viernes, 28 de enero de 2011

Los adultos inimputables (publicado originalmente el 27/1/11 en Veintitrés)

Como parte de la agenda del verano preelectoral y como previa a la previa de las elecciones primarias, esto es, las internas cerradas que siguiendo la lógica secuencial podrían denominarse "las preescolar", todos los sectores que rodean a la política discuten en torno a la edad de imputabilidad de los menores. Se trata de uno de los subtemas de la problemática de la inseguridad que junto a la inflación pelean cabeza a cabeza por ser "el gran problema de los argentinos".
Si bien no se puede menospreciar la salvajada de crímenes atroces o aumentos desproporcionados de la canasta básica, aun a riesgo de que se me acuse de cínico, podría celebrarse que en la agenda de los grandes temas haya desaparecido la preocupación por la falta de trabajo y que haya disminuido drásticamente la pobreza y la indigencia.
Para encarar el tema de la imputabilidad no interesa si los índices comparativos hacen de Argentina uno de los países menos inseguros en comparación con países ejemplares como México, Brasil y Estados Unidos, donde a pesar de que el narcotráfico se carga miles de vidas por año, existe seguridad jurídica para los inversores.
Ni siquiera importa el informe de la Procuraduría General de la Corte Suprema Bonaerense que demostró que sólo el 4,1% de los delitos son cometidos por menores. Claro que tal índice no puede pasarse por alto, especialmente para diseñar políticas de largo plazo aunque, frente a un caso donde se asesina a un padre delante de sus hijos, todo parece poco. Sin embargo, es deber de los representantes de nuestras instituciones legislar con una mirada independiente de la coyuntura y de una lógica mediática que no inventa los asesinatos (por ahora) pero que está deseosa de repetir sus imágenes ad nauseam.
El debate en torno a la imputabilidad parece enfrentar a dos sectores claramente definidos: aquellos más vinculados a "la mano dura" que consideran que debe bajarse la edad de imputabilidad y que en algunos casos extremos alcanzan a deslizar el terrorífico lema de "delito de adulto, pena de adulto" suponiendo que sólo importa objetivamente la falta y que debemos ser indiferentes tanto a los atributos de quien la comete como a las circunstancias que lo rodean; el otro sector es el de aquellos denominados "garantistas" que, en esta coyuntura particular, afirman que si la ley actual es obsoleta, en todo caso, se deben encontrar mecanismos alternativos para detener los delitos cometidos por jóvenes que se ven beneficiados por su corta edad. Ambos sectores reconocen que hay menores que son usados por adultos para cometer delitos para, en caso de ser apresados, ser "beneficiados con la inimputabilidad", sólo que las vías para solucionar estos vericuetos que brinda la ley, descansan en principios completamente diferentes.
Tal aclaración no es obvia, pues más allá de que la seguridad pueda ser una cuenta pendiente en la agenda del progresismo, una mirada distraída puede hacer caso a los que presentan el debate como una disputa entre aquellos que quieren terminar con el delito (los de la "mano dura") y aquellos que por alguna razón psico-ideológica de desapego al orden, les interesa lograr que las calles estén asediadas por asesinos de 1,30 metros de altura, 30 kilos, gorritos de Bob Esponja y remeras de Ben 10. Expuesto así el debate está viciado desde un principio y no es sincero.
Suponiendo que todos los actores están interesados en resolver el tema sólo que desde diferentes ángulos, comencemos por la pregunta original: ¿la baja en la edad de imputabilidad haría decrecer el delito? Es decir, si en vez de situarnos en el límte de los 16 años retrocedemos a los 14, ¿esto cambiaría radicalmente el mapa y los actores del delito en la Argentina?
Yo no soy un especialista ni en Derecho ni en seguridad. En esto me encuentro en una posición similar a aquellos que con mi mismo desconocimiento, aunque sin reconocerlo, opinan sobre tales temas. Quizás, permítaseme un gesto de falsa humildad, la diferencia está en que mi formación filosófica me permite seguir al maestro Sócrates y no sonrojarme al decir "no sé". Sin embargo, me atrevo a hacer las siguientes reflexiones en base a algunos datos y el conocimiento mínimo necesario para encarar esta nota. Para llevarlo al terreno filosófico, y que me disculpen los que se ofendan, el Derecho no es una ciencia objetiva (si es que existe alguna, claro) ni el Derecho penal un espacio donde se halla el castigo preciso y justo. De ser así, no podría justificarse por qué diferentes sociedades poseen castigos diversos para los mismos tipos de delitos. ¿Qué se debe hacer con un asesino? ¿Matarlo? ¿Darle reclusión perpetua? ¿Internarlo en un psiquiátrico? ¿Darle una simple reprimenda y mandarlo a hacer trabajo comunitario? Se me dirá que depende del caso y yo agregaría que también depende del tipo de sociedad y del vínculo histórico que esa sociedad tiene para ese delito (algo que se ve, por ejemplo, en el diferente trato que se le da a la violencia de género en sociedades diversas). En esta línea, ¿cuál es la edad en que objetivamente el sujeto es punible? ¿16? ¿14? En algunos países como Brasil, Salvador, Honduras, México, Venezuela, donde la tasa de homicidio es infinitamente mayor que la de Argentina, llega a 12. ¿Por qué no 10? Supongamos que llevamos la edad de imputabilidad a 12 y nos acomodamos a las legislaciones de algunos de los países mencionados. ¿Qué hacemos ante el caso de un asesino de 11 años? Más allá de que la ciencia y la psicología evolutiva pueden darnos herramientas para distinguir en qué momento es posible afirmar que un sujeto tiene conciencia de lo que hace, la discusión sería interminable y podría darse que algún legislador trasnochado que oiga voces que le repiten "delito de adulto, pena de adulto", decida que en el caso de un parto de mellizos en el que uno de los dos fallece, es necesario castigar, por asesinato en la placenta, al hermano sobreviviente. Más allá de esta exageración cuya doble razón es identificar la dificultad del problema al tiempo de invitar a la risa, hay situaciones absolutamente naturalizadas que presentan al Derecho como siendo una disciplina con pretensiones de describir empíricamente el mundo tal cual es. Tomo otro ejemplo para ilustrar dificultades, aun a riesgo de sumar otras, pero que tiene que ver con el concepto de persona, concepto jurídico por cierto. ¿Hay algún correlato biológico objetivo a partir del cual consideramos que un ser se transforma en persona? Las discusiones en torno a la despenalización del aborto muestran que tal cuestión es controvertida puesto que para algunos se es persona desde la concepción (o, en todo caso, a partir de las 12 semanas de vida, diferencia que no resulta trivial) y para otros recién al nacer.
Pero este asunto es tan interesante que merece un desarrollo autónomo en futuras columnas. Volviendo al asunto, la convención sobre los Derechos del Niño da libertad a los Estados para que impongan la edad de imputabilidad según criterios propios pero sugiere que entre los 12 y los 18 años se dé un tratamiento diferencial, esto es, no podemos someter a un chico de 12 años a una cárcel común lo cual tampoco supone que éste pueda alegremente salir con un revolver a matar ciudadanos y que se lo deje libre. Aun nuestro sistema deposita en los jueces la posiblidad de decidir excepcionalmente algún tipo de aislamiento en casos donde sea posible demostrar que el menor en cuestión es una amenaza para la sociedad. Esto ya existe hoy de manera que los embates contra el "garantismo" y la presión por la baja de imputabilidad, no parecen alterar sustancialmente el panorama. Más bien parece un "caño" hacia el costado de una cancha donde no hay arcos, o, lo que es lo mismo, donde los arcos no interesan; una gambeta en ofrenda a una tribuna de adultos inimputables que sólo grita y busca gestos antes que resultados.

viernes, 21 de enero de 2011

El canal de Dante Palma en youtube


Amigas y amigos: les dejo el link al canal de youtube donde podrán encontrar mis participaciones en 678 y entrevistas sobre mi libro Borges.com. Besos y abrazos. Dante
http://www.youtube.com/user/palmadante?feature=mhum


jueves, 20 de enero de 2011

Arena y bikinis sin control en Villa Soldati (publicado originalmente el 19/1/11 en Tiempo Argentino)

La creación de una playa citadina en el barrio de Villa Soldati, aquel que hace poco parecía el emblema de un país que “se prendía fuego”, se presenta como uno de los hechos que no por trivial deja de contener un importante simbolismo. Es verdad que ante la emergencia habitacional, los más entusiastas sostienen que ya que hay arena ahora sólo falta la cal y los ladrillos. Pero no me quiero desviar en una crítica teñida de ideología. Prefiero enfocar el fenómeno, aun con licencias poéticas, desde diferentes ángulos. Me centraré en “la foto”: funcionarios con sombrillas, gorritas, merchandising y sonrisas amarillas, rodeados de un contexto de pobreza y marginalidad que es recortado por la imagen; culos en bikini en una pasarela “montada para desmontar” el paisaje circundante. Al igual que sucedía en aquel clásico del cine de Antonioni, Blow up, el zoom hiperbólico nos hace olvidar que existe un contorno y un más allá de la imagen que observamos. Poco importa si es imposible zambullirse en el agua podrida y menos aun interesa el cartel que gentilmente sugiere no caminar descalzo fuera del perímetro de la arena ante el riesgo de pisar elementos cortantes. Tampoco importa que la metropolitana no esté en el barrio porque se ha decidido darle prioridad a otras zonas de la ciudad. En este sentido podría invertirse el lema de aquella publicidad de gaseosas para decir “La sed no es nada. La imagen es todo”.
Sin embargo, no todo es crítica pues a diferencia de lo que ocurre en nuestros hospitales, en la Pocitos autóctona de la zona sur, no hay prioridad para los habitantes de la Ciudad, y el ciudadano no-porteño que viene a gozar de nuestras no-costas está sujeto al único mérito universal de “el orden de llegada” ciego al color de piel y al pasaporte argentino. En otras palabras, las duchas y las reposeras no están prohibidas para los negros más allá de que la conjunción de la estética macrista con el descontrolado aluvión zoológico que viene de las márgenes y no paga ABL, derive, a juicio de un artista warholiano-PRO, en una “intervención de taxis humanos sobre lo público”.
Pero al fenómeno del “blow up” le debemos sumar el éxtasis de todo buen publicista y estratega político, una suerte de orgasmo tántrico del “duranbarbismo”: la utilización de figuras retóricas, aquellas utilizadas por los sofistas en sus intervenciones allá por el siglo V de la Atenas de Pericles. El recurso retórico muestra que para convencer no hace falta la verdad y que existen numerosas estrategias para persuadir a un auditorio. En este caso puntual tenemos lo que se conoce como la “sinécdoque”, es decir, mostrar una “parte” y pretender con ella describir el “todo”. En este sentido, cuando en los 90 se hablaba de desarrollo del país por el récord de inversión extranjera, o cuando hoy se dice que dado que el INDEC miente, entonces todo el Gobierno es una mentira, se está presentando sólo un aspecto como representativo de la totalidad de un sistema. Está claro que a simple vista parecemos hallarnos ante una pendiente resbaladiza por la cual es posible interpretar que la inversión extranjera en los 90, hecho que descontextualizadamente podríamos pensar como positivo, suponía que el resto de la economía y el país en general, iba viento en popa. En la misma línea están quienes se toman de la falta de credibilidad de las cifras del INDEC para endilgarle falta de credibilidad al gobierno entero. Parafraseando a Juan Carlos Pugliese, uno les habla con el corazón (y con los principios de la lógica) y ellos nos responden no sólo con el bolsillo sino con la ideología, la diferencia de clase y también, con buena dosis de ignorancia.
En este sentido, una playa con pomposa inauguración, ¿no es acaso un intento de hacer posar las miradas sobre ese mínimo espacio para, en una distracción, considerar que representa una totalidad tan jovial y amable como la que transcurre sobre ese cúmulo de arena?
Por último, y ya que hablamos de ella, dedicaré el último párrafo a la romántica arena, esa en la que soñamos despedir el atardecer más allá de que muchos prefieran hacerlo en las costas uruguayas que no se ven afectadas por la ausencia de billetes pues sólo a los montoneros autóctonos les falta previsión. Pero aceptemos que la arena es la arena siempre, aún cuando para pagar un pancho en la Bristol debamos hacerlo con débito automático.
Lo primero que me sugiere es un error de interpretación de las necesidades del porteño y de cualquier ser humano que intenta sobrevivir en una recalentada urbe de cemento. Para decirlo sin rodeos: quien tiene calor no quiere arena, quiere agua. De hecho, la arena es, muchas veces, el precio indeseado que debemos pagar por ir a una playa con agua apta para la zambullida humana. Pero nadie elige la arena en sí misma. Uno no entiende por qué los equipos del PRO consideraron que, más importante que el agua, era sumarle al porteño el deber de lidiar con la infatigable habilidad de esos granitos de arena que se esparcen en los lugares más recónditos de nuestro traje de baño, algo que más allá de las nuevas categorías del filósofo George Jakobson, afecta tanto a los humanos que hacen pis de parado como a los que lo hacen sentado.
Por todo esto, desde Parador Soldati, aperitivo en mano y sin hacer distinción entre bikinis nacionales controladas o bikinis extranjeras descontroladas, les sugiero cuidarse y, entre tanto “Claringrilla”, a estar atento, que dado que los incendios se apagan con arena, no sea cosa que el monopolio de los granitos esté en manos del PRO.

viernes, 14 de enero de 2011

El cuarto oscuro como confesionario (publicado originalmente el 13/1/11 en Veintitrés)

Seguramente una de las variables de los analistas políticos desde aquí hasta las elecciones será poder mensurar en qué medida los discursos de centroderecha que circunvalan la idea de “orden” podrán encauzarse detrás de un candidato con posibilidades serias de disputarle la presidencia al oficialismo. Tales análisis, asimismo, debieran ser centrales para todos los actores políticos aún para el Gobierno, pues es de prever que a las necesidades concretas y reales de la gente se le sumen operaciones buscando que la opinión pública haga carne intereses que sólo en parte son propios. En este sentido, si bien resulta claro que las retóricas del orden serán bien recibidas por las reservas reaccionarias de nuestro país que en la medida en que avanzan hacia el extremismo se desnudan cada vez más minoritarias, no debe dejarse de soslayo que su persistencia va dejando una bruma cultural lenta pero penetrante que atraviesa las capas medias y la sociedad toda. En esta línea, cualquier manual básico de antropología y comportamiento humano sabe que el miedo, fuente instintiva e irracional, hace que el Hombre sacrifique buena parte de sus libertades con el fin de hallarse seguro. Testigos de estos recortes de la libertad han sido los estadounidenses que tras la caída de las Torres Gemelas, apoyaron una ley tan antiterrorista como anticonstitucional que resultaba violatoria de los derechos y las libertades individuales de todos los ciudadanos. Los salieris vernáculos, al menos discursivamente, también tienen pergaminos en este sentido, y entre ellos es de destacar la inolvidable propuesta del Rabino Bergman de reemplazar en nuestro himno la palabra “libertad” por “seguridad”.
La tensión entre la libertad y la seguridad quizás sea tan vieja como la filosofía aunque para ser estricto, la tensión, si es que la hay, se daría entre libertad y Ley. En esta línea, aunque suene paradójico, se puede afirmar que para ser libre tiene que haber límites. Para algunos, esta afirmación no es más que un oxímoron por el cual deberíamos decir que hay que dejar de ser libres para poder ejercer la libertad. Pero para no ser injustos podemos decir que en un estado de naturaleza sin Ley donde cada uno hace lo que quiere, la libertad es sólo aparente pues estamos en una situación de guerra latente con riesgo continuo sobre nuestra vida y nuestra propiedad.
Pero volvamos a esa pátina cultural del orden y el control que lentamente se va sedimentando en las últimas décadas y que se puede ver en algunos usos y costumbres recientes pero naturalizadas. Por tomar un caso, el celular ha significado para muchos, aun para los que nos resistíamos, una herramienta fenomenal para comunicarnos desde cualquier lugar. Sin embargo, también ha sido la principal arma de control, por ejemplo de los padres sobre sus hijos, además de ser uno de los grandes motivos de hurto a los adolescentes. La ecuación favorece a todos: el joven se siente libre para mandar mensajes de textos estúpidos y los padres se sientes tranquilos por creer que controlan a la nena. Todo estalla cuando este pequeño aparatito es también el medio a través del cual la nena documenta sus primeras experiencias sexuales para luego compartirlas en el fabuloso mundo de un foro de onanistas cibernéticos.
En esta línea de las nuevas tecnologías y los fenómenos más o menos recientes, no por trillado se puede dejar pasar la posibilidad de hacer algunos comentarios sobre el programa Gran Hermano como emblema de este proceso de cambio de paradigma cultural y social donde se resignifican las ideas de libertad y de seguridad. No se trata de arremeter con la hoz y hacer blanco en los lugares comunes de afirmar que tanto este programa como el de Tinelli idiotizan a la gente. ¿O acaso es mejor un programa de política en que un señor que hace de periodista hace que le pregunta seriamente a otro señor que hace de político serio y que hace que le responde? Sinceramente, el lector y quien escribe, preferimos ver cuerpos sensuales.
Pero permítaseme recordar el origen cínico del título del programa de Televisión Gran Hermano porque puede ayudar a la comprensión de lo que se viene desarrollando en estas líneas. Todos hemos leído la novela de Orwell, 1984, o, algunos, en su defecto, han visto la película. Así recordarán que en esta novela escrita en el año 1948, el autor está pensando el futuro de un mundo que tras las guerras parecía condenado a estar atravesado por los totalitarismos de izquierda y de derecha. Orwell no tuvo mejor idea que ponerle un número al futuro, 1984, número que surge de invertir las últimas dos cifras del año en que lo escribió. Claro está que para nosotros, el año 1984 resulta casi prehistórico pero Orwell, como otras novelas que plantean distopías, avizora un mundo atravesado por el control de la gran burocracia estatal que a través de un sistema de cámaras da cuenta de todas nuestras acciones. No hay lugar para el disenso y ni siquiera para las relaciones personales. Cada uno debe cumplir la función en el sistema del que es simplemente un engranaje. El carácter opresivo se muestra además en la referencia al gran controlador, aquel que nunca era visto pero que siempre estaba mirando detrás de las cámaras: el Gran Hermano. Este hablaba pero no se lo veía. Era una suerte de mito pero representa aquello que Foucault en su célebre Vigilar y Castigar desarrolló como la sociedad panóptica, esto es, una sociedad que reproduce la estructura de la cárcel ideal pensada por Bentham cuya disposición hace que los prisioneros se encuentren aislados entre sí y que puedan ser vistos desde lo alto de una torre sin ellos poder ver a quien los vigila. La enseñanza del panóptico es que la vigilancia funciona aún cuando el vigilador no esté. Es decir, al no poder ver pero suponerse vigilado, el prisionero internaliza el control y lo reproduce de lo cual se sigue que todo el sistema podría funcionar perfectamente aun cuando el vigilador sea un maniquí.
El presente de Orwell era un presente deseoso de libertades. Paradójicamente, el nuestro es un presente atravesado por una retórica de la libertad que cada vez requiere más seguridad y orden. Una muestra de esto es que lo que en la novela de Orwell era una sociedad opresiva a la cual había que combatir, hoy se transforma en una meta. Se trata de elegir ser controlado, elegir ser visto. Sin duda que todo esto se complementa con una sociedad que fomenta los grandes egos, una espectacularización del yo y la insólita creencia de muchos jóvenes de que su vida es algo digno de ser mostrado. Se trata, claro, de un fenómeno de disolución y borramiento de las fronteras entre lo público y lo privado algo que no sólo afecta a los chicos de 15 años sino también a los adultos. De hecho sucede en redes sociales como Twitter donde aún no tomamos conciencia de que lo que decimos es público y mañana puede ser puesto en la primera plana de un diario. Pero todo esto será asunto de otro trabajo. Por ello centrémonos en la discusión original, aquella que se enmarcaba en la tensión entre libertad y seguridad.
Sin caer en los discursos pesimistas de esas derechas decadentistas que hablan de la pérdida de los valores y de la necesidad del respeto, es necesario detenerse en un fenómeno que no es privativo de la Argentina ni mucho menos pero que hay que pensar. De hecho, en este país hay al menos una interesante discusión acerca de qué significa estar seguros, algo que no sucede en las grandes capitales del planeta atravesadas por políticas xenófobas y expulsivas de todo lo que huela a otredad. Sin embargo, no puede dejarse de soslayo que muchos hombres y mujeres argentinos consideran que vivir atravesados por cámaras y transformarse en prótesis humanas de aparatos telefónicos es una de las formas deseables de la libertad.
Esto no atañe sólo a Doña Rosa que pide justicia y que se enoja con la presidenta hasta cuando hay un relámpago. Son, por sobre todo, decenas de miles de jóvenes que hacen colas para poder ser el conejillo de indias de un laboratorio en el que hay televidentes que les interesa ser testigos de una cámara que capte las 9 horas que duerme un infradotado cuyo máximo mérito puede ser cumplir con tres naturales erecciones nocturnas; decenas de miles que tienen voz, voto y una idea de lo que debe ser nuestro país. Pueden no gustarnos pero son un hecho y hay que escucharlos pues son ciudadanos que en octubre concurrirán a las elecciones y sin cámaras que los vigilen, reproducirán su síntoma cultural votando por el Gran Hermano y confundiendo el cuarto oscuro con el confesionario.