viernes, 29 de enero de 2016

Manual de zoología política (publicado el 28/1/16 en Veintitrés)

La fotografía del perro de Mauricio Macri sentado en el sillón presidencial y la decisión de utilizar animales en los nuevos billetes parece estar comprobando que la discusión pública ha devenido polémica zoológica. Con todo, se trata de elementos de comunicación de la nueva administración que bien valen algunas reflexiones y que se pueden vincular a las nuevas categorías y/o  eufemismos que se están utilizando públicamente desde las usinas de la construcción de imagen del macrismo. Ya sabemos que aquí no hubo devaluación sino “liberación del cepo”; que no hay “ajustes” sino “corrección”; que la utilización de DNU bastante poco republicanos y, en algunos casos, acusados de inconstitucionales, son simplemente “gestos de autoridad”; que todo empleado despedido es ñoqui y que los precios no aumentan sino que “se sinceran”. Sin embargo me interesa hacer énfasis en el sentido de la utilización de los animales pues se ha generado una interesante polémica que ha hecho que muchos editorialistas se ocuparan del tema.
Lo primero que se le viene a uno a la cabeza cuando Macri decide fotografiar a su perro, llamado Balcarce, en el “Sillón de Rivadavia”, son aquellas legendarias palabras de Héctor Magnetto cuando definía al cargo de Presidente de La Nación como un “puesto menor”, lo cual no significaba otra cosa más que decir que los presidentes en la Argentina no son los que tienen el poder. Que esté Macri o que esté su perro, en este sentido, podría significar lo mismo pues ni el perro ni Macri son los que, finalmente, toman las decisiones. Obviamente, desde el PRO, el sentido de fotografiar al perro no era ese y quien lo explica con claridad es quien es hombre de consulta del macrismo desde hacen mucho tiempo atrás. Me refiero a Jaime Durán Barba cuando, en una entrevista brindada al diario La Nación, afirmó “Si ponemos a Balcarce cuando Mauricio es presidente, estamos diciendo "no nos la creemos, no somos dioses. Balcarce viene acá y está perfecto, somos seres humanos comunes". Es el mensaje más profundo de la campaña de Mauricio, (…) [que es] un ser humano común. Tiene un perro, adora a su hija, se lleva bien con su mujer, le gusta bailar, se enoja, se entristece”.
Empezamos a ver entonces una construcción algo más compleja, pues se trata de crear nuevas formas de liderazgos que se alejen de las clásicas, aquellas en las que el líder era una figura completa, coherente, omniabarcadora, infalible y omnicomprensiva. Macri es incapaz de leer de corrido un discurso escrito, tiene muy poca afección al trabajo y pasa buena parte de su tiempo de vacaciones, no ha hecho su fortuna levantando bolsas en el puerto, llegó a ser Presidente estando procesado y con archivos que “lo condenan”… y sin embargo ha logrado obtener el 51% de los votos. Cuesta decir que sea como el común de los argentinos porque el común de los argentinos puede que tenga mayores virtudes que las del presidente pero lo cierto es que ha logrado que una parte de la ciudadanía se identifique, ya no con la figura de “madraza fálica” que todo lo resuelve (“CFK´s style”), sino con la del niño torpe que aprende gobernando. De hecho, hay en buena parte de los votantes casi un voto de conmiseración, un voto bajo el argumento “démosle una oportunidad”, pasión que esos mismos argentinos no profesan cuando el hijo les pide prestado el auto o cuando el técnico del equipo de fútbol favorito decide probar un pibe de las inferiores. Pero el “démosle una oportunidad” solo se puede pensar a partir de la construcción de un Macri como “lo nuevo” y, para construir un Macri como “lo nuevo”, hace falta eliminar la historia. ¿Qué historia? La personal, la de Mauricio, el niño bien hijo de Franco, procesado y defensor a ultranza de las políticas neoliberales de los 90, y la historia en general porque cualquier línea de ruptura o continuidad de Macri y el macrismo con referentes, hechos o lecturas del pasado lo comprometería. A tal punto se intenta construir un Macri como hombre nuevo que, a pesar de tener 4 hijos solo se lo ve con su hija más pequeña. Efectivamente, un hombre nuevo y eternamente joven no puede tener hijos mayores de 30 años como Macri los tiene. Por ello, Macri pasa de repente a tener una sola hija y una mujer joven y linda al lado.
Los más de 100 vetos realizados en la Ciudad de Buenos Aires, la utilización indiscriminada de  DNU y negarse a llamar a extraordinarias no van de la mano del presidente “sensible”, “falible” y “dialogador” que se intenta mostrar pero ese es otro asunto. Lo que hace falta, y en esto los medios de comunicación, con el enorme aporte que hacen a la ruptura de sentidos, son de gran ayuda, es eliminar la historia de modo tal que, paradójicamente, quien llega al poder diciendo que hay que acabar con los relatos fundacionales genera las condiciones de una refundación sobre un pasado que ya no existe. Más allá de que existen otros países en los que aparecen animales en sus billetes (Brasil, Filipinas, Bielorrusia, Sudáfrica, Nueva Zelanda, Congo, Mongolia e Indonesia), para el nuevo gobierno argentino la decisión de reemplazar a los próceres puede leerse, entonces, en este sentido: la naturaleza no tiene historia. La historia es de los hombres (no de los animales) y en tanto tal no está exenta de conflicto. Elegir a un “prócer” para “ocupar” un billete supone dialogar y tomar posición en la historia y en el presente, algo que el macrismo quiere evitar. Por eso pone una ballena, un yaguareté, un hornero, un cóndor y una taruca en lugar de Roca o Evita.
(Más vale inclinarse por esta interpretación y no por la de aquellos mal pensados que, de la utilización de animalitos, deducen que no hay una apuesta por la naturaleza ni por la deshistorización sino simplemente la advertencia de que en la Argentina hay que prepararse para que rija la ley de la selva en la que, como ya sabemos, siempre ganan los más fuertes).          


viernes, 22 de enero de 2016

¿Y dónde está la conducción? (publicado el 21/1/16 en Veintitrés)

El gobierno de Macri parece tener una estrategia clara: atacar los emblemas y referentes de la “década ganada”. Esto incluye a 678, Víctor Hugo Morales y la programación de Radio Nacional, el CCK, El Instituto Dorrego, la militancia, figuras de la política claramente identificadas con el kirchnerismo como Aníbal Fernández, Máximo Kirchner, Axel Kicillof, Martín Sabbatella y, claro está, la propia expresidenta. A esta última le espera el intento de hacerla pasear por diversos tribunales a partir de la insólita revitalización del “caso Nisman”, un fiscal vinculado a los sectores más oscuros de “la Embajada” y los Servicios de Inteligencia en la Argentina y el extranjero, con cuentas sin declarar fuera del país, acusado de quedarse con dinero de los empleados que él mismo designaba y utilizar dineros públicos para viajar con amantes alrededor del mundo. Más allá de que los sectores del “partido judicial” comenzaron, a partir del 10 de diciembre, a dar todos los pasos para hacer girar (con más deseos que indicios) la causa de la muerte de Nisman hacia un asesinato y que diarios como INFOBAE (¡cómo no nombrarlo si hablamos de “La Embajada”!), Clarín y La Nación, ya se encuentren en campaña de reinstalación para reflotar la denuncia que el fiscal no podía sostener públicamente, quedará para evaluaciones futuras confirmar si fue efectiva la estrategia macrista de pretender esmerilar por vía judicial el caudal político que todavía posee CFK. Mi intuición es que la derecha en la Argentina ya han transitado senderos parecidos en gobiernos como los de Perón y el resultado no ha sido el que ellos esperaban. Con todo, les otorgo el beneficio de la duda.                
Ahora bien, aclarada la estrategia macrista cabría preguntarse cuál es la estrategia de la principal oposición en la Argentina, esto es, el kirchnerismo. Y allí no puedo más que abrir un interrogante pues hay un “silencio de conducción” alarmante. Desde lo personal, es atendible que CFK “se tome un tiempo sabático” pero lo cierto es que ciudadanos de a pie, militantes, intendentes, congresistas y hasta algunos gobernadores aguardan declaraciones o algún llamado para conocer los pasos a seguir. Así, la situación de hoy parece exactamente inversa a la ocurrida en los primeros años del kirchnerismo: allí teníamos una dirigencia política que estaba por delante de “la gente”, orientando. Hoy son autoconvocados inorgánicos de a pie los que llevan adelante una “resistencia pacífica” y que reciben el acompañamiento de algunos dirigentes que en muchos casos tienen buena voluntad pero no son capaces de canalizar ese fervor militante que ya había mostrado ser mucho más inteligente que la militancia orgánica cuando, tras el resultado de la primera vuelta electoral en 2015, entendió que Scioli no era lo mismo que Macri y que un triunfo de este último afectaría enormemente los logros conseguidos.
Como ya escribimos aquí hace algunas semanas, se está ante el riesgo de una balcanización del espacio nacional y popular y, en este sentido, hacen falta dirigentes responsables. Y mientras CFK no da señales sería bueno, no solo para ese espacio, sino para la democracia argentina, un reacomodamiento y una autocrítica que no conlleve a la implosión del movimiento al que algunos dirigentes parecen, voluntaria o involuntariamente, colaborar. Y no me refiero a sectores del peronismo de derecha que, naturalmente, buscarán el afianzamiento de un peronismo no kirchnerista, sino a dirigentes que incluso al día de hoy reconocen la conducción de CFK. Por mencionar un caso, un Guillermo Moreno que, en diciembre, y en 678, defendió a los gritos la intervención del INDEC y ante alguna repregunta o alguna observación certera respondía que poner en tela de juicio los números del organismo era un prejuicio progresista que había que extirpar afiliándose al PJ, no ayuda. ¿Es ser progre darse cuenta que la inflación no puede ser del 8% si las paritarias se cierran al 25%? No. Incluso podríamos plantearlo al revés y decir: “¿por ser peronista tengo que aceptar números que no cierran? Soy peronista, señor. No estúpido”. Pero más allá de los números del INDEC, al kirchnerismo no le hace bien azuzar las tensiones internas entre los sectores peronistas y progresistas. A pesar de eso, algunas semanas atrás, un referente del progresismo como Marcelo Saín cometió el mismo error que el compañero Moreno, solo que “desde el otro lado”. Así, en el marco del escape de los condenados por el triple crimen, el dirigente de Nuevo Encuentro volvió a culpar al sector del peronismo que disputó la interna con Aníbal Fernández y Martín Sabbatella de la “operación” llevada adelante por el grupo Clarín. Saín, quien me merece el mayor de los respetos y es alguien con sólida formación académica, hizo declaraciones temerarias y lanzó acusaciones falsas y delirantes reproduciendo acríticamente uno de los grandes mitos progre: el de “El aparato del PJ”. Efectivamente, ese aparato, más allá de que en las elecciones de los últimos 30 años se ha demostrado que está lejos de ser infalible, es presentado como un monstruo todopoderoso con gente muy mala que determina absolutamente el resultado de la elección. Si gana el PJ, el progre encuentra allí una supuesta corroboración de la efectividad del aparato. Pero si el PJ pierde, el progre no afirma que el aparato es inútil o incapaz sino que “boicoteó” o “fue para atrás” porque “transó” con la oposición y lanzó “fuego amigo”. Así cualquier hecho confirmaría la hipótesis desde la cual se parte y eso, en el ámbito de las ciencias, demostraría que hay algo en la hipótesis que no funciona bien. 
Para concluir, si sectores del peronismo K van a denunciar a “los progre” por haber traicionado una supuesta causa peronista y los sectores progre van a seguir repitiendo la cantinela de “los Barones” malignos que hacen ganar y perder elecciones para dejar a un lado los enormes errores de estrategia electoral que el kircherismo tuvo, en particular, en la provincia de Buenos Aires, el escenario del principal espacio opositor parece condenado a la fragmentación y, en tanto tal, a ser aprovechado por el oficialismo o por los sectores del peronismo de derecha que se mantuvieron afuera del FPV. Scioli es alguien que al menos por el momento es capaz de mantener cierta cohesión en el espacio pero lo esencial es el regreso de CFK, la única dirigente capaz de poder llenar una Plaza de Mayo hoy en día. La ex presidenta tiene la potencia política como para encauzar el espacio pero deberá conducir con mayor amplitud que la que tuvo en los últimos años como para poder lograr que todos, con sus diferencias, “jueguen adentro”. De no ser así, se ganará en pureza pero se perderá la posibilidad, por muchos años, de volver a ser mayoría en Argentina.      

viernes, 15 de enero de 2016

La Argentina de las dos censuras (publicado el 14/1/16 en Veintitrés)

En mi último libro, Quinto poder. El ocaso del periodismo, retomé, entre otras, la noción de “censura democrática” de Ignacio Ramonet. Se trata de una categoría interesante en varios sentidos, pero sobre todo porque muestra que en tiempos democráticos hay una forma de censura que es mucho más sutil que la existente en procesos dictatoriales. La censura democrática no actúa a través de recortes o silenciamientos. No se trata de decirle a un periodista “no escribas contra tal sujeto o tal empresa” ni tampoco quitar una imagen de una película o modificar el estribillo de una canción. Por el contrario, la censura democrática funciona a través de la sobreinformación irrelevante, de una inagotable cantidad de estímulos deshistorizados y presuntamente desideologizados que son consumidos como noticias. Si todo el tiempo se nos brinda información irrelevante es probable que pasemos por alto la información que verdaderamente vale la pena. En este sentido se da una situación paradojal: vivimos en la era de la comunicación, en la era en que a través de una prótesis tecnológica podemos estar al tanto de lo que sucede en cualquier parte del mundo y, sin embargo, nunca hemos vivido tan desinformados. Tenemos todas las noticias pero no tenemos la comprensión ni se nos deja el espacio y el tiempo para ir un paso más allá y examinar la información que está oculta detrás de la sobreinformación. A esta elaboración de Ramonet habría que agregarle que la censura democrática también ha cambiado al sujeto que censura pues antes se trataba, generalmente, de los gobiernos, pero hoy el principal sujeto que censura son las empresas que controlan el comercio periodístico. Este fenómeno que se da en todo el mundo se complementa en la Argentina con nuevas modalidades de la censura tradicional impulsada por administraciones que, directa o indirectamente, llevan adelante campañas de estigmatización y difamación (cuando no de censura directa) amparados en una claque de periodistas independientes que militaron para que Macri sea presidente.
¿De qué manera esta o cualquier administración puede censurar directa o indirectamente? Con el manejo discrecional de la pauta o privilegiando con ella a los más poderosos. El manejo discrecional de la pauta no es potestad de la actual administración. Sucedió lo mismo con el gobierno de Cristina Kirchner, el de Scioli en la Provincia y el de Macri en la Ciudad pero ahora la estrategia del PRO en Nación es mucho más perversa pues en nombre de la supuesta austeridad han quitado la pauta oficial hasta nuevo aviso. Estas circunstancias solo pueden ser soportadas por “los grandes” pues los medios “chicos” dejan automáticamente de pagar sus sueldos y quiebran en meses. La estrategia es inteligente: los medios grandes publicitan dulcemente las acciones del gobierno y hasta tapan sus papelones. A cambio el gobierno finge austeridad (la que no tuvo en la administración del Gobierno de la Ciudad) y, de paso, hace languidecer las “otras voces”.
Otra forma en que el poder político censura a la vieja usanza es presionando a empresarios y a auspiciantes: “Si ponés tal programa al aire no tenés pauta oficial en el resto del canal” o “si auspiciás en tal programa no te dejo auspiciar en este otro o tu empresa va a perder todas las licitaciones que hagas con Nación, Provincia de Buenos Aires y CABA” ¿Les queda claro, entonces, por qué 678 hoy no está al aire y nadie ha garantizado que alguna vez vuelva a estar? ¿Les queda claro por qué Radio Continental decide echar a Víctor Hugo Morales a pesar de que tenía contrato hasta fines de 2016 y va a perder un juicio millonario?             
 La claque hablará de finalización de los contratos o decisiones empresariales pero no explica por qué programas exitosos comercialmente como el del periodista uruguayo y el programa más visto de la TV Pública durante 7 años, hoy no tienen espacio como sí lo tuvieron todas las voces opositoras durante los doce años de gestión kirchnerista y, particularmente, desde que se sancionó la llamada “Ley de Medios”. Fíjese qué paradoja que mientras en 2009 TN denunciaba que “podía desaparecer”, en el primer mes de una administración macrista que modificó la Ley de Medios a través de un DNU, los que se han quedado sin aire han sido las voces más emblemáticas de la oposición a Macri. Esto se da, a su vez, en el marco de una campaña en la que el actual presidente utilizó “ser panelista de 678” como un insulto en el primer debate entre candidatos a presidente de la historia del país, y el funcionario titular del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos, el exAlianza, Hernán Lombardi, imputado el año pasado por lavado de dinero, se pasea por distintos programas afirmando, como lo hizo al diario La Nación, que “los de 678 ganaban cifras que no gana nadie en la Argentina”. Semejante afirmación le valió la aclaración de una de las panelistas de 678 quien indicó que su sueldo es de 27000 al mes, cifra que me consta al igual que me consta que otro panelista de 678 (en este caso yo), cobro algunos miles menos todavía, esto es, menos dinero que lo que recibe un camionero promedio, un motorman o un señalero, y mucho menos que lo que recibe cualquier gerente y el propio Hernán Lombardi.       
Por todo esto, la situación de la libertad de expresión en la Argentina sufre un importante retroceso pues se conjugan los dos tipos de censura: la democrática de la que hablaba Ramonet y de la que son responsables particularmente las corporaciones de medios, y la censura tradicional desde el Estado solo que ésta se realiza a través de mecanismos más sutiles, presiones más o menos indirectas y funcionarios, pagados por el dinero de todos, encargados de difamar e insultar al que, frente a un micrófono, ha decidido expresar, simplemente, que no piensa como ellos.   



martes, 12 de enero de 2016

Reflexiones a destiempo (publicado el 8/1/15 en Veintitrés)

Tanto en las columnas de esta revista, como en mis últimos libros, he venido trabajando el modo en que el poscapitalismo ha alterado nuestra temporalidad. En este sentido, no hace falta haber leído a los grandes pensadores ni ser estudiante de filosofía para notar que todo parece llevar más velocidad que la que llevaba antes. Así, al ritmo del vértigo del capital, llevamos vidas aceleradas en las que hacemos muchas cosas a la vez y en las que, encima, nos vamos a dormir con la sensación de que nos faltó tiempo. Es más, independientemente de la profesión o los intereses diversos que todos poseemos, tenemos el síndrome del “¿No me estaré perdiendo algo?” y, para combatir ello, tratamos de dar cuenta de todos los estímulos habidos y por haber en una sucesión infinita que, en tanto tal, lleva, naturalmente, a la angustia. El teórico de la comunicación Marshall McLuhan resume este fenómeno diciendo que hemos pasado de la “secuencialidad”, es decir, de hacer las actividades de a una por vez, a la “simultaneidad”, esto es, hacer todas las actividades juntas.  
Pero el autor poco conocido al que suelo citar cuando refiero a estos temas es Franco Berardi y su idea de semiocapitalismo. Con esta denominación, el filósofo italiano busca describir una nueva época en la que el eje ya no está puesto en el intercambio de bienes materiales y tangibles. Se trata, más bien, de una época en la que lo que se comercia son signos que, en tanto tales y a través de un ciberespacio que conecta a un mundo globalizado, generan rédito económico en la medida en que circulan a alta velocidad. Internet es, en esta línea, un emblema de estos nuevos tiempos en los que lo que importa es el consumo a velocidad y el periodismo, tema al que siempre suelo regresar, es funcional y se ha acomodado a esta nueva necesidad del capital. Hecha esta breve introducción, quisiera agregar elementos a esta reflexión a partir de la propuesta de un filósofo de origen coreano radicado en Alemania que viene ganando reconocimiento a nivel mundial por una serie de pequeños ensayos que la editorial Herder ha traducido al castellano. Me refiero a Byung-Chul Han y, en este caso, haré hincapié en su texto El aroma del tiempo.
Lo primero que el autor hace es rechazar la hipótesis de la aceleración del tiempo que venimos comentando. Dicho más claramente, habría aceleración del tiempo si existiese continuidad, linealidad y una meta. Pero eso ya no existe. El horizonte actual es el de la falta de sentido, el de la ausencia de un relato capaz de articular los hechos. En sus propias palabras: “El tiempo se precipita como una avalancha porque ya no cuenta con ningún sostén en su interior. Cada punto del presente, entre los cuales ya no existe ninguna fuerza de atracción temporal, hace que el tiempo se desboque, que los procesos se aceleren sin dirección alguna, y precisamente por no tener dirección alguna no se puede hablar de aceleración. La aceleración, en sentido estricto, presupone caminos unidireccionales”. Los dos ejemplos emblemáticos de esa falta de sentido y de direccionalidad son la lógica de la ya mencionada web y el zapping. ¿O acaso a usted no le sucede que al ingresar a Internet sabe por dónde comienza pero no sabe dónde termina ya que los links suelen depositarlo siempre en un terreno desconocido que está bastante alejado de la motivación inicial que tuvo al encender la computadora (si es que tal motivación alguna vez existió)? Y el zapping, el pasar de un canal a otro como forma de entretenimiento, ¿no es la mejor manera de ejemplificar la ausencia de motivación y de objetivo? Porque el zapping no es un medio para alcanzar un programa favorito y depositar nuestra atención allí. Todo lo contrario: el zapping es el fin en sí, pues es la distracción que necesitamos y el síntoma de la incapacidad de atención que cultivamos. Resumiendo: no vivimos acelerados y angustiados porque las cosas van más rápido sino porque no encontramos un sentido a lo que hacemos.
Comparemos, nos dice el autor, la situación actual con el tiempo mítico y el tiempo histórico. El tiempo mítico, vinculado a las presencias divinas, es un tiempo que desborda de significado. Es como una suerte de imagen estática en la que el cosmos es un todo ordenado que obedece a fuerzas divinas que dotan de sentido. El tiempo histórico también es un tiempo que dota de sentido pero se expresa como una línea que apunta a una meta. Todos los sucesos son parte de esa línea y tienen un significado en la medida en que forman parte de esa línea que se dirige a aquella meta. Esa meta puede ser la liberación del Hombre, la felicidad o lo que fuera pero lo que importa es que hay un fin que ordena y articula los hechos. ¿Qué sucede en la actualidad? Ni tiempo mítico ni tiempo histórico: mera acumulación de hechos que aparecen sin ninguna relación entre sí y sin ninguna conexión con el pasado ni proyección con el futuro. Puro presente, como el que los medios de comunicación nos presentan minuto a minuto. Lo que importa es que haya novedad, que una noticia rápidamente reemplace a otra y para que exista novedad tiene que haber ruptura temporal con el pasado. No se busca que la audiencia comprenda porque ese es un ejercicio complejo en el que interviene el sentido y la comparación. Se apunta a la información como mero estímulo cuantitativo a ser reemplazado por la inmediata novedad. Según Byung-Chul Han: “Esta ampliación temporal también distingue la comprensión de la información, que en cierto modo está vacía de tiempo, o es intemporal en sentido privativo. A partir de esta neutralidad temporal, la información se deja almacenar y emplear a voluntad. En relación a los recuerdos, estos se convierten en información o mercancías. La borradura de la memoria, del tiempo histórico, precede a la grabación de la información”
Lo que nos produce la sensación de aceleración es que la realidad se fragmenta en continuos presentes sin pasado y sin futuro que intentan ubicarse en una línea, uno al lado del otro, como si la mera contigüidad generara relaciones. Pero dado que esto no sucede se intenta llenar esos vacíos poniendo cada vez más átomos, más estímulos, más noticias que, vacías de significado, valen todas lo mismo. Nada es importante porque no hay posibilidad de comparar. Una selfie de una modelo con poca ropa es consumida como la noticia de tres prófugos siempre a punto de ser apresados, los estrenos del cine, un gobierno que, en nombre de la República, abusa de los decretos y el video de un gato que habla. Así lo explica Byung-Chul Han: “La expresión “átomos de sentido” también conduce a error, porque el sentido no es nuclear. De los átomos solo puede surgir una violencia sin sentido. La falta de gravitación provoca que las cosas se aíslen en átomos vacíos de sentido. Las cosas ya no siguen una trayectoria que las ligue a un contexto de sentido”.
Frente a este panorama, el autor llama a realzar el valor del sentido del olfato, los aromas de un tiempo con sentido ante una sociedad tan visual que anhela un lenguaje de simples imágenes creyendo que cada una de ellas podrá más que mil palabras, y a realzar la vida contemplativa frente a la vida activa que cree que lo que importa es ocupar el tiempo y olvida que el trabajo no puede ser un fin en sí mismo. Pero no se trata de una vida contemplativa entendida al modo monacal, esto es, como un masturbatorio “retiro del mundo” o absorbida por vaya a saber uno qué ideas eternas que andan por allí arriba. Es una vida contemplativa entendida como actividad, más precisamente como una actividad que, sea por el apuro, sea por la ausencia de sentido, aparece como a destiempo. Me refiero, claro está, a una actividad muy particular: la del pensar.       




domingo, 3 de enero de 2016

Otro gobierno. ¿Otra libertad? (publicado el 24 y el 31/12/15 en Veintitrés)

Más allá de que el discurso del macrismo, por razones estratégicas, siempre evitó el “debate entre modelos”, cabe preguntarse si no sería posible avanzar en la descripción de las fuerzas políticas que compitieron en el balotaje a partir de un breve recorrido por el concepto de libertad sobre el que se sustentarían. Tal empresa resulta difícil porque ninguna construcción política es homogénea y porque indagar en concepciones abstractas como éstas suele llevar a balbuceos y perplejidades. A su vez, todos creemos saber qué es la libertad pero es probable que si hiciéramos el ejercicio de consultar en cualquier reunión de amigos una definición, cada interlocutor acabe ensayando una definición distinta o con matices tal como sucedería con conceptos como “Verdad”, “Justicia” o “Belleza” por citar algunos.
Si bien ya se ha mencionado en esta columna alguna vez, al momento de indagar en la idea de libertad, es útil recurrir a una breve conferencia dictada en 1819 por el pensador político francés Benjamin Constant y que se conoce con el título: “De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos”.
Constant entiende que la concepción de libertad que tenían los antiguos es diferente a la que tienen los modernos pues para estos últimos la libertad es vista siempre desde la perspectiva individual. Hay quienes llaman a este modo de entender la libertad, “libertad negativa” o “libertad como ausencia de impedimento” en tanto se es libre en la medida en que nada se interponga en el camino del plan de vida individual. La concepción moderna de libertad acompaña las transformaciones que se venían dando en la Física, especialmente en lo que tiene que ver con una nueva manera de entender el movimiento, lejos de aquella idea aristotélica que vinculaba a éste con el presunto orden natural de los objetos. Dicho groseramente, y que me perdonen los físicos, en la modernidad aparece la idea de que lo único que puede frenar la velocidad de, por ejemplo, una pelota es una resistencia que puede ser la de un ser humano o, simplemente, la del aire. Si tal resistencia no existiese, la pelota mantendría su velocidad y su andar de forma pareja eternamente. Con la libertad pasa algo similar: si nada se interpone en mi camino, y esa nada incluye a otros hombres pero también a, por ejemplo, el Estado, seré libre.
Más allá de la insuperable cantidad de matices, se puede decir, como mínimo, que las tradiciones políticas que se siguen de pensadores como Hobbes, Locke, Kant, entre otros, se apoyan en esta concepción “moderna” de la libertad, esto es, la libertad entendida como la posibilidad de verter libremente mi opinión, de profesar una religión, de escoger mi oficio, de reunirme con quienes quiera, de disponer de mi propiedad privada y de elegir mis representantes, entre otras tantas cosas.   
Distinta era la libertad en la antigüedad y, por tal, Constant se refiere a la concepción política de la libertad existente en la Atenas del siglo V AC. Allí la libertad era vista desde una perspectiva colectiva. No se era libre en tanto se gozaba de bienes privados sino en la medida en que se participaba de la cosa pública. La autonomía, esto es, darse la propia ley, no significaba que cada uno podía hacer lo que quería sino que, como ciudadano, se era parte de las mayorías y las minorías que en la Asamblea decidían cuáles serían las leyes que regirían el cuerpo político. Según Constant, esta forma de entender la libertad solo se podía llevar a la práctica bajo las circunstancias particulares de una sociedad como la ateniense, esto es, una sociedad pequeña con enorme cantidad de esclavos que permitía a los hombres libres tener el tiempo necesario para ocuparse de los asuntos públicos. A su vez, estas pequeñas sociedades solían recurrir a la guerra antes que al comercio para hacerse de determinados bienes, en clara oposición a lo que, según Constant, caracterizaría a la modernidad, esto es, su perpetuo transitar hacia la paz en un mundo donde los hombres libres e iguales intercambiarían bienes. Sin embargo, claro está, en una sociedad sin esclavos y con hombres que invierten su tiempo en satisfacer sus asuntos privados, la lógica de la deliberación constante que caracterizaba a la antigüedad se trasforma en una utopía. De aquí que la modernidad requiera una nueva forma de representación política y se pase de la representación directa a la indirecta. En otras palabras, en la antigüedad cada uno de los ciudadanos participaba de la asamblea sin ningún tipo de mediaciones ni delegados. ¿Pero es posible hacer eso en una sociedad de 40.000.000 de habitantes en la que se trabaja entre 8 y 12 horas diarias? Evidentemente no, diría Constant, de aquí que los modernos entiendan que la asamblea con participación directa no sea el formato adecuado para las deliberaciones del cuerpo político y se avance hacia la idea de “representación”, esto es, la idea por la cual una sociedad o un conjunto de hombres delega en un sujeto o en un grupo la potestad de la toma de decisiones. De forma bastante más cruda, Constant lo expresa así: “El sistema representativo es la forma en la que una sociedad descarga sobre unos individuos lo que no está dispuesta a hacer por sí misma”.
¿Es posible conciliar esta concepción de la libertad con el llamado al empoderamiento y la participación que pregonaba, por ejemplo, el kirchnerismo? ¿O, sin dudas, de la concepción moderna de la libertad se sigue la concepción PRO de una política de gerentes, simples administradores de los bienes de una sociedad que solo se ocupa de satisfacer su plan de vida individual? Asimismo e independientemente de la posibilidad de identificar al kirchnerismo con una forma de entender la libertad y a la construcción PRO con otra, ¿cuáles son las consecuencias negativas de la libertad de los antiguos y de la libertad de los modernos? ¿Se trata de elegir una en lugar de otra? ¿Acaso es posible encontrar un punto intermedio? Preguntas que intentaremos responder la semana que viene (Continuará).
                                           
                                       Segunda Parte


En la edición anterior nos preguntábamos si los proyectos políticos que se enfrentaron en las últimas elecciones podían ser identificables según dos concepciones de la libertad, en principio, antagónicas. Más específicamente, decíamos que a partir de las elaboraciones del francés Benjamin Constant en las primeras décadas del siglo XIX, era posible identificar al menos dos formas de entender la libertad. Una, que nos resulta más familiar, denominada “de los modernos”, y otra denominada “de los antiguos”. La libertad de los modernos es una libertad individual entendida como ausencia de impedimento. En este sentido seremos libres en la medida en que nada se interponga en nuestro camino. ¿Libres para qué? Para decir lo que pensamos, reunirnos, poseer y disponer de nuestra propiedad privada, elegir a quien queremos que nos represente y formar parte del culto que nos plazca. En cuanto a la libertad de los antiguos, se trataba de una “libertad colectiva”. Tal definición, que podría ser casi un oxímoron para un moderno, se basa en la idea de que el Hombre solo puede realizarse como parte de su comunidad y no por fuera de ella. De aquí que para los antiguos peor castigo que la muerte sea el destierro pues esto implicaba la pérdida de ciudadanía y todo lo que ello trae aparejado, esto es, la pérdida de los derechos, de brindarse su propia ley como parte de la Asamblea y de alcanzar su identidad (algo que solo era posible como parte de una comunidad organizada bajo un único régimen político). En este sentido, la contraposición entre una libertad y la otra es clara, pues, para los modernos, la libertad es una exigencia individual contra una comunidad y un Estado que, casi por definición, la amenazan; y para los antiguos, la libertad (que es colectiva) solo es accesible a través de esa comunidad y ese Estado.
Por último, en la nota de la semana pasada, concluíamos que la noción de representación era esencial a la libertad moderna porque un individuo absorbido en sus asuntos personales, ocupado enteramente de cumplimentar su plan de vida, necesita elegir administradores de la cosa pública que lo eximan de esa tarea, a contramano de lo que sucedía con los antiguos que, ocupados del autogobierno colectivo y entendiendo que no hay plan de vida por fuera de la comunidad, entendían que debían ser ellos mismos, y en Asamblea, los encargados de tomar las decisiones.
En este marco es que nos preguntábamos si no era posible entender las diferencias entre macrismo y kirchnerismo, (o entre un partido conservador con algunos rasgos de “derecha moderna y liberal” y un peronismo de centroizquierda que también tienen elementos “liberales” como el que representa el kirchnerismo), partiendo de la suposición de que cada una de estas construcciones políticas se basa en concepciones divergentes acerca de la libertad.  
Y la respuesta es difícil porque cualquier construcción política capaz de alcanzar amplias mayorías en tiempos posmodernos es difícilmente delineable. Con todo, algunos trazos gruesos se pueden hacer. En el caso del macrismo, la pregunta es si, de una vez por todas, en Argentina, el liberalismo será coherente. En otras palabras, ¿habrá llegado el momento en que los que son liberales en lo económico serán también liberales en lo político? La pregunta es pertinente porque en Argentina no fue nunca así pues los liberales económicos eran conservadores en lo político y en lo moral, y mientras pedían que el Estado no tuviera injerencia en el mercado, restringían la participación política y apoyaban la injerencia de la Iglesia hasta en las alcobas. En el macrismo conviven algunos cuadros liberales jóvenes “progresistas” más permeables a avances como el matrimonio igualitario, con figuras absolutamente retrógradas que, por cierto, no están en las cuartas ni en las quintas líneas sino en las primeras. Los sectores más coherentemente liberales son identificables con la libertad de los modernos pero a los conservadores se los puede identificar con la variante reaccionaria de la libertad de los antiguos, aquella que en nombre del ser “argentino” y vaya a saber uno qué “espíritu de la comunidad”, se siente facultado a señalar como una “enfermedad a extirpar” a todos aquellos grupos sociales que planteen una voz disidente. Porque, no debemos olvidar, mientras que el discurso en pos de la comunidad puede ser efectivo contra el liberalismo también puede devenir autoritario. En el caso del kirchnerismo, una vez más, a grandes rasgos, debemos partir de la tensión existente al interior de la propia doctrina justicialista. Dicho de otro modo, la “tercera posición” peronista puede interpretarse como una manera de tratar de resolver el dilema de las dos formas de libertad aquí planteada pues Perón entendía que había que superar ese colectivismo que “insectificaba” al individuo tanto como ese individualismo que despreciaba a la comunidad. En el caso del kirchnerismo, independientemente de las controversias acerca de si es más o menos que el peronismo, o de si es una superación o un retroceso, lo cierto es que, en la última década, se dio un fenómeno particular y es que el movimiento fue hegemonizado por una prédica progresista que terminó rescatando al peronismo aun cuando esa prédica progresista fuera enarbolada por sectores no peronistas (y hasta antiperonistas en algunos casos) que también son parte del kirchnerismo. En este sentido, la política de Estado en torno a los DDHH fue el estandarte de una aggiornada “ampliación de derechos modelo siglo XXI” en la que también aparecieron elementos de la tradición del liberalismo político aun cuando algunos reaccionarios agiten el fantasma comunisto-populista cada vez que un gobierno osa mencionar que pretende una “redistribución del ingreso”. Para concluir, sería falso afirmar que en el kirchnerismo hay un afán colectivista totalizador, una suerte de derivado de la libertad de los antiguos que habría llegado para acabar con la libertad individual de los modernos. Es falso en el kirchnerismo como también sería falso para definir al peronismo más allá de que, insisto, el movimiento liderado por Néstor y Cristina Kirchner se vio complementado con elementos de una tradición liberal que no estaban presentes en el peronismo clásico o que, en todo caso, estaban atenuados por un contexto de época. Lo que restará evaluar en los próximos años es el perfil que irá adoptando el macrismo al frente del gobierno nacional. Su liberalismo económico, que intenta disfrazarse de desarrollismo, es claro tanto como la prédica individualista que busca reemplazar lo colectivo por una terminología oenegista pasteurizada que habla de “grupos”, “voluntarios” y “solidaridad” a través de Fundaciones. La lógica de lo público como “cosa de administradores” y no como espacio de participación popular también es evidente a partir de la decisión de ubicar CEOs de empresas al frente de todas las áreas del Estado. Restará ver si en el plano político y moral vence el progresismo light de una derecha “verde” o si se imponen los dinosaurios que están ansiosos de revancha social y que, como dijimos antes, también son parte del PRO. Para este sector, la única libertad individual es la que se da en el plano económico. Para todo lo demás… están ellos.