jueves, 30 de agosto de 2012

El voto y las dos necesidades (publicada el 30/8/12 en Veintitrés)


Hace algunos días, entrevistada por Alfredo Leuco en su programa Le doy mi palabra, Beatriz Sarlo realizó controvertidas declaraciones. Allí indicó: “para decidir un voto libremente no hay que estar muriéndose de hambre, no hay que estar debajo de la línea de la pobreza, no hay que vivir en la Villa “1-11-14”. (…) No se le puede exigir a esa gente porque está en condiciones en las que nadie podría pensar”. Tales palabras van en la línea de aquellas realizadas en abril de 2011 por “Pino” Solanas cuando, entrevistado en C5N, afirmó que “las provincias más pobres no se caracterizan por tener la mejor calidad del voto”. Más allá de tratarse de dos poco felices aseveraciones me interesa retomarlas para hacer algunas reflexiones.
Por lo pronto habría que indicar que aun en el momento en que, al menos Occidente, ha desarrollado democracias elegidas a través de un sufragio verdaderamente universal que no discrimina por género, por nivel cultural o por status social, existe, especialmente en las clases altas, un prejuicio consciente de su incorrección política y que, por ello mismo, sólo aparece en pequeños lapsus y en el marco de charlas relajadas. Como se puede inferir de las afirmaciones de Sarlo y Solanas, se trata de la idea de que las grandes masas de pobres, hijas de la desigualdad de un sistema económico, son presa fácil del clientelismo político. En otras palabras, se supone que los desposeídos, en vez de hacer un análisis racional del voto y del ejercicio democrático, actúan movidos por la necesidad y no dudarán en apoyar a quien otorgue algún tipo de dádiva inmediata sea que venga en forma de bolsones de comida o de planes sociales.
En el caso de la Argentina en particular, este prejuicio, a su vez, se reproduce en la relación que se da entre las grandes ciudades y las provincias menos desarrolladas. Así, buena parte de los porteños, de los bonaerenses del primer cordón, de los rosarinos, etc., generalmente entienden que especialmente las provincias del norte argentino, por su “inviabilidad económica” y su atraso educacional, se transforman en rehenes de las ineficientes políticas estatales que en una lógica casi feudal derivan en caudillos que se anquilosan en el poder y manejan los estados provinciales con total discrecionalidad.             
Pero entonces ¿se puede hablar de una verdadera democracia existiendo un porcentaje importante de pobres? Expresado de otra manera y suponiendo que una democracia sana se caracteriza por, entre otras cosas, el ejercicio de un voto libre: ¿puede votar libremente un pobre? Desarrollando algo más esta pregunta que se encuentra detrás de la intervención de Sarlo, no resulta descabellado preguntarse si se le puede exigir a alguien con hambre, necesitado y urgido que sea capaz de reflexionar en términos de largo plazo evaluando los pro y los contra de un proceso político. Quizás no quede más que aceptar que, naturalmente, se incline por aquellos que puedan darle soluciones inmediatas que, puede que a la larga, no sean las más convenientes.
 Más allá de la incomodidad de la temática este tipo de interrogantes atraviesan toda la historia desde los griegos hasta la actualidad. En aquella democracia de Pericles, antecedente de las democracias actuales, había isonomía (igualdad ante la ley) e isegoría (igualdad en el uso de la palabra en la asamblea). Además, los ciudadanos participaban libremente de los asuntos públicos y tomaban las decisiones acerca de las leyes que regirían su sociedad pero, claro está, no todos los hombres eran ciudadanos. Las mujeres, los esclavos, los extranjeros, entre otros, se quedaban afuera. Con la modernidad, los sistemas representativos fueron pensados no sólo como una forma de resolver el problema logístico de las grandes poblaciones sino como un modo de alcanzar una suerte de tamiz que fuera filtrando la potencia de las masas de pobres y hambrientos generando en muchos casos una suerte de casta aristocrática de los representantes. Se trata de esa pequeña trampita que se expresa en “el pueblo gobierna a través de sus representantes” cuando lo que acaba sucediendo mayormente es que estos últimos se autonomizan de los deseos de sus representados.
 Ahora bien, si vuelve al principio de este escrito notará que hablé de un prejuicio de cierta clase alta ilustrada que no es otro que el que supone que sólo los pobres pueden ser manipulados. En otras palabras, y aquí aparece con fenomenal agresividad el prejuicio de clase, se supone que sólo puede votar libremente el que es propietario, justamente porque, en tanto tal, no debe nada a nadie. Asimismo, este propietario, por su misma condición, tiene más posibilidades de educar bien a sus hijos de manera tal que empiezan a unirse una serie de categorías para afianzar el prejuicio. Así, el buen votante sería el propietario y educado que, en tanto tal, es racional y puede ser libre.
Ahora bien, ¿entonces sólo es libre el que no tiene necesidad, esto es, el que puede salirse del aquí y el ahora que supone tener la panza vacía y ser algo más que un cuerpo biológico hambriento? En otras palabras ¿puede la necesidad bloquear o distorsionar la racionalidad y la libre elección?
Hannah Arendt se plantea este tipo de incomodidades en Sobre la revolución cuando analiza el “hecho de la pobreza” y el modo en que ésta, esa abyección que coloca a los hombres bajo el imperio absoluto de la necesidad de sus cuerpos, fue la que catapultó la revolución francesa pero, al mismo tiempo, lo que la hizo nacer sin vida pues “hubo que sacrificar la libertad (…) a las urgencias del proceso vital”. Este fracaso de la revolución de 1789 se contrapone al, según ella, éxito de la revolución estadounidense que no estuvo atravesada por el problema social de la miseria y la indigencia, pues lo que estaba en juego ahí era una disputa por la libertad, algo que podía concretarse simplemente con un cambio en la forma de gobierno.
Pero, entonces, si la necesidad es incompatible con la libertad no podría haber democracia sana mientras haya pobres. Sin embargo, ¿no hay necesidad entre los ricos? Por supuesto que no en el sentido en el que veníamos hablando. Pero hay una segunda manera de entender la necesidad que surge de entenderla de manera más amplia, bastante más allá de lo que los griegos llamaban la zoé, esto es, el aspecto estrictamente biológico-animal del Hombre. Trataré de expresarlo a través un ejemplo: un sujeto de clase alta atravesado por el temor a sufrir un delito, capaz de aceptar un relato que, entre otras cosas, le dice al mismo tiempo que le van a pesificar sus dólares, que no va a poder salir del país, que el country en el que vive será abierto para que ingrese el aluvión zoológico, que los presos están libres, que una agrupación política adoctrina chicos de salita rosa, ¿es libre cuando decide su voto? ¿Su racionalidad llega intacta al cuarto oscuro o más bien votará según el temor de su bolsillo y al candidato que le garantice la satisfacción de las necesidades propias de alguien de su clase? En este sentido, ¿un rico es menos manipulable que un pobre? ¿No podría darse el caso que los hombres, algo más que meros cuerpos animales, sean claramente manejables cuando sienten que su forma de vida y su status social está puesto en cuestión? En este sentido, ¿el voto de las clases altas ilustradas puede juzgarse menos “irracional” que el de las clases bajas? Para ponerlo con un ejemplo concreto comparando distritos cuyo ingreso per cápita es radicalmente diferente: ¿La calidad del voto de la ciudad de Buenos Aires es superior al de Formosa?
Dicho esto y entendiendo “necesidad” en un sentido más amplio que el estrictamente biológico, se cae en la cuenta que, si fuese verdadero que los que se hallan en condición de necesitados ven disminuida su libertad de elección, todas las clases sociales serían pasibles de ser manipuladas pues todas “necesitan” algo. Sin embargo quizás exista una sutil diferencia entre las clases bajas y altas pues de la necesidad que padecen los pobres debería seguirse que “donde hay una necesidad, nace un derecho” mientras que, generalmente, de la necesidad que afecta a los ricos se sigue simplemente que “donde hay una necesidad, nace una derecha”.           

Borges, Perón y el anarquismo conservador (publicado el 29/8/12 en Diario Registrado)


En ocasión del día del lector, fecha en la que se conmemora el nacimiento de Jorge Luis Borges, se reavivó la ya clásica controvertida relación entre éste y el peronismo. Se trata del capítulo casi obligado en cualquier biografía del que ha sido, seguramente, el escritor argentino más grande de todos los tiempos.
Ahora bien, más allá de la infinidad de anécdotas que incluyen desde los pormenores de la obra maestra del cuento antiperonista, “La Fiesta del monstruo”, escrita junto a Bioy Casares, hasta la decisión del primer gobierno de Perón de nombrar, al escritor de Ficciones, en el cargo de “Inspector de Aves y conejos”, conviene indagar conceptualmente en aquellos aspectos que hacían que Borges viviera con tanto estupor el proceso peronista. Creo que no se puede reducir simplemente a una disputa entre la elite y el aluvión, entre la clase alta y la baja porque tampoco es tan simple ver en Borges un desprecio absoluto hacia lo popular. De hecho, buena parte de su literatura se muestra fascinada por esa cultura subterránea, orillera y arrabalera. Asimismo, más allá de todo su cosmopolitismo y su formación sajona, hay en Borges también una reivindicación de la particularidad argentina especialmente en sus intervenciones acerca del correcto uso del idioma.
¿De qué se trataba entonces? Si no era una cuestión de clase podría ser la ignorancia en materia de política siempre confesada por Borges. Puede que sí pero considero que lo que verdaderamente aparecía con fuerza era la forma en que Borges entendió el peronismo a la luz del contexto histórico. En otras palabras, el autor de El Aleph notaba un punto de encuentro entre las experiencias europeas de totalitarismos fascistas, nazis y comunistas, y el ascenso de Perón al poder. Para Borges, lo que tenían en común estos procesos era el maximalismo, el agrandamiento de un Estado cada vez más intervencionista. Es esto lo que chocaba con el anarquismo conservador al que siempre dijo pertenecer y que había heredado no sólo de su padre sino de Macedonio Fernández, mientras se sumergía, claro está, en la lectura de Herbert Spencer y Max Stirner. ¿Pero es posible defender un anarquismo conservador? ¿No estamos frente a esa contradictoria figura del oxímoron que tanto fascinaba a Borges? Habría que decir que no pero haciendo algunas aclaraciones. En otras palabras, no hay contradicción si entendemos que lo que hay de anarquismo en Borges es esa visión individualista y autosuficiente del individuo basada en una concepción de la libertad entendida como ausencia de impedimento. Pero esta base que en el anarquismo es el fundamento a partir del cual se justifica la eliminación del Estado tal como se sigue de ese antecedente obligado que es el ya mencionado Stirner, no lo lleva a una posición tan radical. De aquí el aspecto conservador de Borges pues para él, el Estado debe existir sólo que tiene que reducirse a su mínima expresión, esto es, la protección física de la persona y el respeto por su propiedad. Es desde esta perspectiva que todos los intentos de ampliar el alcance del Estado fueron interpretados por el individualismo de Borges como una amenaza a la libertad individual.
Como se ve, se trata de una discusión que tiene plena vigencia y existen liberales que en la actualidad siguen sosteniendo posturas cuasi fóbicas hacia el Estado mientras rezan su mantra de libre mercado, como si nada hubiese ocurrido a lo largo del siglo XX o en las crisis financieras que nos aquejan en la actualidad. Por ello, quizás, haya que parafrasear, justamente, aquella frase de Borges y afirmar que “los liberales no son ni buenos ni malos: son incorregibles”.           

jueves, 23 de agosto de 2012

El modelo económico de la Constitución (publicado el 23/8/12 en Veintitrés)


“Frente al capitalismo moderno, ya no se plantea la disyuntiva entre economía libre o economía dirigida sino que el interrogante versa sobre quién dirigirá la economía y hacia qué fin” (Arturo Sampay)



A 18 años de la sanción de la última reforma constitucional en Argentina, se va instalando en el debate público la posibilidad de que el oficialismo promueva una nueva transformación del texto fundacional. Desde la oposición, claro está, interpretan que este avance se encuentra movido más por las dificultades que el kirchnerismo posee en su interior al momento de garantizar la sucesión en 2015, mientras que la respuesta, no oficial, pero sí de grupos o referentes que acompañan el actual proceso, es que el cambio histórico que se ha producido en la Argentina en los últimos 10 años debe plasmarse en un texto constitucional que garantice la perdurabilidad de lo conseguido.
Dicho esto, una lectura algo superficial podría indicar que este tipo de debate no es novedoso y que muchas veces, aunque por distintas razones, a lo largo de la historia de nuestro país, se han propuesto reformas constitucionales. De hecho, aquel texto inicial de 1853 sufrió cambios en 1860, 1866, 1898, 1957 y 1994. Sin embargo estas transformaciones no fueron estructurales ni afectaron el espíritu de la Constitución. Por tomar un ejemplo, en la reforma de 1898 por razones de crecimiento poblacional se cambió aquella norma que indicaba que debía haber un diputado cada 20000 personas y también se alteró la regla que indicaba que los Ministerios debían ser 5. En la de 1957, más allá de su importancia, solamente se agregó un artículo (el 14 bis) y en la de 1994, entre otras cosas, se le dio jerarquía institucional a tratados internacionales vinculados a Derechos Humanos, se creó el senador por minoría y la figura del Jefe de Gabinete, y se redujo la extensión del mandato presidencial de 6 a 4 años aunque se incluyó la posibilidad de una reelección inmediata.
Ahora bien, el kirchnerismo, guste o no, ha realizado una serie de transformaciones de carácter estructural que se han concretizado a través de la ley ordinaria, esto es, sin tener que recurrir a una reforma constitucional. Tales transformaciones llevan a algunos a afirmar que se está en un contexto análogo al que se vivió durante el primer peronismo y que conllevó la única reforma constitucional que afectaba los principios de aquella de impronta alberdiana, esto es, la reforma de 1949 ideada por Arturo Sampay que fue derogada un año después del golpe de la autodenominada “Revolución libertadora”.    
Pero además, el caso de la Argentina actual podría incluirse en el natural proceso de reformas constitucionales que se vienen sucediendo en Latinoamérica a partir de los nuevos textos fundacionales de Venezuela, Ecuador y Bolivia. Más allá de las especificidades de cada país, se trata de aquellos pueblos que más han sufrido los embates del neoliberalismo en los años 90 y que han decidido, a partir del siglo XXI, recurrir a liderazgos que han intentado recuperar la idea de un Estado vigoroso. Algunos autores enmarcan esta ola de reformas en lo que denominan “Nuevo constitucionalismo latinoamericano” y, no casualmente, lo vinculan con los procesos de trasformación que bajo el paraguas del llamado “Constitucionalismo social” de mediados del siglo XX, produjo profundas transformaciones en muchos países. En esta línea, por ejemplo, Gargarella y Courtis afirman que la primera ola de reformas se vinculaba al contexto pos crisis de 1929 y la consecuente puesta en tela de juicio de los principios económicos liberales que llevaron a esa debacle. En ese contexto, la respuesta en lo económico fue el auge de políticas keynesianas y en lo jurídico la ampliación de la participación política y la inclusión de los derechos sociales y económicos que eran exigidos desde hacía décadas en las luchas de los trabajadores socialistas, comunistas y anarquistas. En este sentido, siempre en el ámbito latinoamericano, a la ya mencionada reforma de 1949 en Argentina se puede sumar la de Costa Rica en ese mismo año y anteriormente la de Brasil (1937), Bolivia (1938), Cuba (1940) y Ecuador (1945).                   
Ahora bien, más allá de esta historización, como bien indican los autores recién mencionados, hay una pregunta que debe responder cualquier proceso constituyente, esto es: ¿Cuál es el problema existente en el orden ya constituido que es necesario resolver a través de una Reforma Constitucional? Para comprender mejor este interrogante  sirven de ejemplo los casos mencionados anteriormente pues en la década del 30 y el 40 lo que había que resolver era el problema de la “inserción democrática” de los nuevos actores que aparecían como parte de eso que se conoció como “democracia de masas”. Por otra parte, más cercano en el tiempo, por ejemplo, la reforma en Bolivia en 2009, sirvió para visibilizar una importante cantidad de población indígena que estuvo históricamente subsumida a las decisiones de las minorías occidentalizadas. ¿Pero hay, en la Argentina,  algún asunto de tal magnitud? Muchos dirán que no, sin embargo bien cabe interrogarse si es un tema menor que la matriz del liberalismo económico se encuentre enraizada en la Constitución de manera tal que cualquier política de un gobierno popular acabe teniendo límites invulnerables. En otras palabras, podríamos estar ante en el caso de una Constitución cuyo espíritu vaya en contra de los intereses populares, al fin de cuenta, el único poder constituyente legítimo. ¿Pero es esto así? ¿Acaso una Constitución puede imponer límites a la política económica de un gobierno legítimo y con amplio apoyo? Para indagar en tal interrogante bien cabe consultar al ya mencionado Alberdi, factótum de la Constitución de 1853.  Para ello me serviré de un texto que el tucumano publicara en 1854, titulado Sistema económico y Rentístico de la Confederación Argentina. Allí, para escándalo de los liberales actuales, Alberdi no sólo reconoce que la Constitución no es neutral en materia de orden económico sino que, de hecho, considera necesario explicitar y sistematizar los principios económicos que ésta defiende.  Así, en la introducción del texto mencionado afirma: “Y sobre todo porque están dados ya en la Constitución los principios en cuyo sentido se han de resolver todas las cuestiones económicas del dominio de la legislación y de la política argentina” (…). Al legislador, al hombre de Estado, al publicista, al escritor, sólo toca estudiar los principios económicos adoptados por la Constitución, para tomarlos por guía obligatoria en todos los trabajos de legislación orgánica y reglamentaria. Ellos no pueden seguir otros principios, ni otra doctrina económica que los adoptados ya en la Constitución (…) La Constitución Federal Argentina contiene un sistema completo de política económica”.
Explicitada la idea de que la Constitución Argentina presupone un modelo económico queda ahora responder cuál es ese modelo. Y aquí, nuestro autor, lo aclara sin ningún tipo de ambages: “En medio del ruido de la independencia de América, y en vísperas de la revolución francesa de 1789, Adam Smith proclamó la omnipotencia y la dignidad del trabajo; del trabajo libre, del trabajo en todas sus aplicaciones -agricultura, comercio, fábricas- como el principio esencial de toda riqueza (…). Esta escuela [económica iniciada con Smith], tan íntima, como se ve, con la revolución de América, por su bandera y por la época de su nacimiento (…), a esta escuela de libertad pertenece la doctrina económica de la Constitución Argentina, y fuera de ella no se deben buscar comentarios ni medios auxiliares para la sanción del derecho orgánico de esa Constitución”. Dicho esto, resulta claro cuál será el lugar que la Constitución le da a la posibilidad de intervención estatal en la economía o a algún tipo de política económica activa del Estado en pos de una redistribución de la riqueza: “En efecto, ¿quién hace la riqueza? ¿Es la riqueza obra del gobierno? ¿Se decreta la riqueza? El gobierno tiene el poder de estorbar o ayudar a su producción, pero no es obra suya la creación de la riqueza. (…) En este sentido, ¿qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga sombra”.
Para que no queden dudas, algunas líneas más adelante, Alberdi, aclara “La Constitución argentina de 1853 es la codificación de la doctrina que acabo de exponer en pocas palabras”.
En síntesis, es de esperar que aquellos más interesados en mantener el statu quo promuevan la idea de que la posibilidad de una reforma constitucional obedece solamente al intento kirchnerista de eternizarse en el poder. Será responsabilidad de aquellos a los que nos interesan los cambios estructurales mostrar que una reforma constitucional debe ser bastante más que eso.    


martes, 21 de agosto de 2012

Aunque usted no lo crea (publicado el 21/8/12 en Diario Registrado)


“It´s kind of magic” (Freddie Mercury)

               En ocasión de la noticia por la cual se acusaba al kirchnerismo de liberar y adoctrinar presos, escribí en la Revista Veintitrés que habíamos llegado al estadio del “periodismo mágico”. Allí mismo aclaraba que este estilo de periodismo era deudor del “realismo mágico” de literaturas como las de García Márquez, Fuentes o Vargas Llosa y que su característica era incluir elementos  fantásticos, entremezclados con la realidad cotidiana, sin necesidad de explicación alguna pero intentando mantener cierta coherencia en el relato. Esto hacía, claro está, que la delimitación entre la realidad y la fantasía se diluya y transite por zonas densamente grises.
Ahora bien, hecha esta breve introducción, diré que algunas semanas después de aquella noticia y de mi nota, se asiste a un segundo episodio del periodismo mágico. Me refiero a la denuncia de intromisión política de La Cámpora en las escuelas. Más específicamente, la noticia surgió a partir de notas de Clarín y La Nación en las que se lo ve a uno de los máximos referentes de La Cámpora inaugurando un Jardín de Infantes en Córdoba. La acusación era que el kirchnerismo estaba entrando en las escuelas para adoctrinar chicos. En este contexto me voy a permitir predecir algunas de las próximas noticias y sugiero a los comentaristas realizar sus propios aportes.
En primer lugar, es de esperar que se entreviste a los chicos de sala rosa y azul y se obtengan citas textuales de Marianito, Juancito, Micaela afirmando cosas tales como “La senio me nijo que papis no pede comprá nólares”; o “Cuando me nuela la gaganta quielo que me atienda el dotor Nelson Castro”. Asimismo, con la cara oculta para la televisión y pixelada en el diario, un chico de unos 5 años que sufrió persecución ideológica por una seño que repartía remeras con el lema “Guillermo Moreno o muerte”, confesará, rompiendo en llanto, que el hecho de que el Jardín de Infantes haya sido bautizado “Monigotes de colores” (SIC) se debe a que el Ministro de Educación de la Nación cree que en ese nombre se condensa la lucha del peronismo contra los gorilas de izquierda y de derecha.
Asimismo, seguramente hacia el fin de semana, una investigación exclusiva de los periodistas que se dedican a la causa Ciccone, tomarán a una médica arrepentida que “dirá que le dijeron que dicen” que, aunque no hay fotos, es verdad que El “Cuervo” Larroque y Juan Cabandié asisten a los Baby Shower vestidos de Eternauta para ir trabajando lentamente la figura del héroe colectivo en la psiquis del feto. Todo esto, claro está, pensando en las elecciones de 2031.
Por otra parte, no habrá que desestimar el carácter mágico de alguna de las publicaciones de editorial Perfil cuando titulen: “El plan eugenésico de Máximo Kirchner para crear bebés montoneros”. Allí, numerosas fuentes que prefieren mantener el anonimato por temor, mostrarán mails del hijo de la presidenta en la que se les exige a los militantes camporistas que todo tipo de eyaculación producto de la revolución hormonal primaveral sea preservada y donada para el Gran Banco de Inseminación K. Tal nota vendrá acompañada de un pequeño recuadro en el que una ONG de Curas Sojeros advertirá a las familias que conforman la reserva moral de la Argentina que cuiden a sus varones adolescentes de las militantes de La Cámpora pues detrás de sus curvas no hay más que féminas que por la noche se transforman en súcubos de vagina dentada.  
Por último, seguramente el domingo será el día ideal para publicar una encuesta de Poliarquía a chicos de entre dos y tres años para mostrar que la imagen de Cristina decrece entre los más pequeñitos y que su principal preocupación es la inseguridad de no poder saber si pasarán por la Aduana los muñecos originales de Batman.
¿Que no es posible? Todo es posible en el reino del periodismo mágico. Aguarde un poco y verá. Aunque usted no lo crea.

viernes, 17 de agosto de 2012

El hombre que no tenía vocación (publicada el 16/8/12 en Veintitrés)


                                                                                         “Preferiría no hacerlo” (Bartleby, el escribiente)


La ciudad de Buenos Aires padeció el paro de subtes más largo de la historia. La consecuencia de ello fue un colapso total en el sistema de transportes, demoras insólitas y, por sobre todo, un justificadísimo mal humor entre todo aquel que desee movilizarse por la ciudad. Las razones para comprender la magnitud de la medida son complejas porque en ellas intervienen varios intereses cruzados: por un lado está la disputa entre el gobierno nacional y el gobierno de la ciudad acerca del traspaso del subte; por el otro, la interna sindical entre el gremio de la UTA y los Metrodelegados. Como si esto fuera poco en el medio está la empresa Metrovías y las combinaciones posibles entre todos los actores mencionados por el cual existen acusaciones cruzadas de “pactos” entre algunos para perjudicar a los otros. De lo dicho hasta aquí se sigue que el asunto tiene múltiples aristas y que la solución al mismo atraviesa varios niveles: el más inmediato parece el económico pues al fin de cuentas se trata de un acuerdo salarial entre los trabajadores y la empresa pero, claro está, éste está atado al asunto de fondo acerca de si es el gobierno nacional o el gobierno de la ciudad el responsable del servicio. Esta última cuestión se resolverá por la vía de algún tipo de acuerdo político o llegará a instancias judiciales.


Como el lector atento habrá notado he tratado de no tomar partido por ninguno de los actores en cuestión y presentar la problemática del modo más aséptico posible, justamente porque no me interesa desde estas líneas mostrar quién tiene razón sino más bien indagar en la actitud del Jefe de Gobierno porteño Mauricio Macri, actitud que, en este conflicto, ha sido llevada al paroxismo pero que guarda una continuidad desde los inicios de su mandato. Se trata de la denuncia que el alcalde realiza acerca de las limitaciones que supone su condición. En otras palabras, ante las dificultades propias de cualquier gestión, el ingeniero y sus hombres optan por descargar las culpas en factores externos, entendiéndose por tal, la crisis del mundo y los “palos en la rueda” que el gobierno nacional le estaría imponiendo. En este sentido, se trata de mostrar a la administración de la ciudad como una víctima de la prepotencia y el odio que emanaría del gobierno central. Pero más allá de esta actitud estratégica hay además una característica propia de la figura del alcalde por la cual éste demuestra ser, por decirlo de algún modo, poco afecto a ese incansable esfuerzo sin descanso que implica la práctica política. Con esto me refiero a que independientemente de la ideología, aquel que se apasiona por la política y vive “para” ella y no “de” ella, está continuamente trabajando en su tarea militante. El que hace política entrega su vida a ella lo cual quizás no sea ni bueno ni malo, sino la elección de una forma de vivir tan respetable como cualquier otra. No se da esto en Macri a quien parece pesarle e incomodarle esta exigencia. Se lo nota en sus intervenciones mediáticas, en sus acciones, y sobre todo en sus repentinas ausencias que toman la forma de licencias compulsivas (según un informe de www.lapoliticaonline.com, en sus primeros 1500 días de gobierno, Macri se tomó 220 días de licencia y en un trabajo realizado por Ezequiel Spillman para diario Perfil del día 8 de julio de 2012, tan solo en los primeros seis meses del año, Macri acumuló más de 80.000 km en viajes, esto es, el equivalente a dos vueltas enteras al mundo). Lo mismo sucedió en su fugaz paso por el congreso donde prácticamente no se lo oyó hablar y como indican Nora Veiras y Werner Pertot en Página 12, faltó a 277 de las 321 votaciones que se hicieron durante 2006.


Dicho esto, mi hipótesis audaz y siguiendo la línea psicologizante tan de moda en los editorialistas políticos, es que Macri no tiene vocación de poder, no desea estar donde está, o, en todo caso, no desea que estar allí le demande un esfuerzo que no está dispuesto a realizar. En otras palabras, está claro que Macri utilizó la vidriera de su gestión en Boca Juniors para “pegar el salto” a la política nacional pero pareciera estar sufriendo más de la cuenta los embates naturales de la responsabilidad. Pues hacer política es algo muy reconfortante cuando se pueden palpar las transformaciones y se concretan proyectos pero también tiene un costado ingrato: los odios, la competencia feroz, la traición y una siempre importante cantidad de la población que adjudica todos sus males a los responsables de ejecutar políticas. Le pasa a él y le pasa a todo hombre y mujer con responsabilidades importantes y hasta la biología muchas veces muestra que los cuerpos no están preparados para semejante presión. Ahora bien, más allá de la audacia de la hipótesis, ésta se puede vincular con algunos rumores de pasillo que hicieron que el actual Jefe de Gobierno tuviera que salir a declarar durante la última semana que sigue manteniendo sus aspiraciones presidenciales. Haciendo, una vez más, algo de psicología barata, cabe interpretar que el exceso de reconfirmaciones no hace más que acrecentar, al menos, la verosimilitud del rumor.


Sin embargo, por supuesto, puedo estar equivocado, o incluso estando en lo acertado, se pueda asistir a un escenario en el que presionado por todos los hombres y mujeres que lo acompañan, la voluntad del empresario acabe siendo arrollada por las circunstancias y decida ir por la disputa del “poder máximo” en 2015. Para eso deberá convencerse del esfuerzo humano que eso supondrá y transformar al menos en parte dos teoremas que se siguen de su background ideológico, esto es, el que establece una sinonimia entre “disputa política” y “olvido de los intereses reales de la gente” y el que supone que alcanzar la presidencia de la nación es el paso hacia un “puesto menor” que acaba subsumiéndose a los poderes fácticos cuyo sostenimiento no depende del aval ni la legitimidad que otorgan las urnas. Quizás algo de esto opere también en esa apatía que exuda Macri en cada una de sus apariciones públicas que bajo la lógica del razonamiento economicista y en términos técnico/académicos podría sintetizarse en una reflexión como la siguiente: “Estando tan cómodo como estaba yo siendo un millonario empresario, ¿quién carajo me mandó a meterme en este quilombo?”        


En esta línea puede que desde el gobierno nacional se entienda que ya no hay que referirse a Macri como a un candidato de carne y hueso con aspiraciones sino simplemente como a un símbolo anacrónico y a la vez retardado de la antipolítica de los 90, un sobreviviente. Por ello, quizás, cuando se hable de Macri sólo haya que pensar que se trata de una especie de significante que engloba una perspectiva económica y, sobre todo, cultural que fue exitosa hacia fines del siglo pasado pero que hoy es resistida por importantes mayorías. Así puede que al padre de Antonia y esposo de Juliana se le esté adjudicando una vocación que no tiene y más bien haya que estar atento a aquellos poderes que lo invocan y que, ante las actitudes de su elegido, busquen un reemplazo en figuras que, sin el lastre que supone cargar con el emblemático apellido Macri, puedan cumplir eficazmente el mandato que otorgan aquellos que deciden pero nunca son votados.    

martes, 14 de agosto de 2012

¿Antiliberales o antiperonistas? (publicado el 14/8/12 en Diario Registrado)

            Días atrás en el programa de entrevistas que realiza Juan Pablo Varsky en “Canal a”,  Mario Pergolini se refirió a los panelistas de 678 como “una especie de sicarios”. Tal afirmación resulta grave en sí misma y me afecta en particular en tanto integrante del programa aun cuando parto de la base de que Pergolini entiende lo que es un sicario y cuando se refiere a “una especie de” supongo que está tratando de hacer una analogía por la cual no debe entenderse literalmente que los periodistas de 678 son “asesinos a sueldo”. Dicho esto me interesa hacer algunas reflexiones seguramente estimuladas por esa extraña sensación que nos provoca a aquellos que nos consideramos parte de ese magma informe denominado “progresismo”, las declaraciones donde alguno de nuestros héroes de juventud ofrece lo que pareciera ser un decepcionante rostro jánico. Esto nos pasa con Pergolini y con muchos referentes de aquella Rock and pop, pero también nos pasa con Lanata y sus “pichones” ahora crecidos, y con otras figuras que otrora aparecían como emblemas “anti-sistema”, sea desde el compromiso político sea desde el escepticismo cínico bien entendido.      
Ahora bien, la pregunta que cabe hacer, creo yo, es la siguiente: ¿es tan evidente que estos referentes cambiaron su posición, “se dieron vuelta”? ¿Acaso no podríamos estar frente a casos donde el contexto particular en el que se los evaluaba nos llevó a cometer un error de diagnóstico? Quiero retomar esta última pregunta que tiene carácter retórico porque considero que allí puede estar la punta de un ovillo complejo y enredado, pero ovillo al fin. Para decirlo con más claridad: ¿no será que nuestros héroes en los años 90, años en los que había que librar una disputa no sólo económica sino cultural contra el menemismo, se oponían al caudillo riojano por razones que no tenían que ver con el modelo que llevó adelante? Con esto quiero significar que quizás creímos que los Lanata y los Pergolini eran “progres” y antiliberales por ofrecer, cada uno con su estilo, algún tipo de resistencia a la propuesta menemista y puede que nos hayamos equivocado pues más que antiliberalismo lo que aparecía allí era antiperonismo.
En este sentido, los referentes mencionados mantienen una línea de conducta que es la de oponerse a todo aquello que el peronismo simboliza porque recordemos que el menemismo también es un emergente, desde mi punto de vista falsario, distorsionado, pero emergente al fin, de ese movimiento complejo que es el peronismo. Porque el menemismo complementó una política neoliberal con un populismo de derecha unificado detrás de la figura carismática de un caudillo provinciano con una verticalidad propia de este movimiento que puede englobarse en la tradición nacional y popular. En este sentido, deberá ser el propio peronismo el que deba hacer su autocrítica y evaluar el modo de no volver a dar lugar a que enarbolando las banderas justicialistas se permita una política como la de Menem transformando al sello “peronismo” en un significante vacío con una voluntad de poder capaz de ser rellenada por cualquier ideología.
Por esto es que quizás debiéramos ser más condescendientes con los Pergolini y con los Lanata y ser más críticos con nosotros mismos, esto es, con aquellos que repudiamos a Menem no por su vínculo con lo popular sino por su política económica, y creímos que el ex dueño de la mañana de Rock and pop y el ex director de Página 12, estaban con nosotros. Viéndolo desde esta perspectiva, los que estamos de este lado mantenemos una cierta coherencia. Los Pergolini y los Lanata, estando del otro lado, también.    

viernes, 10 de agosto de 2012

Los twitts son de nosotros, las agendas son ajenas (publicado el 9/8/12 en Veintitrés)


La marcada penetración de las redes sociales Facebook y Twitter en la Argentina y el mundo, hace que buena parte de los debates públicos hoy en día no puedan pensarse por fuera de esa caja de resonancia vertiginosa e inmediata. En términos cuantitativos, datos de 2012 indican que Facebook cuenta con más de 18.000.000 de perfiles en nuestro país, ocupando el puesto 12 en el mundo en una red que ya está próxima a alcanzar los 1000.000.000 de usuarios a nivel planetario, esto es, casi 4 veces la población de los países que forman el MERCOSUR. Por su parte, Twitter es menos masivo que Facebook pero ya cuenta con más de 500.000.000 de usuarios en todo el mundo. De ese impactante número, Argentina aporta 8.000.000 y se encuentra en el puesto 17 del ranking de los países donde la red social tiene mayores adeptos.
El crecimiento exponencial de usuarios y las transformaciones constantes que se van produciendo en el mundo de las nuevas tecnologías hace muy difícil teorizar o encontrar categorías que se mantengan más o menos estables para poder extraer algunas conclusiones a futuro. Es por ello que, circunscriptos al más inmediato “aquí y ahora”, la pregunta que guiará este artículo es ¿qué rol juegan las redes sociales en el establecimiento de la agenda pública hoy? Mi hipótesis es que la importancia de las redes sociales como generadoras de agenda propia se encuentra sobredimensionado y que, hoy en día, las condiciones las siguen estableciendo los medios tradicionales, en particular, la televisión.       
Para apoyar esto hay que confrontar con afirmaciones como la siguiente: “el auge de las redes sociales con la explosión de voces diversas ha puesto en crisis al periodismo tradicional y acabará reemplazando a la principales usinas de información, en particular, los diarios de papel y luego la misma televisión”. Analicemos tal enunciado pues contiene verdades a medias. Por un lado, sin duda, la pluralidad de fuentes emisoras de información y opinión con una perspectiva crítica sobre los enfoques y las noticias que ofrecen los medios tradicionales es un fenómeno que se da en todo el mundo y tiende a minar ese espacio de semi-deidad que poseía la voz del periodista. Con todo, en Argentina, la crisis del periodismo se debió a su vez a un clima cultural inaugurado por la decisión de un poder ejecutivo que quebró esa connivencia entre corporaciones periodísticas y dirigencia política poniendo de manifiesto el modo en que esas corporaciones de medios se transformaban en maquinarias de extorsión. Por otro lado, es verdad que la venta de diarios en papel ha caído en todo el mundo pero sin duda parecen exagerados los que marcan la fecha de defunción de los mismos en tiempos cercanos. En Argentina, por ejemplo, el diario Clarín vende aproximadamente la mitad de ejemplares respecto de un lustro atrás pero el diario La Nación ha mantenido sus ventas. Por último, es notorio que, especialmente las nuevas generaciones, hoy dedican una importante cantidad de horas frente a la pantalla de la computadora y aunque los estudios realizados difieren bastante en sus resultados se estima que al menos en Latinoamérica la mitad de los jóvenes pasa un promedio de 4 horas por día frente a la computadora. Sin embargo, la paradoja es que eso no disminuyó la cantidad de tiempo que se le dedica a la televisión. De hecho, encuestas llevadas adelante por empresas privadas vinculadas al negocio de la televisión por cable llegan a afirmar que los argentinos tienen prendida la televisión un promedio de 6 horas diarias.
Aun tomando “con pinzas” esos números, no resulta descabellado afirmar que el crecimiento de las horas que cualquiera de nosotros pasa delante de una computadora no ha disminuido el espacio que se le dedica a la televisión. Es más, asistimos a un momento en que al menos las capas medias y altas con accesos irrestricto a Internet y televisión por cable, mantienen prendida la televisión al tiempo que navegan por Internet y responden SMS a través de su teléfono celular. La lógica del reemplazo se transformó más bien en una lógica de la superposición. Así, pasamos de un paradigma de la secuencialidad, en donde hacíamos “una cosa por vez”, a un modelo de la simultaneidad en donde hacemos “todo a la vez”.
Ahora bien, la pregunta inicial que funcionaba como base de estas breves reflexiones apuntaba a indagar acerca del poder real que poseen las redes sociales para fijar la agenda del debate público. Una visión, creo yo, apresurada, diría que sí y tomaría ejemplos en los que los medios tradicionales acabaron siendo los amplificadores de una noticia que “estalló” en blogs o a partir de un video en Youtube, etc. Incluso hay quienes afirman que las revoluciones en el Norte de África se hicieron a través de Twitter y el sistema de mensajería del Blackberry. Al respecto, varias veces indiqué que semejante afirmación subestima e indigna a quienes han puesto el cuerpo o han pagado con la vida las furiosas represiones de esos regímenes. En este sentido, los que creen que una revolución se puede hacer a través de la innegable capacidad asociativa de las redes confunden voluntad transformadora con mera aglomeración de individuos.
Hay, entonces, otros más pesimistas, entre los que me encuentro, que serían, como mínimo, escépticos respecto de esta potencia de las redes en la actualidad. Justamente hace unos días, el diario Página 12 publicó una entrevista al investigador Silvio Waisbord donde éste habla de Internet como un complejo proceso de desmediatización y remediatización. En otras palabras, solemos repetir que Internet ha eliminado al mediador, especialmente al pensar en el rol que ejercía el periodista cuando, sólo a través de él, el referente podía llegar a la opinión pública. Sin embargo, hoy, claramente, cualquier figura pública puede hablarle directamente a sus seguidores. No obstante, concordando con lo dicho por Waisbord, no deja de ser real que esa desmediatización da lugar a otra cadena de mediaciones mucho más sutiles y despersonalizadas. Desde esta columna hace unos meses, justamente, en ocasión del intento de imposición en el Congreso norteamericano de una serie de leyes contra la piratería en Internet (la más conocida fue la denominada Ley SOPA) decíamos que las consecuencias de tal decisión ponía de manifiesto que la descentralidad rizomática y horizontal de Internet era sólo aparente porque una ley dictada en Estados Unidos acababa afectando a todo el mundo pues las principales empresas de servicios en Internet son estadounidenses. Así, un habitante del norte argentino que decida abrir un blog para publicar sus poemas en idioma qom deberá recurrir a un dominio blogspot.com que depende de Google Inc., una empresa estadounidense. 
De la misma manera que la propia web está centralizada, puede decirse que la gran mayoría de los temas que ocupan espacio en las redes sociales son aquellos que imponen los medios tradicionales, en especial los diarios, pero, por sobre todo la televisión. Los primeros, marcando la agenda de las radios, y la segunda actualizando al instante lo que no puede lograr la irremediable vetustez de un medio creado para una sociedad en la que de un día para el otro no pasaban grandes cosas (en realidad ahora tampoco pero nos hacer creer que sí). Además, por supuesto, la televisión tiene su propia agenda de contenidos y las redes sociales funcionan como amplificador de lo que allí sucede antes que como una suerte de contrapoder con agenda propia. Sobre este punto dos pequeños comentarios más. El primero: Waisbord afirma que el cibernauta es profundamente conservador en el sentido de que suele visitar siempre las mismas páginas: algún diario con información general, alguna revista deportiva, el buscador Google, las redes sociales y las casillas de email. En este sentido, sólo el micromundo de los interesados en análisis de medios, los cuales, a su vez, trabajamos en los medios, utilizan la web para hacer un paneo de las diferentes líneas editoriales de cada medio; el ciudadano medio generalmente hace en la web lo que generalmente hacía en el papel: lee el medio con el que coincide ideológicamente. El segundo comentario: basta observar quiénes son los twitteros más influyentes para notar hasta qué punto las redes son dependientes especialmente de la televisión. Tomando en cuenta el ranking realizado en www.enriqueansaldi.blogspot.com el 10 de junio de 2012, entre los 10 argentinos más influyentes hay 8 personajes de la televisión: Jorge Rial; Ángel Brito; Connie Ansaldi; Alejandro Fantino; Paula Chaves; Germán Paoloski; Mariano Iúdica y “Lali” Espósito.  
Hay y habrá excepciones, sin dudas, y es de esperar que las redes sociales cada vez vayan teniendo más peso pero a no ponerse eufóricos twitteros y facebookeros amigos: la agenda todavía la imponen los mismos de siempre.          

martes, 7 de agosto de 2012

Evita y el Estado afeminado (publicado el 7/8/12 en Diario Registrado)


Un debate caro al interior al peronismo que continúa hasta hoy es aquel que presenta una tensión entre los dos máximos referentes del movimiento. Así, algunos entienden que habría un supuesto peronismo radicalizado o jacobino encarnado por Evita y un peronismo pragmático, negociador, con rasgos autoritarios y de derecha que estaría encarnado en el propio Perón. Sin embargo, tal distinción no es más que una simplificación que intenta sistematizar y encasillar dos figuras en compartimentos estancos cuando lo cierto es que funcionaban como una pareja política. Por ello es que creo más interesante indagar en algo que podría presentarse como una cierta paradoja alrededor de la figura de Evita. Me refiero a que fue gracias a su impulso que las mujeres pudieron irrumpir en la arena pública específicamente a través del acceso al voto. Tal conquista quebró toda una tradición occidental en la que la mujer aparecía como un individuo de segunda que debía estar bajo tutela masculina. Se rompía, entonces, con esa construcción cultural que dividía las tareas con precisión y ubicaba al varón en el ámbito de lo público, confinando a la mujer al espacio de lo privado. Esto venía de la mano de toda una construcción de género que suponía que los rasgos identificatorios de los varones eran el ser activos, proveedores, fuertes y racionales, mientras que la mujer aparecía como la pasiva, consumidora, débil e irracional y pasional.
Como es de imaginar en una sociedad patriarcal, las supuestas características de los varones se extendían al Estado y al Derecho y por ello buena parte de los movimientos feministas critican el carácter preeminente masculino de estas instituciones. 
Ahora bien, Evita lleva a la mujer al ámbito de lo público y ella misma por mérito propio, pasa a ser una figura de primera línea incluso opacando por momentos a su marido. Pero esto lo hizo sin renunciar al rasgo pasional que supuestamente sería propio de las mujeres. En este sentido, Evita eleva a las mujeres y a ella misma a un ámbito marcado por la hegemonía masculina como es la arena pública y al mismo tiempo le da al Estado una “cara femenina” asociada con el afecto hacia los pobres y con las políticas sociales. ¿Esto generó que se pudiera ver que el Estado también puede adoptar las características aparentemente propias de lo femenino? No, aunque quizás sea injusto echarle la culpa al propio peronismo más allá de que bien cabía ver en los años en que Evita estuvo viva una suerte de división de las tareas públicas similar a la división de las tareas privadas: el varón (Perón) en la estrategia y en la teoría, y la mujer (Evita) en el vínculo afectivo y solidario con el pueblo.  
Más allá de las inmensas transformaciones igualitarias que jurídica y culturalmente hemos transitado, no sólo la Argentina sino también Occidente sigue considerando que el Estado replica los valores presuntamente propios de la masculinidad. De aquí que se les exija a las mujeres que acceden a la función pública o bien que alcancen esos supuestos valores masculinos o bien que su trabajo se circunscriba al aspecto social, una suerte de cara solidaria y caritativa del Estado que siempre es vista con recelo por las miradas de la modernidad liberal. Esta faz presuntamente afeminada del Estado todavía sigue siendo vista como una desviación y en tanto tal, no es casual que los gobiernos técnicos y “bien masculinos” decidan comenzar por allí con sus recortes presupuestarios.        

viernes, 3 de agosto de 2012

Introducción al periodismo mágico (publicada el 2/8/12 en Veintitrés)


           El último domingo, la nota principal de la tapa del diario Clarín el día de mayor venta fue “Militancia todo terreno: sacan a presos de la cárcel para actos del kirchnerismo”. Ante semejante afirmación no puede más que reinar el estupor, la sorpresa y la indignación. Sin embargo, quizás haya que dejar de lado todos estos sentimientos y tratar de disfrutar de la buena literatura de este género literario llamado “periodismo mágico”.
El periodismo mágico, primo hermano del “realismo mágico”, introduce elementos fantásticos como parte de la cotidianeidad sin necesidad alguna de explicación; desafía, además, la secuencialidad del tiempo y generalmente se apoya en una temporalidad en la que resulta difícil distinguir pasado, presente y futuro. De hecho, en algunos casos, atravesado por leyendas míticas, el tiempo aparece como cíclico, como aquello que se repetirá una y otra vez. Estas características, propias de la literatura de novelistas latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XX como Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes o Gabriel García Márquez, logran poner en tela de juicio la noción misma de verdad y la separación estricta entre realidad y fantasía.
Volviendo a la nota en cuestión, la declaración que aportó elementos para desatar una imaginación creativa capaz de acompañar esta mágica historia lleva ya algunas semanas. Se trata de aquella formulada por un héroe de nuestra era, una voz autorizada y una de las más citadas en la nueva narrativa periodística: Sergio Schoklender. Justamente, un día después de la mencionada tapa, Clarín acompaña esta presunta investigación reveladora con una nueva declaración del hombre que estando preso luchó por la implementación de planes que pudieran darle a los reclusos la posibilidad de trabajar y estudiar una carrera universitaria en la propia UBA, (algo que disminuyó drásticamente la reincidencia más allá de que, paradójicamente, el propio caso Schoklender desafíe tal estadística). Allí indicó: “Los militantes de La Cámpora ingresan a la cárcel, mandan dentro de la cárcel y reclutan presos para formar la agrupación Vatayón (SIC) Militante (…) El problema es la protección que tiene un grupo de delincuentes que sale de la cárcel militando en La Cámpora. (…) Buscan reclutar pibes jóvenes que, el día de mañana, cuando recuperen la libertad, vayan reclutando otros compañeros en las mismas villas y asentamientos de donde son originarios. Esto es el germen de algo muy complicado —evaluó— porque no es reincorporarlos, sumarlos a alguna oportunidad laboral, sino ir reclutando una fuerza de choque a la que, después, no la van a pagar con pancitos o subsidios”.  Asimismo, indica la misma nota, Schoklender habría sugerido que La Cámpora les crearía en un futuro “zonas liberadas” para que puedan seguir delinquiendo.
 De repente, entonces, unos chicos de clase media universitaria, forman una agrupación, se meten en los pabellones ante la mirada atónita o cómplice de genuflexos guardias y gobiernan a los ingenuos reclusos. Éstos, a su vez, obedecen como mansas ovejas y reciben el entrenamiento en el uso de la estrategia guerrillera para “un futuro” en el que se necesite “combatir” cuerpo a cuerpo en la calle con los manifestantes que usando sus cacerolas como escudos, den la vida por un dólar blue, celeste o contado con liqui. Todo esto seguramente será acompañado por años de terror en los que estos presos, con anuencia de los líderes del “Vatayón”, saldrán con remeras de Firmenich y el “terrorista” Guevara a robar, violar y asesinar señoras de Recoleta. Asimismo, esto será invisibilizado por un monopólico multimedio paraoficial que se dedicará a ofrecer programación de cocineros y pseudo periodistas pagos que hostigarán a los pocos valientes que, en la clandestinidad republicana, todavía resistirán los embates del régimen. Pero será inútil: todos los que se opongan a la dictadura K morirán en manos de ese Vatayón mientras la televisión oficial filma la confiscación de sus bienes.    
 Por todo esto es que no debería extrañar que, en breve, algún editorialista nostálgico, realice un paralelismo amparándose en una suerte de karma argentino de repitencia cíclica de la historia y afirme que se está en las vísperas de algo similar a lo que fue la orden de liberación de los presos políticos de Héctor Cámpora apenas asumió su corta presidencia. A partir de este mal de la Argentina, dirá que en ese acto estuvo el germen violento que obligó a las fuerzas armadas a realizar el golpe de Estado y luego llegará mágicamente a la conclusión que, propiedad transitiva mediante, se está frente a un escenario similar al de la previa del terror de los años 70. Asimismo no faltará quien adose a esta fantasía la idea de que este gobierno gana elecciones porque se ocupa de los derechos humanos de los presos (y no de las víctimas) con “la plata de los jubilados”.
 Pero puede haber lectores a los que les agrade la fantasía y la magia pero una cosa es que le brinden aventuras que exciten sus emociones y otra que lo traten por boludo. En otras palabras, se pueden incluir aspectos sobrenaturales en una historia pero todo tiene sus límites. De aquí que un lector más o menos serio se dará cuenta que no hay ninguna buena razón para dar verosimilitud a un relato tan absurdo pues ¿cuál sería el sentido de que una agrupación afín a un gobierno que asumió un nuevo mandato hace 8 meses con una mayoría amplia, deba recurrir a las cárceles a sumar militantes o, en el marco de una explosión de militancia juvenil, reclutar presidiarios para “hacer bulto” en actos políticos? Planteado así se muestra que esto es muy difícil de creer incluso en una ficción y que, en todo caso, sería más fácil aceptar que los bizarros personajes que Vargas Llosa describió en La guerra del fin son reales, que los Buendía de García Márquez son los culpables de que no encuentre mesa en el restaurant al momento de festejar año nuevo, y que los presos, hartos de los barrotes, asisten a los actos ya no por el choripán y la (gaseosa) cola sino por el choripán y la lima.
En este contexto, poco importa la interesante discusión acerca de una mirada integral sobre la seguridad que tenga que ver con la prevención del delito pero también con la violencia institucional y, sobre todo, con el modo en que logra reinsertarse a la sociedad aquel individuo cuya privación no implica sólo justo castigo sino brindar alternativas para rehacer su vida una vez cumplida la pena. Tampoco importa el debate al interior de los medios acerca de si existe algún tipo de periodismo que no sea “mágico”. Pienso en esas interesantes controversias que surgieran a partir de las crónicas de guerra del periodista polaco Richard Kapuscinski, muerto hace apenas un lustro, quien admitiera que en sus descripciones los detalles se subsumían al embellecimiento de una historia que cautive, y la metáfora, en muchos casos, acababa reemplazando al lenguaje literal. Si entrásemos en este último debate quizás pudiéramos salvar al diario Clarín afirmando que la línea editorial del diario responde a una visión tan mágica como otras. Pero esta disculpa no podría frenar la cada vez más marcada procesión de lectores que en busca de buena literatura se acercan a los clásicos latinoamericanos que pueden hacer volar nuestra imaginación con un goce estético que Clarín todavía no ha logrado generar.