jueves, 28 de septiembre de 2017

La grieta y las nuevas leyes de Godwin (editorial del 24/9/17 en No estoy solo)

Allá por 1990, cuando los debates online recién comenzaban, un abogado estadounidense llamado Mike Godwin, notó un fenómeno que se repetía constantemente y lo enunció en forma de una ley que acabaría llevando su nombre. ¿De qué se trata esta ley? En la formulación más simple indica que “a medida que una discusión online se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación con Hitler o se mencione a los nazis tiende a uno”. Pero lo que a Godwin le interesó es que la referencia a Hitler o a los nazis, esto es, a aquello que nadie podría defender o matizar, acaba cancelando toda discusión. Porque decir que la opinión de X es nazi o que una acción de Macri o CFK es genocida, lejos de invitar a la reflexión, pone un punto final al intercambio de argumentos.
Lo curioso es que en la Argentina, no solo en el ámbito de las discusiones entre foristas en redes sociales, sino entre el panelismo que inunda horas y horas de pantalla de TV, se recurre a una ley primo hermana de la de Godwin. En este caso, la ley cumple el objetivo de cancelación del debate pero a diferencia de la primera viene en forma de pregunta y cualquier respuesta que se le dé a la misma conlleva cargarse una enorme cantidad de sentencias, falacias y prejuicios. La pregunta no incluye nazis pero refiere a los años más oscuros de la Argentina y se formula así: ¿Macri es la dictadura?
¿Por qué esta pregunta cancela el debate? En términos generales porque, en Argentina, “la dictadura” cumple la misma función que “los nazis” o “Hitler”, es decir, cualquier cosa que acabe emparentada con la dictadura resulta, por buenas razones, indefendible; y, en términos más específicos, porque emparentar este gobierno con la dictadura hace que uno acabe ubicado en una suerte de fundamentalismo que no solo no entiende las particularidades del gobierno de Macri sino que, parecería, tampoco entiende qué fue la dictadura. Sin embargo, -he aquí la trampa bastante sutil-, si la respuesta a la pregunta es negativa, esto es, si se considera que Macri no es la dictadura, por razones insondables, de repente, se nos obliga a aceptar que en la Argentina del año 2017, el Estado de Derecho es pleno y la democracia goza de un vigor envidiable.
En mi caso particular, varias veces he indicado que Macri no es la dictadura pero eso no me compromete con el diagnóstico opuesto, esto es, con la afirmación de que en el actual gobierno las instituciones republicanas funcionan con el equilibrio adecuado, que las fuerzas de seguridad se encuentran profundamente comprometidas con las políticas de Derechos Humanos y que el poder judicial está actuando con imparcialidad cuando se trata de casos con relevancia política.      
Y en el caso de los medios de comunicación sucede algo similar pues cuando alguien señala afectaciones a la libertad de expresión surge la pregunta cancelatoria: ¿Vos creés que Macri persigue las voces disidentes como hacía la dictadura? Y no, no lo creo, pero sí creo que la oligopolización de la comunicación se está profundizando tras la modificación de la ley de medios y que existe una decisión política de acallar cualquier voz que ose desafiar a los poderes fácticos. ¿Acaso ha habido aprietes, amenazas o atentados contra periodistas opositores? No más que en otros gobiernos seguramente, pero lo distintivo de esta etapa de la democracia es que es posible acallar voces con el ahogo financiero y el acuerdo con empresas ofreciendo espacios en determinados medios a cambio de no anunciar en otros. Esto es lo que explica que programas o medios con línea no oficialista con alta audiencia carezcan del apoyo de las grandes empresas lo que, sumado al recorte arbitrario de la pauta oficial, condena al fracaso cualquier intento de crear un medio vigoroso capaz de disputar agenda. Así, a los otrora periodistas oficialistas les ha tronado el escarmiento y ya no tienen lugar en los medios lo cual funciona como un acto de disciplinamiento para cualquiera que intente transitar ese sendero de aquí en más. Pero los periodistas que durante el kirchnerismo eran opositores y realizaban sus performances de víctimas afirmando que sus canales “podían desaparecer”, nunca desaparecieron y la pauta oficial que cobraban hoy se transformó en millonaria. Es más, algunos de ellos se han transformado directamente en empleados de los medios estatales aunque, por suerte, nadie los somete a la indigna pregunta acerca de cuál es su sueldo, pregunta que, claro está, conllevaba la sospecha de que lo que se decía se sostenía por estar “comprado”. Porque periodistas que coincidieran con un gobierno había durante el kirchnerismo y los hay durante el macrismo. La diferencia es que se instaló que todo periodista que coincidiera con el kirchnerismo lo hacía por razones militantes mientras que todo el que coincide con el actual gobierno lo hace por razones independientes. Se da así una particular curiosidad: los periodistas oficialistas de hoy piensan lo mismo que el gobierno pero lo logran de manera independiente, es decir, son facciosos a través de la neutralidad, la objetividad y la imparcialidad.     
Hacer esta crítica no supone avalar la política comunicacional del kirchnerismo ni al “periodismo militante” si es que alguien puede definir qué se entiende por tal. De hecho, he llamado la atención en reiteradas ocasiones acerca del error comunicacional del kirchnerismo que, tras salir de la administración, pasó a buscar “su propio Lanata” y considera que se puede esmerilar al actual gobierno gracias al denuncismo indignado con que la corporación periodística atacó y ataca a todo lo que rodee el espacio liderado por CFK. Pero el actual gobierno, que no es la dictadura, claro está, avanza con torpeza y a veces con vehemencia, sobre sectores que alzan una voz disidente y allí la frontera entre corporación periodística y gobierno se difumina y se hace borrosa, lo cual es verdaderamente preocupante porque la corporación periodística ya está cerrando su grieta. ¿Cómo? Creando un exterior constitutivo, esto es, dejando afuera de la corporación a aquellos que la propia corporación identifica como “militantes” o “no periodistas” y por tal se entiende todo aquel que ose criticar al periodismo mainstream. En algún sentido, lo que sucede es que el periodismo tiene su propia ley de Godwin, la cual no hace referencia a los nazis sino a “678”. Así, han logrado que emparentar a un periodista con “678” suponga una descalificación tal como la que opera cuando en las discusiones online alguien hace referencia a los nazis. Esa descalificación incluso va más allá del ámbito de los medios y se extiende a cualquier otra persona a la cual se desee descalificar (basta recordar, en este aspecto, el debate presidencial de 2015 en el que el candidato Macri interpelara al candidato Scioli espetándole haberse convertido en un panelista de 678).  
Para concluir, entonces, la grieta en la corporación periodística se va cerrando. Primero se cerró en los medios del Estado gracias a la acción del gobierno y ahora se va a cerrar acallando a los disidentes que subsistían en empresas privadas. En este caso, la acción del gobierno es central pero tampoco nos olvidemos de la complicidad de las empresas periodísticas, aun de las que parecen tener una línea editorial crítica.

En cuanto a la grieta política, también se va cerrando y, en ese sentido, el gobierno intenta cumplir su promesa. Lo que todavía no se sabe es si la grieta la va a cerrar consensuando en el marco del diálogo democrático o la va a cerrar silenciando al adversario político. 

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Mito y sobrevaloración de la entrevista (editorial del 17/9/17)

La inmensa lista de zonzos que afirmaba que CFK no brindaría entrevistas a periodistas y medios antikirchneristas para evitar preguntas incómodas, debieron hacer silencio ante una nueva confirmación de que, en lo que respecta a capacidad oratoria, es muy difícil doblegar a la expresidente. El marco fue el portal oficialista Infobae y el periodista a cargo fue Luis Novaresio quien realizó la entrevista con la agenda del establishment mediático, supo repreguntar y discrepó aunque dejando hablar y sin hacer de la entrevista un debate. En tiempos de “periodismo de guerra” no es poco.
CFK respondió holgadamente a todas las preguntas, pero más allá del contenido de las respuestas, que la entrevista haya sido el acontecimiento político de la semana, tiene que ver con dos cosas. Por un lado, que no se recuerda a CFK sentada frente a un periodista con una ideología poco afín y, por otro lado, que, en los últimos años, la corporación periodística le dio a los debates, las entrevistas y a las conferencias de prensa una importancia desmedida.
En este sentido, siempre sostuve que no puede ser dañino que un mandatario se someta periódicamente a la interacción con periodistas o referentes de otras fuerzas y que la decisión de no exponerse a esa puesta en escena, aunque bien fundamentado, acababa siendo funcional a quienes buscaban identificar al kirchnerismo con una secta hermética. Sin embargo de aquí no se sigue que este tipo de intervenciones públicas seas esenciales para las instituciones, la república y la democracia. No solo porque en pleno siglo XXI un gobernante posee modos diversos y muchos más directos para comunicar sino, sobre todo, porque es falso que la pregunta del periodista sea representativa de las necesidades de la población. En este sentido, la entrevista de Nicolás Repetto encapuchado frente a un referente mapuche que los medios presentan alternativamente como el Belcebú que amenaza la integridad territorial y espiritual de la nación, o como un flogger, es menos patética por la capucha que por el hecho de que Repetto se haya presentado como referente capaz de percibir cómo siente y ve “la gente”.    
Sabemos que en la tradición occidental, desde la época de Sócrates, el diálogo interpelante apareció como vehículo natural del surgimiento de la verdad y ese esquema lo ha adoptado, sin más, el periodismo. Así se nos quiere hacer creer que las preguntas del periodista son el canal hacia el esclarecimiento de una sociedad que necesita del periodista en tanto médium entre la ignorancia y la verdad. Pero hay que estar atentos a esos mitos de origen creados por la propia corporación periodística para erigirse en un lugar de legitimidad. De hecho, recuerdo haber escrito algunas líneas hace ya unos años tras el famoso “queremos preguntar” organizado por Lanata y sus adláteres para señalar que, a diferencia del preguntar socrático que se hacía desde la ignorancia, el preguntar del periodismo en la actualidad se hace desde la sentencia, desde la expresión de una línea editorial que se quiere hacer pasar por aséptica.  No se busca llegar a la verdad sino obtener un título, esto es, una mercancía y, eventualmente, sacar rédito político de una pregunta hecha con mala fe. Si a Sócrates le decían “el tábano” porque con sus preguntas “picaba” y molestaba como lo hacen esos insectos, la figura adecuada para buena parte del periodismo de hoy es la mosca, más por el hábitat en el que se siente a gusto que por su capacidad de incomodar.
Asimismo, ya que de griegos hablamos, otro elemento que cierto periodismo enarbola es el de la parresía, entendiendo por tal el coraje de decir la verdad poniendo la vida en riesgo. Porque decirle la verdad a un débil es fácil. Lo que es difícil es decirle la verdad en la cara a un poderoso pues allí se pone en juego la continuidad de nuestras existencias. Tiene buena prensa escenificar una presunta heroicidad del periodismo pero lo cierto es que quienes más pretenden erigirse como parresiastas son aquellos que en general trabajan desde y al servicio de los poderes fácticos. Así, todavía espero que los que querían preguntar les pregunten a los dueños de los medios para los que trabajan. Seguramente no lo harán encapuchados ni tampoco se animen a hacerlo con un guante blanco.
Con todo, es justo decir que la sobrevaloración de las entrevistas, los debates y las conferencias de prensa no solo es atribuible a los periodistas sino también a los propios políticos que tienen el prejuicio iluminista de creer que a través de la palabra, en un estudio de TV o en un atril, en medio de chicanas y cruces con mala fe, es posible construir mayorías electorales. Sencillamente se equivocan porque los debates o los intercambios entre adversarios políticos expresan para la audiencia una suerte de ring en el que ya se ha tomado partido por uno de los contrincantes previamente y difícilmente algo de lo que allí se diga logre cambiar esa toma de posición previa.      

Por todo esto es que es altamente improbable que CFK gane votos por mostrarse más abierta a responder a este tipo de entrevistas. También, claro está, es altamente improbable que esta apertura le quite votos. De hecho, en un sentido, esta apertura puede comprenderse como una continuidad de la campaña pasteurizada y bastante desideologizada de las PASO que no le acercó ni le restó votos pero, en todo caso, parecería revelar que CFK entiende que alguno de los modos de ella como del kirchnerismo en general pudieron haber hecho que ciertos votantes se alejaran. Y, es más, estoy tentado a pensar que, contrariamente a lo que se supone, la entrevista sea más importante para los propios que para los ajenos en tanto genera mística verla a ella al frente de la campaña y dando muestras de elocuencia ante las preguntas que el kirchnerismo, decían, no quería responder. El veredicto lo dará la elección de octubre pero lo que allí suceda no dependerá de una entrevista más o una entrevista menos.  

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Cucarachas (editorial del 10/9/17 en No estoy solo)

Los llaman “cucarachas”. Todos les dicen “cucarachas” porque se ven como tales. Las fuerzas de seguridad enfrentan estos verdaderos insectos, casi como un cáncer social, pero también lo hacen los pobres, aquellos que imploran al ejército que intervenga y detenga estas alimañas que saquean y roban todo lo que encuentran a su paso. El ejército habla un idioma distinto que el de los pobres pero las cucarachas como enemigo común, y algunos decodificadores, les permite unirse en el objetivo. 
Todavía recuerdo las palabras de una oficial del ejército: “La mierda en su sangre las hace así. La enfermedad que portan, que ignora el valor de la vida o el dolor de quien más va a sufrir. No detuvimos a las cucarachas durante 5, 10 o 20 años. Siguen naciendo niños así y luego se reproducen. Por cada cucaracha que usted salva hoy condena, Dios sabe, a cuánta gente a la futura desesperación y pena. No puede usted seguir viéndolas como humanos. Hay que eliminarlas (…)”.
Minutos después de escuchar ese relato, un oficial del ejército acribillaba a una cucaracha al igual que lo hacía en los entrenamientos y luego acuchillaba a otra con la pasión del odio tras una larga pelea en la que el insecto enfermo atacó a quien vela por nuestra seguridad. Consultado por un superior al respecto, el oficial dijo sentir algo de euforia y, luego, un enorme alivio además de ningún remordimiento.  
Estoy seguro que si me hubieran mostrado el diario del día posterior el título hubiera sido: “en un nuevo enfrentamiento cae una cucaracha subversiva”. 
Más allá de eso, un buen resumen del fenómeno se da en el diálogo entre ese mismo oficial y una cucaracha que, sinceramente, parecía “normal” como vos y yo. Ella le pregunta: “¿Ve una cucaracha en mí?” Y él responde: “No, las cucarachas están enfermas. Además las cucarachas no hablan”. Ella lo interrumpe y le dice: “No es que no hablamos. Es que no nos oyen”.  
A partir de allí empecé a entender todo. Es que los oficiales del ejército parecen tener una suerte de microchip instalado que les hace ver como enemigos a quienes no lo son, como cucarachas a quienes son personas como cualquiera. Ese microchip es como una máscara que les distorsiona la realidad y que el oficial ha aceptado voluntariamente, como acepta voluntariamente cualquiera de nosotros escuchar las bajadas de línea de un formador de opinión.
Ahora bien, esto que a falta de un término correcto, llamo “microchip”, está implantado en las fuerzas del orden desde hace mucho tiempo y solo busca hacer más eficiente el exterminio. Porque han logrado, a través de la radio, la TV y las computadoras, después de lo que ellos llaman “guerra”, que el hombre común también odie a las cucarachas. Pero no han logrado todavía que ese hombre común se anime a matar. En todo caso, repudia a las cucarachas, las persigue, les cierra la puerta, las insulta y las echa de cualquier lugar en el que puedan tener cobijo, pero no da el paso siguiente hacia el aniquilamiento. Porque son cucarachas pero parecería que algo de humano tienen. Recuerdo cómo hacia el final, el oficial que había asesinado a las cucarachas se da cuenta que éstas son, en realidad, tan humanas como él, y su superior le dice: “[Claro que] son como nosotros. (…) Por eso son tan peligrosas. (…) Los humanos somos una especie empática por naturaleza. En realidad no queremos matarnos entre nosotros…hasta que nuestro futuro depende de matar al enemigo”.
Tras esta afirmación, al capítulo 5 de la tercera temporada de la serie inglesa Black Mirror que acabo de transcribirles, le quedan unos minutos más que no adelantaré para que lo puedas ver en tu casa sacando tus propias conclusiones y haciendo tus propias analogías. En todo caso, sí te puedo decir que en esta serie se hace mucho hincapié en las consecuencias sociales que se siguen del uso de las nuevas tecnologías, ya no en futuros lejanos, sino en el aquí y en el ahora más próximo, y que siempre que hay opresión hay resistencias. En este caso puntual, las cucarachas crearon un dispositivo capaz de anular momentáneamente esos microchips o máscaras que distorsionan la realidad y deshumanizan al adversario político. Esa anulación le permite a los ciudadanos de a pie ver las cosas tal cual son y eso supone un enorme dilema pues el precio de aceptar que existe una realidad distinta a la que uno creía, genera rechazo y la enorme responsabilidad de no haber sabido ver lo que en realidad ocurría y hasta, quién te dice, haber sido cómplice directa o indirectamente de algún hecho aberrante. ¿Qué harías si te dieran a elegir? ¿Preferirías ver la realidad tal cual es, asumiendo tus errores y el peso de la injusticia, o preferirías vivir felizmente una irrealidad? 
Mientras tanto, leo y escucho en diarios y televisión que unas cucarachas que gobernaron el país, y cuya denominación es intercambiable con otras tales como “Kakas”, “corruptos”, “mapuches”, “mercenarios”, “ladrones”, “peronistas”, “zurdos”, “terroristas”, iraníes”; “kurdos” o “chavistas”, han declarado una guerra contra la República y la Democracia. Y entonces vuelvo a ver el capítulo de Black Mirror, comienzo a pensar estas líneas y recuerdo a un filósofo alemán, más citado que leído, cuando advertía que si uno de los bandos de la disputa afirmaba luchar en nombre de la humanidad, cualquiera que se enfrentara a éste quedaría reducido a una entidad cuyo único destino es el exterminio físico.
La divisoria entre normales y cucarachas tiene varios capítulos en nuestra historia y tiene hoy su reescritura novedosa. Pero el círculo perfecto se cierra cuando suceden dos cosas: en primer lugar, cuando aparecen las cucarachas de las cucarachas, esto es, un subgrupo de cucarachas identificadas como tales por otro subgrupo de cucarachas que dice ser mejor cucaracha; y en segundo lugar, cuando de tanto que te dicen cucaracha, un día mirándote en el espejo te ves con antenas, un montón de patas y revolviendo en la basura.



miércoles, 6 de septiembre de 2017

10 consideraciones sobre el caso Maldonado (editorial del 3/9/17 en No estoy solo)

1)      Una desaparición forzada supone la intervención de fuerzas del Estado y no necesariamente un plan sistemático como el de la dictadura. Que exista una desaparición forzada es ya de por sí enormemente grave. No se necesita decir que es el desaparecido 30001 como para hacerlo más grave aún. Equiparar ansiosamente situaciones actuales con las de la dictadura, más que darle gravedad a un hecho presente, puede acabar relativizando la magnitud de lo que significa un genocidio  
2)      Igualar una desaparición a secas con una desaparición forzada es fruto, o bien de la ignorancia, o bien de la mala fe, pues en el primer caso se trata de un asunto policial y, en el segundo, se trata de un asunto político. Que la funcionaria responsable no pueda identificar la diferencia es, de por sí, una buena razón para alarmarse y exigir que dé un paso al costado
3)      No hace falta decir que la víctima es un ángel. La violencia institucional debe repudiarse siempre independientemente de la calidad moral de las personas, esto es, independientemente de si es un ángel o un demonio.
4)      Exigir la aparición con vida de Maldonado es un objetivo y un bien en sí mismo. Tal exigencia, entonces, no te compromete necesariamente con la reivindicación mapuche y menos aún con algunas de las acciones violentas de grupos minoritarios
5)      Que el pedido de aparición con vida de Maldonado se haya transformado en una bandera del kirchnerismo y la izquierda no lo transforma en una bandera partidaria o facciosa
6)      Que el pedido de aparición con vida de Maldonado sea una reivindicación no facciosa supone repudiar esta suerte de contabilidad de muertos/desaparecidos que pertenecerían a cada uno de los bandos. No aceptes, entonces, que, en una discusión, se hable de Julio López, Arruga y/o Nisman, o, en todo caso, pedí que se esclarezcan las razones de sus muertes independientemente de qué intereses pudieran verse afectados.   
7)      Ser de derecha no te obliga a defender al gobierno ni a la gendarmería. Ser antikirchnerista tampoco. Ni el gobierno ni la gendarmería suelen pedir tanto ni a los ciudadanos que como idiotas útiles salen en su defensa ni a los periodistas que por convicción, estupidez o venalidad pretenden confundirlo todo
8)      Tu odio al kichnerismo no merece que te tomen el pelo. Por ello, si un periodista, antes de investigar la desaparición forzada de  Maldonado, te habla de unos supuestos terroristas mapuches que mantienen reuniones cotidianas con La Cámpora y la Universidad de las Madres, además de recibir apoyo logístico y financiamiento de parte de las FARC colombianas y de extremistas kurdos, demostrale que no sos un imbécil. Explicale que podés estar en contra del kirchnerismo y no creer semejantes estupideces solo comparables con el comando venezolano iraní con adiestramiento en Cuba que, según otro periodista del mismo Grupo, habría estado implicado en la muerte de Nisman. Si tras esa aclaración el periodista embiste nuevamente y te dice que la reivindicación por territorios ancestrales es similar a la reivindicación que realiza ISIS, reíte y, si vas a seguir consumiéndolo como periodista, hacelo irónicamente
9)      Si la gravedad de los hechos y la presión social logra instalar el tema en agenda y unas horas después estás discutiendo sobre la conveniencia de hablar del caso en las escuelas, el supuesto regreso de la violencia política y las más disparatadas hipótesis, habrás comprobado que los medios no determinan qué vas a decir pero sí influyen en el tema sobre el que crees que es necesario opinar

10)   Es inverosímil, o a lo sumo prematuro, afirmar que Macri o P. Bullrich hayan creado un plan para desaparecer a Maldonado. No obstante son responsables en dos sentidos, uno más directo y legal, en tanto responsables del gobierno y la seguridad, y otro más indirecto y cultural en tanto responsables de un clima de época en el que las fuerzas represivas sienten tener vía libre para actuar