lunes, 29 de enero de 2018

El cinismo actual: al servicio del poder (publicado el 25/1/18 en www.disidentia.com)

El cinismo actual, esto es, la mentira a sabiendas y la defensa de lo indefendible con pleno descaro, dista mucho de la actitud cínica originaria que tuvo en Diógenes a su máximo exponente, allá por la época de apogeo del imperio de Alejandro Magno. Diógenes, apodado “el perro”, utilizaba la burla, la ironía y la insolencia como un desafío a la cultura imperante y al poderoso. Hoy, en cambio, es esa cultura imperante y ese poder el que se burla, ironiza y se muestra insolente frente al que está en una posición de debilidad. Desarrollar este camino de transformación es el motivo de estas líneas.
Comencemos aclarando que referirse a los cínicos es difícil porque algunos los llaman filósofos pero, sin duda, se comportan de manera muy distinta a los filósofos que conocemos a través de los manuales, más allá de que hay quienes emparentan a los cínicos con Sócrates y establecen allí una continuidad, especialmente en lo que refiere a la afirmación de la necesidad de vincular teoría y práctica, lo que se piensa y lo que se hace. A su vez, el cinismo tampoco es una Escuela, pues (también como Sócrates) no tenía una doctrina que enseñar. Por último, no es del todo feliz llamarlos “secta” por las connotaciones negativas que ese término tiene hoy día.
Lo cierto es que en el contexto de crisis de valores en el que Atenas acabó sumiéndose, Diógenes propone, frente a la circulación de la palabra como herramienta democrática y transmisora de valores civilizacionales, ladrar, orinar y masturbarse. Efectivamente, y tal como leyó, Diógenes denunció la decadente sociedad de su tiempo mediante acciones disruptivas y no a partir de discursos o doctrinas morales. Si la palabra era el vehículo a través del cual se desarrolló una civilización que acabó desnaturalizando al Hombre, entonces habrá que ladrar y habrá que mostrar que el verdadero Hombre podrá saciar sus necesidades vitales y fisiológicas dónde y cómo le dé la gana.
Si tuviéramos que resumir algunos principios de la actitud cínica, más allá de este desprecio por la palabra en tanto emblema de la cultura de la época, habrá que señalar, en primer lugar, la concepción individualista de la libertad que pregonaba Diógenes y que estaba presente anteriormente en Antístenes. En segundo lugar, una fuerte carga antipolítica expresada en el rechazo de Diógenes a la participación política, la democracia y los derechos ciudadanos. Por último, como tercer aspecto, cabe señalar la reivindicación de la parresía, esto es, el hablar franco, el decir las verdades asumiendo los riesgos que eso implica. Ser un parresiasta para los cínicos no era una simple actitud temeraria, sino que formaba parte de una estética de la existencia, de la conformación de un modo de vivir y, por tanto, resultaba central para lo que en lenguaje moderno denominamos “constitución de la subjetividad”.

Expuestas las características del cinismo original resulta difícil comprender cómo una actitud contestataria y rebelde en el pasado se transforma, hoy en día, en el perfil común de cualquier defensor del statu quo. ¿Qué pasó, entonces, entre el cínico Diógenes y el cínico actual? ¿Dónde se perdió esa potencia del cinismo clásico? ¿Cómo esa autosuficiencia rebelde y ácrata, esa burla despiadada y desafiante acabó diluida en manos del adversario?
La respuesta la da un filósofo alemán llamado Peter Sloterdijk, quien siendo muy joven logró reconocimiento por escribir un extenso libro llamado, justamente, Crítica de la razón cínica. Y es allí donde expone cómo el cinismo pasó de ser una insolencia plebeya a una prepotencia señorial, algo que se expresa en múltiples aspectos pero que resulta ostensible cuando observamos cómo la ironía dejó de ser un desafío al poder para ser el síntoma de la prepotencia de quien ya no le alcanza con tenerlo todo sino que ha decidido mostrarlo y humillar al que nada tiene. El camino de esta transformación ya posee, según Sloterdijk, antecedentes en la Antigüedad (por ejemplo, en Luciano de Samosata) pero lo cierto es que desde la Modernidad hasta la actualidad notamos que una de las características de las sociedades en las que vivimos es estar atravesadas por el cinismo de los poderosos, aquellos que saben el lugar que ocupan, que reconocen para sí defender mentiras o acciones inmorales y, sin embargo, lo siguen haciendo con absoluto desparpajo. Cínicos son los grandes empresarios dueños de corporaciones, el establishment periodístico, los economistas mediáticos al servicio de las profecías autocumplidas, buena parte de la clase política, un Poder Judicial que parece, cada vez más, un sistema de castas heredero de Dios y una opinión pública hipócrita cooptada por la corrección política que dice apoyarse en principios liberales y progresistas pero devino moralista y autoritaria.       
La ruptura entre el cinismo de Diógenes y el de la actualidad es tan grande que Sloterdijk utiliza el vocablo “quinismo” para referirse al cinismo de la Antigüedad y distinguirlo del actual. Así lo expresa el propio autor en las páginas 189-190 del libro mencionado:

El quinismo antiguo, el primario, el agresivo, fue una antítesis plebeya contra el idealismo. El cinismo moderno, por el contrario, es la antítesis contra el idealismo propio como ideología y como mascarada. El señor cínico alza ligeramente la máscara, sonríe a su débil contrincante y le oprime. C´est la vie. Nobleza obliga. Tiene que haber orden. […] El cinismo señorial es una insolencia que ha cambiado de lado. Ahí no es David quien provoca a Goliat, sino que los Goliats de todos los tiempos […] enseñan a los Davides, valientes pero sin perspectiva, dónde es arriba y dónde es abajo.


¿Qué hacer frente a este nuevo cinismo? Sloterdijk no nos permite ser demasiado optimistas. ¿Por qué? Porque advierte que una vez que el cinismo se desenmascara o se deja ver y pierde la potencia de la insolencia original para transformarse en una antipotencia o una prepotencia al servicio del poderoso, se va expandiendo cada vez más, intoxicando las relaciones y los intersticios en los que éstas se dan. Es probable, entonces, que una de las claves del cinismo actual sea que la lucha contra él supone, sobre todo, también, la lucha contra uno mismo.



viernes, 19 de enero de 2018

La caverna del Homo algoritmus (publicado el 10/1/18 en www.disidentia.com)

Probablemente una de las más grandes paradojas de la “era internet” sea la profundización de los microclimas. Efectivamente, quienes encontraban en el desarrollo de la web la panacea de la sociedad abierta y la globalización de una serie de valores comunes, se enfrentan cada vez más con el fenómeno de usuarios que buscan revalidar sus prejuicios contactándose con quienes piensan como ellos y accediendo a los debates de la opinión pública a través de sitios con una línea editorial con la que se coincidía previamente. Pasamos así de una internet que prometía ser la biblioteca de Babel borgeana a una cloaca de enjambres difamadores, fake news, posverdad y comisariatos lingüísticos de la corrección política.
En la Argentina, cuando hablamos de microclimas, en este caso, propios de la soledad del poder, mencionamos lo que se conoce como “Diario de Yrigoyen”, haciendo referencia a una vieja leyenda urbana que afirma que a quien fuera presidente del país entre 1916-1922 y 1928-1930, Hipólito Yrigoyen, un grupo de asesores le escribía un diario apócrifo con una realidad hecha a medida de sus deseos. 
Nunca se pudo probar que tal diario hubiera existido y hay buenas razones para suponer que se trató de una campaña de desprestigio, pero lo cierto es que hasta el día de hoy, los ciudadanos de a pie utilizamos la referencia a aquel diario como ejemplo de la desinformación o ausencia de vínculo con la realidad.
Sin embargo, la metáfora clásica que suele utilizarse para episodios de alienación, manipulación o hiato en la relación con el mundo y la verdad, es la utilizada por Platón en República. Me refiero, claro está a la “Alegoría de la caverna”. Como todos ustedes saben, el prisionero cree que la realidad son aquellas sombras que se reflejan en la pared y solo escapando de allí, al observar el sol, comprende que había vivido engañado y que la realidad era otra. Esa distinción entre ser y apariencia, ha marcado a fuego la cosmovisión occidental más allá de que algunas de las nuevas generaciones lo hayan descubierto en el cine con Matrix.   
Sobre esta base, cabe preguntarse, como ciudadanos de a pie, si en estos tiempos en que cualquier dispositivo nos permite inmediatamente contactarnos con otros o acceder a cualquier tipo de información, podremos salir de nuestras propias cavernas o advertir cuándo nos están escribiendo nuestros diarios de Yrigoyen. Trataré de no caer en una respuesta taxativa asumiendo que me expondría a la excepción pero debo confesar que creo que transitamos una época  enormemente paradojal en la que la mayor conexión no redunda en una mayor apertura. Esto obedece a que el hombre ha devenido Homo algoritmus, esto es, una entidad esencialmente manipulable. Usted dirá que el hombre ha sido siempre manipulable y está en lo cierto pero estamos en una etapa en la que la manipulación se hace en nombre de la libertad, como en nombre de la libertad aportamos nuestros datos voluntariamente a una tecnología al servicio de nuestra ansiedad y perfil de consumidor. En este sentido, si en la alegoría de la caverna la luz era sinónimo de acercamiento a la verdad aquí se da exactamente lo contrario pues exponemos a la visibilidad total a nuestro yo interior pretendiendo allí ganar una cierta autenticidad y, al mismo tiempo, nos exponemos al control que surge al brindar licenciosamente nuestros datos. Es por eso que a diferencia de la sociedad iluminista del Siglo XVIII, la del siglo XXI es una sociedad de la iluminación en la que la luz ya no es la de la razón que nos guía sino la de los reflectores que dirigimos hacia nosotros mismos para poder ser vistos y, en tanto tal, ser reconocidos.
Con todo, cabe aclarar, para quien no se encuentre familiarizado, que el término “algoritmo” proviene de la matemática y refiere a una serie de pasos o reglas que permiten llevar a cabo una actividad y obtener un resultado. Estos algoritmos son esenciales para comprender cómo funciona internet hoy porque el desarrollo apunta a generar una web a medida de cada usuario. En nombre de la eficiencia, agradecemos a estos algoritmos que nos filtren la información que consideran relevantes para nosotros y naturalizamos que apenas buscamos un dato sobre un lugar donde vacacionar o un producto que comprar, a los pocos segundos nuestra navegación se inunde de publicidad sobre ello. Es que, como bien ha mostrado Eli Pariser en su libro El filtro burbuja, la jerarquía que nos ofrece Google en cada una de nuestras búsquedas no es universal sino que se acomoda a la información que Google tiene de nosotros mismos gracias a los algoritmos que logran trazar patrones a partir de nuestras búsquedas previas. ¿Y las redes sociales? ¿No estaríamos a salvo allí? ¿No encontraríamos en Facebook o en Twitter la imagen idílica de un ágora moderna? Claro que no. Los algoritmos también actúan allí y nos muestran las publicaciones de los amigos que consideran que pueden ser más interesantes para nosotros. Pero lo que agrega mayor dramatismo es que no hay conciencia de esto. Más bien todo lo contrario: se considera que la información de los portales, las búsquedas en Google y los posteos de nuestros amigos son representativos del mundo real.

La situación llega a tal extremo que, en esta caverna, el Homo algoritmus contará literalmente con su propio diario de Yrigoyen. Esa es al menos la conclusión a la que arriba Evgeny Morozov, en un libro muy interesante llamado La locura del solucionismo tecnológico, publicado en castellano en 2016. Les citaré un párrafo alusivo de la página 189: “Tal vez comienza con aparente inocencia: personalizar los títulos y por qué no los párrafos introductorios para reflejar lo que el sitio sabe (…) sobre el lector. Pero más temprano que tarde (…) es probable que este tipo de prácticas también se extiendan hasta personalizar el texto mismo de los artículos. Por ejemplo, el lenguaje podría reflejar lo que el sitio es capaz de deducir sobre el nivel educativo del lector (…) O tal vez un artículo sobre Angelina Jolie podría finalizar con una referencia a su película sobre Bosnia (si el lector se interesa por las noticias internacionales) o algún chisme sobre su vida con Brad Pitt (si al lector le interesan los asuntos de Hollywood). Muchas firmas (…) ya utilizan algoritmos para producir historias de manera automática. El siguiente paso lógico –y, posiblemente, muy lucrativo- será dirigir esas historias a lectores individuales, lo cual nos dará, en esencia, una nueva generación de granjas de contenido que pueden producir historias por pedido, adaptadas a usuarios particulares”.