lunes, 23 de diciembre de 2013

Limitando el presente extendido (publicada el 17/12/13 en Diario Registrado)

En mi último libro, El Adversario, me referí a lo que denomino “presente extendido”. Se trata de la nueva temporalidad en la que los medios nos sitúan. Porque la noticia urgente, deshistorizada y descontextualizada, borra todo vínculo con el pasado. Todo es aquí y ahora nuevo. Asimismo, tampoco hay futuro porque éste no es otra cosa que la vicisitud próxima a venir, inminente y cercana. El presente extendido se mueve, entonces, entre lo que acaba de pasar y será reemplazado rápidamente y lo que está por venir de inmediato que tampoco perdurará en este frenesí de la noticia urgente. Ninguna otra cosa importa más que lo que está sucediendo y eso que sucede tiene un carácter totalizante y asfixiante. Puede ser el calor, un saqueo o un asesinato. Lo que sea ocupará todo el espectro y todo el espectro es lo que aparentemente es digno de atención. Este presente extendido no sólo se apoya en la repetición incesante del mismo hecho y en la ideología que supone la deshistorización antes marcada sino en algunas estrategias técnicas. Una de ellas, muy frecuente, es el “hace instantes”. Me refiero, claro está, a esa indicación que suele aparecer al costadito de la pantalla y es el artilugio perfecto para la extensión del presente pues se muestran imágenes del pasado para en cada presentación volverlas al presente. Lo que muestran no está pasando pero está tan cerquita que, aparentemente, es como si estuviese pasando. Pero hay en ello una estafa al televidente similar a aquella que se realiza cuando se utiliza una foto de lo sucedido en un lugar y en un determinado momento para graficar lo que sucede en otro lugar y en otro momento (de hecho, hace pocos días circuló por internet el modo en que la misma foto de un colchón robado había servido para graficar los saqueos en 4 provincias distintas). En este sentido, en los últimos días, el AFSCA lanzó una directiva que obliga a los medios a indicar día, hora y lugar de las imágenes y distinguir si se trata de una transmisión en vivo o material grabado. Parece una cuestión menor pero, de no poner este tipo de límites, en algunos años pasaremos de exigir el total cumplimiento de la ley de medios a implorar encarecidamente por, al menos, la devolución del tiempo y el espacio.              


sábado, 21 de diciembre de 2013

Enmarcados (publicado el 19/12/13 en Veintitrés)

Algunas semanas atrás desde esta misma columna les hablaba de un elefante argentino. Para los que no lo recuerdan, me refería más específicamente a un libro de un cognitivista estadounidense y asesor del partido demócrata llamado George Lakoff que en 2004 publicó un libro llamado No pienses en un elefante. En ese libro, Lakoff sostiene, entre otras cosas, que la ciudadanía no decide su voto por razones económicas sino por valores morales. Tal hipótesis es la que permite comprender que sectores bajos y medios puedan, eventualmente, apoyar a aquellos candidatos cuyos intereses son representativos de las clases más acomodadas. Pero quiero ahora retomar otro aspecto del libro, que derriba uno de los grandes mitos existentes en política y en comunicación. Me refiero a aquel presupuesto del siglo de la ilustración que afirma que, como la gente es racional, alcanza con mostrarle los hechos para que cambie su parecer y llegue a la verdad. Dicho de otra manera, los hechos acabarían imponiéndose a los prejuicios y a la ideología previa. Desde este punto de vista, un antikirchnerista rabioso debería reconocer los logros del gobierno y un kirchnerista ferviente aceptar que puede que algunas de las cosas que dice Clarín no sean viles operaciones de prensa y mentiras. Sin embargo, Lakoff opina lo contrario y para apoyar su hipótesis “antiilustrada” se basa en estudios de la neurociencia. En sus propias palabras: “La gente piensa mediante marcos. (…) La verdad, para ser aceptada, tiene que encajar en los marcos de la gente. Si los hechos no encajan en un determinado marco, el marco se mantiene y los hechos rebotan. (…) Los hechos se nos pueden mostrar, pero, para que nosotros podamos darles sentido, tienen que encajar con lo que ya está en la sinapsis del cerebro. De lo contrario, los hechos entran y salen inmediatamente”.
Para comprender este párrafo cabe hacer algunas aclaraciones terminológicas. Para Lakoff, basado, insisto, en estudios neurocientíficos, nuestro pensamiento está estructurado a partir de conceptos que se han ido forjando con el tiempo y que se encuentran “incrustados” (SIC) en el cerebro. Esto quiere decir que no se los puede remover con simpleza ante uno o dos hechos que vayan contra ellos.
Para ilustrar esto se puede tomar cómo influyó en el plano de la creencia el hecho de que en octubre de 2004 la administración Bush admitiera que no existía prueba alguna de la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. Una encuesta realizada seis meses antes arrojaba que un 51% de los estadounidenses creía que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva. Sin embargo, casi 2 años después, el número de estadounidenses que seguía creyendo lo mismo prácticamente no se había modificado y llegaba al 50%. De nada había servido que la propia administración republicana hubiera reconocido el error: los marcos de buena parte de la ciudadanía estadounidense no permitieron que los hechos afectaran su cosmovisión.
En el ámbito vernáculo ejemplos sobran pero cabe mencionar la contraposición entre la mirada estigmatizante que se tiene sobre los jóvenes en relación con el delito y los datos concretos. En este sentido, el último estudio de la Corte Suprema sobre homicidios dolosos en Capital Federal y Buenos Aires arrojó que sólo el 1% de los delitos fue cometido por menores de edad. Esto no ha variado sustancialmente pues el mismo estudio, en 2010, arrojaba que de 168 homicidios sólo 2 habían sido cometidos por menores de 16 años. A su vez, en ese mismo año, el índice de homicidios dolosos alcanzaba el 5,81 por 1000 contra el 8,5 por 1000 de la segura y emblemática ciudad de Nueva York.  De 2010 a la fecha las cosas no han empeorado pues en CABA, en 2012, el índice estuvo en el 5,46 por 1000. Pero estos datos duros no modifican la opinión de los creen que la Argentina se ha convertido en México y responden a estos datos fríos (con los que se deben constituir políticas públicas), con la incontestable imagen del horror de una víctima que pide justicia.
 El ejemplo que utiliza Lakoff para que se comprenda su idea de marco es la expresión de “alivio fiscal” utilizada por Bush para justificar una baja en los impuestos de los más ricos. En palabras del científico cognitivista: “Pensemos en el enmarcado de “alivio”. Para que se produzca un alivio, ha tenido que haberle ocurrido a alguien antes algo adverso, un tipo de desgracia, y ha tenido que haber también alguien capaz de aliviar esa desgracia, y que por tanto viene a ser un héroe. Pero si hay gentes que intentan parar al héroe, esas gentes se convierten en villanos (…). Cuando a la palabra “fiscal” se le añade “alivio”, el resultado es una metáfora: los impuestos son una desgracia; la persona que los suprime es un héroe, y quienquiera que intente frenarlo es un mal tipo. Esto es un marco”. Volviendo a nuestras latitudes e independientemente de la posición que cada uno tenga al respecto, sucede algo parecido con la idea de “cepo” al dólar. Pues recuérdese que el cepo ha sido un instrumento de tortura. Un cepo inmoviliza, esclaviza, castiga y, por lo tanto, no es adecuado para este mundo contemporáneo en que no hay esclavitud y los castigos son de cualquier índole pero nunca físicos. También supone que la condición natural del dólar es “la libertad”. En ese sentido, ¿quién puede estar de acuerdo en que se le ponga cepo a algo? Esto significa que una vez instalada, la idea de “cepo al dólar” activa un marco mental que se defenderá activamente de cualquier intento de explicación o de hecho que pudiera justificar la decisión gubernamental de ponerle límite a la compra de dólares.              
Estos últimos dos ejemplos sirven para comprender el funcionamiento de los marcos y para advertir que hay que prestar atención al rol que cumple el lenguaje y la decisiva acción del nombrar. Según Lakoff, el gran error de los demócratas es que han dejado que los republicanos nombren y con ello constituyan realidad, pues cualquier discusión que se intente librar en los términos del adversario está perdida de antemano. Pero bastante antes que éste, ya Platón se preguntaba quién ponía los nombres y en ese diálogo, llamado Crátilo, nunca queda del todo claro si los que vinculan los nombres con las cosas son semidioses individuales o la propia comunidad como un todo en algún momento mítico y originario. Lo que pasaba por alto Platón es que la decisión del nombrar, esto es, insisto, el de vincular una cosa con un signo, es siempre una decisión arbitraria, forzada y violenta porque no existe el signo perfecto para un hecho concreto. Todo nombrar es un recorte atravesado por la misma actividad del nombrar y apoyado en una cosmovisión previa, esto que Lakoff traduce en términos de “marcos” y “conceptos” y que otros, como el epistemólogo Thomas Kuhn, llamarían “paradigma”.
Para finalizar, Lakoff afirma que “el ala derecha ha utilizado mucho tiempo la estrategia de repetir continuamente frases que evocan sus marcos y que definen las cuestiones importantes a su manera. Tal repetición consigue que su lenguaje parezca normal, que el lenguaje cotidiano y sus marcos parezcan normales, modos cotidianos de pensar acerca de las cuestiones importantes. (…) Los periodistas tienen la obligación de no aceptar esta situación y de no utilizar sin más aquellos marcos del ala derecha que han llegado a parecer naturales. Y los periodistas tienen la obligación especial de estudiar el enmarcado y de aprender a ver a través de marcos motivados políticamente”.  A este tipo de pedidos tan razonables, los marcos instituidos de la prensa en Argentina lo llaman despectivamente “hacer periodismo militante”.

      

            

viernes, 13 de diciembre de 2013

¿Neoperiodistas? (publicado el 12/12/13 en Veintitrés)

El discurso que Reynaldo Sietecase brindó en la entrega de los premios TATO generó una polémica sobre el rol del periodismo, una temática, por cierto, bastante trillada. Para quien no lo haya escuchado, Sietecase criticó muy fuertemente, aunque sin mencionarlo, a Jorge Lanata, señalando que los periodistas que denuncian “la grieta” buscan ensancharla cada vez más y que una cosa es ser un periodista crítico y otra muy distinta transformarse en el principal gestor de las operaciones de prensa que impulsa el multimedio que te contrata. Sin embargo, en la misma alocución se refirió, una vez más, sin nombrarlo, a 678, programa de claro sesgo oficialista al que acusó de defender lo indefendible y hacer periodismo militante. Algunos días más tarde en una charla en radio Vórterix, Sietecase pareció extender la crítica a “otros medios afines al gobierno” que “por defender una idea militante” a “rajatabla” acaban justificando acciones del gobierno que no tienen posibilidad de justificación. En este punto, la crítica se expande y alcanzaría, lo digo en potencial porque Sietecase no lo menciona, a medios privados que frecuentemente son acusados de “paraoficiales”. Entre estos medios no sólo estaría la Revista 23, sino también medios en los que trabaja el propio Sietecase como la revista Newsweek (de Sergio Szpolski y Matías Garfunkel, los mismos dueños de la revista que usted está leyendo en este momento) y la Radio Vórterix (que es propiedad del mismo Garfunkel aunque en sociedad con Mario Pergolini).
Para Sietecase, que tiene la envidiable virtud de no justificar lo injustificable pese a trabajar en medios que la oposición llama “paraoficiales”, es momento de refundar o, en todo caso, volver a hacer periodismo alejados de los extremos. Pareciera que eso podría suturar la grieta y tal propuesta es la que me interesa discutir justamente porque creo que hay buena fe en este periodista rosarino que, tras muchos años de trabajar junto a Lanata en Día D o en el diario Crítica, ha hecho un camino propio y una trayectoria meritoria. 
El primer interrogante que se plantea es cuál sería la diferencia entre esta propuesta de neoperiodismo y la siempre tan mentada bandera del periodismo tradicional: la “independencia”, entendida como una síntesis de los valores de la neutralidad y la objetividad, todos ellos, aparentemente, inherentes a la profesión de periodista.  
Es difícil responder. Pareciera que el punto estaría en que los que siempre se dijeron independientes han demostrado no serlo de lo cual se seguiría la necesidad de reemplazarlos para “refundar” el periodismo. Sin embargo, si bien resulta evidente la falta de credibilidad que existe en medios y periodistas consagrados, no se trata de afirmar que los que se dicen independientes ya no lo son. Porque no fue sólo eso lo que se logró en los últimos años. Se logró mostrar, sobre todo y de cara a la opinión pública, que es la independencia en sí misma, y no como atributo de algunos periodistas, la que resulta imposible de alcanzar.   
¿Pero acaso criticar algunas cosas del gobierno y valorar positivamente otras no son la mayor demostración de independencia? No necesariamente. Suponer eso implica confundir independencia (o neutralidad y objetividad) con un promedio entre lo bueno y lo malo que cada gobierno ostentaría. De este modo, el neoperiodismo, más que independiente, sería “promediero”, algo que, justamente, puede llevar a forzar las cosas (no sea que la audiencia interprete que el neoperiodista está “más de un lado que del otro”). Por eso el neoperiodista se encuentra en la obligación de tener que señalar que hay cosas buenas y malas en iguales dosis. Para ello, tiene que quedar bien en claro que hay dos extremos opuestos y que él, obviamente, no está en ninguno de ellos o, lo que es más preocupante aún, que ninguno de ellos califica como “periodismo”.  
El neoperiodismo es ejercido mayoritariamente por periodistas progresistas que alguna vez formaron parte (y forman parte todavía en algunos casos) de medios con línea editorial cercana al oficialismo pero han visto que la disputa cultural que ha librado el kirchnerismo viene a tocar su puerta también. Así es que mucho periodista progresista, en su mayoría generación sub 50, en un principio simpatizó con el énfasis con que el kirchnerismo denunciaba al periodismo tradicional creyendo que esto permitiría que los popes le dejaran lugar a la nueva camada. Pero se equivocaron porque la crítica al periodismo no se circunscribe a una generación ni a nombres específicos: refiere a una forma de entender la comunicación y el vínculo entre sociedad civil y representantes. Porque lo que se busca generar es una relación directa entre representante y representado, sin intermediarios ni presuntos traductores. No se trata, claro, de eliminar las distintas instancias socialmente representativas que existen en una comunidad. Se trata de señalar que ninguna es inmaculada;  que “la muerte de Dios” significó la muerte también de los grandes fundamentos y de las verdades últimas; que no hay perspectiva privilegiada ni asepsia; que la divinidad no habla por boca de nadie.   
Y cuando se hace referencia al periodismo militante nadie alude a un periodismo hecho con pecheras partidarias que distorsiona la realidad en función de sus propios intereses de facción. ¿Quién podría defender eso? ¿Quién podría llamar periodismo a esa actividad? Y, por sobre todo, ¿desde cuándo ser militante es ser idiota? Para que quede claro, entonces: cuando se habla de periodismo militante, o por lo menos lo que yo entiendo por tal, se habla de un inevitable perspectivismo, de la asunción de que cualquier acercamiento a los hechos se hace desde un determinado lugar y una determinada mirada. Desde este punto de vista, todos somos militantes. Asimismo, el periodista militante puede ser crítico y debe serlo como cualquier militante y como cualquier ser humano. Serlo significa intentar ser lo más objetivo posible reconociendo que la objetividad en sí es inalcanzable y no necesariamente un “promedio”. Porque la objetividad y la capacidad crítica pueden arrojar que la lista de lo que nos gusta y no nos gusta de un gobierno esté desnivelada. Dicho de otro modo, es porque tenemos capacidad crítica que podremos afirmar que, quizás, ser objetivos supone reconocer que hay un partido o un gobierno que ha hecho las cosas mejor que otro. Si este es el caso ¿debo forzar una crítica negativa porque soy periodista? ¿Acaso afirmar que un gobierno me gusta más que otro me lleva necesariamente a justificar lo injustificable?  
Por todo lo dicho es que no acuerdo con que haya que refundar el periodismo y me preocupa esta apuesta por lo que, a falta de un término más adecuado, llamé “neoperiodismo”, mirada que, como se habrán percatado, trasciende a la figura de Sietecase. No estoy de acuerdo porque hacerlo sería volver a darle legitimidad y capacidad performativa a una palabra corporativa autonomizada de la sociedad civil. Sería promover el regreso de una casta que costó mucho desnudar. Entiéndase bien. Esto no es ni contra Sietecase (de los mejores periodistas que hay en plaza) ni contra la mayoría de los periodistas que creen poder estar “en el medio” desde la buena fe. Es contra una institución social que, desde su surgimiento allá por el siglo XVIII, se autoproclamó portavoz de las necesidades de la sociedad y árbitro moral de la política. En la Argentina se ha puesto en tela de juicio ese lugar del periodismo y eso ha descolocado a los periodistas de distintas ideologías, incluso a muchos que se sienten afines al gobierno pero no quieren perder la legitimidad y la investidura de su condición de mediadores y de palabra autorizada. Por ello: no refundemos el periodismo. Refundemos el atreverse a pensar por uno mismo asumiendo el carácter relativo de toda mirada y exijámosles a quienes nos representan en las instituciones del Estado del modo más eficaz: participando nosotros mismos.                 



jueves, 12 de diciembre de 2013

Del nombrar y otros saqueos (publicado el 11/12/13 en Diario Registrado)

Una vez que asumimos que la realidad es constituida a través del lenguaje, entendemos que la tarea del nombrar es central pues el qué y el cómo se nombra genera las anteojeras desde las cuales la ciudadanía se vincula con su entorno y con el mundo. De este modo, ser capaz de instalar un nombre implica la imposición de la cosmovisión que ese nombre trae consigo. En las sociedades actuales, la tarea del nombrar está atravesada por, justamente, los medios, y lo que ha sucedido en la última semana no ha sido la excepción. Específicamente, los diarios Clarín y La Nación, pero también muchos otros periodistas y políticos, llaman “conflicto social” a los hechos que se vienen desencadenando desde el autoacuartelamiento de la policía en Córdoba. ¿Pero cómo se puede llamar conflicto social a una extorsión perpetrada por algunos grupos de diversas policías provinciales que actúan en connivencia con bandas narcos y delincuentes saqueadores? La idea, claramente, es instalar una analogía con 1989 y 2001 ¿Pero alguien en su sano juicio puede comparar esta situación con lo ocurrido en aquellos años en que hordas hambrientas, desocupadas y desclasadas decidían salir a vaciar supermercados? Como si esto fuera poco hay comunicadores que, incluso, se atreven a comparar la cantidad de muertos ocurrida el 19 y el 20 de diciembre de 2001 con la lamentable cifra creciente que viene rodeando a los hechos ocurridos en los últimos días. ¿Pero se puede comparar la decisión política de reprimir a los manifestantes que adoptó el gobierno de De la Rúa con, por ejemplo, un muerto por electrocución cuando intentaba ingresar a saquear un comercio? No hay muertos con más valor que otro. Lo que sí es distinto es la responsabilidad del Estado y del poder político. ¿Si un comerciante particular mata a un saqueador en el contexto de una zona liberada por la policía estamos ante una situación análoga a un Estado que da la orden de matar como sucedió en 2001?

Para finalizar, debe quedar claro que afirmar que esto no puede ser llamado “conflicto social” no significa omitir que en el país siga habiendo pobreza y desigualdad más allá de los enormes avances en la reducción de ambas. Mientras éstas existan siempre habrá un conflicto social latente pero lo sucedido en estos últimos días es otra cosa. Estemos bien atentos, entonces, a cómo nombramos pues puede que desde hace mucho tiempo lo que nos estén saqueando, sin que nos demos cuenta, sea, ni más ni menos, el lenguaje.         

domingo, 8 de diciembre de 2013

Un elefante argentino (publicada el 5/12/13 en Veintitrés)

Creo que estamos cerca de descubrir el primer elefante argentino. Pero no festejen señores zoólogos: les voy a hablar de política, de un libro y de las posibilidades de comparar la sociedad estadounidense con la nuestra.
Déjenme presentarles la pregunta inicial: ¿por qué sectores medios y bajos que se benefician directa o indirectamente con subsidios de espíritu redistributivo son los primeros en criticarlos? La pregunta es central porque explicaría, en parte, por qué una parte importante de esos sectores le ha dado la espalda al oficialismo en las últimas elecciones trasladando el voto a candidatos que consideran que los planes sociales son injustos y son sinónimo de vagancia y corrupción.
Un intento de respuesta a este interrogante puede esbozarse a partir de la mirada de un lingüista cognitivista estadounidense llamado George Lakoff quien, en 2004, publicó un libro que compilaba diversas conferencias con un título sugestivo: No pienses en un elefante. El elefante es el símbolo del partido republicano y Lakoff, un demócrata confeso, afirmaba que toda batalla discursiva está perdida de antemano si se adopta la terminología y las categorías del adversario. Así, “no pensar en un elefante” significa que los demócratas deben pensar con categorías y palabras propias si es que desean obtener buenos resultados en las elecciones y resultar vencedores en los principales debates públicos.
De las tantas cosas interesantes del libro quiero destacar su intención de barrer con ese prejuicio en el que una y otra vez caemos los analistas cada vez que gana un oficialismo que no nos gusta. Me refiero, claro está, al famoso “la gente vota con el bolsillo”. En otras palabras, muchas veces suponemos que la única razón que tiene un votante para depositar su voto en una urna es el autointerés económico. Sin embargo, la hipótesis de Lakoff es que a la hora de decidir por un candidato u otro, las razones morales son las que priman, aun por sobre la mirada sobre el terrorismo, la guerra, la economía, la salud y la educación.
Lakoff llega a tal afirmación tras estudiar el comportamiento electoral de la sociedad estadounidense y lo hace en su intento de asesorar al partido demócrata. De hecho, su libro es presentado como un pequeño programa de consejos que les permita a los demócratas ganar elecciones.
Ahora bien, Lakoff cree que esos valores morales decisivos al momento de votar pueden sintetizarse en el ideal familiar que cada uno tiene. Más específicamente, él considera que la diferencia entre demócratas y republicanos tiene como principal cimiento la mirada acerca de cómo se constituye una familia. De hecho, la visión acerca de la familia funciona como una suerte de sinécdoque que pretende ser representativa del ideal de nación estadounidense.           
        Según Lakoff, la visión familiar de los republicanos puede denominarse “de padre estricto” mientras a la de los demócratas la llama “de padres protectores”.
La moral familiar del padre estricto supone que el mundo es un lugar peligroso y que existe el bien y el mal absolutos. Además, afirma que los niños nacen malos, esto es, quieren hacer lo que les place en lugar de hacer el bien. Asimismo, esta perspectiva se sostiene en la idea de que el mundo no es sólo un lugar peligroso sino competitivo en el que habrá ganadores y perdedores y en el que, por lo tanto, hay que prepararse para ello. Esta suerte de darwinismo social mezclado con sesgos religiosos implica, además, una justificación del castigo físico a los niños. En otras palabras, la única manera de no desviarse hacia el mal es tener un padre estricto que castigue los malos comportamientos. La violencia física “endereza” al niño y le fomenta una autodisciplina, un autocontrol de sus “malos instintos” y le permite ingresar en un ámbito público competitivo regulado por las leyes del mercado. En palabras de Lakoff, la moral del padre estricto supone que “si las personas son disciplinadas y persiguen su propio interés en un país de oportunidades como América, prosperarán y serán autosuficientes. Así, el modelo del padre estricto asocia moralidad con prosperidad. La misma disciplina que se necesita para ser moral es la que permite prosperar. El engarce entre ambas es la búsqueda del propio interés”.
 De esto se sigue una mirada acerca de la vinculación entre el individuo y el Estado porque el padre estricto actúa hasta la llegada a la adultez del niño. Si llegado ese momento el niño no ha alcanzado la disciplina que la competitividad del mundo necesita quedará “a la buena de Dios”, que en Estados Unidos, y si se es pobre, se parece bastante a la policía y a las leyes penales. Este punto es interesante porque el Estado no viene a cubrir la moral del padre estricto que no logró ser aprendida durante la etapa del desarrollo. Más bien todo lo contrario: de la moral del padre estricto se deriva la prescindencia del Estado. Ya no hay más papá. Si no aprendiste todo lo que te enseñé aun a fuerza de castigos físicos, lo siento. El Estado no es papá. Bienvenido al mundo.
 ¿Se imagina usted cuál es la mirada que esta moral republicana tiene acerca de los planes sociales? Los planes sociales son inmorales porque premiarían a los que han fracasado y los que han fracasado lo han hecho porque no han logrado alcanzar la autodisciplina que les imponía la moral del padre estricto. Subir impuestos a los ricos para ayudar a los pobres, sería, desde este punto de vista, entonces, injusto e inmoral. A su vez, de la moral del padre estricto se deriva la negativa a la despenalización de aborto (porque quita el castigo a la “falta de disciplina y a la irresponsabilidad de la embarazada”) y una política exterior unilateralista e intervencionista que conocemos bien. 
Frente a la moral del padre estricto, la visión demócrata, la de los padres protectores, supone que los chicos nacen buenos y que el padre no es el jefe de familia sino que tanto la madre como el padre son responsables de proteger a los hijos. Asimismo, esta idea de protección se traslada al Estado y, aun en la adultez, la visión demócrata supone que es una obligación estatal proteger al medio ambiente, a los trabajadores y al ciudadano en general en temas de salud, vivienda, etc. Asimismo, a diferencia de la moral del padre estricto, se supone que la competitividad está viciada desde el comienzo por un modelo que no da las mismas oportunidades a todos. De aquí que el Estado tenga que ser activo para que todos puedan comenzar la carrera desde el mismo lugar y proteja, a través de planes sociales, a los que corren con desventaja. Esta mirada se traduce a todos los órdenes y, por supuesto, aboga por la despenalización del aborto y por una política internacional distinta a la que impone el Pentágono tanto a las administraciones republicanas como demócratas.     
Como reflexión final, la sociedad estadounidense no es la sociedad argentina y los enormes presupuestos de psicología cognitiva que incluye Lakoff y que aquí no fueron desarrollados, merecen una discusión aparte. Sin embargo, esta mirada puede dar lugar a algunos disparadores interesantes con consecuencias políticas diversas no sólo en las estrategias de campañas sino en el diseño de políticas públicas. ¿Será que una parte importante de los sectores postergados en la Argentina, aquellos que se benefician con ingentes sumas de subsidios y planes, sostienen una moral de padre estricto y creen que en el fondo es injusto e inmoral que el Estado los ayude? De ser así, ¿a través de qué mecanismos discursivos esos sectores acabaron naturalizando una mirada que, trasladada al Estado, acaba perpetuando la iniquidad? ¿Se puede hacer frente a esta perspectiva hegemónica? ¿Acaso no es esa la verdadera batalla cultural? Responder este tipo de preguntas parece central pues, de no poder hacerlo, cualquier intento de transformación social profundo chocará con un elefante argentino suelto que, con un poquito de estímulo, será capaz de destruirlo todo.    
                      

viernes, 29 de noviembre de 2013

Cristo Vence (publicado el 28/11/13 en Veintitrés)

Y un día, en la formulación de un proyecto de reforma del código civil, apareció un pequeño párrafo muy osado: “La propiedad tiene una función social y, en consecuencia, está sometida a las obligaciones que establece la ley con fines de bien común”. Esta referencia desató la respuesta de los sectores más recalcitrantemente rancios del liberalismo conservador decimonónico. Y, como no podía ser de otra manera, el diario La Nación volvió a ser la “tribuna de doctrina” y la una usina ideológica que recuerda los episodios de nuestra historia que, a los ojos del presente, parecían superados. De menor a mayor, un periodista independiente y editorialista de ese diario, Mariano Obarrio, publicó en una red social el 15 de noviembre lo siguiente: “El nuevo Código Civil establece la función social de la propiedad. Mañana tu casa, tu campo o tu empresa podrá ser afectado por la “función social””; “El nuevo Código Civil dicta que tus derechos individuales no regirán si afectan derechos de incidencia colectiva que no precisa. Lo define CFK”. El delirio de Obarrio, basado en un autorelato que incluye monstruos comunistas autoritarios y un susto ancestral que regresa una y otra vez de modo fantasmático, fue reproducido por una nota de Laura Serra en el mismo diario el 17 de noviembre cuyo título exime de comentario alguno: “Polémica por un avance sobre la propiedad privada”. En la misma línea, ese diario publicó un editorial el domingo 24 de noviembre en el que afirma que la propuesta gubernamental “favorece la irrupción del Estado en materia de propiedad privada, en forma más apropiada para países colectivistas que para los que celebran (…) 30 años de democracia”.       
La controversia es de lo más interesante, justamente, porque es compleja y porque muestra que aquellos que hacen apología zonza del futuro como un simple “mirar para adelante”, buscan defender sus privilegios con argumentos idénticos a los que utilizaron el pasado.
Porque en nuestro país la discusión en torno a la función social de la propiedad se dio en el marco de la reforma constitucional de 1949, la llamada “constitución peronista”, que estuvo vigente hasta que, en 1957, los militares que perpetraron el golpe contra Perón decidieron, ahí sí, de forma autoritaria, regresar a la constitución de 1853, esto es, a una constitución del pasado cuyo sentido difícilmente podía ser representativo de la sociedad argentina más de 100 años después.
El significado de la función social de la propiedad es bien explicado por el ideólogo de la “reforma peronista”, el constitucionalista Arturo Sampay, en el Informe del despacho de la mayoría de la Constitución revisora, el 8 de marzo de 1949. El aporte de Sampay se apoya en razones contextuales y en principios de larga data. En cuanto a los primeros, este entrerriano de fuerte formación católica, indica que con la irrupción de las masas en la Argentina (y en el mundo) las constituciones liberales del siglo XIX han entrado en crisis, en particular, en su parte dogmática, esto es, en lo que refiere a la descripción de los derechos ciudadanos. La cuestión parece bastante razonable pues en el contexto de democracias de masas y gobiernos populares que representan un sentir mayoritario que va contra los privilegios de unos pocos, ¿tiene sentido mantener los pilares constitucionales que justificaron la desigualdad y la concentración? En otras palabras, una constitución con un espíritu económico explícitamente liberal fundamentada en una concepción individualista del hombre y, como consecuencia de ello, en un concepto de propiedad privada absoluta, ¿podría dar cuenta de las necesidades de las mayorías que irrumpían en la arena pública?
Ahora bien, ¿el hecho de que la propiedad tenga una función social supone la abolición de la propiedad privada? No, y el diario La Nación y sus periodistas deberían saberlo. De hecho, el propio Sampay (en consonancia con la doctrina justicialista que el propio Perón expuso en el discurso que brindó en el Congreso de Filosofía de 1949) indica que en la reforma constitucional se conserva el carácter individual de la propiedad. Pero de lo que se trata es de complementar la iniciativa privada con el bien común. De aquí que, en palabras de Sampay, la propiedad siga siendo individual pero tenga dos funciones: una personal “en cuanto tiene como fundamento la exigencia de que se garantice la libertad y la afirmación de la persona” y otra social “en cuanto esa afirmación no es posible fuera de la sociedad, sin el concurso de la comunidad que la sobrelleva, y en cuanto es previa la destinación de los bienes exteriores en provecho de todos los hombres”. Y aquí la cuestión se empieza a poner curiosa porque los mismos medios y editorialistas que acusan al kirchnerismo de desafiar a la Iglesia, omiten rastrear el origen de la idea de la función social de la propiedad. Sí, aunque usted no lo crea, es lo que se conoce como Doctrina Social de la Iglesia la que incluyó en la agenda tanto este sentido de la propiedad como la idea misma de Justicia social en tanto criterio para complementar el bien común con la iniciativa individual que, en el marco del capitalismo, se desliza rápidamente hacia la usura. La Doctrina Social de la Iglesia consiste en un conjunto de encíclicas y documentos en los que la iglesia encara temáticas sociales. Siguiendo la línea tomista, la cual, a su vez, es heredera de la mirada aristotélica, el primer antecedente estaría en la encíclica formulada por el papa León XIII, Rerum Novarum, en 1891, denunciando los estragos que el capitalismo realizaba entre la clase trabajadora. También es muy recordada la encíclica de Pío XI Quadragesimo anno, de 1931, y es esta mirada la que prevalece en el Concilio Vaticano II (1962-1965) y en la encíclica de Pablo VI Populorum progressio, (1967) que da lugar a la línea de los curas tercermundistas.
La clave es la afirmación de que la felicidad humana y la realización personal están atadas también a cierto mínimo contenido material. En otras palabras, en lo que se conoce como destino universal de los bienes, Dios habría querido que todo hombre tuviera acceso como mínimo a la parcela de tierra que pudiese trabajar. Dicho de otra manera, la concentración de la propiedad privada no puede generar hombres sin acceso a la propiedad. En este sentido, el informe anteriormente citado dedica algunos párrafos a la situación del campo y aclara que el Estado deberá intervenir de modo tal de garantizar a cada familia labriega la posibilidad de convertirse en dueño de la tierra que trabaja. De hecho, más cercanos en el tiempo, Juan Pablo II, un papa que difícilmente pueda ser tildado de comunista, afirmaba en la encíclica Laborem exercens de 1981: “La tradición cristiana nunca ha aceptado el derecho a la propiedad privada como absoluto e intocable. Al contrario, siempre lo ha entendido en el contexto más amplio del derecho común de todos a usar los bienes de la creación entera: el derecho a la propiedad privada como subordinada al uso común, al destino universal de los bienes”. Pero esta es la parte de la Iglesia que no le gusta a La Nación ni a Obarrio.
El vínculo entre peronismo y Doctrina Social era tan estrecho que el propio Perón, en su carta de agradecimiento a Sampay por haberle hecho llegar un volumen de su Espíritu de la Reforma Constitucional, afirma que este escrito “constituye una fidelísima interpretación de los ideales que nos decidieron a cambiar la Ley Fundamental de La Nación. Su difusión contribuirá sin duda eficazmente al cabal conocimiento de la trascendental obra realizada, que ha logrado concretar en nuestro país la antigua aspiración de la Humanidad, invocada en la encíclica del Pontífice Pío XI con la transformación del capital expoliador en instrumento de felicidad social”.  
 Para finalizar, viene al caso mencionar que la función social justifica la expropiación pero no la confiscación. Esto significa que, como en el caso de REPSOL, el Estado Argentino puede actuar sobre la propiedad privada pero con una debida justificación y con el correspondiente resarcimiento económico. Asimismo, esto muestra que nuestra Constitución actual, más allá de haber heredado el espíritu liberal de inspiración alberdiana, entiende que la propiedad privada no es absoluta. Esto se sigue de haberle dado jerarquía constitucional a tratados internacionales como la Convención Americana de Derechos Humanos que en su artículo 21 indica “Toda persona tiene derecho al uso y goce de sus bienes. La ley puede subordinar tal uso y goce al interés social”.
Lamentablemente, la presión mediática y la natural búsqueda de consensos amplios, hicieron que el oficialismo quitara el párrafo controvertido que hacía referencia a la función social. Es así: a veces pierde esa línea de la Iglesia que se preocupa verdaderamente por los pobres y los problemas sociales. Es en los momentos en que el diario La Nación se pone contento y, como en 1955, “Cristo Vence”.    


sábado, 23 de noviembre de 2013

El territorio de la política (publicado el 21/11/13 en Veintitrés)

¿Existe una tensión entre suponer que la gran disputa política de la actualidad es la batalla cultural que se libra especialmente en el terreno de los medios masivos de comunicación y, al mismo tiempo, considerar como valor esencial del movimiento la militancia territorial? De la respuesta que demos a esta pregunta puede surgir este otro interrogante: ¿necesitamos más semiólogos que analicen los medios y disputen agenda o más militantes clásicos que “bajen” y construyan desde la base un poder territorial con características propias?
Para responder ambas cuestiones me voy a servir de algunas categorías de uno de los últimos libros del sociólogo español y experto en comunicación, Manuel Castells: Comunicación y poder.
Lo que indica este académico, uno de los más citados en el mundo, es que, en la actualidad, la política es fundamentalmente una política mediática, es decir, transcurre en y a través de los medios masivos de comunicación. Todo pasa por allí, comenzando por el nivel de conocimiento que el electorado puede tener de un candidato. Pues tener presencia en los medios parece transformarse, de por sí, en un mérito y en un sinónimo de legitimidad y hasta de existencia (“Ser es ser publicado” diría Borges).        
A su vez, la política mediática es la que hace que alcancen fama y respeto los asesores de imagen pues, bajo esta lógica, las campañas se basan en la instalación de agendas y candidatos, y en la práctica del acoso sistemático al adversario. Pero de la mano de estos dos aspectos Castells menciona un tercer elemento de la política mediática: la personalización. Esto significa que, bajo la suposición de que la construcción de significados se da a través de imágenes que se “incrustan” en el cerebro para desde allí construir redes de asociación, lo que hay que hacer es instalar una imagen y la imagen más fácil de instalar es la de un rostro (esto incluye el carácter, su aspecto, sus modos, etc.). Así, en la política mediática, votamos rostros, esto es, ni programas, ni partidos. Sólo rostros. En palabras de Castells: “Quizás el mecanismo más fundamental que vincula política mediática y personalización de la política sea lo que Popkin denominó “Racionalidad de poca información” [cuando demuestra] que los votantes suelen ser “avaros cognitivos” que no se encuentran cómodos manejando temas políticos complejos y que por lo tanto basan su voto en experiencias de la vida diaria como la información obtenida en los medios de comunicación y las opiniones basadas en la interacción diaria con su entorno (…). La manera más simple de conseguir información sobre un candidato es formarse opinión a partir de su aspecto y rasgos de personalidad”.
La consecuencia natural de esto es bastante curiosa pues los mismos medios que editorializan con tono decadentista el hecho real de la disolución de los partidos y los cultos personalistas, son los que ayudan a constituir el fenómeno que ellos mismos critican.
Pero volviendo a los interrogantes iniciales, si, efectivamente, la política hoy fuese nada más que política mediática, necesitaríamos aunar fuerzas para dar la disputa en el terreno de la comunicación masiva. Sin embargo, el kirchnerismo, al tiempo que da una enorme batalla en la arena de los medios también se erige sobre un valor que, algunos, consideran anacrónico: la militancia. Por supuesto que entiendo que militante se puede ser en diversos órdenes y en distintas formas pero yo me estoy refiriendo a la celebración de la militancia territorial, la de los barrios, la del cara a cara y casa por casa, la del estrechar los vínculos comunitarios y solucionar los problemas cotidianos del vecino. Reivindicar este tipo de acción política, juzgan los críticos, es no comprender que la política en la posmodernidad es líquida, desterritorializada, pura fachada; es haberse quedado en categorías de la modernidad como soberanía, territorio y comunidades esencializadas. Además sería reproducir el verticalismo feudal que tanto habría caracterizado la constitución de identidades políticas en Latinoamérica.
Ahora bien, esta militancia tan antiposmoderna, que levanta banderas (aunque no prácticas) de los años 70, y que en tiempos de dictadura fue resistencia, es la reivindicada por la mayoría de las agrupaciones juveniles que acompañan al gobierno y que, pareciendo apoyar la lógica dilemática que planteé al principio, tienen un profundo rechazo a la exposición mediática. Así, salvo el caso a cuenta gotas del “Cuervo” Larroque, prácticamente no hay referentes juveniles que provengan del territorio y circulen frecuentemente por los medios. Y los que tienen una historia más larga vinculados a movimientos sociales y solían aparecer con asiduidad en radio o televisión, como por ejemplo Luis D elía, hoy utilizan canales propios para no exponerse a la lapidación mediática de periodistas y audiencias que sólo los interpelan para confirmar prejuicios. Entiéndase bien: no es una crítica al accionar de los militantes en los medios. Es, simplemente, una descripción de lo que, parecerían, dos campos claramente delimitados: el de la política mediática y el de la militancia territorial.
Dicho esto, para finalizar, quisiera realizar algunas reflexiones tomando como disparadores los interrogantes iniciales. En primer lugar, hacer política, al menos en la Argentina, necesita de ambas patas: la mediática y la territorial. Así que hacen falta más comunicadores y más militantes de base. Si existen hombres y mujeres que pudieran desempeñar ambas funciones mejor, y si no, que cada uno aporte en lo que pueda. En segundo lugar, me atrevería a afirmar, como hipótesis, que la razón profunda por la que la prensa hegemónica y su consecuente sentido común ataca a la militancia es porque ésta le disputa el terreno donde hacer política. En otras palabras, la política mediática ha trasladado el ágora y el espacio público a los estudios de televisión buscando una política mediada, valga la redundancia, por el medio, esto es, por sus periodistas y, por sobre todo, por la propia lógica mediática que excede a esos mismos periodistas. Pero la militancia entiende que la política no se juega allí sino en el territorio, lejos de los efectismos de los rostros mediáticos, del cortoplacismo de las campañas y del vértigo de la información. Y esto planeta una disputa que tiene batallas ganadas para un lado y el otro: muchas veces la instalación mediática de un candidato no pudo contra la organización de base pero otras veces sí. Asimismo, antes, la política territorial suponía cierto control y garantía de ocupación del espacio público. Sin embargo, hoy, desde los medios tradicionales y las redes sociales virtuales también es posible movilizar masivamente más allá de que estas movilizaciones tengan, todavía, mucho de espasmódicas.
De esto se sigue que para hacer política hoy no hay que descuidar ninguno de los polos del falso dilema: hay que hacer militancia territorial pero también dar una disputa comunicacional en la que ningún gobierno la tiene fácil. Creer que la disputa debe darse sólo en la arena mediática es lo que lleva a creer que una derrota electoral es simplemente un “error de comunicación”, reduciendo la política a un asunto de expertos en marketing y candidatos simpáticos con buena llegada al mundo de la farándula. Lo que sucede en los medios es central y se disputa día a día en cada noticia y en cada agenda. Pero creer que la disputa debe darse exclusivamente en los medios dejando de lado lo que se cuece en el territorio, sería equivalente a la situación en la que un equipo de fútbol tiene que jugar una final de ida y vuelta y cree que lo que más le conviene es jugar los dos partidos de visitante.                                  

























viernes, 15 de noviembre de 2013

Una voz detrás de las dos voces (publicado el 14/11/13 en Veintitrés)


En el año 2003, Maxwell Boykoff y Jules Boykoff publicaron el resultado de una investigación que, desde mi punto de vista, permite profundizar los análisis sobre medios de comunicación tan necesarios en la Argentina de hoy. Lo que hicieron estos investigadores fue analizar 636 artículos vinculados a la problemática medioambiental publicados entre 1988 y 2002 en los principales diarios estadounidenses (New York Times, Washington Post, Los Angeles Times y Wall Street Journal). Tal trabajo fue motivado por una pregunta inicial: ¿por qué existe una tensión tan grande entre la opinión de la comunidad científica y la opinión del ciudadano medio respecto a este tema? Pero para que pueda comprenderse mejor este interrogante es necesario dar dos informaciones complementarias. En primer lugar: comenzar en 1988 no es una fecha arbitraria pues se trata del año en que por primera vez un científico de la NASA, en el mismísimo Congreso de Estados Unidos, indicó que el cambio climático obedecía a la acción del Hombre y que, de no haber una acción inmediata, el daño sería irreversible. En ese mismo año, la Primer Ministro británica Margaret Thatcher también advirtió sobre el riesgo por el que atravesaría el planeta si se continuaba con esta espiral de contaminación. Estos dos casos, naturalmente, hicieron que la cuestión medioambiental comenzar a ganar un espacio en los medios de comunicación que antes no existía. Pero, en segundo lugar, el ejemplo del tratamiento de la agenda, llamemos, “ecologista”, es un caso interesante porque allí se da un fenómeno no muy frecuente que los autores se encargan de documentar, pues el enorme consenso existente en la comunidad científica acerca del modo en que la acción del Hombre está afectando el futuro del planeta contrasta con el escepticismo que, en esta materia, expresa la opinión pública.

 Dado que generalmente el ciudadano común toma conocimiento de los avances científicos gracias a los medios, es natural sospechar que la disociación entre el punto de vista de la comunidad científica y la mirada de la opinión pública puede estar originada en los modos en que las noticias se expresan. Y un indicio de esto puede aparecer si respondemos por qué los medios de comunicación (en este caso, los medios gráficos) mayoritariamente otorgan el mismo espacio a la palabra de un científico que a la palabra de algún referente de otra área que pone en tela de juicio la visión de la comunidad científica. Lo diré de otra manera: si está probado que es el Hombre el que atenta contra el planeta y por “probado” entiendo la opinión casi unánime de la comunidad científica al respecto, ¿tiene sentido que un diario ponga en igualdad de condiciones como parte de un debate entre “pares”, o entre posiciones igualmente legítimas, la mirada de un científico y la mirada escéptica que, por ejemplo, sostuvieron referentes del partido republicano o líderes religiosos? En este punto es probable que todos acudamos a una teoría conspirativa por la cual podríamos decir que poner en pie de igualdad ambas posiciones obedece a que existen sectores de la dirigencia estadounidense cómplices de las principales industrias contaminantes que, a su vez, tienen intereses comunes con los principales medios de comunicación. Los investigadores entienden que algo de eso hay pero van más allá y es ahí donde la hipótesis me resulta interesante pues lo que ellos afirman es que lo que iguala dos posiciones cuya base de sustentación es claramente distinta, es lo que podría traducirse como “norma del equilibrio”, esto es, una serie de principios inherentes al periodismo más allá de su línea editorial. La norma del equilibrio exigida a todo buen periodista presupone que la manera correcta de informar a la población es presentando siempre las dos miradas (antagónicas) que existen sobre una temática. Así, cualquiera que haya estado dentro de un medio sabrá que cuando un referente público dice “A” se hace preciso buscar algún referente público que diga “No A”. Gracias a esta lógica es que puede comprenderse que de los 636 artículos analizados por los investigadores el 78% presentaran los dos puntos de vista como si tuvieran la misma legitimidad y la misma jerarquía.

Si salimos de esta investigación puntual y pensamos en medios audiovisuales, especialmente la TV, la escenificación en formato polemista es harto frecuente no sólo en programas políticos. Y sobre esta base es que pueden hacerse varias preguntas. La primera es si sobre todos los temas sólo puede haber dos posiciones. ¿No podría haber tres, cinco o mil posiciones distintas? ¿De dónde surge esta excitación binaria que imponen los medios? Por otra parte, ¿esta perspectiva promueve el debate público o más bien lo restringe? Pensemos en un ejemplo: ¿por qué cuando hablamos de drogas los únicos interlocutores válidos son un periodista que dirige una publicación dedicada a promover las bondades del consumo de marihuana y un abogado que establece una cruzada con rasgos profundamente autoritarios contra la despenalización? ¿Por qué cuando hablamos de aborto llevamos a una feminista recalcitrante a enfrentar a una mujer que en cualquier momento asume haber quedado embarazada por obra del espíritu santo? ¿Acaso es porque en ambas situaciones se presentan posiciones que gozan de una misma legitimidad o, al menos, representatividad? No, lo que importa es que aparezcan las dos miradas antagónicas aun cuando pudiera darse que una de ellas sea defendida por una amplia mayoría y goce de todo el sustento científico. Esta lógica mediática es la que explica, también, que en el plano político se le dé un espacio desmesurado a determinados sujetos cuyo mérito, antes que sustentarse en las urnas o en una propuesta constructiva y coherente, se caracteriza por una compulsión a la radicalización y a la crítica hiperbólica.

En esta línea, y ya que hablamos de programas políticos, creo que la investigación realizada por los Boykoff debió ir un paso más allá, pues lo que ellos denominan “norma del equilibrio” supone una mirada acerca del rol del periodismo que los propios medios han constituido. Porque no estamos teniendo en cuenta que cuando en un estudio de televisión se establece un debate entre dos posiciones radicalmente opuestas, lo que se quiere mostrar, subrepticia y sigilosamente, es que la posición correcta se da en el justo punto medio entre esas dos miradas. Y en ese justo punto medio el que está es el periodista, esto es, el “equilibrado”, el que encuentra “lo bueno de cada una de las posiciones” y “critica lo malo” de estas miradas extremas. Se establece así una valoración de los puntos medios, del centro versus los extremos, y la representación de ese centro donde yace la verdad es el periodista. Esta construcción está fuertemente internalizada más allá de que ha habido un cambio cultural importante en los últimos años que ha puesto en tela de juicio las bondades de pertenecer al “centro”, o, si se quiere, que ha denunciado que “el centro” no es una mirada equilibrada entre dos extremos, sino una posición que intenta autolegitimarse desde la pretendida asepsia de la neutralidad y la objetividad. Por todo esto es que hay que desconfiar de aquellos periodistas que se vanaglorian de dar lugar a todo el arco de opiniones mientras presentan un esquema en el que hay sólo dos voces. Tal desconfianza debe servir para agudizar los sentidos y notar que detrás de las supuestas dos únicas voces, está la voz del periodista que, sin decir nada y con apenas la escenificación de una polémica entre contrarios, emerge como el receptáculo de una única verdad a pesar de no ser otra cosa que, simplemente, una voz más.           

                    

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Bestiario político argentino N° 16: Los gorgones (publicado el 8/11/13 en Diario Registrado)


A falta de una descripción más adecuada, cabe decir que los gorgones son una suerte de seres mixtos que tienen una vida e identidad propia pero son capaces de reunirse y generar un único individuo semejante a lo que sería un pulpo gigante. Si aun no le resulta claro piense en la posibilidad de tentáculos que tienen vida autónoma pero que pueden llegar a unirse por voluntad propia para generar un nuevo individuo verdaderamente monstruoso al cual se le pueden seguir injertando tentáculos de manera ilimitada. Según Homero, los gorgones en forma de tentáculo llegaron a ser casi 300, eran hijos de GEA y hermanos de las Gorgonas Esteno, Euríale y Medusa, recordada por poseer serpientes en lugar de cabellos. Con Medusa compartían tanto el hecho de ser mortales como el poder de petrificar, cuando lograban unirse, a todo aquel que osara mirarles su horrendo rostro. Esta característica hizo que se asociara a los gorgones con la protección de los templos, es decir, aquellos lugares donde dicen que reside la verdad y donde es posible alcanzar lo realmente existente. Pero ya desde mediados del siglo XX esa hipótesis sólo puede resultar risueña.

Hesíodo, en cambio, dice que los gorgones no eran hermanos sino hijos de Medusa y que fueron el producto de las 300 gotas de sangre que surgieron en el momento en que Perseo la decapitó. Más tarde, Apolodoro le dio a la leyenda la forma actual y habló de ellos como estos seres que poseen una naturaleza centrípeta que los conmina a reunirse en un gran monstruo salvo que alguna fuerza externa los mantenga adecuados a su dispersión.

Más allá de los desacuerdos o las diferentes descripciones que existen sobre estas criaturas, todos los autores coinciden en algo: la única manera de salvarse de ellos, sea que vengan en grupo como un gran monstruo, sea que vengan individualmente como un tentáculo, es no mirarlos. Si esta advertencia no ha llegado a tiempo y, tras mirarlos, usted ha quedado en estado pétreo, pida ayuda a algún amigo, haga que éste le gire el rostro para dejar a los gorgones a su espalda y verá cómo paulatinamente lo que comenzará a ver y a sentir será algo que los griegos (y los argentinos) llaman “realidad”.       

 

 

sábado, 9 de noviembre de 2013

La libertad (privada) de expresión (publicada el 7/11/2013 en Veintitrés)


Estoy muy preocupado por la libertad de expresión en Argentina. Y tan preocupados como yo, aunque por razones opuestas, 7 periodistas argentinos, representantes de medios hegemónicos, viajaron a Washington para exponer su perspectiva ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que, generosamente, les había otorgado esa posibilidad. Del intercambio con los miembros de la Comisión quisiera tomar como disparador una de las preguntas que la relatora para la libertad de expresión, la colombiana Catalina Botero, les hizo a los expositores Magdalena Ruiz Guiñazú y Joaquín Morales Solá. Se trata de una interrogación simple, diría yo, de un sentido común llano que los interpeló consultándoles si las críticas públicas que ellos juzgan de persecuciones gubernamentales “no se tratan también del ejercicio de la libertad de expresión de un sector de la sociedad civil” y que, en tanto tal, deberían “respetarse esas manifestaciones”.        

Pero para profundizar en este aspecto debemos comprender la compleja arquitectura argumentativa que los periodistas mencionados expusieron en Washington y en la Argentina durante los últimos años, construcción que no siempre es explicitada. La cuestión sería más o menos así: el gobierno, afirman, ataca a los periodistas con una campaña de deslegitimación. ¿Lo hace a través de alguna política pública? No, lo hace desde el Canal estatal con un programa que se llama 678. ¿Sólo desde allí lo hace? No, pues, y esto lo agrego yo, sería insólito que un programa de Televisión que sale 6 horas por semana, es decir, que ocupa el 3,57% del aire de la pantalla de la TV pública y que no llega a un promedio de 3 puntos de rating, haya sido capaz de generar semejante clima social de animadversión hacia el libre ejercicio del periodismo independiente. ¿Pues entonces? No se trata sólo de 678, dicen, sino también de otros programas (TVR y Duro de Domar, pertenecientes a la misma productora) emitidos en canales privados (canal 9). Esto se complementa con, agregarían, una política de apoyar económicamente desde el gobierno a un conjunto de medios privados alternativos de carácter paraestatal que también se ocupan de esmerilar el buen nombre de los periodistas profesionales. Por si esto fuera poco, concluiría el razonamiento de estos periodistas, los propios funcionarios del gobierno se refieren con nombre y apellido a periodistas independientes y muchas veces los acusan de realizar operaciones de prensa o, lisa y llanamente, de mentir.

Esta lógica argumentativa, por supuesto, trascendió el ámbito del periodismo y hoy en día es utilizada por hombres del espectáculo y de las letras como podrían ser el escritor Marcelo Birmajer, el cineasta Juan José Campanella o el cómico Alfredo Casero. El primero, quien se expresa cotidianamente no sólo en sus obras sino en sus columnas del diario Clarín y como guionista del programa de TV de Jorge Lanata, afirmó la última semana que “nunca se había sentido tan perseguido como ahora”. En cuanto al director de Metegol, quien a través de su cuenta de Twitter gusta de intervenir en los debates públicos y ha expuesto su compromiso político siendo fiscal de la Alianza UNEN en las últimas elecciones, su visión de la libertad de expresión ha sido expuesta en una de sus últimas apariciones radiales cuando acusó a los productos de Diego Gvirtz (los ya mencionados 678, TVR y DDD) de “escracharlo”. Por último, Alfredo Casero amenaza con ir a organismos internacionales para reclamar a 678 un derecho a réplica.

Expuesto el estado de la cuestión es que imagino que ustedes comprenderán mi profunda preocupación acerca de la libertad de expresión en la Argentina. Y hablo en nombre propio porque pertenezco al staff de 678 y escribo en esta revista que es acusada de ser parte de la corporación de medios paraestatal. Mi preocupación, entonces, tiene que ver con que presentaciones como las que realizaron los periodistas mencionados y argumentaciones como las recién expuestas por hombres de las más diversas disciplinas impedirían, a quien escribe y a todos aquellos trabajadores de los medios públicos, expresarse. Pero no conformes con ello también vulnerarían la libertad de expresión de aquellos que trabajamos en medios privados como esta revista pero tenemos una mirada distinta a la de las corporaciones mediáticas y nos sentimos representados por varias de las políticas gubernamentales. Porque, seamos claros: el mote de “paraestatal” es el eufemismo con el cual se designa a todo aquel medio que no siga la agenda hegemónica y/u ose criticar a los periodistas autodenominados independientes. Claro que no es casual la utilización de este eufemismo porque lo que se busca instalar es que por la voz y la pluma de todos aquellos que trabajamos en medios públicos (o privados pero con agenda crítica hacia el periodismo tradicional) somos la voz del gobierno y también del Estado. Sólo así se explica que los informes y las opiniones que se vierten en un programa de TV Pública puedan ser vistos como una persecución o un escrache. Pues de no ser así, ¿por qué la crítica que los periodistas hegemónicos realizan a los periodistas de medios públicos (o privados con agenda alternativa) acusándolos de inmorales, corruptos, mentirosos y distorsionadores, son un ejercicio de la libertad de expresión, y la crítica a los periodistas hegemónicos es un ataque a este principio fundamental de las democracias modernas? Pareciera así que la libertad de expresión sería sólo aquello que puede ejercerse desde medios privados críticos al gobierno. Todo lo otro sería propaganda o persecución. La misma lógica privatista es la que hace que algunos periodistas afirmen que una manifestación en la que ciudadanos los critican utilizando pancartas es una metodología cercana a una lapidación pública o a un juicio revolucionario, pero una movilización en la que otros ciudadanos llevan pancartas y cacerolas criticando a los políticos es una de las formas de la participación cívica. Dicho más fácil y quitando ahora a aquellos hombres y mujeres que ejercen el periodismo desde una agenda distinta a la que impone la concentración mediática: ¿por qué una manifestación puede criticar a un funcionario y no a un periodista? ¿Será porque al funcionario le “pagamos entre todos”? ¿Pero el hecho de que “le paguemos entre todos” nos faculta a agraviarlo o a atacar su credibilidad?  ¿Significa esto que la razón por la que consideramos que una manifestación contra un político es un ejercicio de libertad y contra un periodista es una persecución, es que el político es una suerte de extensión de la propiedad privada que surge del hecho de “somos todos los que le pagamos el sueldo”? Dirán que hay que diferenciar al funcionario público del periodista. De acuerdo (más allá de que al periodista privado opositor también le pagamos el sueldo a través de la pauta oficial que esos programas reciben). ¿Pero eso significa que un ciudadano como usted o como yo no podemos públicamente desde una revista, un programa de televisión o una pancarta, criticar a un periodista o al periodismo en general? ¿Por qué? ¿Afirmar públicamente que determinado periodista (o actor, o cineasta o lo que fuera) defiende intereses y eventualmente poder mostrar una y otra vez sus contradicciones es una persecución? ¿Por qué hacer eso con un periodista sería una persecución pero hacerlo con un político es un ejercicio ciudadano? 

Para finalizar, debe quedar claro que los medios de la productora de Gvirtz no son el gobierno y no son el Estado aun cuando uno de sus productos se emitiera por el canal público. Tampoco son el Estado o el gobierno aquellas publicaciones, incluyendo esta misma revista, que mantienen una agenda distinta a la hegemónica. Porque no hay que confundir: los programas de la productora de Gvirtz tienen un inocultable sesgo oficialista del mismo modo que las denominadas publicaciones paraestatales en mayor o menor medida pueden tenerlo. Pero eso no significa ser el “brazo armado de tinta” del gobierno o del Estado. Se trata, simplemente, del ejercicio de la libertad de expresión. Ejercicio que puede realizarse desde el ámbito privado con una línea claramente antigubernamental pero también desde los medios públicos y desde los medios privados con una bajada de línea más afín a la propuesta del kirchnerismo. Dicho esto, espero que entienda mi preocupación acerca de la libertad de expresión en la Argentina pues quienes dicen sentirse amenazados buscan naturalizar una concepción de la libertad de expresión restringida por la cual ésta sólo podría ser ejercida desde un medio privado cuya línea editorial sea opositora al gobierno. Tengo miedo que esta mirada restrictiva prospere y afecte a todos aquellos a los que nos interesa un debate público abierto, a las futuras generaciones y a nuestro destino republicano.     

 

viernes, 1 de noviembre de 2013

Tres patas en busca de una fuente (publicado el 31/10/13 en Veintitrés)

Poco dato duro y mucha especulación blanda parece haber arrojado el análisis de los resultados de las elecciones legislativas en Argentina. Tal combinación no es casual pues cuanto más se intenta revestir de reflexión sesuda una expresión de deseo, más necesario es diluir la frialdad de los números en titulares concluyentes. De hecho, hasta ahora, no ha habido editorialista de medio hegemónico que se haya privado de asociar la palabra “derrota” y la sensación de “fin de ciclo” con el kirchnerismo. No aprendieron del cachetazo que les dio lo sucedido entre 2009 y 2011 cuando el gobierno que anunciaban en retirada terminó alcanzando el 54% de los votos; o quizás sí lo aprendieron pero el público se renueva, la memoria es frágil y el continuo estado de emoción los vuelve casi inimputables. Por mi parte, quiero brindar una cuota de especulación blanda e irresponsable pero también algún dato duro. Porque el dato duro dice cosas. Dice, por ejemplo, que el kirchnerismo es la primera minoría a nivel nacional tras 10 años de gobierno, que va a mantener el quórum propio en ambas cámaras, que pasó de un 26% en las PASO a un 33% en las elecciones del domingo último ganando en la mitad de las provincias, (revirtiendo resultados en San Juan, La Rioja y la ciudad de Formosa), y realizando performances dignas en Córdoba y Santa Fe, tanto en relación con lo sucedido en esas provincias en 2009 como en las últimas internas abiertas y simultáneas. Sin embargo, los datos duros también muestran que el kirchnerismo perdió en los 5 distritos más numerosos del país. Al menos 4 de ellos (CABA, Mendoza, Córdoba y Santa Fe) generalmente le resultaron hostiles pero el resultado de la Provincia de Buenos Aires ha sido el más sorprendente más allá de que la diferencia de casi 12 puntos era previsible tras las PASO, y que el propio Néstor Kirchner había perdido allí una elección de medio término frente a De Narváez. 
Expresados ya los datos duros, permítame la especulación, aquella de la que tanto vivimos los que tenemos la posibilidad de brindar una opinión en un medio masivo. Porque no hay nada mejor que hacer futurología en el contexto en el que un oficialismo pierde en los 5 distritos cuyo peso electoral alcanza, sumado, casi el 70% del padrón y que, en tanto tal, conlleva que cada uno de los triunfadores se transforme naturalmente en potencial candidato a presidente. Pero es ahí donde el optimismo opositor debiera ser algo más cauteloso porque si el gobierno la tiene difícil con una base del 33%, imagínese cómo la tiene el resto. Con esto quiero decir que frente a un kirchnerismo más o menos abroquelado que resistió la fuga masiva hacia el massismo tras las PASO, hay una enorme atomización de candidatos: Cobos en Mendoza por la UCR; De la Sota en Córdoba por el Peronismo residual (con un candidato que obtuvo apenas el 26% de los votos); Binner en Santa Fe por el socialismo; Macri en CABA por el PRO, y Massa en la Provincia de Buenos Aires por el todavía gelatinoso Frente Renovador. A ninguno de ellos le alcanzaría por sí mismo para ganar en 2015, de lo cual se sigue la necesidad de alianzas que nunca están exentas de dificultades. Quizás la relación más natural se pueda dar entre Cobos, Binner y un UNEN con Carrió a la cabeza, para intentar transformarse en un polo que pudiera atraer al menos a un 25% o 30% del electorado;  a su vez, por el lado de la derecha peronista, un De la Sota que deberá dar un paso al costado tendrá que elegir entre el apoyo a Massa o a Macri, candidatos que representan un mismo sector del electorado y que ayer se lanzaron abiertamente a la carrera presidencial.
 Pero aquí empiezan los problemas: ¿acaso la UCR, el socialismo y UNEN se animarán a dirimir su interna en las PASO del 2015? ¿Binner y la UCR aceptarían, eventualmente, apoyar a Carrió como candidata a presidenta? ¿Carrió aceptaría apoyar a alguien que no sea ella misma, o, al menos, a algunas de las múltiples personalidades que conviven en ella misma? Por otra parte: ¿Macri se bajará de la carrera presidencial una vez comprendido que el candidato del establishment que ha picado en punta ya no es él? ¿Un Massa envalentonado y nueva esperanza blanca de las corporaciones le cederá en bandeja el liderazgo a Macri para dedicarse al “premio consuelo” de intentar ser gobernador de la provincia de Buenos Aires? La situación es difícil porque Macri no tiene otra alternativa que presentarse como candidato a presidente pues, de no hacerlo, será el fin de su intentona en la política y la inmediata disolución del PRO; asimismo Massa están en condiciones óptimas para intentar pegar el gran salto y esas oportunidades no pueden desaprovecharse. Pero ser favorito durante dos años es demasiado desgaste y la sobre-expectación puede generar un efecto contrario especialmente en muchos de los votantes que a juzgar por los titulares de los diarios creen que Massa asumirá como presidente la semana que viene. 
Ahora bien, si sucediera que ninguno diese el brazo a torcer y Carrió, Cobos, Binner, Massa y Macri se presentaran como candidatos con fuerzas propias, el principal beneficiado sería el kirchnerismo. De aquí que los años venideros serán de un claro intento por liderar la carrera no tanto para ganar adhesión entre la ciudadanía sino para ser los ungidos en el ámbito donde se resuelven las candidaturas, esto es, aquel manejado por lo que algunos llaman “círculo rojo”. Serán, entonces, los poderes fácticos los que intentarán que estas potenciales ofertas se reduzcan a una o, en su defecto, a no más de dos. Si esta reducción no sucede no será por diferencias ideológicas con aquellos poderes sino por ambiciones personales de los candidatos.
Del lado del kirchnerismo, el dilema que parece plantearse es el de “entregarse” a Scioli o el de erigir un candidato “del riñón” aun cuando esto conlleve un riesgo alto de salir perdidoso. El gobernador de la Provincia de Buenos Aires especula con que CFK no tenga otra alternativa que depositar la sucesión en él pero todos sabemos que hay grandes sectores del kirchnerismo que verían en esa acción un gesto desesperado que podría generar una victoria pírrica a cambio de una desfiguración identitaria irrecuperable cuyo costo se pagará en los años venideros.          
Pero independientemente de cuál sea el elegido para disputar el 2015 bajo el espacio kirchnerista, lo cierto es que quedan dos años de gobierno en el que se pueden generar grandes transformaciones como ya quedó demostrado tras el resultado de 2009. La clave, en este sentido, parece ser la generación de un cordón de protección hasta el fin del mandato de la presidenta en el que intervengan los diputados y senadores que aseguran, al menos formalmente, el quórum propio, los gobernadores afines y el partido justicialista. Esas tres patas institucionales buscando una fuente, son las que, juntas, deberán tolerar la andanada furiosa que se avecina por obra, boca y pluma de los que han visto tocados sus intereses con las políticas desarrolladas en los últimos diez años e interpretan que están ante la gran oportunidad de regresar a un tiempo en los que las disputas se daban entre candidaturas pero nunca entre modelos de país.                   

        

    

viernes, 25 de octubre de 2013

La guerra de los mundos (publicado el 24/10/2013 en Veintitrés)

“Les habla Orson Welles, (…) y les tengo que asegurar que La guerra de los mundos no ha tenido más intención que la de celebrar una simple fiesta. En su versión para la radio, el teatro Mercurio también se disfrazó con una sábana y salió desde los arbustos para asustar, diciendo “¡Buuuuuu!”. (…) Hemos aniquilado al mundo ante sus propios oídos y destruido totalmente la CBS. Espero que se sientan aliviados de saber que, realmente, no iba en serio y que ambas instituciones siguen abiertas para sus negocios. Así que adiós a todos y, por favor, recuerden al menos hasta mañana, la terrorífica lección que aprendieron esta noche: la brillante cabeza de invasor que se encuentran en el salón de sus casas, no es otra cosa que un habitante con una calabaza hueca y si acaso el timbre de la puerta suena, y al abrir no ven a nadie, no será un marciano, es Halloween”.
Así finalizaba la emisión del programa de radio que hace exactamente 75 años hacía historia y catapultaba al estrellato a un joven Orson Welles. Lo que había hecho el artista que más tarde dirigiría y protagonizaría Ciudadano Kane, era bastante simple: adaptó al formato radial el texto de una novela publicada por un casi homónimo, H. G. Wells, en 1898, titulada La Guerra de los Mundos. En aquel clásico de la ciencia ficción una civilización marciana invadía la Tierra y aniquilaba todo lo que se interponía en su camino pero la adaptación al formato radial conllevaría uno de los episodios más mencionados en el campo de las teorías de la comunicación. Porque a pesar de que la emisión del programa de Welles advertía desde un principio que se trataba de una dramatización, la adaptación de la novela en el formato de boletín de noticias y la mirada ingenua que se tenía sobre la relación entre medios de masas (incipientes) y la verdad, hizo que mucha gente reaccionara como si efectivamente tal invasión estuviera sucediendo. No hizo falta demasiado: varios locutores, un falso cronista que moría alcanzado por un rayo de calor alienígena, un apócrifo piloto que gritaba antes de estrellarse contra un robot gigante, un supuesto astrónomo que no era otro que Welles, y algunos extra que hacían de policías y de sobrevivientes. Todo esto mientras se pasaba música de orquesta (entre las piezas estaba una versión de “La Cumparsita”) para ser continuamente interrumpida por pretendidos flashes informativos en los que la tensión crecía. Se cuenta que alrededor de 1 millón de personas llegaron a las comisarías para pedir ayuda, colapsaron las líneas, y hasta corrían sin destino con pañuelos en la boca para evitar inhalar los gases tóxicos que emanaban nuestros visitantes del planeta rojo. El episodio llegó a la tapa del New York Times y Orson Welles tuvo que pedir disculpas ante una audiencia que se había sentido engañada. No importaba que se hubiera advertido al principio, y que, a los cuarenta minutos de la emisión de una hora, se haya vuelto a aclarar que se trataba de una representación. Lo que había ganado era el soporte. Pues “si lo dicen en la radio, debe ser verdad”.
 Este increíble hecho es el ejemplo que se utiliza para graficar una visión acerca de la relación entre medios y audiencia que hoy ha caído en desuso. Algunos la llaman “la teoría de la aguja hipodérmica” porque es una teoría que, influida por el conductismo, supone que el mensaje de los medios penetra “bajo la piel” de la masa y, tras internalizarse, produce un comportamiento homogéneo en todos los receptores. Con los años, esta visión acabó siendo demasiado simplificadora porque supone que el receptor es estrictamente pasivo y porque afirma que el mismo mensaje será decodificado por toda la audiencia del mismo modo. Hoy, cualquier teoría de la comunicación seria asume, de una manera u otra, que los receptores no actúan como autómatas y que el mensaje que proviene de los medios es recepcionado en el marco de una red conceptual que tiene que ver con la propia historia del sujeto.              
De aquí que no se pueda sostener que todo es culpa de los medios, más allá de que muchos se toman de esto para deducir, en un salto lógico al vacío, que eso significa que los medios no influyen y que las audiencias son receptáculos de pensamiento crítico. Digamos entonces que los medios influyen, y mucho, aunque nunca determinan completamente porque las audiencias no son estrictamente pasivas más allá de que hay un creciente esfuerzo por la manipulación con estrategias que siempre van un paso delante de la capacidad de adaptación de la población. Porque está claro que la “educación mediática” de 1938 no era la misma que la que se tiene en 2013 pero la posibilidad de manipular audiencias hoy cuenta con mecanismos mucho más sofisticados y una mediatización de la vida infinitamente más profunda.
 Ahora bien, llevado al terreno actual, ¿hay alguna diferencia entre la audiencia que creyó en el bombardeo extraterrestre y la que considera que el disco rígido robado y encontrado en la mochila del motorman de la locomotora que chocó en Once fue puesto allí por una “célula de La Cámpora” como indicaron miembros de La Fraternidad y Jorge Lanata en su programa de Televisión? Leyó bien. Representantes de los trabajadores y periodistas opositores dijeron que el disco rígido que contiene las pruebas de los movimientos del tren y de la idoneidad del motorman no fue robado por él sino que apareció en su mochila por una estrategia del gobierno que quiso “plantarle” una prueba. Claro que nadie puede explicar por qué el gobierno haría esto, ya que, si el motorman es inocente, el disco rígido puesto allí (supuestamente por La Cámpora) demostraría, en manos del juez, que el motorman actuó bien y que el error fue de la máquina. Pero hoy, ya no la verdad, sino la verosimilitud misma, se ha transformado en un lujo que la urgencia de la información no permite. Y con esto, claro está, no pretendo defender al gobierno o exculparlo de deficiencias en el área de transporte. Simplemente me estoy refiriendo al modo en que determinados medios, para ganar credibilidad, se nutren de una audiencia a la que, en paralelo, van constituyendo. Y a medida en que la calidad de las invenciones y las justificaciones va mermando debe mermar también la capacidad crítica de la audiencia. Porque antes las operaciones de prensa, al menos, eran solapadas, de inoculación lenta y con hedor sutil. Hoy están a la vista, huelen a pescado y son impulsadas por emisores de una mediocridad escalofriante que necesitan, claro está, de un receptor acorde. Esto puede explicar que el tema de la semana, después del de Cabandié, sea la opinión de Alfredo Casero, un humorista que en cada expresión parece luchar contra dificultades de atención y una gramática con subordinadas huérfanas de origen que en una “media lengua” lograron afirmar el decálogo más oligofrénico de las verdades mediáticas: que se vive con miedo, que a quien opina distinto le mandan la AFIP, que la Cámpora es demoníaca y que hay que contar la otra verdad de los 70. Todo esto, claro está, acompañado del rapto de heroicidad del fronterizo que mientras denuncia una presunta dictadura asesina por TV, recibe como revelación un deber de luchar contra el mal y de no callarse la boca, aun desde la “clandestinidad” (sic) frente a los que querrían “ponerle un bozal mediático”.        
Para concluir, y descartada la mirada de la aguja hipodérmica, lo que más bien cabe decir es que las audiencias de la actualidad son audiencias desolladas, en carne viva, sensibles y continuamente estimuladas que mayoritariamente pueden acompañar noticias falsas en tanto sean confirmatorias de prejuicios y sean funcionales a los deseos que los propios medios también ayudaron a construir. No son pasivas pero eso no las transforma en una masa crítica. Porque el bombardeo, que no es marciano, es un bombardeo de estímulos que no permite nunca la cicatrización, ni las costras, ni los callos, ya que lo que se busca es mantener una hipersensibilidad que  48 horas de veda electoral no podrá suavizar. Porque este tipo de audiencia es la que no oyó las dos veces en que Welles advirtió que se trataba de una representación y que tampoco oyó a Lanata cuando en su programa de radio admitió que la cámara a Cabandié fue una operación política (donde en ningún momento se “chapea con los desaparecidos” para evitar pagar una multa, lo cual no lo exime, claro está, de la responsabilidad por exigir un “correctivo” a los superiores de la agente). Es la audiencia que lee Clarín pero que, en el mejor de los casos, dice no estar ni con unos ni con los otros, y considera que la guerra de los mundos es aquella que se libra entre dos facciones de poder, la que está al frente de un multimedio hegemónico y la que está al frente del gobierno. Son los mismos que, si un día el diario viene con una calabaza gigante, van a decir que se trata de un sabotaje de la Cámpora mientras la verdadera guerra de los mundos, aquella que se libra entre la verdad y la ficción, o al menos entre lo verosímil y lo inverosímil, se les mea de risa en la cara.       



domingo, 20 de octubre de 2013

Un kirchnerista defensor del periodismo militante (publicado el 16/10/13 en Veintitrés)

Adivina, adivinador: ¿a quién pertenece este fragmento?
“Hablar de la prensa es hablar de la política, del gobierno, de la vida misma de la República, pues la prensa es su expresión, su agente, su órgano. Si la prensa es un poder público, la causa de la libertad se interesa en que ese poder sea contrapesado por sí mismo. Toda dictadura, todo despotismo, aunque sea el de la prensa, son aciagos a la prosperidad de la República”.
Alguien que diga que puede haber una dictadura de la prensa debe ser contemporáneo y, en caso de ser argentino, seguramente, es un kirchnerista fundamentalista pues ha vinculado la prensa a la política. Le daré otro fragmento mientras imagina de quién se trata:
“¿Se ocuparía hoy la prensa de lo mismo que se ocupó durante los últimos quince años? No ciertamente: eso sería ir contra el país, y contra el interés nuevo y actual del país. El escritor liberal que repitiese hoy el tono, los medios, los tópicos que empleaba (…) se llevaría chasco, quedaría aislado y sólo escribiría para no ser leído”.
Evidentemente es un kirchnerista de paladar negro, alguien que quiere “un diario de Yrigoyen” y no se da cuenta de la importancia que tienen los medios independientes si es que deseamos vivir en una democracia armónica que incluya todas las miradas. Por cierto, además, está preso de una retórica anacrónica, setentista, diría yo, que todavía divide al mundo en derechas e izquierdas, o, liberales y populares. Con algunos fragmentos más se develará el misterio:
“Desgraciadamente, la tiranía que hizo necesaria una prensa de guerra ha durado tanto que ha tenido tiempo de formar una educación entera en sus sostenedores y en sus enemigos. Los que han peleado por diez o quince años han acabado por no saber hacer otra cosa que pelear” (…) “El soldado licenciado de la vieja prensa vuelve con dolor su vista a los tiempos de la gloriosa guerra. La posibilidad de su renovación es un dorado ensueño. De buena gana repondría diez veces al enemigo caído, para tener gusto de reportar otras diez glorias en destruirlo. Pelear, destruir, no es trabajo en él; es hábito, es placer, es gloria. Es además oficio que da de vivir como otro; es devoción fiel al antiguo oficio; es vocación invencible otras veces: es toda una educación finalmente”.
Sin dudas es alguien que tiene una mirada muy crítica sobre el periodismo, lo cual, necesariamente lleva a pensar que no debe publicar en medios tradicionales. Menos aún lo imagino como un referente o alguien frecuentemente citado como podría ser un prócer o un hombre determinante en la formación institucional de nuestro país. Pues tiene el desparpajo paranoide de suponer que el periodismo inventa enemigos cuando eso es propiedad de la política que divide a los argentinos. Seguramente, entonces, se debe tratar de un outsider de esos que tienen espacio en blogs o en medios paraoficiales solventados con el dinero de todos. Además parece hablar con una soberbia típica de esos chicos de La Cámpora cuando parece posicionarse en el futuro para afirmar que los periodistas que han peleado siempre no saben hacer otra cosa que pelear. Como si se ubicase más allá del 2015 en un país donde no sabemos qué pasará mañana y lo mejor que podemos hacer es aguardar escondidos debajo de la cama. Seguramente con algunos párrafos más todo quedará aclarado:
“La prensa que subleva a las poblaciones argentinas contra su autoridad de ayer, haciéndoles creer que es posible acabar en un día con esa entidad indefinible y pretende que con sólo destruir a este o aquel jefe es posible realizar la República representativa desde el día de su caída, es una prensa de mentira, de ignorancia y de mala fe: prensa del vandalaje y de desquicio, a pesar de sus colores y sus nombres de civilización” (…) “¿Qué piensa hacer la vieja prensa en ese tiempo? ¿Piensa emplear las mismas armas (…)? ¿Piensa siempre llamar “venal”, “corrompido”, “servil” al escritor o al orador que por desgracia no vea las cosas como las ve el antiguo combatiente (…)?
Se va armando un perfil claro me parece: kirchnerista de paladar negro, anacrónico, outsider, quizás bloggero a sueldo, camporista y probablemente periodista de 678 ofendido porque le dicen “venal” ante la insólita defensa de lo indefendible a las que nos tienen acostumbrados. Es demasiado lineal para ser verdad pero créame que no es un invento mío y que esta nota no terminará con usted sumido en el engaño mientras le confieso que los fragmentos son apócrifos. Le doy una oportunidad más.
“En las edades y países de caudillaje, hay caudillos en todos los terrenos. Los tiene la prensa lo mismo que la política. La tiranía, es decir, la violencia está en todos, porque en todos falta el hábito de someterse a la regla” (…) “La prensa, como elemento y poder político, engendra aspiraciones lo mismo que la espada; pero en nuestras poblaciones incultas, automáticas y destituidas de desarrollo intelectual, la prensa que todo lo prepara, nada realiza en provecho de sus hombres, y sólo allana el triunfo de la espada”.
Entramos en el terreno de lo inaudito. Esto parece ya una diatriba contra el diario La Nación. O aún peor, parece escrito por Guillermo Moreno. Falta que diga que el diario Clarín y sus periodistas defensores tienen las manos manchadas con sangre. ¿La pluma justificando la espada? A lo sumo puede haber ocurrido en otro país pero lo dudo. Finalmente el periodismo será crítico del poder o sólo será propaganda. Ahora sí, aunque no sé si vale la pena seguir leyendo a este caballero, le agrego los últimos fragmentos.
“Tenemos la costumbre de mirar la prensa como terreno primitivo de la libertad y a menudo es refugio de las mayores  tiranías, campo de indisciplina, de violencia  y de asaltos  vandálicos contra todas las leyes del deber. La prensa, como espejo que refleja la sociedad de que es expresión, presenta todos los defectos políticos de sus hombres”. (…) “[El periodista] Predica el europeísmo y hace de él un arma de guerra contra los caudillos de espada; pero no toma para sí el tono y las costumbres europeas del Times o el Diario de Debates parisiense en la impugnación y el ataque. Defiende las garantías privadas contra los ataques del sable, pero olvida que el hogar puede ser violado por la pluma. Estigmatiza al gaucho que hace maneas con la piel del hombre, y él saca pellejo a su rival político con pretexto de criticarlo”.       
Lo que faltaba: criticar por cipayo al periodista que lo único que hace es denunciar al poder, y enojarse indirectamente con la sociedad civil afirmando que la prensa es su espejo. Si todavía no sabemos de quién se trata sí se puede inferir que esto debe estar escrito por un kirchnerista enojado después de las PASO y muestra la reacción de quien le da la espalda a la sociedad y la culpa por no darse cuenta de a quién vota.   
En fin, se acaba el espacio y usted está ansioso. Observo el título del libro del que fueron extraídos estos fragmentos y dice Cartas Quillotanas. Publicado en 1853. ¿Su autor? Un kirchnerista defensor del periodismo militante llamado Juan Bautista Alberdi.