domingo, 24 de julio de 2022

La revolución que no verás en un documental de Amazon (publicado el 8/7/22 en www.disidentia.com.ar)

 

En un artículo publicado el 27 de agosto de 2008, titulado “Un robot historiador en las ruinas”, el crítico británico Mark Fisher observaba sagazmente un elemento que se profundizaría los años posteriores. Tomando como referencia la película de Disney Wall-E o películas de Cameron como Avatar, Aliens o Terminator 2, Fisher indica: “Podríamos convincentemente ir más allá y sostener que la ideología del capitalismo es hoy “anticapitalista”. El villano de las películas de Hollywood es habitualmente ‘la corporación multinacional malvada’”.

Naturalmente, Fischer luego da un paso más y explica el modo en que toda esta retórica anticapitalista es metabolizada por el sistema y ofrecida como entretenimiento para que los revolucionarios de pacotilla sublimen su indignación mientras consumen. Pero, en todo caso, ése será otro asunto porque me interesa vincular este punto de vista con uno de los episodios recientes más controversiales en tiempos donde el feminismo parece haberse posicionado como eje central del debate público. Me refiero a la decisión de la Corte Suprema de Estados Unidos que, después de casi 50 años, allana el camino para que los distintos Estados de ese país avancen en normativas más o menos restrictivas sobre el aborto.

La respuesta no se hizo esperar y en los días posteriores ha habido todo tipo de manifestaciones y tomas de posición a lo largo del mundo pero especialmente en Estados Unidos resultó llamativa la reacción inmediata de las principales compañías multinacionales indicando que dispondrían de los recursos necesarios para garantizar el derecho al aborto legal de sus empleadas, lo cual eventualmente podría implicar traslados hacia aquellos Estados donde la prohibición no haya llegado.

No es la primera vez que las grandes compañías toman posición y que aparecen como actores centrales de una reacción que algunos han juzgado como “antisistema” y anti “statu quo” que en Estados Unidos se enmarca en la disputa política y cultural entre demócratas y republicanos. ¿Pero se trata de eso o de exactamente lo contrario?

Lo cierto es que nos guste o no, desde hace algunos años, frente a Estados y gobiernos cada vez más débiles, las compañías han dejado de lado la presunta neutralidad propia de los negocios para participar activamente y con una ideología particular en los debates públicos, algo que se ve más claramente en aquellas compañías como Google o Facebook, las cuales son, hoy en día, las principales reguladoras de la comunicación a nivel mundial. Volviendo al espíritu y las palabras vertidas por Fisher, “las malvadas multinacionales” hoy se abrazan a la corrección política y utilizan toda una retórica antisistema para vender sus productos y reproducir el sistema que las ha transformado en factores de poder determinantes: “Sos libre, sos único, da vuelta el mundo, empodérate y rebélate…comprando nuestro producto. Y recuerda ser antirracista y compartir nuestro emoji por el día del Orgullo”.

Dicho esto: ¿cómo debe leerse la posición a favor del aborto legal que han manifestado estas empresas? Una prueba está en la campaña que iniciaron allá por el año 2019 un conjunto de compañías bajo el lema “Don’t ban equality”, (“No prohíban la igualdad”), y que ha funcionado como antecedente para que, tras el reciente fallo de la Corte Suprema, centenares de empresas se sumaran. La solicitada incluida a página entera en The New York Times rezaba lo siguiente:  

“(…) Las pérdidas económicas derivadas de las restricciones existentes al aborto, incluyendo el impacto sobre la fuerza laboral y los ingresos, ya cuestan a las economías estatales de todo el país unos 105.000 millones de dólares anuales.

En pocas palabras, las políticas públicas que restringen la atención a la salud reproductiva, incluida la reciente decisión del Tribunal Supremo de anular el caso Roe vs. Wade, van en contra de nuestros valores y son malas para los negocios. Determina nuestra capacidad para crear una plantilla diversa e inclusiva, contratar a los mejores talentos en todos los estados y proteger el bienestar de todas las personas que hacen que nuestras empresas prosperen día a día (…). (el subrayado y la traducción son mías).

 

El texto es tan absolutamente descarnado que llama la atención que no haya sido modificado por los nuevos censores de las buenas formas. Lisa y llanamente se indica que la posición de estas empresas a favor del aborto legal tiene que ver con que su prohibición es “mala para los negocios”. ¿Por qué? Porque una mujer embrazada supone gastos en licencias que la empresa no quiere afrontar. De aquí que le sea más barato pagar los traslados y los costos de un aborto. Asimismo, cuando se menciona el modo en que esta medida atenta contra la formación de una plantilla diversa e inclusiva que dé lugar a los mejores talentos, se está expresando explícitamente que la prohibición del aborto legal llevará a que las empresas no contraten más mujeres. Dejarán de contratar mujeres no por ser patriarcales sino por una razón de costos, lo cual, por cierto, está bastante lejos de ser una razón antisistema y, menos que menos, una razón “anticapitalista”.

Por si no queda claro cuando hablamos de “centenares de empresas” que se han sumado últimamente, estamos hablando de Airbnb, Amazon, Apple, Citigroup, Disney, Godman Sachs, JP Morgan, Levi Strauss and Co., Microsoft, Netflix, Reddit, Starbucks, Tesla, Yelp, entre otras.

Los nombres propios no son en vano porque con un caso particular podremos graficar el punto que se quiere abordar. Me estoy refiriendo a Amazon. Efectivamente, la empresa que cubrirá hasta 4000 dólares de los costos de un eventual aborto y que expresa públicamente su compromiso con la protección de los derechos de las mujeres, ha hecho lo imposible para boicotear los derechos de las mujeres (y los varones, claro) en su intento por formar un sindicato en la empresa.

Al momento de escribir estas líneas, por cierto, los trabajadores lograron formalizar un segundo sindicato en esta empresa que cuenta con alrededor de un millón de empleados en Estados Unidos. Sin embargo, el camino no fue fácil. En una nota para el periódico argentino Página 12, publicada el 14 de marzo de 2021 y firmada por Esteban Magnani, se cuentan las vicisitudes por las que tuvieron que pasar los trabajadores de un depósito de Amazon en Alabama. Las razones para avanzar en la sindicalización tuvieron que ver con la vigilancia exhaustiva sobre la productividad, los cambios constantes en las condiciones laborales y la persecución a aquellos trabajadores que iniciaron protestas. A su vez, Amazon tenía antecedentes en Barcelona y en países europeos que incluían la contratación de expolicías para realizar tareas de espionaje ilegal sobre trabajadores.

Volviendo al episodio de la sindicalización en Alabama, Amazon logró retrasar por razones formales la elección de los trabajadores que tenían que decidir si avanzarían o no en la sindicalización y, al mismo tiempo, comenzó una campaña sucia para convencerlos de que tal acción los perjudicaría.   

El caso de Amazon es paradigmático para observar cómo detrás de la retórica del compromiso social y los derechos, en este caso de las mujeres, se halla una puesta en escena no solo compatible sino necesaria para los intereses económicos de las empresas. En un país donde, al año 2020, solo el 6,3 de los trabajadores del ámbito privado estaban sindicalizados, la verdadera revolución antisistema sería fomentar la sindicalización pero, claro está, esto no conviene a las empresas. Hacer este señalamiento, por supuesto, no va en detrimento de su intención de proteger lo que, consideran, es el derecho de las mujeres a abortar. Menos aún supone una valoración sobre este derecho en particular. Sería una mala lectura suponer que debemos oponernos a lo que sería un derecho por el solo hecho de que lo defiendan las “malvadas” corporaciones. Aun cuando lo hicieran por razones funcionales a sus intereses, existen importantes fundamentos para defender la legalización del aborto. A lo que se apunta es a mostrar la hipocresía de los valores expresados por estas compañías cuando son curiosamente selectivas al momento de determinar cuáles derechos (de las mujeres) deben ser privilegiados. Y al mismo tiempo expone una vez más cómo la retórica de la inclusión que tanto ha calado en las empresas, hace énfasis en cualquier tipo de inclusión salvo en la inclusión material.

Paridad de género pero sin embarazos. Compromiso con la diversidad para no discutir la redistribución. Difícilmente lo puedas ver en el próximo documental exclusivo de Amazon.      

 

 

domingo, 17 de julio de 2022

Una solución mágica para los problemas de los argentinos (editorial del 16/7/22 en No estoy solo)

 

En medio de una crisis inflacionaria sin precedentes en los últimos 30 años, con un gobierno debilitado y el presagio de un clima propicio para políticas de shock, sectores progresistas han encontrado la salida mágica a la crisis: el ingreso básico universal.

Si bien el tema se venía instalando en la agenda, declaraciones de CFK en esa línea transformaron lo que era una suerte de reivindicación testimonial en un reclamo concreto y en bandera de algunos movimientos sociales. Sin embargo, más allá de que en la Argentina y en el mundo hay quienes vienen trabajando la temática con rigurosidad desde hace tiempo, en boca de sus principales impulsores el ingreso básico universal devino un significante vacío que cada uno rellena como quiere.

Pero entonces, ¿cuáles son las características a las que referimos cuando hablamos de un ingreso básico universal?

Lo central y, podría decirse incluso, absolutamente contraintituivo en tiempos donde las políticas identitarias y de segmentación son moneda corriente en el mercado de la vulnerabilidad, es que se trata de un ingreso para todos los ciudadanos en tanto tales. Llevado a nuestro país, significa que Paolo Rocca y el pobre más pobre del paraje más recóndito de la Argentina recibirían un dinero básico de parte del Estado. Llegados a este punto, y para escándalo de cierta progresía, la única salida parece ser la indignación pero, al mismo tiempo, surge la pregunta: dado que Paolo Rocca no necesitaría este ingreso ¿por qué no quitárselo a él para dárselo a quien sí lo necesita?  

Quien tiene una respuesta para éste y otros interrogantes es quizás uno de los más máximos referentes en esta temática. Me refiero a Daniel Raventós, doctor en Ciencias Económicas y presidente de la Red Renta Básica Universal, a quien tuve la suerte de entrevistar apenas algún tiempo atrás.

Efectivamente, Raventós acepta que resulta injusto que el más rico y el más pobre reciban lo mismo pero inmediatamente aclara que la implementación de la renta básica universal que él defiende debe venir asociada a una reforma tributaria progresiva. Volviendo a nuestro ejemplo, Paolo Rocca recibirá lo mismo que el precarizado José González que vive en la calle pero previamente el Estado debería haber hecho una reforma para que Paolo Rocca pague los impuestos que corresponden. En momentos donde pareciera que el problema de la escasez de dólares en Argentina obedece a la decisión de Patricia y Maximiliano de pasar cuatro días en Buzios con sus dos hijos en edad escolar, es bueno recordarlo.

Pero además, y éste es un punto muy incómodo para muchos de los que pregonan por este tipo de políticas en Argentina, uno de los ejes centrales de la renta básica universal que defiende Raventós es que su universalidad obedece a la necesidad de reducir los costos administrativos que traen aparejadas las denominadas “políticas de discriminación positiva”. Para decirlo de otra manera, cuando se da una renta, subsidio o ayuda dirigida a un determinado grupo de personas se activa toda una burocracia encargada de la implementación y el control para que ese dinero llegue a quien le corresponda. Esto hace que, en algunos casos, el aparato de intermediación tenga un presupuesto más alto que el presupuesto destinado a los que lo necesitan. En este sentido, calculadora en mano, puede ser más económico repartir a todos por igual, aun cuando eso suponga darle a quien no lo necesita, que activar esa maquinaria infinita de segmentación y tercerización.

Otro elemento a tener en cuenta, según Raventós, es que a diferencia de un subsidio dirigido como puede ser el Plan Potenciar Trabajo, la renta básica universal sería compatible con un trabajo formal. Justamente, porque en tanto universal lo recibirían todos los ciudadanos, se trataría de un derecho que funcionaría como un ingreso base al cual se le podría agregar la renta de un empleo formal. Esto eliminaría la problemática de los incentivos que se ven seriamente afectados en casos como los de Argentina donde acceder a un empleo formal hace caer el plan.

Asimismo, otro punto a favor de la propuesta de Raventós es, según su óptica, lo que se conoce como “non-take-up”, esto es, el porcentaje enorme de potenciales beneficiarios que no acceden a los subsidios dirigidos. Según algunos estudios, hay países donde el 60% de las personas que cumplen los requisitos para una ayuda estatal acaban sin recibirla por razones múltiples que van desde la desinformación hasta el tipo de diseño de la política de subsidio. Esta dificultad, naturalmente, se evitaría con una renta básica universal.

Por último, Raventós señala a la estigmatización como una de las consecuencias de estas políticas de subsidios dirigidos. No solo la burocracia suele maltratar a los beneficiarios en tanto “pobres” sino que a la vista de la sociedad en su conjunto los beneficiarios son vistos como poco afectos al trabajo.         

¿Algo de todo esto ha aparecido en el reciente debate que se está dando en Argentina? Casi nada. Como mucho a cuenta gotas. Solo estamos discutiendo guita a corto plazo, egos e internas. Porque se habla de ingreso básico universal pero la universalidad no es tal. Se trata, en realidad, de un subsidio dirigido más o menos amplio. Alguno de los dirigentes sociales o referentes más o menos cercanos al gobierno hablan de un universo similar a los que recibieron el IFE, algo así como unas 10 millones de personas en un país de algo menos de 50 millones. De esta manera, no se resolvería la problemática de los costos de la burocracia ni menos aún la estigmatización. Tampoco se avanzaría en los incentivos para ingresar a un empleo formal y en todo caso, siguiendo a Raventós, a duras penas podría decirse que aumentando el universo de beneficiarios existen más posibilidades de disminuir los casos de gente necesitada que por diversas razones hoy no recibe una ayuda.

Pero es más, en una maraña irresponsable de números y porcentajes que se arrojan al aire, algunos proponen un ingreso universal básico de unos 12000 pesos por persona, esto es, el número necesario para cubrir la canasta básica debajo del cual se es considerado indigente (cercano a 48000 pesos por familia de 2 adultos y 2 chicos). Sin embargo, y en esto radicaría una verdadera profundización de una renta básica universal por izquierda, lo que Raventós y otros teóricos piensan es que el ingreso que le correspondería a cada uno de los ciudadanos debería ser lo suficientemente alto como para impulsar las negociaciones salariales hacia arriba. De hecho, en los cálculos que él hacía, al menos en 2020, se hablaba de un ingreso de 7500 euros anuales en España. Aun sabiendo que los números no se pueden transpolar a la Argentina, pensar que con 12000 pesos se cumple ese requisito es una burla. Evidentemente, si se trata de empujar los salarios hacia arriba deberíamos acercarnos a una suma que multiplique al menos por cuatro ese monto, de modo tal que ningún trabajador acepte ingresar a un trabajo por, digamos, un sueldo menor a 100000 pesos, por decir un número más o menos arbitrario.

¿A ustedes les parece viable este escenario? La falta de claridad y la irresponsabilidad de algunos dirigentes en este sentido, a su vez, contribuye con la confusión general. De hecho, también existen defensores de una renta básica universal en la tradición libertaria que puede ir de Friedman hasta Murray. Si bien con distintos nombres o con algunas precisiones técnicas que no vienen al caso, esta idea de un ingreso universal es una de las opciones que manejan pensadores libertarios para acabar con el Estado de Bienestar. Dicho burdamente, en vez de cobrar impuestos para sostener salud, educación, etc. y ofrecer una cobertura amplia y de calidad a la sociedad, se propone un ingreso individual para que cada persona decida en qué invertirlo: lo puede usar para comer, para ir al médico o para educar a sus hijos. El dinero te lo da el Estado. Pero las prestaciones del Estado de Bienestar que antes tenías, ahora se pagan.

Está claro que esta última no es la propuesta que impulsan los sectores de izquierda y el kirchnerismo si bien a ciencia cierta no se sabe del todo qué es lo que quieren hacer. En el caso de CFK, la idea de la universalidad parece estar conectada a terminar con la tercerización y administración de la pobreza llevada adelante por los movimientos sociales antes que con una ampliación estricta que abarque a la totalidad de los ciudadanos en tanto tal. En el caso de los movimientos sociales, tampoco habría universalidad sino el pedido de más dinero para más gente sin reparar en que esa dinámica no cumple con ninguna de las virtudes que, según Raventós, caracterizarían a una renta básica universal. Si la derecha cree que la solución mágica a los problemas de la Argentina es siempre bajar impuestos, la izquierda y ciertos espacios populares, aquellos que otrora tenían como agenda la creación de trabajo, parecen haber encontrado un nuevo fetiche que nadie define con precisión ni realismo. Quizás en eso estribe su potencia: pedir lo que no se sabe qué es para que nunca se pueda cumplir. Los tiempos del “No fue magia” son reemplazados por una solución mágica para los problemas de los argentinos.        

 

lunes, 11 de julio de 2022

El desconcierto (editorial del 9/7/22 en No estoy solo)

 

El desconcierto pareciera ser total y a todo nivel. El gobierno está siempre detrás de los acontecimientos o directamente se dispara tiros en los pies. El objetivo padecimiento de la herencia macrista, la pandemia y la guerra en Ucrania no alcanza para justificar la impotencia con la que avanzó en temas clave. El escenario es tan dramático que da lugar a rumores realizados con mala fe pero que se sostienen ante la falta de respuesta oficial. El pimpinelismo de los últimos meses que había tenido su último episodio con el discurso demoledor de CFK en Ensenada, trocó en tira crismorenista con Estela de Carlotto llamando por teléfono para que se hablen el presidente y la vice. Los observadores más benevolentes suman razones para la indiferencia; el resto navega entre la preocupación y la indignación. Lo cierto es que parece que hablaron pero nadie oficialmente lo afirma. Si la política se hace con gestos, aquí tenemos el gesto de la falta, ya sea de la falta de unidad, de gestión, de pericia, de lapicera, etc. Se presume que el mejor escenario posible es el de una tregua. Se presume.

Más allá de alguna chicana personal y de algunos números discutibles, las críticas realizadas por CFK al presidente parecen sensatas o al menos, para no calificarlas, interpretan el sentir de una amplia mayoría de los votantes del FdT molestos con la actual gestión, solo defendible cuando se la compara con lo que hay enfrente. ¿Y ahora qué? ¿Renunciado Guzmán se acabó la rabia? Si se presta atención al discurso de CFK en Santa Cruz una salida aparentemente elegante parece ser cargar todo sobre Guzmán para liberar de cargo y culpa al presidente. ¿Será ese el eje del discurso? ¿Un Guzmán que como un llanero solitario se cortó solo y tomó por sorpresa al presidente, a la vice y a toda la coalición? Nadie lo va a creer pero si al menos el FdT en su totalidad lo repitiera podría ser útil. Si no hay verdad que al menos haya unanimidad.

La voluntad de poder hoy se esconde detrás de un falso dilema entre persuasión y lapicera, entre palabras y hechos. La comunicación oficial está en estado confusional y se le exige a la ciudadanía devenir exégeta de unas internas a puertas abiertas.  

¿El poder lo tiene Alberto? ¿El poder lo tiene CFK? ¿Entonces gobierna o no gobierna ella? A juzgar por su rol de comentadora epistolar y episódica que se refiere al gobierno en tercera persona, CFK no gobierna, ¿pero entonces el poder lo tiene Alberto quien fue puesto allí a pesar de traer apenas algo más del 5% que supo obtener junto a Randazzo y al Movimiento Evita? ¿El sillón de Rivadavia viene con lapicera y lapicera mata a dueña de los votos? Si es que el Alberto de la persuasión se empoderó con la lapicera y se cortó solo, ¿no pudo hacer nada el kirchnerismo, socio demoledoramente mayoritario, para modificar eso? ¿Si el kirchnerismo no gobierna, acaso cogobierna? ¿Si tampoco cogobierna entonces simplemente ocupa espacios de poder y caja? Alberto se jacta de ser un componedor y CFK habla hasta con Melconián pero no pueden hablar entre sí. “Gostheos de la casta” podría decir Milei; política de tildes azules y clavadas de visto; telegram y off the record de los componedores; “hay que memear al presidente” rezan los horadadores.  

¿El diálogo entre las 3 patas de la coalición alcanzará para solucionar una parálisis de la gestión en la que primeras, segundas y terceras líneas de cada ministerio se traban mutuamente para que nadie se lleve los laureles? Lo que sirvió para ganar no sirve para gobernar.

Batakis tiene experiencia e idoneidad pero nadie sabe cuál es su plan, porque ni ella imaginaba tener que asumir en este momento y porque tampoco se sabe quién determinará el plan económico. A juzgar por las declaraciones televisivas, no se diferenciaría del camino trazado por Guzmán. Entre el deseo y lo que hay. De la economía verdadera a la economía posible. Y si se parece demasiado a Guzmán, ¿entonces el kirchnerismo la va a apoyar? ¿Volvemos entonces a hacer las preguntas? ¿Si es una candidata de consenso por qué no se anuncia un plan contra la inflación con una foto que los incluya a todos? Las malas lenguas dicen que la foto sería similar a la tapa del disco de Pink Floyd en el que dos personas se dan la mano mientras una está prendida fuego. Lo que fuera. Al menos una selfie. Pero algo, por favor.

Los mercados dan golpes y tienen cierta predilección por los gobiernos con los que tienen diferencias ideológicas pero la pérdida de referencia que supone una inflación que ya se asoma al 80% hace inviable, ya no sostener un negocio, sino cualquier plan de vida; una suerte de segundo tiempo de la desorganización de la vida que había inaugurado Macri más allá de que el que dejó la bomba nunca puede tener la misma responsabilidad que el que es incapaz de desactivarla. Pero el comerciante que remarca está especulando aunque también está desesperado y parece entendible. No busca que caiga el gobierno. Busca sobrevivir en un país que en general lo cagó y lo fundió 1000 veces. Los argentinos, especialmente los porteños, nos consideramos especiales pero no hay ninguna razón para pensar que los empresarios y los comerciantes argentinos sean más especuladores o más hijos de puta que los del resto del mundo. 

¿Y ahora que viene? Aun con críticas atendibles e incluso más que compartibles, ¿cuál es el sentido de la horadación fundamentada de la figura del presidente desde el espacio y la propia vicepresidenta? Si es una disputa personal ¿dónde termina? ¿Termina en la renuncia del presidente para que asuma CFK? Más allá de la celebración de los incondicionales, ¿alguien puede suponer que una salida de ese tenor es viable y deseable ahora? Si ése no es el plan entonces ¿cuál es? ¿Que Alberto acepte las directivas de CFK para mejorar una gestión que hasta aquí ha sido muy pobre y más pobre aún si se la compara con las gestiones de los mandatos de CFK? Y entonces una vez más, ¿eso quiere decir que el kirchnerismo, aun con Alberto como presidente, se hará cargo de cara a la sociedad del costo político de gobernar abandonando así su rol de oficialismo opositor? ¿La lapicera abandona el sillón de Rivadavia?

Por cierto, ¿cuál sería el plan que el kirchnerismo tiene para salir de la crisis en un país que no es el mismo, para bien o para mal, que el del 2003?   

Culminamos como empezamos: el desconcierto pareciera ser total y a todo nivel.

 

domingo, 3 de julio de 2022

Peronismo: ¿con la calle pero sin las subjetividades? (editorial del 2/7/22 en No estoy solo)

 

El peronismo no pierde la calle pero pierde las subjetividades. Ese podría ser un título algo provocativo pero no del todo falso que es preciso desarrollar.

Podemos decir que no pierde la calle porque sigue teniendo la capacidad organizacional para movilizar aun cuando vivamos en tiempos “tiktokianos” de militarlo todo (pero desde casa) y aun cuando probablemente el propio presidente prefiera los acuerdos supestructurales a las multitudes.

Pero pierde las subjetividades por un sinfín de razones. La lista es enorme pero, por un lado, como bien indicaba la respuesta oficial del Movimiento Evita, pretender establecer como sujeto político a los trabajadores en el marco de fragmentación social e identitaria y precarización laboral a la que está empujando esta etapa de financiarización del capital, no parece realista. No hay homogeneidad y los trabajadores formales y sindicalizados son vistos como privilegiados por la masa cada vez mayor de trabajadores informales o con contratos temporales. ¿Cómo pretender que un sub 30 valore el aguinaldo o las mejoras en las condiciones laborales impulsadas por Perón si nunca las experimentó? ¿Cómo no va a penetrar allí un discurso individualista extremo si desde hace 10 años la situación va empeorando y si la bajada de línea en el trabajo territorial representa solo a los que bajan la línea? ¿Qué habrá pasado para que muy pocos en el oficialismo reivindiquen lo que Perón llamaba organizaciones libres del pueblo y el único latiguillo existente sea “Más Estado” aunque muchas veces éste sea bobo y no haga falta?

Sin embargo, por otro lado, tiene razón CFK cuando al menos hace un aporte conceptual para recordar que, aun cuando no haya punto de comparación con la Argentina que vivió y pensó Perón, lo cierto es que alguien deberá responder quién ha establecido que el peronismo pueda reducirse a un puntero dando altas y bajas de planes sociales. 

Cuando se escucha a CFK sucede algo curioso: se observa la diferencia entre lo que ella piensa y lo que la mayoría de sus seguidores creen que ella piensa. Es un fenómeno similar al que sucede con pensadores de relevancia: muchas veces sus seguidores ponen en sus bocas o transforman sus doctrinas de un modo que el pensador en cuestión jamás hubiera aceptado.

En el caso de CFK, además, muchos de sus seguidores se animan a decir cosas solo después de que ella lo expresa públicamente. Sea por pereza intelectual o por temor a “dejar de pertenecer” y ser señalado como “traidor”, no se señalan las cosas que son difíciles de defender o, lo que es peor, las cosas que no es necesario defender. Los autopercibidos guardianes de la estrategia política y el biempensar advierten en ese caso que se está sirviendo al enemigo. ¿Pero hacía falta que ella lo dijera para aceptar que lo que está sucediendo con los planes está mal?

Mientras tanto, muchos kirchneristas pelean contra los fantasmas y las caricaturas que la oposición hace del kirchnerismo. Es que en los últimos años, por momentos, fue más fácil militar todo lo contrario a lo que diga Clarín que militar una agenda propia asumiendo incomodidades, contradicciones y puntos de vista que no iban de la mano con la nueva moral progre que abrazó al/el kirchnerismo.

De hecho se han dado numerosas situaciones en las que se defienden posiciones indefendibles por el solo hecho de que son las atacadas por Clarín o muchas veces se ubica a CFK casi a la izquierda del trotskismo. Sin embargo, mal o bien, nos guste más o menos, en los últimos años ella llegó a decir, por ejemplo, que el movimiento incluía pañuelos celestes y verdes; que la principal disputa era entre el capital y el trabajo y no entre varones y mujeres; que el peronismo era una doctrina que se desarrollaba dentro del capitalismo y que, de hecho, el capitalismo había demostrado ser el sistema más eficiente si bien, por supuesto, de lo que se trata es de disminuir las desigualdades que éste creó, etc. Como conclusión podría mencionarse, entonces, una paradoja: todos van a oírle hablar. Pocos van a escucharla. En todo caso, los propios y sus adversarios interpretan lo que les da la gana y se adecue a sus intereses. La conexión es afectiva diga lo que diga. Los unos para adorarla; los otros para odiarla. 

Después está el pragmatismo de ella, claro. Algunos indicaban: “está en contra de los movimientos sociales”. Sin haber devenido un exégeta me permito decir algunas cosas al respecto. En primer lugar, los movimientos sociales preexistían al kirchnerismo pero fue éste quien los cobijó desde y en el Estado, y quien los hizo jugar en la arena política, especialmente cuando se trataba de disputar poder contra el aparato pejotista y todo lo que oliera a estructura tradicional peronista, esto es, sindicatos, etc. En segundo lugar, el adversario de la alocución de Avellaneda no son los movimientos sociales sino, en todo caso, el Movimiento Evita y, para ser todavía más precisos, ni siquiera el movimiento como tal sino el modo en que sus principales dirigentes se comportaron durante el macrismo (siendo “los garantes de la quietud social”) y la manera en que manejan discrecionalmente los planes sociales como caja política. En todo caso, habrá que ver si lo que se busca es meramente un pase de manos y que la discrecionalidad sea ejercida por intendentes aliados (en lo que sería un repliegue hacia estructuras tradicionales después de los intentos fallidos de horizontalizar al estilo socialdemócrata frepasista); o si se trata de una verdadera transformación en los modos de vincular a los más necesitados con el Estado. La presencia de intermediarios, “tercerizadores”, siempre estará existirá y es necesaria pero incluso en nuestro propio país existen ejemplos de funcionamientos más virtuosos y menos clientelares.   

Si las subjetividades de las generaciones que no vivieron la mejor etapa del kirchnerismo hoy son interpeladas por alguien que en su media lengua discurre sobre teorías minarquistas y paleolibertarias que, entre otras cosas, discuten si se debe permitir la venta de hijos, lo que cabe es preguntarse en qué se ha fallado. Siempre quedará la posibilidad de asumirse un esclarecido y afirmar que la gente devino idiota o que fue colonizada por Clarín y la derecha internacional. Pero también está la posibilidad de intentar evaluar lo hecho y el rumbo actual. Sin casi ninguna certeza y con la comodidad de quien no tiene que tomar decisiones políticamente relevantes, se puede concluir que resulta evidente que ganar o perder una elección puede terminar siendo una anécdota al lado de lo que se viene gestando lenta pero inexorablemente en aquellos sectores en los que, por edad y por pertenencia social, la idea de “peronistas somos todos” fue, durante setenta años, (casi) una realidad efectiva.           

 

Latinoamérica: algo más que un giro a la izquierda (publicado el 24/6/22 en www.disidentia.com)

 

Ahora fue el turno de Gustavo Petro en Colombia; algunos meses atrás había sido Gabriel Boric en Chile y Pedro Castillo en Perú. En 2020 fue Luis Arce en Bolivia. Si a ello le sumamos la permanencia de Nicolás Maduro en Venezuela y el regreso de un gobierno popular en Argentina en 2019, parece haber buenas razones para indicar que se está frente a un proceso de giro hacia la izquierda en la región. Aunque es imposible comparar los procesos de cada uno de los países, lo cierto es que en las últimas décadas la región suele ser atravesada por hegemonías más o menos claras. Si en los 80 la salida de los tiempos dictatoriales se hizo mayoritariamente a través de gobiernos socialdemócratas y los 90 fueron dominados por la ola neoliberal que emanó desde el Consenso de Washington, las crisis sociales originadas en este período dieron lugar en los 2000 al surgimiento de gobiernos populares o de centro izquierda que con todas sus diferencias formaban parte de un cierto universo común. Porque la base peronista de los Kirchner en Argentina no es comparable con el proceso que dio origen al chavismo en Venezuela; ni la emergencia indígena que llevó a la presidencia en Bolivia a Evo Morales es similar a las instancias que llevaron al PT de Lula al poder en Brasil. Lo mismo sucedería si intentamos trazar paralelos entre lo que pudo ser un Correa en Ecuador, un Lugo en Paraguay y, si se acepta incluir en la misma categoría de “popular”, lo sucedido con Bachelet en Chile o con Tabaré Vázquez y Mujica en Uruguay. Sin embargo, todos, o la mayoría de ellos, compartían su crítica hacia las políticas neoliberales y, con sus diferencias, incentivaron políticas de redistribución de la riqueza más o menos efectivas.    

Ahora bien, ante la obligación de establecer una fecha relativamente precisa del momento en que esa hegemonía popular o de centro izquierda comenzó a resquebrajarse, podemos ubicarnos en el año 2015 cuando en la Argentina el peronismo es vencido gracias a un escasísimo margen por un candidato de derecha como Mauricio Macri. A partir de allí el mapa se reconfiguró: el correísmo cae en Ecuador, Maduro ingresa en una espiral de aislamiento, Piñera regresa a la presidencia de Chile, llega Bolsonaro a Brasil, Lacalle Pou vence al Frente Amplio en Uruguay y Bolivia padece un proceso dramático de desestabilización de su democracia.

La linealidad y la continuidad de los acontecimientos nunca es la misma pero las tendencias en la región suelen ser marcadas por lo que sucede en Argentina y/o Brasil. En el caso de que este dato sea correcto, entonces, las próximas elecciones de octubre donde Lula aparece como favorito frente a Bolsonaro podrían funcionar como la confirmación de una nueva etapa de la región tras un breve lustro de reacción de fuerzas diversas que pueden englobarse en un espectro que, como se observa, va desde cierta derecha conservadora a cierto liberalismo moderno.  

¿Pero en cuánto se parecen estos gobiernos populares y de centro izquierda a aquellos que dominaron la escena en los 2000? Aun a riesgo de trazar lineamientos demasiado generales y más allá de que muchos de los actuales mandatarios tienen historias de vida conectadas a los partidos comunistas, socialistas y, en algún caso, incluso a las guerrillas, lo cierto es que esta nueva etapa parecería estar marcada por una moderación siempre, claro está, comparando con lo que fue el proceso que habría culminado en 2015. Esto tiene que ver con que, una vez más, en general, la fragmentación de las sociedades, el rechazo de una parte de la ciudadanía a los errores cometidos por los gobiernos populares del proceso anterior y la dinámica de los sistemas electorales que en tanto se definen en balotaje inducen a los candidatos a orientarse hacia el centro del arco ideológico, ha hecho que la nueva generación de referentes populares haya dado menos pasos en el sendero de transformaciones estructurales. Para quienes se oponen a ellos es un alivio pero para quienes los apoyan es una deuda pendiente. Lo cierto es que el proceso parece estar en marcha y aquí es que surge la pregunta: ¿se trata efectivamente de una tendencia de la región hacia la izquierda? La lista aquí expuesta resulta incontrovertible y se entiende que, tras el fracaso de las opciones liberales o de derecha que sustituyeron a los gobiernos populares, una mayoría de la población pretenda regresar a tiempos donde, más allá de importantes críticas que puedan hacerse a aquellos procesos, hubo objetivamente crecimiento económico y millones de personas que dejaron de ser pobres. Sin embargo, considero que hay también otro factor que no está tomándose en consideración y que, en porcentajes imposibles de cuantificar, puede haber un jugado un rol importante. Una vez más, a riesgo de no ser representativo de algún caso puntual, se vio en muchas elecciones, por ejemplo en la última de Colombia o en la de Chile, el fenómeno de la necesidad de un cambio a como dé lugar en el marco de una crítica feroz a la política tradicional. Las viejas estructuras juegan y al momento de realizar alianzas pueden tener alguna relevancia pero en varios países se llega a la elección con una población que está harta y enojada con el que gobierna. No importa del partido que sea. Se vive mal por condiciones materiales objetivas y por un clima de insatisfacción cultural propia de los tiempos. En este escenario el culpable más fácil siempre es el gobierno de turno. Si esta hipótesis es correcta, la idea de un giro a la izquierda no debería pensarse como una apuesta ideológica de la región sino como la respuesta a tiempos de crisis social, económica y cultural cuya responsabilidad es cargada sobre los gobiernos de turnos, los cuales, claro está, no están exentos de responsabilidades porque, si hubieran gobernado mejor, seguramente hubieran tenido una mejor respuesta de la ciudadanía. Pero en lo que quiero hacer hincapié es en que este elemento de enojo contra el statu quo es “posideológico”: si el gobierno de turno es de derecha, probablemente el enojo lleve hacia la izquierda pero si el gobierno de turno es de izquierda el enojo puede llevar a la derecha. En el caso de que esta noción de “la culpa de todo lo que nos pasa la tiene el gobierno de turno” juegue un rol relevante al momento de explicar los procesos de los últimos años y la mejora de las condiciones de vida de la gente no dé un salto relevante, es de esperar que a esta nueva presunta ola hegemónica de gobiernos de centro izquierda le siga, probablemente, una ola “espejo” de gobiernos de centroderecha.

Para finalizar, si antes mencionábamos la importancia de la elección en Brasil, ahora deberíamos marcar la elección presidencial en Argentina que se desarrollará en 2023 como un posible punto de inflexión para la región. Allí, el gobierno popular se encuentra en una crisis interna y atraviesa una espiral inflacionaria que augura enormes dificultades para lograr ser reelecto. Entonces si el gobierno de Fernández y Cristina Kirchner pierde la elección, deberá analizarse si estamos ante el inicio de una nueva tendencia de derecha que viene a acabar con hegemonías que, en caso de poder denominarlas así, son cada vez más breves, o si se trata de un voto de insatisfacción con la situación presente que pagará la administración actual por sus responsabilidades pero también por el solo hecho de ser el gobierno de turno.            

No se tratará, entonces, de un cambio “ideológico” o al menos no tendrá sentido presentarlo en esos términos. Será simplemente una alternancia de lo distinto basada en un hartazgo de lo que hay. El color es lo de menos. Estoy enojado. Quiero que se vayan. Quiero un cambio y “that’s all”.