domingo, 30 de abril de 2023

Llegar como sea (editorial del 29/4/23 en No estoy solo)

 

Alberto, quien había cedido el gobierno a Massa, confirmó la semana pasada que se baja de aquello a lo que sólo él pensó estar subido. A tono con los tiempos, Alberto era un candidato autopercibido. Ahora su triunfo es impulsar unas PASO mientras afirma que nadie debe ser puesto a dedo, es decir, nadie debe ser designado como fue designado él. “La democratización de los partidos c’est moi”.

Para los meses que vienen deberemos acostumbrarnos a un Alberto que nos relate por qué no pudo. A eso podrá reducirse su gobierno, en el mejor de los casos, esto es, si no vuela por el aire de acá a diciembre. Aspira a que unos libros de historia benevolentes lo recuerden como el presidente que tuvo mala suerte; que todo pueda reducirse al meme de Alberto preguntando “¿y ahora qué pasó?”

El del kirchnerismo es un caso curioso: tiene que dejar de ser kirchnerismo para ganar y por eso debe ofrecer una fórmula liderada por un no kirchnerista; así les exige a sus votantes lo que nadie exige, esto es, la racionalidad, la sofisticación y el sacrificio que pocos de los dirigentes practican. Votar cualquier cosa para evitar que vuelva la derecha, incluso derechizarse para que no gane la derecha. Porque nuestro candidato puede ser de derecha, pero es nuestro candidato.   

Todo hace suponer que el kirchnerismo le pedirá a sus votantes que voten a Massa. Un amigo me decía que una fórmula “Massa-Wado” fonéticamente sonaría “más aguado”. ¿Acaso una definición del kirchnerismo que viene? ¿Hay kirchnerismo más aguado todavía? ¿Por qué sería diferente esta vez? Había que votar a Scioli porque, total, estaba el perro guardián Zannini detrás garantizando el control sobre el eventual presidente. No alcanzó. Luego había que votarlo a Alberto porque, para que no queden dudas, está la propia Cristina detrás. No alcanzó para gobernar. ¿Ahora habrá que votar a Massa? Por cierto, después de la experiencia de Alberto, ¿qué es lo que garantiza el kirchnerismo estando “detrás”?       

Independientemente de estas preguntas, con Massa como candidato apoyado por el kirchnerismo, difícilmente haya una PASO, pues la interna estaría resuelta. El albertismo hará una épica de las PASO con algunos actos para tratar de negociar algún lugar en la lista, pero no mucho más. Con el oficialismo alcanzando un candidato de consenso, es posible que hasta JXC trate de eliminar la disputa interna y llegar a una única fórmula, aunque hoy parezca imposible. Pero el miedo, que en política se llama “Milei”, no es zonzo. Por cierto: ¿unas PASO donde ninguno de los principales candidatos enfrenta una interna? Todo es posible con tus impuestos, dirían en Twitter.

Mientras tanto siempre se espera que Ella hable y me recuerda aquella obra maestra de Ionesco, Las Sillas, en la que dos ancianos esperan con enorme expectativa al Gran Orador que vendrá a dar un mensaje salvador mientras acomodan las sillas del salón para invitados que son todos invisibles. Durante la obra se espera la llegada de El Gran Orador y cuando todos imaginamos que será una suerte de Godot que nunca viene, el Gran Orador aparece. El punto es que, al llegar, el Gran Orador es sordomudo y no puede hablar.

CFK puede hablar y, de hecho, es de las pocas figuras de la política que tiene cosas para decir. Es, además, por lejos, la mejor oradora de la política argentina, pero en los últimos años ha adoptado un carácter oracular y nos toca adivinar qué piensa y qué quiere… Quienes la siguen generan alrededor de ella una gran expectativa en cada uno de sus mensajes, los cuales son siempre atrayentes. Pero quizás ella ya ha dicho todo y, sobre todo, parece haber dicho lo más importante en este momento, esto es, que no será candidata. ¿Hasta cuándo seguirán instalando que está a punto de anunciar su candidatura?

Materia de otra nota podría ser indagar en las razones por las que ella decide brindar sus mensajes a través del formato de clases magistrales porque así parecería confirmar que el kirchnerismo está más cómodo en la universidad que afuera de ella. Pero CFK ganó las elecciones por cómo gobernó y no por ser una analista política o económica. Entonces no hacen falta “clases magistrales”. Hace falta gobernar. Desconocemos las razones profundas de este cambio. Quizás se trate de la deformación propia de una etapa en la que gobernar ya no es poblar sino comentar.

La invocación del nombre “Cristina” disimula la falta de cuadros y de ideas tras 20 años de kirchnerismo; CFK lo plantea siempre que puede y lo planteó el jueves en La Plata. También aclaró que el capitalismo es el modo de producción más eficiente y, citando a Perón, expresó que no se trata de ir contra el capitalismo sino de tener en claro quién conduce ese proceso. Fue el momento de mayor silencio, quizás. Es que a veces la Cristina real dice cosas que no se condicen con la Cristina mítica creada por propios y extraños.

Pero luego un poco más de lo mismo: todo se reduce a una discusión acerca de la propiedad de la lapicera (como si el problema de Alberto solo hubiera sido su indecisión); y al acuerdo con el FMI. Guzmán pasó de ser el buda sabio amigo de Stiglitz, al agente encubierto del neoliberalismo. En el mientras tanto, el kirchnerismo muta en “troskokirchnerismo”. -¿Cuál es el plan? -No al FMI. -Pero, ¿cuál es el plan? -No al FMI.

A todo esto, el pedido de votantes, militantes y hasta funcionarios de primera línea es que Alberto, Cristina y Massa se reúnan. Del pimpinelismo de los mensajes cruzados entre el presidente y la vice, a la política en modo nostalgia ricotera resumida en el cantito a toda banda de rock que se separa: “Solo te pido que se vuelvan a juntar”. Nadie sabe para qué. Pero recordemos que la diferencia es que aquí no queremos un último show, o “un último baile” como se dice ahora. Se trata de gobernar como adultos.

Lo que queda del gobierno de aquí en más se reduce a evitar que todo explote. Adelantos de dinerodel FMI, swap de monedas, tasa efectiva anual de 140%, eventual recesión por falta de dólares para importadores, dólar soja N° “1000” al precio que quieran, Maratea haciendo una colecta. Solo llegar. Como sea. Pero llegar. Nada más.

 

miércoles, 26 de abril de 2023

La sirenita que no encontraremos en Disney (publicada el 24/4/23 en www.theobjective.com)

 

Una sirenita negra; un beso entre lesbianas en Lightyear; un Obi Wan presuntamente bisexual; el personaje de Hades en Hércules y el Hombre de Hielo saliendo del armario; una pareja de varones homosexuales en Pato Aventuras; el reemplazo de Splash Mountain, acusada de representar estereotipos racistas, por una atracción acuática basada en la primera película de Disney con una princesa negra. Estos son solo algunos de los cambios realizados por Disney en sintonía con la perspectiva woke que hegemoniza culturalmente a Occidente en la actualidad.

Lejos ha quedado aquel tiempo en que Walt Disney era acusado de incluir contenido racista y antisemita en sus dibujitos animados. De hecho, hasta parece una pieza de museo aquel famoso libro de 1972, Para leer al Pato Donald, donde desde un punto de vista marxista, Dorfman y Mattelart advertían el modo en que, a través de las caricaturas, Disney era funcional a la ideología dominante del imperialismo estadounidense.

Con todo, quizás quepa decir que su función de transmisor de la ideología dominante se mantiene; en cualquier caso, lo que ha cambiado es el contenido de la ideología dominante. Pero dejando a un lado este punto, la cruzada de Disney se apoya también en intervenciones públicas de varios de sus directivos. El año pasado, por ejemplo, la directora general de contenidos de la corporación, Karey Burke, afirmó que desea, para un futuro próximo, que la mitad de los personajes de Disney pertenezcan a la comunidad LGTB. Lo hizo tras presentarse como líder y madre de un niño transgénero y un niño pansexual. Evidentemente, Burke se ha tomado muy en serio esto de que lo personal es político.

Sin embargo, lo que ha agitado las aguas hasta un terreno insospechado, fueron las declaraciones, realizadas en marzo de 2022, de quien era el director ejecutivo de la corporación, Bob Chapek. En aquel momento, Chapek expresó públicamente su decepción tras la aprobación del proyecto de ley HB 1557 de Florida. Se trata de una ley cuyos detractores denominan peyorativamente “La ley ‘No Digas gay’”, por la cual se prohíbe a los distritos escolares la enseñanza de orientación sexual e identidad de género hasta el tercer grado escolar.

A partir de allí comenzó una guerra sin cuartel entre Disney y el impulsor de la medida, nada más y nada menos que el gobernador de la Florida, Ron DeSantis, candidato firme a disputarle el liderazgo del partido republicano a Trump. El enfrentamiento con la corporación Disney es tal que DeSantis lo ubica como uno de los ejes de su reciente libro, The Courage to Be Free, un texto típicamente de campaña.           

Tras la oposición de Disney, DeSantis avanzó con la eliminación del distrito especial sobre el cual operaba la compañía, el Reedy Creek Improvement District, estableciendo de esa manera el fin de la autonomía de hecho que tenía Disney sobre las miles de hectáreas donde se encuentran ubicados sus famosos parques temáticos. “Hoy el reino corporativo llega a su fin” había declarado el gobernador en aquel momento.

Sin embargo, como les indicaba, la disputa continúa. De hecho, días atrás, de gira por Carolina del Sur, el republicano afirmaba: “A la izquierda no le gustó lo que hicimos, a la prensa corporativa tampoco le gustó, a Disney mucho menos. Es posible que hayan dirigido Florida durante 50 años antes que yo entrara en escena, pero ya no dirigen Florida”.

Si bien en este caso el conflicto se restringe a un Estado, un enfrentamiento semejante entre una corporación y los sectores más conservadores tiene como antecedente inmediato el ocurrido el año pasado en ocasión de la decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos que abrió la puerta para que muchos Estados dieran marcha atrás con la legalización del aborto. En aquel momento, varias decenas de las más importantes compañías se opusieron públicamente a la medida y automáticamente establecieron que, en caso de que alguna de sus empleadas así lo requiriera, pagarían los costes de eventuales traslados hacia Estados donde el aborto no estuviera penado.

Sin entrar en valoraciones acerca de los ejes de los conflictos aquí mencionados, lo que resulta evidente es que las corporaciones han abandonado abiertamente la neutralidad que otrora fuera una bandera distintiva. Una vez más, se puede discutir si esto es bueno o es malo, pero es un hecho.

Sin embargo, lo que también es un hecho, es que este giro ideológico hacia lo políticamente correcto tiene las limitaciones propias de la agenda woke. En otras palabras, las corporaciones abrazan la agenda de toda minoría que ande por allí para pasar por alto una agenda algo más incómoda: la de los derechos laborales.

Sin ir más lejos, en febrero de este año, Disney anunció que despedirá a 7000 empleados. Entendemos que, a diferencia de lo que sucede en sus contenidos, esta vez el color de piel y la sexualidad no desempeñarán ningún rol y que se los va a echar en tanto trabajadores, lo mismo da si son blancos, negros, gays o heteros. Lo comercial no es personal en este punto.   

Asimismo, el énfasis en la agenda de las minorías contrasta tanto con la casi nula protección en lo que a legislación laboral refiere, que otra mega corporación, Amazon, cuyos contenidos también han sucumbido a las nuevas tendencias ideológicas, fue noticia en 2021 cuando los trabajadores denunciaron prácticas por fuera de la ley para evitar la sindicalización en uno de sus depósitos de Alabama. A esto se deben sumar los antecedentes que Amazon tenía contra la sindicalización en Barcelona y en otras ciudades europeas, lo cual incluyó hasta la contratación de expolicías para realizar espionaje ilegal sobre los principales referentes de las protestas.   

De esta manera, mientras Amazon ofrecía hasta USS 4000 de cobertura para aquellas empleadas que pretendieran realizarse un aborto, hacía todo lo posible, legal e ilegalmente hablando, para que  varones, trans, negros, blancos, latinos, gays, pansexuales, y, claro está, mujeres, no pudieran sindicalizarse. Evidentemente, es más barato pagar un aborto que una licencia por maternidad.

Para concluir, entonces, es probable que, en la medida en que continúe sin afectar sus intereses comerciales, corporaciones como Disney sigan regalándonos productos acordes a la cultura biempensante mientras fustigan a los candidatos de derecha. De aquí que las sirenitas serán negras, asiáticas, latinas, lesbianas o trans. Incluso hasta puede que el guion incluya un aborto de sirenita. Todo será posible menos una cosa: que la próxima sirenita sea un trabajador sindicalizado protestando contra un Poseidón que ha decidido echarla del mar.     

 

 

domingo, 23 de abril de 2023

Jubilar las identidades (publicado el 13/4/22 en www.disidentia.com)

 

En este mismo espacio, algunos meses atrás, les comentaba que las perspectivas identitarias en la actualidad están atravesadas por dos concepciones antagónicas que curiosamente conviven dentro del progresismo: por un lado, de la mano de la teoría queer, la identidad, en tanto construcción, es un espacio del cual se puede salir y entrar por mera autopercepción. No hay límite alguno. Ni siquiera la biología. Soy lo que creo que soy y puedo ser otra cosa si mañana así lo creo y lo deseo.

Sin embargo, por otro lado, especialmente desde las perspectivas antirracistas, emerge una visión de la identidad que se encuentra en las antípodas: allí la identidad aparece como una esencia que a su vez conlleva una serie de experiencias imposibles de ser reproducidas por una persona que pertenezca a otra identidad. De aquí que, por ejemplo, un blanco no pueda autopercibirse negro ni definirse transracial. Esta contradicción ha atravesado varios de los artículos de Disidentia que he escrito de modo que invito al lector a rastrear allí si es de su interés.

Ahora bien, si de la teoría queer se sigue una concepción por la cual se puede disponer o descartar la identidad como si fuera un producto que adquirimos en un supermercado, de esta segunda concepción de la identidad se infiere una suerte de visión propietaria por la cual hay unos poseedores encargados de velar por la pureza y la homogeneidad de la misma. Un tribalismo que, al tiempo que protege y preserva, también encarcela.

¿Es esta descripción justa? ¿Vivimos entre una perspectiva identitaria abierta y liberadora, y una perspectiva tribalista asfixiante? No exactamente y, para ser más justos, digamos que no son pocas las voces que advierten que incluso desde la perspectiva queer esta obsesión por lo identitario está creando la atmósfera contraria a la presunta liberación con la que se la intenta presentar en el debate público.

A propósito, algunos meses atrás y en el marco del Festival de Arte Queer de Buenos Aires, visitaba Argentina la joven escritora transgénero Elizabeth Duval, quien para algunos es una de las grandes promesas de la literatura europea.

El punto es que más allá de haber publicado 4 libros con tan solo 22 años, Duval ganó notoriedad por, entre otras cosas, ser de las primeras adolescentes españolas que con 14 años recibiría una terapia de bloqueadores hormonales. A esto le siguieron portadas de revistas, activismo y redes sociales con un vértigo propio de estos tiempos y esas edades.

Sin embargo, como indicara en una entrevista al portal INFOBAE, tanta exposición la agotó a tal punto que decidió “jubilarse de lo trans”.

¿Significa esto que se ha “arrepentido” de su tratamiento hormonal? Nada de eso. De hecho, ante la pregunta de la periodista ella responde:

“[Lo que me ha cansado es] Que para existir como sujetos con voz dentro de la sociedad de libre mercado y del marco de las democracias liberales, las personas trans deben constantemente estar hablando de sí mismas, produciendo discurso sobre aquello que articula su identidad. Podemos existir, pero a condición de que nuestro discurso se convierta en una reiteración obsesiva en torno a aquello que nos diferencia: no podremos borrarlo”.        

 

El señalamiento es por demás interesante y en realidad se extiende a aquel que pretenda definirse en torno a una identidad unidimensional: todo el tiempo se le exige a esa persona que actué en tanto “eso que es” y se espera de ella las performances correspondientes. Es curioso, pero tanto hablar de deconstrucción y se exige incluso a las presuntas identidades deconstruidas que actúen según el estereotipo en cuestión. Así, las persona trans tienen que ser trans todo el tiempo y todas sus acciones deben poder explicarse y estar en relación con la causa trans. Lo mismo sucede con los afroamericanos en Estados Unidos, los gays o incluso las mujeres. En este último caso, como vemos en España, sectores del feminismo ya no celebran que haya mujeres que alcancen espacios de poder si quienes llegan allí son mujeres de derecha, como podría ser el caso de Isabel Ayuso. De repente, entonces, ya no se exige igualdad entre varones y mujeres sino entre varones y feministas. Así, pareciera ser que una mujer de derecha no sería mujer y solo serían mujeres las feministas de izquierda. Lo mismo ha sucedido con los afroamericanos o gays famosos que, por ejemplo, en su momento apoyaron a Trump. El solo hecho de defender una posición minoritaria dentro de la comunidad los convertía en “usurpadores de una identidad”, como si un afroamericano de derecha escondiese un alma blanca, y un gay de derecha fuera un heterosexual enmascarado.     

Lo que menciona Duval incluso se ve muy claro cuando, por ejemplo, enfocamos el reverso de las políticas de cupo en el cine. En este sentido, cuando se exige que haya personajes trans y gays en una película o una serie, y se considera que solo trans y gays en la vida real deberían poder representar esos personajes, la consecuencia a la que arribaremos prontamente es que los actores trans y gays no podrán actuar de otra cosa que no sea de ellos mismos. ¡Menuda cárcel! Dedicarse a una actividad cuya magia está en la posibilidad de ser otro, y una tiranía de las buenas causas acaba por condenar a esas personas a no poder representar a nadie más que a sí mismos. Algo similar ocurre con mujeres dramaturgas o escritoras: el establishment cultural y editorial les exige que en tanto mujeres tienen que hablar de “cosas de mujeres” o de “los temas que les están interesando a las mujeres ahora”. Así, todo el tiempo se está obligado a ser lo que se es, entendiendo por tal solo una de las dimensiones de la identidad, como si una mujer se definiera solamente por esa condición.

Para finalizar, detrás de las identidades presuntamente empoderadas se están erigiendo los barrotes de la celda que obliga a esas identidades a estar todo el tiempo cumpliendo con lo que se exige de ellas. Lo que libera también encarcela, de aquí que, quizás, siguiendo la actitud de Duval, sea tiempo de “jubilar las identidades”: no para afirmar que una de las dimensiones de la identidad (la racial, sexual, etc.) sea irrelevante, sino para exponer que una persona es también, al mismo tiempo, muchas otras identidades más.  

 

 

sábado, 22 de abril de 2023

...pero no nos gobierna la derecha (editorial del 22/4/23 en No estoy solo)

 

Casi el 55% de los niños menores de 14 años en Argentina son pobres pero el país tiene la suerte de que no lo gobierne la maldita derecha. La desorganización neoliberal de la vida que trajo el macrismo mutó en desorganización socialdemócrata y progresista de la vida. Inflación arriba del 100% pero con “ampliación de derechos” que abarca todo menos el derecho de esos casi 55% de niños pobres a dejar de serlo.

Argentina es un lugar donde los desastres del presente se sostienen en la siempre confirmada posibilidad de que el futuro empeore las cosas. Carentes de absolutos, en el espejo de un porvenir tenebroso, la comparación con el presente siempre es piadosa.

“Hoy estoy peor que ayer, pero mejor que mañana”, decía la canción de La Mosca y esa descripción es mucho más adecuada para dar cuenta de la situación del país, especialmente si se la compara con el estribillo repetido ad nauseam de esa otra canción de su autoría que reza: “muchachos, hoy nos volvimos a ilusionar”.

Porque la única ilusión que le queda a los argentinos, en términos electorales, es la de ver caer al adversario. “Estamos como el orto pero que no gane…”; es como si hubiera que matar al payaso IT de la política que adopta la forma de nuestros miedos: la derecha mala, los “70 años de peronismo” que ya van para 80…, etc.

Pero hablando de ilusiones…, ¿quién se puede ilusionar con Rodríguez Larreta? Se lo puede votar, claro. De hecho, se lo ha votado, pero ilusión es otra cosa. ¿Y qué es lo mejor que tiene el oficialismo para ilusionarnos? ¿Un gobierno de Massa? ¿El regreso de una Cristina debilitada que gracias a esta pobre gestión ya ni siquiera puede ungir a un candidato? ¿Acaso otra figura de una fuerza que gobernó 16 de los últimos 20 años y no ha sabido construir un candidato que pueda, si no reemplazar a CFK, al menos capitalizar los votos de ese espectro ideológico? Que el oficialismo deba ir a unas PASO no es una salida republicana y horizontal al problema de la legitimidad, sino la radiografía de una descomposición.

¿Y qué sucede con Milei? ¿Puede ilusionar a alguien? No. Sus votantes no votan con ilusión o, en todo caso, tienen la única ilusión de hacer realidad la escena final del Joker con toda una ciudad incendiada por payasos que no saben bien para qué, pero, por las dudas, rompen todo. Si durase una sola noche, el voto a Milei sería el castigo justo para una clase política que, salvo contadas excepciones, da vergüenza. El único detalle es que la presidencia dura 4 años y después de incendiarlo todo hay que seguir gobernando.

Pero, siguiendo con los músicos, habría que parafrasear a Ricardo Iorio y decir “Milei existe por ustedes”, para luego agregar el insulto correspondiente. Efectivamente, existe porque todos los países tienen formadores de precios, oligopolios y posiciones dominantes; y todos los países han sufrido la pandemia y las consecuencias indirectas de una guerra en Ucrania. Incluso el gobierno de Macri sufrió una sequía (menor a esta, pero sequía al fin). Sin embargo, Argentina es de los pocos países del mundo con este nivel de inflación. Entonces aceptamos que comuniquen como quieran. Incluso aceptamos que lo hagan como tiktokeros. Lo que no aceptamos es que nos tomen por idiotas.  

“Hay funcionarios que siguen sin funcionar” dijo de Pedro esta semana y tiene razón, aunque lo que habría que decir a esta altura del partido es que lo que no funciona es el gobierno del cual forma parte. Lo he dicho aquí y lo repetiré hasta el hartazgo: se equivocan quienes dicen que el albertismo no existe. El albertismo existe pero no es una construcción política sino la destrucción de todo lo que lo rodea hasta transformarlo en expresiones minoritarias; es la fragmentación del poder en átomos impotentes cuya única oferta son las internas palaciegas de baja calidad. La noticia de su renuncia al intento de reelección en las últimas horas no hace más que confirmar lo que todos sabíamos: sin votos, sin poder, con un círculo de colaboradores fieles cada vez más restringido, se acabó este delirio de un presidente que nunca tuvo más del 5% de los votos y pretendía presentarse a una interna para perderla por paliza. Si la decisión no fue comunicada con anterioridad es más por narcisismo que por estrategia electoral. En el mientras tanto, el Frente de Todos se convirtió en el “Frente de Todos débiles”. En todo caso, habrá que ver cómo se mueven las piezas ahora que Alberto está corrido a un costado y no califica ni para jarrón chino, pero, en el debilitamiento del Frente, el albertismo ha tenido la efectividad que no tuvo para acumular poder y gobernar.    

De hecho, gobernar en OFF es casi la mejor metáfora para un gobierno que nunca se encendió y que tampoco tuvo un plan ni lo tiene ahora, claro está. En el mejor de los casos, ese desastre indeseado que fue la pandemia le permitió ocultar la improvisación constante del presidente y de la fuerza que gobernaba por casi dos años hasta el acuerdo con el FMI. Pero pasada la zozobra y los muertos, la realidad emergió y mostró las consecuencias de un gobernar entendido como la distribución de cargos para que nadie se enoje y para que nadie saque los pies del plato. Si hay mierda, que salpique a todos (y bien salpicados deberían estar, por cierto) porque las responsabilidades no son las mismas pero los errores compartidos arreciaron en todos los dirigentes que forman el Frente. En este sentido, caer solo sobre la figura de Alberto Fernández, como sucederá ahora que ha renunciado a la posibilidad de su reelección, es un favor que le haríamos a muchos dirigentes con distintos grados de responsabilidad. Sucederá como Martín Guzmán que, de repente, se transformó en el único que llevó adelante la negociación con el FMI mientras los líderes del espacio fingían demencia. Ahora, el Alberto a un costado será presentado como el último estorbo que hacía falta para que florezca la verdadera esencia igualitarista del Frente. El “Ah, pero Macri” que había reemplazado al “Ah, pero Cristina” del macrismo, devendrá “Ah, pero Alberto” no solo desde la oposición sino desde el mismo Frente de Todos. En los últimos 3 años y medio, entonces, gobernó Alberto. El resto de los hombres y mujeres del Frente no han tenido ninguna responsabilidad.    

Mientras tanto, el único clamor que se oye, entonces, por fuera de la burbuja de algunos dirigentes y comunicadores voluntaristas, es el que exige que hagan algo de una puta vez mientras el país se incendia. Pero la política ya no es voluntad de transformación sino solo administración de los tiempos de la bomba. ¿Acaso pedirle al FMI que adelante los USS 10000 millones que Argentina debía recibir este año como un aporte de campaña menor, claro está, a los USS 45000 millones que recibió la fugadora e inepta administración de Macri antes de chocar la calesita? ¿Un dólar soja que tendrá más capítulos que la saga de Rápido y Furioso? Todo esto es anecdótico porque siempre se va a necesitar algo más para llegar como sea no se sabe bien a qué, como si al 10 de diciembre no le sobreviniese inmediatamente el 11.

Con todo, no es momento para desmoralizarse. Tenemos razones para estar exultantes. Estamos dando la batalla cultural y, además, lo más importante es que todas las mañanas, a pesar de las dificultades, cuando ese casi 55% de chicos pobres despierta, tiene la tranquilidad de saber que, en la casa Rosada, no hay un gobierno de derecha.   

 

 

      

jueves, 20 de abril de 2023

Francia y el derecho a la pereza (publicado el 17/4/23 en theobjective.com)

 

Con la promulgación de la reforma al sistema de pensiones que retrasa la edad de jubilación de 62 a 64 años, Macron parece haber logrado imponerse a sindicatos, partidos de la oposición y a lo que, según indican las encuestas, sería una mayoría de la sociedad.

Más allá de las especificidades de las condiciones laborales de Francia, las razones para estos cambios son de índole fiscal y se apoyan en una realidad que atraviesa a todos los países con un sistema de pensiones de solidaridad intergeneracional en el que la mayor expectativa de vida, la tasa de natalidad a la baja y la precarización laboral, confluyen para impedir su autosustentabilidad.

¿Pero cuáles son los argumentos de la oposición? Naturalmente, cuando las protestas se generalizan, suele haber tantas demandas y razones como individuos involucrados. Sin embargo, cuando se hace foco en algunas de las voces que más espacio han tenido en las últimas semanas, se puede comprender que el conflicto va bastante más allá de la edad para jubilarse.

Por ejemplo, se hizo viral en los últimos días un extracto del discurso en plena calle del diputado del espacio de izquierda Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, en el que afirma:

“El tiempo libre (…) es un tiempo del cual podemos disponer para poder decidir qué cosas podemos hacer: vivir, amar y también no hacer nada; cuidar de los nuestros, leer poesía, pintar, cantar, tiempo de ocio. (…) Pero ellos nos dicen: “Tenéis que trabajar más”. ¿Por qué tenemos que trabajar más? La clave del futuro no es producir todavía más”.

En esta misma línea, en uno de los discursos que brindara en la Asamblea Nacional, la diputada ecofeminista Sandrine Rousseau abogó por la reducción de las horas de trabajo y una nueva redistribución de la riqueza, además de llamar a “cuidar de nosotros mismos y del entorno”, y “bajar el ritmo”. Esto va de la mano de su reivindicación del “derecho a la pereza”, una bandera que ha esgrimido recientemente en una entrevista en la Radio France Info.  

Conscientes de que, evidentemente, lo que se está discutiendo parecen ser aspectos de fondo, lo primero que hay que decir es que el escenario pospandémico tampoco ha ayudado a Macron. La razón es que, como ha sucedido en buena parte del mundo, pero en especial en los países desarrollados, la posibilidad de que las clases medias y acomodadas pudieran experimentar el “home office”, ha generado cambios sustanciales en el modo en que nos conectamos con el trabajo. De hecho, ya en noviembre del año pasado circulaba una encuesta en la que solo el 21% de los franceses manifestaba que su trabajo era “muy importante”, contra el 60% que había indicado lo mismo en el año 90; incluso más del 40% de los encuestados indicó que prefería ganar menos a cambio de tener más tiempo libre.

Estos números, entonces, deben leerse en línea con el fenómeno conocido como la “la gran renuncia”, aquel por el cual, durante el año 2021, solo en Estados Unidos, 47,4 millones de personas renunciaron voluntariamente a su trabajo.   

Sin embargo, la idea de un “derecho a la pereza” nos obliga a ir bastante más atrás porque refiere a aquel folleto/manifiesto escrito en 1880 por el anarquista franco-cubano devenido socialista, Paul Lafargue, quien se casaría con la segunda hija de Karl Marx y que, antes de realizar un pacto suicida con su esposa en 1911, se dedicara con ahínco al fomento de las ideas de su suegro, no solo en Francia sino también en Londres y Madrid, entre otras grandes ciudades.

Lafargue despotrica contra la moral burguesa que habría inculcado a los trabajadores el “amor por el trabajo”, y llama a acabar con la dinámica de la hiperproductividad ya que considera que es una trampa del capitalismo.

De hecho, para Lafargue hay que ir a buscar la belleza natural del Hombre a naciones como España donde todavía (en 1880, claro) existía “el odio al trabajo”:

“España, que lamentablemente se está degenerando, puede todavía vanagloriarse de poseer menos fábricas que nosotros prisiones y cuarteles (…) Para el español, en que el animal primitivo no está aún atrofiado, el trabajo es la peor de las esclavitudes”.

Pero el núcleo de su pensamiento antimoderno y antiliberal se puede sintetizar en este pasaje:

“(…) el proletariado debe aplastar con sus pies los prejuicios de la moral cristiana, económica y librepensadora; debe retornar a sus instintos naturales, proclamar los Derechos de la Pereza, mil veces más nobles y más sagrados que los tísicos Derechos del Hombre, proclamados por los abogados metafísicos de la revolución burguesa; que se limite a trabajar no más de tres horas por día, a holgazanear y comer el resto del día y de la noche”.

Si bien llama la atención que no hayan aparecido “lectores sensibles” para advertir que una lectura del texto completo iluminaría pasajes donde el yerno de Marx reproduce creencias antisemitas y machistas propias de la época, lo más relevante aquí son los enemigos de Lafargue y su propuesta acerca de cómo salir de la encerrona a la que el capitalismo habría llevado a los trabajadores. Porque nuestro autor pareciera considerar, con bastante ingenuidad, que la salida del capitalismo pasaría por una suerte de primitivismo, esto es, un regreso a comunidades originales vírgenes todavía no envilecidas por la moral capitalista.

Si leída en el año 2023 la visión de Lafargue parece naif, el problema que aparece es que esta salida precapitalista y premoderna está presente en muchos de los discursos de “la izquierda verde” en la actualidad, tal como quedó expuesto aquí con la defensa del punto de vista “decrecentista” de S. Rousseau que llama a vivir con menos, producir menos y consumir menos energía como la única forma de salvar al planeta.   

Sin dudas, el trabajar desde casa experimentado en la pandemia como así también los desafíos que le puede plantear al mercado laboral la falta de autosustentabilidad de los sistemas de pensiones y el desarrollo de nuevas tecnologías como la IA, resultan buenas excusas para replantear no solo la redistribución de la riqueza sino para ir todavía más allá y repensar el modo en que el trabajo forma parte de lo humano. Sin embargo, aunque todo puede ser discutido, una salida premoderna, romántica y mítica no parece realista y, probablemente, ni siquiera deseable para muchos de los que defienden ese tipo de alternativas al tiempo que eligen seguir gozando de todos los beneficios que la modernidad, la tecnología y el capitalismo han traído.  

Sin tener aun la respuesta, es de suponer que abandonar los slogans en pos de soluciones complejas e inteligentes podría ser un buen inicio, pero supone esfuerzo y trabajo. En todo caso, el derecho a la pereza no puede incluir el derecho a la pereza intelectual.       

 

sábado, 15 de abril de 2023

Milei y lo que la política no ve (editorial del 15/4/23 en No estoy solo)


 

No sería la primera vez que el monstruo se desmadra. La historia se repite con distintos nombres: Frankestein, Golem o ChatGPT. La criatura que se acaba autonomizando y destruye a sus creadores. En política se crean adversarios y se usa la metáfora de “subir al ring” a quien conviene porque desde allí se puede “acumular”, pero el resultado no siempre es el deseado. El kirchnerismo lo subió a Macri porque era el candidato fácil, la derecha que jamás podía ganar, el espejo frente al que todos son buenos. Luego llegaron las elecciones de 2015 y fue tarde: el monstruo se había ido de las manos.

Ahora está Milei y las encuestas empiezan a hablar ya de tres espacios competitivos. Me sigo permitiendo dudar, pero de repente llegan números sorprendentemente buenos de Milei en distritos importantes donde ni siquiera tiene un candidato, y se impone un prudente beneficio de la duda. Ahora bien: ¿es la competitividad de Milei lo más importante, o se trata simplemente del síntoma de algo un poco más complejo?  

El fenómeno Milei se explica por tendencias más o menos planetarias y algunas particularidades locales. Empezando por estas últimas, no debemos olvidar que Milei es un producto televisivo desde su extravagante cabellera hasta su generoso repertorio de exabruptos. Es política del espectáculo en el mejor y en el peor sentido del término, y un consumo irónico de los sectores biempensantes. Sin embargo, a pesar de ser tan radicalizado como muchos de los asiduos economistas que visitan los canales de siempre, Milei agregó, además, voluntad de poder, pasión, desacartonamiento y un ideario en línea con una nueva derecha que lo ha ido puliendo con el tiempo.

En este sentido, es parte de esa tendencia general que opera en casi todos los países y que muestra el surgimiento de figuras, en muchos casos outsiders, que irrumpen en la escena ante el giro radical de la agenda de izquierda y progresista hacia las minorías, giro en el cual sucumben incluso partidos que históricamente se han jactado de ser representantes de mayorías. En un juego casi aritmético: si solo se le habla a las minorías y el Estado solo interviene cuando un individuo puede alcanzar el estatus de víctima de algo, es natural que las mayorías sientan que la clase política no los representa.

La tendencia venía de tiempo atrás, pero la pandemia la hizo demasiado evidente. Allí, el oficialismo, el que supuestamente conoce el territorio, de repente se dio cuenta que había 10 millones de tipos que ni siquiera estaban registrados en el sistema como beneficiarios de un plan. Ya no era la famosa cultura “planera”, esas generaciones que no han visto trabajar a sus padres. Era una cultura que está por debajo de ella, para la cual hasta un plan con un estipendio miserable es un privilegio. El que recibe al plan todavía está bajo el paraguas del Estado, al menos agarrado de su dedo meñique. Pero hay casi un 20% de argentinos que el Estado no sabía que existían. A eso agreguemos los que reciben planes y una clase media cada vez más al límite, y allí comprenderemos por qué una mayoría de los argentinos considera, como indicaría Milei, que el Estado es un problema, sea porque no llega, porque llega poco o porque jode demasiado cuando podés asomar un poco la cabeza.

Pero volvamos a esos “10 millones” que “aparecieron” en la pandemia. Estos no habitan el famoso “territorio”, el lugar donde supuestamente el peronismo y los movimientos sociales interactúan y construyen con “los de abajo”. La razón es que el territorio supone categorización, un espacio delimitado y ordenado. Y lo cierto es que el territorio explotó por todos lados y venía explotando incluso en los buenos años kirchneristas. En este espacio no hay organización sino, en el mejor de los casos, átomos del rebusque con trabajos de mierda, a los cuales no se puede interpelar hablando de los logros del 2010, la patria grande y un “no” al FMI; y los que no tienen la suerte de tener ese trabajo, aunque más no sea de mierda, acaban siendo carne de cañón del narco, la organización que se extiende en la desterritorialización, allí donde los papers de la facu y las redes del Estado no han llegado.  

El celular, que para los duranes barba de la vida, “Primavera árabe” mediante, era la herramienta de liberación de la juventud contra los autoritarismos, y que para la militancia vernácula era el vehículo de la guerra de guerrillas comunicacional contra el lado Magnetto de la vida es, para este sector invisibilizado, la excusa para ser robado o la posibilidad de ser repartidor de Rappi. No mucho más.

A este sector ni siquiera les llega la ley. A los más porque no los protege de la inseguridad, pero tampoco a los menos que acaban  delinquiendo, lo cual no siempre es la mejor noticia. Es que la policía es un enemigo real pero ser pasible de caer dentro del sistema penal es una forma de “estar” en el sistema. Aun con la vulneración de derechos en la forma de violencia institucional, caer preso supone un calvario pero “dentro” del sistema, ser un número al que se le conculcan derechos pero un número al fin, una existencia. Aquí se está fuera del sistema. Por eso, no hay nada que perder y todo el que de alguna manera está dentro es visto como un privilegiado.

En este panorama, la vieja y la joven política dice en la tele y en la red social de moda que con Milei viene el caos y que con la derecha viene el ajuste. Tienen razón, claro, pero lo dicen como si vivir con más de 100% de inflación no supusiera una forma del caos y el ajuste. Lo cierto es que nadie parece entender la sociedad que debe gobernar. Unos la desprecian; los otros creen que la van a cambiar universalizando cursos de capacitación.

Y allí suben al ring a Milei. Ojalá fuera una estrategia. Pero en el Frente de Todos parece más por una mezcla de pereza y pánico moral; en la izquierda lo harán porque no toleran que alguien les dispute el monopolio de la rebeldía; y en Juntos por el Cambio quizás porque busquen terminar a los abrazos…

Siendo mediados de abril, sigo considerando dificilísimo que en un sistema electoral como el nuestro y en un territorio tan vasto y complejo, una fuerza unipersonal pueda hacer pie electoralmente existiendo dos grandes megaestructuras nacionales.

Pero la política, o por qué no decirlo, la casta política, cada vez centra sus mensajes en un sector más concentrado de la población, obviando que hay millones de argentinos a los que el Estado, o bien no ve, o bien le pone trabas en una jungla en la que quienes deben gobernar se han transformado en espectadores indignados que libran su batalla cultural por Twitter.

En este contexto, aun pecando de irresponsable, podría decirse que el hecho de que Milei llegue a la segunda vuelta sería, en un sentido, lo menos importante.

 

viernes, 14 de abril de 2023

Yolanda y el oficialismo opositor (publicado el 10/4/23 en www.theobjective.com)

 

Mucha tinta se ha dedicado al acto donde Yolanda Díaz anunció su candidatura de la mano del flamante espacio SUMAR. El evento así lo ameritaba y no han faltado quienes han desmenuzado lo que ha sido un discurso bien estudiado, aunque sin sorpresas, al menos si lo evaluamos en términos de todos los lugares comunes de una agenda progresista de izquierda que pretende estar a la izquierda del PSOE.

Acuerdo verde, país diverso con distintos idiomas, mención a derechos LGTB y reivindicación de jóvenes que no serían “de cristal”, como era de esperar, estuvieron presentes en la gala, del mismo modo que hubo lugar para algunos conceptos de difícil elucidación como “democracia económica”. También hubo varias menciones a la reforma laboral, algún comentario más o menos marginal a los sindicatos (como nostalgia de los derechos que alguna vez defendió la izquierda), y algunos grandes títulos con los que nadie puede estar en desacuerdo. Todo esto fue parte de un discurso donde la referencia a las mujeres y al feminismo se repitió como un mantra casi como si lo que estuviera en juego fuera, más que una candidatura a presidente, una interna con Irene Montero.

Pero lo que me parece más interesante y que, habiendo pasado ya varios días de la presentación no ha sido trabajado en profundidad, son algunos de los elementos que rodearon al discurso y que reflejan, antes que un signo, un síntoma de época que se repite en muchísimos países y en candidatos de distinto color político.

Empecemos por lo que cualquier grupo de asesores recomendaría: una candidatura tiene que venir de la mano de un discurso de futuro. Es que nadie vota por el pasado. Por eso hay que prometer futuro, generar expectativa. En política, y quizás en la vida misma, la ilusión es más importante que la verdad, especialmente cuando ésta supone sacrificios. Bajo esta premisa es que podemos entender cuando Yolanda dice: “El futuro está aquí”; “un nuevo proyecto de país para la próxima década”; “principio de esperanza”; “SUMAR es un país para los jóvenes”, etc. Todo apuntado al futuro y está muy bien que así sea si pretende ser candidata.

Ahora bien, la promesa de futuro tiene que venir acompañada de otro aspecto: la necesidad de que la sociedad observe al candidato en cuestión como parte de un cambio. La razón es simple: la política ha adoptado los criterios de la moda donde lo nuevo es más valorado que lo bueno. En política, como en el mundo de la moda, ya nadie pregunta qué es lo mejor sino qué es lo último. La novedad tiene buena prensa; todo lo viejo tiene una mácula.

Efectivamente, como sucede con los objetos, especialmente los tecnológicos, necesitamos descartes rápidos por obsolescencia; nada merece ni puede ser arreglado; precisamos lo nuevo; conservar ha pasado de moda; mantener el teléfono móvil por más de un año es reaccionario; reparar el ordenador es de derechas.  

El punto es que el hecho de que cualquier candidato deba poseer una propuesta de futuro y, en la medida de lo posible, lograr posicionarse como novedad, puede chocar con algunas de las restricciones propias del personaje y de las circunstancias. Así, no es lo mismo un discurso de un outsider recién llegado a la política que el de alguien con una trayectoria que supuso responsabilidades de gobierno. Este es el caso de Yolanda Díaz a pesar de que, si algún cronista extranjero desinformado hubiera asistido al evento por error, supondría que se trata de una nueva figura de la política cuyo posicionamiento es opositor al actual gobierno.

Sin embargo, y este es otro de los puntos en los que quisiera extenderme, la actitud de Yolanda es más común de lo que imaginamos. Se trata del fenómeno de “ausencia de oficialismos” que vemos en distintos países, probablemente de la mano de una sociedad infantilizada en la que nadie quiere hacerse cargo de las responsabilidades. Por ello en la política de hoy todos son oposición. Los opositores son la oposición del oficialismo; pero el oficialismo no es tal sino solo oposición de la oposición. De aquí que Yolanda pueda decir “Queremos ganar el país para transformarlo” cuando ya lo ha ganado y cuando está en el gobierno en un lugar de toma de   decisiones; y de aquí que pueda afirmar todo lo que pretende hacer sin que nadie entienda bien por qué demonios no lo está haciendo ahora.  

Además, y esto también se comprende en el marco de la infantilización antes mencionada, vivimos, como diría Robert Hughes, en una “cultura de la queja”, de modo que lo que hay que hacer es quejarse, incluso si eres parte del gobierno. Y si esa queja se hace con indignación, mejor todavía. Nadie puede rebatir a un indignado porque su indignación lo convierte en víctima. Además, el indignado/víctima siempre tiene razón porque en la actualidad nadie puede osar poner en tela de juicio los caprichos de la subjetividad.

Esto se ve en muchos gobiernos que, estando en el poder, prosiguen con un discurso contestatario, sea contra presuntos poderes fácticos, sea contra la oposición. En muchos casos, esos actores pueden, efectivamente, poner enormes trabas a un gobierno y hasta socavarlo; pero en otros se trata de la mera continuidad de la retórica infantilizada, oposicionista y quejosa a la que hacíamos mención anteriormente.

En la medida en que las elecciones se vayan acercando, la dinámica de un escenario político en el que todos son opositores se irá profundizando. En este escenario, habrá que esperar el mapa de alianzas y si a Pedro Sánchez le alcanza con hacer una campaña opositora contra el PP y VOX. Si eso no sucediese habrá que estar abierto a todo: quizás hasta el propio Sánchez se oponga a sí mismo y abogue por el fin del sanchismo.               

 

jueves, 6 de abril de 2023

La ilusión de la pureza original (publicado el 2/4/23 en www.theobjective.com)

 

El tiempo de inagotables disputas identitarias convive con una serie de controversias en torno a la traducción de textos que excede lo estrictamente académico. ¿Se trata de una casualidad? Para explicar esto, les propongo comenzar con la pregunta básica: ¿es posible la traducción perfecta que represente fielmente al original? No, siempre se pierde algo en el camino. Sin embargo, como afirmara Jorge Luis Borges a través de su personaje Pierre Menard, podría decirse que en cada traducción también algo se gana, porque incluso el mismo texto reescrito y/o leído varios siglos después, supone nuevos sentidos y diversos significados.  

A propósito, algunos días atrás, gracias a periódicos escritos en español que tuvieron la deferencia de traducir una entrevista brindada en catalán, los hispanohablantes conocimos el caso de una periodista catalana llamada Júlia Bacardit quien, por contrato, exigió que su nuevo libro no se tradujera al castellano. Si bien asumía que esto podía perjudicar sus ventas, se trataría de una decisión política contra lo que ella considera el “declive” del catalán frente al castellano.

Además, en el mismo reportaje, atribuía la cantidad de catalanohablantes que lee literatura en castellano “al fucking franquismo” y a la consideración de que el castellano sería “la única lengua culturalmente válida” para, luego, agregar que su acción busca contribuir a la lucha contra “la bilingüización de la literatura catalana”.

Más allá de que este caso en particular, naturalmente, no debe leerse por fuera del contexto de las reivindicaciones independentistas en Cataluña, es interesante rastrear algunos de los presupuestos que impregnan este tipo de discusiones. En particular, esta idea de una lengua como representativa de una identidad pura y homogénea que es un tesoro estático a ser preservado y que está allí esperando ser expresada por sus representantes. Se trata de una perspectiva que verdaderamente atrasa varios siglos y que debería aceptar la evidencia de que una lengua es una construcción dinámica y constante, resultado también de influencias diversas que revelan una esencial heterogeneidad.  

Ahora bien, si realizamos una mirada todavía más abarcadora, notaremos que la polémica con la periodista catalana tiene vasos comunicantes con otra discusión muy particular que se dio a propósito de Amanda Gorman, la poetisa afroamericana que brindara uno de los discursos en la asunción de Biden hace algo más de dos años.   

La controversia se dio en torno a su libro The Hill We Climb y tuvo que ver, justamente, con quiénes serían las personas adecuadas para su traducción a distintos idiomas. Por ejemplo, la editorial Meulenhoff había designado a Marieke Lucas Rijneveld como la persona encargada de traducir el libro al neerlandés. Sin embargo, una periodista y activista negra, llamada Janice Deul, publicó una columna en el diario De Volkskrant indicando que una persona blanca y no binaria no estaba en condiciones de traducir a una mujer negra y activista. La presión fue tal que Rijneveld renunció.

Lo mismo sucedió con Viking Books, el sello estadounidense que edita a Amanda Gorman. El conflicto, (observe usted qué paradoja), se dio en Cataluña. En este caso, se exigió a la editorial catalana Univers que reemplace a Víctor Obiols, quien había sido designado para traducir el libro de Gorman. Los argumentos para el veto fueron los mismos que en el caso anterior. De aquí que, en una declaración a AFP, Obiols indicara:

“Es un tema muy complicado que no puede tratarse con frivolidad. Pero si yo no puedo traducir a una poeta porque es mujer, joven, negra, estadounidense del siglo XXI, tampoco puedo traducir a Homero porque no soy un griego del siglo VIII a. C. o no podría haber traducido a Shakespeare porque no soy inglés del siglo XVI”.

Si se presta atención, aquí también hay una búsqueda de cierta pureza original, aunque en este caso no se trata de la que se encontraría en una lengua como representante de una identidad colectiva denominada “pueblo”, sino de la que se halla en una identidad individual denominada “Amanda Gorman”. Se supone entonces que lo que define a la poetisa es su condición de ser una mujer negra, joven y activista, de lo cual se sigue que solo podría ser traducida por una persona que posea esas mismas características. Pero es aquí cuando observamos que el recorte es notoriamente arbitrario: ¿por qué no tomar en cuenta la condición socioeconómica de Gorman, por ejemplo? ¿Podría una persona rica traducir a una pobre? ¿Y qué hay de las pasiones? ¿Podría un simpatizante del Real Madrid ser traducido por alguien del Barcelona? ¿Y el lugar de residencia influiría? ¿Podríamos los habitantes de este barrio ser traducidos por los del barrio vecino? Por último, ¿qué hay de la composición familiar? ¿Puede un hijo único ser traducido por el cuarto de siete hermanos?

Nótese que todos los ejemplos mencionados se corresponden con elementos esenciales a la identidad de una persona, como mínimo complementarios al género, la etnia o la edad, y su enumeración obedece a la necesidad de mostrar que, con esta lógica, habría una única persona en todo el mundo capaz de traducir a Amanda Gorman. Se trata, como ustedes pueden imaginar, de la propia Amanda Gorman, puesto que el conjunto de experiencias que conforman una identidad personal individual es imposible de ser reproducido en otra persona.    

Los casos aludidos tienen en común la ilusión de una pureza original.  En el ejemplo de la periodista catalana, se trata de la ilusión de un lenguaje cerrado y representativo de una identidad colectiva en presunto riesgo por la contaminación de otro idioma. En el ejemplo de la poetisa estadounidense, lo que estaría en juego es la ilusión de una identidad individual pura la cual, a su vez, parece poder reducirse a tres o cuatro aspectos centrales que desplazarían al resto de experiencias significativas que una persona puede tener y que, curiosamente, coinciden con la agenda temática del progresismo representado por el partido demócrata estadounidense.

Como decíamos al principio, en toda traducción algo se pierde, pero también algo se gana por el simple hecho de que nos exponemos a otras experiencias y a otros puntos de vista. Entonces, defender sin más el proceso de globalización a esta altura del siglo, supondría, como mínimo, ser ingenuo; pero enfrentar a esa globalización con una reivindicación identitaria (sea en formato colectivo o individual), cerrada sobre sí misma y reacia a toda interacción con algo distinto de sí, no solo es imposible en los hechos, sino que es, sobre todo, indeseable. ¿Por qué? La razón es sencilla: si queremos vivir en un mundo con experiencias más enriquecedoras, la respuesta al “todo es igual” no puede ser un conjunto de átomos incomunicados que afirmen que “todo es distinto”. 

Agatha Christie y un mundo para sensibles (publicado el 30/3 en www.disidentia.com)

 

Ahora le tocó a Agatha Christie. Efectivamente, días atrás, The Telegraph reveló que la editorial dueña de los derechos, HarperCollins, había decidido eliminar o reescribir pasajes enteros de libros como Asesinato en el Orient Express o Muerte en el Nilo. Así, una vez más, la policía neopuritana encarnada en lo que antes denominábamos “censores” y ahora rebautizamos “lectores sensibles”, ha revisado la obra de una de las más reconocidas escritoras británicas para determinar si algún pasaje de la misma ofende alguna minoría.

El foco estuvo puesto en los fragmentos que incluían referencias étnicas o descripciones individuales que resultaran, según el criterio de la nueva sensibilidad, agraviantes. Por ejemplo, en Muerte en el Nilo se decidió eliminar el pasaje en que se describe a un grupo de chicos como poseedores de ojos y narices “repugnantes”; también se decidió quitar el término “oriental” y ya no se hace mención al hecho de que uno de los sirvientes era negro.   

En Misterio en el Caribe se eliminó el pasaje en el que se decía que un trabajador de un hotel de las indias occidentales tenía “dientes tan blancos y encantadores”. También se eliminó la frase que, refiriéndose a uno de los personajes, indicaba que poseía “un torso de mármol negro como el que habría disfrutado un escultor”. Afortunadamente para Agatha Christie nadie se ha ofendido hasta ahora por el hecho de que en sus novelas existan asesinatos y misterios, de modo que algo de la trama se conservará.

Pero lo curioso es que esto aparece apenas algunas semanas después del escándalo que se había generado a propósito de la decisión que había tomado el sello británico Puffin Books sobre la obra de otro clásico: Roald Dahl.

En este caso, fue tal el revuelo que hasta el primer ministro Rishi Sunak y la reina consorte Camila Parker Bowles se sumaron al repudio contra esta decisión editorial que, evidentemente, subestima e infantiliza a sus lectores.

En la obra de Dahl, los lectores sensibles, que siempre son sensibles a las mismas cosas, consideraron que el personaje obeso de Charlie y la fábrica de chocolate ya no sería nombrado como «gordo» (fat) sino como “enorme”. Suerte parecida le tocó al personaje de Mrs. Twit que dejó de ser «fea y bestial» (ugly and beastly) para ser solo “bestial”; por último, suponemos que los locos y los desquiciados que leían a Dahl estarán satisfechos porque ambos términos se eliminaron por completo de toda la obra, aunque, claro, deberíamos tomar en cuenta la posibilidad de que se vean ofendidos por semejante omisión discriminatoria. Tanto en el caso de Christie como en el de Dahl, la lista de censuras es más grande y aquí apenas se han reproducido algunos de los ejemplos que circularon en medios periodísticos.

Hoy no sabemos si la editorial de Christie buscará alguna salida intermedia como sucedió en el caso de Dahl. Es que, ante las enormes críticas recibidas, Puffin Books no tuvo mejor idea que, finalmente, relanzar dos ediciones de la obra de Dahl: la original, sin censura, y la reescrita para gente que pudiera ofenderse. Tampoco sabemos si estas ediciones vendrán con alguna aclaración, de modo tal que el lector sepa si está leyendo lo que el autor escribió o lo que la nueva moral quiere que lea.

Pero si tanto en éste como en otros espacios hemos mencionado que una de las consecuencias de este tipo de acciones es la creación de una sociedad más hipócrita en lugar de una deseada sociedad más igualitaria, quisiera agregar otro aspecto, al menos curioso, en relación al modo de reescribir la historia.

Trataré de explicarlo con uno de los ejemplos mencionados: el caso del siervo que, de repente, “ha dejado” de ser negro. Por supuesto que se trata de una ficción, pero Agatha Christie debe haber incluido ese dato porque era significativo para la época y, a los fines literarios, porque le daba verosimilitud. La razón es simple: se trataba de un tiempo en el que los siervos eran negros y pido, por favor, que se me exima de realizar un repaso por la historia de sojuzgamiento que todos conocemos y que han padecido millones de ellos durante siglos.

Dicho esto, la pregunta sería: ¿qué bien se le hace al lector desprevenido que no sabe que la obra se ha modificado? Supongamos que se trata de un lector negro que considera inauditas, con razón, las condiciones a las que se vieron sometidos sus antepasados, sean remotos o más cercanos: ¿Que la literatura elimine esas referencias es algo deseable? En otras palabras, ¿estamos infantilizando al lector a punto tal que consideramos mejor que ignore la verdad ante el riesgo de que ésta pudiera ofenderlo? Asimismo, si bien se trata de literatura, la misma lógica podría aplicarse a libros de historia, pues al fin de cuentas, si la verdad es menos importante que los sentimientos de un lector, deberemos acostumbrarnos a la reescritura de hechos históricos de modo tal que ningún miembro de una minoría se sienta interpelado. Y lo que es peor, en la medida en que continúe esta dinámica, en apenas un par de generaciones, les va a resultar difícil a quienes dicen ser los representantes de las minorías oprimidas hoy, encontrar justificación en el pasado para sus reivindicaciones actuales. Es que ya no encontraremos ni gordos, ni negros, ni orientales, ni repugnantes, ni siervos en ningún libro de modo que ese pasado de opresión acabará oculto por las necesidades de los lectores sensibles del presente. Incluso hasta puede que, absurdamente, las nuevas generaciones consideren que en el pasado estaban mucho mejor que en este presente donde las presuntas desigualdades están a la vista.

La paradoja es tal que me recuerda el final de aquel cuento de Jorge Luis Borges llamado “Utopía de un hombre que está cansado”, aquel en el que ya no había historia y, por lo tanto, ya nadie sabía quién había sido Hitler.

Para quienes no lo recuerden, un personaje cuyas características se asemejan a las del propio Borges, viaja al futuro y entabla un diálogo con un hombre que ha decidido suicidarse después de haber vivido unos 400 años. Como les indicaba, este hombre del futuro pertenece a una civilización para la cual la historia no cumplía ningún rol porque lo único importante era el aquí y el ahora. Así, este visitante del presente le pregunta si en el futuro en el que él habita existen museos y bibliotecas, y recibe la siguiente respuesta: “No. Queremos olvidar el ayer, salvo para la composición de elegías. No hay conmemoraciones ni centenarios ni efigies de hombres muertos. Cada cual debe producir por su cuenta las ciencias y las artes que necesita”.  

El hombre del futuro decide suicidarse porque ésta era la única manera de acabar con la vida en tanto los avances científicos habían hecho que la muerte involuntaria dejara de ser una posibilidad. De aquí que, en el párrafo final, cuando el protagonista se dirige al lugar donde dará fin a su vida, se afirme: “Es el crematorio - dijo alguien -. Adentro está la cámara letal. Dicen que la inventó un filántropo cuyo nombre, creo, era Adolfo Hitler”.

 

Cambio en el segundo tiempo (editorial del 1/4/23 en No estoy solo)

 

Finalmente, Macri se bajó tras el “primer tiempo” y no pudo terminar su partido. Las metáforas futboleras de las que tanto se precia servirían para decir que hubo un cambio antes de que empiece la segunda etapa, algo que sucede cuando los equipos han jugado muy mal los primeros 45 minutos. Así, entonces, el segundo tiempo fue para Macri, sinceramente, solo un libro. El expresidente tendrá algunos días de centralidad en la agenda mediática y no mucho más. Rey muerto, rey puesto.

Naturalmente habrá quienes por interés o miopía presentarán la decisión como un renunciamiento patriótico adornado con jerga republicana de coaching palermitano, pero la verdad está a la mano. Se bajó porque no le daban las encuestas y porque ni siquiera podía garantizar el apoyo de su espacio. No hay nada de malo en eso: CFK se dio en cuenta 2019 que no le alcanzaban los votos y le pidió a Alberto que la acompañara para sumar lo que faltaba.

Nada es imposible en Argentina, pero ni la peor versión de un gobierno popular pudo revitalizar la figura de Macri. Quizás porque todo está demasiado fresco. No lo sabemos. Pero pareciera que el ingeniero pasará a la historia como el responsable de una pésima gestión al frente de un gobierno. Aun cuando las comparaciones nunca son del todo precisas, digamos que si el gobierno de Alberto Fernández ha sido un mal gobierno con todo en contra (herencia, pandemia, guerra, sequía), el de Macri ha sido un mal gobierno con todo a favor (una economía con problemas pero con margen de maniobra, apoyo de poderes fácticos, peronismo en crisis, préstamos millonarios para financiar la campaña, etc.). Si Alberto no pudo hacer andar un auto heredado con serios problemas, Macri chocó la calesita. Esto no busca exculpar a Alberto. Solo pretende explicar por qué buena parte de la sociedad rechaza a Macri.

Otra interpretación que ha circulado bastante es la de Macri en el espejo de CFK. Se trata de una versión tentadora para los que ingenuamente creen que la verdad es un promedio entre dos polos, y necesitan un gobierno a imagen y semejanza de su presunta moderación.

Lo cierto es que más allá de las diferencias entre CFK y Macri, electoralmente hablando, el dato es que Macri no es el dueño de los votos como sí lo es CFK. A todo esto, claro está, hay que ponerle mil comillas, pero CFK es la que pudo poner un presidente a través de un video de youtube. Macri no puede hacer eso porque los votos de CFK son kirchneristas mientras que los votos de Macri no son macristas sino antiperonistas. Esto significa que cualquiera puede ocupar ese espacio: Bullrich, Milei, Rodríguez Larreta o un ladrillo. Por supuesto que si CFK confirma su decisión de no formar parte de una lista, esos votos van a ir para algún lado, pero la centralidad que ella continúa teniendo en el espacio es evidentemente más potente que la de cualquier otro dirigente, aun cuando parece imposible que 4 años después pueda, por dedocracia, poner al presidente que quiera. Pero esta CFK desgastada por el tiempo natural de la política, los ataques desproporcionados y los errores no forzados, sigue manteniendo una centralidad, para los propios y para los extraños.    

Por cierto, ¿hay beneficiarios de esta decisión? Alguien con ironía podría decir que el primer beneficiado es el pueblo argentino, pero aquí estamos para ser serios, de modo que, sin dudas, hay que mencionar a Patricia Bullrich quien, todo hace prever, competiría con Rodríguez Larreta en una eventual interna. En caso de triunfar, no faltarán biografías sobre el particular derrotero de una dirigente que arrancó en la guerrilla de montoneros para culminar de sheriff de un Tea Party vernáculo, pero lo cierto es que ella trae como aspecto novedoso el hecho de representar una versión de una derecha que dice lo que va a hacer. En esto se diferencia del Macri de 2015 que tenía que mentir para ganar la elección. Aquí puede que la situación sea exactamente la inversa: Bullrich tiene que decir exactamente lo que va a hacer para poder ganar, lo cual habla más de un hastío de la población frente a la vacuidad progre, que de un giro ideológico hacia la derecha. En realidad, y esto sucede también en el caso de Milei, sin ánimo de desestimar cierta euforia liberal, es probable que Bullrich reciba más votos por su supuesta “mano dura” antes que por su mantra de recortes en el Estado como única solución para el drama argentino.

Asimismo, decía que sucedía algo similar en el caso de Milei, en el sentido de que la inmensa mayoría de sus eventuales votantes apoyan su figura por el discurso antipolítico y anticasta, incluso hasta por su perfil disruptivo y sus exabruptos, pero no por las, por momentos, delirantes discusiones pseudo académicas acerca del paleo libertarismo y sectas varias.       

En cuanto al FDT, naturalmente, la decisión de Macri no fue bienvenida en la medida en que resultaba el candidato contra el que sería más fácil confrontar. En todo caso, para el oficialismo vienen semanas de “operativos clamor”: por un lado, aparecerán las operaciones del oficialismo oficialista de la Casa Rosada a través del off the record, intentando instalar un operativo clamor para que CFK confirme su paso al costado como lo hizo Macri; por otro lado, desde el oficialismo opositor del kirchnerismo duro, se insistirá en evidenciar el operativo clamor para que el presidente decline su candidatura y para que, al mismo tiempo, CFK revise su posición. Probablemente la realidad venza al narcisismo y haga que sea más factible lo primero que lo segundo, lo cual le resolvería un problema al kirchnerismo pero le mantendría vigente el más importante: ¿qué hacer si CFK no es candidata?

No sabemos si la inexistencia de un plan B para el caso de que CFK se mantenga firme en su decisión de no participar, es incapacidad o una forma de presionar a la líder. Quizás sea las dos cosas. En todo caso, lo sabremos en poco tiempo.

El internismo en los dos espacios con posibilidades de ganar la elección augura unas PASO con una fragmentación del voto que puede asemejarse a aquella primera vuelta del año 2003 con un candidato más votado que no llega al 25% de los votos. En este río revuelto, y dependiendo de un sinfín de variables, entre las que se podría mencionar una derrota por poco margen de Bullrich en la interna, asoma Milei como una figura que, siempre y cuando alcance un piso de unos 20 puntos, podría capitalizar, pos PASO, los votos de la exministra de seguridad.

Si no fuera por el hecho de que el desarrollo del proceso eleccionario y sus consecuencias van a afectar directamente la vida de millones de personas, podríamos afirmar, con una alta cuota de cinismo, que lo que viene resultará, al menos, entretenido.