sábado, 28 de marzo de 2015

Las falacias detrás del caso Nisman (publicado el 26/3/15 en Veintitrés)

De repente, todo el arco de la oposición argentina, espacio que incluye a dirigencia política, intelectuales y periodistas, entre otros, bramó contra la circulación de las fotos del fiscal Nisman en boliches de Palermo rodeado de mujeres que intercambiarían “favores” a cambio de dinero. Estas se sumaron a fotos que demostrarían que el fiscal no solo habría compartido noches de juerga sino días enteros y viajes con, al menos, algunas de estas voluptuosas señoritas. Sabido esto, en privado, mucho varón argentino medio habrá dicho “¡Qué bueno hubiera sido ser Nisman!”, pero lo cierto es que, un mes después del 18F, el encuentro en homenaje al fiscal organizado por Santiago Kovadloff y Nelson Castro, no llegó a convocar a 100 personas. Con todo habría que aclarar algunas cosas: si alguno de los asistentes a aquella multitudinaria movilización convocada por fiscales opositores se sintiera decepcionado por ver al fiscal con antenitas en la cabeza abrazando mujeres que ostentaban tragos y consoladores, habría que advertirle que está siendo preso de una moralina conservadora pues aun un sexualmente desenfrenado fiscal puede desarrollar correctamente su trabajo. El punto, entonces, no son las fotos sino que la denuncia que realizó fue desestimada de una u otra manera por varios jueces, desde Canicoba Corral, hasta Servini de Cubría y Rafecas. En todo caso, lo que sí cabe investigar es el uso que Nisman le daba a los fondos públicos, pues, según publica la Revista Anfibia, su Unidad de Investigación, con 45 empleados, tenía un presupuesto de $31.000.000 solo para el 2015, y, entre otras sorpresas, el sueldo del propio Nisman era de $100.000 (es decir, cobraba más que la Presidenta de la Nación, por ejemplo). Pero además no hay que pasar por alto que, entre esos 45 empleados, estaba su nutricionista personal quien cobraba $28.000 mensuales y Diego Lagomarsino, alguien que se especializaría en sistemas y que venía recibiendo $41.000 mensuales, de los cuales la mitad, según una denuncia del propio Lagomarsino que deberá investigar la justicia, le era transferida al propio Nisman. En la medida en que van saliendo a la luz estos manejos discrecionales que bien valdrían, como mínimo, una investigación por malversación de Fondos Públicos, algunos le dicen al gobierno que debería haber controlado cómo gastaba el dinero Nisman. Nada dicen de la responsabilidad del poder judicial al respecto pero se les debe haber pasado por alto de tanto mover la cintura repitiendo una y otra vez el estribillo de la división de poderes.  
Con todo cabe decir que para no caer en una falacia ad hominem (aquella que determina que alguna característica o conducta execrable de un hombre convierte automáticamente en falso todo lo que ese hombre diga) lo que importa es evaluar la denuncia de Nisman independientemente de su vida privada y de los propios delitos que Nisman podría haber cometido. Pues el fiscal más corrupto y más fiestero puede realizar una denuncia consistente. Dicho de otra manera, de ser corrupto y fiestero no se sigue que la denuncia realizada por este hombre sea inconsistente. Pero, claro está, el pequeño detalle es que la denuncia es inconsistente. 
Es más, está tan “floja de papeles” la temeraria denuncia de Nisman contra la presidenta y funcionarios, que la operación de los principales interesados en que esta denuncia prospere, aquellos que en vez de decir #YoSoyNisman deberían haber dicho #YoSoyAntikirchneristaYMeSubiréACualquierCosaQueAfecteAlKirchnerismoAunPoniendoEnJuegoMiCredibilidad, fueron los primeros en impulsar una falacia que, a falta de nombre técnico, llamaré “falacia de la santificación”. Este tipo de falacia se aplica generalmente cuando sucede una muerte pues por alguna razón abordable desde el terreno mítico-psicológico, resulta que todas las personas que mueren de repente se transforman en buenas; la muerte, entonces, parece cumplir una función purificadora y hasta cuando muere algún reverendo hijo de puta (no estoy diciendo que sea el caso de Nisman, por favor), a lo sumo, el titular del diario dirá “Murió el polémico….”. Desde este punto de vista, la parca es siempre injusta porque se lleva a toda la gente que le hace bien al mundo. Con Nisman, la operación santificadora se agigantó con su muerte dudosa y terminó siendo el sustento de la aberración jurídica y la operación que su denuncia había implicado. El “santo” Nisman era la única garantía de poder sostener en el tiempo una denuncia insólita. Y durante más de un mes, el gobierno fue incapaz de estructurar una posición homogénea respecto de la todavía no esclarecida muerte del fiscal.
Pero no son estas las únicas dos falacias que atravesaron la discusión pública en las últimas semanas. Sin pretensión de ser exhaustivo, digamos que hubo al menos otras dos. Una de ellas es la que llamaré “falacia del dolor”. Este tipo de falacia podría pensarse como aquel razonamiento que se apoya en la idea de que una víctima nunca se equivoca. En este caso se dice que, por su condición de víctima, la exesposa de Nisman (solo en tanto madre de las hijas y no tanto por su condición de “ex”), tendría un acercamiento privilegiado a la verdad de modo tal que si ella dice que fue un asesinato, debe haber sido un asesinato. Frente a ello, recuerde cómo terminó el ejemplo más brutal de este tipo de falacia, esto es, el del “casi” ingeniero Blumberg que, de padre de un chico asesinado, pasó a ser un experto en temas de seguridad por obra, quizás, de alguna extraña revelación punitivista.
Y la segunda falacia, mucho más conocida, y vinculada tanto con la de la santificación como con la del dolor, es la de autoridad. Este tipo de falacia es la contraria de la falacia ad hominem que habíamos visto al principio pues si aquella suponía que todo lo que diga un hombre con características o conductas execrables será falso, la de autoridad afirma que todo lo que provenga de un hombre con características o conductas virtuosas será verdadero. Y resulta claro que esto no es necesariamente así pues aun el hombre más bueno del mundo puede mentir o equivocarse incluso cuando hasta hoy nunca hubiera mentido ni se hubiera equivocado. Aplicado al caso, aun cuando se probara que Nisman hubiera tenido una vida ejemplar y un desempeño laboral incuestionable, sería perfectamente posible que su denuncia careciera de fundamentos.   

Probablemente, en algunos años, algún profesor de Lógica brinde un curso sobre falacias informales en el discurso de los medios de comunicación a partir del caso paradigmático de un fiscal obsesionado por su imagen que, para su suerte, será más recordado por sus fotos indiscretas que por haber sido parte, voluntaria o involuntariamente, de un intento de desestabilización impulsado por una denuncia inconsistente. 

miércoles, 25 de marzo de 2015

Democracias con censura (publicado el 25/3/15 en Diario Registrado)

Con más de 30 años ininterrumpidos de democracia cabe preguntarse: ¿se ha acabado la censura? De no haber sido así ¿quién es objeto de censura y, sobre todo, quién es el sujeto que censura?
Tales interrogantes sería deseable que los respondiesen los periodistas que han construido sobre sí una imagen de garantes de toda libertad de expresión más allá de que, en épocas de gobiernos dictatoriales, la censura ha alcanzado también y a veces especialmente, a artistas, intelectuales y a aquellos que, desde su lugar, osaron desafiar el poder. 
Sin embargo, en la actualidad, debemos viajar a España, por ejemplo, para dar con datos serios acerca de la censura y las presiones que reciben los periodistas en plena vigencia de gobiernos democráticos. Allí, el último informe de la Asociación de Prensa de Madrid, arrojó un número que puede sorprender: el 80% denunció que ha recibido presiones. ¿Pero acaso estas presiones provinieron del poder político? No. Según denunciaron los periodistas consultados, provinieron de las empresas. Esto, desde ya, no es ninguna novedad pues el informe muestra que la tendencia se viene profundizando en los últimos años tanto como los despidos y  la precarización laboral.
Si a esto le sumamos que las formas de la censura son diferentes y que, al decir de Ignacio Ramonet, hoy ya no se censura a través de recortes o limitaciones sino, por el contrario, a través de la sobreabundancia y la repetición de información inútil, caemos en la cuenta de que el afianzamiento de la democracia, tanto en el primer mundo como en la periferia, no acabó con la censura sino que produjo formas más complejas de ocultamiento de la información y, por sobre todo, cambió al sujeto que efectúa la censura. En otras palabras, frente a la lógica clásica del recorte, se erige el exceso de información banal y las agendas sobrecargadas de un puñado de noticias; y frente a aquel esquema en el cual eran los gobiernos quienes presionaban y limitaban las distintas formas de expresión, hoy son las propias empresas privadas, dueñas de los medios de comunicación, las que ejercen ese poder. Esto, desde ya, no quiere decir que no existan intentos de recortar la información a la vieja usanza o que hayan desaparecido por completo las presiones por parte de sectores de la política pero, sin dudas, estamos ante los signos de una nueva época en la que las amenazas a la expresión y los sujetos que impulsan esas amenazas, están cambiando.        


domingo, 22 de marzo de 2015

El radicalismo y una cita inevitable con el espejo (publicado el 19/3/15 en Veintitrés)

Ernesto Sanz, en un debate televisivo realizado en un canal opositor la semana pasada, le espetaba a Julio Cobos que el PRO y la UCR coincidieron, en el Congreso, en nueve de cada diez leyes. Como argumento parece demoledor si bien el retruco de Cobos resultó igualmente interesante cuando afirmó que ese número era cierto pero, justamente, esa disidencia que se daba en una de cada diez leyes, era una disidencia estructural y, por tal, quería decir, entiendo, “ideológica” y “fundamental”. Si bien lo dice un ex vicepresidente que ejerciendo el cargo se opuso a reformas estructurales de la coalición que lo había llevado a ese lugar, tanto los argumentos de Sanz como los suyos parecen atinados.
Sin embargo, cuando uno indaga en el voto a voto de las principales reformas estructurales que se realizaron en la última década, la afirmación de Cobos debe ser, como mínimo, matizada. En lo que respecta a la sanción de la “Ley de Medios”, veinticuatro diputados de la UCR (más cuatro cobistas) decidieron retirarse de la Cámara Baja antes que apoyar la ley. En el Senado fueron siete los representantes de la UCR que votaron en contra incluyendo nombres que hoy, tras la Convención realizada en Entre Ríos, parecen estar enfrentados. Me refiero a Gerardo Morales, el propio Sanz y Luis Naidenoff. 
En el caso de la recuperación de Aerolíneas, la UCR aportó parte de los setenta y nueve votos que rechazaban el proyecto oficial que finalmente recibiría la aprobación de ciento sesenta y siete diputados. Y en el senado, ni siquiera los denominados “radicales K” se quedaron en sus butacas pues prefirieron ausentarse. 
En cuanto a las AFJP, solo los radicales de la Concertación votaron a favor del proyecto oficialista en Cámara de diputados. La UCR como tal, en ambas cámaras, votó en contra.
Y a esto incluso podría sumársele un dato curioso: de los cuarenta legisladores nacionales que, a pesar de haber votado en contra tanto del fin de la estafa de las AFJP como de la ley de movilidad jubilatoria, votaron a favor del 82% móvil para los jubilados, doce pertenecían a la UCR. 
De aquí se sigue que la única reforma estructural que el radicalismo apoyó de manera mayoritaria fue la expropiación de YPF.  En este caso sí hubo disidencia con el PRO y la Coalición Cívica, esto es, con agrupamientos que, por cierto, siempre han sido coherentes: se opusieron a las reformas estructurales aquí mencionadas y se oponen a cualquier propuesta que surja del oficialismo, igual que lo ha hecho el radicalismo con la única excepción del caso YPF. 
Dicho esto, lo extraño era que la UCR, el PRO y la Coalición Cívica no hubiesen armado un Frente antes pues, de hecho, funcionaban casi como tal. En todo caso, aquello que los distanciaba no era un factor ideológico sino, simplemente, ambiciones personales de sus principales dirigentes. Se me dirá que estoy siendo injusto con los principios que constituyeron al radicalismo pero creo que se trata simplemente de lo que ha sucedido muchas veces en los dos grandes partidos de la Argentina. Hay, en su interior, un ala de derecha y un ala de izquierda y, en determinadas circunstancias, incluso por factores externos al partido, es una la que se impone por sobre la otra. El partido justicialista bien sabe de esto y todavía hoy tiene qué explicar cómo se pudo, desde allí, dar sustento a un programa neoliberal que, en la década del 90, vaciaba el país al son de la marcha peronista.  
Volviendo a la UCR, hace algunos días, justamente, observaba un archivo en el que discutían De la Rúa y Alfonsín como representantes de las dos alas en pugna al interior del radicalismo, con la mediación de Mariano Grondona y antes de que “chupete” asumiera la presidencia de la Nación. Qué ala triunfó sobre la otra es algo que la historia ha dejado en claro y cabe preguntarse cuántos de los errores de Alfonsín (los problemas en su propio gobierno y el pacto de Olivos que, gracias a un acuerdo con la, recién mencionada, más rancia derecha neoliberal arropada bajo el paraguas del justicialismo, sumió tanto a la UCR como al país en una enorme crisis de representatividad) influyeron para que sus adversarios al interior del partido lograran imponerse.  Con todo, entre De la Rúa y Alfonsín había diferencias. No parece lo mismo cuando la discusión se da entre Cobos y Sanz. En otras palabras, cuando la discusión se da entre estos interlocutores, lo que se pone en juego son dos opciones de la derecha del partido, y lo que hay es una disputa “biográfica” y  “personal” entre un conjunto de dirigentes cuyo alineamiento en un espacio u otro no tampoco obedece a razones ideológicas. El ala “izquierda” del radicalismo, que podría ser representada por Leopoldo Moreau, hoy está más afuera que adentro del partido. Quizás sea doloroso pero Moreau ocupa más el lugar de analista, de hombre que une experiencia y formación para comprender la política actual, que de referente orgánico de la UCR. Pues el histórico dirigente alfonsinista representa hoy a un sector muy minoritario del radicalismo.
Más allá de que siempre excita y genera conmoción decretar el fin del algo (máxime si ese algo es un partido político centenario) lo cierto es que parece apresurado hablar del acta de defunción del radicalismo como algunos lo han hecho. No va a ser así puesto que la renovación dirigencial un día llegará y la veleta deberá girar. Es más, de hecho, usted recordará, el PJ también parecía extinto y sin embargo resurgió de la mano de Néstor Kirchner aun cuando, en un principio, su apuesta parecía dirigida a una transversalidad superadora de las viejas estructuras partidarias y aun cuando, hasta hoy en día, la relación del kirchnerismo con “el partido” sea, por momentos, tirante. Sin embargo, aun cuando la experiencia de alianza con el macrismo y con Carrió resultara electoralmente victoriosa, lo que sobrevendrá es una enorme y profunda crisis de identidad al interior del radicalismo. Esa crisis no tiene que ver estrictamente con la decisión adoptada por la Convención. Más bien habría que decir que tal decisión fue, como se pudo observar a partir de algunas pequeñas muestras aquí expuestas, el corolario de una conducta bastante coherente del radicalismo durante, como mínimo, los 8 años de administración de Cristina Fernández. Pero ya llegará el momento en que, aun el ala derecha del radicalismo, se mire al espejo y se pregunte si la enorme cantidad de coincidencias con el macrismo habla de un cambio en Macri o habla de la deriva ideológica del radicalismo. Tal reflexión llegará antes si el resultado electoral es negativo y solo un poquito después si el resultado electoral es el deseado. Pero el espejo estará allí, paciente, imperturbable e inclemente porque podrá parecerse a una pantalla de TV pero, en realidad, es, simplemente, un espejo.            



viernes, 13 de marzo de 2015

El capitalismo financiero y la plata del trabajador (publicado el 12/3/15 en Veintitrés)

Es claro que la propia lógica expansiva del capitalismo ha generado redes ubicuas que, a través de diversos mecanismos, han incluido al mundo entero. Este movimiento se ha ido acelerando en las últimas décadas con el avance del capitalismo financiero en el contexto de mercados desregulados y organismos de crédito que mantiene sujetados a los Estados a través de las deudas que el propio sistema los indujo a contraer. Tal avance no puede prescindir, claro está, de dispositivos sociales y culturales como los medios de comunicación y en este sentido, aunque esté bastante trillado ya, no se puede dejar de soslayo el modo en que los medios masivos han estado a la vanguardia de la construcción de un sentido común permeable al ideario del liberalismo económico que sustenta la actual etapa del capitalismo. Es más, podría decirse que el hecho de que todo aquello que huela a estatal sea sospechado de prebendario e ineficiente tiene antecedentes que se pueden remontar a muchos siglos atrás, pero no deja de ser una verdadera conquista ideológica forjada a través de un inmenso aparato de propaganda por momentos nada sutil.
Con todo, no hay que olvidar, si de medios hablamos, un aspecto menos explorado en este sentido. Me refiero a la cuestión de cómo opera la desinformación en el nivel de los mercados e, indirectamente, en los ciudadanos de a pie como usted y yo. Para esto me serviré de algunos comentarios de un economista italiano llamado Christian Marazzi que acaba de publicar en español un conjunto de trabajos vinculados a la relación entre capital y lenguaje.
Marazzi señala, frente a la mirada neoclásica que suponía que todas las personas son racionales, buscan maximizar su beneficio y toman sus decisiones basándose en un cúmulo de información suficiente, que el comportamiento de los mercados en enormemente irracional y que opera más bien por un “efecto manada” que se apoya en la enorme desinformación de los agentes que en él actúan. En sus propias palabras: “La mayor parte de los inversores parece considerar al mercado accionario como una fuerza de la naturaleza en sí misma. No se dan del todo cuenta que son ellos mismos, como grupo, quienes determinan el curso del mercado (…) Muchos inversores individuales piensan que los inversores institucionales dominan el mercado porque tienen modelos sofisticados para la comprensión de sus derroteros, o bien poseen un conocimiento superior. No saben que los inversores institucionales poseen muy pocos indicios acerca de los precios de los mercados accionarios. En otros términos, el nivel de las cotizaciones, en cierta medida, es el producto de una profecía autocumplida, basada en ideas vagas pero sostenida por un corte transversal de inversores grandes y pequeños, y consolidada por los medios de comunicación que se contentan frecuentemente con convalidar tal conocimiento convencional inducido por los mismos inversores” (Schiller, citado en Marazzi, Ch., Capital y Lenguaje, Bs. As., Tinta Limón, pag. 30).
De este modo, el buen inversor no es el que reconoce las supuestas leyes naturales que operan en el mercado sino el que es capaz de predecir (u operar) el comportamiento de una manada que actúa por contagio apoyada en un déficit de información estructural. Esa manada, claro está, es informada, es decir, recibe su forma, en buena medida, por las tapas de los diarios y el elenco estable de economistas del establishment que, a juzgar por sus frecuentes apariciones, pareciera que durmieran dentro de los canales de Televisión.
El punto es que, en las últimas décadas, esa manada también incluye a pequeños trabajadores que a través de fondos de pensión o fondos de inversión aportan una enorme masa de dinero que acaba formando parte de la timba financiera y la fiesta de los intermediarios. Se da así una paradoja que pondría los pelos de punta a los viejos principios marxianos que llamaban a la unidad de los proletarios pues, aquí, el dinero de los trabajadores del primer mundo es utilizado especulativamente para afectar directa o indirectamente a los trabajadores de otros países. Marazzi, que escribió esto a principios del siglo XXI, lo ejemplifica con las crisis de México, Rusia, los tigres asiáticos y la Argentina. En la página 45 del texto citado anteriormente, el italiano lo indica así: “Poco importa, para el trabajador-ahorrista occidental, que la garantía de su jubilación implique la puesta en crisis de los proletarios asiáticos, mexicanos, rusos o argentinos. Poco importa el contenido de sus inversiones, el hecho de que la decisión a invertir o desinvertir tenga efectos directos sobre los cuerpos de las poblaciones locales”.
Se trata del conocido artilugio del capital que concentra las ganancias pero redistribuye los riesgos y los fracasos, y al que debemos agregar una enorme capacidad para generar cortes y enfrentamientos entre las clases sociales que son igualmente afectadas por las políticas neoliberales.  
Pero Marazzi, a su vez, para ahondar en este punto, refiere a otro italiano que alguna vez hemos citado en estas páginas. Me refiero al creador de la idea de “Semio-capitalismo”: Franco Berardi.
El pensamiento de Berardi viene al caso porque este ingreso del capital de los trabajadores a los mercados financieros va de la mano de una resignificación del concepto de trabajo. En otras palabras, el trabajador ya no es aquel que asistía a un espacio delimitado temporal y espacialmente llamado “fábrica” para producir, gracias a su fuerza de trabajo (física), un conjunto de bienes materiales concretos. Por supuesto que este tipo de trabajos siguen existiendo pero cada vez más, afirma Berardi, asistimos a un proceso en el que lo que realmente se intercambia es el trabajo mental y lo que se transa son los signos de ese trabajo mental que circulan a gran velocidad a través de Internet. Asistimos así al vértigo de un intercambio inmaterial que redefine el trabajo y con ello nociones clásicas como los de plusvalía pues comienza a existir una enorme dificultad para mensurar (y valorar) lo producido.  
A su vez, se da así una particularidad y es que, a diferencia de aquellos relatos que incluían como una de las virtudes del progreso científico y tecnológico el hecho de que cada vez trabajaríamos menos, hoy en día no solo trabajamos más sino que consideramos al trabajo como el lugar de realización por el cual la separación entre los momentos productivos y las actividades alternativas o, simplemente, el ocio, se borran para estar todo vinculado y atravesado por la empresa.
Marazzi, en la página 54 del libro mencionado, se refiere a este punto así: “Del modelo fordista ha faltado mencionar otro aspecto fundamental, la separación entre trabajo y trabajador tan típica del modelo científico del ingeniero Taylor. Hoy la organización capitalista del trabajo apunta a superar esta separación, a fusionar el trabajo y el trabajador, a poner a trabajar la vida entera de los trabajadores. Se ponen a trabajar las competencias más que las calificaciones profesionales, se ponen por lo tanto a trabajar las emociones, los sentimientos, la vida extra-laboral, se podría decir la vida toda de la comunidad lingüística”.        
Obviamente la Argentina y la región toda no está exenta de los cambios aquí narrados más allá de que las políticas de independencia económica y desendeudamiento que, por ejemplo, nuestro país ha llevado adelante, permiten contar con una fortaleza estructural poco permeable a la fluctuación especulativa de aquellos capitales que desestabilizaron la región en la década de los 90. Aún así queda mucho por hacer, especialmente en aquellas economías que no han diversificado su producción y se encuentran atadas al precio de commodities. Con todo, en los gobiernos populares parece haber cierta conciencia respecto del camino a seguir y las transformaciones que hace falta realizar en este sentido. Donde quizás surjan más dudas es en el plano de las identidades políticas pues allí, especialmente aquellas construcciones que tuvieron como columna vertebral a un movimiento obrero y a un tipo de trabajador que el capitalismo financiero hábilmente ha transformado, deben urgentemente replantearse una serie de preguntas y ofrecer alternativas representativas en un contexto nuevo que muta con un ritmo tan brusco como frenético e inasible.           

          

viernes, 6 de marzo de 2015

Gobernar es otra cosa (publicado el 5/3/15 en Veintitrés)

La última apertura de sesiones a cargo de la presidenta CFK puede servir para comprender las complejidades que implica la tarea de gobernar un país, esto es, asumir la responsabilidad del destino de millones de personas teniendo un poder limitado por poderes fácticos y debiendo constantemente realizar un balance de razones al momento de tomar decisiones.
Esto, claro está, a contramano de los gobiernos de la izquierda testimonial y de ciertos progresismos bienintencionados, pero incapaces de asumir responsabilidades, que tienen todo resuelto desde el principio. Son aquellos que dicen “hay que hacer tal o cual cosa”, pero cuando esa “tal o cual cosa” se hace, dicen que “se tendría que haber hecho antes”. Ansiedades de este tipo de posiciones para las que evidentemente cuatro años de presidencia sería un tiempo demasiado extenso ya que todo debería resolverse el primer día. Es más, serían gobiernos ni siquiera de un día sino más bien de una sola acción, gobiernos que en esa acción harían todo lo que hay que hacer ya que todo aquello que demande una segunda acción será plausible de ser acusado de “no haberse hecho antes”.
Pero los partidos y las personas que además de decir lo que los otros deberían hacer, lo hacen, saben que asumir un gobierno supone un nivel de complejidad enorme en el que la ética de los principios se mezcla con la ética de las consecuencias y en el que, sencillamente, muchas veces, hay que tener la capacidad para cambiar a tiempo o construir poder durante un lapso para ir por la transformación del statu quo cuando el equilibrio de fuerzas así lo disponga.
Vamos a decirlo en términos más concretos: ¿por qué sigue existiendo una Secretaría de Inteligencia? Frente a esto hay muchas respuestas posibles pero digamos que en un escenario mundial como este, ningún Estado puede prescindir de una Secretaría de Inteligencia que se ocupe de los diferentes tipos de amenazas externas a las que está potencialmente sometido un país. Pero entonces ¿por qué no descabezó antes la cúpula de la Secretaría de Inteligencia? Aquí también se pueden decir muchas cosas empezando por el hecho de que parece claro que la autonomía de la misma comenzó tras el avance del Memorándum pero, más allá de eso, ¿se imagina a Kirchner asumiendo con el 22% y tomando como primera medida el pase a  disponibilidad de los agentes de la SI en un contexto en el que la “Maldita Policía” bonaerense, por ejemplo, estaba en plenitud? Usted dirá que con este tipo de razonamiento se puede justificar todo, incluso, aliarse con sectores execrables. Por supuesto que no es esa la intención de este escrito. Solo trato de mostrar que cuando uno asume una responsabilidad de gobierno comienza a jugar en un tablero que ya está armado y en el que generalmente sus fichas corren con desventaja o tienen movimiento propio.
Hablemos de la relación entre Argentina y Estados Unidos. Dado que lo más fácil sería levantar el dedito como buen periodista prefiero ir por otro lado. ¿Y saben qué? Déjenme decir que la denuncia de Nisman es harto insólita entre otras tantas cosas porque el gobierno de los Kirchner, en lo que respecta a la mirada sobre el terrorismo internacional, se mantuvo en línea con el punto de vista de Estados Unidos. Incluso cuando pudiera haber referentes del propio gobierno que en público o en privado advirtieran sobre la pista siria, lo cierto es que, al igual que Estados Unidos, Argentina, en esta última década, avanzó sobre la pista iraní a tal punto que la firma del memorándum es la confirmación de que la pista que se perseguía era la iraní. ¿Se trata de la incoherencia del relato? No, zoncitos. Se trata de hacer política y de balancear. Porque mientras Argentina acompañaba esa mirada en el plano del “mapa” del terrorismo internacional con Estados Unidos, Néstor Kirchner recibía en Mar del Plata a George W. Bush para, junto a Chávez, decirle “No al Alca”, esto es, para dar el paso clave que explica el enorme crecimiento redistribuido de la región en los últimos 10 años.  
Hablemos también de los trenes. Más allá de que todos los indicios mostrarían que la tragedia de Once obedeció a la negligencia del motorman, lo cierto es que un accidente de tal magnitud desnudó que la política en esa materia había sido enormemente deficitaria. Los trenes seguían en manos privadas, se viajaba mal y, como si esto fuera poco, el Estado cada vez ponía más dinero en subsidios. Así lo entendió el gobierno y se puso a trabajar en el tema independientemente de las responsabilidades que arroje el juicio. Esta vez sí, creo, sin dudas, el gobierno llegó tarde pero también es verdad que llegó e hizo lo que otros gobiernos no hicieron pues impulsó la renovación más grande en materia de ferrocarriles desde Perón hasta la fecha. El último paso en ese sentido fue el reciente anuncio de la rescisión de los contratos con los administradores privados. A su vez, en su discurso del último domingo, la presidenta mencionó la estatización llevada adelante por el fundador del partido justicialista pero también aclaró que su gobierno no persigue un estatalismo compulsivo como una suerte de contracara de la mirada menemista sintetizada en el legendario fallido del ministro Dromi quien afirmara “nada de lo que deba ser estatal quedará en manos del Estado”. Aquí tenemos, entonces, una vez más, principios, consecuencias, hechos, transformaciones de los escenarios y momentos particulares, más allá de que en general parece operar en el gobierno la idea de que solo volverá al Estado todo aquel servicio privatizado que no cumpla con su responsabilidad.       
Permítame, ahora, darle un ejemplo del terreno económico donde lo que aquí trato de desarrollar se ve con claridad. Meses antes de su muerte, Néstor Kirchner asiste al programa, de la TV Pública, 678. El contexto era la insólita situación de un Martín Redrado que prácticamente se había parapetado defendiendo la postura, típicamente liberal y que denunciara oportunamente Scalabrini Ortiz, de un Banco Central independiente de las políticas económicas de los gobiernos nacionales pero dependiente de las políticas imperialistas que hoy adoptan la forma de mercados financieros. En ese marco, el columnista Orlando Barone le pregunta al ex presidente por qué eligió a Martín Redrado para ocupar semejante cargo sabiendo de la ideología inocultada del “Golden boy”. La respuesta de Kirchner fue tan breve como clara: “¿y a quién querías que ponga? ¿Al “flaco” Kunkel?”. Claro, en el marco de la renegociación de la deuda, Kirchner interpretó que debía dar una señal hacia los mercados mientras obtenía una quita del 66% de la deuda aceptada, finalmente, por el 93% de los acreedores. En esa misma línea genera una mueca risueña quienes le espetan a Kirchner haber aceptado la jurisdicción de New York en esa renegociación. ¿Acaso creen que los acreedores hubieran aceptado sentarse con un país que había entrado en default si la propuesta hubiera sido “jugar” en la jurisdicción argentina”?  
Para finalizar, recuerdo una crítica del progresismo respecto al vínculo del kirchnerismo con ciertos barones bonaerenses en los primeros años de Kirchner, vínculo que, por cierto, se fue quebrando claramente en la medida en que el kirchnerismo comenzó a tomar su propia fisonomía. Allí, una vez más, la pregunta sería: ¿pretendían que Kirchner rompa con el poder territorial de la provincia de Buenos Aires el 25 de mayo de 2003 en nombre de la transversalidad? ¿No era más adecuado, en todo caso, esperar, reunir fuerzas, generar otros cuadros políticos, y una nueva fuerza territorial, para combatir ese tipo de construcciones, en algunos casos, vinculadas a los principios más retrógrados, mafiosos y personalistas que han crecido bajo el paraguas de las reivindicaciones de los principios peronistas para transformarse en una fuerza de choque al servicio de la mera continuidad en el poder?       
La lista podría continuar y es natural que continúe especialmente en un gobierno que no duró cuatro sino doce años y que tuvo al frente a dos personas que, más allá de ser marido y mujer, eran diferentes. Para finalizar, entonces, hay que insistir en que no se trata aquí de justificar con el diario del lunes cualquier acción de un gobierno. Se trata simplemente de mostrar que hacerse cargo de un país es una tarea enormemente compleja en el que se toman decisiones políticas en un contexto en el que no solo operan las voluntades del gobierno. Hay errores, incoherencias, cambios pero también poderes fácticos con enorme peso, circunstancias fortuitas y, sobre todas las cosas, en un contexto en el que las extensiones territoriales son sobrepasadas por la prepotencia de la comunicación inmediata, existen fuerzas foráneas que juegan un rol preponderante, ya no como fuerzas militares invasoras, sino de formas mucho más sutiles. Decir esto no es ninguna novedad pero de repente hay analistas que parecen olvidarlo.

Los casos aquí narrados serán, para los puristas, la más clara demostración de lo que llamarán, despectivamente, pragmatismo. Lo harán, claro está, desde la tranquilidad de su hogar y con sus zapatos siempre lustrados, logros más que deseables y respetables por cierto, al menos desde la mirada de quien escribe estas líneas. Serán análisis interesantes y reconfortantes que les permitirán mirarse y mirarnos en el espejo luciendo con orgullo una pretendida coherencia onanista y autoreferencial. Pero si de lo que se trata es de entender lo que implica gobernar seguramente serán análisis bastante pueriles pues gobernar es, sin duda, otra cosa.