miércoles, 25 de octubre de 2017

La foto de hoy: Macri 2019 (publicado el 23/10/17 en www.elpaisdigital.com.ar)

Hay Cambiemos para rato. Esa parece ser la primera proyección que se puede hacer tras los resultados de la elección. Si bien el mundo, el país y la política son cambiantes no hay ni siquiera cisnes negros que al día de hoy alcancen para frenar la ola amarilla que goza de una luna de miel con la sociedad mayor a la del 2015. Porque el macrismo ganó la elección pero sobre todo está ganando en la instalación de su cosmovisión, aquello que suele denominarse, la “batalla cultural”. A su vez, los procesos son así y los humores sociales también tal como confirmaría el hecho de que, salvo el gobierno de De la Rúa en 2001, ningún oficialismo perdió su primera elección de medio término desde que regresó la democracia a nuestro país. Digamos entonces que el gobierno está en ese momento en que, como se dice en la jerga, “no le entran las balas” ni siquiera tras el episodio Maldonado. Las razones de este idilio suponen mérito propio y enormes vicios de una oposición que se ha transformando en un archipiélago. De hecho, Cambiemos triunfó en 13 de los 24 distritos, 5 de los cuales son los más numerosos; en relación a las PASO derrotó al kirchnerismo y al socialismo en Santa Fe, a la propia CFK en PBA, a Peppo en Chaco y a Urtubey en Salta. El dato de lo ocurrido en esta última provincia es relevante por, al menos, dos motivos. En primer lugar porque Cambiemos no solo venció a su principal oposición, CFK, sino que arrasó a cualquier otro candidato del panperonismo que pudiera intentar, ante una eventual derrota de la ex presidente, salir a disputar la articulación del espacio opositor de cara al 2019. Porque no solo cayó Urtubey, sino que Massa apenas pudo superar el 10% de los votos, Randazzo no pudo llegar al 6% y Schiaretti fue derrotado ampliamente en Córdoba. Lo único que quedó en pie fueron expresiones peronistas o ex aliadas al kirchnerismo con fundamentos claramente locales como Formosa, San Luis (en una remontada digna de aquel planeta imaginario denominado Xilium), Santiago del Estero o Misiones, sin olvidar el caso de Tucumán, la provincia con más habitantes que pudo retener el peronismo.
En segundo lugar, el dato de Urtubey viene al caso para confirmar lo que había indicado en este mismo espacio algunas semanas atrás y que había llamado el “fracaso de la política mimética”, esto es, la derrota estrepitosa de aquellos candidatos o fuerzas que jugaron a “parecerse a…” y hacer “oficialismo crítico” o “kirchnerismo crítico”. En este sentido, en estas elecciones al menos, no hay espacio para ser crítico, se es o no se es, y entre la copia y el original se vota al original. Este escenario de polarización fue impulsado por las dos grandes fuerzas en pugna por distintas razones. Por un lado, al oficialismo le resultaba absolutamente funcional disputar con CFK. Lo dijimos aquí incluso antes que la ex presidente decidiera ser candidata como también dijimos que no creíamos conveniente que el kirchnerismo jugara ahora su gran carta porque hacia ella apuntaría toda la artillería de concentración inédita del poder que posee Cambiemos: establishment económico, político, judicial, mediático y las grandes cajas del Estado: Nación, CABA, PBA y ANSES. Difícil disputar contra ello. ¿No? Desde esa perspectiva, puede decirse que haber obtenido el 37% de los votos en la Provincia, es decir, tener un candidato competitivo roza lo épico, más allá de que si se compara con la estructura que el kirchnerismo parecía tener al 9 de diciembre de 2015, sabe a poco, especialmente porque no se puede soslayar que, a nivel país, las expresiones kirchneristas puras fueron, casi en su totalidad, marginales y rondaron el 10% de los votos como en Chaco o Córdoba.
Sin embargo, por otro lado, a pesar del mal resultado, una lectura posible es que al kirchnerismo también le resultaba funcional disputar con Cambiemos, no solo porque así lo pensó cuando estaba en la administración y parecía imposible que la mitad más uno del país pudiera votar a Macri, sino ahora porque fuera de la administración la estrategia k no ha sido la de una construcción de mayorías sino la de retención de una minoría intensa y aniquilación de cualquier referente o espacio que osara disputar el rol de opositor. Haciendo una retrospectiva, incluso podríamos pensar que la estrategia de retención de una minoría intensa estuvo presente ya en 2015 cuando la decisión de poner a Aníbal Fernández en PBA al tiempo que el apoyo a Scioli era tibio, permite visualizar que CFK quería, ganando PBA, hacerse fuerte en el principal distrito de la Argentina y depositar allí toda su estructura para, ante las eventuales tensiones que se auguraban con el gobierno de Scioli, tener allí una plataforma que, junto al control de las cámaras, pudiera condicionar al gobierno que, finalmente, no fue. Esta interpretación parece más plausible que la de aquellos que, ante la inexplicable cantidad de errores en las estrategias electorales, afirman que “Cristina jugó a perder”. No jugó a perder. Jugó, como lo hizo en estas últimas elecciones, a consolidar una fuerza propia cuya pureza será inversamente proporcional a su capacidad de constituirse en mayoritaria. Y allí se encuentra el principal dilema de la oposición hoy. Dejando de lado aquellos que cada vez que hablan del kirchnerismo ingresan en un estado de emoción violenta: ¿alguien en su sano juicio puede indicar que la experiencia kirchnerista y la figura de CFK está acabada tras reunir 37% de los votos en PBA? No. Pero a su vez, se impone la necesidad de abandonar el microclima, para notar que la foto de hoy indica que la potencia y el sacrificio de CFK no alcanza para ganar una elección nacional con balotaje como la que tendrá lugar en 2019. Con la foto de hoy, insisto, en el mejor de los casos, CFK y el kirchnerismo podrían y deberían apuntar a disputar la gobernación de PBA, la cual se gana sin balotaje y obteniendo solo un voto más, para de ese modo obligar a Vidal, la gran candidata de Cambiemos, a buscar una reelección en su distrito y a que un Macri presuntamente algo más desgastado busque la reelección en Nación. Ese escenario, claro está, necesitaría de alguna figura peronista que dispute con Macri y pudiera ser acordada por los distintos referentes de la oposición pero esa figura hoy no aparece, y no se vislumbra voluntad alguna ni del kirchnerismo ni del resto de los accionistas minoritarios de la oposición como para establecer esa mesa de diálogo. Más bien, en la disputa de intensidades, es más probable que los sectores del peronismo moderado se acerquen más a Cambiemos que al kirchnerismo.                            

Si bien es absolutamente prematuro, con una oposición atomizada, un rebote económico y un tiempo de gracia pos elecciones, el gobierno se encaminaría a un nuevo mandato incluso cuando lo que se avecina son nuevos golpes al bolsillo y reformas estructurales que condicionarán a las generaciones venideras. ¿Acaso el ajuste no generará resistencias? Absolutamente y es real que el margen del gradualismo se va achicando porque el plan de contener la pobreza con ayuda social al tiempo de impulsar una enorme transferencia de ingresos hacia los sectores más aventajados a través de la toma compulsiva de deuda tiene un límite. Con todo, es probable que aquel límite sea imposible de sortear recién para el gobierno que asuma en 2019.           

miércoles, 18 de octubre de 2017

¿Y si Cristina pierde? (editorial del 15/10/17 en No estoy solo)

A días de la elección, el gobierno y el establishment económico dan por descontado el triunfo en la provincia de Buenos Aires, distrito donde no se disputa un senador sino el rumbo del país para la próxima década. Más allá de que ni la encuesta más optimista le otorga un triunfo holgado, lo cierto es que una victoria de Bullrich sobre CFK probablemente acabará con cualquier pretensión de Unidad Ciudadana de erigirse como opción capaz de constituir mayoría, al menos en lo inmediato, y, al mismo tiempo, le dará a Cambiemos una presunta legitimidad para avanzar con las reformas estructurales que los sectores más aventajados exigen y que acabarán condicionando a futuros gobiernos y a generaciones de argentinos. Así, con la economía rebotando y un clima cultural distinto, el gobierno parece estar en su mejor momento, no solo por las fortalezas propias sino sobre todo porque el peronismo está entrampado en su propia atomización. Es que los personalismos, las estrategias electorales y comunicacionales insólitamente erradas se repiten y no hay nada que permita pensar que los responsables de estos errores vayan a cambiar algo el día posterior a la elección.
La situación de Randazzo es una incógnita. Tras la jugada de CFK de presentarse sin el partido, el ex ministro quedó desdibujado y trató de terciar en una interna panperonista en la que no había lugar. En todo caso, sufrió un fenómeno que se repitió contundentemente en estas elecciones, esto es, el fracaso de la política mimética. Con esto me refiero a que entre el original y la copia el electorado se queda con el original. Porque si te interesa la política moralizada y denuncista te quedás con el original Carrió y no con su réplica Stolbizer; y si sos kirchnerista o reivindicás mucho de lo hecho en la anterior administración vas a elegir a CFK y no a su ministro, del mismo modo que si sos un peronista o un antimacrista que no quiere a CFK, tu primera opción va a ser Massa antes que Randazzo. Asimismo, Randazzo también fue castigado en las urnas por otro fenómeno. Me refiero al rechazo a la idea de la política como microemprendimiento. En otras palabras, la sensación es que Randazzo acabó jugando en solitario, de la misma manera que, en la Ciudad de Buenos Aires, juegan “solos” dos candidatos que brillan por su corrección política cool y polite: Martín Lousteau y Matías Tombolini. En el caso de estos últimos, no solo se disputan el mismo electorado, sino que sus vaivenes ideológicos (más marcados en el ex ministro de economía de CFK y Embajador en EEUU de Cambiemos) y su compulsión a la cámara (más marcada en el candidato massista) los convierte en fenómenos pasajeros e inestables.
Volviendo al espacio panperonista, tampoco es fácil definir el futuro de Massa quien supo gozar del apoyo del establishment tras su victoria en 2013 y desde allí no paró de perder votos. Hoy lucha por contener la tropa propia y no caer a un dígito. Adjudicar la caída a las dificultades de transitar la cada vez más angosta avenida del medio es ser condescendiente con quien ha carecido de rumbo ideológico y ha sido incapaz de constituir un armado con identidad y presencia territorial. Aquí, una vez más, la política mimética ha sido castigada pues ese votante antikirchnerista que Massa atrajo gracias a sus diatribas contra “el pasado” hoy se siente más a gusto votando a Cambiemos.
       
En cuanto a CFK, la estrategia de un estilo más pasteurizado que utilizara en las PASO no funcionó para romper el cerco del núcleo duro de sus votantes, aquel que la llevó a ganar la elección con un número inferior a las expectativas pero que nadie puede despreciar. De cara a las elecciones de octubre, ese cerco se intentó romper a través de entrevistas con llegada a públicos diversos y habrá que ver los resultados del domingo para poder afirmar si la estrategia ha sido la adecuada. Mi intuición es que esas apariciones no mueven el amperímetro pero ayudan a debilitar esa figura de Belcebú encarnado que la corporación periodística ha instalado de ella. Más allá de eso, el resultado de la elección será clave para conocer el futuro de la fuerza que lidera. Perder por más de cinco puntos sería impactante y si bien no hay ningún liderazgo dentro del peronismo capaz de hacerle sombra, la obligaría a abrir el juego a la negociación si es que no quiere reducir el kirchnerismo a una fuerza testimonial cuya supervivencia esté afincada en la tercera sección electoral de la Provincia y en un núcleo duro de militancia cibernética. Eso también supondría, claro está, un gesto de los otros actores, los cuales tampoco son muy afectos a negociar con ella y se encuentran agazapados para pasar facturas. Y no solo hablo de gobernadores peronistas a los que el kirchnerismo más duro les ha presentado listas opositoras en sus terruños sino incluso muchos intendentes de Buenos Aires que se han sumado a Unidad Ciudadana por necesidad antes que por convicción. 
Asimismo una derrota confirmaría algunos de los errores que en esta misma columna ya habíamos advertido. El primero fue no haberse quedado con el PJ e incluir a Randazzo en una interna para ganarle holgadamente y obligarlo a “jugar adentro”. Y el segundo error, seguramente impulsado por el núcleo duro que la rodea y que solo a través de ella se garantizaba un piso de votos que le permitiera seguir ocupando espacios, fue exponer a la ex presidente como candidata. Se dirá que no había otro capaz de pelear contra la potencia de Cambiemos y es así pero esa verdad regresa como un boomerang porque desnuda a un kirchnerismo que fue incapaz de generar referentes intermedios que pudieran respaldar o reemplazar a su líder, error que se repite en un armado de listas que, en la Provincia de Buenos Aires, se sirvió de candidatos renovados y valiosos pero sin las espaldas suficientes como para cargar con el peso de una sucesión. Nunca sabremos, porque es un contráfactico, qué hubiera sucedido si CFK se mantenía al margen de esta elección y apoyaba a sus candidatos desde afuera esperando que escampe frente a un Cambiemos que no podrá sostener durante cuatro años el recurso de la “pesada herencia”, pero me atrevo a pensar que el desenlace podría haber sido otro. Porque esta será, probablemente, la última elección que Cambiemos la gane con antikirchnerismo. En las próximas, tendrá que definirse por sí mismo y no por oposición a “lo otro”.

Para finalizar, hoy en día, si se confirmara la derrota que auguran las encuestas y ésta fuera significativa, el kirchnerismo recibiría un golpe del que será difícil levantarse, sobre todo, porque si después del 2015 nos quedó la sensación de que el kirchnerismo no había pensado un plan B y hasta había subestimado los costos de la derrota, al menos tenía la última carta debajo de la manga. Pasados dos años, jugada esa carta, una derrota puede parecerse demasiado al peor escenario.

martes, 10 de octubre de 2017

Cuando matar es un espectáculo (editorial del 8/7/17 en No estoy solo)

Cada vez que sucede un asesinato masivo en Estados Unidos se retoma la discusión sobre la insólitamente permisiva legislación en materia de tenencia de armas. Si bien merecería un artículo aparte desarrollar la cosmovisión expresada en la Segunda Enmienda, esto es, aquella que indica que existe un derecho individual a portar armas, lo cierto es que se calcula que en Estados Unidos hay un arma por habitante. Si bien la legislación varía de Estado en Estado, el caso de Texas sorprende por la ausencia total en materia de regulación: se pueden obtener armas hasta en el supermercado y pagarlas en el mostrador mientras compramos también sopas rápidas y latas de cerveza. Luego podemos llevarlas donde queramos y lo único que se nos exige es no las exhibamos mientras circulamos por el espacio público, compromiso que parece más estético que moral.  
Pero si bien la relación causal entre muerte y proliferación de armas es incontrovertible, hay un elemento que debe mencionarse para complementar y dar cuenta de este particular tipo de hechos. En otras palabras, ¿se puede explicar solamente por la proliferación de armas que un señor llamado Stephen Paddock alquile una suite del piso 32 del Hotel Mandalay Bay para, desde allí, antes de suicidarse, disparar a una multitud y acabar con la vida de decenas de personas que disfrutaban de un recital? Evidentemente no pues lo particular de este hecho, además de la magnitud del daño que puede causar un asesino que había ingresado 23 armas al hotel, es su “espectacularización”.
¿Qué entendemos por tal? Quien mejor lo puede explicar es un filósofo italiano conocido como “Bifo” Berardi, quien en 2015 publicara un libro que en castellano lleva como título Héroes. Asesinato masivo y suicidio y que en su página 32 afirma lo siguiente:
“El asesinato masivo no es algo nuevo. Aun así, la “marca” de este tipo de asesinato masivo que combina una puesta en escena espectacular con las intenciones suicidas de sus artífices, parece caracterizar la transición de nuestra era hacia la nada. De hecho, esta clase de actos, donde se juntan espectáculo, asesinato masivo e intento de suicidio (…), se ha vuelto más frecuente en los últimos 15 años. Es posible detectar en las acciones de muchos asesinos en masa contemporáneos una tendencia al espectáculo que se relaciona en cierta manera con la promesa de Warhol: “en el futuro, todo el mundo será famoso durante 15 minutos”. Es decir, se trata de la necesidad de salir en TV como si esta fuera la única prueba de la existencia de uno”.
La espectacularidad del asesinato masivo, como bien recuerda Berardi, tuvo, a su vez, su éxtasis en aquel demencial hecho por el cual, en un estreno de Batman, allá por 2012, a la media hora de iniciada la película, un espectador que ocupaba un asiento en la primera fila, sale del cine, se dirige a su auto, se pone una máscara anti gas, pantalones y chaleco antibalas, toma sus armas, regresa a la sala y tras arrojar una bomba de gas, abre fuego. Queriendo simular la escena del comic de Batman, James Holmes mata a 12 personas e hiere a decenas. No hay ejemplo más claro en el que el asesinato en masa se vincule a la espectacularización y se solape la ficción con la realidad.
Berardi analiza otros casos, algunos bastante conocidos y encuentra en ellos un denominador común: el poscapitalismo y su tendencia individualizante que, llevando al extremo el darwinismo social, genera sociedades conformadas por depresivos, adictos al trabajo capaces de morir tras exceso de horas extras y dementes que encuentran en la realidad virtual el único refugio en el que pueden ser todo aquello que la realidad cotidiana no les deja ser.
Si bien parece excesivo achacarle todos los males a esta nueva etapa del capitalismo pues, al fin de cuentas, todos vivimos en él y, por suerte, solo algunos esporádicamente cometen algunos de estos asesinatos, no deja de ser cierto que las condiciones de vida en la actualidad, en todo caso, son tierra fértil para que alguno de estos hechos se den. Es más, donde esta espectacularización se expresa con claridad es en la nueva configuración que la sociedad tiene de los héroes. Efectivamente, según la artista visual alemana, Hito Steyerl, desde fines de años 70 existe una nueva forma de entender a “los héroes” que ha quedado bien expuesta en la canción de David Bowie que lleva como título, justamente, “Héroes”. Según la autora, en las páginas 50 y 51 de su libro Los condenados de la pantalla, el auge del neoliberalismo decreta la muerte de los héroes lo cual hace que éstos dejen de ser sujetos para transformase en objetos. Esto significa que el héroe ya no hace revoluciones ni gana una guerra sino que ahora es una imagen, una cosa capaz de ser replicada en una remera, una mercancía imbuida del deseo de ser consumida. Si el héroe es simplemente una imagen despojada de historia, su inmortalidad “ya no se origina en su fuerza para sobrevivir a cualquier prueba, sino en su capacidad de ser fotocopiado, reciclado y reencarnado”.
La policía todavía no pudo esclarecer cuáles fueron los motivos por los cuales Paddock disparó a la multitud, si es que hubo alguno. Lo que en todo caso se puede intuir es que solamente en una sociedad que premia la replicación de la imagen como un valor en sí, el asesino puede creer, en su delirio, que la circulación de la foto de su rostro y las miles de veces que se observaron las filmaciones de los asistentes al concierto durante la masacre, son capaces de convertirlo, durante 15 minutos al menos, en un héroe.           



viernes, 6 de octubre de 2017

Todos mafiosos (editorial del 1/10/17 en No estoy solo)

El gobierno ha dado un giro discursivo que es importante señalar. Tal giro está vinculado a una decisión política que era necesario justificar en la medida en que contrariaba la promesa de pacificar y unir a los argentinos. Hay quienes afirman que el gobierno ha decidido polarizar como una estrategia electoral en 2017 pero la polarización la ha elegido desde el primer día de su mandato estigmatizando a todo aquello que sea visto como adversario político. Dicho en otras palabras, más allá de la estética y los mantra new age, Cambiemos ha planteado un gobierno confrontativo y para este nuevo transitar debe hallar una justificación. ¿Dónde la encontrará? En la idea de “lucha contra las mafias”.
Efectivamente, con una mejora de la macroeconomía que no viene acompañada de una distribución equitativa y todavía no se percibe en toda la sociedad, Cambiemos eligió posicionarse como un gobierno que lucha contra algo y ese algo englobador es “la mafia”. Posicionarse en lucha contra algo brinda una épica que Cambiemos no tenía porque siempre la ha despreciado en tanto supuesto engranaje de una política ideologizada. Pero estando en el poder notó que con la presunta objetiva pulcritud del técnico “ceocrático” no alcanza. Además, que esa lucha sea contra la mafia es enormemente funcional a sus intereses. ¿Por qué? En primer lugar porque, como todo concepto que se arroja a la arena del debate público, se ha transformado en un significante vacío, una palabra capaz de incluir allí colectivos, conductas y sujetos varios; y en segundo lugar porque en la batalla lingüística eligió como enemigo un término incontrovertiblemente negativo en tanto nadie en su sano juicio es capaz de defender una mafia.
Pero aquí es donde surge un elemento peligroso para el debate democrático. Es que al posicionarse el gobierno como “aquel que lucha contra las mafias”, ha hecho algo más y es ubicar a todo adversario político como “mafioso”. Así, la diferencia entre Gobierno, Estado y Ley se borra y el mejor ejemplo es la prédica de Elisa Carrió. Para la diputada, sus adversarios políticos son enemigos ya no de ella ni del gobierno al que representa, sino de la ley, y si son enemigos de la ley, todas las fuerzas del Estado deben estar al servicio de su persecución. Porque para el gobierno, no solo los narcotraficantes o algún grupo específico que actúe controlando clandestinamente un negocio o un territorio son mafiosos, sino que son mafiosos los políticos, los kirchneristas, los sindicatos, los estudiantes que toman colegios, los mapuches, los que cortan la calle, los que hacen una movilización, los abogados laboralistas, los de la Tupac  Amarú, los docentes, los científicos y todo aquel que, con mejores o peores razones, en algún momento, se oponga a alguna medida del gobierno. No se animaron a hablar de la mafia de los que no pueden pagar el tarifazo o desean cobrar un sueldo digno pero cada vez que hay una protesta en ese sentido indican que se trata de una acción espuria en tanto “organizada”.
¿Cómo se transforma un colectivo opositor en mafia? Muy simple: se identifica a alguno individuo de ese colectivo y se lo destruye mediáticamente para que opere la figura retórica de la sinécdoque, esto es, la confusión entre la parte y el todo. ¿Esto significa que estamos elevando al lugar de mártires a sujetos como el “Pata” Medina o a José López? No ¿Entonces supone que aceptamos las premisas del “joneshualismo” mapuche y que celebramos los cortes de ruta y toda toma de un edificio público? Tampoco. ¿Implica estar de acuerdo con algún que otro abogado carancho y esa minoría de maestros que se abusan de las conquistas expuestas en el Estatuto del docente? Menos aún. Solo busco decir que la selección de determinados casos, algunos de ellos incontrovertiblemente mafiosos, busca ubicar a todo adversario político en el lugar de lo corrupto, lo violento y lo clandestino. Así, atacando al “Pata” Medina no se busca atacar a un mafioso sino dejar entrever que sindicalismo es igual a “mafia”, misma operación que se produce cuando se intenta equiparar “toma de colegio” con “abuso sexual”, “reivindicación de tierras” con “terrorismo internacional”, o “modelo redistributivo y Estado presente” con “corrupción”.    
Incluso se puede ir un paso más allá y observar que lo que se busca es un ataque a cualquier tipo de colectivización o idea de comunidad porque la única noción de agrupamiento que concibe el gobierno es la del “vecino”, esto es, un individuo con el cual lo único que nos une es una circunstancial contigüidad territorial. 
Para finalizar, el hecho de que todo aquello que se oponga al gobierno sea englobado en una mafia se expresa en la obsesión que la prensa oficialista tiene por la delación. O sea, si todos son mafiosos y lo propio de la mafia es la omertá, esto es, el pacto de silencio, solo resta exigir la confesión. Así, “quebrarse” es el precio que hay que pagar por dejar de recibir la extorsión mediática que cae sobre el señalado o sobre sus familiares si se está preso; y arrepentirse es el precio que hay que pagar si se está libre y se quiere tener un espacio en los medios y en la corporación política.