martes, 25 de diciembre de 2018

¿Volver? ¿Para qué? (editorial del 23/12/18 en No estoy solo)


Se termina el que hasta ahora ha sido el peor año de la administración de Macri y aun cuando en el 2019, los dólares que adelantara el FMI pudieran evitar otra crisis macroecónomica, se descuenta que los cuatro años de Macri finalizarán sin ningún indicador que suponga una mejora respecto de 2015. Efectivamente, en año de elecciones, la mejor noticia que podrá dar el gobierno es, con suerte, que se está mejor que el peor año de los últimos quince.

De aquí es de suponer que la campaña de Cambiemos agitará fantasmas, girará en torno a valores, abundará en sloganes vacíos a los cuales nadie podría oponerse como “la lucha contra el narcotráfico”, y contará con el clásico de todo oficialismo: mostrar las obras y decir “ahora vamos por más”. Entiendo también que el gobierno hablará de “Seguir cambiando” porque el “Cambiemos” puede servir cuando querés decir que el problema es el oficialismo pero, cuando sos vos el oficialismo, el riesgo es que una ciudadanía capaz de morir de literalidad entienda que ahora, al que hay que cambiar, es a Macri.
Asimismo, en el gobierno se acentuará la victimización y la pasión por el comentario. Es que al gobierno las cosas le pasan, dice que quiere pero que no ha podido, que los problemas de los primeros dos años se debían a la herencia y que los problemas de los segundos dos años obedecen al temor de que regrese la dueña de la herencia. Es un gobierno espectador. Sin embargo, lo saben, claro, el discurso de la impotencia no se puede extender en el tiempo porque aún cuando la estigmatización hacia el espacio opositor le haya permitido al oficialismo seguir teniendo expectativas de cara a las próximas elecciones, la ciudadanía no votará impotentes indefinidamente.
En este sentido, en el oficialismo dirán que el verdadero gobierno de Macri es el que está por venir; que ya han acomodado los presuntos desajustes del kirchnerismo y que necesitan otros cuatro años para que la Argentina despegue de una vez. El segundo semestre será así, el décimo, aunque probablemente “segundo semestre”, más que una descripción basada en datos, pase a la posteridad como la frase que denota un progreso que se promete pero nunca llega. Parafraseando a Eduardo Galeano, para quien la utopía es como el horizonte, esto es, resulta inalcanzable pero sirve para que sigamos caminando, el segundo semestre en el macrismo, es la promesa de salvación que intenta convencer a la mayoría de la población que siga caminando aun cuando antes del horizonte lo primero que encuentre sea, probablemente, el abismo.     
Lo que sí ha perdido el oficialismo, y no creo que pueda recuperar, es el monopolio de la expectativa de futuro que tuvo incluso siendo gobierno. Y eso es un problema porque si en política no ofreces futuro es difícil que te voten. Es que la ciudadanía necesita, aun cuando sea una flagrante mentira, un ideal, alguien que le diga que algo va a cambiar porque en las sociedades actuales nos invitan a que todos formemos parte de alguna minoría indignada que pida que algo cambie. El malestar en la cultura está en carne viva y sobre todo es un malestar de la desjerarquización porque toda indignación y toda reivindicación vale lo mismo: es igual un señor amenazando con escrachar a un seguridad privado por no responder por qué el Papá Noel de un shopping se retiró diez minutos antes del horario indicado, que una movilización popular exigiendo alimentos después de que se conociera un aumento en la pobreza y la desocupación. Se trata de gente enojada por algo pidiendo cosas. Presentado así, el periodismo agradece, máxime si la noticia viene acompañada de un video casero.
Mientras tanto, los legisladores de todas las fuerzas políticas responden espasmódicamente a la agenda de las redes y los medios. Lo presentan como capacidad para dar cuenta de las demandas, como un intento de dar respuesta, y no es otra cosa que improvisación y puesta en escena para una opinión pública que la semana que viene se indignará por otra cosa. ¿Los legisladores de todos los partidos están bajo esta dinámica? Me temo que sí, incluso los legisladores que nos gustan. Es que de tanta corrección política, de tanta supuesta escucha, la política se olvidó de hablar y los dirigentes parecen haberse olvidado de dirigir.
E insisto en que esto es un problema de toda la dirigencia política. De hecho, en el ámbito de la oposición, lo único que se discute es si se van a juntar o si CFK se va a presentar. Nadie sabe para qué se juntarían, más allá de ganarle a Macri, lo cual, por cierto, claro está, no sería un objetivo menor y mejoraría la vida de mucha gente. Pero retomando lo dicho párrafos atrás: ¿qué propuesta de futuro brinda la oposición? ¿Alcanza con decir “venimos a acabar con uno de los peores gobiernos de la historia” y luego transformarse en comentaristas de los comentaristas que administran el Estado? ¿Alcanza con afirmar “venimos porque dijimos que íbamos a volver”, o ser dirigente supone además explicar para qué se quiere volver?

  

  

lunes, 17 de diciembre de 2018

Los políticos Superman y los políticos reparadores de bicicletas (publicado el 13/12/18 en www.disidentia.com)


En uno de los primeros programas del show televisivo Monty Python´s Flying Circus, estrenado hacia fines de los años 60 en la BBC, hay un sketch muy particular en el que todos los miembros de una comunidad son Superman y están vestidos con el traje característico tal como lo hemos visto en los comics y en las películas. La trama comienza a desplegarse cuando un grupo de Superman aguarda su turno en la lavandería a la cual han arribado en transporte público y un niño Superman les avisa que, en uno de los parques londinenses, un Superman se ha caído de la bicicleta y que ésta se ha averiado. El hecho genera una enorme zozobra pues evidentemente estos superhéroes eran capaces de hacer justicia y ocuparse de los grandes temas del mundo pero no eran capaces de arreglar una bicicleta. Sin embargo, en ese momento, uno de los Superman revela su identidad oculta: además de superhéroe él es un “Reparador de Bicicletas”. Todos los Superman observan con asombro a su nuevo héroe y se sorprenden cuando éste muda su clásica ropa azul y roja con la “S” en el pecho para vestirse con el overol manchado de grasa típico de los mecánicos. Y así se traslada hasta el lugar del accidente, donde lo esperaba un Superman incapaz de arreglar la bicicleta, para resolver el inconveniente con la frialdad de un técnico y el sentido del deber de todo hombre de bien.
En lo personal, creo que este sketch se puede utilizar como metáfora para describir el paso de los liderazgos políticos modernos a los de la posmodernidad. Pues como indican algunos gurúes, se habrían acabado los liderazgos clásicos del siglo XX, esos hombres que llegaban al poder siendo grandes oradores, aparentaban saberlo todo y construían sobre sí una épica y un gran relato. En este sentido, el siglo XX fue un siglo de líderes Superman, líderes omnipresentes, infalibles y omniscientes con los que el pueblo mantenía un vínculo emocional.
Pero el siglo XXI, -al menos eso nos dijeron y en parte se ha cumplido-, dio lugar a otro tipo de líderes. Son aquellos técnicos presuntamente pragmáticos, jóvenes, con cierto desprecio por la historia y las tradiciones políticas, que dicen que las discusiones son parte del siglo pasado y que aquí lo único que importa son los problemas de la gente. Son los “Reparadores de Bicicletas”, aquellos que ejercen un liderazgo horizontal, saben delegar y entienden que ya no hacen falta héroes sino hombres y mujeres que sepan trabajar en grupo y sean capaces de resolverles a los ciudadanos los asuntos de “todos los días”.  
Es que, aparentemente, la política de hoy ya no es la de las derechas y las izquierdas sino la de los temas pequeños, las microhistorias, como el arreglo de una bicicleta. Y puede que tengan razón. Sin embargo, del mismo modo que algunos se apresuraron a sentenciar el fin de la historia, a la luz de los últimos acontecimientos, los liderazgos políticos de los Reparadores de Bicicleta están siendo puestos en duda y enfrentan graves crisis en los países en los que les toca administrar. Asimismo, los liderazgos fuertes, al estilo Superman, tan propios del siglo XX, no han cesado si bien, por supuesto, es difícil encontrar en la actualidad líderes de la estatura y la potencia que tuvieron los grandes políticos del siglo XX, más allá de que éstos hubieran sido de izquierda, de derecha, de centro o que incluso hubieran llegado a la cima del poder a través de un golpe de Estado.
Entonces cabe subrayar que, del mismo modo que a poco de cumplirse 30 años de la caída del Muro de Berlín, nadie puede plantear la existencia de un mundo unipolar en el que han triunfado las instituciones de la democracia liberal, tampoco es posible afirmar que nos encontramos ante la hegemonía de este nuevo tipo de liderazgos por más que los gurúes de la comunicación política nos los quieran seguir vendiendo y aun cuando, efectivamente, en muchos países, ese tipo de perfiles ha obtenido buenos resultados electorales.
Así, parece que los Superman han vuelto y eso no es necesariamente malo, más allá de que habrá que estar atentos a la deriva autoritaria que pudiera tener alguno de ellos. En todo caso, habrá que evaluar caso por caso y quitarse el prejuicio aquel que indica que todo liderazgo fuerte deviene antidemocrático. Mientras tanto, lo que resulta claro, es que hay una importante porción de la ciudadanía en el mundo occidental a la que, evidentemente, ya no le alcanza con que le arreglen la bicicleta.  
      

miércoles, 5 de diciembre de 2018

Democracias idiotas (publicado el 28/11/18 en www.disidentia.com)


Casi al estilo de esos programas televisivos de preguntas y respuestas, algunos días atrás, alguien me proponía un juego: ¿a que no adivinas quién pronunció este fragmento? Y el fragmento en cuestión era el siguiente: “Un ciudadano (…) no abandona los asuntos públicos para ocuparse solo de su casa, y hasta aquellos de entre nosotros que tienen grandes negocios están también al corriente de las cosas de gobierno. Miramos al que rehúye el ocuparse de la política, no como una persona indiferente, sino como un ciudadano peligroso […]. Es opinión nuestra que el peligro no está en la discusión, sino en la ignorancia; porque nosotros tenemos como facultad especial la de pensar antes de obrar”.


Reconozco que al mirar ese tipo de programas y jugar desde casa, nunca me destaqué. Si a esto le sumo una mala memoria para las frases, el juego estaba casi perdido pero la suerte y algo de deducción estaban de mi lado. Respecto de esta última, estaba claro que solo en la antigüedad podría considerarse peligroso a alguien que fuera indiferente a la política. A esa mínima orientación le siguió un vago recuerdo de haber utilizado ese fragmento en un libro y efectivamente era así. Se trata de un pasaje adjudicado a Pericles en algún momento de su gobierno de Atenas y veinticinco siglos después nos resulta sorprendente porque, para un antiguo, apartarse de la cosa pública implicaba renunciar a formar parte del derecho a tomar las decisiones como miembro de la comunidad.
Pero si bien naturalmente, en Atenas, la mayoría buscaba ser reconocido como ciudadano, también es verdad que existían hombres que preferían ocuparse enteramente de sus asuntos privados. A ellos se los definía con un término preciso bien conocido por nosotros. Eran “idiotas”. Sí, el prefijo “idio” que compone muchísimas de las palabras que utilizamos y designa a “lo propio”, permite comprender que el idiota en Atenas era aquel que estaba metido en sus propios asuntos. Con el correr de los siglos, el sentido peyorativo del término se sostuvo pero su significando se fue modificando y hoy lo concebimos como sinónimo de alguien con poca inteligencia. De aquí que en pleno siglo XXI difícilmente llamemos “idiota” a quien anda en sus propios asuntos o se desliga de lo público. Más bien, todo lo contrario: es tonto el que se ocupa de lo público y astuto y exitoso (a veces) el que solo se ocupa de sí mismo.
Pero a este fenómeno que es el corolario de varios siglos de florecimiento de concepciones individualistas que en casos extremos tienen aversión a todo aquello vinculado al Estado, debemos agregarle una novedad que no ha irrumpido de repente pero se viene repitiendo con más asiduidad en los últimos años. Me refiero al hecho de que además de haber dejado de considerar un peligro a aquel que se desliga de lo público, hoy no solo lo celebramos sino que consideramos que ese individuo es la persona indicada para la administración de lo público. Basándose en toda una serie de premisas y analogías falsas, como aquella que afirma que un empresario exitoso tendrá éxito administrando un país, buena parte de las sociedades del mundo, por distintas razones, están eligiendo “idiotas” en el sentido clásico del término, para que administren lo que es de todos. A este fenómeno lo he bautizado “democracias idiotas” y, por supuesto, no tiene que ver con que la ciudadanía se haya vuelto imbécil de repente. Con todo, no deja de sorprender cómo grandes mayorías consideran que los mejores administradores de lo común pueden ser hombres y mujeres que muchas veces abiertamente expresan un desprecio por aquello que es común y que hacen campaña prometiendo la reducción a su mínima expresión de lo que es de todos.   
Lo cierto es que los que votan idiotas celebran cuando el idiota rebaja impuestos pero luego se molestan cuando el Estado, al que consideran, por definición, corrupto, no les da la cobertura que dicen merecer. Así, el ciudadano que vota idiotas exige que el Estado no se entrometa pero también quiere educación y atención médica públicas de calidad, no ver pobres en las esquinas, cobijar extranjeros, pasear seguro por el barrio y jubilarse pronto con una asignación que le permita vivir de turista sus últimos años. Y el gobernante idiota, por su parte, cuando nota que gobernar un país no es gobernar una casa ni una empresa, no revisa su modelo sino que, como suele pasar, se molesta con el país, con sus ciudadanos y, sobre todo, con la realidad. Se puede apreciar, entonces, que resultan bastante conflictivas las democracias idiotas, más por idiotas que por democráticas.
Con todo, quiero hacer un último señalamiento a modo de resumen y como corolario. Y no se trata de un mero juego de palabras. Es que si se observa bien, en la antigüedad, como indicaba Pericles, la indiferencia del idiota era peligrosa y naturalmente ninguna mayoría lo elegiría para administrar la cosa pública. En la actualidad, en cambio, la situación es inversa y se dan dos fenómenos que unidos son peligrosos: por un lado, las grandes mayorías eligen idiotas para que los gobiernen y, por otro lado, a esos idiotas lo público ya no les resulta indiferente.


lunes, 26 de noviembre de 2018

Cristina: pueblo, pañuelos y peronismo (editorial del 25/11/18 en No estoy solo)


Advertencia: las siguientes líneas contienen escenas de peronismo explícito tal como fueron expresadas por la expresidente CFK en el Primer Foro Mundial del Pensamiento Crítico organizado por CLACSO y que se desarrollara entre el 19 y el 23 de noviembre. Es que, efectivamente, en el marco de un espacio con características algo más académicas, CFK avanzó en una serie de conceptos caros a la tradición peronista que en algunos aspectos genera tensión con categorías, prioridades y urgencias de las perspectivas que forman parte del kirchnerismo y abrevan en el liberalismo político y en las izquierdas.
La intervención de la expresidente comenzó haciendo énfasis en la noción de pueblo, categoría que podemos rastrear hasta el romanticismo del siglo XIX pero que en Argentina ha sido apropiada por el peronismo, tal como aparece en distintas intervenciones de Perón entre las cuales podemos destacar La comunidad organizada y el Modelo argentino para el proyecto nacional, por citar dos textos emblemáticos que vieron la luz con 25 años de diferencia. A su vez, naturalmente, el peronismo no nació de un repollo y es en la Doctrina social de la Iglesia donde explícitamente se pueden encontrar antecedentes de esta cosmovisión. Allí, para no remontarnos tan atrás, se sugiere repasar las encíclicas de Francisco o un discurso de Bergoglio del año 2010 que fue publicado bajo el título Nosotros como ciudadanos, nosotros como pueblo.
Por otra parte, la noción de pueblo es reivindicada por teóricos populistas neomarxistas como Ernesto Laclau para quien la política es disputa y el pueblo se constituye frente a un otro a partir de un liderazgo capaz de unificar distintas demandas insatisfechas. Doctrina social y perspectiva laclausiana no son lo mismo pero, naturalmente, hay vasos comunicantes entre ellas y ambos puntos de vista conviven en el kirchnerismo.
En este sentido, y ante las acusaciones de populismo, CFK pareció aceptar el convite y reivindicar una noción de pueblo que no sea de izquierda ni de derecha para enfrentar al neoliberalismo. Este aspecto sorprendió a algunos porque todos sabemos que los que llaman a superar las izquierdas y las derechas, son de derecha. Pero en el caso de CFK cabe contextualizarlo porque está hablando desde el peronismo, un movimiento policlasista y transversal que incluye dentro de sí visiones más a la derecha o más a la izquierda pero que lo que tiene bien en claro es que la disputa actual y de siempre –al fin de cuentas, el corazón de la doctrina peronista-, es la del capital versus el trabajo. En este punto, quizás atenta al resultado de las urnas en Brasil con un PT cuya agenda se inclinó más hacia las temáticas de las minorías que a las de los trabajadores, CFK advirtió que dentro del espacio hay pañuelos verdes pero también pañuelos celestes. De esta manera dejó bien en claro que el adversario es el capital antes que la iglesia, el patriarcado y el varón blanco heterosexual. Esta idea es coherente con lo que la misma CFK afirmara el día de la votación del proyecto de IVE cuando indicó que al proyecto nacional, popular y democrático había que llamarlo también “feminista”, lo cual, en algunos casos, fue interpretado incorrectamente porque desde el punto de vista de CFK, la explotación sobre la mujer es una subcategoría de la explotación. En palabras de la propia expresidente: “hay dentro de la explotación de los trabajadores, del capital sobre el trabajo…una subcategoría de explotación. [Porque] un trabajador es explotado pero una mujer trabajadora es más explotada”.  
Esto no hace menos grave a la explotación sobre la mujer y hasta puede que CFK esté equivocada pero eso es lo que piensa ella y, desde mi punto de vista, que también puede estar equivocado, claro, resulta coherente con la tradición peronista. En este sentido, CFK se distancia de este giro que han dado las izquierdas en la Argentina y en el mundo por el cual la principal divisoria de la sociedad es el género y la agenda de la lucha es la de distintas minorías que, en muchos casos, se definen en torno a su sexualidad. Durante el gobierno de CFK se tomó la decisión de no avanzar en la discusión sobre el aborto pero se sancionó el matrimonio igualitario y la ley de identidad de género gracias a que el partido gobernante lo impulsara y lo militara. Sin embargo, el peronismo entiende que esas conquistas son parte de un proyecto emancipador cuyo sujeto es el pueblo y no una minoría en particular. No es esa una diferencia menor.
Insisto en que se puede no estar de acuerdo pero cuando desde la izquierda se acusa al peronismo de ir de la mano de sectores conservadores en el formato de “pañuelos celestes” bien se puede responder que si la grieta es la reivindicación de género y no el capital versus el trabajo, se llegará a la incómoda situación de estar del mismo lado de Fernando Iglesias o Silvia Lospennato, por citar solo dos ejemplos de legisladores que apoyaron el proyecto de IVE pero luego votaron todos los ajustes del modelo neoliberal de Cambiemos. Asimismo, a esos sectores de izquierda se les podría mostrar con ejemplos como los de Francia con Le Pen, Estados Unidos con Trump y Brasil con Bolsonaro, que los trabajadores y los sectores populares no se han vuelto fascistas de repente sino que, quizás, perciben que sus intereses no están representados por la agenda de las minorías en la que coinciden desde el progresismo demócrata estadounidense hasta partidos de ultraizquierda que hasta hace algunas décadas hicieron la vista gorda ante las persecuciones que sus gobiernos y sus partidos hicieron sobre mujeres y gays en sus propias filas y en sus propios países. Una vez más, no celebro esta situación, solo la diagnostico porque observo que hay sectores importantes de la sociedad que no están de acuerdo y no consumen la agenda de Netflix y Hollywood. Muchos dirán que hay que luchar para que esto deje de ser así, y quizás tengan razón, pero hoy es así.      
En suma, el debate es interesantísimo y expone las tensiones al interior del kirchnerismo y el panperonismo como así también una particular obsesión culpógena de cierta militancia kirchnerista juvenil, urbana, universitaria y psicoanalizada a la que le incomoda ser corrida por izquierda y que parece más preocupada por responder a las exigencias de la agenda del trotskismo que a una porción enorme del electorado y del pueblo con el que quizás no se pueda coincidir en una agenda progresista completa. Sin embargo, no se debe pasar por alto, que ese mismo sector del electorado, con una conducción política adecuada, también supo acompañar la sanción de leyes importantísimas celebradas por colectivos de mujeres, indígenas y minorías sexuales que antes de la larga década kirchnerista hubieran sido inimaginables.
Se acercan las elecciones y nadie está en la cabeza de CFK pero a juzgar por este discurso, que luego habrá que confirmar si se transforma en acciones concretas, la expresidente entiende que para darle la disputa al neoliberalismo y para que el Estado pueda tener respuesta a las exigencias de las diversas minorías, antes que nada, hay que ser mayoría.  


martes, 20 de noviembre de 2018

Es Cristina y es Macri (o al menos eso parece) [Editorial del 18/11/18 en No estoy solo]


En las últimas semanas se aceleraron los encuentros formales e informales entre dirigentes de la oposición de cara a las elecciones del año que viene. De este modo, la tendencia parece dirigirse hacia un nuevo escenario de polarización entre el macrismo y un kirchnerismo más o menos panperonista.

Las encuestas, que hasta los últimos meses daban siempre adelante a Macri, ahora hablan de paridad y de final abierto e incluso hay quienes indican que el ex presidente de Boca podría no presentarse para darle lugar a María Eugenia Vidal, versión que, desde mi punto de vista, no tiene demasiado asidero. En cuanto al kirchnerismo, también están los que sostienen que a último momento CFK podría bajarse por motivos personales o por razones estratégicas, dado que, como indicamos aquí algún tiempo atrás, Macri perdería contra cualquier candidato opositor en balotaje pero podría ganarle a CFK en esa instancia. Sin embargo, ¿qué candidato opositor cuenta hoy con 30% de los votos de piso para indicarle a la ex presidente que dé un paso al costado? Asimismo, se debe tener en cuenta que aun cuando muchos dirigentes opositores, off the record, manifiesten sus críticas al cristinismo, para ellos es menos relevante el balotaje que la primera vuelta porque ahí se juegan sus cargos provinciales y municipales. Así, entre un candidato tapado que de alguna manera pueda llegar a la segunda vuelta contra Macri obteniendo entre 20 y 30 puntos, y los votos que tiene Cristina, que en algunas zonas del país es débil pero en otras puede llegar hasta los 40, no cabe duda de hacia dónde se inclinarán. Por otra parte, no se debe olvidar que las provincias son capaces de desdoblar sus elecciones según le convenga al partido mayoritario, de modo que también podrían especular con ello sin comprometerse directamente con el apoyo a un candidato presidencial. En síntesis, empiezan a haber buenas razones para suponer que una parte relevante del panperonismo acompañaría, de una u otra manera, una eventual candidatura de Cristina. 
En todo caso, la novedad de estas últimas semanas pasaría por el modo en que los dos polos intentarían atraer los votos del tercio que hasta ahora se encuentra disperso.
En el caso del kirchnerismo se rumorea que CFK aceptaría una gran PASO en la que jueguen todos, incluyendo a Massa. En ese punto hay varias cosas para decir. La primera es que si el kirchnerismo impulsara una gran PASO sería un cambio radical respecto de la estrategia utilizada para el año 2017 en la que inexplicablemente no aceptó una interna en la que iba a triunfar holgadamente. En segundo lugar, habría que pensar cuáles son las condiciones que puede pretender Massa para participar. Allí el tigrense no tiene un lugar de muchísima fortaleza porque jugar por afuera parece condenarlo a una elección de un dígito y a una aceleración del goteo que le está haciendo perder dirigentes y votos; y, a su vez, el kirchnerismo podría evitar acuerdo alguno especulando con que, al fin de cuentas, los votos del massismo llegarán de una u otra manera en el balotaje. En todo caso, a Massa no parece quedarle demasiada alternativa que negociar con el kirchnerismo unas PASO en el que las listas se conformen con una modalidad que permita a los perdedores de alguna u otra manera formar parte de la lista definitiva en puestos expectantes. Si esto se logrará o no, lo desconozco, pero tendrá que ver con el cálculo electoral que haga el kirchnerismo. Más allá de los rumores y algunas fotos que hablan de una apertura, al menos hasta ahora, el kirchnerismo nunca ha sido generoso con las candidaturas y ha sido “un mal pagador” en relación con determinados aliados lo cual explica por qué existe dentro del peronismo tanta inquina con el núcleo duro que rodea a CFK y que al momento del armado de las listas, es el que “tiene la birome”.
El oficialismo no tiene muchas opciones aunque puede tener un as en la manga. En otras palabras, subido a la épica del déficit cero, el gobierno debería aceptar que es incapaz de dar una buena noticia de aquí a lo que le quede de mandato. En el mejor de los casos, logrará disminuir la recesión hacia el segundo semestre y llevar la inflación a unos puntos por encima del último año de CFK. En este sentido, que sea reelecto depende de la fragmentación opositora. Si esto no sucediera y el peronismo lograra encontrar una unidad, descartada por falta de tiempo, antes que por ausencia de deseo, la posibilidad de una CFK presa, el oficialismo podría intentar trazar algunos puentes con algún sector del peronismo federal, más específicamente con un Juan Manuel Urtubey que, desde la asunción de Macri, ha defendido las políticas oficiales como si fuera parte del gobierno. Sin embargo, es verdad que esto podría generar un conflicto con el radicalismo y que, al momento de sumar votos, la figura de Urtubey no influya demasiado.    
Mientras tanto, Felipe Solá y Agustín Rossi se han lanzado como los candidatos “del acuerdo” en caso de que CFK decida no ser candidata y un montón de egos con sellos de goma intentan subirse el precio en programas de debate y en Twitter desde el denuncismo y el purismo. Faltando algo más de seis meses para la presentación de las listas sabemos poco pero encontramos indicios de que no hay lugar para una tercera vía, de que el clima antipolítica no derivará en un Bolsonaro sino, como mucho, en el crecimiento marginal del voto en blanco en el balotaje, y que la elección se dirimirá en la polarización entre el macrismo y un panperonismo agrupado, por convicción o necesidad, en torno a la figura de Cristina. Es bastante poco pero es todo lo que hoy sabemos.       

viernes, 16 de noviembre de 2018

La polarización y la fábula política del caracol y la tortuga (publicada el 15/11/18 en www.disidentia.com)


Suenan explosiones, gritos y estalla la ventana; al rato nuevas explosiones y una granada que ingresa a la casa con la suerte de que se puede evitar su detonación. Las voces de los soldados se oyen cada vez más cerca y una bomba hace un agujero en la pared. La confirmación del horror se produce cuando una parte del techo cede y desde arriba caen cuerpos degollados junto a sus respectivas cabezas. Mientras todo eso sucede el matrimonio que habita la casa está discutiendo con violencia un tema que los ha atravesado durante los 17 años que llevan de casados. La discusión supone insultos y bofetadas del hombre a la mujer y de la mujer al hombre. Pero no hay acuerdo y es que ninguno parece tener razones de peso para convencer al otro en este debate central que permite dejar en un segundo plano la guerra que hay allí afuera. El tema que debate el matrimonio puede resultar baladí a la distancia pero ninguna discusión que lleve tantos años merecería ser tildada de tal. Para dejarse de rodeos: ¿el caracol y la tortuga son el mismo animal? Ella testarudamente afirma que así es y él testarudamente le indica que no. ¿Pero acaso la tortuga y el caracol no se encierran en su caparazón? ¿Y no son, la tortuga y el caracol, seres lentos y babosos que se arrastran? ¿Y si les damos verdura es falso que el caracol y la tortuga la coman por igual? Por último, ¿faltamos a la verdad si decimos que ambos son comestibles? Pues entonces, caracol y tortuga son el mismo animal. Así al menos razona ella para incomodidad e indignación de él y tal desacuerdo constituye el eje de la obra de teatro que Eugene Ionesco publicara en 1962 bajo el título Delirio a dúo.

El argumento parece hacer justicia con la categoría de “teatro del absurdo” con que se suele reunir a autores como Ionesco y Beckett, entre otros, pero, visto a la luz de los días que corren, cobra una inusitada potencia explicativa para dar cuenta de la miopía de las clases dirigentes y el ensimismamiento de los participantes de los debates públicos.       
De hecho es imposible repasar los diálogos de los personajes de la obra de Ionesco y no pensar que esa tozudez para defender posiciones irreconciliables sobre temas que están saldados es representativa de lo que sucede en los programas de debate en radio y TV, en los espacios donde se legisla y en las redes sociales donde cualquier intercambio parece realizarse con la intensidad propia de un asunto trascendente. Y sin embargo, en general, lo verdaderamente importante sucede en otro lado mientras seguimos enfrascados en disputas fratricidas que en muchos casos no difieren demasiado en profundidad y calidad argumentativa que la expuesta en la obra.    
Y no se trata de un fenómeno local: pasa en Argentina, en Brasil, en España o en Estados Unidos donde la polarización resulta evidente y es también azuzada por cada uno de los polos y por la lógica mediática que en el afán de la corrección política siempre presenta posiciones radicalmente antagónicas sobre cualquier temática dándoles el mismo status y posicionando como referentes a energúmenos que eventualmente un día pueden llegar a ocupar espacios de toma de decisión. Y lo más curioso es que lo hacen en nombre de la necesidad de consenso y de dar lugar a todas las voces. ¿O acaso lo harán para posicionarse en un presunto lugar de neutralidad frente a las dos radicalidades que ellos mismos han elevado a referentes de un debate?
¿Y qué hay respecto de las audiencias y de la opinión pública en general? ¿La gente de repente se ha vuelto idiota y ha dejado de percibir cuáles son los temas que verdaderamente importan? Sinceramente no habría ninguna buena razón para suponer tal cambio pues idiotas en cantidad ha habido siempre. En todo caso, lo que sí parece novedoso es que la estupidez se ha democratizado y las usinas de transmisión de las mismas se han multiplicado con la irrupción de las redes sociales. Este fenómeno también es útil para dar cuenta de las fake news pues está claro que las noticias falsas no fueron inventadas hace dos años. Lo que ha variado, claro está, es la posibilidad de que cualquiera pueda difundirlas y de que esa difusión sea masiva e inmediata.  
Por cierto, en la última escena de la obra, con los cuerpos degollados colgando del techo y las paredes agujereadas, los protagonistas deciden tapar con colchones los huecos de las paredes, evitar mirar los cuerpos y volver a discutir si la tortuga y el caracol son el mismo animal.
Allí comprendí la frase de aquel amigo experto en Beckett que al sugerirme la lectura de Ionesco me advirtió: “Lo absurdo no es el teatro. Lo que es absurdo es la realidad”. 

lunes, 5 de noviembre de 2018

Una preocupación llamada Bolsonaro (publicado el 1/11/18 en www.disidentia.com)


Del mismo modo que nadie había imaginado que Donald Trump pudiera llegar a la presidencia de Estados Unidos, Jair Bolsonaro ganó el balotaje en Brasil con alrededor de 55% de los votos. Sí, el candidato que ha sobresalido por reivindicar militares que torturaron, que promete mano dura y armas para todos, que ha anunciado un programa de ajuste neoliberal y que ha tenido infelices declaraciones de carácter racista, homofóbico y misógino, ha recibido casi 58 millones de votos.
Antes de cualquier análisis, eso sí, no se puede obviar que Bolsonaro ganó unas elecciones en las que el candidato que lideraba las encuestas quedó imposibilitado de presentarse por una resolución judicial. Si bien todos sabemos que los contrafácticos no son ni verdaderos ni falsos, no hay duda que Lula como candidato hubiera presentado un escenario distinto.  
Otro elemento del contexto que no puede pasarse por alto es que el gobierno de Michel Temer, producto del impeachment que se cargó a Dilma Rousseff, llega a su fin con números de impopularidad alarmantes, pues al plan de ajuste y empobrecimiento, se le agrega una población que observa que Temer está lejos de ser un sinónimo de transparencia.  
Dicho esto podría indicarse que lo que más sorprende de un candidato que hasta los medios de centro derecha presentan como “ultraderechista”, es que más allá de algunos matices propios de campaña, en principio, no ocultó lo que era ni lo que viene a hacer. Si bien habrá que ver cuántas de esas promesas se cumplirán en el ejercicio de la presidencia, es difícil que algún votante de Bolsonaro pueda decir dentro de unos años que se ha sentido engañado.  
Por otra parte, y seguramente tras el fracaso del gobierno de Temer, se debe tomar en cuenta que Bolsonaro ocupa el espacio y el espectro ideológico de una derecha que carecía de candidato y que se enfrentaba a una izquierda del PT implosionada que, hasta último momento, especuló con la posibilidad de algún vericueto legal para que Lula pudiera presentarse.   
Cabe indicar también que es difícil sostener que Bolsonaro, de formación militar, sea un outsider de la política, pues lleva treinta años de carrera ocupando diferentes cargos y ha sido varias veces reelegido como diputado. Quizás la confusión se da porque Bolsonaro, al igual que los outsiders, suelen tener discursos antipolítica pero no será ni la primera ni la última vez que un dirigente que lleva años ocupando cargos pregone la antipolítica. Al fin de cuentas, vivimos tiempos en que nadie puede exigir nada a nadie. Menos aún coherencia.
Pero detengámonos un momento aquí para subrayar dos cosas al menos. En primer lugar: el contexto de la antipolítica es el caldo de cultivo para personajes como éstos, que prometen darlo vuelta todo, y que en un principio parecen una broma digna de consumo irónico hasta que un día se transforman en tu presidente. En segundo lugar, una vez más, la historia enseña a los espacios socialdemócratas, populares y de centro izquierda que las crisis de las derechas, no derivan necesariamente en el regreso a un voto de izquierdas sino que suelen derivar en opciones a la derecha de la derecha. Y esto a pesar de que Bolsonaro no ha sido el candidato de los medios y del establishment, al menos hasta que los medios y el establishment entendieron que podía ganar. En todo caso, sí podría decirse que los medios y el establishment hicieron todo lo posible para destruir al candidato del PT sea quien fuere, pero sería injusto decir que hicieron campaña directa en favor de Bolsonaro.
Sin medios a favor, ¿fueron las fake news las que llevaron a Bolsonaro al triunfo? Seguidores del PT denunciaron una campaña sucia y mensajes viralizados con mala fe, lo cual ha sido cierto, pero tenemos que tener en cuenta que la referencia a las fake news es el último invento de la progresía iluminista para explicar la derrota de sus candidatos. Así, aparentemente, si gana Trump, se quiere abandonar la Unión Europea y gana Bolsonaro, se trata de un resultado que se explica porque la gente es tonta y es engañada por unos muchachitos muy inteligentes que comparten aviesamente contenido falso detrás de una computadora. Y las fake news existen, se utilizan cada vez más en las campañas electorales pero no son determinantes. Si decir que se perdió una elección por las fake news consuela a los derrotados…allá ellos… pero sería deseable que al menos en privado se miraran al espejo.
Y este punto se enlaza con que el triunfo de Bolsonaro expresa también el gran fracaso de los discursos de centro izquierda que provienen de los laboratorios onanistas de las universidades y que desprecian inquietudes de la gente en tanto “agenda de la derecha”. Es que para los espacios populares y progresistas, la inseguridad de los ciudadanos, en especial vinculada a los ataques contra la propiedad, es agenda de derecha. Esto lleva a que no se ofrezcan políticas de seguridad razonables y alternativas a las propuestas punitivistas y lo único que se termina haciendo es pontificando desde un pedestal que la responsabilidad individual en los delitos no existe y que todo es fruto de la desigualdad social. Tampoco hay alternativa para el discurso transparentista del oenegismo lo cual genera, o bien que los espacios populares, de centro izquierda, hagan un seguidismo bobo a ese tipo de discursos, o bien que los desprecien completamente y presenten que los controles y la eficiencia estatal son políticas de derecha. Sería bueno que los intelectuales populares expliquen que la desigualdad no tiene que ver con que un gobierno robe un poco más o un poco menos sino con los modelos económicos que llevan adelante estos gobiernos pero que también se debe avanzar hacia una propuesta de Estado inteligente y eficaz.
También ha sorprendido cómo el tema de la supuesta necesidad de recuperar los valores de la familia tradicional contra lo que, incluso en un spot que circuló por la web, aparecía explícitamente como “ideología de género”, fue eje de la campaña. Esto se explica no solo por la fuerte tradición cristiana que tiene Brasil sino especialmente por la conservadora variante protestante pentecostal que lleva años ganando adeptos y ocupando espacios de representatividad política. Frente a esta situación no hay que enojarse ni indignarse sino comprender el lugar que ocupa la religión especialmente en los sectores populares y el trabajo social que realizan las iglesias evangélicas allí donde el Estado no aparece. Si frente a este escenario, la solución que propone la progresía es avanzar en la separación definitiva de la Iglesia del Estado y entender Brasil releyendo a Max Weber mientras se acusa de conservadores fanáticos a los protestantes, lo que podremos ganar son unos votos en un centro de estudiantes universitario pero una elección nacional en un país como éste la perderemos por escándalo incluso frente a un candidato “fácil” como Bolsonaro.
Por último, muchos se preguntaron con indignación cómo un negro puede votar a un racista, cómo un gay puede votar a un homofóbico y cómo una mujer puede votar a un misógino. La respuesta no es simple pero está a la vista, aunque les incomode a los que dicen ser referentes de la reivindicación de los derechos de las minorías. Es que la identidad de un negro no se reduce a su condición de negro, ni la de gay a ser gay ni la de una mujer a ser mujer. Pensar que es así supone subestimarlos. Porque los individuos pertenecientes a determinados grupos minoritarios, al igual que los individuos que pertenecen a grupos denominados “mayoritarios”, tienen un sinfín de dimensiones que van más allá del color de piel, el objeto de deseo o el género. Entonces, en vez de decirle a un gay que es un idiota porque votó a un homofóbico habría que pensar que un gay puede votar por otras razones además de la de ser gay. Quizás cree que es más importante que la clase política deje de robar y considera que Bolsonaro es la persona adecuada para acabar con la corrupción; quizás trabaja haciendo delivery en bicicleta y en el último año le robaron cinco veces, y cree que la solución es armarse y poner más policías. Desde mi punto de vista, ese votante está equivocado y no está allí la solución pero ¿quién soy yo para decirle que esas no son razones para votar?  
En síntesis: ganó Bolsonaro y hay motivos para preocuparse. No solo por lo que puede hacer sino porque quienes se oponen a Bolsonaro en Brasil y en el continente parecen no querer entender las razones por las que alguien como él pudo haber llegado tan lejos.  

lunes, 29 de octubre de 2018

Unidad en el pueblo: el proyecto político de Francisco (editorial del 28/10/18 en No estoy solo)


Tras el encuentro ecuménico que se llevó a cabo días atrás en Luján, referentes políticos, periodistas e intelectuales no peronistas fustigaron fuertemente a la figura del Papa Francisco y a esta versión de la Iglesia crítica del modelo económico. Liberales, progresistas e izquierdistas recordaron el conservadurismo en materia de moral y costumbres de la Iglesia y destacaron la necesidad de avanzar hacia una separación definitiva de ésta respecto del Estado. Pero lo curioso es que la reacción contra la Iglesia provino incluso de muchos católicos que aceptan todos los pasajes oscuros de la historia universal de la Iglesia y que incluso han festejado o al menos justificado el rol de la institución en el año 55 y en el 76 pero que, sin embargo, no le perdonan haber sido una prenda de unidad para un peronismo que intenta, a contrareloj, ser competitivo para 2019. Podría decirse que, a la luz de los acontecimientos, el antiperonismo es un sentimiento religioso más fuerte que el vínculo con Dios y su representante en la Tierra.
¿Pero qué sucede en el plano conceptual y político? Porque todas las críticas tienen asidero y llevan mucho tiempo en algunos casos pero la reacción, esta vez, fue desproporcionada y supuso editoriales y varios días en tapa de los diarios, TV y radio además de encarnizados cruces en redes sociales.
Fue entonces que pensé que el mejor aporte que podía hacer era correr la hojarasca y pensar cuáles son los principios del proyecto político, si es que podemos hablar en esos términos, claro, de la Iglesia que lidera Francisco. Porque intuyo que allí uno puede encontrar la respuesta a buena parte de las tensiones que no tienen que ver con coyunturas, emociones violentas y narcisismos.
Para ello me voy a servir de un discurso que Francisco diera en 2010, cuando era simplemente el cardenal Jorge Bergoglio, y que fuera publicado bajo el título Nosotros como ciudadanos, nosotros como pueblo. Se trata de un discurso que se da en el contexto en que la relación con el kirchnerismo no era la mejor. Y cuando uno lo repasa observa, naturalmente, la base de la doctrina social de la Iglesia pero una clara coincidencia con La comunidad organizada de Perón, especialmente en lo que respecta al diagnóstico de la presencia de antagonismos que deben ser superados. En aquel discurso de Perón, al menos desde mi punto de vista, el antagonismo central y a partir del cual el peronismo busca aparecer como una tercera posición superadora, es el que enfrenta al liberalismo individualista y al comunismo colectivista. Frente a ello, Perón afirma que la realización individual se da siempre en comunidad, retomando ideas clásicas ya presentes en Aristóteles, pero la pertenencia a esa comunidad no debe eliminar la individualidad. Las palabras de Bergoglio, sesenta años después de las de Perón, obviamente, incluyen otras tensiones o aggiornan esa “tensión original”, pero están puestas allí para enumerar lo que, considera, son los cuatro principios necesarios para elaborar su propuesta: 1) que el tiempo es superior al espacio, esto es, que se trata de estructurar un proyecto, una narrativa y una finalidad antes que ocupar circunstancialmente un lugar sin referencia alguna hacia dónde ir; 2) que la unidad es superior al conflicto, es decir, que frente a algunas lecturas neomarxistas que afirman que el conflicto es constitutivo a la democracia y a lo humano, éste puede y debe superarse en un proyecto común; 3) que la realidad es superior a la idea, o sea, que frente a las vanguardias idealistas que se autonomizan de la realidad y consideran que pueden cambiarlo todo desde el lenguaje y la ideología, Bergoglio considera que la idea debe estar al servicio de una realidad que no es maleable caprichosamente; 4) que el todo es superior a la parte, esto es, lo que les indicaba anteriormente: que el todo es más que la suma de las partes pero que ese todo no anula a esas partes sino que las integra.  
A lo largo del texto, además, aparecen menciones a la independencia, a la soberanía y a la justicia social, y se exhorta a que la finalidad del proyecto sea siempre el Bien Común, elementos que luego aparecerán, claro está, en las encíclicas que él realizará más adelante en calidad de Sumo Pontífice. Pero lo más interesante conceptualmente es que Bergoglio retoma una idea que floreció durante los siglos XVIII y XIX en el seno de la tradición reconocida como “romántica”. Me refiero a la idea de que el sujeto de la historia, el sujeto de las trasformaciones, es el pueblo. Allí está el núcleo central que separa esta propuesta de los puntos de vista liberales, conservadores, progresistas e izquierdistas. Es el pueblo como ente cultural-mítico pero encarnado en el hoy y proyectado hacia el futuro, el que puede y debe superar las divisiones y las tensiones. De esta manera, contra los liberales, la historia no es la historia de los individuos sino de los grandes hombres que encarnan a un pueblo en un momento histórico particular; contra los conservadores, es el pueblo orientado hacia el Bien Común el que debe transformar la sociedad para devenir comunidad plena y justa; y contra la izquierda y la progresía, no son las fracciones ni los grupos exigiendo derechos formales y anteponiendo sus intereses facciosos a los de las mayorías los que marquen el camino hacia la unidad en el tiempo, aun cuando alguna de sus exigencias pueda ser razonable. Es más, en tiempos de políticas de identidad, Bergoglio afirma que “la persona social adquiere su más cabal identidad como ciudadano en la pertenencia a un pueblo” y no como individuo agregado a otros en una sociedad ni como individuo vinculado a un grupo en razón de su etnia, clase, género u objeto de deseo.
Para finalizar, como indicaba al principio, no escribo estas líneas para defender o criticar presupuestos de la perspectiva de Bergoglio y la tradición de la cual él abreva en la Iglesia, sino para comprender qué es lo que puede estar de fondo más allá de los gestos de unos sectores u otros. Si, además, esto sirve para echar algo de claridad acerca de las tensiones conceptuales actuales y futuras dentro del espacio nacional y popular, donde también conviven espacios progresistas y de izquierda, habré colmado sobradamente mis expectativas pues parecen ser tiempos de demasiada corrección política combinada con extravíos ideológicos, holgazanería reflexiva y el enorme vacío que deja la ausencia de un proyecto político.              


jueves, 25 de octubre de 2018

El payaso "IT" y la política del miedo (publicado el 18/10/18 en www.disidentia.com)


El último lustro viene arrojando, en todo el mundo, resultados electorales sorprendentes: iniciativas y candidatos que era imposible que ganaran han ganado y el establishment biempensante se ha sentido conmovido e indignado, sentimientos que, por cierto, no contribuyen a que cese su infatigable tendencia a equivocar el diagnóstico sobre este tipo de fenómenos.

Con todo, probablemente, la conmoción obedezca, en última instancia, a que toda la cultura occidental de los últimos siglos se ha apoyado en la idea del progreso moral de una sociedad libre y abierta que se estructura a partir de agentes racionales que toman decisiones informadas. Sin embargo, asistimos, a lo largo y ancho de nuestra civilización, a una opinión pública a merced de la agitación mediática de turno y una política atravesada por las emociones.
Sí, efectivamente, los grandes liderazgos y la cultura de masas hoy están en el baúl de los recuerdos del siglo XX pero en tiempos de liderazgos pulcros, eficientes, horizontales y “CEOcráticos” las emociones siguen jugando un papel preponderante por más que sigan teniendo peor prensa que la santa Razón.
En este marco, salvo excepciones, políticos populistas pero también socialdemócratas y liberales se encuentran a merced de una opinión pública que alimenta sus prejuicios con posverdad, y procesos eleccionarios que suelen polarizarse y definirse por la negativa antes que por la positiva. Dicho de otra manera, los candidatos ya no pugnan por dar buenas razones para que se los vote porque éstas importan poco. Simplemente buscan tener menos imagen negativa que el adversario: “¡Cuidado que vienen los populistas….! ¡Cuidado que vienen los comunistas…! ¡Cuidado que vienen los fascistas…! ¡Cuidado que vienen los liberales…! ¡Cuidado que vienen los nazis…!”. Siempre está por venir el mal, el gran fantasma. Se trata de ese otro al que nos enfrentamos y que condensa toda esa monstruosidad que nos asusta. Así, de todas las emociones, evidentemente la que se privilegia es el miedo, el terror a ese adversario al que nos enfrentamos y que aparece como amenaza a la nación, a la identidad, a los valores, a la diversidad, etc. Esto significa que estamos inmersos en un proceso de política “IT” y por tal refiero a ese siniestro payaso que ideó Stephen King y que tuvo su nueva versión cinematográfica el año pasado. Es que el payaso “IT”, “ESO”, en castellano, adopta la forma que más miedo genera en aquel que lo enfrente. Si un niño tiene miedo a las serpientes, el payaso se convertirá en la serpiente más terrorífica o en su metáfora más cercana, del mismo modo que si su compañero tiene miedo a crecer probablemente el payaso se transforme en un gigante. En la política “IT”, el candidato que no nos gusta adopta la forma de todos nuestros miedos. Es más: para distintos electores un candidato puede representar distintas características, incluso contradictorias entre sí, como ser populista y liberal, conservador y progresista, de derecha y de izquierda. Porque lo que importa es que aparezca como “el mal”, aquello que genera “terror” y a lo que jamás se podría votar en ninguna circunstancia.
Al tanto de este fenómeno, especialmente en el caso de sistemas bipartidistas y/o con elecciones que se definen a través del balotaje, no es casual que los asesores de campaña se ocupen más de defenestrar la imagen del oponente que de ayudar a construir una imagen propositiva del candidato propio. Y lo hacen sean del signo político que sean porque hoy en día no solo los conservadores se basan en esta política del miedo sino que también abusan de ella los sectores  progresistas que en cada elección y en cada lugar del planeta plantean que lo que se juega allí es la gran batalla final contra el nazismo o el mismísimo Lucifer, en una lógica que más que a IT nos recuerda a los épicos enfrentamientos de Star Wars entre los sables verdes que representan al bien y los sables rojos que representan al lado oscuro.
Pero lo cierto es que, al menos para el progresismo biempensante, esa estrategia no funcionó incluso contra candidatos que a priori eran incapaces de triunfar, como Trump en Estados Unidos y Bolsonaro en Brasil.
Por todo esto, cuando en procesos electorales nos inviten a elegir entre globos de un color y de otro habrá que tener mucha agudeza porque es probable que ambos globos estén representando a un payaso aterrador pero que solo debería dibujarnos en el rostro una sonrisa sarcástica: la sonrisa de quien entiende que, al menos en política, nunca estarán demás los matices ni los intentos de encontrar la complejidad detrás del maquillaje.        


lunes, 15 de octubre de 2018

Uber y los libres autoexplotados (publicado el 4/10/18 en www.disidentia.com)


En casi todos los países del mundo la llegada de Uber ha generado conmoción, batallas legales interminables e incluso hechos de violencia casi siempre protagonizados por quienes ven afectado su negocio, principalmente, los taxistas. Más allá de las particularidades de las legislaciones de cada Estado, en general se suele hacer hincapié en que Uber supone un tipo de competencia desleal, que tiene un modelo de negocios que hace difícil su regulación y, por lo tanto, el cobro de impuestos, etc. En Latinoamérica, por ejemplo, Uber comenzó en 2014 y prácticamente se ha extendido por todo el continente con distintos grados de litigiosidad pero con una excelente recepción de los usuarios que encuentran allí precio prefijado, costos más bajos y seguridad. A su vez, con la masificación de los teléfonos celulares y el auge de las aplicaciones, otro tipo de empresas que ofrecen distintos servicios son parte del vocabulario natural de los usuarios. Son empresas particulares porque lo único que ofrecen es una aplicación. Así, Uber, es una empresa gigante de alquiler de coches y sin embargo no posee ni un solo vehículo; lo mismo podría decirse de AirBnB en el ámbito del turismo o una empresa argentina como Mercadolibre, que ya tiene alcance regional y, sin ningún local de venta físico propio, no hace otra cosa que cobrar comisiones por conectar usuarios y marcas que pueden vender desde un juguete usado hasta un televisor de última generación. El negocio de las aplicaciones al servicio de la utopía tecnológica propuesta por Silicon Valley promete mediatizar prácticamente todos nuestros vínculos y su auge es explosivo. Al ya mencionado caso de Uber, que en menos de un lustro y a pesar de las resistencias, está complemente instalada entre los usuarios, podemos sumarle, solo como ejemplo, los casos de Glovo, una empresa fundada en Barcelona en 2015 o Rappi, empresa de capitales colombianos fundada el mismo año, que han inundado las calles de Buenos Aires con miles de “glovers” o “rappiers” que no son otra cosa que, en su mayoría, jóvenes desempleados que disponen de una bicicleta o una motocicleta y se encargan de trasladar pedidos a domicilio. En este caso la resistencia no ha sido grande porque nadie vio afectado su negocio y las empresas se han beneficiado porque tercerizan el servicio y reducen los costos despidiendo a los empleados que se encargaban de los repartos.
Pero lo más interesante es cómo este modelo de negocio está modificando la concepción de “trabajo” y “trabajador” acorde a las exigencias del nuevo esquema que propone el capitalismo financiero. Sin sindicalización, sin cobertura médica, en el mejor de los casos y donde hay regulación, el trabajador (o lo que queda de él) paga un impuesto básico que en Argentina se conoce como Monotributo pero varía de país en país. Lo curioso es que a cambio de las protecciones de las que otrora gozaban los trabajadores, cierto discurso dominante presenta este tipo de vínculos como espacios de libertad, sin horarios y sin jefes, lo cual, sin dudas, es cierto. Porque quien trabaja para Uber y su vínculo laboral empieza voluntariamente cuando se conecta y culmina voluntariamente cuando se desconecta, ya no es un trabajador sino un empresario de sí mismo que negocia, aparentemente de manera libre y en igualdad de condiciones, su tiempo a cambio de un dinero que, naturalmente, no me atrevería a llamar “salario”. Sujetos autónomos y libres entrando y saliendo rezaría otra utopía, la libertaria, sin tomar en cuenta que la gran mayoría de quienes brindan ese servicio, han perdido el trabajo o realizan horas extra por sobre el trabajo que todavía sostienen porque aquella paga ya no les alcanza.
Estos empresarios de sí mismos son el ejemplo claro del cambio de las relaciones laborales en las sociedades en las que vivimos porque son sujetos con sueldos miserables pero que se consideran libres por presuntamente, no tener, como en el capitalismo clásico, de modo visible, un explotador que los explote, situación que aparecía con claridad en las sociedades donde las clases y las identidades resultaban mucho más fijas que en la actualidad. El empresario de sí mismo se cree empresario y cree manejar sus tiempos pero acaba generando su autoexplotación. Es él mismo el explotado y el explotador, y en las condiciones actuales de distribución de la riqueza, su destino es, probablemente, el fracaso y la depresión. Así, para el empresario de sí mismo en el marco de una sociedad del rendimiento y la exigencia, la única revolución que hay es la de las pastillas. Y la razón es simple: como los modelos económicos no parecen jugar ningún rol relevante, ya no hay jefes y nos quieren hacer creer que rigen las condiciones esenciales para una justa carrera meritocrática, que no alcance para llegar a fin de mes acaba siendo una responsabilidad personal. ¿A quién entonces, debemos hacerle la huelga si enfrente no hay explotador y si los gobiernos son vistos como meros administradores de la miseria?
En las páginas 193 y 11 de Topología de la violencia, el filósofo coreano Byung-Chul Han lo explica de este modo: “la desaparición de la instancia de dominación externa no suprime, sin embargo, su estructura de coacción. La libertad y la coacción coinciden. El sujeto del rendimiento se libra a la coacción para maximizar el rendimiento. De este modo se autoexplota. (…) El sistema capitalista pasa de la explotación por parte de otro a la autoexplotación, del deber al poder (…). Su libertad paradójica hace que sea víctima y verdugo a la vez, amo y esclavo. Aquí no hay distinción entre libertad y violencia (…) La violencia sufre una interiorización, se hace más psíquica y, con ello, se invisibiliza. Se desmarca cada vez más de la negatividad del otro o del enemigo y se dirige hacia uno mismo”.
 Si bien a poco de ingresar a la tercera década del siglo XXI y con una revolución tecnológica a cuestas, nadie puede pretender que las relaciones laborales sean las mismas que antaño, el presunto oasis de sujetos libres que entran y salen de una aplicación, tiene más de necesidad y  violencia que de libertad, salvo que, claro está, la autoexplotación de un individuo arrojado a los márgenes del sistema sea interpretada como una decisión autónoma entre una importante gama de opciones. Es que en una sociedad donde no hay trabajadores y todos son empresarios de sí mismo la explotación no desaparece. En todo caso, cambia el explotador porque ya no es un otro sino el propio sujeto y lo que se mantiene constante es que el explotado sigue siendo el mismo aunque ahora, claro está, crea que es libre.   

     

miércoles, 26 de septiembre de 2018

La noticia ha muerto (publicado el 20/9/18 en www.disidentia.com)


Revisando el diálogo que en 1975 tuvieran Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato a instancias del escritor argentino Orlando Barone, encontré el siguiente intercambio acerca del valor de las noticias.
“Sábato: La noticia cotidiana, en general, se la lleva el viento. Lo más nuevo que hay es el diario, y lo más viejo, al día siguiente
Borges: Claro. Nadie piensa que deba recordarse lo que está escrito en un diario. Un diario, digo, se escribe para el olvido (…)
Sábato: Sería mejor publicar un periódico cada año, o cada siglo. O cuando sucede algo verdaderamente importante (…) ¿Cómo puede haber hechos trascendentes cada día?
Borges: Además, no se sabe de antemano cuáles son. La crucifixión de Cristo fue importante después, no cuando ocurrió. Por eso yo jamás he leído un diario (…)”
Estas breves reflexiones me llevaron a posar la atención en la cuestión de la periodicidad y a observar que en la enorme cantidad de publicaciones del campo de la teoría comunicación referidas al concepto de “noticia” o a la relación entre lo que los medios afirman y la realidad, no abundan los énfasis en el vínculo entre los hechos y los modos de producción de la noticia, formato que ha hecho que se naturalice que todos los días haya noticias y que todo lo que sucede deba agruparse en resúmenes diarios. Efectivamente, podrá haber variaciones de país en país o en determinados momentos históricos pero desde la irrupción del periodismo y su posterior amplificación a través de la radio y la TV, nos habituamos a que las noticias ocurren por día o, en todo caso, las noticias pueden dividirse en una versión matutina y otra vespertina.
Ya en 1993, el periodista argentino, Claudio Uriarte, escribía al respecto que “el periodismo ha otorgado legitimidad a una idea cuya única verdad son los ritmos de reproducción de la fuerza de trabajo de la productividad alienada: la noción de que el tiempo transcurre en períodos de 24 horas por día (o de una semana o de un mes) (…) El concepto mismo de periodicidad es lo que debe ser críticamente puesto en duda, tanto más en un mundo en que el periodismo ha adquirido la legitimidad autorreferente y tautológica de un poder que se encuentra más allá de todo cuestionamiento, y en una sociedad en la que el periodismo ha sustituido eficientemente a la metafísica, la filosofía, la ideología social, la discusión de las ideas y hasta el mismo arte”.
Sin embargo, con la irrupción de internet los tiempos se aceleraron y si bien los medios tradicionales sostienen modelos clásicos, lo cierto es que la noticia se actualiza constantemente, los tiempos de lectura y de desarrollo son escasos, los periodistas de la vieja guardia ceden su lugar a jóvenes pasantes que conocen más de redes que de periodismo y la respuesta del público a las noticias que el medio brinda se puede cuantificar con exactitud inmediata.
Siguiendo lo indicado por Uriarte, entonces, no es casual que la desregulación del tiempo y el espacio de una producción de la noticia en la que, en muchos casos, ni siquiera existe una redacción y los redactores son freelances con contrataciones temporales, haya alterado la periodicidad clásica. Así, si Sábato viviera diría que lo más nuevo es el minuto actual y lo más viejo el minuto que acaba de pasar, y Borges debería afirmar que lo que se escribe para el inmediato olvido son los portales de noticias.
Este imperio de la velocidad ha alterado, naturalmente, el modo en que se hace periodismo y lo ha alterado para peor. Porque el medio es el mensaje pero la escasez de tiempo es un mensaje más potente aún a tal punto que la noción misma de noticia está en tela de juicio. En otras palabras, ya no solo discutimos, como lo hacemos desde hace décadas, qué es una noticia, qué hecho merece ser noticia, o desde cuándo el llegar primero se transformó en un valor para el periodismo. Y la razón está a la vista: como el modelo del negocio periodístico hoy es la publicación de notas constantemente, aunque más no sean las repercusiones del último video viral de un hombre que se cae al agua, y la competencia online hace que los competidores puedan observar en tiempo real qué es lo que está publicando la empresa periodística con la que se disputa el mercado, la primicia ya no alcanza. Efectivamente, ni siquiera tiene sentido discutir la cantidad de estupideces que se publican como noticias porque ahora se llega a publicar algo que ni siquiera se ha transformado en un hecho. Dicho de otra manera: antes había que publicar rápido el hecho. Ahora hay que publicar tan rápido que ni hay tiempo para que el hecho acontezca y menos tiempo aún para la corroboración de lo sucedido y el chequeo de las fuentes. A este fenómeno se lo menciona de modo cool como “noticia en proceso” y es cada vez más utilizado en los portales de noticia. Pero no se trata de otra cosa que un eufemismo por el cual debería entenderse un “tenemos rumores de que algo estaría pasando y vamos a publicarlo antes de que lo haga nuestro rival. Cuando finalmente sepamos qué sucede actualizaremos la información”.         
Que la noticia no esté “terminada” porque hasta puede que el hecho todavía no se haya consumado completamente, pretende eximir de responsabilidad ante los posibles errores o la información falsa que se vierta en la “noticia en proceso”. De hecho, en la lógica de lo que está en proceso nunca hay errores, solo actualización y este punto es central porque de esta manera la actualización se transforma en un valor que reemplaza a lo chequeado y a lo verdadero aun cuando la misma noticia en proceso tenga diez actualizaciones que no hacen más que demostrar que las nueve versiones anteriores eran erróneas o, como mínimo, incompletas.
Si lo primero que se enseña en una facultad de periodismo es que “noticia es que un hombre muerda a un perro y no a la inversa” nos enfrentamos al problema de que hoy, en la necesidad de actualización constante y frenética, un portal puede publicar el incidente entre un perro y un hombre antes que el incidente tenga, efectivamente, lugar. Paradojas de un mundo atravesado por noticias cuando la noticia, como tal, ha muerto.   


martes, 18 de septiembre de 2018

¿70 años de peronismo o 40 de macrismo? (editorial del 16/9/18 en No estoy solo)


La revolución de la alegría ya no ofrece alegría pero al menos pretende seguir siendo revolución. Para ello, necesita establecerse como un tiempo cero, una inflexión en la historia. Los republicanos argentinos no han modificado los calendarios aún como sí lo hicieran los republicanos franceses a partir de 1792 y no nos han legado nombres raros para los meses como “brumario”, “termidor”, “mesidor” o “germinal”. Sin embargo, nuestros revolucionarios, amparados en la ausencia de credibilidad de las estadísticas oficiales, decidieron que deberían ser juzgados por un número de la pobreza que comenzó a ser medido en septiembre de 2016, esto es, diez meses después de haber asumido; diez meses en los que la devaluación fue del 40% y el poder adquisitivo se deterioró alrededor de un 10%. Si el mes de brumario en la revolución francesa correspondía aproximadamente al lapso de tiempo entre el 21 de octubre y el 21 de noviembre de nuestro calendario, septiembre de 2016 equivale a diciembre de 2015 según la revolución macrista. Es más, incluso podría decirse que ésta es una revolución particular porque más que inaugurar un tiempo nuevo, detuvo el tiempo en diciembre de 2015 ya que todos los padecimientos ocurridos después se justifican por lo ocurrido antes de esa fecha.
Si bien las usinas ideológicas del gobierno, más cómodas con la designación de Think tank, han hecho del desprecio por la historia un culto, la necesidad de crear una identidad, incluso antes que la necesidad de justificar la crisis, los ha obligado desde un principio a diferenciarse de un otro que ha ido variando su denominación y que se acomoda a los requerimientos de las circunstancias. Cuando el gobierno todavía podía presentarse como novedad, lo otro era “la vieja política”; cuando eso ya no bastaba, lo otro fue “el kirchnerismo” y cuando con la estigmatización hacia el kirchnerismo tampoco alcanzó, lo otro fue “el peronismo” referenciado en el mantra que las principales espadas comunicacionales del gobierno repiten cuando afirman que la crisis de la Argentina comenzó hace setenta años. Pero no se trata de un simple cambio de denominación sino de una radicalización. Porque oponerse a lo viejo o al kirchnerismo no es lo mismo que oponerse al peronismo. Digamos entonces que la cara amable de la revolución de la alegría no devino jacobina pero sí se está mostrando profundamente antiperonista y conservadora. Y hay buenas razones para sostener que las radicalizaciones suponen debilidad porque se radicaliza quien se reconoce en retirada o al menos incapaz de seguir ampliando su base de sustentación. El radical ve conspiraciones en todos lados y busca una purificación que cada vez coincide más consigo mismo.
¿Pero de qué hablan cuando recurren a la cifra mágica de los setenta años? Algunos audaces se animan a decir que esa fecha coincide con el “peronismo” pero los más solo hacen referencia a esa fecha redonda casi mítica y no se atreven a nombrar la palabra maldita. Se apuesta, claro está, a que se instale, como se ha instalado el repertorio difundido por la revolución libertadora acerca del peronismo en el ya célebre Libro negro de la segunda tiranía y como se instalan en la actualidad mitos acerca de comandos venezolanos e iraníes, containers enterrados tan profundamente que llegaron a China y bolsos con dólares que viajaron en el Arsat para depositarse en un banco extraterrestre.  
Pero a no ser por un antiperonismo supurante, no hay nada que permita justificar semejante segmentación histórica ni ubicar al peronismo como fuente de todos los males. Hubo déficit antes de 1946 y, a su vez, hubo períodos de gobiernos peronistas con superávit fiscal o con déficit absolutamente razonables, incluso más allá del déficit primario, porque no olviden una cosa: la épica conmovedora del déficit cero que nos vienen a promover en la actualidad siempre refiere al déficit primario, esto es, a lo que gasta el Estado sin tomar en cuenta los intereses de la deuda. Y quienes hablan de los setenta años de penurias, olvidan que hubo gobiernos peronistas que cancelaron las deudas y/o que dejaron a las mismas con una incidencia muy baja en relación al PBI. En todo caso, un corte más interesante puede ser el producido hace “cuarenta años”, esto es, con el período de interrupción del gobierno de Isabel Perón en lo que fuera el último golpe militar que generó una aceleración fenomenal de la deuda. Pero, claro está, ese recorte podría hacernos recordar que las políticas económicas de hoy tienen claros antecedentes en las políticas económicas impulsadas en el año 1976 y algún mal pensado podría indicar que hablando de los setenta años de peronismo lo único que terminamos encontrando son cuarenta años de macrismo. Pero para no caer en las lecturas tan lineales podría decirse que quizás convenga segmentar los últimos setenta años en los períodos 1946-1975, 1976-2001 y 2002-2015. Esta segmentación parece más razonable y coherente y no se trata de una segmentación basada en el clivaje peronismo/antiperonismo sino de un corte donde se ven claramente modificaciones enormes en lo que respecta a crecimiento de la deuda, redistribución del ingreso y nivel de empleo, por citar algunas variables.             
Con todo, claro está, la intención del gobierno, además de la radicalización, es la de despegarse de los otros gobiernos que aplicaron las políticas que aplica este gobierno. Y en este punto, la radicalización es tal que asusta porque si el eufemismo que se utiliza para dividir la historia argentina es la de gobiernos con o sin déficit, caemos en el artilugio clásico de las posturas neoliberales que han destrozado este país en la macro y en la microeconomía. Así, por más que el micrófono generoso de los comunicadores le dé lugar a libertarios caricaturescos como Espert o Milei, para poder mostrarle a la ciudadanía que hay algo a la derecha del gobierno, ya es voz oficial la idea de que la actual crisis no es por el modelo de ajuste sino, al contrario, por no haber ajustado lo suficiente. No ha sido, entonces, el ajuste el que nos habría traído hasta aquí sino el presunto gradualismo. Para muestra compárense estas afirmaciones con las de los dichos de los grandes liberales económicos argentinos que a lo largo de las últimas cuatro décadas han fracasado una y otra vez pero se justifican afirmando que “lo que pasa es que se metió la política”, “no se hizo el ajuste profundo que se tenía que hacer” o, como dicen algunos de los energúmenos actuales, “este país nunca tuvo una política liberal en serio”.
Podría decirse, entonces, que la actual revolución es curiosa. Perdió la alegría y cuando se indaga en sus aspectos revolucionarios nos damos cuenta que no hay nuevo calendario ni un nuevo tiempo sino el regreso a una Argentina preperonista donde el Estado es sinónimo de gasto populista, la sindicalización es una extorsión organizada, y la justicia social y la redistribución del ingreso serían términos que no se adecuan a los cambios del mundo. Nos prometieron ingresar al siglo XXI en el cohete de la innovación y la tecnología y, en nombre del emprendedorismo y manejando un UBER, nos están llevando al siglo XIX y a la pujante pero concentrada y desigual Argentina del centenario.   

miércoles, 12 de septiembre de 2018

¿Puede ganar CFK en 2019? (editorial del 9/9/18 en No estoy solo)


Distintas encuestas confirman una percepción: la presunta corrupción revelada en el caso de los cuadernos afecta electoralmente al kirchnerismo de una manera muy particular: no le horada su piso sino que le sella su techo. Número más, número menos, un tercio de los votos. Nada despreciable a juzgar por la centralidad y el desgaste al que es sometido el kirchnerismo por un gobierno que sigue presentándose como oposición y que hace que la actual parezca la administración de un tercer gobierno de CFK. Pero la encuesta también dice que la crisis económica agiganta la imagen negativa de Macri y revierte las expectativas de mejoría que buena parte de los ciudadanos mantenía hasta hace unos meses. Un tercio de los votos. Tomando en cuenta el descalabro social y económico, y la impericia, se trata de otro milagro y de un fenómeno parecido al del kirchnerismo: piso y techo de los votos cada vez se parecen más.
En lo que respecta al tercer tercio podría decirse que está difuminado. Tiene más presencia matemática que política porque no tiene referente y sin referente se transforma en una entidad al servicio de la proyección de los otros dos tercios. Es una porción importantísima del electorado, determinante, pero tiene indecisión antes que conducción. Se supone que no tiene la intensidad de las minorías que conforman la base de los otros dos tercios pero su falta de intensidad es intensa y eso no los hace ni mejores ni peores. Es lo que hay y quienes pretenden cooptar esos votos padecen esa misma indecisión. En los últimos años este tercio se inclinó más hacia Cambiemos que hacia el kirchnerismo. Pero en 2019 esa tendencia podría no ser la misma en un mano a mano entre los dos grandes referentes de cada uno de los espacios aun cuando el rechazo que ambos recibieran sea grande.     
Este escenario hace comprensible que a meses de las PASO nadie pueda asegurar nada. Por lo pronto, ni siquiera se sabe cuándo se harán las elecciones y si habrá PASO efectivamente; resuelto eso restará ver cuántas elecciones provinciales se desdoblan de las nacionales en función de los intereses del gobierno nacional y cada gobernador; y como si esto fuera poco no hay garantía de quiénes serán los candidatos más allá de lo que indicábamos algunas líneas atrás. ¿Macri se va a presentar a la reelección? La proyección de la economía muestra que ni siquiera la lectura más benévola, que ve un rebote al final del túnel, augura un triunfo en primera vuelta. En el mejor de los casos buscaría fidelizar ese tercio de los votos más alguna ayudita para llegar al balotaje como el candidato más votado y probablemente perder contra cualquier candidato salvo con CFK, con quien las encuestas dan un final abierto. Y aquí vale aclarar que Macri perdería contra cualquier candidato salvo con CFK porque si la oposición lograra instalar en balotaje un candidato no K contra Macri, sea quien fuere, el voto K se inclinaría masivamente hacia ese candidato con tal de vencer a Macri. Si el candidato del oficialismo no es el actual presidente, será Vidal o será Rodríguez Larreta, como demuestran las operaciones de los periodistas afines buscando una insólita distinción entre “referentes insensibles” y “referentes sensibles” del gobierno. Pero todos sabemos que el derrumbe de todo gobierno nacional arrastra al resto de las líneas. Eso ha pasado siempre por más que eventualmente una candidata como Vidal pueda tener un poquito más de imagen positiva que el presidente.
Dentro del tercio kirchnerista, CFK tendría los votos para llegar al balotaje pero salvo frente a Macri, es posible que pierda contra los otros candidatos por la imagen negativa que tiene. Esta, al menos, es la foto del día de hoy. Y allí aparece el gran problema porque el kirchnerismo no tiene plan b y hay gobernadores, intendentes y eventuales candidatos a ocupar bancas legislativas que van a presionar porque les alcanzaría con una buena performance en la primera vuelta más allá del desenlace del balotaje. Esta sería la única explicación por la que CFK, a mi juicio equivocadamente, acabó presentándose en 2017. Asimismo, el kirchnerismo no tiene otro candidato. Entre el no pudo, el no supo y el no quiso, el paso del tiempo parece inclinar la balanza por una opción en lugar de las otras pero más allá de eso, lo cierto es que política y electoralmente es un problema porque si la afirmación kirchnerista “mi heredero es la juventud” ha sido el reemplazo de la afirmación peronista “mi heredero es el pueblo”, la experiencia demuestra que a las herencias hay que organizarlas y que se organizan con un liderazgo y una conducción. Se dirá, claro está, que lo que hace al líder y al conductor es justamente, el hecho de la no delegación, y que esa potencia no es transmisible. Eso es, en parte, real, pero en todo caso es una descripción de lo que ha ocurrido con el peronismo y no una definición.
Con todo, a favor de CFK, por supuesto, habría que preguntarse qué candidato opositor tiene una cantidad de votos digna como para, al menos, pretender correrla del centro. Todos los que lo intentaron desde adentro acabaron con pocos votos y afuera porque la centralidad de CFK funciona centrífugamente y porque también es verdad que en el 2017 e incluso, por qué no decirlo, quizás en 2015 también, el kirchnerismo pareció haber jugado a sostener su pedestal de minoría pura e intensa aun cuando eso supusiera perder las elecciones. En todo caso, si hoy, con CFK a la cabeza, el kirchnerismo es opción de mayoría para el 2019, obedece más a la aceleración con la que el gobierno hizo naufragar al país que con la proyección que hacía el propio kirchnerismo que, después de las elecciones de medio término en 2017, se encontraba en la encerrona de saber que en el 2019 solo podía llegar al poder como parte de una gran coalición opositora teniendo que correr a CFK del centro, o reagruparse sobre sus bases y esperar que las consecuencias del ajuste exijan un cambio recién en 2023.
Si bien el efecto sorpresa ha sido parte de la identidad kirchnerista durante los doce años de gobierno, visto el contexto general y el avance judicial con ejemplos a la vista en países vecinos, CFK prácticamente estaría obligada a ser candidata. Incluso podría pensarse el hostigamiento de un sector de la justicia como una forma de obligar a CFK a presentarse como candidata de modo tal que no pueda salir nunca del centro de la escena, hecho que hasta hoy favoreció al gobierno. El punto es que, justamente, eso sucedió hasta hoy y al macrismo le puede ocurrir lo que otrora le sucedió al kirchnerismo, esto es, polarizar con el candidato que era imposible que gane hasta que un día lo imposible se hizo posible. Y ese candidato ganó.             


viernes, 7 de septiembre de 2018

Argentina en el aire (publicado el 6/9/18 en www.disidentia.com)


La Argentina está en el aire. Después de doce años de un gobierno peronista de centro izquierda, la ciudadanía decidió en 2015 un giro hacia un espacio liderado por el ingeniero Mauricio Macri, en el que confluyeron el tradicional partido radical con aparato y presencia territorial en algunas provincias, figuras de “fuera de la política” y algún otro partido con dirigentes cuyo peso es más bien testimonial. Si bien en Argentina nadie se atreve a autodenominarse de derecha, se trataba de un espacio de centro derecha con referentes conservadores y liberales que se presentaba como moderno y eficaz y que, liderado por CEO de empresas, vendría a poner fin a una presunta fiesta populista de despilfarro y corrupción. Sin embargo, a casi tres años de haber asumido, hacia el fin del mes de agosto, el plan económico de Macri naufraga con datos más que elocuentes: caída del 5,8% de la actividad económica; una inflación que para 2018 se estima en 40% cuyo acumulado en tres años alcanzaría un 150%; una moneda que llegó a devaluarse casi 20% en un día y que desde que asumió Macri pasó de la equivalencia 1 dólar-10 pesos a 1 dólar-40 pesos; el índice del JP Morgan, denominado “Riesgo País”, trepando al récord de 760 puntos básicos; empresas argentinas que cotizan en Wall Street cayendo hasta 16% en un día; y el índice Merval, que releva el promedio de la cotización de las principales empresas en la bolsa, perdiendo un 10% en lo que va del año. Todo esto a pesar de que entre 2016 y 2018, Argentina emitió deuda por alrededor de 150.000 millones de dólares, acercándose al 70% de su PBI, porcentaje que todavía no supone una situación crítica ni previa a un default pero resulta más que preocupante si tomamos en cuenta que las reservas del Banco Central no alcanzan los 60.000 M de dólares y que la fuga de capitales en estos casi tres años, incluyendo el pago de los intereses de la deuda, asciende a casi 90.000 M de dólares. En este contexto se espera que el índice de pobreza e indigencia esté bastante por encima del aproximadamente 30% en el que se ha movido en las últimas mediciones y que el poder adquisitivo tenga una fuerte contracción si tomamos en cuenta que el gobierno busca alcanzar aumentos de entre 15 y 20 % para un 2018 en el que, como les indicaba, la proyección de la inflación está en el doble.
Este panorama resulta más angustiante si se toma en cuenta que el año que viene habrá elecciones y la oposición al gobierno está fragmentada gracias a una escisión del movimiento peronista entre quienes continúan fieles a la figura de Cristina Kirchner que, junto a su marido, gobernó el país entre 2003 y 2015, y un sector peronista no kirchnerista que intenta evitar la polarización pero no logra constituirse detrás de un candidato capaz de llegar al menos al balotaje.
De este modo, el clivaje kirchnerista/anti kirchnerista, incluso más que el peronista/anti  peronista, domina el escenario de la Argentina, política y electoralmente hablando, desde el año 2008 en el que el recién asumido gobierno de Cristina Kirchner se enfrentara a las patronales del campo en un conflicto que paralizó al país durante meses. Y no hay nada que permita suponer que esa tensión disminuya en la medida en que el gobierno y el kirchnerismo se benefician con esa polarización.
Todo esto a pesar de que hace apenas nueve meses atrás, el gobierno vencía a la propia Cristina Kirchner en las elecciones legislativas y se encaminaba, sin más, a la reelección en 2019 confirmando que Argentina sería la vanguardia restauradora que, por fin, dejaría atrás tres lustros de gobiernos populares. Sin embargo, Brasil tiene en Lula al candidato con mayor intención de voto a pesar de estar encarcelado e imposibilitado de participar en la elección; López Obrador acaba de triunfar en México; Evo Morales consolida su proceso en Bolivia y el chavismo resiste en una Venezuela que se encuentra en crisis permanente desde hace años. Este mapa político donde no hay una hegemonía clara puede trasladarse a la Argentina y permite comprender por qué regresa como un fantasma la idea de que se trata de un país “en el aire”. En este sentido, no casualmente, me viene a la mente, un libro del escritor español afincado en Grecia desde 1994, Pedro Olalla, que basándose en una frase de Tucídides, escribe un libro sobre la crisis en Grecia y lo titula, justamente, Grecia en el aire. La interpretación que Olalla hace sobre el sentido que tiene en Tucídides este “estar en el aire” es perfectamente aplicable a la Argentina, porque lo que está en el aire es lo que está suspendido, flotando, pero es también lo que está en vilo, lo incierto y lo que está aún pendiente de cumplimiento. Y todo eso es hoy la Argentina.
Por enfocarse en el caso griego, es natural que Olalla juegue con la contraposición entre los orígenes de la democracia ateniense y la democracia actual. Allí, naturalmente, la Argentina, con su corta historia y sus breves lapsos de períodos democráticos, no tiene mucho que mostrar más allá de que en la última década se han discutido y contrapuesto dos modelos de democracia: el consensualista liberal y republicano, y el agonal, más vinculado a la tradición de la democracia  popular y de la izquierda. Pero donde la comparación resulta más interesante es en lo que respecta a la historia reciente porque Grecia y Argentina han sido casos paradigmáticos de países lastrados por las deudas y por las recetas impuestas por el FMI para hacer frente a estas deudas.
Sin ir más lejos, algunos días atrás se anunciaba que Grecia salía del último de los rescates, más allá de que las denominadas políticas de austeridad auguran muchísimos años más de crisis. De hecho, el resultado de estos ocho años, en el que a la imposibilidad de una política monetaria autónoma (algo que se asemeja a lo ocurrido en la Argentina durante la década del 90 hasta la crisis de 2001), se le agregan las imposiciones de Europa y el FMI, es espeluznante: 260.000 M de Euros de nueva deuda, ocho años de recesión, caída del PBI de alrededor de un 30%, desempleo del 20% y prácticamente un 5% de la población abandonando el país.
Volviendo a la definición de Olalla, desconozco qué significa un país pendiente de cumplimiento o, en todo caso, aquello que se pueda entender por “cumplimiento”, va a variar según las distintas perspectivas. Pero en lo que sí pareciera haber un acuerdo transversal a toda ideología es que Argentina está flotando y que el futuro, ya no el del actual gobierno, sino el de varias generaciones, se parece demasiado a lo incierto.