nueva época en Siracusa. Pero ello tampoco resultó. De hecho, se dice que en esta ocasión Platón habría sido encarcelado en una latomía desde la cual se extraía la piedra para los monumentos de la ciudad pero que Dionisio “el viejo” había transformado en cárcel. De ahí también la leyenda instituida varios siglos después por el pintor Caravaggio de “La oreja de Dionisio” para describir una formación rocosa gigante que con algo de imaginación se parece a una oreja pero que sobre todo representaba la idea de que Dionisio “el viejo” gozaba al escuchar amplificados allí los gritos de los prisioneros.

Hubo un tercer viaje algunos años más tarde y la historia continúa con el propio Dión desde el exilio complotando y alzándose en armas para finalmente liberar a Siracusa de la tiranía. Sin embargo, poco tiempo después, la traición se haría presente y Dión sería asesinado, hecho que afligió profundamente a Platón. 

Esta apretada síntesis que en buena parte Platón relata en su Carta Séptima, es la que permite echar luz al comentario del colega de Heidegger acerca de un supuesto regreso desde Siracusa. En otras palabras, lo que se le estaba espetando a Heidegger era su colaboracionismo con el régimen nazi desde el lugar del filósofo que pretende iluminar al tirano. No es éste el espacio para indagar en este punto pero podría tratarse, al fin de cuentas, de una lectura bastante benevolente de la actuación de Heidegger, quien aparecería más como un ingenuo que como un cómplice.

Pero esta larga introducción viene a colación de un fenómeno que, como vemos, se puede rastrear hasta los orígenes de nuestra civilización. Nos referimos a la idea de los consejeros del poder (no necesariamente dictatorial, claro), sea que vengan en la forma clásica del filósofo, sea que vengan en la forma aggiornada del asesor contemporáneo que está cerca de gobernantes y funcionarios de repúblicas liberales modernas.

Lo primero que cabe puntualizar es que hay cierto sentido común que considera al político siempre como una suerte de demagogo proclive a desviarse del gobierno de las leyes. Incluso cuando afortunadamente ya no abunden tantas tiranías, lo cierto es que aun de los representantes elegidos a través del voto democrático persiste la idea de que, al fin de cuentas, el autointeresado afán por el poder será más fuerte que la virtud y la perspectiva del bien común. No es por cierto un prejuicio pues sobran los casos de políticos que incluso en cargos menores se aferran a los mismos como un derecho adquirido confundiendo el vivir “para” la política con el vivir “de” la política. Pero también está la idea de que los hombres y mujeres de la política necesitan asesores, gente con conocimiento, que venga a orientarlos. Por cierto, esto no es necesariamente un error pues el político de hoy tiene que tomar decisiones sobre una innumerable cantidad de áreas sobre las cuales es imposible que sea un experto. Sin embargo, sobrevuela la idea de que la propia expertise del político ya no alcanza para gobernar de lo cual se sigue una suerte de “gobiernos de los asesores”, esto es, un grupo de burócratas y técnicos a sueldo que saben “lo que el político debe hacer”. La derecha suele apelar a economistas y abogados, en muchos casos, provenientes de empresas multinacionales, formados en “el exterior” como prueba de idoneidad pero sobre todo como prueba de haber pasado el control ideológico. Por izquierda la situación no es muy diferente si se trata de control ideológico solo que los elegidos van a buscarse a determinadas universidades y tienen una formación “más social”. Sus discursos parecen opuestos pero en ambos casos se trata de intentos de llevar adelante una ingeniería social de la cual quedan presos incluso muchos gobernantes en la medida en que por no saber, por no poder, o por no querer, acaban siendo testigos de una dinámica en la que el Estado se autonomiza y las políticas públicas se transforman en manuales burocratizados de quienes creen que gobernar es protocolizar la vida.

Que el ciudadano común perciba al Estado y a los gobernantes cada vez más lejos de sus necesidades del día a día es una de las consecuencias de este proceso. Así es frecuente ver gobernantes, en muchos casos incapaces, que se rodean de asesores que solo saben de un tema y, lo que es peor, consideran que ése es el único tema importante para la vida de una sociedad. En Argentina se suele decir que las derechas gobiernan un país que desprecian, que llegan al poder enojados con la gente, como si gobernar no se tratara de gobernar, justamente, gente. Se presentan como los buenos gobernantes de un pueblo de mierda y esto, por supuesto, no sucede solo en Argentina. Para estas derechas gobernar es administrar lo que entra y lo que sale independientemente de que ello que entra y sale a veces son seres humanos. Sin embargo, si las derechas gobiernan un país que desprecian podría decirse que las izquierdas gobiernan un país que no entienden (o que se niegan a entender). Eso se observa cuando privilegian su sesgo ideológico por sobre la realidad y cuando al ser abofeteados por la misma deciden acusarla de ser un constructo ideológico de la derecha. Es como si se hubieran tomado demasiado en serio la famosa Tesis XI de Marx que llamaba a transformar el mundo en lugar de seguir perdiendo tiempo en interpretarlo. El punto es que están tan apurados en transformarlo que se han olvidado de interpretarlo y, sobre todo, de comprenderlo.  Lo que no encaja es “fascista” o “fake” y debe ser cancelado. Si se apiadan de nosotros y no nos cancelan, nos ofrecen el gesto magnánimo de encasillarnos en la categoría de no haber comprendido la evolución de la sociedad, de vivir en un tiempo pasado. En ese caso nos permiten llegar más tarde a la verdad y formar parte del mundo aunque un poco rezagados, claro está.

Las excepciones abundan de modo que la generalización hecha aquí es claramente injusta. Cada uno pondrá, entonces, en su lista, los casos de políticos y asesores valiosos que no se ajustan a la regla. Porque los hay y muy buenos. Pero cada vez más somos testigos del modo en que gobiernos enteros son cooptados por la maquinaria invisible de los que como Platón creen que pueden y deben iluminar el camino a seguir. Que Siracusa forme parte de una isla llamada Sicilia, es la metáfora perfecta para comprender cómo los ciudadanos observan que “la política asesorada” pretende estar cada vez más presente y sin embargo solo está más y más aislada.     

 

domingo, 27 de noviembre de 2022

Apenas un partido de fútbol (publicado el 23/11/22 en www.disidentia.com)

 

El mundial no pudo salvarse de la sobreideologización del debate público; todo acto, por menor que sea, es atravesado por el interés en demostrar a qué ideología pertenecemos. No se trata de que todo sea ideológico sino de que los demás vean nuestra ideología en todo lo que hacemos. Un chiste, una comida, una muerte, un partido de fútbol. En todo tiene que quedar claro a qué facción defenderemos. No hay lugar para la duda y el disfrute anónimo es algo de lo que debemos avergonzarnos. ¿Qué es esto de estar pasándola bien sin que nadie nos vea? ¿Qué es esto de no opinar de lo que está pasando?

Opinar sobre todo como una imposición moral. “Si no dice nada es porque es de derecha”. En la era del ruido el silencio es sospechoso y escapa al algoritmo. El algoritmo tolera todo menos el silencio. Quien calla no es cancelable y en el ámbito público hay dos tipos de personas libres: los cancelados y los no cancelables.

“Somos lo que likeamos”. Por eso hay que tener cuidado con lo que se likea. Es que la identidad se autopercibe y se puede elegir. De ella se puede entrar y salir. Todos pueden ser otros salvo que alguna vez seas señalado por la moral biempensante y te cuelguen la letra escarlata. De ahí no se puede salir. Esa identidad funciona como cárcel con pena eterna y sin proporcionalidad. Es una identidad que no se autopercibe y que no es subjetiva. Por el contrario, es “objetiva” y solo es accesible a los dueños de las percepciones, los categorizadores que todo el tiempo nos dicen que categorizar es violencia.    

La combinación entre una libertad de expresión que se transformó en una obligación de expresión y el hecho de que esa obligación de expresión esté siempre en sintonía con la moral neopuritana ya no solo asfixia sino que también aburre. La presión deviene cada vez más insoportable y poco elegante.  

Si queremos ver el mundial de fútbol antes tenemos que sentar nuestra posición acerca de la monarquía qatarí, el petróleo, la prohibición del alcohol, el rol de la mujer y la discriminación al colectivo LGTB. Le pasó al cantante colombiano Maluma quien se levantó enfadado de una entrevista después de que el periodista preguntara y luego le recriminara su actitud de no condena a la monarquía qatarí; le pasó también a un jugador de la selección de Ecuador que en una conferencia de prensa fue consultado acerca de la violación de los derechos humanos en Qatar. Su estupefacción fue tal que giró su rostro hacia el entrenador pidiéndole ayuda mientras soltó un “es muy difícil”.

Si con nuestras palabras no alcanzara tenemos que asumir la estética correspondiente: brazalete, tatuaje, pañuelo, actitud, color o corte de pelo. Tanto se habla de la búsqueda de nuestra propia identidad interior y sin embargo se empuja a que las identidades sean, sobre todo, hacia afuera. Ser un ser para el otro. Si con la indumentaria y el estilo no alcanza hay que adoptar una forma propia del habla. Eso es lo que importa. Si habla con la E está de un lado. Si habla con la O está del otro. Recelamos de las vigilancias y señalamos al Estado o a las empresas privadas que por privadas son malas. Pero todo el tiempo le estamos diciendo al mundo a través de empresas privadas y a la vista del Estado qué somos y qué pensamos. Las identidades ya no se constituyen en el hacer sino en el mostrar que se hace. “Me hago siendo visto haciendo”.

¿Triunfo de la estética? En un sentido sí y en un sentido no porque al mismo tiempo ya no se puede separar la obra del autor. La estética subordinada a una ética y a una ideología que nos dice que todo es política. ¡Qué linda canción! ¿Pero el que la canta es negro o blanco? ¿Es mujer cis o trans? ¿Es varón hetero o gay? Solo el anonimato podría salvar al arte en estos tiempos. Es que toda firma tiene una historia que hay que investigar para sancionar. Porque seguro que algo tiene para sancionar. A todos les tocará. Incluso a los que hoy son los sancionadores. Así ha sucedido con todos los dispositivos de persecución. Primero inventan los enemigos. Luego inventan los traidores. La diferencia entre estar de un lado o del otro es un simple “no” a alguna de las imposiciones y las imposiciones son cada día más difíciles de soportar.  

Antes se valoraba a la figura pública que pudiendo no hacerlo asumía un compromiso político (siempre y cuando fuera “de izquierdas”, claro). Ahora se la cancela si no lo hace. Su arte es lo de menos. Lo que importa es que “piense bien”.

Se exige coherencia pero el sistema cultural imperante no cumple el requisito. Por ello podemos ser universalistas y exigir DDHH en todas partes del mundo aun cuando estos se parezcan demasiado a los derechos occidentales y aun cuando determinadas imposiciones tengan el tufillo imperialista que nos encanta denunciar; y así celebramos al arquero de Alemania por llevar el brazalete LGTB y criticamos al arquero francés por negarse a ello apoyado en el principio (relativista) de respeto hacia otras culturas, el mismo que la moral inquisidora utiliza para justificar aberraciones de determinadas comunidades puertas adentro. Y se puede ser universalista o relativista pero no se puede ser las dos cosas al mismo tiempo. Si exportamos valores también debería haber consumo interno de los mismos.

Y si hablamos de incoherencias: ¿Cómo entender que los países europeos de fuerte tradición colonialista, incluso hasta hoy en día, vengan a darnos lecciones de qué principios hay que defender? Las vidas negras importan pero también importan los territorios que todavía están ocupados. Pero ello no está en la agenda de las ONG.  

Por cierto, ¿sabemos algo de los qataríes? Nada. Solo sabemos que no dejan que nos besemos en público y que no nos dejan tomar cerveza. A eso se reduce hoy una “cultura”. En cambio, sí debemos consumir que todas las empresas quieran vendernos los productos de siempre pero con la cara de Messi. Y lo que es peor: también debemos aceptar que los que no gustan del fútbol nos amonesten, nos señalen que somos cómplices de la muerte de obreros y nos digan que, al fin de cuentas, el fútbol de hoy se reduce a 22 millonarios persiguiendo una pelota. Los que no disfrutan del fútbol, en algunos casos funcionarios, también nos dicen qué cosas debe cambiar el fútbol e indican cómo deben comportarse los jugadores, cómo debe alentar la gente en las tribunas, qué canciones se pueden entonar. Protocolizar y castigar. Un Foucault para el progresismo del siglo XXI.    

La estupidez existió siempre pero antes teníamos que tolerarla solamente de boca de los periodistas, esto es, aquellos que tenían una máquina de escribir o un micrófono para expresarlas. Ahora la estupidez se democratizó y para colmo de males los medios tradicionales amplifican esa estupidez democratizada que proviene de las redes. Dichosos los tiempos en que la estupidez era un atributo aristocrático.

El mundial ha comenzado. Entre todo el ruido una pelota rueda y yo simplemente quiero sentarme a ver un partido de fútbol.   

 

 

 

domingo, 20 de noviembre de 2022

CFK y el verdadero puente (editorial del 19/11/22 en No estoy solo)

 

Ante intervenciones como la de un Luis Juez que cada vez se parece  más a sus chistes, un Macri raza superior, o una Kelly Olmos hincha de una selección con inflación de expectativas, sentarse a escuchar un discurso con contenido, como el que brindara CFK el 17 de noviembre último, no abunda.

Sin embargo, los más depositaron su atención en el hecho del eventual anuncio de una candidatura. Probablemente impulsados por la ingenuidad o por la operación de algunos medios afines, lo cierto es que se había instalado que ella anunciaría su “regreso”. No hacía falta manejar información para darse cuenta que eso no podía suceder, al menos no este 17 de noviembre.  

Sin embargo, podemos empezar por allí. Porque anuncios no hubo pero sí algunas intervenciones que pueden interpretarse en esa línea. Habrá que acostumbrarse a esto porque así es la política y porque, como les decía la semana pasada, aunque parezca insólito, entramos en la etapa de CFK como un oráculo al que hay que  interpretar. El “todo en su medida y armoniosamente” que solía repetir Perón y que ella mencionó cuando la tribuna coreaba “Cristina presidenta”; más el comentario acerca de que Perón, a su vuelta, no quería ser presidente pero “tuvo” que serlo, podrían interpretarse como guiños a su candidatura. No hay mucho más que decir. Más adelante se verá. A juicio de quien escribe estas líneas, electoralmente hablando la situación para CFK es peor que en 2019, de lo cual se seguiría que con ella sola sigue sin alcanzar. Sin embargo, como la política ha devenido una rama de la literatura fantástica, dejemos abierto el juego.

Lo más interesante del discurso, entonces, fue su llamado a un consenso amplio, una recuperación del pacto democrático que, según ella, se rompió el día del intento de magnicidio. En un sentido, esa idea coincide con la de Larreta en torno a que para sacar a la Argentina adelante hay que tener el apoyo de un 70% de la Argentina y/o de los factores de poder. La gran diferencia es que con ese número Larreta estaba dejando afuera al kirchnerismo y, en el caso de CFK, ese 70% tácito parecía estar dejando afuera, no al “palomismo” larretista, sino a los halcones de JxC y a Milei. Pero más allá de quién está en ese 30% excluido, hay cierto acuerdo en la idea de que este “empate” que alguien podrá llamar “hegemónico”, o lo que fuera, entre dos fuerzas que se vienen alternando en el poder pero que, sobre todo, tienen la capacidad de obturar a la otra, está jodiendo al país. El problema no es tanto que haya grieta. El problema es que la grieta construya polos capaces de bloquearse mutuamente. Así, ninguna de las coaliciones logra hacer lo que se propone. En algún caso que eso suceda es una bendición (o una resistencia popular) pero independientemente de ello, lo cierto es que los últimos gobiernos se han encontrado con límites claros que les impiden llevar adelante sus planes. Alguien dirá que así funcionan las repúblicas democráticas liberales y es cierto pero una cosa es el equilibrio de poderes y una representación amplia de partidos y otra es que nadie pueda gobernar y siempre se viva un poco peor.  

De lo anterior no debiera seguirse que haya un intento de acuerdo del oficialismo con Larreta, lo cual al menos no nos consta, pero sectores del kirchnerismo, a través de algunos periodistas, dejaron entrever el intento de crear puentes con sectores del radicalismo. De hecho, si uno escucha a Gerardo Morales últimamente, parece tener más coincidencias con el modelo de país del oficialismo moderado que con el ala radicalizada de JxC. Una vez más: todo es posible pero desde aquí lo vemos difícil. En la misma línea se rumorea algún intento de acercamiento con aquel sector del peronismo no K que quedó afuera del FdT con Schiaretti a la cabeza. Me permito ser escéptico aquí también pero dejemos que el tiempo confirme el escepticismo.

Otro aspecto interesante son las afirmaciones de CFK que van a contramano del progresismo que ha capturado al cristinismo y que muchas veces no escucha lo que la propia CFK dice. La referencia a poner más gendarmes en la Provincia de Buenos Aires y a terminar con el debate “mano dura o garantismo”, por ejemplo, demostró que para CFK el tema de la seguridad no es un tema “de la derecha” sino que afecta a todos y sobre todo a los sectores más desaventajados que tienen que vivir encerrados y pueden ser asesinados por el robo de una bicicleta o un celular. Se trató de una nueva demostración de que CFK y el kirchnerismo en general siempre fueron mucho más pragmáticos que lo que el sector sobreideologizado que lo ha hegemonizado cree.

Otro momento incómodo para el progresismo fue cuando tomó un eje central de la doctrina peronista y habló del trabajo como ordenador en tiempos donde la progresía se enoja cuando los trabajadores votan a la derecha. Algo parecido sucedió cuando en lugar de la romantización de la pobreza que celebra la existencia de merenderos administrados por jóvenes universitarios de clase media, se refirió a la importancia de la familia en tiempos donde su sola mención nos ubica automáticamente en la senda de los conservadores y fascistas.

Por supuesto no faltó la mención a algo que es cierto: el modo en que el gobierno de Macri demostró ser más eficiente para condicionar a su sucesor que para gobernar. Efectivamente, la deuda impagable que contrajo sumado a una corporación judicial que va a limitar fuertemente los intentos de avanzar en reformas estructurales, conforman un bloque que el espacio popular con CFK a la cabeza no pudo franquear y contra el que el gobierno de Alberto no pretende disputar. En este sentido, el gobierno de CFK avanzó lo que pudo avanzar con un 54% de apoyo en las urnas. Lo hizo confrontando y por las malas, lo cual muchas veces es necesario. Máxime cuando se observa que la idea de volver a intentarlo por las buenas ungiendo en el gobierno a un moderado, evidentemente, parece haber fracasado.    

Volviendo al discurso, quizás la parte más criticable y preocupante, que de nueva no tiene nada, se conecta con la idea de la gran conspiración que podría rastrearse hasta las más altas esferas de la oposición, en este caso, para atentar contra su vida. Como indicábamos la semana pasada, suponer que Caputo financió a un 4 de copas para matar a la expresidenta mientras compraba bonos especulando con que la muerte de ella haría escalar su precio; y que de ese plan formaba parte un diputado que no tenía mejor idea que comentarlo a sus dos asesoras en voz alta en el bar que está en frente del Congreso es, para ser generosos, como mínimo, inverosímil. En la misma línea, achacarle la inflación a Magnetto y al poder judicial porque le ha permitido a Cablevisión aumentar los servicios que ofrece, supone una subestimación a la audiencia. El Grupo Clarín es culpable de un sinfín de cosas y es parte de un dispositivo de persecución pero no es el culpable de la inflación. Punto. No se puede decir cualquier cosa. Del mismo modo que tampoco se puede decir sin más que la solución para el problema de la corporación judicial es la designación de jueces a través del voto popular. Se trata de un tema tan complejo, con tantas aristas, tanta bibliografía y tantas experiencias a lo largo del mundo que, como mínimo, merecería una discusión más calma que evalúe pros y contras.

Para finalizar, otro aspecto criticable del discurso es lo que parece ser la profundización de cierto ensimismamiento y las referencias en tercera persona al gobierno que integra. Es que la idea de una democracia que sirva para vivir parece una buena respuesta para Luis Juez quien afirmó que la democracia no le había cambiado la vida a nadie, como si vivir y hacerlo en libertad no fuera un cambio lo suficientemente sustancial para la vida de todos los argentinos, especialmente para aquellos que tuvieron que exiliarse y para aquellos familiares que vieron a sus parientes secuestrados, desaparecidos y torturados. Sin embargo, en el discurso pareció más una elaboración a partir del intento de magnicidio que sufriera. Sobre este punto cabe decir que la democracia debería servir para algo más que vivir y que la vida humana pretende ser algo más que la vida biológica desnuda. Asimismo, tenemos mucha gente que pierde su vida o la transcurre miserablemente por hambre, hechos delictivos o simplemente porque las condiciones materiales hacen de su día a día un transitar hacia cualquier lugar menos hacia la autorrealización.

Pero lo más preocupante de este pasaje del discurso es que  refuerza la idea de que su forma de entender la política últimamente parece circunscribirse a los padecimientos personales, los cuales, por cierto, vaya si los tuvo. Pero cuando uno observa que sus intervenciones públicas se restringen casi obsesivamente a las causas judiciales que la atraviesan, o cuando toda referencia al presente y al futuro está en relación con los parámetros del año 2015, como si en los últimos tres años ella y el kirchnerismo todo no hubieran formado parte del gobierno, se entiende por qué muchos de sus votantes están disconformes no solo con Alberto sino con ella también. Si este combo de una política que gira en torno a los asuntos personales y un despegue total de la responsabilidad sobre el actual gobierno no recibe un castigo más duro en las urnas es solo por la dinámica binaria de la política actual y por votantes que entienden que cualquier gobierno popular es mejor que un gobierno de la derecha. Sin embargo, con eso no alcanza para ganar una elección. Al fin de cuentas, de lo que se trata es de vivir mejor y más allá de toda la afectividad que rodea a CFK en tanto principal figura de la política argentina del siglo XXI, a CFK se la eligió y se la elige porque una mayoría vivió mejor bajo su gobierno. La confrontación, la disputa por el sentido, la dimensión trágica y la épica pueden ser elementos centrales de la política para una porción del electorado. Pero CFK no ganó ni ganará hablando de sí misma. Ganó porque mucha gente mejoró su calidad de vida en un sentido amplio. Comprender ello podría ser el verdadero puente, la verdadera conexión con amplios sectores de la sociedad que quizás no quieren comprar el paquete completo del kirchnerismo. Y no hay que enojarse ni sorprenderse por ello. Solo hace falta entenderlo y, luego, aceptarlo.          

domingo, 13 de noviembre de 2022

Cristina en el centro (editorial del 12/11/22 en No estoy solo)

 

Intuyo que de aquí hasta las elecciones transitaremos un período oracular de CFK dentro del FdT. Efectivamente, en cada una de sus intervenciones sus palabras serán analizadas como las palabras proferidas por un oráculo. Como ustedes recordarán, tal como nos lo hicieron saber los griegos, el oráculo decía la verdad pero había que interpretarlo. Es famoso el ejemplo del oráculo que es consultado acerca de quién ganará la guerra y la ambigüedad de sus palabras dio lugar a una interpretación equivocada que derivó en la destrucción del propio imperio. El “voy a hacer todo lo que sea para que el pueblo vuelva a ser feliz” que CFK pronunciara en Pilar tiene esa lógica. Los seguidores lo interpretaron como la confirmación de su candidatura; otros entendieron que era la antesala de una eventual jugada similar a la del 2019.

Al día de hoy no sabemos qué hará CFK pero sí sabemos que continuará teniendo la centralidad. Sectores de la oposición y del  gobierno lamentan ello pero no se atreven a admitir que la única manera de dejar atrás a CFK es haciendo un mejor gobierno que el de ella. Evidentemente eso no ha sucedido y a CFK le han seguido dos malos gobiernos.

Tampoco el kirchnerismo ha logrado dar a luz dirigentes que pudieran reemplazarla en el mejor de los sentidos. De hecho, el pretendido trasvasamiento generacional del kirchnerismo es tan lento que los presuntos trasvasados ya están en edad de trasvasar. También es verdad que en el cristinismo hay cristinistas que siguen una agenda propia a la cual le quieren adosar la figura de CFK para ganar una legitimidad que ni la agenda ni ellos poseen per se; una suerte de trosko kirchnerismo podemita que se abraza al partido demócrata estadounidense y que puede ir de Evita a Greta Thunberg y de Juana Azurduy a Lali Espósito, confundiendo deriva ideológica con actualización doctrinaria.

Son cristinistas de una Cristina imaginaria creada a imagen y semejanza de un montón de ideas a las cuales Cristina no suscribiría. Abrazan la oposición con pasión aun siendo oficialismo y en eso se diferencian de los dirigentes con sobrepeso y los gerenciadores de la pobreza que siempre abrazan el oficialismo, aun cuando los oficialistas sean sus presuntos adversarios.     

Tiene razón CFK cuando afirma que un sector del poder judicial la prefiere presa o muerta y que nunca la aceptará como víctima. Es todo lo que el poder real puede hacer tras el fracaso de su gobierno entre 2015 y 2019, y lo hace con un asustasuegra en la boca mientras espera la autodepuración impulsada por un gobierno que no gobierna y en el que a duras penas y afortunadamente existe un administrador de crisis que permitirá llegar a las elecciones del 2023. Donde se equivoca CFK es en subirse a un inverosímil relato rayano en lo conspirativo. Es tan inmensa la lista probada de atrocidades e ilegalidades llevadas adelante por el macrismo contra el kirchnerismo, que adjudicarle la inverosímil financiación de un grupo de subnormales que facturaban muebles parece innecesaria. Si vivir solo cuesta vida, subirse a los relatos de la gran conspiración solo cuesta credibilidad para sostener las denuncias de las persecuciones que efectivamente existieron. En la misma línea, parece haber razones para llamar a declarar al diputado Milman, (personaje oscuro si los hay…) pero el recurso del testigo que escucha que un diputado le dice en un bar a sus asesoras que van a matar a la vicepresidenta, se parece a los relatos de Majul cuando lo paraban en los bosques de Palermo para darle pendrives y es curiosamente similar al “testigo” que también habría escuchado en la mesa de un bar cómo habría sido el negociado de Ciccone que llevó a Boudou a la cárcel. Por si hace falta aclararlo: que algo sea inverosímil no quiere decir necesariamente que sea falso. Quizás se descubra una impensada trama oculta que sacuda la política argentina. Pero hasta aquí los intentos de sectores del kirchnerismo por comprometer figuras de peso de la oposición en el intento de magnicidio resultan un ejercicio voluntarista para la tribuna de convencidos.

Como ya hemos comentado aquí en otras oportunidades, al gobierno y al kirchnerismo en particular le cuesta proyectar en la ciudadanía la expectativa de futuro que es tan importante en la política. No importa si esas expectativas son desmedidas. Lo que importa es que las haya y que una buena parte de la sociedad las crea. Pero cuando CFK habla la historia termina en 2015. Todas las referencias son al 2015. Luego el ocaso, incluido el gobierno del cual es vicepresidenta. La idea de un “regreso” de la felicidad es, justamente, la promesa de un retorno a un tiempo que ya no existe porque la Argentina y cada uno de nosotros no somos los mismos; un futuro proyectado a algo que ya pasó y que cuesta aceptar que es imposible de reproducir. Quizás por eso el kirchnerismo pierde peso entre la juventud, esto es, porque ofrece una nostalgia que para los más chicos es casi mítica.

Aun así, puede alcanzar para la esperanza porque la Argentina estaba infinitamente mejor en 2015 y no ha pasado tanto tiempo pero resta saber qué es lo que se va a hacer para intentar reflotar aquello que ya no puede volver a ser. En eso hay una responsabilidad de quienes rodean a CFK y que son, finalmente, los que alguna vez deberán tomar la posta ya que, mal que les pese, CFK no es eterna.

¿Cuál es el rumbo que proponen y, sobre todo, cómo llevarían a cabo, con qué recursos, las políticas que el gobierno del cual son parte no realiza? Es que por más que CFK se sostenga en la centralidad, con ella no alcanza si no es como parte de un proyecto robusto que sea más que su figura. En otras palabras, no puede ser que el candidato sea el proyecto cuando CFK no es candidata y que deje de serlo cuando ella encabeza la lista.

¿Hasta dónde alcanzará esta especie de CFK metafísica y trágica a la cual se la sigue exponiendo si no hay un proyecto detrás? Si del otro lado lo que hay es un proyecto de mierda, lo que habría que hacer es ponerse de pie para hacer algo más que aplaudir. El “con CFK sola no alcanza” no debería entonces referir solo a una lógica electoralista cuantitativa. En otras palabras, no se trata de sumar los votos en una cuenta de verdulero y ver cuántos muñecos sumamos para ver cómo ganamos. El “con CFK sola no alcanza” debería ser más bien una interpelación hacia adentro que empuje hacia una clarificación de cuál es el proyecto 2023 que tendrá a CFK en la centralidad.

Muchísima gente se referencia en CFK. Pero para gobernar y mejorarle la vida a la gente hace falta algo más que sumar dirigentes. Lo que es útil para ganar elecciones no necesariamente es bueno para gobernar incluso con CFK en la centralidad. Para muestra basta un botón.     

 

 

viernes, 11 de noviembre de 2022

Elecciones: ¿giro izquierdista u “oposicionista”? (publicado el 11/11/22 en www.disidentia.com)

 

Finalmente Lula será presidente de Brasil por tercera vez en la historia. Se trata de una trayectoria casi de película desde aquel obrero metalúrgico que tuvo que dejar el colegio para trabajar y perdió un dedo en un accidente laboral, pasando por los 3 intentos fallidos de alcanzar la presidencia, la superación de un cáncer, la persecución, la proscripción, y, recientemente, la cárcel. La elección se resolvió en un balotaje voto a voto que demostró que Bolsonaro, pese a lo que muchos analistas afirmaban, es también un líder popular, que habrá varios condicionamientos para el PT en el Congreso y que muchas gobernaciones importantes estarán en manos de la derecha.

Ahora bien, al momento de los análisis, quizás por algún interés en particular o por alguna epifanía, muchos analistas observaron algo que habíamos mencionado en este espacio ya en ocasión del triunfo de Petro en Colombia y de la última elección en Chile que arrojó un rotundo rechazo al texto de la nueva constitución. En otras palabras, antes que mostrar un mapa de color rojo que expusiera el supuesto giro hacia la izquierda de la región, muchos se dieron cuenta que lo que se estaba dando era más bien un giro hacia la oposición. Más que el retorno a una nueva era “izquierdista”, “popular” o “progresista”, lo que se estaría dando, entonces, era una inédita era “oposicionista”. Algunos meses atrás llamé a ese giro “posideológico” en tanto no tiene que ver con derechas o izquierdas sino simplemente con un voto constituido desde la insatisfacción ante el statu quo.

Si nos centramos en Latinoamérica, las últimas 16 elecciones las ganó la oposición, siendo la última victoria oficialista la de Paraguay en 2018. Esto contrasta, por ejemplo, con las sendas reelecciones que lograban, los gobiernos populares de la región en la primera década del siglo XXI.

Naturalmente hay otras lecturas posibles. Si nos restringimos a Sudamérica, las últimas 10 elecciones han sido ganadas por la oposición. Sin embargo, es verdad que en las últimas 4 (Perú, Chile, Colombia, Brasil) los triunfos fueron de oposiciones de izquierda, a diferencia de lo que había ocurrido con los triunfos de la oposición en Colombia (2018), Brasil (2018) y Uruguay (2019), que habían sido triunfos de gobiernos liberales o populistas pero de derecha. También es cierto que en ese momento no se habló de un giro hacia la oposición sino de un giro a la derecha tras el desgaste de los gobiernos “populares” de izquierda, lo cual, creo, era un análisis correcto. ¿Pues entonces qué? ¿Giro ideológico hacia la izquierda o posideológico hacia las oposiciones?

Imposible dar una respuesta con plena certeza pero creo que hay buenos indicios para al menos sospechar que estamos ante un escenario novedoso que no puede pensarse en los términos tradicionales de la alternancia de izquierdas y derechas. De hecho no se trata de un fenómeno “latino” sino que salvo alguna que otra excepción, como la de Macrón en Francia, lo que observamos es que son las oposiciones las que llegan al poder, en algunos casos generando situaciones inéditas como las de presidentes en ejercicio que deciden ir por la reelección y son derrotados (este fue el caso de Macri en Argentina, Trump en Estados Unidos y Bolsonaro en Brasil).

Sin embargo, podría objetarse que estamos pasando por alto el efecto “pandemia”. Frente a ello, cabe decir que, en todo caso, el giro hacia las oposiciones había comenzado ya en 2018; y, al mismo tiempo, indicar que efectivamente, si este giro existe, la pandemia simplemente ha hecho que la tendencia se acentúe.

En este sentido, y como lo hemos repetido hasta el hartazgo aquí, se vuelve a cumplir lo que indicábamos, a saber: la pandemia como aceleradora de procesos antes que como inauguradora de nuevas tendencias. Sin duda, alguien encontrará excepciones pero, justamente, consideramos que son eso: excepciones. 

Si esta hipótesis es correcta, lo que resta es lo más difícil y es dar cuenta de las razones de este fenómeno. En este punto, una vez más, cuesta encontrar precisión y hay un riesgo de cierta abstracción. Asimismo, cualquier afirmación debería ser matizada por el hecho de que muchas de las elecciones mencionadas acabaron resolviéndose en la instancia de balotaje por escasísimos márgenes de modo que cualquiera sea “el giro” se trata de una transformación en un escenario de dos grandes “mitades” antagónicas.

Lo cierto es que parece estar generándose un hiato entre la temporalidad de la política formal y de las instituciones en general, y la temporalidad de los ciudadanos de a pie. En otras palabras, la velocidad con la que vive la gente común y, con ello, la velocidad con que requiere la solución de sus demandas insatisfechas, está muy por encima de las posibilidades de los Estados. De hecho, cuando los gobiernos intentan adecuarse a esa nueva temporalidad suelen hacerlo mal, espasmódica y demagógicamente impulsando políticas o normas al servicio de la reivindicación de moda sin medir consecuencias ni al largo ni al corto plazo. En una cultura que ha instalado que la única función de los Estados es “ampliar derechos” sin que se sepa del todo bien qué queremos decir con eso y sin tener en cuenta los aspectos económicos, sociales y culturales que eso implica, no podemos más que esperar la espiralización de una insatisfacción crónica porque la lógica del reclamo constante no puede hacer más que constituir un nuevo capítulo de “El malestar en la cultura”. Si la competencia hoy se da en el mercado de la victimización y la carrera que se corre ya no es la del mérito sino una carrera de espaldas en busca de culpables reales o ficticios a los que asignarle una deuda, es natural que lo único que encontremos sea insatisfacción.  

En este sentido, no hay Estado de Bienestar que pueda enfrentar el estado de malestar generalizado por condiciones que no son nuevas pero que tienen una dinámica de aceleración frenética.

¿Qué espacio puede haber para un político que hoy plantee que un país necesita cambios estructurales que pueden llevar, pongamos, como mínimo, una década, si todas las demandas, las importantes y las que no lo son, aparecen igualadas en la urgencia?     

Entonces podemos hablar de capitalismo, neoliberalismo, malos gobiernos, socialismo, etc. Agreguemos a eso las grandes tendencias del mundo globalizado y las coyunturas, las particularidades de cada caso, las tradiciones políticas de un país y una región, y hasta incluso el azar. Los factores que inciden en el resultado de una elección son infinitos y dinámicos. Sin embargo, si este proceso de aceleración, el cual, por supuesto, es, como mínimo, concomitante a las grandes tendencias que caracterizan el mundo en que vivimos, no detiene o aminora su marcha, habrá que acostumbrarse a situaciones de inestabilidad política, social y económica.

Para finalizar, digamos que cuando hace algunos meses avanzaba en esta idea indicaba que no estábamos frente a un giro ideológico sino frente a una alternancia de lo distinto basada en un hartazgo de lo que hay. Alguien tiene que pagar el enojo que tenemos y qué mejor que un gobierno de turno, máxime cuando los gobiernos de turno en general hacen todo lo posible para ser criticados. Quien lo reemplace es lo de menos. Solo quiero que pague por mi insatisfacción.

Pero el enojo y el malestar no son atributos de un color o de una ideología. No es la primera vez en la historia que la gente vive mal. Incluso podría decirse que comparativamente puede ser la época en la que, aun con toda la desigualdad existente, la humanidad vive “mejor”. La novedad es que nadie está dispuesto a escuchar que la solución a su insatisfacción supone en algunos casos la aceptación del largo plazo. O lo que es peor: nadie está dispuesto a escuchar que buena parte de esa insatisfacción crónica no tiene solución, al menos en el marco de este tiempo civilizacional que nos toca atravesar.       

 

domingo, 30 de octubre de 2022

El candidato del desacuerdo (editorial del 29/10/22 en No estoy solo)

 

Si en condiciones normales el gobierno del FdT se ha caracterizado por la parálisis en la gestión, el ingreso de lleno en la agenda electoral en un clima de total incertidumbre no hace más que augurar momentos difíciles.

Algo parecía haber cambiado con la llegada de Massa al superministerio, al menos en lo que a cierta dinamización de la gestión respecta. Se hizo a pesar de Alberto pero se acordó ante un abismo que era inminente y que amenazaba la continuidad institucional. Nadie más que las tres patas del Frente saben qué se resolvió en esos días pero parece evidente que Massa desplazó a un Alberto Fernández cuyo poder quedó reducido a una lapicera cada vez más formal y con menos tinta. Ese desplazamiento se realizó con el apoyo del kirchnerismo, presumimos que explícito en privado y tácito en público.

Ahora bien, si ese acuerdo tenía un tiempo de vigencia no lo sabemos, pero el tweet de Cristina criticando, con razón, un abusivo aumento en las prepagas otorgado por el gobierno abre un interrogante: ¿crítica aislada o comienzo de un proceso de horadación de Massa? Que CFK, como viene haciendo en el último tiempo, hable en tercera persona del gobierno en el que se desempeña como vicepresidente detrás de la persona que puso a dedo, sería material para un editorial en sí mismo pero merece ser resaltado una vez más. Con CFK como vice pasamos “de la patria es el otro” a “la lapicera es el otro”; de una práctica política del desensimismamiento a una moral de la irresponsabilidad. El kirchnerismo ocupó una buena cantidad de cargos. Pero, de repente, como no maneja la última lapicera la culpa la tiene el presidente. Como supe decir en este mismo espacio, ese escenario deja al kirchnerismo en un verdadero dilema: o es cómplice y juega al policía bueno y policía malo sin renunciar a los cargos y a la caja; o ha sido un pésimo negociador puertas adentro y a pesar de ser el que aportó el 80% de los votos se quedó afuera de todas las grandes decisiones. En cualquier caso es preocupante.

La situación de Alberto, por su parte, es desconcertante, al menos para quien escribe estas líneas. Cada vez más en solitario, rodeado del círculo íntimo, haciendo su parte pimpilinesca con CFK y en una relación tirante de amor/odio con Massa porque lo necesita para que no naufrague su gobierno pero ese éxito sería su final porque  catapultaría al líder del Frente Renovador como próximo candidato. Alberto nunca fue un candidato de consenso. En todo caso fue un candidato del consenso de CFK consigo misma pero después de esa decisión las distintas partes entendieron que la decisión era buena. Una suerte de consenso “epifánico” y tardío. Hoy la posibilidad de sostener el poco poder que le queda hasta 2023 y ser el candidato a la reelección, algo que en condiciones normales hubiera sido natural, depende de que el Frente no pueda resolver sus internas. En este sentido, Alberto 2023 sería el candidato del desacuerdo; el candidato que emergería por decantación de la disputa entre un kirchnerismo que solo cada vez puede menos y un Massa que pediría más de lo que se merece. Si esta hipótesis es correcta, habría buenos incentivos para que Alberto se transforme en una máquina de impedir porque solo en ese escenario el espacio puede volver a posicionarlo a él como salida por arriba del laberinto.

En este contexto aparece la discusión acerca de las PASO. Con toda la honestidad del mundo, una vez más, confieso mi desconcierto respecto a la estrategia de Alberto. Como ustedes saben, Massa querría suspender las PASO y buena parte del kirchnerismo también. Tienen todo tipo de razones, la mayoría de peso, para sostener su posición pero, en última instancia, claro, se trata de una conveniencia electoral. Pero el presidente se opone. ¿Por qué lo hace? Si no es una suerte de legalismo zonzo no parece clara la estrategia. ¿Cree que en una interna le va a ganar a CFK? ¿Lo cree de verdad? ¿Entonces? ¿Ir a una interna para perderla y automáticamente generar un vacío institucional que hasta podría precipitar su gobierno varios meses antes del fin de su mandato? ¿Acaso se sabe derrotado pero entiende que en las PASO puede ubicar “su gente” para construir tardíamente un albertismo que no supo construir hasta aquí?  Si el llamado a participar de una gran interna es ya una demostración de debilidad (porque va de suyo que todo presidente con posibilidad de ser reelegido es “el” candidato), sostener, contra gobernadores, intendentes y socios mayoritarios del espacio a las PASO que lo condenarían es, desde esta humilde tribuna, inentendible. Sin dudas debe haber allí alguna carta que desde aquí no podemos ver pero la sensación es que la única posibilidad de sobrevida política de Alberto es gracias a otro dedazo, en este caso, producto de, como decíamos, una negociación trabada al momento de elegir sucesor.

Por último, como también ya lo hemos dicho aquí, Massa tiene las de ganar si logra mínimamente encauzar la economía y en tanto es el único que puede ofrecerle algún voto no K al kirchnerismo en una ecuación que 4 años después sigue arrojando “Con CFK no alcanza. Sin CFK no se puede”. Si lograra enderezar la economía mínimamente tendrá más poder al momento de sentarse a negociar con el kirchnerismo y también tendrá a su favor el eventual aprendizaje de la lección de los errores de Alberto en la relación con el kirchnerismo. El punto es si lo van a dejar los de adentro. Es que, como indicamos, un buen desempeño de Massa acabaría con las esperanzas de Alberto y un Massa presidente con poder y una CFK “retirada” es un escenario en el que el tigrense es capaz de deglutir lo que quede de un kirchnerismo que tendrá su eje de gravitación en el conurbano y, eventualmente, en un posible segundo mandato de Kicillof.

Con una sociedad en la que el discurso anticasta ha calado profundo, el espacio que defiende a la política no ha podido resolver con política los problemas de las mayorías. Si a esto le sumamos el año electoral en el que “la política” se reduce a candidaturas, campañas, internitas y demagogias varias, está todo planteado para unos comicios en los que la gente vote enojada. Si es grave que haya desconexión entre los que están dentro del palacio, imaginen cuán grave puede ser cuando esa desconexión se da además entre los que están dentro del palacio y los que lo miran todo desde afuera.    

  

lunes, 3 de octubre de 2022

Rushdie y la fatwa progresista (publicado el 2/9/22 en www.disidentia.com)

 

La noticia del intento de asesinato de Salman Rushdie, quien desde 1989 cargaba sobre sus espaldas la condena a muerte dictada por la fatwa de Khomeini, sacudió los medios y las redes sociales de todo el mundo. Con buen tino se hizo hincapié en el extremismo en el que puede derivar el islamismo radical y se retrotrajo a la memoria los tristes episodios de derramamiento de sangre en nombre de la religión.

Afortunadamente, en el mundo Occidental no aceptaríamos que una autoridad política/religiosa determine la sentencia a muerte de ninguna persona, menos aún de un escritor por el simple hecho de escribir un libro, aun cuando éste pudiera considerarse ofensivo. Sin embargo, en los últimos años se ha instalado en la cuna de la ilustración una cultura de la cancelación cuyos niveles de violencia han escalado exponencialmente. Si bien nada es comparable al llamamiento a todos los miembros de una religión a asesinar a un hombre de a pie, la moda de establecer linchamientos mediáticos y la “muerte civil” de personas, tiene vasos comunicantes y algunos paralelismos que es preciso advertir.

“Comunico al orgulloso pueblo musulmán del mundo que el autor del libro Los versos satánicos –libro contra el islam, el Profeta y el Corán- y todos los que hayan participado en su publicación conociendo su contenido, están condenados a muerte. Pido a todos los musulmanes que los ejecuten allí donde los encuentren”.

Salman Rushdie cuenta que recibió ese decreto por escrito algunos minutos antes de ser entrevistado en vivo en la CBS y que en ese momento entendió que él había dejado de ser Salman Rushdie para asumir un “otro yo”: ya no era el Salman de los amigos sino el satánico autor de Los versos satánicos, el condenado a muerte, una criatura con cuernos y ahorcado con la lengua afuera tal como demostraban las pancartas en ciudades que él nunca había conocido. “¡Qué fácil era borrar el pasado de un hombre y construir una versión nueva de él, una versión aplastante, contra la que parecía imposible luchar!”, reflexiona Rushdie en su autobiografía cuyo título, Joseph Anton, refiere al seudónimo que tuvo que comenzar a usar desde ese momento. Aun cuando como bien indica en ese mismo libro, se trataba de una condena realizada por un tribunal que él no reconocía como tal y que no tenía jurisdicción sobre su persona, lo cierto es que su vida cambiaría para siempre.

El decreto de Khomeini llegó cinco meses después de la publicación del libro en septiembre del 88. Pero para esto ya se habían sucedido hechos sorprendentes: se había prohibido la novela en la India y en Sudáfrica; un jeque había llamado a los musulmanes británicos a iniciar acciones legales contra el autor y hubo una amenaza de bomba en la sede de la editorial inglesa que lo había publicado. Ya ingresados en el año 1989, hubo manifestaciones en Bradford, que incluyeron quema de libros, y en Londres; cadenas de librerías retiraron el libro por las presiones, y movilizaciones en Pakistán e India acabaron con decenas de heridos y algunos muertos.

Luego llegó la fatwa y tras ello sobrevino lo peor: se profundizó la retirada del libro de las principales cadenas del mundo; se produjo un conflicto diplomático entre Irán y la Comunidad Europea con retiro mutuo de los embajadores; manifestaciones de musulmanes en New York; explosiones en una librería de California y, por si esto fuera poco, el ayatollah ahora ofrece 3 millones de dólares a quien realice el asesinato de Rushdie, recompensa que se ampliaría al doble algunos años más tarde. De hecho, como la fatwa incluía también a quienes hicieran posible la circulación del libro, entre el año 91 y 97 se suceden una agresión con arma blanca al traductor de la novela al italiano y un intento de asesinato al editor noruego de la novela. También mataron al traductor al japonés y hubo un atentado contra el traductor turco en el que murieron treinta y siete personas. La lista de sucesos podría continuar.

Aunque la vida de Rushdie nunca volvió a ser normal, en los últimos años solía hacer apariciones públicas como aquella en la que fue atacado semanas atrás. De ayuda fue que, como un gesto de distensión hacia Occidente, algunos años más tarde de aquella fatwa, el gobierno de Irán afirmara públicamente que cesaría la persecución, algo que podría ser disuasivo para muchos pero no para el sector radicalizado que considera que una fatwa no tiene fecha de caducidad. ¿Y todo esto por qué? Por un libro.

La exposición de estos hechos pareciera ir en contra del sentido de estas líneas pero no es el caso. De hecho, no hay semana en la que no sepamos de escándalos con escraches, prohibiciones y agresiones en el marco de presentaciones, sea de artistas, escritores o referentes de espacios políticos. Lo más sorprendente es que estos hechos de violencia no suceden en aquellas ciudades que ni el bueno de Rushdie conocía sino, en muchos casos, en las principales universidades del mundo con sedes en Estados Unidos y Europa.

Son ataques que no se hacen en nombre del islam sino, la mayoría de las veces, en nombre de la perspectiva “woke” que es enarbolada por la izquierda y que incluye allí reivindicaciones, de las sensatas y de las otras, de grupos tan variopintos como antirracistas, LGTB, veganos, ambientalistas, etc.

No vale la pena glosar la cantidad de eventos en este sentido pero, solo como botón de muestra, tengamos en cuenta que, en los últimos días, el humorista Ricky Gervais ha decidido contratar seguridad privada para estar protegido en sus shows después de ser acusado de transodiante por sus bromas contra la comunidad trans y tras el intento de agresión con arma blanca que sufriera en mayo último otro humorista políticamente incorrecto como Dave Chapelle. ¿Y todo eso por qué? Por hacer bromas.

Lo cierto es que estos ejemplos muestran que la cultura de la cancelación está llegando a límites insospechados y, lo que es peor, adopta la misma estructura de los fundamentalismos religiosos. Si Los versos satánicos merecían una condena a muerte por ofender al islam, el criterio de la ofensa como límite a la libertad de expresión en Occidente está promoviendo una preocupante ampliación de la censura en nombre de las buenas causas y basándose en la arbitraria subjetividad de cualquiera. Y aquí aparecen algunos aspectos a tomar en cuenta pues en eso, digamos la verdad, Occidente mantiene su tradición democrática e individualista ya que aquí no hace falta que el decreto lo promulgue una autoridad religiosa; alcanza con que cualquier ciudadano se sienta ofendido por algo para que la cacería comience. Por eso, además de democrática en el peor sentido del término, la “fatwa progresista” opera anárquicamente y en el formato de enjambre. No importa qué digas, ni siquiera cuando lo hayas dicho, pues la cacería puede iniciarse por un mensaje en una red social de diez años atrás; basta con que alguien, por buenas o malas razones, se sienta incómodo como para que se crea con derecho a que tu vida cambie para siempre y debas convertirte en Joseph Anton, el otro yo de Salman Rushdie. Esto no solo tiene que ver con personajes públicos. También le ocurre a personas corrientes que son “escrachadas” en las redes por buenas y malas razones. Tras ser “marcada” la persona en cuestión, lo que sucede a continuación no tiene que ver con obedecer una autoridad religiosa sino a una cultura que indica que cualquiera que se queje de algo tiene razón, es víctima y merece el acompañamiento incluso a través de distintas formas de violencia a ejercer sobre el señalado. Por cierto, el usuario de una red social que reclama algo adquiere una potencia religiosa que muchos religiosos envidiarían.    

Pero nótese que curiosamente los paralelismos pueden seguir. Si Rushdie entendía con razón que él estaba siendo juzgado por un tribunal ilegítimo y sin jurisdicción, la fatwa progresista actúa del mismo modo: son usuarios, muchas veces incluso anónimos, los que juzgan sin legitimidad y sin jurisdicción, algo que muchas veces se traslada a compañías e instituciones donde cada vez más frecuentemente se toman decisiones sobre la vida de las personas por lo que las redes andan diciendo. Asimismo, del mismo modo que los fundamentalistas religiosos entienden su fatwa como inextinguible, el fenómeno de las cacerías en nombre de la nueva moral progresista se apoya en la eternidad del mensaje perpetuado en las redes. Lo he escrito aquí, pero cabe recordar el infierno que vivirán en unos años quienes, habiendo nacido a principios de los años 2000, hayan tenido acceso a las redes sociales siendo adolescentes y dejando por escrito para la eternidad todas las tonterías que decimos y pensamos cuando somos adolescentes.

No son pocos los que están advirtiendo esta deriva. De hecho, y cito de memoria, recuerdo sendos capítulos de la serie inglesa Black Mirror, en la que, por ejemplo, unos minirobots en forma de abejas, actuando, justamente, como enjambre, son los encargados de asesinar a quien sea el más odiado del día en la red social de moda; o el ejemplo de un delincuente cuya condena no cesa y es actualizada en un loop eterno como el que padece quien está “condenado” por el archivo siempre arbitrario de Google. Incluso uno de los capítulos muestra lo terrible que es la condena a una muerte civil, máxime cuando es injusta, trasladando a la vida real lo que se produce en una red social cuando alguien es “bloqueado”, lo cual, claro está, no es otra cosa que la forma más perfecta de la cancelación.             

Por si hace falta repetirlo lo repetimos: nada es comparable con lo que ha sufrido Rushdie. Nada. Absolutamente nada. Dicho esto, no podemos pasar por alto los peligrosos avances que nuestra civilización está dando hacia acciones que no se hacen en nombre de Dios ni del Profeta pero que siguen la dinámica de lo que algunos, con buen tino, advierten como la nueva “religión woke” en nombre de la justicia social. Si siglos de ilustración y crítica a la religión han servido para algo, deberíamos tener los anticuerpos para advertir este proceso; si todavía nos horroriza lo que ha padecido Rushdie y entendemos que está más cerca de lo que imaginamos, habrá lugar para la esperanza.