domingo, 18 de diciembre de 2016

Adelanto de El gobierno de los cínicos, el nuevo libro de Dante Palma (nota publicada el 13/12/16 en Diario Registrado)

En la antigüedad, se llamaba “cínico” a quien, desde su insolencia plebeya, desafiaba al poderoso y, con esa actitud, ponía en riesgo la vida. El cinismo nunca pretendió ser una Escuela de pensamiento ni enseñar una determinada doctrina; más bien denunciaba a la sociedad de su tiempo a través de acciones concretas. Así, en una cultura en la que florecía la palabra, Diógenes, el referente del cinismo, elegía comportarse como un perro orinando, masturbándose y ladrando incluso en medio del ágora. Más allá de un sinfín de anécdotas casi escatológicas, la más citada es aquella en la que en pleno auge de su poder, Alejandro Magno se encuentra con Diógenes echado en el piso. En esa circunstancia, el emperador macedónico le habría preguntado al cínico “¿Qué deseas?”, como gesto magnánimo de quien todo lo puede y la respuesta de Diógenes habría sido: “deseo que te apartes porque me tapas el sol”. Independientemente de su veracidad, una anécdota como esta grafica la actitud cínica y su valentía frente al que todo lo tiene.
Si se pudiera resumir o sistematizar los valores que las actitudes cínicas buscaban transmitir, sin duda, se debe resaltar una apuesta por la libertad entendiendo a ésta como autodominio capaz de prescindir de los derechos, del Estado, de la comunidad y de cualquier bien material, incluyendo casa, ropa y dinero. Despreciados por la sociedad ateniense y luego por los romanos (si es que se acepta que muchas de las sectas que pulularon en los primeros siglos del imperio habrían abrevado en el cinismo antiguo), con el tiempo, el término “cínico” se reservó a aquellos que mienten aviesamente sin pudor o que, con distintos recursos, defienden lo que es difícil de defender. Pero el cambio más curioso ha sido otro. Me refiero a que lo más relevante ha sido que la insolencia del que nada tiene devino prepotencia del que lo tiene todo y el cinismo se transformó en el rasgo distintivo de una cultura atravesada por un capitalismo que exalta el tiempo presente y ofrece antidepresivos a quien no pueda sobrellevar la obligación de ser feliz. Para decirlo con la anécdota anterior, hoy el cínico es el emperador y su cinismo radica en espetarle a sus súbditos que él es el emperador y que ellos no merecen serlo porque no han hecho mérito suficiente. Frente a ello, el súbdito no se insolenta sino que asume como tal su condición, la justifica y toma pastillas para poder tolerar esa carga.
Asimismo, si bien la cultura meritocrática ha sido esencial al liberalismo, se ha exacerbado con este poscapitalismo que enarbola el ideal del empresario de sí mismo que con new age y palermitanas meditaciones cool deposita en el individuo la responsabilidad de los fracasos al tiempo que desentiende del asunto al modelo económico, al sistema y a las políticas públicas de los gobiernos liberales. Pero el vértigo de circulación de signos a ser consumidos que caracteriza a este poscapitalismo, necesita de una sociedad completamente interconectada y deseosa de intercambio tal como se puede observar en las redes sociales. Se trata de una sociedad que llamo “de la iluminación” porque denuncia al Estado “Gran Hermano” que todo lo vigila pero voluntariamente fomenta la exposición de la intimidad. En otras palabras, si durante el siglo XX, de lo que se trataba era de sostener espacios de intimidad libres de la intervención estatal, de no ser visto, hoy en día, volcamos toda nuestra información, elegimos que nuestra intimidad sea iluminada con reflectores que voluntariamente dirigimos hacia nosotros y aceptamos que el reconocimiento social pase estrictamente por cuántos Me gusta tiene mi última publicación o por cuántos seguidores tengo en la red social de moda.   
A su vez, el cinismo, el poscapitalismo y la sociedad de la iluminación acompañan a otro fenómeno, el de las “democracias idiotas”. Se trata, ni más ni menos, de democracias en las que se legitima en las urnas y se celebra que los administradores de la cosa pública sean aquellos que desprecian lo público, a pesar de que en la Atenas de Pericles, estos sujetos eran considerados peligrosos por renegar de su ciudadanía. Efectivamente, no se trata de democracias “idiotas” porque los votantes o los dirigentes sean tontos. Hay votantes y dirigentes tontos (en todos los partidos) pero lo esencial es que las democracias actuales van a contramano de la democracia originaria en la que solo se podía ser libre participando activamente de los asuntos públicos y se llamaba “idiota”, ya no a quien tuviera algún déficit cognitivo, sino a aquel individuo egoísta encerrado en su esfera privada que miraba con desprecio los asuntos de la comunidad.
Los sorpresas electorales que se vienen dando en el mundo en los últimos tiempos parecen confirmar este punto de vista. Así, aquel cartel que, en una protesta en Madrid, rezaba “Nunca subestimes a un idiota, un día puede ser tu presidente”, resulta hoy una advertencia con destino universal.



sábado, 10 de diciembre de 2016

El gobierno de los cínicos, el nuevo libro de Dante Palma

En la antigüedad, se llamaba “cínico” a quien, desde su insolencia plebeya, desafiaba al poderoso y, con esa actitud, ponía en riesgo la vida. Con los siglos el término se reservó a aquellos que mienten aviesamente sin pudor o que, con distintos recursos, defienden lo que es difícil de defender. Pero el cambio más relevante fue que la insolencia del que nada tiene devino prepotencia del que lo tiene todo y el cinismo se transformó en el rasgo distintivo de una cultura atravesada por un capitalismo que exalta el tiempo presente y ofrece antidepresivos a quien no pueda sobrellevar la obligación de ser feliz. Asimismo, nos horroriza el Estado “Gran Hermano” que todo lo vigila pero nos entregamos a una sociedad de la iluminación en la que voluntariamente exponemos la intimidad y donde ser reconocido es acumular seguidores en las redes sociales. Este marco es el ideal para las “democracias idiotas” en las que se celebra que los administradores de la cosa pública sean aquellos que desprecian lo público, a pesar de que en la Atenas de Pericles, estos sujetos eran considerados peligrosos por renegar de su ciudadanía. Así, aquel cartel que, en una protesta en Madrid, rezaba “Nunca subestimes a un idiota, un día puede ser tu presidente”, parece hoy una advertencia con destino universal. 

jueves, 1 de diciembre de 2016

Fidel Castro hacia el porvenir (contra el realismo capitalista) [Publicado el 29/11/16 en www.veintitres.com.ar]

La confirmación plena de que “No hay alternativa” parece ser el mensaje que desean legarnos aquellos que, incluso con pretensión de asepsia, han abordado la muerte de Fidel Castro. Resulta llamativo que quienes indican que es casi imposible acceder a la información sobre lo que sucede en Cuba gracias a una supuesta dictadura criminal, opinen con severidad y taxativamente respecto de lo que allí acontece máxime cuando, en el mejor de los casos, lo que conocen de Cuba son las playas de Varadero y el Twitter de Yoani Sánchez. Pero como en Argentina la opinión es el deporte nacional, todos debemos opinar, en especial y con mayor énfasis, si se trata de un tema que desconocemos. Y justamente, como no me considero un experto, antes que hablar de Fidel Castro y de la revolución, prefiero referirme a la operación de instalación confirmatoria de lo que Mark Fisher llama “realismo capitalista”. Porque para este profesor de filosofía nacido en Reino Unido, los tiempos que corren son aquellos en los que, más que nunca, se pretende que aceptemos con resignación aquella sentencia de Margaret Thatcher por la cual “No hay alternativa” al capitalismo. En este sentido, los titulares del estilo “La muerte del último revolucionario”, “El cierre de una era”, o “El fin del siglo XX”, en un sentido no faltan a la verdad pero, en otro, nos quieren decir otra cosa.
De aquí que no sea casual que Fisher recoja una frase que se le atribuye tanto a Fredric Jameson como a Slavoj Zizek y que indica “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Efectivamente, basta con estar atento a, al menos, un sector de los discursos ecologistas para darse cuenta de ello.        
Hay un sinfín de razones para explicar por qué nos resulta imposible pensar el fin del capitalismo pero es interesante observar cómo el capitalismo actual que Fisher también llama “posfordismo”, tiene la capacidad de presentarse siempre como “lo nuevo” cuando, en realidad, en palabras de nuestro autor, “la política neoliberal no tiene que ver con lo nuevo, sino con un retorno al poder y los privilegios de clase”. Por ello no debe sorprendernos escuchar que es el momento para que Cuba se “modernice”, salga del “retraso”, se abra, precisamente, a “lo nuevo”, que no es otra cosa que todo aquello que Cuba vivió antes de la revolución: un país enormemente desigual con una casta privilegiada que esclavizaba a las grandes mayorías.
Sin dudas, un poco antes o un poco después, la presión de las nuevas generaciones que no vivieron aquello, generará transformaciones en la cultura cubana como la juventud genera transformaciones en todas las culturas. Sin embargo, curiosamente, solo se hace hincapié en la insatisfacción de los jóvenes cubanos “atados” por el socialismo pero no se nos dice nada de la insatisfacción de los jóvenes capitalistas, los cuales, a pesar de estar presuntamente “libres”, sufren lo que Fisher denomina “hedonia depresiva”, esto es, una depresión que no está vinculada a la incapacidad de hallar placer sino a no poder hacer otra cosa más que buscar placer.  
Pero retomemos la idea de “lo realista”. En política, cuando se nos pide que seamos “realistas” se nos pide que aceptemos lo que hay y que eso que hay es el capitalismo. Cualquier alternativa puede ser encomiable desde lo discursivo pero, aparentemente, choca con “los hechos”. Quienes critican a Castro y no lo definen como un asesino, le endilgan que su modelo era utópico e irrealizable, es decir, lo acusan de no ser realista. Sin embargo, “lo realista” como vinculado a determinados hechos duros o a cosas presuntamente incontrovertibles, es algo que debe ser puesto en tela de juicio pues en eso, precisamente, consiste la hegemonía, es decir, en presentar como algo dado, natural y universal lo que en realidad son los valores y la concepción del mundo de una facción. En palabras de Fisher: “No hace falta decir que lo que se considera “realista” en una cierta coyuntura en el campo social es solo lo que se define a través de una serie de determinaciones políticas. Ninguna posición ideológica puede ser realmente exitosa si no se la naturaliza, y no puede naturalizársela si se la considera un valor más que un hecho. Por eso es que el neoliberalismo buscó erradicar la categoría de valor en un sentido ético. A lo largo de los últimos 30 años, el realismo capitalista ha instalado con éxito una “ontología de negocios” en la que simplemente es obvio que todo en la sociedad debe administrarse como una empresa, el cuidado de la salud y la educación inclusive. Tal y como han afirmado muchísimos teóricos radicales, desde Brecht hasta Foucault y Badiou, la política emancipatoria nos pide que destruyamos la apariencia de todo “orden natural”, que revelemos que lo que se presenta como necesario e inevitable no es más que mera contingencia y, al mismo tiempo, que lo que se presenta como imposible se revele accesible” (Fisher, M., Realismo capitalista, Bs. As., Caja Negra, p. 42).
Lo interesante de este realismo capitalista es que es capaz de deglutir toda disrupción e incluso de presentar como disruptivo aquello que es funcional al sistema. El mejor ejemplo de ello son las “jornadas solidarias” que aquí en Argentina suelen realizar ONG, Fundaciones con fondos de dudosa procedencia, la Iglesia y hasta canales de TV. La exigencia de solidaridad introduce la variable de una ética individual y nos dice que, en algún sentido, tenemos la obligación de ayudar a los que menos tienen pues cargamos con la culpa de formar parte de aquella mitad de la población mundial que todavía se da el lujo de tener sus necesidades básicas satisfechas. Claro que, ese tipo de acciones solidarias, omite la identificación del responsable de esa desigualdad. Solo nos dice de manera “realista” que la desigualdad es un hecho y que no es la lucha colectiva contrasistémica sino el aporte individual solidario el que debe enfrentar el desequilibrio. En la página 39 del libro citado, Fisher lo indica así: “El chantaje ideológico que viene ocurriendo desde [la moda de] los conciertos [solidarios] insiste en que individuos compasivos y solidarios pueden terminar con la pobreza (…). Es necesario actuar de una vez, se nos dice; hay que suspender la discusión política en nombre de la inmediatez ética. Product Red, la marca de Bono [el cantante de U2 que organiza acciones solidarias] (…) es la aceptación “realista” de que el capitalismo es el único juego que podemos jugar. Al buscar que una parte de las ganancias de las ventas de los productos particulares se destinen a buenas causas, Product Red encarna la fantasía de que el consumismo occidental, lejos de estar intrínsecamente implicado en la desigualdad global sistémica, puede más bien contribuir a resolverla. Lo único que tenemos que hacer es comprar los productos correctos.”
Nótese cómo este fenómeno se reproduce aquí cuando determinadas marcas nos dicen que al comprar su producto estamos ayudando al Hospital X, a un mundo más saludable o a la construcción de un potrero, sin decirnos por qué al Hospital X le faltan fondos, por qué el mundo está en una crisis ambiental sin precedentes y por qué ya no existen potreros. 
Sería necio negar que el sistema cubano tiene deficiencias, del mismo modo que sería necio negar que la revolución ha hecho que millones de cubanos vivieran mejor de lo que vivían y de lo que vivirían en un sistema capitalista abierto. Pero lo más importante de la revolución que, sin dudas, hoy no podría tener el formato que tuvo, es haber desnaturalizado lo que parecía obvio, haber mostrado que es falso que no haya alternativa. Porque alternativas hay muchas. Si la del modelo cubano no es adecuada para los tiempos actuales, para la Argentina o para buena parte del mundo, pues entonces busquemos otra y, cuando la encontremos, probablemente nos daremos cuenta que esa alternativa puede hallar en el espíritu de la revolución cubana y de Fidel Castro al menos algunos principios valiosos y algunas guías (siempre perfectibles, claro), pero guías al fin. Como diría Silvio Rodríguez: “Yo no creo que haya sido en vano, pero pudo ser mucho mejor. Hacia el porvenir partieron sombras…cuando no alcance solo podré alertar. Si alguien me oye allí, no se olvide, pues, de iluminar”. 

      

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Carta de Kirchner a los militantes de hoy (publicada el 22/11/16 en www.veintitres.com.ar)

“En tus opiniones también menospreciás la victoria del pueblo de la provincia de Buenos Aires sobre el aparato duhaldista y confundís el voto popular con movimientos de aparatos. 
Cuando te quejás de la CGT no podés reconocer que, nos guste o no, son ellos los que hoy representan a los trabajadores. 
También caés en el reduccionismo político de equiparar a la CGT con Barrionuevo. Sería como equiparar a los empresarios con Martínez de Hoz. (…)
Acierto y me equivoco como cualquier ser humano. Vos sos una buena persona. No te voy a quitar méritos. A veces sos un intelectual brillante y otras veces opaco. Pero no olvides que también fuiste un militante político y como tal merecés un análisis más profundo y piadoso, pero siempre con los pies en la tierra. (…)
Por eso creo que vos y yo no pensamos tan diferente, sino que tenés miedo. Miedo de que te confundan, porque creés que la individualidad te va a preservar. Pero no te olvides que pertenecemos a una generación que siempre creyó en las construcciones colectivas. La individualidad te pondrá en el firmamento pero sólo la construcción colectiva nos reivindicará frente a la historia. Al fin y al cabo todos somos pasantes de la historia”

Este fragmento corresponde a carta que Néstor Kirchner le enviara a José Pablo Feinman hace más de una década. Fue publicado en el libro de este último, El flaco, y en estos días me lo hizo recordar el periodista Alfredo Silletta quien, en su página, www.info135.com.ar escribiera un interesante artículo en torno a la movilización del viernes 18 de noviembre. Como bien indica Silletta, las palabras de Kirchner pueden ser útiles para pensar el modo en que se construyen mayorías y advertir la tentación de las vanguardias políticas y/o intelectuales.
Siendo más específicos, puede haber buenas razones, aun desde el campo popular, para no haber marchado. Principalmente la vergonzosa actitud de la cúpula de la CGT que el año pasado paraba por ganancias y este año apenas marcha cuando el contexto la empuja, a pesar de que se estima en, al menos, un 10% la pérdida del poder adquisitivo de los salarios. Incluso también se puede advertir que muchos de los movimientos sociales que convocaron, casi recién asumido el nuevo gobierno, estaban sentados en la mesa para negociar, quizás más preocupados por sostener sus estructuras y su anclaje territorial que por la conflictividad social.
A esto se puede agregar algunas de las razones que se expusieron en un comunicado de La Cámpora en torno al proyecto de Emergencia social que tuvo media sanción en el Congreso. En este comunicado se indica que es absurdo pensar que una ley pueda crear un millón de puestos de trabajo cuando existe una política gubernamental de eliminar el mal llamado “costo laboral”; que la noción de “emergencia” parece vinculada a una situación de excepcionalidad que en cuanto tal, desaparecería en el corto plazo y que puede interpretarse como una medida circunscripta a paliar los costos de la “pesada herencia”; y que dado que el culpable de la situación actual es el gobierno y no el Congreso, la movilización debió haberse convocado a la plaza de mayo.
Todas estas parecen buenas razones y, sin embargo, frente a un adversario político claro, resulta incomprensible no acompañar de lleno este tipo de iniciativas. En este sentido, las buenas razones esgrimidas por la Cámpora y el “kirchnerismo duro” no alcanzan para explicar un comunicado crítico en esta coyuntura.
Ahora bien, ¿señalar el carácter inoportuno de este comunicado significa invitar a aliarse con Barrionuevo? Claro que no y, de hecho, el fragmento de la carta de Kirchner aquí citada intenta mostrar que la CGT es mucho más que un deleznable dirigente. Con todo, es real que la construcción política realizada por quien presidiera la Argentina entre 2003 y 2007, tuvo enormes muestras de pragmatismo en el mejor y en el peor sentido, esto es, construyendo incluso con los “impuros” o con aquellos con los que, se sabe, no llegaremos juntos al final del camino. A su vez, la crítica a la actitud egoísta de algunos intelectuales que Kirchner desliza en la carta son aplicables también a ciertos espacios progresistas y de izquierda que parecen estar más cómodos en posiciones testimoniales o en la unanimidad del sí mismo. Una vez más, estas palabras no deben entenderse como un llamado a una unidad desesperada con todo aquel que pueda traccionar algún voto, no solo porque las convicciones nos compelen a brindar una propuesta coherente sino porque desde el punto de vista estratégico tampoco es garantía de sumar más votos. Preguntémosle a Macri si no, que soportó la presión de todo el establishment económico y mediático, fue a la elección sin aliarse con Massa y, finalmente, ganó todo, incluso la provincia de Buenos Aires. Así, sumar por sumar a veces no tiene sentido pues lo que entra por un lado sale por el otro, tal como le puede ocurrir a Massa aliándose con la denuncista serial Margarita Stolbizer. Pero no hay posibilidad de construcción electoralmente competitiva si se sigue agudizando la fragmentación que ya se vislumbró durante el año 2015 al interior del kirchnerismo.
Asimismo, más allá del natural juego de la sorpresa respecto a “la” candidatura, en el espacio del kircherismo duro parecen darse mensajes contradictorios o, mejor dicho, parece haber una tensión entre mensajes públicos que llaman a la unidad y los movimientos internos en los que no parece haber ánimo de una construcción más amplia. O en todo caso, lo que sería peor aún, quizás esa tensión no sea tal y lo que haya sea simplemente confusión.                 
Aunque siempre con límites, mientras los partidos políticos sigan compuestos por seres terrenales, las mayorías habrá que construirlas con las estructuras disponibles, aunque más no sea para alcanzar el poder y luego transformarlas o conducirlas. Se trata de construcciones colectivas en las que muchas veces se debe ceder.
En este sentido, más de diez años después, seguramente Kirchner volvería a escribir la misma carta, aunque ya no dirigida a un intelectual sino a todos aquellos que se sienten parte del movimiento nacional e incluso a aquellos que simplemente no están de acuerdo con el actual gobierno. Porque señalar con el dedo desde casa o rodeado de un grupo de incondicionales es fácil. Pero ¿saben qué? Así no se construye poder.                  


jueves, 17 de noviembre de 2016

...pero que influyen, influyen (publicado el 15/11/16 en veintitres.com.ar)

El triunfo de Trump, pese al apoyo explícito de, prácticamente, todos los medios estadounidenses, volvió a exponer en la opinión pública el eterno debate acerca de la influencia de los medios. Curiosamente, cada vez que un resultado electoral contradice el interés de las corporaciones mediáticas, los periodistas del establishment no critican la pornográfica militancia de pares y empleadores en favor de uno de los candidatos sino que aprovechan para instalar que “los medios no influyen”. Al afirmar esto confunden, por ignorancia o por malignidad, la posibilidad de influir con el hecho de determinar completamente una acción a pesar de que hace décadas que se encuentra saldada esta discusión y que nadie con un mínimo de comprensión en materia de comunicación puede afirmar que la línea editorial de un medio logra transformar a su audiencia en un conjunto de zombies autómatas. Con todo, y para acercar algunos datos que puedan brindar apoyo a futuras conclusiones, quisiera aportar a la discusión algunos de los elementos que Pablo Boczkowski y Eugenia Mitchelstein expusieron en un libro titulado La brecha de las noticias. Se trata de los datos que obtuvieron en una investigación realizada en veinte de los más importantes sitios de noticias online, de tres regiones del mundo diferentes. La pregunta que da inicio a la investigación es si existe una correspondencia entre aquello que los periodistas y los lectores consideran importante.  Se trata de otra eterna discusión, propia de cualquier redacción y de cualquier ámbito donde se enseñe periodismo. Me refiero a la discusión sobre qué privilegiar: ¿hay que darle prioridad a lo objetivamente importante, (si es que esto se pudiera determinar de manera incontrovertible) o a lo que le interesa a la gente (lo cual, aparentemente, no siempre coincide con lo objetivamente importante)?
Según estos investigadores, de aquí también el título del libro, existe una brecha entre aquello que los periodistas consideran importante y la noticia a la que el lector le da prioridad. En otras palabras, los lectores prefieren los policiales, el espectáculo, los deportes, las noticias sobre ocio y hasta el estado del tiempo, antes que los artículos sobre política, economía y temas internacionales, esto es, aquellos que se pueden englobar en la categoría de “asuntos públicos”. Más allá de que siempre existió esta presunción, los medios online permiten alcanzar con precisión cuántos lectores se inclinan por un tipo de artículo en detrimento de otro. 
En términos porcentuales, la brecha entre aquello que los periodistas consideran importante y aquellas noticias que la audiencia privilegia es de entre 9 y 30 % variando de sitio en sitio pero se achica en momentos electorales o en circunstancias en las que hay un hecho político conmocionante, como podría ser la disputa entre el gobierno de Cristina Kirchner y las patronales del campo. En este punto, cabe resaltar que, de los veinte medios analizados, aquel en el que la brecha es más chica ha sido curiosamente Clarín. Si bien podríamos hacer distintas elucubraciones acerca de por qué se da esta particularidad, lo cierto es que Clarín es el medio analizado en el que la percepción del periodista y el lector respecto a lo importante se encuentra más cercana. 
Asimismo, los investigadores notaron que la región y la ideología no producen cambios bruscos en la brecha. Es decir, en Estados Unidos, Europa o Latinoamérica, el hiato se produce en medios elitistas y populares, como así también en conservadores y progresistas. ¿Por qué sucede esto? Según los autores: “la homogeneización creciente de la educación y la gestión periodísticas, la dependencia cada vez más grande de los despachos de las agencias de noticias y el surgimiento de un entorno mediático con muchas opciones que permite a los consumidores concentrarse en los artículos que quieren y evitar el resto, pueden contribuir a la convergencia”. Efectivamente, elitistas o populares, conservadores o progresistas, los periodistas son formados en los mismos terciarios, con los mismos profesores y programas; por otra parte, la pauperización de las condiciones laborales de la prensa explican que los medios sean repetidores de noticias. Los más grandes repiten las noticias de las agencias y los más chicos repiten las noticias de los más grandes. La consecuencia es la homogeneidad del contenido, como mínimo, a nivel continental. Por citar solo un ejemplo, una nota fuertemente sesgada que no lleva firma y que proviene de una agencia de noticias, fue reproducida por Clarín bajo el título: “Crisis en Venezuela: bebés en cajas de cartón por falta de cunas”. Aunque resulte sorprendente la misma noticia fue publicada con títulos más o menos similares en www.nuevodiarioweb.com.ar, www.publimetro.cl, www.informadorchile.com, www.news.google.com.ve, www.eldeber.com.bo, www.bonews.org, www.debate.com.mx, elmanana.com.mx, por citar solo algunos sitios web.
El estudio, además, echa por tierra con uno de los latiguillos más repetidos en los últimos años: la importancia de los blogs y los contenidos realizados por los usuarios al momento de disputar agenda. Del total de los sitios visitados, los blogs representan el 4% de las elecciones de los periodistas y el 3% de los consumidores; a su vez, los contenidos generados por usuarios, representan el 1% de las consultas de periodistas y el 0,26% de los consumidores.
De los datos aquí expuestos, los autores señalan, quizás algo deprisa, que la brecha en las noticias muestra que los medios online, al menos, tienen limitaciones en la imposición de agenda pues, evidentemente, aquello que consideran importante no parece serlo para la totalidad de los lectores. Considero que es apresurado pues a pesar de que, como indicamos al principio, coincidimos en que influir no es lo mismo que determinar completamente, que las audiencias no consuman siempre aquello que los periodistas consideran importante no implica que las audiencias consideren que esas noticias no sean “lo importante”. En todo caso, podemos estar frente a consumidores que reconocen que los asuntos públicos son de relevancia pero que, sin embargo, eligen noticias de deportes o espectáculos porque les resultan más entretenidas. De hecho, es probable que la nota número cincuenta dedicada a José López sea menos interesante que la nota donde se puede ver el gol agónico de Boca y eso no hace al gol de Boca algo más importante objetivamente en la percepción de la audiencia. Asimismo, el estudio no parece tomar en cuenta la problemática de la concentración mediática en cuanto la brecha en algún medio en particular puede ser alta pero, si un grupo económico posee centenares de medios, es probable que un análisis global de las audiencias de esos medios arroje una brecha infinitamente menor. Por otra parte, algo que sí notan los autores, la brecha puede deberse a que “los medios parecen hablarse a sí mismos y a las elites políticas y económicas, y no a su amplia base de consumidores”. Esto se observa cada vez más: ¿o acaso creés que los editoriales de algunos de los columnistas de La Nación están dirigidos a su audiencia? No. Son mensajes dirigidos a ciertas elites, como también sucede muchas veces con algunos de los editorialistas de un diario ideológicamente distinto como Página 12 cuya tirada es pequeña en relación a la carga simbólica que alguna de sus plumas puede tener en el mundillo de los propios medios y de ciertos espacios progresistas.      
Para finalizar, la brecha muestra que periodistas y lectores no acuerdan estrictamente sobre qué noticia privilegiar pero también indica que ese acuerdo se da la mayoría de las veces aun cuando la brecha sea grande. No parece, por cierto, una conclusión para menospreciar.  
  

viernes, 11 de noviembre de 2016

Populismo: la suma de todos los males (publicado el 11/11/16 en veintitres.com.ar)

Por ideología, ignorancia o por la simple necesidad de la novedad, muchos analistas políticos suelen quedar en ridículo a menudo, máxime cuando son frecuentemente requeridos por distintos medios de comunicación. Es posible hacer una lista inmensa de los papelones de estos analistas pero uno de los más sorprendentes es aquel que ubica a los gobiernos populares latinoamericanos y a Trump dentro de una misma categoría: el “populismo”. En este sentido, días atrás, la CNN instalaba realidad cuando consultaba a los venezolanos si Chávez y Trump eran lo mismo. Sí, aunque no lo puedas creer, esa era la pregunta y como ya todos sabemos, el solo hecho de plantear esa pregunta como posibilidad, independientemente de las respuestas, es una hábil manera de marcar agenda y sedimentar sentido común. Pero no se trata solo de la CNN, un medio con sede en Miami que al cierre del informe de la mencionada encuesta, iba a un corte en el que el principal auspiciante era una empresa que “vendía” visas para que los latinoamericanos pudieran ingresar y residir en EE.UU. Observá, si no, esta lista, que, por cierto, está lejos de ser exhaustiva y solo recoge algunas de las notas del último año según el buscador de Google. ABC de España:  “El populismo de Trump pone en vilo a las empresas españolas” http://www.abc.es/economia/abci-populismo-trump-pone-vilo-empresas-espanolas-201611070209_noticia.html ; www.economiadigital.es de España: “Del populismo de Trump al de Puigdemont” http://www.economiadigital.es/es/notices/2016/11/del-populismo-de-trump-al-de...puigdemont-87106.php ; www.lainformacion.com de España: “Pablo Iglesias y Donald Trump, unidos por el populismo y el machismo” http://www.lainformacion.com/politica/parecidos-Pablo-Iglesias-Donald-Trump_0_961704466.html ; www.primicias.com.do de República Dominicana: “Trump, el populismo y el cáncer de la democracia”  http://www.primicias.com.do/index.php/entertainment/3810-trump-el-populismo-y-el-cancer-de-la-democracia ; www.elcomercio.com de Perú: “El populismo de Trump” http://www.elcomercio.com/opinion/populismo-trump-sebastianmantilla-opinion-columnista.html ; www.elespectador.com de Colombia: “El populismo de Mr. Trump”  http://www.elespectador.com/opinion/editorial/el-populismo-de-mr-trump-articulo-630786 ; www.opendemocracy.net (portal global): “Trump y el populismo machista”  https://www.opendemocracy.net/democraciaabierta/federico-finchesltein/trump-y-el-populismo-machista ; www.slate.com de EE.UU: “Don´t cry for me America” http://www.slate.com/articles/news_and_politics/foreigners/2016/09/donald_trump_is_a_latin_american_strongman.html (en esta nota hay un fotomontaje en el que al cuerpo de la famosa imagen de Juan Manuel de Rosas se le yuxtapone el rostro de Donald Trump); Univisión de EE.UU: “Por qué Donald Trump es (también) un populista de izquierda” http://www.univision.com/noticias/elecciones-2016/por-que-donald-trump-es-tambien-un-populista-de-izquierda ; New York Times de EE.UU: “De Trump al “Brexit”: el populismo es protagonista en Europa y Estados Unidos” http://www.nytimes.com/es/2016/06/25/de-trump-al-brexit-el-populismo-es-protagonista-en-europa-y-estados-unidos/ ; www.infobae.com de Argentina: ¿Hay conexión entre el populismo argentino y el de Trump?  http://www.infobae.com/america/mundo/2016/10/03/hay-conexion-entre-el-populismo-argentino-y-el-de-trump/ ; diario Clarín de Argentina: “Donald Trump, el populismo y su furia contra los medios” http://www.clarin.com/sociedad/Donald-Trump-populismo-furia-medios_0_1579642237.html ; diario La Nación de Argentina: “Donald Trump, el magnate populista” http://www.lanacion.com.ar/1839171-donald-trump-el-magnate-populista .
Con solo leer los títulos se puede observar que el populismo se ha transformado, para ciertos analistas del establishment mundial, en “la suma de todos los males”. Si se critica a los medios se es populista; si se pretende salir de la Unión Europea se es populista; si se es machista se es, antes, populista; si se duda de las bondades del libre comercio, se es populista; si se mira de reojo la globalización se es populista; si se plantea la posibilidad de otras formas de participación democrática que pongan en tela de juicio las anodinas democracias liberales, se es populista. Es más, se cuenta que algunas madres en Miami ya no amenazan a los niños con la llegada del Cuco sino con la de “el populista”y no faltará algún obispo que señale que el diablo mismo vive y, claro está, es populista.
Como indicara, quizás, el mayor estudioso del populismo, el filósofo Ernesto Laclau, este tipo de aseveraciones puede realizarse porque el populismo es un significante vacío, una cáscara que puede envolver perspectivas tanto de derecha como de izquierda. Esta particularidad es funcional a los liberales y a los periodistas en su pretensión de aparecer como neutrales. Pero, claro está, ante la evidencia es tan difícil sostener su afán de imparcialidad que se necesita hacer de todo crítico algo monstruoso. En el caso de Trump, alcanza con acercarle un micrófono pero cuando no es Trump el oponente, y lo que está enfrente es algo vigoroso, al monstruo hay que crearlo.   
Más allá de eso, antes los liberales debían identificar si aquello que se oponía a ellos era comunista, conservador o fascista. Ahora, la economía del lenguaje ha sintetizado estos presuntos males en el “populismo”. Asimismo, los periodistas no tenían una categoría que pudiera designar a aquellos que los criticaban. Hoy la encontraron: son los “populistas” que, aparentemente, le hablarían al pueblo, mientras ellos ya han construido un nuevo sujeto que es “la gente”. Por suerte para los periodistas, a ningún populista se le ocurrió todavía llamarlos “gentistas”, para englobar allí la construcción colectiva que los medios realizan y que utilizan, según las circunstancias, para extorsionar individuos, empresas o gobiernos.  
Para concluir, es llamativo que en la comparación entre Trump y los gobiernos populares de Latinoamérica se pase por alto que mientras el primero llama a construir un muro, los segundos hablan de la construcción de la patria grande; que mientras el primero basa sus pretensiones electorales en el circunstancial apoyo de los degradados trabajadores blancos de los ex polos industriales del interior de Estados Unidos, la base social de los segundos es mucho más compleja y diversa variando de país en país; que mientras el primero es el emblema de la antipolítica, los segundos insisten en que solo a través de la política es posible transformar el orden de cosas, etc.

Finalizaré aquí estas reflexiones. Alguien toca mi puerta. Tengo miedo. Puede que sea un populista.       

jueves, 3 de noviembre de 2016

Los que nunca cambiaron (publicado el 3/11/16 en Veintitres.com.ar)

Un artilugio tan evidente como efectivo, dentro del marketing político de la presunta austeridad, es comparar el gasto del Estado en algún área con la cantidad de unidades equivalentes en algún aspecto de la realidad que sea capaz de exacerbar determinadas emociones. Se trata del famoso: “¿Sabés cuánto se podría comprar con lo que se gasta en…?
El artilugio está bastante trillado pero la semana pasada lo utilizó el presidente Macri para reinstalar la discusión en torno a Aerolíneas Argentinas. Molesto por un conflicto con los trabajadores, el referente de Cambiemos indicó que con lo que se gasta en la aerolínea de bandera se podrían construir dos jardines de infantes por semana. El mensaje efectista, dirigido a la tribuna de la tilinguería de la indignación fácil y casquivana, no pretendía abrir un debate público razonable sino instaurar que Aerolíneas Argentinas es un gasto que el Estado argentino debe eliminar. De nada sirvieron las ingentes cantidades de veces que se mostró el cambio que ha significado para las provincias el aumento de la conectividad, las miles y miles de personas que viajaron en avión por primera vez, los beneficios económicos directos e indirectos del turismo y la importancia que tiene el hecho de poseer una aerolínea de bandera pujante en términos de soberanía más allá de que para Bernardo Neustadt y sus discípulos ésta sea pura abstracción. Siempre me llamó la atención que los liberales despreciaran valores como la soberanía en tanto abstractos mientras hacen hincapié obsesivamente en el valor del dinero, por cierto, algo más abstracto que las geometrías no euclidianas. Pero retomando la temática, podría decirse que  Macri no contó que cuando Aerolíneas se privatizó, con el dinero “ahorrado”, no se construyeron dos jardines de infantes por semana. Quizás haya sido una simple omisión.
A su vez, para que quede en claro que las “comparaciones incomparables” no son propiedad exclusiva del presidente, el 28 de octubre fue posible encontrar una analogía en el diario La voz del interior, propiedad del Grupo Clarín, cuando tituló: “Pagar el bono a todos los estatales cuesta 13800 viviendas”.  Ni este ni ningún diario indicó cuántas AUH se podrían pagar con lo que han evadido empresarios y actuales políticos en Panamá y Bahamas;  o cuántos litros de leche podrían otorgarse a los que menos tienen con el dinero que se le transfirió a los sectores concentrados del campo gracias a la eliminación de retenciones; o cuántos puestos de trabajo para periodistas se crearían si no existieran posiciones dominantes y el gobierno dejara de ahogar  a los medios críticos, pero eso parece otra simple omisión.     
Como alguna vez indiqué en esta columna, a pesar de la prédica discursiva liberal de prescindencia estatal en materia de concepciones de la buena vida, el de Macri es un gobierno que claramente se ha propuesto librar una batalla cultural mucho más agresiva y veloz que la que emprendió el kirchnerismo. Tiene a su favor un sentido común liberal que atraviesa a la sociedad argentina y que el kirchnerismo supo mantener sosegado. Pero en la actualidad se reeditan debates que después de la crisis del 2001 parecían saldados. Se trata de globos de ensayo y de dosis homeopáticas que comienzan a circular, sea por iniciativa directa del gobierno, sea por iniciativa del establishment mediático que lidera el tándem Grupo Clarín-Grupo América.
Así, Lanata puede dar a entender que es hora de revisar la gratuidad de la Universidad pública o el gobierno encaramarse en una cruzada que, en nombre de los presuntos negociados en torno del Fútbol para todos, busca recrear el viejo sueño de Macri: las sociedades anónimas deportivas. Ya en el año 2000, quien fuera presidente de Boca, había avanzado en un proyecto que fracasó, tanto como fracasaron todos los intentos de gerenciamientos o privatizaciones encubiertas y que derivaron en situaciones insólitas como las que tuvo que atravesar Argentinos Jrs. en 1993/1994 cuando, de repente, su “dueño” lo transformó en un equipo de estrellas que jugó de local durante un año en Mendoza.      
Con el fútbol utilizan la misma lógica argumentativa falaz que utilizan para desacreditar al kirchnerismo. Sobre este último, al encontrar una serie de casos de funcionarios presuntamente corruptos, te dicen que lo corrupto es el modelo kirchnerista, al cual denominan “populista”, para diferenciarlo del modelo republicano liberal. En el caso del fútbol, una AFA y unos clubes que en muchos casos han sido saqueados, son la excusa, primero, para acabar con el fútbol gratuito y, segundo, para instalar que lo que hace que el fútbol esté como esté, no son algunos dirigentes y unos cuantos empresarios, sino el esquema de las asociaciones civiles sin fines de lucro.
Aunque suene sorprendente, en pocos meses, pasamos de discutir si el fútbol debía seguir siendo transmitido por TV abierta, a si los clubes deben ser privatizados. Siempre, claro, con el mantra de la indignación por lo que sería presuntamente “el dinero de nuestros impuestos”, razón, por cierto, atendible si no fuera porque siempre se la utiliza para achicar el Estado y no para intentar cobrarles a los empresarios que evaden. Es más, el empresario que evade es presentado como una víctima del Estado que venía a despojarlo de lo que sería el fruto de su esfuerzo y sus decisiones de vida en la carrera meritocrática donde se fomenta el emprendedorismo individual y cada uno de nosotros es empresario de sí mismo.
Justamente, esa noción del empresario de sí mismo está profundamente arraigada en el sentido común a pesar de que, como pocas veces en la historia, ha quedado plasmado en el día a día que las decisiones de un gobierno pueden afectarte la vida casi de manera inmediata, tal como lo saben aquellos que se han quedado sin trabajo y aquellos que han caído debajo de la línea de pobreza. A todos ellos e incluso a quienes todavía mantienen un trabajo pero les va peor que el año pasado, se les puede consultar cómo puede ser que todo lo que tuvieron hasta el 2015 fuera fruto del esfuerzo individual mientras este año, el esfuerzo individual permanece inalterable y el dinero no alcanza. Si te esforzás igual y este año tenés menos que el anterior, puede que no todo dependa de vos y que las políticas públicas alguna incidencia tengan. ¿No?    
La Universidad, el Fútbol y, en breve, el sistema jubilatorio, aguardan embates furiosos de quienes, sin duda, vienen por todo y mantienen con tenacidad su coherencia ideológica más allá de los fracasos resonantes del neoliberalismo y de sumar caras jóvenes cuyos modos y vestimentas parece obtenidos de una misma matriz o, en el mejor de los casos, de un riguroso casting. Nos dijeron que era bueno el cambio y cambiamos. Los únicos que no cambiaron, paradójicamente, fueron ellos.       


jueves, 27 de octubre de 2016

Mentiras, algoritmos y burbujas (publicado el 27/10/16 en Veintitrés)

La discusión en torno a la denominada “ley de medios” durante los últimos años de la administración kirchnerista, tuvo como consecuencia algo más importante que la sanción de la ley: el hecho de poder esclarecer que detrás de las noticias había intereses, y que la independencia, la neutralidad y la objetividad, en el mejor de los casos, son inalcanzables y, en el peor, solo son el eufemismo utilizado en una operación de encubrimiento ideológico. Asimismo, tomar conciencia de la posición dominante de determinados grupos mediáticos, hizo que la disputa comunicacional se trasladara a internet, plataforma que, con nulo o escaso costo, se transformaba en el espacio donde poder librar “la batalla cultural”. Hay infinidad de ejemplos de medios o usuarios que disputan esta batalla a diario, a veces, con relativo éxito, pero el sentido de estas líneas es llamar la atención sobre un fenómeno bastante particular que no deja de sorprender, pues muchos de los que tienen conciencia crítica respecto al rol de los medios tradicionales, consumen con enormes dosis de ingenuidad la información que circula a través de redes sociales o medios online. Podría decirse, entonces, que aquellos que se dieron cuenta que Clarín mentía todavía no se han dado cuenta que los usuarios también mienten y que la información que circula en las redes suele estar enormemente tergiversada. Si tomamos en cuenta que las nuevas generaciones ya no se informan a través de los medios tradicionales sino, fragmentaria y descontextualizadamente, a través de lo que circula en las redes sociales, el panorama es alarmante.
Sin ir más lejos, en los últimos meses se ha desatado una enorme controversia en EEUU respecto a Facebook. ¿Qué sucedió? Esta red social, que ya cuenta con aproximadamente 1700 millones de usuarios en todo el mundo, decidió incluir una suerte de “lista” de las principales noticias y/o posteos, tal como hacen otros sitios. La pregunta que surgió allí es: ¿quién determina cuáles son las noticias y los posteos a destacar? Facebook respondió que esa lista es confeccionada por un algoritmo que toma en cuenta tres criterios: afinidad, importancia y fecha de la publicación. En otras palabras, aquellas publicaciones que encontramos en las redes sociales estarían filtradas según la “cercanía” que tengamos con ellas, la cantidad de interacciones que los usuarios hayan tenido con tales noticias y la fecha de publicación, privilegiando, claro está, aquellas más actualizadas. Con todo, investigaciones periodísticas mostraron que tal algoritmo estaba digitado por un conjunto especializado de “editores” con la facultad para visibilizar o invisibilizar determinada información. Por ello, impulsado por el bloque republicano, el Senado estadounidense realiza una investigación al respecto pues hay sospechas de que esa edición tiene un sesgo político e ideológico.
Pero supongamos que detrás de Facebook no hay editores sino, efectivamente, un algoritmo. ¿Acaso esto disminuiría la gravedad del asunto? Todo lo contrario, por la sencilla razón que explicábamos antes: comienza a haber cierto acuerdo en cuanto a que todo editor de un medio es parcial pero no existe tal conciencia respecto de la información que circula y que es priorizada en la web. Ahora bien, ¿qué es un algoritmo? Se trata de un conjunto de reglas e instrucciones que, a través de un conjunto finito de pasos, permite llevar adelante una actividad o resolver problemas. Casi siempre se los vincula con la matemática aunque su definición las excede a tal punto que hasta un manual de usuario común puede ser visto como un algoritmo. A su vez, en la informática los algoritmos son clave y no existirían ni programas ni computadoras sin ellos.
En este sentido, Kevin Shavin, en una charla TED titulada How algorithms shape our world afirma: “Las matemáticas en general han pasado de ser algo que se extrae y se deriva del mundo a algo que realmente empieza a darle forma al mundo que nos rodea y al mundo dentro de nosotros, [y lo hacen] específicamente con algoritmos, que son básicamente las matemáticas que utilizan las computadoras para tomar decisiones. [Las matemáticas, a través de los algoritmos, moldean nuestro mundo y] adquieren sentido de verdad porque se repiten una y otra vez, se osifican, se calcifican y se vuelven reales”.
Ahora bien, los algoritmos no solo se encuentran en Facebook sino también en Google y en toda la web. Para comprender ello, pongamos algunos ejemplos. ¿A vos no te resulta curioso que minutos después de buscar información sobre un viaje a Europa, en páginas web que nada tienen que ver con viajes, te aparezcan ofertas de hoteles en Europa? Y si te gustan los libros, ¿te parece casual que internet te ofrezca todo el tiempo libros del autor que más te gusta? En este mismo sentido, ¿por qué un sitio como Netflix te ofrece mirar un estilo de películas y no otras?
Una respuesta a esto la dio Eli Pariser, en una charla TED de 2011 que se hizo viral y que se tituló Beware online “filter bubbles”. Allí se mostró que las búsquedas de Google no son estándar sino que varían de usuario en usuario. La razón es que Google utiliza hasta 57 criterios para personalizar la búsqueda, tomando en cuenta, por ejemplo, ubicación y tipo de dispositivo. Para dar cuenta de esto, Pariser le pidió a dos amigos que escribieran, al mismo tiempo, en el buscador de Google de sus dispositivos, la palabra “Egipto”. A uno de ellos, seguramente menos politizado, el buscador le ofrecía datos de la ubicación de aquel país e información sobre cómo ir a conocer las pirámides. Al segundo, más interiorizado en los sucesos políticos, Google le ofrecía acceso a información vinculada a la denominada “primavera árabe”. Este sesgo, producido por estos algoritmos que nos ofrecen información según la forma en que navegamos en Internet, se lo conoce como “burbuja de filtros” y echa por tierra las fantasías respecto a internet como un espacio abierto a todo tipo de intercambio, especialmente intercambio de puntos de vista divergentes. Las burbujas de filtro, basadas en nuestro comportamiento y nuestras preferencias anteriores, sesgan la búsqueda y el acceso sin contárnoslo; nos facilitan la información presuntamente relevante para cada uno porque hay grandes posibilidades de que sigamos interesados en navegar por los mismos sitios y consumiendo determinado tipo de información, pero de manera solapada van recortando la realidad a aquello que más se acomoda a nosotros. De hecho, Pariser cuenta que le asombró cómo, de repente, Facebook dejó de mostrarle las publicaciones de sus amigos conservadores, por el simple hecho de que un algoritmo identificó que él prestaba más atención a las publicaciones progresistas. Dicho esto, ¿ahora te resulta casual que en las redes sociales, mayoritariamente, tus amigos piensen lo mismo que vos? Estar rodeado de quienes piensan como uno no es en sí mismo malo pero sí lo es si se pierde vista que se trata de un microclima. Y esa es la gran trampa de los algoritmos y de las burbujas de filtro. Porque nadie te avisó de su existencia y vos, que seguís creyendo que lo que aparece en Google es objetivamente lo más relevante, creés que la prioridad de unas noticias sobre otras es representativa de una realidad objetiva. Por ello, tal como indica un estudio reciente de Comunicadores de Argentina, no resulta casual el modo en que el establishment político y mediático busca influir en determinadas redes como Twitter. El estudio analiza las noticias destacadas que brinda Twitter en ciento ocho pantallas durante abril y octubre de 2016, y allí se resalta que el 90,5% provienen de cuentas de funcionarios, referentes o ministerios del actual gobierno. Asimismo, si ponemos el énfasis en la presencia de empresas de comunicación, Twitter destacó las noticias que provenían del Grupo Clarín (53,7%), La Nación (15,3%) y CNN (11,4%). Esto quiere decir que cada vez que un usuario ingresa a Twitter se topa con más de un 80% de noticias tamizadas por el sesgo de estos conglomerados mediáticos. Y lo grave es que el usuario desprevenido no se da cuenta.
En este panorama, el desafío es enorme pues hay una porción de ciudadanos, en su mayoría jóvenes, que se enfrenta a los medios en general con la misma ingenuidad que se tenía antes de la discusión sobre la ley de medios; pero a su vez, existe otra porción de la ciudadanía que ya conoce el funcionamiento de los medios tradicionales y sus editores pero navega acríticamente por internet rodeado de algoritmos y burbujas de filtro que le construyen su propia realidad en cuanto consumidor, haciéndole creer, como hacía y pretende seguir haciendo Clarín, que esa realidad que le han construido, es la única posible.  


viernes, 21 de octubre de 2016

Meteorología política (publicado el 20/10/16 en Veintitrés)

En estas líneas me propongo hablar de política, medios y cultura a partir del clima, de modo que esta columna será una verdadera “reflexión meteorológica”. Efectivamente, aunque parezca pretencioso, lo ocurrido semanas atrás con el Huracán Matthew que azotó Cuba, Haití y Estados Unidos puede ser la excusa para exponer un conjunto de ideas que van bastante más allá de un fenómeno natural. Pues gracias a este huracán se puede reflexionar sobre el modo en que ningún país está exento de un desastre natural pero cómo vivir en un país pobre agiganta enormemente las posibilidades de multiplicar sus graves consecuencias; incluso también puede ser útil para que quede expuesto, una vez más, el narcisismo de la humanidad y su compulsión por la detección de responsables cuando es incapaz de tolerar que a veces no se pueda hacer nada frente a los fenómenos naturales y que los desastres que estos ocasionan, en muchos casos, no sean responsabilidad ni de un gobierno, ni de un Estado. Asimismo, para los interesados en la comunicación, puede resultar digno de estudio el modo en que los medios argentinos estuvieron durante días informándonos sobre un huracán simplemente porque el afectado iba a ser Estados Unidos y porque tales medios locales no hacen más que replicar la agenda de las agencias de noticias internacionales cuya estrategia es regional.
Con todo, la preocupación por el clima trasciende la noticia de un circunstancial huracán a tal punto que basta observar cómo cada noticiero tiene su especialista y cómo, para la radio y la televisión, la temperatura y el clima son tan importantes como el anuncio de la hora.
Según el ensayista francés Pascal Bruckner, en su libro La euforia perpetua: “Los canales de televisión dedicados a la meteorología están sometidos a una doble obligación: de exactitud y de euforia. Las perturbaciones deben ser preferentemente breves y anunciar una mejora, el sol tiene que acompañar a los que se van de vacaciones, a condición de que no degenere en canícula y sequía. El tiempo ideal debe combinar constancia y moderación. Por eso el presentador pone cara de circunstancias cuando predominan el frío y la lluvia (…) y sin embargo alegra la cara cuando vuelve el buen tiempo. Siempre se ve obligado a combinar la seriedad de un científico y la solicitud de una madre que nos dice “¡Si vas a [salir] esta tarde, llévate el abrigo!””.
“Asepsia y moralina paternalista” podría ser el título de esta última reflexión de Bruckner en la que se muestra que, en el encargado de anunciar el estado del tiempo, se debe conjugar la pulcritud y eficiencia que compartirían, supuestamente, el discurso científico y el periodístico, con las lecciones y las buenas costumbres que emanan de todo presentador de noticias. 
Pero en los medios argentinos, la meteorología no pudo sustraerse a la espectacularización y al amarillismo, de modo tal que, de repente, cada anuncio de lluvia viene con “alerta por posible caída de granizo” y la temperatura objetiva cedió lugar a la sensación térmica. Es curioso este último caso porque el periodismo que dice siempre estar receloso de los datos duros, se encuentra obsesionado por el dato muy poco duro de la sensación que tiene la gente en el cuerpo, especialmente si las temperaturas son extremas, sea por mucho frío, sea por mucho calor. En este sentido, la meteorología mediática reemplaza al “riesgo país” y al “precio del dólar” en lo que respecta a la posibilidad de informar un número insuflado que cuantifique nuestro malestar. A su vez, la espectacularización de la meteorología le agrega una inestabilidad extra al ya de por sí inestable clima del mundo y son muy pocas las veces que el pronóstico viene sin alguna advertencia o algo de qué preocuparnos.  
En este sentido, en el libro antes mencionado, Bruckner afirma: “La meteorología, como pasión democrática, nace en la transición del siglo XVIII al XIX, momento en que deja de ser una ciencia de la previsión, útil para la vida rural y marítima, y se convierte en una ciencia de la intimidad, es decir, del humor. Ahora bien, ¿qué es el estado de ánimo sino una relación entre el hombre y el mundo que enfrenta a seres tornadizos, seres de una naturaleza siempre cambiante? Al acostumbrarnos a los atractivos de lo irregular, a las variaciones mínimas, la meteorología se convierte en una pedagogía de la diversidad minúscula: si no nos pasa nada, por lo menos nos pasa que llueve, que sopla el viento, que hace sol. El encanto del tiempo climático es su inestabilidad”.
El párrafo anterior viene al caso pues es interesante observar la centralidad que tiene el clima en nuestra vida diaria, algo que va más allá de, si se quiere, la necesidad objetiva de conocer cómo está el día y así prever si hay que llevar o no el paraguas. A su vez, si la meteorología pasó a ser una ciencia de la intimidad que regula nuestro humor y cómo nos predisponemos a vivir cada uno de nuestros días, el modo en que la comunicación de la meteorología se encare es relevante y puede ser una manera elegante de ocultar que nuestro malestar corresponde a frustraciones personales y/o decisiones políticas del gobierno de turno. Porque es más cool decir que mi irritabilidad de hoy responde a la humedad antes que al hecho de que mi sueldo no alcanza para nada gracias la política económica del gobierno que voté.
Digamos entonces que en tiempos de avance de una cultura de la desideologización y el consumo de lo presente, la meteorología reemplaza a la política. Con el gobierno anterior “nos pasaba la política”, hablábamos de ella, criticando o defendiendo a un gobierno pero ahora, como indica Bruckner,  “no nos pasa nada” y solo queda recurrir al clima para explicar la insatisfacción y la inestabilidad que nos caracteriza. De hecho, es el clima, y no la política, la temática común para iniciar un tema de conversación en un consultorio o en un ascensor casi siempre en formato de queja alternando, según la circunstancia, afirmaciones como “¡cuándo va a parar esta lluvia!”; “¡cuánto hace que no llueve!”; “este calor no se aguanta más” o “¡en mi época los inviernos no eran tan fríos!”. No podía ser de otra manera puesto que la conversación sobre el padecimiento del clima reemplazó a la conversación sobre política en momentos en que desde el establishment cultural, en nombre de la concordia, se impulsa la superficialidad; y el sector más ideologizado tiene menos tolerancia al comentario fascistoide del taxista que escucha a Lanata y nos quiere convencer de que el problema de la educación argentina es que vienen extranjeros a estudiar a la Universidad pública, laica y gratuita.       
Por cierto, ya que hablamos de política: ¿para cuándo un día de sol peronista?


viernes, 14 de octubre de 2016

Lo que no se nombra (publicado el 13/10/16 en Veintitrés)

Con gesto adusto, un conductor de TV mira a la cámara y afirma no saber si está en condiciones de hacer el programa ante la evidencia de que casi un tercio de los argentinos está bajo la línea de pobreza según la medición que realiza el INDEC. Acto seguido, afirma que tales índices son una deuda de la democracia y de la política, en particular, de la dirigencia política.
Una audiencia desprevenida, incluso sin ser de derecha, podría suscribir tales palabras, las cuales, por cierto, no son propiedad de un conductor en particular sino el lugar común de la gran mayoría de los comunicadores e incluso de muchos dirigentes políticos. Podría decirse que es una moralina políticamente correcta, que hace que quien está del otro lado, con dejo de indignación, exclame ¡qué bárbaridad!, para luego seguir degustando su milanesa.
Ahora bien, ¿usted no nota que en ese razonamiento falta algo o que, en todo caso, pareciera que hay algunas categorías que están siendo utilizadas de manera impropia?
Siendo más específico: ¿no resulta sorprendente que en tales razonamientos esté ausente la palabra “capitalismo”? Efectivamente, el capitalismo es lo que no se nombra. Esta ausencia es importante pues no hace desaparecer la responsabilidad sino que la traslada. Y esto es preocupante pues de tanto repetir que hay una responsabilidad de la democracia en los índices de pobreza, alguien puede empezar a creer que lo que hay que hacer es abandonar la democracia. Sin ir más lejos, hoy parece haber una opinión más o menos generalizada respecto a que las repúblicas democráticas con sistema representativo son el mejor sistema de gobierno pero no siempre ha sido así. De hecho, recién en la segunda mitad del siglo XX, Occidente aceptó casi unánimemente que “democracia” no era el término peyorativo que designaba al gobierno de las mayorías entendido como gobierno de los pobres y los ignorantes. Pero en el mientras tanto,  Occidente hizo algunas trampitas pues promovió una cultura de la antipolítica que hizo que la cosa pública se transformara en un asunto delegado a administradores elegidos cada cierta cantidad de años; luego, mientras la modernidad ya se había ocupado de desterrar la democracia directa, se nos convenció de que la verdadera democracia era aquella en la que los representantes eran elegidos a través de los partidos políticos y, paralelamente, se nos indicó que la salud democrática está en la alternancia de esos partidos en el poder. Claro que esta alternancia en el poder será virtuosa si y solo si los partidos que ocupan ese espacio no ponen en cuestión el sistema económico. Pero eso nunca nos lo dicen. Es lo que no se nombra.  
La democracia hoy es mucho más que un sistema de legitimación de los gobernantes pero independientemente de la acepción que elijamos, no es nunca la causa de la desigualdad. ¿O acaso le podemos endilgar al derecho de elegir a nuestros representantes, el hecho de que, en la Argentina, el 50% más rico se apropie del 80% de la riqueza? Si salimos de la Argentina podemos preguntar: ¿es culpa de la democracia o del capitalismo que 62 multimillonarios de distintos lugares de la Tierra tengan tanto como el 50% de la población mundial? ¿Es culpa de la democracia o del capitalismo que el 1% de la población mundial tenga tanta riqueza como el restante 99%?
Sin embargo, la palabra “capitalismo” no es nombrada y si no le echan la culpa a la democracia se la echan a la política y a su dirigencia. Por cierto, ¿ustedes creen que la desigualdad en el mundo se explica por la corrupción de la política? Una vez más, nadie afirmaría que debamos pasar por alto tal corrupción, que parece endémica, pero el proceso de concentración de riqueza y de transferencia de recursos de los que menos tienen a los que más tienen, no es un problema de falta de transparencia. De hecho, lo más dramático es que en la mayoría de los casos se hace de manera bien transparente a la vista de todos y apoyado por una mayoría de la población.
Ahora bien, alguien podría indicar con acierto que es la dirigencia política la que elige un sistema económico en detrimento de otro. Sin embargo, salvo los momentos de dictaduras, ha sido la población la que ha dado su veredicto y la que ha elegido, en muchos casos, a sus propios verdugos, lo cual prueba que es falsa esa afirmación voluntarista y casi mística de que los pueblos nunca se suicidan.    
Esta simple reflexión no debe leerse como el rezongo anticapitalista del trotskismo que considera que todo lo que no es trotskismo es derecha explotadora al tiempo que sigue sin explicar por qué la derecha neoliberal invierte tanta energía en acabar con los gobiernos populares. Se trata simplemente de una advertencia respecto a la naturalización de un sistema económico pues la naturalización es el último paso y el más profundo, de una imposición. Es el paso que oculta todos los demás y que pese a haber sido siempre la imposición de un otro se presenta como propio y consustancial a cada uno de nosotros. Es por eso que no lo vemos y de esa manera cumple con otra de las características del poder que es, justamente, la de ver sin ser visto; es por eso que es lo que no se nombra.
 En una sociedad tan psicoanalizada como la nuestra, curiosamente no se suele reparar en que lo que no se nombra es lo reprimido, lo que “no existe”, y que sabemos de él a través de un chiste, un acto fallido, un lapsus, un síntoma o nuestro sueños. Pero aquí no hay nada de qué reírse; no hay acto fallido sino actos conscientes; y no hay lapsus sino una larga permanencia. Lo que pulula, en cambio, son síntomas por doquier y, sobre todo, algo enormemente dañino: el hecho de aceptar acríticamente que la utopía capitalista sea parte de nuestros sueños.  
               


viernes, 7 de octubre de 2016

El presidente Snapchat (publicado el 6/10/16 en Veintitrés)

Días atrás, en ocasión del anuncio del nuevo índice de pobreza, Macri realizó una afirmación sorprendente: “Quiero decirles que este punto de partida que tenemos hoy es sobre el cual quiero y acepto ser evaluado como presidente”. Tales palabras pasaron de largo en la prensa del establishment que, una vez más, puso énfasis en la intervención del INDEC que llevó adelante el kirchnerismo durante un largo período. Es correcto criticar tal intervención y la manipulación de los números, lo cual, a su vez, no fue ni siquiera una estrategia comunicacional exitosa. En otras palabras, los indefendibles números del INDEC de Moreno no solo dieron lugar a que cualquier paracaidista cuantificara su desagrado inventando números de inflación sino que sirvió para que una enorme dispositivo mediático pusiera en tela de juicio toda palabra oficial, lo cual, claro está, fue una injusticia pues es falso que el kirchnerismo haya mentido en el resto de los indicadores. Con todo, no es interés de estas líneas discutir cuánto de ese 32,2% le corresponde al kircherismo y cuánto al macrismo sino la frase pronunciada por Macri pues esta es un síntoma de lo que alguna vez comentamos en este espacio y quisiera desarrollar a continuación.  
Porque lo primero que salta a la vista es cómo un gobierno decide públicamente afirmar que acepta ser evaluado trescientos días después de haber asumido pero lo más interesante es por qué el primer mandatario es capaz de decir eso y en qué contexto tales palabras pueden no resultar escandalosas. En este sentido, nuestra hipótesis es que Macri puede hacerlo en el marco de una cultura del puro tiempo presente tan propia de un sistema económico al que no le interesa ni el futuro ni el pasado sino el consumo constante e inmediato.
Alguna vez citamos al filósofo alemán Peter Sloterdijk para explicar esto cuando nos decía que lo propio de la prensa capitalista son las “Y”, esto es, la mera agregación de información sin conexión alguna: una cosa tras otra, otra y otra en la que todas valen lo mismo porque son simplemente eso, una cosa detrás de otra. Así, es lo mismo la pelea de Pampita, el campeonato de Futsal o el resultado del referéndum en Colombia pues se trata de noticias que valen una unidad y que no tienen ni pretenden conexión alguna. Incluso alguna vez citamos a otro filósofo, llamado Byung Chul Han, quien nos decía que una de las características de estos tiempos es la pérdida de un sentido de finalidad. Y sin finalidad, sin rumbo alguno, las noticias y los hechos no valen nada dado que la verdad e incluso la realidad surgen de las relaciones entre las cosas y de las cosas mismas con lo que fueron alguna vez y con lo que alguna vez serán.
Así, con el latiguillo de “no mirar al pasado”, el actual gobierno elige poner un yaguareté en lugar de un prócer en los nuevos billetes porque, justamente, no quiere tener ningún compromiso con el pasado ya que elegir un prócer sobre otro supone tomar una posición y, sobre todo, generar relaciones y continuidades. Pero aquí solo se busca el “presente” a tal punto que un presidente puede decir que acepta ser juzgado desde el día de hoy y automáticamente la relación con el pasado desaparece. En este sentido, Macri es siempre un presidente nuevo y es por eso el Presidente “Snapchat” esto es, la red social que se caracteriza por la caducidad de sus publicaciones en tanto permite publicar una imagen y que esta se borre, a más tardar, a las 24 horas. En Snapchat yo posteo siempre en el presente y no tengo pasado porque todo lo que fui publicando se fue borrando y soy siempre el hoy; en Snapchat siempre estoy en un “nuevo punto de partida” y acepto ser evaluado desde mi actual posteo que es ahora y que desaparecerá en un rato, hasta que haga un nuevo posteo a partir del cual volveré a aceptar ser juzgado y así infinitamente.
Solo siendo un presidente Snapchat es que Macri puede seguir sosteniendo que es “lo nuevo” y puede seguir afirmando la acción “Cambiemos” sin que lo cambien a él. Porque  “Cambiemos” no es el llamado a la revolución permanente sino un slogan que solo puede sostenerse a partir de dos operaciones: una referencia a “los otros” como un pasado a ser superado pero siempre amenazante, y la eliminación del pasado “propio”. Los k son el pasado y viven en el pasado; nosotros, los Cambiemos, no tenemos pasado y ni siquiera los diez meses de gestión son parte de nuestro pasado. Cada día somos distintos y somos distintos justamente porque hemos logrado desconectar la relación entre las cosas y la dimensión temporal de las cosas. Por ello, el liberalismo de Macri no es “el fin de la historia” que indicaba Fukuyama entendiendo por tal la ausencia de novedad sino todo lo contrario: es el fin de la historia en tanto novedad permanente.  
A su vez, sin continuidad de las cosas, sin sentido último, sin conexión, desaparecen valores caros a la política como el compromiso, la lealtad y la promesa. Dicho de otra manera: Macri puede, sin esmerilar su imagen, decir que va por la pobreza cero y luego aclarar que no la puede alcanzar, afirmar que no va a devaluar y luego devaluar, informar que no va a realizar ningún tarifazo y después subirte 500% la tarifa, porque existe un dispositivo que aísla los hechos, los deshistoriza y los descontextualiza. Por ello desaparece “la promesa” o, en todo caso, pierde importancia y valor a pesar de que nos vengan a decir que hoy tenemos la posibilidad de encontrar fácilmente los archivos. Pero no importan los archivos que demuestren contradicciones. Importarían si pudiéramos establecer relaciones entre las cosas y si pudiéramos darnos cuenta que las recetas de hoy ya fracasaron en el pasado, que los tipos que están en el gobierno no nacieron de un repollo, etc.
La promesa ya no existe o no tiene valor porque supone generar un vínculo entre el presente y el futuro, o entre el momento en que se hizo la promesa y el momento en que esta debió cumplirse pero ya no existe ni el pasado ni el futuro. Por esta misma razón: ¿qué lealtad y qué compromiso puede existir si todo es presente? La lealtad y el compromiso suponen una continuidad en el tiempo. Soy leal o tengo un compromiso con algo que perdura pero todo desaparece en el presente si todo vuelve a empezar a cada instante. De aquí que, si nada de lo que ocurrió puede conectarse con lo que hay, todo el tiempo tenemos al presidente nuevo que, por no tener historia, nunca ha fallado ni tiene responsabilidad alguna por lo que ocurrió ayer.      

En el mundo en el que hay un presidente Snapchat que en tanto tal es eternamente nuevo, cualquiera que intente generar relaciones entre las cosas, contextualizar y trazar trayectorias históricas de las ideas y los hombres, será acusado de realizar operaciones ideológicas y de forzar hechos que deben permanecer desnudos, intocables e inmunes a cualquier contaminación; será acusado de pretender decir y pensar algo que perdure un poco más de 24 horas.    

viernes, 30 de septiembre de 2016

La inseguridad es una sensación (publicada el 29/9/16 en Veintitrés)

El espacio de la opinión pública está plagado de lugares comunes y debates ficticios que suelen encorsetar a la sociedad en posiciones irreductibles incapaces de tender puentes. Uno de los principales ejemplos en este sentido es el de la discusión alrededor de lo que algunos denominan “inseguridad” y pone de un lado a sectores punitivistas y, del otro, a los denominados “garantistas”. Cada uno de los sectores suele caracterizar al otro de forma caricaturesca de modo tal que los punitivistas son presentados como una rémora de la dictadura que busca encarcelar pobres y, si es posible, dictarles la pena de muerte, y los garantistas son vistos como un sector social que por exceso de psicoanálisis o vaya a saber qué cosa, de repente, está a favor de los delincuentes y pretenden abolir toda pena. Claro que hay punitivistas fascistas que celebrarían una sociedad militarizada que ajusticie a los relegados en la carrera meritocrática y también debe haber algún progre que hace desaparecer la voluntad individual y adjudica toda acción humana a la desigualdad social para de ello derivar que ningún delincuente es culpable, pero son los menos y solo son funcionales a los debates televisivos deseosos de fanáticos.
En este marco de posiciones caricaturizadas es que se discute sobre la inseguridad y si esta resulta o no una sensación. Pero tal debate solo puede sostenerse por la supina ignorancia de los interlocutores porque la inseguridad es siempre una sensación y los que advierten sobre la existencia de la misma no afirman la inexistencia de crímenes o robos. Más bien lo que indican es que hay una desproporción entre la sensación subjetiva que tenemos los ciudadanos y el riesgo objetivo y concreto que tenemos de sufrir algún hecho delictivo. Porque la inseguridad no roba ni mata sino que son los ladrones y asesinos los que lo hacen. En todo caso, cabría decir que cuando nos enteramos que hay robos y muertes nos invade una sensación de inseguridad que es variable en cada uno de nosotros y que depende de un montón de circunstancias. Pero no hay una relación de causa y efecto objetiva entre lo que sucede realmente y lo que sentimos. Si así fuera, probablemente debiéramos sentirnos más inseguros de subir a un auto pues la cantidad de muertes que hay por accidentes viales es de aproximadamente el doble en relación a las muertes que se producen por homicidio. Esto quiere decir que objetivamente hay más posibilidades de morir en una ruta y, sin embargo, por alguna razón, nos sentimos más seguros andando arriba del auto que caminando por una calle oscura.  
Pero retomar esta discusión que vuelve una y otra vez es importante en la medida en que, el último domingo, los diarios nacionales de mayor tirada, coincidieron desde sus tapas en afirmar que la inseguridad volvía a ser la principal preocupación de los argentinos. Casualmente la encuesta se hace una semana después de que los medios de comunicación postergaran la agenda de los tarifazos, la desocupación y los casos de corrupción, para cubrir ubicuamente cualquier hecho de robo, presunta justicia por mano propia o muerte en alguna fiesta. En todo caso, la encuesta, más que determinar qué es lo que le preocupa a los argentinos debiera servir para demostrar una vez más que los medios de comunicación quizás no logren determinar exactamente qué es lo que pensas pero sí son muy efectivos para instalar la agenda sobre aquello de lo que se “debe” hablar.
¿Esto significa que todo es un invento de los medios? ¿Si hay sensación quiere decir que no hay delitos ni asesinos? ¡Claro que no! Lo que simplemente pretendo resaltar es que la sensación subjetiva de inseguridad no parece adecuada a los riesgos objetivos existentes y que tal desproporción tiene causas.
De hecho, si bien existe discrepancia acerca de cómo medir los datos duros de asesinatos, la evolución de los últimos años muestra que Argentina tiene índices similares a los de Uruguay y Chile, (dos países que para la media tilinga de los comunicadores son el modelo a seguir), y que Brasil, el destino más elegido para las vacaciones de los argentinos, tiene un índice de homicidios que, como mínimo, triplica al de nuestro país. Asimismo, insisto, más allá de las controversias en torno a las mediciones, ninguna indica que, en la actualidad, Argentina tenga un índice de homicidios dolosos mayor al de fines de la década de los 90. Sin embargo, la “sensación” es que cada vez hay más y que la ola es imparable. Pero objetivamente no lo es, lo cual, claro, no quiere decir que todo esté bien ni que nos resulte indiferente observar el robo y la muerte de cada día.
Y ya que hablamos de Chile, hace poquito tuve acceso a la presentación de dos periodistas encargados de conducir el noticiero de CNN en su versión chilena. Los conductores se preguntaban qué estaba pasando en la sociedad trasandina tras dar con los resultados de una encuesta que indicaba que la criminalidad en Chile había bajado un 4% y que, sin embargo, la sensación de inseguridad había aumentado un 7%. Es más, una encuesta de Ipsos para varios países de Latinoamericana, mostraba que, en Argentina, el 20% de los encuestados había afirmado haber sido objeto de algún delito pero al momento de salir a la calle el 75% se sentía inseguro. De hecho, según esta encuesta, los argentinos se sienten más inseguros que los mexicanos, a pesar de que el país del norte cuenta con la espeluznante cifra de aportar nueve ciudades al ranking de las cincuenta más peligrosas del mundo. 
Asumir que la sensación de inseguridad no guarda relación con las probabilidades reales de ser objeto de una conducta delictiva no soluciona nada pero sí permite advertir que una sociedad en estado de pánico probablemente opte por soluciones punitivistas al grito de “el que mata debe morir” y bajo la suposición de que el endurecimiento de penas resultará disuasivo, lo cual es probadamente falso. Por otra parte, está demostrado que cuando los indicadores sociales mejoran, el índice de criminalidad baja pero evidentemente no es esa la única variable porque la última década ha generado una evolución objetiva de todos los índices y sin embargo la criminalidad no ha bajado todo lo que se esperaba. La respuesta está, probablemente, en que, en general, vivimos en sociedades más violentas donde existen ajustes de cuentas mafiosos vinculados al narcotráfico y donde la mayoría de los homicidios no se da por “la inseguridad” sino por disputas entre conocidos. Efectivamente, en alrededor del 80% de los homicidios, víctima y victimario se conocían previamente. A esto hay que agregarle la proliferación de armas, un código procesal a modificar, el entramado policial y la pésima situación de los presidios aun cuando las estadísticas muestran que, por ejemplo, en los internos que estudian en la cárcel la tasa de reincidencia es tres veces menor que la de los internos que no estudian.                  
Como se ve, la cantidad de temas a discutir en torno a la problemática del delito en la Argentina es enorme. Pero hay una cosa que debe saldarse de una vez: el delito existe e incluso puede ir en aumento pero la inseguridad es siempre una sensación que obedece a diversos factores algunos de los cuales pueden no ser amenazas reales. Seguir discutiendo sobre ello va a generar otra sensación que, en este caso, se corresponderá con la realidad concreta. Me refiero, claro está, a la sensación de estar perdiendo el tiempo.       

viernes, 23 de septiembre de 2016

Decadencia (publicado el 22/9/16 en Veintitrés)

Días atrás volví a ver Decadencia, una obra dirigida por Rubén Szuchmacher e interpretada magistralmente por Horacio Peña e Ingrid Pelicori. Decadencia fue escrita en 1981 por Steven Berkoff, londinense de padres rusos, y se estrenó en Buenos Aires en la década del 90. Siendo muy joven tuve la posibilidad de estar presente en aquella temporada y veinte años después quise repetir esa grata experiencia. 
Si bien no ingresaré en el terreno de la crítica teatral pues hay otros que lo hacen mejor que yo, cabe decir que se trata de esas obras que, como las tragedias griegas, hablan de una época y de una idiosincrasia particular sin dejar de ser universales. En otras palabras, allí se observa que la banalidad, la violencia, la competencia absurda, el odio irracional, la hipocresía, el desprecio y una sexualidad desbocada, no pertenecen estrictamente a la clase alta sino que atraviesan todos los estratos sociales incluyendo la clase baja. Se trataría, más bien, de características que conforman un clima de época y la crisis de una civilización. En este sentido, sin caer en los clichés o en las divisorias estereotipadas, en la relación entre un matrimonio con sus respectivos amantes la obra muestra que la decadencia de esa Inglaterra de los tiempos de Thatcher puede ser representativa de sociedades occidentales como la nuestra. Así, la obra de Berkoff bien podría haber sido escrita en Argentina o en Francia también. 
De hecho, el eje de la decadencia, me hizo recordar un libro enormemente polémico que ha despertado todo tipo de interpretaciones. Me refiero a Sumisión, del francés Michel Houellebecq, novela que algunos acusaron de islamofóbica y que tuvo que retrasar su venta al público puesto que estaba pautada para la semana en que se dio el lamentable atentado contra la revista Charlie Hebdo.
Houellebecq plantea el escenario de un futuro próximo, más precisamente, el año 2022,  en medio de un proceso electoral que elegirá nuevo presidente. Los nombres propios y los partidos son reales y actuales pero Houellebecq realiza una pequeña alteración. Introduce un partido al que denomina “Hermandad musulmana”, republicano en las formas, liberal en lo económico pero conservador en lo cultural y educativo. Los comicios se realizan con normalidad y el partido nacionalista de los Le Pen obtiene el 34,1% pero la Hermandad musulmana alcanza el 22,3% de los votos, apenas 0,4% más que un partido socialista en crisis. En algún reportaje Houellebecq afirmó que no buscó provocar sino que, solamente, “aceleró algo los tiempos”, lo cual, claro, parece ser de por sí una provocación funcional a los discursos que en nombre de la tradición laica y de la república fueron capaces hasta de intentar prohibir el llamado “burkini” en las playas.
Volviendo a la novela, el balotaje enfrenta, entonces, a la opción de la derecha fascista y xenófoba francesa con un partido musulmán que ha logrado alcanzar un porcentaje tan alto en la primera vuelta por el simple hecho de que los adeptos a esa religión poseen una concepción de familia numerosa que, como diría un referente de la derecha norteamericana, Samuel Huntington, en pocas décadas derivará en que haya tantos musulmanes como población occidental cristiana.
El partido musulmán ofrece varios ministerios a los socialistas y en lo único en lo que no están dispuestos a ceder es en materia de política demográfica y educativa, lo cual supone enseñanza islámica desde los primeros años de edad, la prohibición de la enseñanza mixta, la obligatoriedad de convertirse al islam para todos los docentes y algunas carreras universitarias vedadas para las mujeres.
Se produce el acuerdo y la Hermandad musulmana gana ajustadamente. Ejercen el gobierno preocupados más por los valores que por la economía. Son moderados y se apartan del yihadismo y las versiones radicalizadas. Antes que el catolicismo o el judaísmo, su principal enemigo, en ese sentido, es el laicismo. Buscan un nuevo humanismo y su líder tiene orígenes “tercermundistas” más allá de que, como se indicaba anteriormente, en lo económico son liberales. No pretenden salirse de Europa como la derecha xenófoba sino liderar una Europa ampliada para cumplir con el sueño de Eurabia (una Europa dominada por el islam y que incluiría a Argelia, Túnez, Marruecos, Líbano y Egipto, entre otros). Podría decirse que la Hermandad musulmana tiene un verdadero proyecto civilizatorio.
Lo curioso es que las medidas del gobierno del presidente francés Mohammed Ben Abbes tienen un amplio apoyo pues baja la delincuencia en la medida en que los suburbios, aquellos donde es mayoría la población musulmana, se encuentran representados e incluidos; incluso bajó drásticamente la desocupación porque, por razones culturales/religiosas, la mujer se retira del mercado laboral.
En este contexto, el personaje principal de la novela, un profesor universitario sin demasiado brillo que había sido despedido por no ser islámico, es invitado a volver a la Universidad pública con la condición de abrazar la nueva religión de Estado. Y acaba aceptando ni siquiera por razones económicas o por una repentina fe de los conversos; tampoco estrictamente por moda. Acaba aceptando, al menos esa es mi interpretación, por un banal cálculo racional, originario de la lógica individualista de occidente. Efectivamente, con su novia judía exiliada en Israel por temor a lo que le pudiera deparar una Francia islámica, y tras frecuentar decenas de prostitutas, entiende que convertirse al Islam le permitiría poseer muchas mujeres. Esa posibilidad  hace que el protagonista pase por alto un elemento controvertido de la novela y que bien permite discutir hasta qué punto Houellebecq no contribuye a una mirada estigmatizadora cuando le hace decir a uno de los personajes que, para el islam, la felicidad humana reside en la sumisión más absoluta, específicamente la sumisión de la mujer al varón que es análoga a la sumisión del Hombre con Dios. El cinismo de nuestro profesor hace, entonces, que la posibilidad de la poligamia desplace a un segundo plano el elemento patriarcal que se seguiría, según el autor, de la religión islámica.
Ahora bien, mientras el profesor consulta con sus consejeros islámicos cómo garantizarse la belleza de un cuerpo joven en la medida en que hay que elegir esposas entre mujeres cuyo cuerpo se encuentra tapado completamente y a las que es imposible acceder carnalmente antes de desposarlas, el partido musulmán belga llega al poder y ocho partidos musulmanes más de toda Europa ya forman parte de las coaliciones de gobierno en sus respectivos países. Dado que no me interesa aquí discutir a Houellebecq ni menos aún el islamismo, sugiero que usted mismo lea la novela y saque sus propias conclusiones. Con todo, la interpretación que privilegio es la de la banalidad del profesor, la de su cinismo y la pregunta que cabe hacerse, en todo caso, refiere a los senderos por los que puede llevarnos la racionalidad instrumental de occidente; y en última instancia, más escandaloso que una Francia islámica, unos socialistas transando con los musulmanes o la controvertida caracterización de una religión, es el hecho de la crisis total y la decadencia de sociedades que han cambiado la fe ingenua en el progreso por el cinismo, sociedades en las que, en una misma calle, permiten que convivan la angustia de la falta con el tedio de los que lo tienen todo.