viernes, 24 de febrero de 2023

Los Goya como ritual anticapitalista (publicado el 13/2/23 en www.theobjective.com)

 

Si bien la vedette parece haber sido esta vez la Sanidad Pública, lo cierto es que resulta ya un clásico de eventos como los Premios Goya, ver a los referentes de la industria cultural del cine sentirse en la obligación de expresar su militancia de ocasión. Esto, claro está, siempre y cuando se trate de una reivindicación políticamente correcta en torno a alguna de las minorías incluida en la agenda progresista. De aquí se sigue que quien no abraza “su” causa justa establecida por el canon del neopuritanismo actual sea sospechoso y “facha” por defecto.

 

Sin embargo, el fenómeno es mucho más profundo que las contradicciones de ocasión de un grupo de artistas del establishment cultural que protestan como si no lo fueran y son capaces de jactarse de su cara lavada al tiempo que lucen un vestido Armani y joyas de Rabat.

 

Para dar cuenta de ello, me gustaría servirme de las reflexiones del crítico cultural británico Mark Fisher, quien en uno de sus artículos compilados en K-Punk Vol 1, escrito allá por el 2008, afirma: “la ideología del capitalismo hoy es “anticapitalista”. El villano de las películas de Hollywood es habitualmente ‘la corporación multinacional malvada’”.

 

Por el momento en que fue escrito, Fisher solo menciona, para graficar, los casos de Wall-E, Aliens, Terminator 2 y Avatar 1. Sobre esta última, por ejemplo, denuncia el modo en que su realizador, James Cameron, hace uso de todos los clichés ambientalistas necesarios para calmar la ecoansiedad juvenil contándonos la historia de unos seres de piel azul que viven en paz y armonía espiritual con la naturaleza. Para Cameron, la salida del actual momento civilizatorio capitalista sería un primitivismo idílico que sería tan risueño como ficticio hasta para los antiguos adoradores de la pachamama y que se expresa en una película cuya realización, seguramente, no ha compensado su huella de carbono.

 

Avatar es, naturalmente, solo un ejemplo, puesto que la lista de películas con este tipo de mensajes se ha multiplicado al infinito. La razón es que hoy la industria está en manos de plataformas como Disney, Netflix o Amazon, expertas en producciones anticapitalistas que compiten entre sí de modo capitalista y que, en casos como el de Amazon, por ejemplo, ofrecen toda la diversidad requerida en pantalla olvidando los derechos sindicales de sus trabajadores fuera de ella.

 

Pero permítaseme una segunda referencia, en este caso literaria, para, al menos, avanzar en alguna hipótesis que explique el fenómeno. Se trata de un cuento de un escritor uruguayo que alcanzó cierto reconocimiento de manera más bien póstuma cuando figuras como Julio Cortázar o Ítalo Calvino lo reivindicaron. Me refiero al inclasificable Felisberto Hernández, un escritor que sin hacer ciencia ficción o literatura fantástica es capaz de encontrar “lo extraño” en lo cotidiano.

 

El cuento, titulado “Muebles ‘El canario’”, perteneciente a Nadie encendía las lámparas, de 1947, cuenta la historia de un hombre que, andando en tranvía, de repente siente algo frío en su brazo y descubre que un individuo le ha inyectado un líquido desconocido. La zozobra inicial devino perplejidad cuando observó que el inoculador repartía jeringazos a los usuarios del tranvía, los cuales recibían el pinchazo con beneplácito.

 

Regresó a su casa algo ansioso, se echó a dormir y, a la mañana siguiente, comenzaron los síntomas: voces en su cabeza con mensajes que parecían los de una radio cuya programación era auspiciada por “Muebles ‘El canario’”.       

 

Si bien al principio tuvo dudas, con el correr de las horas se disipó la preocupación por lo que parecía el principio de una esquizofrenia ya que se trataba claramente de una transmisión radial con tangos, radioteatro, sección de noticias y toda la programación común de la época con los avisos pertinentes de la mueblería, claro está.

 

Desesperado y temiendo volverse loco, volvió al tranvía para intentar encontrar una cura y tuvo la suerte de toparse con otro inoculador que a pesar de estar ocupado inyectando la sustancia a un grupo de niños, tuvo buena predisposición para ayudarle. Así fue que ante la pregunta acerca de cómo terminar con esta transmisión radial que sonaba en su cabeza y que era auspiciada por la mueblería, indicó:

 

 -Señor, en todos los diarios ha salido el aviso de las tabletas ‘El Canario’. Si a usted no le gusta la transmisión se toma una de ellas y pronto. (…)

Después el hombre de la inyección se acercó a mí para hablarme en secreto y me dijo: -Yo voy a arreglar su asunto de otra manera. Le cobraré un peso porque le veo cara honrada. Si usted me descubre pierdo el empleo, pues a la compañía le conviene más que se vendan las tabletas”.

El inoculador revelaba el secreto. A la mueblería no le interesaba vender muebles sino las tabletas que las personas debían tomar para que el líquido inyectado no tuviera efecto. La empresa que había creado el remedio había generado la enfermedad y el negocio estaba en otra parte.

¿No será entonces que ese discurso anticapitalista de las corporaciones es la tableta que ahora quieren que consumamos? ¿No será que muchos de los artistas que la van de protoanarquistas al tiempo que lloran subsidios estatales, quieren recibir los beneficios del capitalismo pero con una, llamemos, “limpieza de conciencia sustentable”?

El imperio del bien no quiere que nos demos cuenta que es, ante todo, un imperio; el establishment cultural no se quiere reconocer como tal y, salvo excepciones, premia a las películas no por su calidad sino por el hecho de contar el tipo de historia que la ideología vigente requiere. Todo el tiempo se habla de libertad pero se cancela a aquel artista que se aleje del modelo de una obra que tenga “un mensaje comprometido acorde a los tiempos”.

El ritual anticapitalista con su liturgia se despide hasta el año que viene. Todo ha transcurrido como se preveía. Los malos son muy malos y los buenos son muy buenos. Por cierto: la nueva versión de la tableta ha sido un éxito y se ha agotado.

 

 

 

A tres grados de Alex Jones (publicado el 16/2/23 en www.theobjective.com)

 

Alex Jones, el famoso comunicador estadounidense dueño del portal Infowars, fue noticia algunos meses atrás cuando fue condenado a pagar una cifra multimillonaria a familiares y víctimas de lo que se conoce como “la masacre de Sandy Hook”.

Para quienes no recuerden esta tragedia, el 14 de diciembre de 2012, Adam Lanza, de 20 años, tras matar a su madre de 52, tomó un fusil semiautomático Remington que ella había comprado legalmente y se dirigió en el auto de su progenitora hasta Sandy Hook, la escuela más cercana.

Bajó del auto con el arma, disparó a la puerta de ingreso, acribilló a las docentes, que salían al paso para ver qué ocurría, e ingresó a dos aulas donde disparó contra docentes y alumnos. El resultado fue 6 adultos y 20 niños muertos. Luego de este estremecedor raid que duró 11 minutos, Lanza se suicidó.

Lamentablemente, los tiroteos masivos en Estados Unidos ya no son noticia por el simple hecho de que son habituales. De hecho, 2022 fue el año en que más niños y adolescentes murieron en sendos tiroteos, lo cual muestra que, a 10 años de aquella tragedia, nada se ha avanzado.

Sin embargo, la masacre de Sandy Hook conmocionó de forma tal a la opinión pública que fue tomado como bandera por el partido demócrata para avanzar en una legislación que fuera mucho más restrictiva en lo que refiere al acceso a la compra de armas de manera legal.

Ante esta situación, Alex Jones denunció una presunta utilización política del caso por parte de los demócratas. Hasta aquí nada demasiado controvertido. El punto es que Jones fue un paso más allá y dijo que la utilización política era tal que la masacre misma había sido un invento y nunca había ocurrido. Según denunciaron los familiares más tarde, esta delirante teoría lanzada por Jones caló tan profundo en sectores de derecha que fueron profanadas las tumbas de muchas de las víctimas y, los familiares de las mismas, en algunos casos, tuvieron que mudarse de ciudad ante las amenazas.

La carrera de Jones está plagada de escándalos y declaraciones que abonan prácticamente cada una de las teorías conspirativas que más circulan en internet. Esto le valió censuras varias de Youtube y Facebook a algunas de sus publicaciones.

Pero lo más interesante es una suerte de broma que circula en internet acerca de que todo usuario de internet está a 3 grados de Alex Jones. Esto significa que, busquemos lo que busquemos y naveguemos por donde naveguemos, al cuarto click nos toparemos con algunas de las teorías de este comunicador que es señalado como uno de los representantes de la extrema derecha de Texas. 

Naturalmente no es así, pero lo que intenta señalar esta “regla” es que es prácticamente imposible para un usuario de internet aislarse de las grandes teorías conspirativas que circulan.

Por supuesto que alguien advertirá que teorías conspirativas ha habido siempre. Sin embargo, también es necesario reconocer que la globalización de la información tal como la conocemos hoy ha permitido una circulación de muchos de estos mitos con una velocidad y masividad desconocida.

Si ustedes esperan que en las líneas que siguen les aporte una solución contra las teorías conspirativas y el daño que pueden producir, lamento decepcionarlos. Pero, en todo caso, lo que sí se podría hacer es advertir sobre algunos caminos que es mejor evitar.  El más común es el de los gigantes de Silicon Valley ejerciendo de nuevos censores basándose en criterios bastante controvertidos y, en buena parte, arbitrarios. Esto va en la línea de la ingenua pretensión de encontrar la llave para establecer con precisión qué es fake news y qué no. Porque en un extremo como el de negar una masacre donde murieron 26 personas es fácil reconocer una fake news. El punto es que la información circulante no puede reducirse a información verdadera o falsa sobre un hecho “desnudo”: la intención, el recorte, las perspectivas, la propia ideología subyacente, la presentación, etc., juegan un rol que muestra que generalmente nos enfrentamos a zonas grises incluso frente a hechos que parecen fuera de discusión.       

Una opción a tener en cuenta quizás es la que alguna vez hemos desarrollado aquí en este espacio. Me refiero a la utilización de la llamada “navaja de Ockham”, luego retomada por Bertrand Russell y conocida como “principio de parsimonia”, el cual indica que, en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta. Para el caso en cuestión, podría decirse que estaremos más cerca de la verdad si consideramos la idea simple de que la masacre de Sandy Hook se produjo por un desequilibrado mental con fácil acceso a armas en el marco de una sociedad violenta, en lugar de imaginar que el evento no existió y que el partido demócrata armó una puesta en escena con víctimas ficticias para conmover a la sociedad y lograr una legislación que restrinja el acceso a las armas.

Sin embargo, una vez más, esta parece una buena solución para casos como el mencionado e incluso quizás para la mayoría de los casos, pero no nos da la plena certeza por la sencilla razón de que no siempre la teoría más simple es la correcta. En todo caso puede funcionar como una regla heurística orientativa pero no mucho más.

Para finalizar, más allá de aportar o no soluciones, lo más interesante sea interrogarnos acerca del estatus privilegiado de la sospecha. En otras palabras, qué es lo que hace que hoy en día quien sospecha sea visto como alguien más sagaz, inteligente y valiente que el resto.

Al poner allí el foco, notaremos que la respuesta quizás haya que ir a buscarla bastante atrás en el tiempo. Porque la idea de que la verdad es algo que está escondido debajo de la superficie y que, por tanto, debemos “desocultar”, está en el origen de nuestra civilización occidental al menos desde Platón. Al fin de cuentas, su teoría del conocimiento presente en la famosa “Alegoría de la caverna” no hace más que señalarnos que debemos desconfiar de lo que aparece allí, en la superficie, como evidente para nuestros sentidos: eso que ves te engaña. La verdad está en otra parte y quien conoce esa verdad es el sabio y el que debe gobernar; asimismo, mucho más cercanos en el tiempo, autores que nada tienen que ver con Platón, como Marx, Nietzsche o Freud, muchas veces son mencionados como “pensadores de la sospecha” por, desde las particularidades de sus teorías, indicar que, dicho sin rigor técnico, deberíamos ir a buscar algunas respuestas más allá de lo “evidente”, como cuando el creador del psicoanálisis nos habla de la importancia del inconsciente al momento de entender por qué actuamos como actuamos. Agreguemos a ello la lectura contemporánea de los postestructuralistas y todos los discursos deconstructivistas que repiten hasta el hartazgo que hemos naturalizado normas impuestas a través del lenguaje, la cultura, etc. Sin ir más lejos, el discurso identitario, por ejemplo, está todo el tiempo llamando a buscar “la verdadera identidad” que estaría por “debajo” de esa “superficie” que nos han impuesto los discursos biologicistas, el capitalismo, el sistema heteropatriarcal, la raza, etc.  

Deberemos dejar abierto, entonces, este interrogante acerca de la buena recepción de la que goza la sospecha. Sin embargo, hay dos ideas que creo que podemos afirmar sin temor a equivocarnos. La primera: de la misma manera que no podemos decir que la solución más simple es siempre la más adecuada, deberíamos tener en claro que, casi siempre, la solución más compleja es la que más se aleja de la verdad. Esto significa que una vida “en la sospecha”, creyendo que la verdad está siempre por “debajo” de la superficie, podrá darnos cierto estatus en determinados círculos, pero no necesariamente un acercamiento privilegiado a la realidad. La segunda: este clima cultural en el que la sospecha tiene buena prensa y nos da aires de presunta inteligencia y sagacidad, (salvo que provenga de la ultraderecha, claro está), me resulta sospechosa.

           

domingo, 19 de febrero de 2023

Estamos bien los 33 (editorial del 18/2/23 en No estoy solo)

 

Los 33 asistentes a la mesa política del Frente de Todos tuvieron la oportunidad de expresar su posición en el documento “Democracia sin proscripciones. Unidad para transformar”.

El presidente “ganó”, sobre todo, cuando el kirchnerismo no le vació el llamado a la mesa que venía reclamando, y cuando el documento incluyó las variables externas de la pandemia y la guerra como factores fundamentales que habrían afectado la eficacia de la gestión. Otro punto a su favor fue que en el texto se indica que las PASO son el camino para dirimir la necesaria “unidad en la diversidad” del Frente. Como dijimos semanas atrás, que un presidente festeje el llamado a internas debe ser único en el mundo, pero la alternativa que le quedaba a Alberto era que lo sustituyan de un dedazo. Quizás se trate de una victoria pírrica del presidente porque, si no es por un dedazo, será sustituido por consenso del Frente, pero al menos hasta ahora retiene una porcioncita de poder.

A propósito de un presidente en las PASO, trascendió que habría sido el propio Máximo Kirchner, aunque luego lo ratificó públicamente Andrés Larroque también, quien, con buen tino, habría planteado lo que nos hemos cansado de repetir aquí: si hay Alberto no hay PASO.

¿Se trata de un apoyo al presidente? Yo diría todo lo contrario. Porque efectivamente hay dos interpretaciones posibles: una sería la que inferiría que, dado que sería suicida llevar al presidente a medirse en una PASO que va a perder, él debería ser el único candidato del espacio en tanto presidente; pero la otra interpretación, y creo yo la más cercana a la realidad, es la que indica que va a haber PASO pero lo que no va a haber es Alberto Fernández. Veremos cómo se articula eso pero si hay un consenso fuerte en torno a un candidato o en torno a la necesidad de dirimir en una PASO un candidato, el presidente deberá dar un paso al costado. Tiene excusas para hacerlo. Podría aducir que este momento necesita una decisión magnánima en pos de la unidad; también podría indicar que, ante la renuncia de su compañera de fórmula, él interpreta que es necesario dar un paso al costado para dar lugar a una nueva generación de dirigentes; incluso podría decir que su  sacrificio personal contra la derecha ha cumplido su ciclo y ahora es momento de ir hacia adelante, etc. Salida elegante que nadie creerá pero que tampoco importa. Eso sí: el resto a jugar la interna.

Pero el kirchnerismo también tuvo sus triunfos en el documento. En primer lugar, desde el propio título que habla de “proscripción”. Todos sabemos que buena parte de la política de los últimos años se ha centrado en el lenguaje, bajo la algo ingenua teoría de que finalmente todas las batallas que deben darse son por el lenguaje, pues, quien nombra, construye realidad. Entonces la idea fue instalar una “proscripción”. Todos saben que la proscripción es falsa pero a nadie le importa tampoco: hay que instalarlo.

No es un asunto controversial; no depende de la perspectiva; tampoco es materia de autopercepción: Cristina no está proscripta por la sencilla razón de que si quiere presentarse se presenta. Legalmente no hay nada que se lo impida. Distinto sería denunciar que hay sectores que quisieran proscribirla. A ese mensaje yo podría suscribir pues es evidente que, desde la oposición, sectores del poder judicial y empresarios poderosos, entre ellos, dueños de medios, fantasean con verla tras las rejas o al menos imposibilitada de ejercer cargos. No entendieron todavía que ese ataque la fortalece a ella pero el odio es visceral y, como el amor, es más fuerte.

La confusión puede deberse a que fue ella misma la que en aquel discurso de defensa pública ante las acusaciones que estaban en la justicia, culminó diciendo que no se iba a presentar a ningún cargo para no perjudicar al espacio. Aquel día ella decidía autoexcluirse. Sin embargo, algunas semanas después, en otro discurso, comenzó a hablar de proscripción. Y no es verdad. A tal punto es falso que podrán intentar militar una épica de resistencia antiproscripción pero si ella mañana decide ser candidata, simplemente lo será, aun cuando recaiga sobre la actual vicepresidente una condena en primera instancia. Cómo militar un “al carajo la proscripción” y después ver a la líder del espacio, eventualmente, presentándose a elecciones como cualquier otro ciudadano, será digno de unas piruetas argumentales que bien valen una buena compra de pochoclos. Es más, se dijo que una de las decisiones de la mesa política fue la formación de una suerte de comisión para intentar convencer a CFK de que sea candidata. Aunque ya de por sí se nos presenta como sorprendente el sentido de la comisión, lo cierto es que expone que, si de convencer se trata, lo que hay es una decisión personal y no un impedimento legal. Es una obviedad aclararlo, pero en Argentina las obviedades son necesarias. Lo mismo vale para lo que hay que militar: ¿militamos un operativo clamor o militamos un “no” a la proscripción? Los dos al mismo tiempo no se pueden militar y militar el primero es perfectamente válido, más allá de su efectividad electoral; ahora bien, militar el segundo es ya ingresar en una era de “kirchnerismo mágico”.

Por último, si todavía a alguien le quedaba alguna duda, se reafirmó la idea de unidad. Nadie rompe. La unidad como condición necesaria, pero no suficiente, para ganar, no se negocia más allá de que adentro de la bolsa hay arañazos por todos lados. Todos debilitados, sin capacidad de imponer su candidato ninguno de los espacios que forman el Frente, se necesitan más que nunca.

Unidos por el espanto, la casualidad del número de los asistentes y el espíritu del documento me rememoraba aquella tragedia en Chile en la que 33 mineros habían quedado sepultados durante semanas y donde, con ayuda del final feliz y el rescate de todos con vida, tenemos presente el famoso papelito que indicaba “los 33 estamos bien”.

Seguramente habrá quienes pretendan extender la metáfora de los 33 mineros a la situación del Frente de Todos por considerar que los asistentes a la mesa política están pidiendo ayuda e incomunicados con el exterior. Pero entendemos que decir ello quizás sea ir demasiado lejos.

Lo que en todo caso sí podemos decir es que los 33 del Frente de Todos, que por ahora están bien, van a necesitar los votos de 48 millones de personas que, en su mayoría, no pueden decir lo mismo.   

 

lunes, 13 de febrero de 2023

El Frente de Todos Débiles (editorial del 11/2/23 en No estoy solo)

 

Finalmente, el presidente llamó a “la mesa política” cuya finalidad sería discutir la estrategia electoral. Se trata de una mesa amplia que incluye diferentes sectores y no solo las tres patas que conforman la coalición de gobierno. 

¿Quién sale fortalecido tras esta decisión? ¿Se le ha doblegado una vez más la voluntad al presidente o se trata de una demostración de que todavía conserva algo de poder? Hay distintas interpretaciones posibles, pero a primera vista, esa mesa parece exponer que Alberto Fernández está en su momento de mayor debilidad. Sin embargo, eso no significa que sus adversarios internos se hayan visto fortalecidos.

Como decíamos la semana pasada, si hay Alberto no hay PASO por más que el propio Alberto diga lo contrario. Es que ningún oficialismo fuerte admitiría que se ponga en cuestión el liderazgo del presidente en unas internas. Diferente sería el caso de que Alberto diera un paso al costado. Ahí sí: todos juegan y todos con legitimidad. ¿Capitanich, Massa y Scioli? ¿Alguno más? ¿Wado de Pedro? ¿Alguno menos?

Si Alberto no se baja, las únicas PASO sensatas serían unas en las que se invita a uno o dos contrincantes fácilmente derrotables para que sean vencidos por paliza y darle volumen al eventual triunfo del presidente (tal como hicieron Sanz y Carrió para legitimar a Macri en 2015). Cualquier otro escenario de PASO con participación presidencial podría ser una catástrofe.

Independientemente de lo que suceda, lo cierto es que si el presidente no puede imponer su candidatura y llama a unas PASO es porque es un presidente débil. Si faltaran pruebas de esa debilidad, se hizo viral la entrevista que el primer mandatario le diera a María O´Donnell en la que indica que no tiene diálogo con su ministro del interior y que gobierna “con los que puede”. Cómo hemos naturalizado que exista una coalición de gobierno con ministros que no obedecen ni tienen comunicación con el presidente, no deja de asombrar. Pero en todo caso, esta situación hecha pública por el propio Alberto reafirma la condición de extrema debilidad de un presidente que ni siquiera puede echar a un ministro que no le responde. A su vez, para no caer solo en la figura de Alberto, también cabe preguntarse cómo puede ser que un ministro sin diálogo con el presidente no haya presentado su renuncia aún. Lo más dramático es que esta dinámica se ha reproducido desde el primer día de gobierno en prácticamente todos los ministerios. Una gestión deficitaria como consecuencia de una concepción del poder en la que todos van a tener su cargo, pero sin poder sacar demasiado provecho del mismo. Un verdadero Frente de Todos Trabados; todos con los pies en el plato para transformarse en un ejército de hortelanos.

En este escenario se dejó trascender que, en una reunión privada amplia, Sergio Massa le pidió al presidente que defina si va a ser candidato. Seguramente ese pedido nunca sucedió, pero el mensaje que se quiere dar parece claro: Massa no va a competir con el presidente en unas PASO. Y es sensato que así sea.

Asimismo, también es sensato que el presidente no se apure a decir públicamente que se baja de la candidatura pues se diluiría aún más esa pequeña cuota de poder que le ha quedado. Pero los tiempos se acortan y si el presidente cree que la única manera de sostener el poder es presentarse a unas PASO contra adversarios fuertes que pudieran vencerlo, habrá que ajustarse los cinturones porque lo que viene es para preocuparse.

Mientras Massa espera y, suponemos, busca ser el candidato de consenso ante una eventual salida de Alberto, la pregunta es cómo ha quedado el kirchnerismo en este escenario. Dicho en otras palabras, ¿el hecho de ser convocado a una mesa política donde se tomarían las decisiones electorales lo fortalece o lo debilita? A priori podría decirse que lo fortalece ya que mostraría cómo Alberto tuvo que ceder y aceptar que no puede dejar afuera al kirchnerismo del armado electoral. Sin embargo, por otro lado, muestra una debilidad en el kirchnerismo, especialmente si lo comparamos con el 2019. Con esto hago referencia a que en aquel momento no hizo falta ninguna mesa ni una convocatoria a sectores amplios, etc. Allí bastó que CFK dijera “he aquí el candidato al que tienen que votar” para que haya un nuevo presidente. ¿Tiene hoy CFK el poder para ungir un candidato de esa manera? La respuesta claramente es “no” y aun cuando supongamos que un candidato k ganaría una interna, el hecho de que el kirchnerismo tenga que sentarse a esa mesa, muestra a un kirchnerismo muy débil incapaz de imponerle un candidato a un presidente igualmente débil.

Es más, de la misma manera que la candidatura de Alberto Fernández pudo leerse como la aceptación, por parte del kirchnerismo, de que ya no tenía los votos para ganar una elección, el hecho de que el escenario más competitivo para CFK y sus seguidores sea un acuerdo en torno a un candidato como Massa muestra una suerte de segunda capitulación, o al menos un lento pero marcado proceso de continuas resignaciones para sostenerse en el poder a modo de garante moral de las buenas intenciones de sus ungidos. “Voten a los Alberto y a los Massa que nosotros los controlamos desde adentro” pareciera ser el mensaje a los votantes a los que se invita a comprender el nuevo equilibrio de fuerzas mientras se le tira de carnada alguna bandera que se pueda levantar contra “el lado Magnetto de la vida”.

Para concluir, entonces, la debilidad de Alberto, cada vez más pronunciada, no ha redundado en un fortalecimiento del kirchnerismo. En todo caso, le abre la puerta a Massa pero no a una candidatura comandada por un K. Una mala gestión estructurada de modo tal que todos los actores puedan trabar a sus adversarios en la interna, sumado al condicionamiento del gobierno anterior y los imponderables de la pandemia y la guerra, hacen que transitando el último año de mandato la incertidumbre sea total. Si la elección no está definida es, en todo caso, porque la oposición no ofrece alternativas superadoras ni ha mostrado una capacidad de gestión superior. Un Frente de Todos que bien podría rebautizarse Frente de Todos Débiles, llega a la elección con un presidente del que no sabe si será candidato y que fue más efectivo en debilitar al resto de la coalición gobernante que en acumular poder para sí.

Si la potente persecución macrista debilitó al kirchnerismo pero no pudo con la sólida minoría K intensa, lo cierto es que la administración de Alberto está arrastrando al kirchnerismo hacia su licuación, máxime con una CFK corrida a un costado. Puede que el albertismo, entonces, no sea una fuerza propia sino el debilitamiento de todas las demás.      

 

 

 

 

 

El "otro" ministerio (publicado el 6/2/23 en www.theobjective.com)

 

El debate sobre la Ley de Memoria Democrática que entrara en vigor apenas unos meses atrás, hizo que la revisión del pasado ocupara el centro de la agenda pública con una intensidad que llama a la reflexión. Ahora bien, más allá de la particular historia de España y la forma en que las ideologías del presente se lanzaron a la caza del pasado, lo cierto es que esta suerte de neo-revisionismo podría enmarcarse en una tendencia más amplia. Me refiero, claro está, al clima cultural bastante peculiar dominado por una cultura “woke” progresista que prácticamente a diario nos ofrece espectáculos varios que van desde el derribo de estatuas y la intervención directa sobre planes de estudios, hasta la modificación de obras consagradas o la “cancelación” de artistas.

Por supuesto que al menos desde el 1984 de Orwell todos sabemos que quien controla el pasado, controla el futuro, y que quien controla el presente, controla el pasado, pero quisiera hacer allí una observación porque considero que la discusión actual aporta algo novedoso. En otras palabras, y para continuar con la metáfora orwelliana, pareciera que lo que está en juego es algo más que la creación del famoso ministerio de la Verdad que en la novela era el encargado de modificar el pasado en función de los intereses presentes del partido. Hay “otro” ministerio y es el que suelo llamar el “ministerio de la retroactividad”.

Con esto me refiero a que, antes que la creación de un pasado a medida, lo que parece más importante para este progresismo es posicionarse como el único actor con legitimidad para establecer los valores del presente para aplicarlos retroactivamente sobre el pasado. A veces el pasado incómodo necesita ser modificado. Es verdad. Pero el eje está sobre todo en dejar el pasado quieto, como una foto sin contexto, a la cual poder juzgar desde el hoy con una asfixiante moral neopuritana en la que la disidencia “es de derechas”. Juzgar el pasado antes que modificarlo. Vigilar, (descontextualizar), y castigar.

La progresía, entonces, sostiene su clásica cultura de la queja, pero su hegemonía cultural le ha dado la posibilidad también de desarrollar toda una suerte de punitivismo moral que se da de bruces con su presunto antipunitivismo en materia de derecho penal tal como podría seguirse de otras de las controversias que atraviesan el debate público en España hoy.

El punto es que la conjunción entre este punitivismo moral y la ubicuidad de las redes sociales, crea un clima irrespirable en el que el silencio y la autocensura se transforman en las conductas más sensatas. Porque un comentario desafortunado en un tweet de hace 10 años, o incluso un comentario afortunado en un contexto determinado diferente al actual, puede convertirse en el hecho que dispare un castigo social que todos ejecutan, pero de cuyo límite nadie se hace responsable.

Este aspecto es central para entender la perversión del fenómeno y las razones por las que la disputa se da más en el terreno de la moralidad que en el de la justicia penal. Es que uno de los principios centrales de la justicia penal es la proporcionalidad de la pena, esto es, a determinado delito, determinado castigo, sea una multa o una cadena perpetua. Porque desde el delito más pequeño al más aberrante, las penas tienen un límite que cuando se cumple extingue “la deuda” que el reo tenía con la sociedad.

En cambio, el revisionismo con fines persecutorios y cancelatorios nunca determina cuál es la pena a cumplir ni cuándo se extingue. Una nueva moralidad se aplica retroactivamente y la deuda para con la sociedad deviene eterna aun cuando las acusaciones sean variopintas y recorran toda una gama de opciones que va desde ser un misógino en el siglo XVI hasta haber hecho un comentario discriminatorio sobre la homosexualidad en un texto de la primera mitad del siglo XX. Es más, la deuda es a tal punto eterna que en algunos casos es intergeneracional y hace que, por ejemplo, los españoles de hoy deban responder por lo que hicieron los españoles hace más de 500 años.  

Esta dinámica, a su vez, se da en el marco de una serie de contradicciones flagrantes. Por mencionar solo una, el mismo progresismo que es capaz de justificar que la identidad es un aspecto que se define gracias a lo autopercepción de los individuos, es el que considera que un hecho en la vida de una persona es suficiente para definir para siempre quién es o quién ha sido. En otras palabras, se puede modificar la identidad de género, pero el hecho de haber tenido una actitud racista en el siglo XVIII te condena a ser identificado como un racista para siempre y a no merecer ningún tipo de reconocimiento. Habría así identidades de las que se puede entrar y salir y otras que funcionan como una cárcel.

Un último punto para señalar es que con la aplicación retroactiva de presuntas faltas morales creadas en el presente, a su vez, todos se transforman en potenciales culpables. De aquí se sigue que no solo los que vivimos en la actualidad estamos en la mira, sino que hasta los muertos pueden cometer delitos sin necesidad de resucitar. De hecho, no faltarán artistas que sean cancelados por haber expuesto en un libro del siglo XIX su dieta rica en carne, o por haber consumido demasiada energía en la década del 60 sin tener conciencia de su huella de carbono.

Las críticas cada vez más frecuentes, e impensables apenas 5 años atrás, a la deriva autoritaria de este ideario progresista cuyas reivindicaciones generales son difíciles de no compartir, pareciera estar llevando a un resquebrajamiento de esta “cultura” y, como consecuencia, a su radicalización, como sucede cada vez que un proceso se debilita. Así, aun cuando este “otro” ministerio sigue funcionando e intenta atravesar todas las instituciones que constituyen hoy nuestra vida en sociedad, son cada vez más las voces que desde el conservadurismo y el liberalismo, pero también incluso desde ciertos nacionalismos y el marxismo más tradicional, están advirtiendo los peligros de este proceso. Cuál será el emergente de todo esto, lo desconozco. Solo sé que se viven, y se esperan, tiempos tan difíciles como interesantes.            

 

 

El choque de las identidades (publicado el 3/2/23 en www.disidentia.com)

 

“Identidad” es la palabra de moda desde hace ya unos años. Con todo, aun a riesgo de ser poco riguroso, podría decirse que fue el romanticismo en su querella con el iluminismo el que puso el eje allí y buena parte de los debates intelectuales de la actualidad son deudores de muchos de aquellos argumentos cruzados.

Ahora bien, más allá de esto, hoy parecemos asistir a un escenario en el que coinciden dos maneras de entender la identidad que resultan abiertamente contradictorias y a esta problemática dedicaremos las siguientes líneas.

Por un lado, quizás la principal novedad de estos tiempos posmodernos, es que existe todo un movimiento de énfasis en la identidad que, aunque suene paradójico, invita a la desidentificación. Más allá de que sea una reivindicación adoptada por cierta izquierda, se trata de una perspectiva profundamente individualista que afirma que cada persona puede adoptar la identidad que desea. El caso que más debate trae tiene que ver con la emergencia de lo “trans” porque allí se estaría llevando al extremo esta perspectiva. Como ustedes saben, basándose en la distinción entre sexo y género, se indica que el género es una construcción social que, en tanto tal, se puede modificar, de lo cual se seguiría que alguien al que se le ha asignado un género podría, en algún momento de su vida, “decidir” tener otro. El “decidir” entre comillas obedece a que hay una discusión acerca de quién o qué es esa identidad que estaría decidiendo. Esto es, si nuestra identidad está determinada socialmente, si solo somos una materia amorfa moldeada por las imposiciones culturales, el lenguaje, etc., ¿cómo podríamos tener un yo que libremente diga “basta” para quitarse todas las determinaciones externas y, de repente, decidir? Dada la complejidad del asunto, dejemos la respuesta para un futuro artículo.

Regresando al ejemplo transgénero, se nos dice entonces que un ser humano puede decidir a qué genero pertenecer y la tendencia que se observa en las distintas legislaciones progresistas a lo largo del mundo, es a considerar que la autopercepción es razón suficiente para que el Estado deba aceptar la transformación. Que la autopercepción se haya convertido en un criterio incontrovertible para un discurso progresista de izquierda que lleva décadas demostrando los modos en que las supuestas decisiones racionales de los individuos pueden ser manipuladas por los dispositivos de poder es, al menos, curioso. Incluso hay ejemplos llamativos en que un mismo intelectual puede defender, en párrafos sucesivos, la autopercepción como criterio suficiente para determinar una identidad y, paso seguido, denunciar el modo en que la derecha capta las conciencias a través de las fake news. Para elegir mi género la autopercepción es el camino recto hacia la verdad; para ir a votar un candidato la autopercepción de mis intereses puede ser manipulada.

Pero aun dejando de lado esta contradicción, cabe detenerse en la funcionalidad de esta dinámica que se ha transformado en parte del statu quo occidental y que, cada vez más, recibe críticas desde sectores conservadores de derecha, liberales e incluso marxistas.

Por citar una de estas críticas, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han advierte en la página 58 de su libro Topología de la violencia: 

“El imperativo de la ampliación, transformación y reinvención de la persona, que es la otra cara de la depresión, es un ofrecimiento de nuevos productos ligados a la identidad. Cuanto más cambia la identidad de uno, más se dinamiza la producción. La sociedad disciplinaria industrial está ligada a una identidad inmutable, mientras que la sociedad de rendimiento posindustrial requiere una persona flexible para intensificar la producción”.

Por si no ha resultado lo suficientemente claro, en este párrafo Byung-Chul Han está afirmando que esta dinámica de identidades de las cuales se puede salir y entrar como quien adquiere un producto, responde a la necesidad de una nueva etapa del capitalismo que se caracteriza por la descentralización y una explotación que ya no es realizada por los dueños de los medios de producción sino por uno mismo.  

Desde una tradición distinta, otro filósofo que ha tomado relevancia pública en los últimos años, el ruso Aleksandr Dugin, acusa a este progresismo de izquierda de ser liberal e indica en la página 98 de Identidad y soberanía:

“Recordemos que todo empezó con el protestantismo como liberación de la identidad religiosa católica, de los Estados tradicionales y de la sociedad jerárquica europea. Luego prosiguió con la creación de los Estados modernos burgueses y la aparición del nacionalismo. Pero como el nacionalismo también presuponía la existencia de una identidad colectiva (…) se creó la Unión Europea para liberarnos de la identidad nacional. (…) Después los liberales se han dado cuenta de que la identidad de género también es una identidad colectiva, y por tanto promueven la idea de que el género y el sexo son también algo opcional. Liberarse de esta identidad colectiva es precisamente la agenda liberal de la política actual”.

Sin embargo, por otro lado, les comentaba que estamos asistiendo a un fenómeno contradictorio dentro de la agenda progresista y esto parece ser pasado por alto por los autores mencionados. Es que esta dinámica de un “mercado de identidades” convive, incluso dentro de ese mismo discurso progresista, con perspectivas identitarias fuertemente rígidas. El mejor ejemplo, que alguna vez hemos citado aquí, es el de Rachel Dolezal, bien desarrollado en el documental de Netflix “The Rachel Divide”. Dicho rápidamente, se trata de una activista de la causa antirracista que, pese a ser blanca, hizo propia la cultura negra desde su discurso hasta sus modos de vestir, pero mintió al afirmar que sus padres eran negros. Una vez revelada la farsa, Rachel fue “cancelada” en medio de un escándalo. Sin embargo, ella planteó la posibilidad de ser transracial, lo cual incluso derivó en interesantes debates académicos. Con mucho de sentido común, Rachel se preguntaba por qué se puede transicionar hacia otro género y no se puede transicionar hacia otra raza. Difícil hallar una respuesta puesto que, en todo caso, lo que vale como impedimento para transicionar racialmente debería valer para las transiciones de género. Pero tomemos un argumento que vio a la luz en el caso de la poetisa negra Amanda Gorman, famosa desde su discurso en la asunción de Biden, aunque también por la controversia en torno a la exigencia de que sus textos sean traducidos solo por mujeres negras y no, por ejemplo, por varones blancos ya que estos serían incapaces de transmitir lo que una poetisa negra siente. Si el argumento es que Rachel no puede autopercibirse negra porque no ha vivido en carne propia la historia de padecimientos que la comunidad negra ha sufrido en Estados Unidos, lo mismo podría decirle una mujer biológica a una persona que nació con genitales masculinos y vivió como un varón hasta que “decidió” transicionar mujer.

Lo particular, insisto, es que todo esto se da dentro de ese complejo entramado que hoy se entiende por movimiento progresista Woke y, lo que también resulta llamativo, es que las políticas públicas muchas veces se suben a estas contradicciones sin reparar en ellas y por razones de corrección política, generando una batería de leyes que colisionan entre sí o que suponen formas de discriminación.

En la misma línea, los Estados progresistas deberían responder por qué no se permite que la autopercepción determine, por ejemplo, la edad de las personas. La razón es que nadie aceptaría que a una persona de 30 años biológicos se le conceda una pensión por el solo hecho de que afirme sentirse de 65; o que alguien de 50 años biológicos exija al Estado que le reconozca lo joven que se siente para poder aplicar a una beca para menores de 25. Volviendo a los ejemplos de antes, ¿por qué es posible que se reconozca a los transgénero y no a los transraciales o a los transedadistas? La edad también es una construcción social al fin de cuentas. Por último, qué hablar de la nacionalidad. Sin caer en nombres propios, la gran mayoría de los países europeos ponen un sinfín de trabas para formalizar inmigrantes. Lo que es peor, muchas de esas trabas son superiores para los casos de personas que tienen el derecho a tramitar la ciudadanía por ser descendientes de europeos que migraron o por haber pertenecido a alguna colonia. Si el género es una construcción política, social, cultural, lingüística, ¿acaso no podría decirse lo mismo de la nacionalidad? ¿Por qué una mujer se puede autopercibir varón y un venezolano no se puede autopercibir español?

De estos ejemplos se sigue que parecería haber un selecto grupo de identidades de las cuales se puede entrar y salir a voluntad y por decisión propia, mientras que existiría otro grupo que tiene la entrada y la salida vedada; unas identidades a las que se puede ingresar tan solo con la autopercepción y otras a las que no. A partir de los casos expuestos, entendemos que no queda claro el porqué de esa diferenciación.

Para finalizar, entonces, se llevarían una conclusión equivocada quienes consideren que estas líneas buscan deslegitimar las reivindicaciones transgénero. Muy por el contrario, soy de los que cree que el Estado debe dar alguna solución a esa problemática que si bien atañe a una porción muy minoritaria de la sociedad, expone como pocos otros casos, las dificultades por las que atraviesa una persona cuando no existen instrumentos legales que le permitan ser reconocido e ingresar en la “formalidad”.  

De lo que se trató, más bien, es de marcar cómo coexisten dos miradas acerca de la identidad que son abiertamente contradictorias y que suponen distintos tratamientos. El nivel de complejidad de estos asuntos es tal que merecemos dirigentes que encuentren soluciones robustas y no de ocasión. La razón es que, paradójicamente, legislar respondiendo a los espasmos de las modas y las presiones de redes sociales puede generar nuevas discriminaciones que acaben siendo perjudiciales incluso para aquellos a los que, con buena voluntad, se pretendía ayudar.  

 

sábado, 4 de febrero de 2023

¿Para qué ir a votar? (editorial del 4/2/23 en No estoy solo)

 El año en que Argentina deberá elegir gobierno no promete brindarnos demasiadas opciones para las discusiones de fondo. La distancia entre las elites gobernantes y el ciudadano común se hace más ostensible y quedan en evidencia cuando las agendas interpelan a pocos. La política, antes que el gobierno, es la que pierde la calle y la necesidad de movilización se canaliza a través del fútbol o la reivindicación puntual y fragmentaria de turno.

El gobierno, mal y tarde, trata de al menos exponer las tropelías de la Corte mientras busca convencer a la ciudadanía de que la inflación es responsabilidad del cuarteto vitalicio porque sus fallos favorecen a determinados sectores económicos. Sin embargo, siempre favorecieron a esos grupos económicos y hacía tres décadas que no teníamos inflación de casi tres dígitos. Se dice también que esta Corte, o en el formato que tenía durante el gobierno de CFK, fue central para poner límite a las iniciativas del gobierno popular y ese es un dato real. Sin embargo, aun con esa Corte, el kirchnerismo pudo avanzar muchísimo más que lo que ha avanzado el actual gobierno.

A esta agenda, los sectores más radicalizados dentro del gobierno, le agregan la “Batalla de Lago escondido” con gauchos paraoficiales y otra fauna. Sumemos que desde la campaña de 2019, muchos funcionarios parecen entender que la única discusión en términos de igualdad pasa por modificar la forma de hablar, y lo que tendremos es una sociedad apática y desentendida con referentes políticos aturdidos en su cámara de eco. No es solo un problema exclusivo del oficialismo, claro. Pues, ¿acaso ustedes creen que en las panaderías están discutiendo sobre Jones Huala? 

Lo cierto es que dentro del gobierno no lo van a aceptar, pero si éste tiene todavía alguna esperanza de ser competitivo, se debe a algún mérito propio y a una serie de circunstancias fortuitas.

El mérito está en haber logrado la estabilidad de la inflación. Es altísima y es imposible continuar con estos números sin que se generen desequilibrios pero lo cierto es que hay una tendencia a cierta estabilidad en un número cercano a 5% mensual con alguna levísima tendencia decreciente en el mediano plazo. En cualquier otro escenario no alcanzaría, pero en la Argentina todo es posible especialmente porque cada vez se vota más contra el adversario que a favor del candidato propio. Una sola cosa sabe el ciudadano medio: a quién no votará. El resto se verá. Especialmente en escenarios de balotaje, es el nivel de irritabilidad que genera el contrincante lo que corona presidentes.  

¿Cómo se logró la estabilidad? Al borde del abismo, Alberto delegó algo y el kirchnerismo dejó de obstruir y aceptó mirar para otro lado. Miedo mata prejuicios ideológicos y aventuras irresponsables.

Así, la muchachada se entretiene pidiendo por Milagro Sala, Alberto hace campaña sin tener votos, y el que gobierna es Massa, quien parece el candidato puesto aunque naturalmente no lo pueda decir hasta que el presidente decida dar un paso al costado. 

¿Pero dará efectivamente el paso al costado? En las últimas horas parece haber cedido y llamar a una mesa política donde se le dé espacio a los socios mayoritarios que lo pusieron en la presidencia. ¿Necesidad? ¿Cortina de humo? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que allí hay un problema porque, como alguna vez indicamos en este espacio, Alberto es el candidato del desacuerdo aunque se diga lo contrario. Con esto quiero decir que la única oportunidad para que él vuelva a ser candidato es una economía que continúe al menos así, sin explotar, más un escenario de empate al interior de la coalición de modo tal que ninguno de los actores pueda imponer su candidato. Sin acuerdo en torno a otra figura, el presidente es el candidato por descarte.

Si esto sucediese, cabe pensar qué intentará negociar el kirchnerismo en ese escenario. Para romper no hay espacio. De modo que, supongo, se buscará negociar una mayoría abrumadora en las listas a cambio de no putear en público al presidente. Veremos.   

Donde parece haber más esperanza para el oficialismo es en la provincia de Buenos Aires. Allí, una performance de Milei cerca de los 15 puntos llevaría los suficientes votos a su candidato como para darle a Kicillof su reelección dado que, como ustedes saben, allí no hay balotaje y alcanza 1 voto para ganar.

De modo que al día de hoy no parece del todo descabellado un escenario en el que el oficialismo pudiera ganar la provincia y perder la nacional en segunda vuelta. Allí hay muchas cuentas para hacer y muy curiosas, por cierto.

Pero también indicamos que había circunstancias fortuitas ajenas al gobierno más allá de sus méritos. Esto tiene que ver con el crecimiento de Milei, la interna opositora y el sistema electoral.

Es que tal como están las cosas planteadas hoy, es probable que la única esperanza del oficialismo esté en un triunfo en primera vuelta obteniendo un 40 con diferencia de 10. ¿Cómo es posible esto? Más allá de las encuestas que circulan, lo cierto es que, si la economía no explota, vale la pena aclararlo una y otra vez, es posible que el oficialismo unido pueda estar en un número cercano al 35%. Si Milei obtuviese los 20% que le dan algunas encuestas, es sensato imaginar que JxC no tenga mucho más que un 30% en la primera vuelta. De esta manera, el oficialismo no estaría tan lejos de la posibilidad de alcanzar un 40%. Con el candidato adecuado y algunos errores de la oposición, es una situación improbable pero no absolutamente imposible. De aquí que el gobierno debe, o bien hacer todo lo posible para mejorar su imagen, o bien hacer todo lo posible para que Milei siga creciendo. Es un riesgo, pues no sea cosa que crezca demasiado…. Pero ahí está la clave.

Siguiendo con las curiosidades, si JxC lleva un candidato “halcón” (Macri/Bullrich, etc.) obtendrá mejor resultado en primera vuelta que si llevase a la “paloma” Horacio. La razón es que un halcón le robaría votos a Milei. Sin embargo, no queda claro que los halcones ganen holgadamente en la segunda vuelta como sí podría hacerlo Rodríguez Larreta con una imagen negativa no tan fuerte. El problema es que, en primera vuelta, mucho voto ultra opositor elegiría a Milei antes que al Jefe de Gobierno. Entonces JxC tiene una opción ultra que es fuerte en primera vuelta pero más débil en la segunda, y una opción presuntamente moderada que es más débil en la primera vuelta pero fuerte en la segunda. ¿Cómo lo resolverán? Desconozco. Una interna puede ser feroz.

En el caso del gobierno, una interna en la que participe el presidente sería el final que coronaría un sinfín de errores de gestión y electorales. Dicho de otra manera, la única manera en la que podría haber internas en el FDT es para el caso de que el presidente se baje. Si eso no sucede, el presidente debería ser el candidato porque exponerse a una interna para perderla y sumir a la administración en el desgobierno desde agosto, sería suicida. Alguien dirá que fue el propio presidente el que llamó a las fuerzas de la coalición a participar en unas PASO. Es cierto. ¿Pero qué otra salida tenía? Perdido por perdido ante el dedo de CFK que tendría el pulgar hacia abajo, el presidente lleva a toda la coalición al borde del abismo. ¿Massa lo va a enfrentar en una PASO? ¿El ministro de economía contra el presidente? Inviable. ¿Quién entonces? ¿Un k duro contra él? ¿Cree el presidente que puede sacar más de los 25% que, pongamos, tendría un candidato que más o menos “fidelice” los votos de CFK? La respuesta es “no”. De modo que son jugadas de ajedrez de la política. Pero el presidente no puede ir a unas PASO. 

Volviendo al principio, para finalizar, no tengo otra cosa que ofrecer más que especulaciones de política electoral, las cuales pueden ser muy entretenidas para algunas personas. Dicho esto, no hay nada relevante ni estimulante ideológica o políticamente hablando. De hecho, notarán que hablé de coaliciones y no de proyectos porque en el fondo nadie proyecta nada.

Es que, como dijimos varias veces aquí, el péndulo de la política pareciera llevar a pensar que la versión presuntamente moderada de la oposición encarnada en Rodríguez Larreta, es la que llevaría las de ganar hoy. ¿Hay grandes diferencias entre las versiones presuntamente moderadas de ambos espacios? Eso no quiere decir que dé lo mismo votar a uno a otro, pero vuelvo a preguntar: ¿hay efectivamente allí dos modelos de país como de alguna manera se puede encontrar cuando oponemos la versión del kirchnerismo duro al macrismo? ¿Pasará el macrismo por un proceso de pasteurización como el que tuvo que pasar el kirchnerismo para ganar la elección? ¿Qué están representando las versiones ultras y moderadas de cada espacio? ¿En qué tendencias a nivel planetario podemos ubicar lo que aquí está ocurriendo?

Nada de esto será discutido y restan varios meses de insignificancias diarias en el que el carancherío de la política chiquita obtenga sus victorias pírricas al ritmo de lo que indican los asesores. Cada vez más distanciados de la política, los ciudadanos irán a votar, algunos con tedio y desencanto; otros por temor a lo que hay en frente.

El peor regalo que la Argentina tiene para darle a una democracia próxima a cumplir 40 años, es que los desaciertos de las clases dirigentes hacen que mucha gente vaya al cuarto oscuro con la sensación de que todo de la mismo y, lo que es peor: sin saber exactamente para qué.