miércoles, 28 de julio de 2021

Una desmacrización acelerada (editorial del 24/7/21 en No estoy solo)

 

Es probable que las listas que se anuncien en algunas horas confirmen que Juntos por el Cambio comenzó el proceso de desmacrización antes de lo pensado. Nunca hay que dar por muerto políticamente a nadie en la Argentina pero sí está a la vista que, al menos en CABA y Provincia, el sector más radicalizado que acompañaba a Macri ha sido corrido de los primeros lugares. De esta manera se estaría dando una primera diferencia respecto del proceso que atravesó CFK estando en la oposición. Efectivamente, hasta aquí Macri parecía funcionar en espejo y buena parte de su supervivencia política estaba, justamente, en lograr aquello que había logrado CFK, esto es, condicionar a cualquiera que estuviera en la oposición a que se sentara con ella a negociar o ser ella misma la que eligiera al candidato. En otras palabras, la mayor aspiración de Macri hoy era que la oposición crea que “Con Macri solo no alcanza pero sin Macri no se puede”. Sin embargo, pareciera que sin Macri, vaya curiosidad, “Sí, se puede”. E incluso alguien podría dar un paso más y decir “Sin Macri es la única manera de que se pueda”.

Rodríguez Larreta está jugando en 2021 su candidatura 2023. Por eso apostó fuerte y asumió el riesgo. Entendió que si va a ser el candidato tiene que jugar ahora. Así impuso a María Eugenia Vidal en CABA cuando todo mostraba que si ella jugaba en Provincia la interna se ordenaba. Pero, claro, quedaba un vacío sucesorio en CABA que iban a capitalizar Bullrich o Lousteau, y Vidal iba a volver a perder en Provincia. Entonces Rodríguez Larreta se garantiza un triunfo holgado en su distrito y se garantiza también que, salvo un cataclismo, María Eugenia Vidal sería la próxima Jefa de Gobierno en 2023. En paralelo manda a Santilli, su hombre de confianza, a que haga pie en Provincia para ser el candidato en 2023. La elección en 2021 es casi seguro que la pierde pero si la ventaja no es enorme aparecerá como el candidato natural a la gobernación en 2023. Claro que antes deberá enfrentar a la incógnita Manes. Aquí también se observa la caída de Macri. Es que ya no hay un único liderazgo y el radicalismo entiende que la única manera de negociar mayor peso en un eventual gobierno en 2023 es haciéndose fuerte en la provincia. Es decir, el radicalismo tiene su estructura en las provincias pero no tiene un candidato fuerte a nivel nacional. Ese problema lo tiene desde hace tiempo y por eso en cada elección parece más una inmobiliaria que alquila aparatos antes que un partido. Le alquiló el aparato a Macri con buen resultado y ahora trata de ver si se puede subir el precio alquilándoselo a un personaje mediático que mezcla slogans políticamente correctos con marketing motivacional y libros de neurociencia para leer en la playa. Es más, resultaría bastante paradójico que el radicalismo aparezca como resurgiendo a nivel nacional entregando, como se dice al menos hasta esta hora, los tres primeros lugares de la lista a un extrapartidario mediático como Manes, a una exradical que despotricó contra el partido infinidad de veces como Stolbizer, y a Emilio Monzó, el hombre que, celebrando la rosca, rosqueó para la UCedé, para el peronismo, para el Pro…, etc. Y más paradójico será cuando veamos el modo en que Manes y el radicalismo intenten aparecer como una novedad que nada tuvo que ver con el gobierno de Macri. ¿Macri? ¿Qué Macri? Aquí no conocemos a nadie llamado “Macri”. Todo el mérito de Manes estará en no tener pasado político. “No seré bueno pero al menos no he demostrado ser malo” podría ser el slogan de campaña.

Para colmo, Manes, a pesar de su narcisismo, no es hoy el candidato que puede disputarle a Rodríguez Larreta la candidatura a nivel nacional en 2023, pero si llegara a ganar la interna, debería ser el candidato a gobernador de la Provincia dentro de dos años. Salvo que también gane la elección 2021, pero, una vez más, el triunfo del gobierno en Provincia parece asegurado. En todo caso se discute por cuánto y ese número no será indiferente porque ganar por un dígito hará que los números totales a nivel nacional se emparejen bastante si tomamos en cuenta que CABA, Córdoba y Mendoza tendrán un resultado abrumador en contra del Gobierno y Entre Ríos y Santa Fe también podrían dar un veredicto “antioficialismo nacional” como factura por las restricciones de la pandemia.

Las candidaturas del FDT difícilmente muevan el amperímetro. Es que ninguno de los nombres en danza tiene la capacidad por sí mismo ni de traer votos ni de perder demasiados. Algunos candidatos estarán allí por mérito propio pero se buscará un equilibrio entre las fuerzas que forman el Frente, lo cual muchas veces va en detrimento del mérito. De hecho, algunos de los nombres que suenan muestran que hay candidaturas que están allí por otras razones. Sin embargo, como se vota el sello vaya quien vaya, no se notará demasiado y se dirá que el candidato es el proyecto como se dice cada vez que no es CFK la candidata. Quedará para otra elección profundizar en las características del proyecto que el día de la elección general estará cerca de cumplir dos años. La pandemia es un atenuante pero hasta ahora el proyecto es un Frente que no debe partirse para ser competitivo. Es más un proyecto electoral y de sostenimiento en la administración que de gobierno. Para ganarle a Macri hoy le alcanza porque se necesita un poco de memoria y vacunas. Pero con memoria y vacunas, en 2023, no va a alcanzar.          

Como indicamos aquí varias veces ya, es probable que el oficialismo gane la elección general, lo cual es relevante al momento de contar las bancas. Sin embargo, en paralelo, aun cuando pierda en la sumatoria final, la oposición puede dar golpes simbólicos que la pongan en una situación expectante de cara al 2023, pues una cosa son los votos concretos y otra es la interpretación que se va a hacer sobre ellos. Rodríguez Larreta se juega una parada riesgosa en la provincia pero ganando la interna y sin hacer un papelón en la general, correría a Macri del escenario, especialmente porque los votos de la oposición no son del ingeniero sino de cualquiera que enfrente al gobierno con posibilidades de triunfo. Por supuesto, una derrota en la interna de la provincia catapultaría al radicalismo a disputarle a Rodríguez Larreta su lugar de “número puesto” en 2023. En cualquier caso, Macri miraría de afuera esperando un “operativo clamor” que no sería el popular sino el de los grupos concentrados nacionales e internacionales que sostuvieron su campaña y su gobierno. No se sabe qué pasará pero las malas lenguas dicen que Macri tiene que ir preparando la reposera porque es posible que deba esperar sentado.       

 

 

lunes, 19 de julio de 2021

Sísifo: un mito para un nuevo periodismo (publicado el 8/7/21 en www.disidentia.com)

 

Siempre que escucho hablar de la posibilidad de un periodismo objetivo (y/o neutral e independiente) viene a mi mente el mito de Sísifo. Efectivamente, resulta harto evidente que la pretensión que ostentaba el periodismo de antaño ha sido desacreditada por los hechos. Sin embargo, la alternativa al mito del periodista como ojo de la verdad no es necesariamente un periodismo faccioso que adecua la realidad a sus intereses. Y es aquí donde creo que el mito de Sísifo ofrece una opción para salir de ese falso dilema.

Si bien no existe una “historia oficial” de los mitos sino que éstos van adoptando distintas versiones con el tiempo, se dice que Sísifo era un gran estafador que fundó la ciudad que luego sería denominada Corinto y que la pobló con hombres nacidos de hongos.

Por su parte, el historiador y geógrafo griego del siglo II d.C., Pausanias, afirmó que Sísifo vendió información a Asopo, el dios fluvial, y a cambio exigió un manantial perenne para la ciudad de Corinto. La información en cuestión era la relacionada con el rapto de la hija de Asopo, Eginia, en manos de Zeus. Enterado de la delación, Zeus ordena a su hermano Hades que arroje a Sísifo al Tártaro y le castigue eternamente por haber violado un secreto divino. Pero la astucia de Sísifo engañó a Hades, dios de la muerte, y lo encadenó, dándose la insólita situación de que nadie moría, ni siquiera los que habían sido decapitados. Esta problemática, que inspira a José Saramago para escribir su libro Las intermitencias de la muerte, fue resuelta rápidamente por Ares quien finalmente acaba liberando a Hades. Sin embargo, Sísifo, ahora en la tierra de los muertos, había urdido un último artilugio. Le indicó a su esposa que no lo enterrara, algo de gran importancia en la antigüedad, tal como atestigua la trama de Antígona, y con esa excusa pidió a Perséfone que lo dejara regresar al mundo de los vivos para vengar semejante destrato para con su cuerpo.

Evidentemente parece haber buenas razones para castigar a Sísifo pues se trata de ese tipo de personas que uno no quisiera tener como vecino. Pero a los fines de este trabajo no importan tanto tales razones pues lo más interesante del mito es el tipo de castigo que recae sobre él dado que se lo condena a llevar una piedra inmensa hasta la cima de una montaña sabiendo que, por su propio peso, muy cerca del objetivo, ésta caerá y el esfuerzo vano tendrá que volverse a repetir una y otra vez con el mismo desenlace. La interpretación que puede hacerse de este mito es que el castigo no era el esfuerzo físico de cargar con esa piedra sino la conciencia de la inutilidad de la labor, la conciencia de saber que la tarea es estéril.        

 Ahora bien, ¿pueden establecerse relaciones entre este mito y la labor del periodista? Creo que sí, pero el mito daría lugar a un nuevo tipo de periodista. Ya no se trata de aquel que dice hablarnos desde su atalaya de objetividad sobrevolando los intereses y las tensiones de la sociedad porque esa cima es aquella que Sísifo pretende alcanzar sin éxito. Pero tampoco es el periodismo que denunciando los intereses que se esconden detrás de los que dicen ser neutrales, cae en una suerte de relativismo en la que hacer periodismo es solo una máquina de guerra al servicio del activismo y la ideología. La imposibilidad de la objetividad no deviene necesariamente relativismo o un perspectivismo que se impone por la fuerza. Que la realidad sea una construcción de sujetos atravesados por sus condiciones históricas no significa que se pueda decir cualquier cosa por más que ahora hacerlo sea progresista.

El mito de Sísifo, entonces, permite pensar un periodismo que sepa que la objetividad es inaccesible pero que sin embargo no renuncia a la pretensión de llegar a ella. En otras palabras, entre la mascarada de la neutralidad y la independencia, y el periodismo faccioso entendido como aquel que subordina los hechos a los intereses del partido, hay lugar para un periodismo consciente de estar hablando siempre desde un determinado lugar pero obligado a acercarse lo más posible a esa objetividad inalcanzable que funciona como una asíntota, esto es, aquella recta que extendida indefinidamente se acerca a una curva pero no llega nunca a alcanzarla.

Seguramente habrá jóvenes idealistas que todavía crean que el periodismo puede ser más que precarización, operaciones de prensa y engaño; incluso puede que crean que no todos los periodistas son mercenarios. Tienen razón. Algunos periodistas son apenas idiotas útiles. Pero también hay gente digna y valiosa casi como sucede en todo orden de la vida. Así que no hay por qué deprimirse. De hecho podemos culminar estas líneas haciendo referencia a Albert Camus quien tiene una particular interpretación del mito. Es más, incluso podría decirse que más allá de este destino trágico de Sísifo, atravesado por la conciencia de la imposibilidad y de un castigo signado, justamente, por la inutilidad del esfuerzo, hay lugar para la esperanza. Es que Camus obtiene de este mito una gran lección y afirma que, en realidad, el castigo de Sísifo es sólo aparente dado que de la conciencia de los límites surge una fortaleza y un sentido también. De aquí podría seguirse que saber que la objetividad plena es inaccesible no le quita al periodista el sentido de su labor, pues este sentido está en la misma búsqueda y no en el arribo a la cima de la verdad. Por todo esto, Camus, en su breve ensayo de 1942 titulado, justamente, “El mito de Sísifo”, concluye con una mirada optimista que es posible trasladar a este nuevo modelo de periodista consciente de sus límites: “Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil [a Sísifo]. Cada uno de los granos de esta piedra, cada trozo de mineral de esta montaña llena de oscuridad, forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso”.

lunes, 12 de julio de 2021

Lecciones espartanas para un gobierno que retrocede (publicado el 3/7/21)

 

En los seminarios que brindara entre 1983 y 1984, Cornelius Castoriadis, destacado por sus aportes a la filosofía, la sociología y el psicoanálisis, refería a la mítica batalla de las Guerras Médicas en la que 300 espartanos al mando de Leónidas enfrentaron al poderoso ejército de Jerjes en las Termópilas. Allí se refiere al epitafio que indica que los espartanos no retroceden jamás, aun a riesgo de morir, porque la infamia recaerá sobre aquellos que retrocedan. Se trata de una regla tan rígida que hasta pudo ser contraproducente, por ejemplo, en la batalla de Platea, cuando ni siquiera con fines tácticos los guerreros aceptaron un repliegue circunstancial. De hecho dice Plutarco que las madres espartanas despedían a sus hijos diciendo “Vuelve con el escudo o sobre él”.  Es una ley. Y no importa si quienes ponen el cuerpo han participado de esa ley sino el hecho de que se trata de una ley que se impone a todos.

Recordaba estas palabras de Castoriadis acerca de un interrogante que surge a partir de las acciones del gobierno. En líneas generales la pregunta podría ser: ¿debe un gobierno retroceder? ¿Hacerlo es sinónimo de sabiduría o de debilidad? ¿Puede haber casos donde sea ambas cosas? ¿Acaso no sería posible pensar que éstas no son las únicas opciones? Hasta hace muy poco tiempo se entendía que los retrocesos de un gobierno suponían debilidad. Y en general es cierto más allá de que un retroceso no alcanza para caracterizar todo un gobierno o toda una gestión. A veces hay que retroceder porque el equilibrio de fuerzas no da pero es un retroceso circunstancial para volver a intentarlo o para avanzar en otra dirección. ¿Por qué se asocia retroceso con debilidad? Probablemente tenga que ver con conocer la naturaleza humana y la política pero sobre todo parece conectarse con la idea de los liderazgos clásicos, las presidencias fuertes, la lógica piramidal del poder. En las últimas décadas ese tipo de liderazgos fue dejando espacio a otros que venden supuesta horizontalidad, diálogo, ideas colegiadas, consenso. El gobierno de Macri hizo un culto de esto más allá de que en la práctica funcionaba piramidalmente. Arrasó con todo lo que pudo aunque en varias ocasiones tuvo que retroceder. Del “si pasa, pasa” al “Juan Domingo Perdón” había solo un pasito pero sobre todo estaba el intento de presentar el retroceso como una fortaleza; no se retrocedía por debilidad sino por “buena escucha”. Sonaba hermoso aunque todos sabíamos que era falso. Con todo es verdad que a una persona o a un gobierno la escucha lo puede hacer cambiar de parecer. ¿Por qué no? A veces se toman decisiones cuya consecuencia no es calculada y continuar adelante con la medida sería síntoma de tozudez.

De aquí surge otro aspecto que ya comentamos en este mismo espacio. Me refiero a la discusión acerca de una política de la propuesta o una política de la escucha. La discusión remite a enormes tradiciones y debates de fondo acerca de la naturaleza del representante: ¿el elegido debe simplemente obedecer un mandato, una pura escucha que solo administra y obedece a sus mandantes? ¿O tiene iniciativa propia y un margen de autonomía? En la práctica, estos puntos de vista que atraviesan la discusión entre las tradiciones democráticas, liberales y republicanas se solapan y no son excluyentes. Evidentemente, un gobierno que funciona autónomamente sin escucha está condenado a ser resistido pero un gobierno que solo obedece mandatos puede quedar preso de los vicios de esa lógica.          

En las últimas horas, el gobierno dio marcha atrás con un proyecto que pretendía alcanzar con bienes personales los plazo fijo en un momento en el que sería bueno que la gente ahorre en pesos; Alberto Fernández prepara un decreto que permitiría compatibilizar la ley argentina con las pretensiones de Pfizer, exponiendo al gobierno a la sencilla pregunta de por qué no lo hizo antes; también se confirmó la marcha atrás del insólito enchastre hecho con los monotributos cuando a principio de año no se actualizaron los montos para meses después aplicar aumentos de manera retroactiva; podemos sumar una salida circunstancial que no resuelve la cuestión de fondo en el caso de la Hidrovía, la casi segura marcha atrás que se dará con las restricciones de 600 pasajeros por día sin que se explique por qué no permitir que ingresen más pasajeros y obligarlos a que permanezcan en hoteles de la ciudad de recepción pagados por sus bolsillos, etc. La lista es casi interminable si vamos algunos meses atrás y se ha transformado en una característica de este gobierno. Un paso adelante y un paso para atrás; un meme que dice: “El gobierno dio marcha atrás. No importa cuando leas esto”. A veces presionado por los propios, a veces por los ajenos, a veces por Twitter… el gobierno cede. Es un gobierno susceptible a las presiones o que al menos escucha demasiado a algunos sectores y las iniciativas que tiene, y no son exigidas como mandato, parecen poco representativas de sectores mayoritarios. Por momentos ni siquiera es el “Juan Domingo Perdón” de Macri sino una suerte de gobierno que de tan frentista no es ni bicéfalo sino que se parece más a la cabeza de medusa con varios tentáculos que funcionan con autonomía. La diferencia entre coaliciones plurales con múltiples voces y un gobierno paralizado por sus tensiones internas a veces se define por penales. Quizás funcione como estrategia pero llama la atención cómo Sergio Massa, por ejemplo, aparece de repente como asumiendo funciones ejecutivas y tomando las decisiones que favorecen a la clase media. Además de presidente de la cámara tiene la función tácita de dar buenas notis para los que no las reciben a menudo porque es la clase media la que lleva más años siendo castigada. Massa se posiciona así como un presidenciable para el 2023 representando el ala moderada de la coalición y buscando retener a los desencantados. Mientras tanto Alberto se corre de la escena para no desgastarse más y la figura de CFK se agranda siempre: cuando habla y cuando no habla. Todo esto, claro, a pesar de que no parece estar en su intención ocupar el lugar de Alberto o un eventual regreso a la presidencia. De ser así, por cierto, ya hubiera avanzado en un terreno donde no parece haber figuras de peso que puedan minarle el camino. 

Dicho esto, podemos volver al principio y tratar de responder los interrogantes planteados. Allí aparece que no hay manual que indique automáticamente el mejor camino a seguir. ¿Se necesita un gobierno tan rígido como planteaba la ley espartana que impedía el retroceso? Claro que no. A veces la fortaleza del objeto está en la flexibilidad que hace que no se rompa. Pero retroceder siempre no es una buena señal y lleva a pensar que o bien hay impericia o bien no se tiene claro el rumbo. En cualquiera de los casos son aspectos que se valoran negativamente en una gestión. En el mismo sentido, ¿quién puede celebrar a un gobierno que no escucha? Sin embargo, qué bien vendría que el gobierno imite a Ulises y se ponga un poquito de cera en los oídos cada vez que se deja presionar por la indignación del día o por un puñado de usuarios del micromundo de Twitter que no son representativos del argentino medio. Se puede decir “no” aunque eso suponga pagar algún costo político, el cual se paga igual diciendo que sí a casi todo. No hace falta inmolarse como los espartanos. Nadie pide que Alberto sea Leónidas y que elija a sus 300 para ir a la muerte segura. Pero del retroceso constante no puede surgir nunca una épica. Si el resultado del diálogo y de la búsqueda de consensos es que nada se modifique demasiado, la consecuencia natural será el descrédito. Hay que avanzar en alguna batalla que valga la pena dar y que represente mayorías.

Si tenemos la suerte de que la vacuna nos permita sacar el foco de la incertidumbre sobre la continuidad de nuestra vida, será un buen momento para discutir el sentido de la misma. Está claro que de eso no se puede hacer cargo la política sino cada uno de nosotros pero si la política es más que la administración de lo que hay y es más que kioskos y cargos, algo podría ofrecer. Si no es una realidad, que al menos sea una ilusión.                


domingo, 4 de julio de 2021

#Etiquetados (publicado el 25/6/21 en www.disidentia.com)

 

El Museo Ashmolean de Oxford, fundado en 1683, fue el primer museo construido con el propósito de estudiar un grupo específico de objetos. La colección principal pertenecía a John Tradescant y a su hijo, ambos botánicos y jardineros del siglo XVII. Entre los objetos a destacar, el escritor argentino Alberto Manguel menciona, en su libro Curiosidad, este particular listado:

“-Un chaleco babilónico.

-Diversas clases de huevos de Turquía: uno de ellos tomado por un huevo de dragón.

-Huevos de Pascua de los patriarcas de Jerusalén.

-Dos plumas de la cola del fénix.

-La garra del Ave Roc que, según informan los autores, es capaz de levantar un elefante.

-Un dodo de la isla de Mauricio; como es tan grande no puede volar.

-Cabezas de liebre, con rugosos cuernos de diez centímetros de largo.

-Un pez sapo, y uno con espinas.

-Diversas piezas talladas en semillas de ciruela.

-Una bola de bronce para calentar las manos de las monjas”.

Como bien infiere Manguel, parece evidente que lo único que tiene en común esta lista de objetos es la imaginación del padre y el hijo que los coleccionaba. Era esta imaginación privada la que daba coherencia y una apariencia de orden al mundo. A su vez, naturalmente, siempre que leemos clasificaciones de este estilo recordamos la harto citada lista de los animales según una apócrifa Enciclopedia china creada por otro escritor argentino, Jorge Luis Borges, en el cuento “El idioma analítico de John Wilkins”. 

Allí los animales se dividen en:

“a) pertenecientes al Emperador b) embalsamados c) amaestrados d) lechones e) sirenas f) fabulosos g) perros sueltos h) incluidos en esta clasificación i) que se agitan como locos j) innumerables k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello l) etcétera m) que acaban de romper el jarrón n) que de lejos parecen moscas”.

De aquí concluye Borges que, para escándalo de todos aquellos que han intentado y todavía intentan hallar una clasificación objetiva del mundo real,  “no hay descripción del universo que no sea arbitraria y conjetural. La razón es muy simple: no sabemos qué cosa es el universo. ‘El mundo –escribe David Hume- es tal vez el bosquejo rudimentario de algún dios infantil, que lo abandonó a medio hacer, avergonzado de su ejecución deficiente; es la obra de un dios subalterno, de quien los dioses superiores se burlan; es la confusa producción de una divinidad decrépita y jubilada, que ha se ha muerto’”.

Las advertencias que nos viene brindando la literatura a propósito del modo en que clasificamos el mundo no han alcanzado para que dejemos de intentarlo. La razón es biológica y cultural: el mundo es demasiado complejo y demasiadas cosas lo pueblan como para que tratemos de definirlo prescindiendo de las clasificaciones. Sin ir más lejos, en las próximas semanas se estarían cumpliendo 14 años de la primera vez que alguien utilizó un “hashtag” en el mundo de las redes sociales. El hashtag se construye con una palabra o una frase a la que se le antepone la tecla numeral, o almohadilla, y no es otra cosa que una etiqueta que permite ordenar el flujo infernal de la información que circula por internet: desde eventos específicos como #Mundial2018, pasando por temas generales como #Literatura, hasta proclamas del activismo como #BlackLivesMatter. A partir de estas clasificaciones hacemos más expeditivas nuestras búsquedas, generamos conversaciones, participamos de determinados temas, etc. En la virtualidad, como en el mundo real del cual participa la virtualidad, sería imposible hallar la información, las conversaciones y las temáticas que nos interesan sin estas etiquetas ordenadoras. Sin embargo, cuando accedemos a estudios que se hicieron hace apenas unos años mostrando que solo en Twitter se producen 125 millones de hashtags diarios, alguna duda se nos genera, o al menos se nos plantea que es evidente que hay algún tipo de abuso en el uso de las etiquetas. La mezcla entre la dinámica de las redes para sumar seguidores, el extremo individualismo que nos lleva a pensar que cada uno de nosotros debe crear una etiqueta original para ser tendencia y un tipo de sociedad a la cual le interesa más juzgar que intentar describir, hace el resto. Y aquí aparece un aspecto preocupante porque detrás de esta compulsión por el etiquetado está también esa pasión tan humana por segregar, por marcar al que no piensa como uno. A lo largo de la historia de la humanidad ser etiquetado podía costar la vida y hoy también aunque en general lo que sucede es que las etiquetas actúan como sicarios que ejecutan la muerte civil del señalado. Como muchas veces ya hemos mencionado aquí, a diferencia de lo que sucedía siglo atrás, estar “marcado” por la etiqueta en internet hace que la mácula se lleve a todos lados porque la forma en que alguien te ha etiquetado permanece en la web disponible a ser traído al presente cada vez que se necesite recordarle al muerto civil que no tendrá lugar para resucitar.        

Dicho esto, si fuera por el solo hecho de intentar describir, lo máximo a lo que arribaríamos es a la frustración de reconocer, como indicaba Borges,  que toda clasificación es arbitraria. Pero cuando observamos que el etiquetado, más que un afán de descripción, a veces esconde la intención de juzgar, encontramos que la consecuencia es que la etiqueta que juzga no lo hace para incluir al etiquetado entre aquello conocido sino para dejarlo fuera del mundo. Hay etiquetas para conocer y, con ese conocimiento, incluir. Y hay otras etiquetas para juzgar y, con ese juicio, excluir. En una sociedad donde no importa lo que uno hace sino lo que uno, o el resto, cree que es, la etiqueta lo es todo. Y en una sociedad donde prima la tiranía de la subjetividad, estamos a merced de ser juzgados por una imaginación privada tan arbitraria como la del padre e hijo jardineros que acercaron su colección de objetos al Museo Ashmolean de Oxford.

A propósito, en un pasaje en línea con los ya citados, el personaje principal de La Caída de Albert Camus, obsesionado por el modo en que la gente necesita juzgar, comentaba lo siguiente:

“(…) si todo el mundo se sentara a la mesa y llevara inscrito en su persona su verdadero oficio no se sabría dónde volver la cara. Imagínese las tarjetas de visita: Dupont, filósofo cobarde, propietario cristiano o humanista adúltero; hay donde elegir verdaderamente. Pero sería el infierno. Sí; el infierno debe ser así: calles con rótulos, sin medio de explicárselos. Uno está encasillado de una vez para siempre (…)”.

No casualmente, algunas páginas adelante, Camus vuelve a utilizar la metáfora infernal cuando se refiere a cómo algunos han reemplazado a Dios pero siguen haciendo lo mismo desde un nuevo fundamento: “Como a pesar de todo no pueden prescindir de juzgar, se agarran de la moral. En suma, aplican un satanismo virtuoso”.

Curiosamente, los mismos que se abrazarían a un relativismo que celebraría la confirmación de que todo intento de clasificar el mundo resulta arbitrario, no aplican la relatividad a sus juicios de valor ni a las sentencias que se decretan diariamente en el mundo de las redes. Si estas sentencias están fundamentadas, son rumores o lisa llanamente falsedades, poco importa cuando lo que se intenta es juzgar. La humanidad en el siglo XXI puede tolerar que haya aspectos de la realidad a los cuales no pueda acceder o que sean esencialmente controvertidos. Lo que no puede tolerar es que quede alguien sin ser juzgado de manera sumaria con una sentencia eterna. Mientras se celebra el cambio constante y cualquier mutación deviene virtuosa, hay que etiquetar y fijar para siempre a los que cumplen el rol de “los malos” según la nueva moral cada vez más restringida y solo accesible a sus legisladores y guardianes.

En línea con Camus, habría que decir que nadie sabe exactamente cómo es el infierno pero seguramente es un lugar cada vez más grande y lleno de etiquetas.