viernes, 25 de enero de 2013

La constitución real y la constitución escrita (publicado el 23/1/13 en Veintitrés)


Nadie podrá sorprenderse si la campaña con miras a las elecciones de medio término que se realizarán en este 2013 posterga los debates en torno a propuestas legislativas para afincarse en la controversia acerca de un sí o un no a la reelección. Que se haga énfasis solamente en este aspecto no favorece ni a las instituciones ni al país, pero ayudará a los opositores a encontrar una base de acuerdo que pueda aglutinarlos o, al menos, dispersarle los votos al oficialismo en elecciones que, de por sí y por los cargos en disputa, suelen dispersar el voto.
Dado que la presidenta ha manifestado varias veces que no está en su agenda la posibilidad de una reforma y que ningún alto funcionario se ha manifestado seriamente al respecto, la hipótesis de un kirchnerismo que avance furioso hacia una Asamblea Constituyente resulta todavía algo remota, pero, a su vez, resulta insoslayable la dificultad que tiene el proyecto oficialista al momento de proyectar un sucesor algo que se resolvería si se eliminase la cláusula que impide una nueva reelección.
¿Pero la reelección sería lo único que estaría en juego en un eventual llamado a Asamblea Constituyente? Sin duda no, y para profundizar esto desarrollaré algunos conceptos que seguramente serán de su interés.  
Para comenzar digamos que cuando se habla de reforma constitucional se hace referencia a la posibilidad de cambiar la letra de nuestra constitución, esto es, de la Carta Magna cuyo origen data de 1853 y cuya última reforma data de 1994.  Sin embargo, es posible adoptar una clasificación distinta y entender que hay “otras” constituciones que interactúan de una u otra manera con la escrita. Para ello retomaré algunas de las categorías que utiliza Arturo Sampay, el jurista argentino que estuvo detrás de la reforma constitucional “peronista” de 1949, expuestas en un texto inconcluso publicado en 1978 en la revista Realidad Económica.
 Según Sampay, la constitución escrita de la cual venimos hablando “es un código superlegal sancionado por la clase social dominante que instituye los órganos de gobierno, regla el procedimiento para designar a los titulares de estos órganos, discierne y coordina la función de los mismos […] y prescribe los derechos y las obligaciones de los miembros de la comunidad”. Sin embargo, esta constitución no es hija de la generación espontánea sino que se da en el marco de una idea que el constituyente peronista obtuviese de  Tomás de Aquino. Se trata de la noción de constitución primigenia, la cual puede comprenderse mejor a partir de lo que un autor como Johann Herder definiría como klima, esto es, el modo en que una comunidad política está determinada por las condiciones geográficas, los valores y la tradición.      
 Pero existe todavía un tercer tipo de constitución que Sampay llama real y que está compuesta por la clase dominante, por el modo en que ésta estructura su poder y por los mecanismos a través de los cuales crea y distribuye los bienes.
 Descriptas las 3 formas de constitución, la escrita, la primigenia y la real, la pregunta que sigue es cómo interactúan entre sí y allí se podrá observar que el eje central se da en esa compleja relación existente entre el código jurídico, expresado en la constitución escrita, y la clase dominante, expresada en la constitución real. Tal tensión se da en el marco de la amplitud que en una sociedad como la argentina tiene la constitución primigenia, con tradiciones europeístas y latinoamericanistas en pugna, diferencias geográficas y de costumbres enormes a lo largo del país y, en todo caso, una enorme discusión no saldada acerca de la matriz productiva del país. Si bien, entonces, el debate acerca de lo que entendemos por constitución primigenia puede plantearse en esa querella eterna acerca de qué somos los argentinos, probablemente, la raíz tomista del concepto hace que Sampay la interprete como una ley con la fuerza de los hechos naturales a la que no se la domina sino que sólo se la obedece. Así, sea lo que fuere esa constitución primigenia, la posibilidad de transformarla voluntariamente sólo sería un forzamiento antinatural como el que se produce cuando sostenemos un objeto para que no sea atraído por la ley de gravedad.
 Pero donde puede haber variantes y más rápidas es en la constitución escrita y en la real. En la primera alcanza con una decisión del poder constituyente, el pueblo, siguiendo los canales institucionales adecuados, y una pluma inspirada que la lleve al papel; para la segunda, el cambio sin duda será más lento pero las diferentes revoluciones existentes en occidente y las transformaciones sociales al interior de este proceso que podemos llamar “modernidad” muestran que es posible un cambio en la estructura real del poder dominante y que no hay ninguna clase que gobierne naturalmente con “la fuerza de los hechos”.
Ahora bien, según Sampay, la relación entre la constitución escrita y la real puede darse de diversas formas y para explicar el tipo de vínculos posibles recurre a la nomenclatura del jurista alemán Karl Loewenstein quien aplica lo que llama un análisis ontológico que permite establecer las relaciones entre la palabra de la constitución y el poder real de una sociedad. La hipótesis de Loewenstein es que las perspectivas positivistas que sólo se fijan en la letra de la constitución pasan por alto que para que ésta tenga validez hay que observar qué es lo que hacen los detentadores y los destinatarios del poder con ella.  Así, si la constitución escrita reproduce los intereses de la clase social que compone la constitución real se está frente a una constitución semántica que no hace más que reproducir los intereses de la clase dominante en detrimento del resto del cuerpo social; si, por el contrario, la constitución escrita va en contra de los intereses de la real existe el riesgo de que se caiga en una constitución cuyas prescripciones queden en una pura letra vacía sin fuerza obligatoria, transformándose así en una constitución meramente nominal; por último si la constitución escrita logra de algún modo ser aceptada por los detentadores y por los destinatarios del poder, es posible que se dé una relación simbiótica entre ésta y la real que devenga en una constitución normativa donde la ley y el proceso político existente fuesen de la mano (en el artículo citado Sampay cree que una constitución normativa podría darse con una constitución escrita que vehiculice los intereses de la clase popular determinando, por ejemplo, que los principales medios de producción sean bienes públicos).
Las categorías aquí expuestas son pasibles de ser revisadas y en muchos casos son hijas de ciertos presupuestos controvertibles. Con todo, y a los fines de este trabajo pueden servir para elevar las condiciones del debate actual acerca de la reforma constitucional. En esta línea adelanto algunas preguntas: ¿la constitución escrita vigente en la Argentina es una constitución semántica en el sentido de que vehiculiza y eterniza los intereses de la clase dominante que es la que finalmente la instituye? ¿O acaso el kirchnerismo está poniendo en cuestión esa legitimidad y el grupo social que acompaña las transformaciones de la última década comienza a sentir que la constitución vigente es nominal respecto de sus necesidades? ¿Y si estuviéramos en un escenario en el que la clase social dominante sigue siendo la misma pero existe la posibilidad de que un nuevo grupo pujante modifique la constitución escrita poniéndola contra aquellos intereses? ¿Es posible ello? ¿Cuál sería el desenlace? ¿Una derogación de facto como la que se produjo en 1957 con la constitución que le daba rango supralegal a las conquistas sociales del primer peronismo o la confirmación de un avance inequívoco en el que emerge una nueva constitución real?    
 Como se ve, las preguntas son muchas y podríamos agregar un listado enorme si el  diagnóstico fuese distinto y dijéramos que el kirchnerismo que representa a las masas populares ya se ha transformado en algo así como una clase social dominante y que, por ello, la constitución escrita vigente debe dar lugar a una nueva que se transformaría en semántica o normativa según la perspectiva que se adopte. En otras palabras, podría plantearse que la constitución real ya no es aquella que insufló a la Constitución escrita de 1853 y que se reprodujo en 1994, sino una construcción distinta que necesita plantar sus intereses “en el papel”. En cualquier caso, la discusión sobre acabar con la cláusula que limita la reelección, no es irrelevante máxime cuando puede interpretarse como elemento distintivo de la nueva conformación política que puja. Pero sin duda, y eso es lo que intenté plantear con ese conjunto de preguntas, un debate constitucional excede largamente la discusión sobre la posibilidad de que se le permita a un presidente presentarse a elecciones para, eventualmente, ser nuevamente reelegido.         

jueves, 24 de enero de 2013

Una foto llamada deseo (publicado el 24/1/13 en Diario Registrado)


Un Chávez atravesado por tubos humillantes e invasivos, inconsciente y débil en una camilla de hospital cubano, era la foto deseada del diario El País de España. Pero como tal imagen no pudo obtenerse, los responsables del periódico decidieron hacer pasar por verdadera una foto de un video colgado en Youtube en el que se muestra la intervención que se le hace a un paciente con un cuadro de acromegalia que tiene cierto parecido fisonómico al presidente venezolano.
Tras el escándalo, el diario acusó a una agencia de noticias que le habría enviado la foto, hizo un tibio pedido de disculpas a sus lectores pero se olvidó de los venezolanos y de la familia del paciente cuyo rostro hoy es lo más visto en internet.
Más allá de la indignación que este tipo de periodismo pueda generar, me permito tomar este sintomático ejemplo para una breve reflexión. Para ello, bien cabe recordar un hallazgo de Hanna Arendt que luego es retomado muy bien, entre otros, por Fernando Savater. Se trata de los significados del término inglés will. Como usted sabrá, esta palabra tiene varias acepciones pero es frecuentemente utilizada como auxiliar para construir frases en tiempo futuro, por ejemplo I will go to cinema (Yo iré al cine). Sin embargo, el will no sólo refiere al futuro sino que también es utilizado como sinónimo de voluntad. Así se puede decir por ejemplo There isn´t political will (No hay voluntad política). Asimismo, es natural que cuando se hable de voluntad se hable indistintamente de querer o desear pues a partir de estos verbos (que vienen de volo y velle) es que se llega al término latino voluntas. Esto muestra que en el corazón de la voluntad está el querer y el desear.
¿Cómo podemos relacionar esta disquisición etimológica con la canallesca tapa del diario El País? Muy simple: el periodismo que, en diferentes latitudes, recubierto de la impunidad que otorga una autoconstruida imagen de objetividad, ataca a los gobiernos que afectan sus intereses, confunde el futuro con su deseo. Es decir, considera que lo que quiere que pase es lo que efectivamente va a pasar. De esta manera creen estar utilizando el will de futuro pero sólo están liberando alocadamente y sin filtro el will de su voluntad.     
A partir de esto quizás puedan explicarse esos incesantes vaticinios incumplidos que en Argentina realizan acerca del precio del dólar, la estanflación, la crisis energética y las diez plagas que sobrevendrán. Ellos quieren que pase eso pero, naturalmente, deben presentarlo como una reflexión sesuda amparada en el conocimiento y en la ciencia. De esta manera, los lectores no asistimos a un espacio de información sino a la exteriorización de los deseos de un grupo económico presentados como descripción de la realidad. Porque el deseo puede maquillarse, ocultarse, operar en las sombras pero también, y cada vez con más frecuencia, puede hacerse tapa.    
   

domingo, 20 de enero de 2013

Con el enemigo adentro (publicado el 17/1/13 en Veintitrés)

En diversos análisis de la política argentina existe un tópico recurrente, al menos, en el último lustro, a saber: el kirchnerismo es una fuerza que se constituye estableciendo un enemigo, un otro con el cual confrontar. Tal descripción es más o menos compartida por todo el arco opositor pero no le resulta incómoda a los propios kirchneristas. Esto significa que hay cierto acuerdo en la descripción aunque no, claro está, en la valoración, pues mientras para los críticos este espíritu confrontativo divide al país, para los kirchneristas se trata de la natural consecuencia de lo político y del avance democrático contra los intereses de las clases privilegiadas. Así, para los primeros, el progreso de una comunidad se da a través del consenso, de un acuerdo básico entre los diferentes sectores que conforman la sociedad; para los segundos, en cambio, esa idea de consenso esconde una defensa del statu quo pues los sectores más aventajados difícilmente cedan sus privilegios amablemente sentados en una mesa.

Claro que, en la discusión pública, las posturas de unos y otros se han ido radicalizando y muchos consensualistas entienden que ese espíritu confrontativo sólo puede explicarse a través del asiduamente citado jurista alemán Carl Schmitt, un feroz crítico de la tradición liberal de Immanuel Kant y Hans Kelsen, que afirma que el edificio jurídico estatal no puede explicarse por la existencia de una Norma Fundamental, pues anterior a ella hay una decisión política que establece que ésa es la norma desde la cual adquiere validez el derecho. Dicho más fácil, la existencia de la ley supone la existencia de una decisión anterior a la misma ley. Esta idea da lugar a lo que se conoce justamente como “tradición decisionista” y muestra que en el origen del Estado y del Derecho no hay acuerdo sino poder. De aquí que no se encontrarán individuos iguales pactando voluntariamente una Constitución con la que todos acuerdan sino un sujeto, o un grupo, que impone las condiciones y la presenta como fruto de un acuerdo.
Ahora bien, cuando Schmitt afirma que esa decisión originaria es política está diciendo que su esencia es el establecimiento de una separación entre amigo y enemigo. Esto quiere decir que esa primera decisión es fundante de una fractura, establece un límite, marca un nosotros y un ellos. Sé que al lector no familiarizado con esta terminología le puede resultar difícil pero confíe en mí. Avance un poco más pues lo que Schmitt dice es más o menos simple: para crear una comunidad política hay que naturalmente trazar un límite que distingue a esta comunidad de las otras. Es decir, tienen que existir las otras para que la nuestra tenga unidad. Pasa con cualquier agrupamiento desde un partido político, una hinchada de fútbol o un grupo de amigos: somos nosotros y no somos ellos; y nos reconocemos como un nosotros en la medida en que también nos damos cuenta que no somos parte de ellos.
Los críticos de Schmitt le pasan la factura de su siempre controvertido vínculo con el nazismo y la decisión de exiliarse en la España de Franco, pero además indican que la lógica amigo-enemigo puede justificar los principales genocidios del siglo XX pues la lucha contra el enemigo es una lucha existencial, a muerte y el enemigo está afuera de la comunidad (por ejemplo, el Estado de Francia) pero también puede estar adentro (el judío, en Alemania). Porque para Schmitt, el enemigo amenaza la unidad de la comunidad y su existencia, y por eso se lo combate.
Volviendo a la cotidianeidad de la política vernácula, desde esta columna y en mi libro El Adversario, indiqué que adjudicarle al kirchnerismo una lógica schmittiana era un despropósito y que la distinción amigo-enemigo no es el único desenlace posible de una mirada no consensualista de la política. Incluso, hay una línea de izquierda neomarxista lacaniana que retoma aspectos de Schmitt y que, aunque entiende que la confrontación es esencial a lo político, considera que ésta se debe dirimir dentro del ámbito democrático y en el marco de las instituciones republicanas.
Pero una vez aceptado que el kirchnerismo es confrontativo y que admitiría que una de las consecuencias de la política es una sucesión de fracturas dentro de la sociedad (aunque desde mi punto de vista, insisto, lo hace siempre dentro de los límites de la democracia y no en la línea schmittiana), la pregunta que quisiera hacerme es si, en algún sentido, la propuesta consensualista no se constituye también a partir de un cierto tipo de división.
Para ello me serviré de la lectura que Hannah Arendt hace de Jean Jacques Rousseau en Sobre la Revolución para así, de paso, recordar al autor de El contrato social que en 2012 fue homenajeado en todo el mundo al cumplirse 300 años de su natalicio. Según Arendt, Rousseau (al igual que Schmitt) entiende que la conformación de la unidad de la comunidad política depende de la identificación de un enemigo exterior, algo que ha sido el eje vertebrador del nacionalismo francés y de los diferentes tipos de nacionalismos durante el siglo XIX y XX. Sin embargo cree que Rousseau da un paso más y realiza una suerte de introspección colectiva para preguntarse acerca de cuál es el enemigo interno de la comunidad. Y aquí la respuesta es completamente distinta a la que daría Schmitt porque, según Arendt, Rousseau no encuentra al enemigo en un grupo religioso, sexual o ideológico minoritario sino en cada una de los hombres que conforman la comunidad. Dicho de otra manera, cuando Rousseau retoma la tradición clásica de la democracia directa y asamblearia y resuelve la cuestión de la legitimidad del cuerpo político en términos de “voluntad general”, realiza una serie de afirmaciones altamente controvertidas pues la falta de unanimidad en una determinada decisión sólo se explica porque hay sujetos que priorizan su interés particular al de la comunidad. Es decir, quien va en contra de la voluntad general en realidad está equivocado o, mejor dicho, es alguien que piensa desde un punto de vista egoísta. Porque la voluntad general apunta a un bien común indivisible y no es el resultado de una simple adición de los intereses de cada uno de los que participan en la Asamblea.
Según esta interpretación, entonces, Rousseau encuentra la columna vertebral de la comunidad en un enemigo interno que está presente en cada uno de los sujetos y que se opone a la voluntad general. Ser ciudadano es, así, una rebelión constante contra las inclinaciones particulares y el interés egoísta que habita en cada uno de nosotros.
Dicho esto, cabe concluir estas líneas con una reflexión algo paradójica. Porque finalmente el kirchnerismo encuentra su identidad en esa disputa con un otro real o ficcionado pero acepta esa condición como inherente a la política. La mayoría de sus críticos, en cambio, quieren participar de la cosa pública con una mirada de consensos y acuerdos mientras ni siquiera han podido resolver ese desgarramiento interno que hace que en cada intervención aflore su interés particular antes que esa mirada superadora de la individualidad denominada, ni más ni menos que, voluntad general.

jueves, 17 de enero de 2013

TN: razones de una repetición (publicado el 16/1/13 en Diario Registrado)


“Si no fueran tan dañinos nos darían risa” J. M. Serrat


¿Hay alguna explicación razonable para entender que la señal TN presente como noticia urgente y de último momento un secuestro y posterior asesinato de un empresario que había ocurrido cinco años atrás?
Creo que sí y mi hipótesis es que lo que puede explicar este insólito hecho no adjudicable a un simple error, es la colisión de dos lógicas, una política y otra económica.
Desde la lógica política resulta claro que el grupo Clarín tiene un enfrentamiento feroz con el gobierno y con las leyes democráticas. Tal disputa se dirime en la justicia gracias a la complicidad de algunos jueces, y en la opinión pública. En cuanto a este último campo el grupo Clarín busca horadar desenfrenadamente la credibilidad del gobierno con noticias sensibles, algunas reales, otras tergiversadas y otras directamente inventadas o repetidas.
Ahora bien, esta estrategia constante de horadación, de ataque sobre cada aspecto, cada palabra, cada acción de todo aquello que pueda tener algún vínculo con el gobierno, choca con una lógica que trasciende al multimedio en cuestión y es la que el filósofo italiano Franco “Bifo” Berardi llamó “semiocapitalismo”.  Se trata de una categoría con la que se intenta identificar esta etapa del capitalismo en la que lo que se comercializa ya no son objetos materiales sino signos. ¿Acaso el mundo digital no se caracteriza justamente por ello? Ahora bien, como se ve en Internet, la clave del éxito de este semiocapitalismo es la velocidad. No sólo gana el que llega primero sino el que puede intercambiar esos signos con la mayor rapidez posible.
 Dicho esto, se puede comprender mejor las dificultades que esta nueva era del capitalismo genera con un bombardeo constante de estímulos y una retirada paulatina de la reflexión y la comprensión. Por eso hoy leemos los titulares de las noticias y con eso creemos que estamos informados; y por eso hoy una operación de prensa tiene, a su vez, que acomodarse al negocio, y generar constantemente novedades más allá de que, como diga la canción, “madure pronto y se pudra temprano”
 Se llega entonces a una tensión aporética: la lógica política supone la necesidad de  horadar constantemente la credibilidad del gobierno pero por otra parte esa horadación debe realizarse a través de signos, noticias que sean de digestión rápida para así poder ser fácilmente consumibles. ¿O ustedes se creen que la noticia repetida 5 años después generaría una conmoción ciudadana que duraría meses? No. Iba a durar, como mucho, un día, quizás 6 horas. Pero el tiempo apremiaba. No había nada nuevo y había que cubrir esas horas para luego pasar rápidamente a otra cosa. Si esa otra cosa ocurría en la actualidad y era real, mejor. Si no, la verdad y la vergüenza bien pueden sacrificarse ante la imperiosa necesidad de acabar con el populismo mientras realizamos un pingüe negocio con flashes que entretienen al mismo tiempo que aterrorizan.      
   

martes, 15 de enero de 2013

La guerra de la Fragata (publicado el 11/1/13 en Diario Registrado)


Se ha dicho que hay quitarle tono épico a la llegada de la Fragata Libertad porque finalmente no ha regresado de ninguna guerra. Eso es, en parte, verdad. Sin embargo, curiosamente, el buque militar argentino ha sido el botín circunstancial de nuevas formas de la guerra. En otras palabras, del mismo modo que el mapa geopolítico del mundo, tras la caída del Muro de Berlín, obliga a repensar las soberanías estatales que se debilitan frente a la prepotencia ubicua del mercado, también parece necesario reflexionar acerca de si estas transformaciones no hacen que la visión tradicional de la guerra deba también revisarse. Porque está muy claro que hay excepciones y que especialmente Estados Unidos (y en parte Inglaterra con Malvinas, por ejemplo) mantiene la lógica imperial de la ocupación militar de los territorios, pero sería absurdo pensar que el siglo XXI puede describirse con categorías decimonónicas.
Pues hoy las guerras son mucho más sutiles, aunque no menos implacables, y ya no hace falta trasladar un ejército a territorio enemigo para imponer condiciones. Ahora es más fácil y aséptico. Alcanza con una economía globalizada que busca aislar económicamente al país que ose desafiar, al menos en parte, la lógica de un capital financiero que no se sonroja al utilizar vericuetos legales y jueces cómplices de las distintas latitudes. Esto es, justamente, lo que intentan hacerle padecer a Argentina porque es un mal ejemplo dado que entró en default producto de las políticas neoliberales inherentes al mismo modelo que impone las condiciones actuales pero sale a flote con una receta que ha decidido que la solución no es una dieta que imponga sacrificios a los sectores vulnerables. Por otra parte, la renegociación de la deuda argentina con la quita más importante de la historia del mundo, realizada por el gobierno de Kirchner, ha visibilizado el modo en que opera lo más rancio de la perversión capitalista: los Fondos Buitre. Tan escandalosa es la actuación de estos especuladores que incluso Estados gobernados por visiones tecnócratas entienden que el triunfo de los Fondos Buitre implicaría un quiebre en el orden económico  mundial, no sólo porque generaría un hito para futuras renegociaciones de deudas sino porque llevaría a crisis sociales como las que padece la Europa del “Nuevo Consenso de Frankfurt”.  
Estamos en un mundo que cambia vertiginosamente y en un momento en el que hay que redefinir lo que se entiende por Estado y por soberanía. En este contexto, ¿alguien puede creer que las guerras de la actualidad vayan a ser similares a las de antaño?   

viernes, 11 de enero de 2013

Carta de ciudadanía (publicado el 10/1/13 en Veintitrés)



La carta que la presidenta CFK envió al actor Ricardo Darín como modo de respuesta al interrogante público que éste había planteado acerca del origen del patrimonio millonario de la familia Kirchner, generó un revuelo propio de los tiempos estivales en los que las noticias de relevancia son llevadas a un segundo plano en detrimento de informes en los que nunca faltan glúteos turgentes ni agua salada.
 Como ocurre cada vez más a menudo, las redes sociales y, en especial twitter, replicaron la agenda de los medios tradicionales y pusieron a millones de argentinos a debatir a partir de dos slogans en forma de lo que en la jerga se conoce como hashtag: #TodosConDarin y #RicardoClarin. Se sigue de esto que no había demasiado lugar para los matices. Los kirchneristas utilizaron ingeniosamente la sonoridad del apellido del protagonista de Nueve Reinas para vincularlo con los intereses que están detrás de la amplificación de sus declaraciones. Por su parte, los antikirchneristas salieron a hacer causa común con Darín buscando también una polarización pues de lo que se trata es de sumar adeptos como sea aunque esto no genere más que un conato de Armada Brancaleone.
 La carta abunda en tópicos habituales de los discursos que CFK transmite desde su atril: la crítica a la cobertura de los medios (que en este caso le sirvió, de paso, para denostar a Daniel Scioli, quien a pesar de gozar de una cuantiosa fortuna no es tapa de ningún diario); una aclaración respecto a ese cliché que confunde “reconciliación” con “acuerdo de impunidad” e incluso algún párrafo acerca de la etimología del término “tolerar”. No faltó la mención a la libertad de prensa, latiguillo de periodistas opositores y claques de la oposición, y, en forma irónica, una posdata en la que se quiere mostrar a un Darín comprometido con el modelo existente hasta el año 2003.
Pero dado que estos aspectos no son novedosos me gustaría profundizar en otros puntos que se siguen de esta carta. El primero de ellos, para seguir el orden expositivo, aparece como emergente del contenido de la misma. Se trata de aquel párrafo en el que CFK le recuerda a Darín aquel inolvidable caso de la camioneta ingresada al país con una franquicia especial para discapacitados. En aquel momento, 1991, la justicia actuó y procesó al actor pero los tiempos se alargaron y la causa prescribió. Sin embargo, la presidenta le recuerda que los jueces aclararon que “debe descartarse bajo todo punto de vista la buena fe de la compra” y que el actor “tuvo una actitud claramente responsable”.
 En lo que a esta nota compete, el caso de la camioneta y la culpabilidad de Darín al respecto es un elemento secundario pero es el dato que permite reflexionar acerca del costo de la intervención pública y de la enquistada imagen del sentido común que traza un hiato insalvable entre ciudadanos comunes y dirigentes políticos. Dicho de otro modo, CFK le advierte a Darín que si se decide levantar el dedo e inmiscuirse en asuntos públicos, es mejor no andar flojo de papeles. Lo dice, me da la sensación, más como ciudadana que como presidenta en una reacción humana, demasiado humana pero también política, demasiado política. Pues si no pareciese que los únicos que tienen obligaciones ciudadanas son los funcionarios. En otras palabras, lo que creo que debe seguirse de la referencia que hizo la presidenta al caso del contrabando de la camioneta es que ciudadanos somos todos y cada uno desde su lugar debe realizar su aporte. No olvidemos que la clase política argentina y mundial no es producto de la generación espontánea y refleja simplemente lo que es cada una de las sociedades. En esta línea, es verdad que “desde arriba” hay que dar el ejemplo porque la labor de gobernar también es educativa pero la lógica especular va para un lado y para el otro: la sociedad es en parte determinada por quienes la gobiernan pero también la dirigencia política es reflejo de la sociedad de la que emana. De aquí que hasta ahora no se conozca ninguna república de ángeles gobernada por demonios.
 Por otra parte, en la respuesta presidencial no veo ninguna amenaza como quieren insólitamente instalar aquellos que afirman que cada vez que un ciudadano común interviene, el gobierno nacional le manda la AFIP. Aquí no apareció ninguna AFIP y, en todo caso, la AFIP se transforma en amenaza cuando se están evadiendo impuestos, es decir, cuando se está estafando a los 40 millones de argentinos. En todo caso, si quieren preguntar, quieran también escuchar la respuesta. Si quieren intervenir, bánquense también las intervenciones ajenas.
 Y ya que hablamos de intervenciones, los otros aspectos que se siguen de esta carta no refieren a su contenido sino, justamente, al tipo de intervención pública que supone. En otras palabras, es inédito observar en la Argentina a un primer mandatario que utiliza Twitter y Facebook para enviar mensajes aunque es de esperar que esto sea cada vez más común. Sin dudas, a diferencia de un diálogo cara a cara, este tipo de intervenciones impide el intercambio y la repregunta pero es un canal más para comunicar con un fuerte alcance y replique. En todo caso, una cuestión más interesante y compleja es preguntarse si la presidenta en tanto tal debe responderle a un actor un interrogante que está saldado en la justicia y que ocupa la primera plana porque Darín está dando reportajes para publicitar su nueva película y porque el periodista que lo entrevista desvía la conversación hacia el terreno político que le permita alcanzar el título deseado. Creo en este punto que puede haber buenas argumentaciones a favor y en contra. Por un lado, la investidura de por sí plantea ya un status de desigualdad por el cual en este caso el ciudadano Darín, lleva las de perder. Quizás justamente por ello no sería descabellado suponer que algún asesor de CFK le hubiera recomendado no responder pues la condición de debilidad del respondido hará que la opinión pública tome partido por éste aun cuando sus razones fueran pobres.
 Sin embargo, también podría verse desde otra perspectiva e indicar que una presidenta, o un funcionario, tiene todo el derecho a responderle a quien quiera si se siente agraviado o simplemente, si un ciudadano así lo requiere. Asimismo, en este caso puntual, dado que el tema en cuestión (el origen de la fortuna de la presidenta) es un tema de sensibilidad pública, nadie podría oponerse a que CFK aclarase, una vez más, que la justicia se ha expedido sobre el asunto y que su declaración jurada es pública y de libre acceso.
 Probablemente, aquellos interesados en los tipos de discurso tengamos que seguir reflexionando acerca de estas formas de intervención pública y de los nuevos modos de comunicar que tiene un funcionario. Mientras tanto, y ya que tanto nos interesa lo público, sería deseable aprovechar el contenido de la epístola e interpretarla como una suerte de “carta de ciudadanía”, esto es, una invitación a asumir los derechos y las obligaciones que supone formar parte del debate público. Hacer esto sin hipocresías puede ayudar a que, de a poco, todos comencemos a ser mejores ciudadanos.

sábado, 5 de enero de 2013

Museo político del prólogo catástrofe (parte 2) (publicado el 3/1/13 en Veintitrés)


La semana pasada le proponía retomar algunas categorías de una de las obras más controvertidas de Macedonio Fernández para intentar hallar puntos de encuentro con ciertos tópicos propios de los discursos de la oposición en la Argentina. Más específicamente, me refería a esa extraña obra titulada Museo de la Novela de la Eterna, cuya edición completa apareció póstumamente recién en 1967, varias décadas después de haber sido realizada. Para los que no leyeron la primera parte de esta nota o simplemente no la tienen presente, les recuerdo que buena parte de la crítica literaria observa, en esta obra de Macedonio, un espíritu vanguardista que se anticipa a muchas de las particularidades de la lectura que aparentemente es signo de los tiempos posmodernos en los que el lector clásico, compenetrado, lineal y secuencial, va dejando lugar a uno distraído, disperso y fragmentario que puede estar leyendo varias cosas a la vez o una misma obra saltando de una página a otra.
Esta idea se veía plasmada en un verdadero hallazgo como es la estructura de esta obra de Macedonio en la que se encuentran 56 prólogos, esto es, 56 anticipaciones para una novela que nunca comienza y que conforma una conjunción heteróclita de personajes y perspectivas. A su vez, como Macedonio considera que el fin de esta novela debe estar a cargo del propio lector, en mi nota anterior me había tomado el atrevimiento de proponer que sea usted mismo el que encontrase algún vínculo entre estas sorprendentes categorías y aquello que podría denominarse como núcleo duro del relato antikirchnerista. Como una ayudita le había dejado dos preguntas que me interesaría retomar y reproduciré a continuación. La primera era: ¿no le parece, por ejemplo, que asistimos a un relato en el que todo el tiempo se prometen catástrofes por venir, prólogos de desastres anunciados y sin embargo, éstos nunca llegan? Y la segunda había sido: ¿No está la opinión pública inmersa en una narrativa fragmentada que no encuentra linealidad ni contextualización ni historización, sino sólo noticias de la inseguridad de hoy y de la corrupción de mañana?
Respecto de la primera cuestión, considero que una buena explicación del fracaso en las urnas de las propuestas opositoras es, justamente, un exceso de prólogos catastróficos, de prolegómenos de un desastre que finalmente nunca llega. Es entendible que si no hay una crisis y es necesario diferenciarse del oficialismo, una buena estrategia es augurar un futuro inmediato en el que esta crisis se avecinará pero la repetición casquivana y el estado de emoción violenta en el que referentes opositores y comunicadores desaciertan continuamente va generando una natural pérdida de credibilidad. Resulta insólito porque la predicción es bastante benevolente con el que la produce pues puede expresarse con un margen de ambigüedad que permite prácticamente utilizar cualquier hecho como prueba de su cumplimiento. Tómese el ejemplo del expiloto y cineasta oracular Enrique Piñeyro: que yo recuerde, hace más de 10 años que está pronosticando una tragedia aérea y sin embargo ésta nunca llega. Claro que un cálculo de probabilidad mostraría que existen accidentes aéreos cada determinada cantidad de años de lo cual se sigue que hay chances de que en algún momento haya alguno. Es fácil hacer predicciones así y le propongo algunas en las que seguramente acertaré: “el mundo entrará en crisis”; “esto no se puede sostener en el tiempo”; “está cercano un conflicto bélico en el planeta”; “va a haber cortes de luz”; “si el gobierno no hace algo, Buenos aires se inundará otra vez”; “vamos a perder inversiones”; “van por todo”; “la gente se va a cansar”; “se avecina el fin del populismo”; “Racing va a salir campeón”; “todos vamos a morir”. Como se sigue de esta lista, es fácil anunciar apocalipsis y si la realidad persiste en oponerse al vaticinio, siempre queda recurrir al mito de Casandra y afirmar que tenemos el don de ver el futuro pero nos han quitado el de la persuasión.   
En cuanto a la segunda pregunta mencionada anteriormente, creo que existe una lógica propia de la forma en que se “cocina” y ofrece la noticia que ayuda a romper con la linealidad, la historización y la contextualización. Esto lleva naturalmente a fracturar la relación entre causas y efectos y a evaluar los hechos como si apareciesen por generación espontánea o, lo que muchas veces es peor, a pasar por encima de las redes de variables que dan lugar a un hecho para depositar todo en una explicación simple bien predispuesta a la digestión rápida del que se rehúsa a aceptar la complejidad de lo real. Esto hace que no haya tiempo para rumiar y que todo transcurra en lo que alguna vez llamé “presente extendido”, una suerte de proporción más o menos elástica de tiempo en el que todo transcurre y en la que no existe ni pasado ni futuro. Se trata de un espacio en el que todo remite a un aquí y un ahora con algo de margen, un día o una semanita si es algo que vende. Pero luego llegará otro fragmento, puro presente, que hará olvidar al anterior y así sucesivamente.
Volviendo a (y ahora contra) Macedonio, podría decirse, a su vez que, con todo, la extensa lista de prólogos que preanuncian lo que finalmente nunca viene, no resulta indiferente a ese lector activo que acaba escribiendo su propia novela. En otras palabras, estos prólogos influyen aunque no determinen del todo, el camino que el lector va a seguir, del mismo modo que esta nota y las preguntas que le había sugerido la semana pasada intentaban que usted transite senderos que se adecuan a mi punto de vista. Así, puede haber un lector activo que ingenuamente se considere enteramente libre para elegir un camino y otro. Pero no es así: el propio Macedonio en los prólogos va mencionando personajes y va tejiendo una cierta trama, abierta, por momentos contradictoria, pero potencial trama al fin. Así el lector acaba completando lo que el autor sugería, del mismo modo que alcanza con generar un prejuicio para poder predecir el modo en que una sujeto actuará. Dejaré por un momento esta abstracción para darle un ejemplo: ¿Boudou es culpable? La Justicia hasta ahora ni siquiera lo procesó. Sin embargo, puede que la justicia sea injusta, no tenga la capacidad para acceder a la verdad o que el acusado haya conseguido tapar las pruebas en su contra. Todo es posible y si yo considero que es culpable encontraré todo tipo de explicaciones más o menos conspirativas que den cierto apoyo auto-persuasivo a mi hipótesis. Preguntemos por la calle de forma bien general y adrede “¿Boudou es culpable?”, y veremos la respuesta: la gran mayoría dirá que sí, aunque no pueda explicar de qué, aunque no entienda el caso y aunque ni siquiera sepa quién es Boudou. Pero los prólogos ya están escritos y fueron mucho más que 56.  Nótese que mi intención no es aquí defender a Boudou sino simplemente mostrar el modo en que los prólogos de una novela que nunca llega operan en silencio, se filtran, componen un mundo en el que muchas veces nos contentamos con que nos resuelvan, desde el vamos, el interrogante básico de quiénes son los buenos y quiénes son los malos.
Dicho esto, hay que reconocer que son tiempos de caída de máscaras, de prólogos cuyas novelas muestran su desenlace más atroz pero que es necesario unir y evaluar con compromiso crítico. En un clima tan enrarecido, con tanto relato cruzado y contradictorio, sin certezas, no queda más que una incertidumbre que no debe llevar a la quietud sino a la acción. No se trata, entonces, de prometer un final feliz sino de proponer un final en el que seamos protagonistas y dejemos de lado los prólogos. Es difícil y puede generar mucha angustia. Pero nadie dijo que iba a ser fácil.

viernes, 4 de enero de 2013

Clarín y el trotsko-veganismo (publicado el 4/1/13 en Diario Registrado)


El 2013 comenzó con la operación de desgaste más insólita en mucho tiempo: se trata del pedido de renuncia al Ministro de Justicia y Derechos Humanos Julio Alak por el hecho de que su ministerio realizara un asado en la Ex ESMA con 2000 empleados y a los fines de presentar el plan de trabajo de aquí a 2015. El asado se realizó el 27 de diciembre pero el “escándalo” llegó recién a la tapa de los diarios el 3 de enero por razones que desconozco, puesto que no se trató de un encuentro secreto ni mucho menos. Con todo, los principales medios afectados por la actuación de Alak en causas de lesa humanidad y ley de Medios, Clarín y La Nación, lanzaron, junto a sus empleados con micrófono y pluma, la marcada de agenda intentando horadar la credibilidad del ministro que más alto perfil ha tenido en los últimos meses enfrentando causas del todo sensibles.
Pero lamentablemente la operación no terminó ahí y a ella, por inocentes o por cómplices, se sumaron referentes de una pretendida centro izquierda como Stolbizer y la mediática Victoria Donda. Tampoco faltaron grupúsculos de una izquierda trotskista con alguna representación en organizaciones de derechos humanos y con bastante lugar en medios del poder dominante al que no acusan de imperialistas cuando reciben la paga mensual.
El rezongo de estos grupos no se entiende bien pues parece apuntar al “asado”. Es decir, es una suerte de crítica gastronómica amparada en el supuesto “mal gusto” simbólico que supone realizar esa comida cuando se cuenta que los militares llamaban “el asado”, justamente, a la quema de cuerpos de los detenidos. Es decir, si Alak hubiese hecho una reunión con un menú vegetariano o, por las dudas, vegano, no hubiera habido ningún inconveniente. El problema, entonces, parece que era la morcilla y los chinchulines y todo esto se podría haber evitado con un wok salteado a la Trotski o una ensalada de remolacha con brotes de soja anti Monsanto servido en un plato que diga “No a la Minería”.
Insisto, el problema debe haber sido ese porque quienes dejan de lado la crítica gastronómica para acentuar el sacrilegio de realizar una comida/festejo en la Ex ESMA olvidan que ese espacio ha sido recuperado para todo tipo de actividades culturales y que, justamente y adrede, bajo el lema de transformar la muerte en vida, no faltan allí recitales, murgas, bailes y talleres varios. Alguien puede considerar que la Ex ESMA debería mantenerse como una suerte de museo de horror y está en todo su derecho de hacerlo. Pero las madres, los hijos y la mayoría de las organizaciones de derechos humanos eligieron darle otro perfil desde hace ya muchos años. Quienes entienden que esa decisión ha sido equivocada, debieron haber elevado la voz mucho tiempo antes, cuando esta iniciativa comenzó. Incluso pudieron haber pedido a Hebe de Bonafini que dejara de hacer su programa televisivo de cocina desde allí. Sumarse hoy al histérico coro que pide la renuncia del ministro ante semejante nimiedad, no es más que acercarle el cuchillo y el tenedor a quienes, en el fondo, poco les importa el asado y sólo les preocupa la política de derechos humanos que viene metiendo presos a los genocidas y que está avanzando cada vez más en las complicidades del poder judicial y los poderes económicos con la última dictadura militar.