jueves, 22 de noviembre de 2007

Contrato moral, contrato político

Si bien ha transcurrido casi 3 semanas desde las elecciones, la virulencia de algunos cruces entre el gobierno y los partidos de la oposición no ha sucumbido ante el final de la contienda electoral. El principal flanco de los ataques por parte de los voceros del gobierno es Elisa Carrió quien de manera poco feliz declaró que tras las elecciones se retiraba 3 meses al mar si bien eso no hizo que adoptara el perfil bajo que el contexto pos elección pedía. En principio hay dos cuestiones importantes que afectan a Carrió y que han sido tapa de los diarios: el éxodo de los principales referentes del ARI (ahora denominado grupo de los 8) de la Coalición Cívica acusando a ésta de haberse “derechizado” al incorporar a Patricia Bullrich, a Estenssoro y coquetear con López Murphy entre otros. La segunda cuestión que llamativamente aparece ahora tiene que ver con la declaración jurada de Carrió (digo llamativamente porque ésta ya era pública y hasta había aparecido en el Clarín del día 14 de octubre). Carrió declara que tiene un patrimonio total de 104.460 pesos conformado por: un departamento valuado en $54.000 que le presta a una diputada del ARI; dos terrenos en el Chaco cuyo valor es de $5000 en un caso y $2795 en otro; en bienes del hogar tiene $22.346. Pero por si esto fuera poco, a estos magros 104.000 pesos debemos restarle $65000 que Carrió debe al Banco Hipotecario y a otros bancos con el agregado de que podría perder el departamento de $54.000 si sale una sentencia en su contra en un juicio por calumnias e injurias que le sigue Eduardo Duhalde. Una última cuestión: actualmente Carrió no tiene trabajo y la mantiene una colecta que hacen algunos diputados del ARI.
Varias reflexiones se pueden hacer al respecto: por lo pronto parece poco creíble que una profesional, que a su vez posee un apellido de gran prestigio en el ámbito del Derecho, y que lleva al menos 15 años en la política prácticamente no tenga patrimonio. Parece una exageración de Carrió en ese sentido. Ella no iba a obtener un voto menos por decir que su patrimonio es de, pongamos, 1.000.000 de pesos. Hay tantas buenas razones para votar a Carrió que hacerlo por su escaso patrimonio es ofensivo a sus cualidades. Por otra parte, no hace falta ser indigente para ser honesto y lamentablemente esta declaración jurada genera la idea de que o bien Carrió miente o bien es una pésima administradora.
Ahora bien, tal vez alguien ingenuamente podría decir que una mala administradora de sus ingresos difícilmente pueda hacerse cargo de un país. Pero esta última idea es tan falaz como la que indica que quien administra bien una empresa y un club de fútbol necesariamente administra bien un país. A veces se da así pero no hay una conexión lógica entre estas afirmaciones. Pero el elemento más importante que puede perdurar es uno que puede afectar aún más a Carrió. Me refiero a que se dirá que ella miente y que, por lo tanto, la guardiana de la moralidad argentina esconde una naturaleza jánica. Así Carrió perdería la legitimidad para exigir el contrato moral. Pero me quiero detener un poco en este punto. Está claro que el contrato moral ha sido el “caballito de batalla” de Carrió, aunque quizás no tanto en esta campaña que fue mucho mejor manejada por sus asesores y jefes de campaña. Pero yo siempre me pregunté qué quería decir eso de ”contrato moral”. Por un lado parece remitir a la tradición contractualista como parte de una estrategia de situarse dentro de algo así como “una línea de pensamiento republicana”. Pero la idea de que el contrato debe ser moral me desconcierta. ¿Es moral porque la gente debe ser buena y, dado que no lo es, la sociedad debe cambiar? ¿O se refiere a que debe haber una única moralidad, en el sentido de que los argentinos debemos perseguir un único ideal de la buena vida? Esto último es casi un ideal clásico por no decir anacrónico. Las sociedades modernas occidentales son plurales y la tradición contractualista intentaba dar respuesta a esa situación. Se trata de algo más o menos así: ya que todos pensamos distintos, pongámosnos de acuerdo en derechos y delegaciones que nos garanticen que cada uno pueda perseguir la forma de vida que desee. Esto lo sabemos al menos desde el siglo XVII con lo cual no creo que el contrato moral se refiera a esto. Queda, entonces la primera alternativa: el contrato moral es que todos seamos buena gente. Es decir: el problema de la Argentina es que cuando podemos violamos la ley y los políticos son los primeros en violar la ley justamente porque utilizan lo público para favorecer sus intereses privados. Igualmente, se dice, los políticos son sólo un emergente de una sociedad en descomposición. Sin embargo, mientras la sociedad cambia, la gente debería votar a personas honestas (léase Carrió). De manera simplificada ese sería el razonamiento. Dicho esto resulta claro, que la inmoralidad de mentir derribaría el constructo de Carrió y su legitimidad. Y me pregunto por qué.
¿Sería peor gobernante Carrió por habernos mentido en su declaración jurada? ¿Telerman hizo una peor gestión desde que nos enteramos que no era licenciado? ¿Las propuestas de Blumberg se hicieron poco atractivas por no ser éste ingeniero? ¿Clinton fue menos demócrata por negar, en un principio, algo tan común como la felatio de una becaria? Lo paradojal es que Carrió queda presa de su propia lógica de moralizar la política y parece estructurar lo político detrás de la dicotomía honesto (moral) versus deshonesto (inmoral). Esta es otra de las graves consecuencias de una crisis como la de 2001. Alcanza con ser honesto para recibir un voto. Eso mismo se decía de Zamora: lo votamos porque es honesto y porque vive de vender libros. La moralización de la política no permite evaluar estrategias de gobierno ni proyectos de país. Importan sus ejecutores. Si roban son del eje del mal. Si no, están de nuestro lado. Hay dos bandos nada más: los buenos y los malos: Menem y todo el resto. Y los nuevos malos también son Menem. Kirchner es Menem y de este lado nosotros, los buenos ciudadanos. Nosotros que siguiendo la tendencia de algunos espiritualistas públicos afirmamos que alcanza con ser buenos ciudadanos y generar comunidades bloggers con pseudónimos para cambiar el mundo. Nosotros que por mail nos anotamos en una lista para que no cierren un canal que no vimos nunca; nosotros que con sagaz claridad observamos que el único problema de este país es que se roban la plata.
La corrupción a todo nivel es sin duda un problema y sería deseable que este mal endémico de los hombres no exista. Pero, justamente, los grandes pensadores del contractualismo trataron de presentar la justificación a un Estado formado por hombres que no son ni ángeles ni santos. Hombres que en algunos casos son egoístas, envidiosos, ladrones y corruptos. Por eso diseñaron un contrato político y no moral. El moral era imposible. Dividieron el ámbito de lo público y lo privado y creyeron que sólo en torno del primero se podía pactar. Cuando todos persigamos el mismo ideal de buena vida o todos seamos hombres buenos, seguramente las formaciones jurídicas serán casi obsoletas. Allí no hará falta elegir a nadie que mande. El día de la plena moralidad será el día en que el contrato político carezca de sentido.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Las lecciones de la elección

Si bien fue un lugar común decir que las elecciones no despertaron gran entusiasmo, cualquier acto eleccionario genera una sensación de histeria generalizada para lo cual la tarea más saludable es apagar la televisión y la radio unos días antes y el día domingo a las 21hs conectarse a la página del ministerio del interior y corroborar los datos. Esto último lo hice aunque me resultó más difícil poder aislarme de la radio y la TV.
En lo particular estas elecciones me parecían importantes no sólo en sí mismas sino para poder corroborar, y aquí vuelvo a repetir la palabra, la “histeria” que algunas exageraciones de meses previos habían generado. No hubo ballotage a pesar de que algunos comunicadores, a veces por formar parte de la campaña, y a veces por la lógica de la noticia y la búsqueda de expectativa, se encargaban de decirlo. Cristina llegó al 45% (44,9%) y dobló a la segunda fuerza. Si bien fue la misma diferencia que Macri obtuvo sobre Filmus en primera vuelta esta vez se prefirió no decir que el oficialismo “arrasó”.
Cristina ganó en todas las provincias salvo San Luis y Córdoba. Incluso ganó en Santa Cruz donde, a juzgar por las noticias que llegaban hasta aquí, parecía tratarse de una provincia al borde de la guerra civil. La fórmula presidencial del oficialismo obtuvo allí un 68% de los votos contra el 17% de la coalición cívica. Donde también parecíamos estar al borde de la guerra civil era en Gualeguaychú. Sin embargo, allí ganó el oficialismo con el 45,7% de los votos.
Los candidatos de la mano dura, especialmente Blumberg, que en algún momento fueron presentados como los líderes de la oposición finalmente no lo fueron tanto. Así Blumberg sacó 1,3% como gobernador y 0,9 como diputado. Aquellos que inflaron la candidatura de Blumberg se excusaron diciendo que el triste episodio por el cual se demostró que no era ingeniero minó su caudal de votos aunque yo me inclino a pensar que tal vez, por ahora, fueron sus ideas y la mediocridad especulativa que lo hizo coquetear con todos los candidatos para cerrar finalmente con Sobisch, lo que no fue bien recibido por la gente. Al fin de cuentas, las ideas de Blumberg son buenas o malas más allá de que sea o no ingeniero, esto es, más allá de que sea un mentiroso.
Otro elemento a resaltar es que en los lugares donde la gente del campo resulta mayoría allí también ganó el oficialismo (véase, por ejemplo, las distintas localidades de la provincia de Buenos Aires). No podía ser de otra manera, pienso yo, pues el campo está obteniendo, probablemente, las mayores ganancias de su historia, no sólo por su propia capacidad, sino porque el gobierno ha decidido mantener una política económica que favorece a este sector entre otros. Así parece sobredimensionada la exposición mediática que tienen algunos dichos o medidas de ciertos sectores del campo, evidentemente minoritarios aunque poderosos, que no admiten ningún tipo de retención y patalean como chicos si no reciben los subsidios del mismo Estado al que critican cuando interviene y busca controlar los precios.
Finalmente ni la inseguridad ni la inflación parecieron afectar demasiado al gobierno (por cierto, hoy pude comprar tomate perita a 2,50 el kilo de manera tal que si el tomate es el indicador principal de la inflación espero para octubre un número inferior a cero). Tampoco la demanda de calidad institucional ni algunos hechos de corrupción. Importó, en términos generales, la recuperación económica del país si bien también algunos votantes pudieron tener en cuenta los avances en la política de derechos humanos, la independencia de la corte suprema, la gestión en salud y en educación, etc. Sin embargo, estoy seguro de que estos avances habrían sido opacados si la economía no anduviera bien.
Antes de meterme en la post elección y en la nueva agenda mediática debemos decir que López Murphy logró despilfarrar el caudal de votos obtenido hace 4 años y con una gran exposición mediática, apenas consiguió el 1,56% de los votos. Finalmente no resultó un candidato tan racional y honesto como algunos, en subrepticia campaña, intentaron instalar. Lo mismo ocurrió con Melconián y Pinedo que obtuvieron el 12% en Capital a pesar de que el Pro había sacado el 60% cuatro meses atrás. Macri, sin ponerse colorado dijo que la gente ya no vota partidos sino nombres. Esta es una gran verdad. El gran problema es para qué, entonces, la puesta en escena, de “un día, una propuesta” o la idea de “esto es Pro y eso no es Pro”. Finalmente, la identidad Pro de repente se diluyó y ahora se encarnó en el fundador. Ahora deberíamos decir “esto es macrista y esto no”. ¿Acaso la “nueva política” es que las identidades partidarias se diluyeron y sólo votamos personas?
Por último, la izquierda volvió a repetir como lo ha hecho una y otra vez, una pobre elección y uniendo a Ripoll, Castells, Ammann, Montes y Pitrola no se llega al 3,2% de los votos. Si bien sumados representan más que Sobisch y López Murphy juntos, parece difícil arrogarse demasiada representatividad con este resultado.
Pero me quiero detener en la post elección. A juzgar por lo que vi en la semana parece que el triunfo del oficialismo quedó en un segundo plano frente a los “grandes temas argentinos”, esto es: ¿quién es la oposición: Macri o Carrió? y ¿Por qué Cristina perdió en los grandes centros urbanos? Dado que esto es lo único que importa daré mi opinión:
La oposición no es ni Macri ni Carrió. La mejor demostración es la que surge de comparar las últimas elecciones en Capital Federal cuya distancia temporal fue de apenas 4 meses. Ya dijimos: el Pro pasó del 60 al 12% y Carrió, la gran perdedora hace 4 meses apoyando a un Telerman tercero, ahora obtuvo 37%. Muchos de los que votaron a Carrió en octubre, antes votaron a Macri a pesar de que no son lo mismo. Para entender esto ayuda, en parte, una idea que apareció en los medios: “el gorilismo”. Para decirlo de modo más académico el clivaje peronistas vs antiperonistas parece ser una variable explicativa importante. Todavía hay quienes dicen “yo voto al candidato peronista sea quien fuese” (piense si no por qué Rodríguez Saá peleó tanto por poder poner “el sellito” del PJ) y quienes afirman “voto a cualquiera menos a un peronista”. En franco proceso de disolución radical, el voto antiperonista ahora se dispersa hasta que aparezca alguna figura o entramado político como la Alianza que emerja como alternativa razonable (esto, por supuesto, independientemente de cómo terminó esa aventura en el 2001). Pero también hay otra variable que no debe ser propiedad solo de los argentinos: esto es lo que podemos llamar el voto antioficialista, sea oficialismo el partido que fuese. El poder desgasta y la gente necesita cambiar. Las razones psicológicas de este fenómeno me exceden pero a veces este caprichoso elemento puede ayudar a explicar una buena cantidad de votos contra el gobierno de turno. La idea de cambio siempre da un respiro. Pasa en todo ámbito: con las parejas, con los amigos, con los técnicos de fútbol y también pasa en la política. Si lo que viene con el cambio es peor esa es otra cuestión. Pero tenemos que cambiar porque la actualidad nos agobia. Claro que estas variables no son las únicas que explican el voto opositor. Sólo digo que pueden ayudar a entender una parte importante de éste.
Las próximas elecciones dirán quién es la verdadera oposición. Es decir habrá que ver quién logra posicionarse ante la opinión pública y a quién fogonean los medios. Puede ser cualquiera. También habrá que ver si el gobierno está fuerte, o se debilita y comienza la diáspora. Hasta el 2009 no hay oposición: hay oficialismo y gente en contra del oficialismo pero oposición no.
En lo que respecta a los centros urbanos habría que hacer algunas aclaraciones. La provincia de Buenos Aires, la provincia de Santa Fe y Mendoza son grandes centros urbanos y en los 3 ganó Cristina. Es más, sólo perdió en Capital y en Córdoba. Sin embargo, resulta real que si sumamos todos estos centros la ventaja entre el oficialismo y la segunda fuerza no sería tan amplia. Esto muestra algo que se viene repitiendo históricamente: la clase media y alta, las capas más educadas son generalmente reacias a votar candidatos peronistas. En cambio las clases bajas, las menos educadas votan, comúnmente, peronistas. ¿Acabo de sorprender a alguien con esta afirmación? Más allá de la repugnante idea que se intenta instalar y que subyace a los debates sobre este fenómeno, esto es, la inconfesable creencia de que el voto de las capas medias y altas y de los más educados tiene una cualidad superior que el resto de los votos, de lo cual se sigue que este es un gobierno que no tiene legitimidad por que es votado por el “aluvión zoológico” desdentado, miserable e ignorante, quisiera detenerme en un último punto que sirvió de base para la poco feliz denuncia de fraude de algunos miembros de la oposición, sumado a comunicadores, gente común de la calle y bloggers que llenaron los foros de internet indignados ante el resultado. ¿Usted no oyó repetidas veces afirmaciones como “yo no conozco a nadie que vote a Cristina”? Amigos, compañeros de la universidad y muchos comunicadores repitieron esta frase. Pero inmediatamente iban un poco más allá y decían o bien que la gente la vota a Cristina pero como le da vergüenza no lo dice como ocurrió con Menem en el 95; o bien que, efectivamente, nadie la va a votar y que si gana hay fraude. Lo que toda esta gente no entendió es que tanto los comunicadores, como los que consumimos medios de información, somos de clase media o alta y tenemos una formación terciaria o universitaria además de que vivimos generalmente en Capital Federal. Justamente se trata de todas las variables que hacen que el voto de Cristina disminuya. No hacía falta fijarse en el resultado de la elección: ya lo decían las encuestas algunas semanas antes. Por eso, para cerrar se me ocurre decir lo siguiente: que el pueblo nunca se equivoca es un apotegma que a veces no se cumple. En este caso puntual, si el pueblo se ha equivocado o no al votar a Cristina sólo el tiempo lo dirá. Ahora bien, los que sí se equivocan siempre son aquellos que toman un poco de los presagios de dos o tres amigotes universitarios, le suman a eso un par de charlas con taxistas, las opiniones de algunos irritables blogs más lo que dicen algunas radios y deducen de allí un teorema general que da cuenta del comportamiento de la Argentina toda, una Argentina que tiene superficie visible pero una profundidad que es mayoritaria y también vota.