lunes, 26 de abril de 2021

Macedonio presidente y el candidato del sinsentido (editorial del 24/4/21 en No estoy solo)

 

El plan era generar zozobra y sensación de anomia. ¿Cómo? Una opción podría haber incluido que los pibes vayan al colegio intermitentemente y que la decisión de que asistan a las clases la determine el gobierno de turno todas las noches a las 23hs mediante conferencias de prensa. Eso sin duda alteraría los ánimos de los chicos, los padres y la opinión pública. En esa misma línea podría formar parte del plan que los funcionarios expongan datos duros contradictorios, a saber, que los colegios contagian y no contagian. Eso enloquecería a cualquiera; o que un juez municipal voltee un DNU y el Jefe de Gobierno decida que la justicia federal no cuenta; quizás que la Corte Suprema falle de manera obsoleta cuando los hechos en cuestión ya no están en litigio. Este último punto se le pasó a los protagonistas del plan: ¿qué sería de un país en el que el máximo tribunal llegue siempre tarde a todo?

Otra opción podría haber sido que llegara un virus y que se diga que no existe; o que digan que te mata pero que luego te digan que no; o que se afirme que se transmite por las superficies y que luego afirmen lo contrario; o que la gente use un tapaboca que te debe tapar la nariz; incluso podría crearse un enorme dispositivo comunicacional para instalar que la vacuna no sirve, que te cambia el ADN, que te hace comunista y te envenena pero, al mismo tiempo, que se exija al gobierno que las traiga inmediatamente porque la gente se angustia. Todo ese contexto ya podría haber bastado para que incluso algún periodista de esos serios exija “formatear la Argentina de un modo autoritario”.

Pero no desestimemos un plan para generar zozobra cuyo foco esté en los precios: imaginemos que vas a comprar el mismo producto con diferencia de días u horas y éste cuesta 20% más. O que el mismo kilo de naranja tenga un precio distinto en dos verdulerías de la misma cuadra como si viviéramos en temporalidades  paralelas como jardines que se bifurcan.

Con todo eso era suficiente pero podría agregarse el hecho de cuarentenas de las cuales se entra y se sale; permisos para circular que caducan constantemente; gobiernos que impulsan el turismo y a la otra semana imponen restricciones; falta de papel higiénico; categorías de esenciales que alcanzan a la totalidad de la población. En síntesis, podría haber bastado con vivir en Argentina.

Sin embargo, el plan fue otro. Ocurrió a principios de los años 20 del siglo anterior. A un grupo de amigos se les ocurrió, en el marco de las elecciones que finalmente llevarían al gobierno a Marcelo T. de Alvear, proponer a Macedonio Fernández como presidente. Nacido en Buenos Aires en 1874, Macedonio, quien muriera en la misma ciudad, allá por 1952, es de esos personajes inclasificables de los cuales existen cientos de anécdotas. Podría llamársele filósofo o escritor pero lo cierto es que se recibió de abogado y alcanzó el cargo de fiscal en Misiones pero se dice que no acusaba a nadie porque no era muy afecto al castigo y lo echaron; en Buenos Aires publicó textos vanguardistas y experimentales como la póstuma Museo de la Novela de la Eterna cuya estructura se compone de decenas de prólogos distintos a una novela que siempre se demora en comenzar. El propio Borges, con exceso de modestia, ha declarado varias veces que él no ha hecho otra cosa más que imitar al genial Macedonio con quien compartía una amistad que había heredado de su padre, además de su fina ironía y esa pasión por la metafísica.

En lo ideológico Macedonio era un anarquista conservador, al igual que, justamente, Borges, a tal punto que hasta intentó fundar junto a Julio Molina y Vedia y al padre de Borges una colonia anarquista en el Paraguay. ¿Qué significaba ser un anarquista conservador? El mínimo necesario de Estado para un mundo compuesto por individuos a los que hay que garantizarle el máximo de libertad. Lo más parecido a los libertarios de hoy, aunque, en el caso de Macedonio y Borges, con sobradas muestras de inteligencia. Sin embargo, a Macedonio no le interesaba llegar al poder para imponer sus ideas. De hecho, el propio Borges conversando con su amanuense, Roberto Alifano, reconoce que Macedonio era una suerte de oficialista compulsivo que simpatizaba con todos o en todo caso alguien al que la política no le interesaba mucho y fue partidario de Yrigoyen, Uriburu, Perón y hasta hubiera simpatizado con la revolución libertadora en caso de haber continuado con vida.

 Lo cierto es que el plan estaba en marcha y se basaba en la potencia de la estadística: muchas personas se proponen abrir una cigarrería pero muy pocos ser presidente. Ese dato, según Macedonio, lo ponía en carrera y, convengamos, cualquier asesor de imagen se haría un festín con un nombre tan fácil de instalar como “Macedonio”.

En un principio la hermana de Borges y sus amigas comenzaron a escribir “Macedonio presidente” en papeletas que fingían olvidar, presas del descuido, en cafés, cines, zaguanes, tranvías, veredas. Y en paralelo, para proyectar su imagen en el mundo, el propio Macedonio contó que una vez, en el Club Alemán, dejó un ejemplar de un libro de Schopenhauer, al que le faltaban páginas, lleno de anotaciones de su puño y letra como señal. Estaba todo bien pensado: el nombre de Macedonio comenzaría a circular mundialmente y en la Argentina se produciría un fenómeno de abajo hacia arriba que transformaría a nuestro hombre en una necesidad, en un puro clamor popular. Sin embargo, hay quienes dicen que la tragedia familiar de la muerte de la esposa de Macedonio hizo que finalmente el proyecto se abortara o que, más bien, adoptara otro formato. Es que habiendo ya obtenido la presidencia Marcelo T. de Alvear, los miembros de la peña que se reunía los sábados en La Perla del Once alrededor de la figura del decano Macedonio, (un grupo que incluía al propio Borges pero también a Raúl Scalabrini Ortiz, Leopoldo Marechal, Eduardo González Lanuza, Santiago Dabove y Enrique Fernández Latour, entre otros), consideraron que aquel plan debía llevarse al terreno de la literatura. Así se propusieron escribir “a varias manos” una novela titulada El hombre que será presidente.

El proyecto quedó en la nada pero, según Borges en Prólogos con un prólogo de prólogos, la obra se constituía a partir de dos argumentos:

uno, visible, las curiosas gestiones de Macedonio para ser presidente de la República; otro, secreto, la conspiración urdida por una secta de millonarios neurasténicos y tal vez locos, para lograr el mismo fin. Éstos resuelven socavar y minar la resistencia de la gente mediante una serie gradual de invenciones incómodas. La primera (la que nos sugirió la novela) es la de los azucareros automáticos, que, de hecho, impiden endulzar el café. A ésta la siguen otras: la doble lapicera, con una pluma en cada punta, que amenaza pinchar los ojos; las empinadas escaleras en las que no hay dos escalones de la misma altura; el tan recomendado peine-navaja, que nos corta los dedos; los enseres elaborados con dos nuevas materias antagónicas, de suerte que las cosas grandes sean muy livianas y las muy chicas pesadísimas, para burlar nuestra expectativa; la multiplicación de párrafos empastelados en las novelas policiales; la poesía enigmática y la pintura dadaísta o cubista”.

Estas invenciones incómodas irían apareciendo a lo largo de la novela, comenzando con el azucarero que no endulza, hasta generar un escenario de conmoción social que derivase en la caída del gobierno y la llegada de Macedonio a la presidencia como el único capaz de poner orden ante esta realidad que decidía ceder al desatino y al delirio. Sin embargo, Borges agregaba que la llegada al poder de Macedonio no significaría nada ante un mundo que había devenido anárquico.

A la lista de invenciones incómodas que Borges recuerda como parte del plan cabría agregarles otras que el autor de Ficciones olvidó mencionar, a saber: salivaderas móviles que impidiesen que el salivador cumpla su cometido; solapas desmontables que se quedaran en la mano del primero que intentara acomodarlas, cucharitas que se derritieran en el café, etc. Todo eso derivaría en que la gente pidiera a gritos un nuevo presidente.

Para concluir, entonces, si bien el plan de Macedonio y sus amigos ni siquiera pudo plasmarse literariamente, nos queda el interrogante acerca de qué gobierno puede surgir de una realidad que empieza a interactuar con el delirio y el absurdo, máxime cuando el delirio y lo absurdo se han naturalizado y forman parte de nuestra cotidianeidad. Que las invenciones que nos incomodan no sean azucareros que no endulzan, lapiceras con doble punta o escaleras empinadas con escalones de distintos tamaños habla de la gravedad del fenómeno al que asistimos. Es que en el horizonte próximo la zozobra y la anomia serán tales que la gente va a pedir un presidente y allí lamentablemente no estará el bueno de Macedonio sino alguien que tome decisiones acordes al sentir de una sociedad que por malos o buenos motivos está siempre a punto de estallar. Y no necesariamente se tratará de un candidato “del orden” que tome decisiones rodeado de amigos interesados en muchas cosas, salvo la buena literatura. Puede ser algo peor que eso porque probablemente sea un candidato del sinsentido, una respuesta absurda a lo absurdo que nos toca vivir. Al principio nos podrá dar tanta risa como las invenciones de Macedonio. Pero no hay que menospreciar lo que puede producir una sociedad atravesada por mensajes paradojales y contradictorios. La razón es sencilla: del sinsentido puede provenir mucha violencia. Incluso más violencia que la que puede ofrecer un eventual candidato del orden. 

lunes, 19 de abril de 2021

La segunda (y definitiva) desorganización de la vida (editorial del 17/4/21 en No estoy solo)

 

He repetido varias veces en este espacio que quien mejor definió al gobierno de Macri fue Cristina Kirchner  cuando habló de un gobierno que nos “desorganizó la vida”. En realidad, ella fue un poco más allá y habló de los gobiernos liberales en general y nosotros podemos extenderlo en tanto signo de esta posmodernidad donde todo es líquido. La idea de la desorganización de la vida, supe escribir también alguna vez, me parece maravillosamente descripta por la primera novela de Michel Houellebecq: Ampliación del campo de batalla. Allí se observa el modo en que las políticas neoliberales nos arrojan a una realidad cada vez más hostil, donde aquello que pensábamos que estaba seguro ya no lo está. Por eso el campo de batalla se amplía: ahora también hay que salir a pelear para que no se imponga la flexibilización laboral, para que el sistema de salud te dé una cobertura razonable, para que las empresas de servicios no cobren lo que quieren, para que la educación pública sea de calidad, etc. Nadar incansablemente solo para no retroceder demasiado; nadar frenéticamente hacia una orilla que siempre se aleja. Bienvenidos a la batalla.

Si éste es el clima de época que se viene constituyendo desde hace ya décadas y que se profundizó con el gobierno de Macri, la pandemia vino a dar el último tiro de gracia a la poca organización que nos quedaba: un virus de mierda hace que no sepas si perdés el trabajo o si, con suerte, por un tiempo, lo harás desde tu casa; el pibe no va al colegio, o va a veces y cuando va, en la farsa de la presencialidad, no aprende nada y quizás viene enfermo; quienes tienen la suerte de irse unos días afuera pueden quedar varados en cualquier momento o enfermarse y quedar internados en un país distante; vos estás saludable, tuviste un descuido, una reunión y a los dos días estás en terapia intensiva; te ibas a separar y ahora te arreglaste mientras te obligan a estar encerrado tres meses; te estabas arreglando con tu pareja y, por la angustia de estar un mes encerrado con los pibes en casa y la abuela internada, tu familia se desmorona; también perdiste a tu amante porque a las 20hs nos convertimos en calabaza aunque quizás sea por veinte días o quizás por dos meses…o por un año… Ni hablar el sector de los comerciantes: abrís un negocio y cierran la circulación; o quizás abren y la gente sale a consumir y te va bien; también puede que el trabajo en casa te permita mudarte lejos y no trasladarte más haciendo que tu vida sea mejor; pero tal vez en breve estés trabajando en casa más horas compartiendo una única computadora. Todo es angustia; todo es incertidumbre. Nada se puede organizar, ni siquiera lo que vas a hacer mañana porque a la situación objetiva e ingobernable del virus la enfrentamos con una oposición canalla que hace terrorismo epidemiológico alimentando los fantasmas más arteros por el simple hecho de dañar a un gobierno que, a su vez, tiene funcionarios que no funcionan e intenta enmascarar su incapacidad y sus dubitaciones en las condiciones dinámicas de la pandemia.

Porque tenemos periodistas que adrede confunden dos vacunas chinas para hacerte creer que lo que te inocularon no te sirve; payasos mediáticos que tienen prensa por el simple hecho de sostener lo insostenible, a saber, que los hisopados tienen unos hilitos que hacen que siempre te dé positivo; que la vacuna mata cuando todos los estudios y las pruebas dicen lo contrario (porque no me van a decir que una vacuna es inútil porque genera un trombo por millón de inoculados. ¿no?), etc. Los periodistas especialistas en nada se confunden a veces con probados inútiles funcionarios del gobierno anterior que levantan el dedo diciendo “acá lo que hay que hacer…”. Hablan como si tuvieran la solución y hasta puede que incluso se lo crean. A ellos bien les cabe la frase de Albert Camus en, justamente, su novela, La peste: “No ha[n] visto morir bastante a la gente, por eso habla[n] en nombre de una verdad”.

Por otra parte, dirigentes y miradas conspiranoides nos dicen que éste es un plan del gobierno y del poder mundial para encerrarnos. En qué se beneficiaría el gobierno de Alberto Fernández encerrándonos y haciendo mierda la economía es un interrogante que nadie sensatamente puede responder pero allí aparece la idea de que lo que se busca es controlarnos. Y entonces preguntamos: ¿Controlarnos? ¿En qué sentido estamos fuera de control? ¿Qué peligro le traemos al sistema como para que necesite controlarnos? ¿Había una revolución en ciernes y se nos ha pasado por alto? ¿El pueblo estaría en la calle exigiendo algo? ¿Quieren controlar la privacidad y los datos que ya volcábamos voluntariamente en nuestras redes sociales? Ojalá hubiera razones para controlarnos. Sería el síntoma de que hay un pueblo dispuesto a cambiar las cosas. Sin ofender a nadie, me permito ser escéptico al respecto.       

Con todo, lo más importante no es el contenido de estos delirios sino su consecuencia: la duda. Hay mucha gente que duda cuando escucha esto y la duda, el hecho de que todo sea relativo, de que al fin de cuentas sobre nada haya una certeza, es una de las características de la desorganización de la vida.

Asimismo, si se trata de poner orden al desorden heredado, el gobierno no ayuda. De hecho en diez días el ministro de Turismo llamaba a irse de vacaciones en Semana Santa, el ministro de Educación defendía con uñas y dientes la presencialidad que no defendió el año pasado, la ministra de Salud explicaba que el índice de contagios en los colegios es bajísimo y, esa misma noche, el presidente, de repente, endurece las restricciones incluyendo los colegios. Una medida que en lo personal considero sensata, por cierto, y que merece una digresión porque puede que los contagios no se produzcan dentro del edificio pero informes oficiales muestran que el regreso de las clases supuso un aumento mayor al 20% de los usuarios de transporte público que, sumado a otros estudios que demuestran cuánto aumentaron los contagios entre chicos de 0 a 19 años, exponen que en todo lo que rodea a la actividad de los colegios había un problema. Estos números fueron ocultados por funcionarios del gobierno nacional y de la ciudad para intentar justificar el sostenimiento de las clases presenciales y se nos intentó convencer mostrando solo los números de lo que pasaba en las cuatro paredes del colegio. Entonces los colegios no explican todos los contagios pero ayudan a la propagación. Es evidente. Y antes de parar toda la actividad comercial y productiva, bien se puede exigir a los chicos y a los padres que durante un lapso de tiempo regresen a las clases online. No es lo ideal; altera la vida de los chicos; genera problemas. Sí, pero es lo que hay. Todos contentos no podemos estar.

Hecha esta breve digresión, y para finalizar, convengamos entonces que, los errores de gestión y la desordenada y contradictoria forma de comunicar del gobierno no ayuda en un contexto en el que, digámoslo también, no hay gobierno en el mundo que haya evitado quedar en ridículo con marchas y contramarchas, tomando decisiones contradictorias e injustas.  Pero esta angustia que padecemos trasciende la eventual mala gestión de los gobiernos y se enmarca en un clima de época, un sistema económico y determinados valores culturales. La ampliación del campo de batalla es total y llega hasta la necesidad de proteger nuestra vida desnuda ante la posibilidad de carecer de una cama donde hospitalizarnos. Incluso el coronavirus mismo es impredecible y no respeta patrón ni certeza alguna demostrando que es el virus que mejor representa la incertidumbre de los tiempos que nos tocan vivir. Cualquier cosa puede pasar. La segunda (y definitiva) desorganización de la vida ha llegado.    

 

       

domingo, 11 de abril de 2021

Pasado, presente y futuro de una pared (editorial del 10/4/21 en No estoy solo)

 

Durante muchos años se dijo que a la izquierda del kirchnerismo había una pared y probablemente haya sido el propio Néstor Kirchner quien entendió que a esa pared había que empujarla lo más que se pudiera. Ahora bien, la preguntaría sería qué sucedería con la pared si el gobierno de Alberto se corriera hacia el centro. ¿Se mantendría en su lugar? La respuesta podría ser afirmativa si los adversarios no jugaran. Pero juegan y son los que están del otro lado empujando. Por lo tanto, llegamos a la circunstancia en que a la izquierda del kircherismo sigue estando la pared, pero esta nueva versión en el marco del Frente de Todos muestra que la pared se ha corrido hacia el centro acompañando la moderación del oficialismo.

Las pruebas están a la vista y podemos citar algunas: enfrentamos una segunda ola sin ni siquiera margen para un IFE que ya el año pasado había sido pobre; se ha perdido la disputa ideológica frente a una idea libertaria de la libertad que entiende que prohibir una fiesta clandestina cuando el sistema de salud está a punto de colapsar es casi un crimen de lesa humanidad; se ha impuesto la puesta en escena del gobierno de la ciudad en torno a las clases presenciales y el mismo gobierno nacional que mandaba a los chicos a la casa con 100 casos se empecina en mantener abiertos los colegios con 24000 contándonos que, por alguna extraña alquimia, parece que el virus no contagia en los espacios cerrados de las escuelas como sí lo hace en las casas particulares o en los transportes públicos.

 

Asimismo, si nos corremos de lo estrictamente vinculado a la pandemia, 10 años antes se discutía la ley de medios y hoy apenas logramos sentarnos en la mesa de los dueños de los medios para pedirles que no aumenten mucho el servicio de cable; lo mismo respecto al conflicto con el campo: allá por el 2008 se discutían retenciones y comercio exterior. Hoy se tiene que retroceder incluso ante el fraude vergonzoso con dinero de nuestros impuestos que se ha llevado la empresa Vicentín. Por último, cuando en el gobierno de CFK se recuperaban las AFJP, en la actualidad, a duras penas y en medio de la caída económica más grande de la historia, logramos imponer un “aporte” por única vez a 12000 megamillonarios. La lista podría continuar pero sin dudas la moderación necesaria para ganar la elección en 2019 se trasladó al ejercicio del gobierno si bien es muy probable que la gran mayoría de los votantes del Frente de Todos exigieran muy poca moderación frente a la necesidad de transformar el país que había dejado el macrismo. 

De hecho, como les indicaba algunas semanas atrás, del “volvimos mejores” hemos pasado al “pero ustedes son peores” y con eso es probable que se gane la elección de 2021 del mismo modo que le alcanzó con una lógica similar al macrismo para ganar la elección de 2017. Y si la historia se repite y el electorado de centro es la clave de la elección 2023, es probable que Juntos por el Cambio quiera presentar una opción presuntamente moderada en Rodríguez Larreta y Vidal, postergando a los Macri, los Bullrich, etc. Sin embargo, la derecha entiende bien que la estrategia de la moderación se usa solo para ganar la elección y no para gobernar. De hecho, recuerden que hasta quisieron presentar a Macri como un desarrollista que no venía a quitarte nada de lo que tenías sino simplemente a modificar lo que estaba mal. Sonaba hermoso. Hasta que ganó, empezó a gobernar y te vino la boleta de luz.

Gobernar ya no es poblar. Gobernar es tomar decisiones y ser puteado. Máxime en un escenario de pandemia que le ha costado la cabeza a muchos gobiernos, tal como experimentó Trump. El gobierno tuvo aciertos ante este desastre pero también desaciertos. Sin embargo, aun cuando todos hubieran sido aciertos recibiría las puteadas igual porque la gente está enojada por un virus que le trastorna la vida y el único puteable es el gobierno de turno, un gobierno, por cierto, muy sensible a las puteadas de algunos.  

Igualmente, y por suerte para Alberto Fernández, las elecciones presidenciales están lejos y dado que se ha decidido no aprovechar para llevar adelante una política de shock que permita una mayor redistribución dentro de un plan de generación de riqueza antes que una mera administración de lo poco que hay, todo lo que espera el gobierno es que al rebote natural de la economía no se le cruce nada y que lleguen más vacunas para hacer masiva la vacunación. Con esas dos cosas le alcanza y le sobra para ganar. Más que mostrar los números de contagios y muertos, subirse a una inexplicable campaña de “cuidadanía” en la escuela o adoptar la agenda chiquitita que no le importa a casi nadie de Pepín, la judicialización de la política y periodistas indignados que hacen lo mismo que hacían los periodistas indignados que están del otro lado, la única campaña de comunicación efectiva hoy es la de los números de vacunados. Mientras los medios ladran y hacen terrorismo epidemiológico o llaman a la desobediencia civil, la campaña de vacunación es la que generará un consenso “por abajo” y le dará la esperanza a la gente mientras la oposición se envenena mordiéndose la lengua y se vuelve más temeraria, contradictoria y disparatada cuanto más alejada se ve del poder.  

Retomando nuestro eje y para ponerlo en perspectiva histórica, si Kirchner fue el presidente que antes de escuchar a la gente adoptó una agenda propia que luego generó mayorías y el de CFK fue un gobierno que con una mayoría constituida se encerró demasiado en escuchar a los propios, el de Alberto es un gobierno que escucha, pero escucha demasiado a la oposición y a aquellas partes del Frente con una agenda de buenas intenciones muy meritorias pero que no ponen nunca en juego la disputa entre capital y trabajo.

Como lo indica aquella famosa anécdota de Margaret Thatcher cuando le preguntaron acerca de su mayor legado y ella respondió “Tony Blair”, dando a entender que su gran logro era que el candidato opositor estuviera obligado a renunciar a sus principios y parecerse a ella, la derecha argentina podría enorgullecerse de haber corrido tanto la pared hacia el centro hasta obligar al kirchnerismo a moderarse para poder ganar la elección y sostenerse en el ejercicio del poder.

El gobierno del Frente de Todos no es de derecha ni Alberto es lo mismo que Macri pero la pared se ha corrido tan al centro que, si no hay decisión política, el margen de transformación será muy acotado. Si ese margen garantizara que en 2023 el oficialismo va a volver a ganar podrían analizarse los pro y los contra de una estrategia en ese sentido. Pero esa garantía no existe y nadie está en condiciones de confirmar que la respuesta a la moderación kirchnerista será una derecha moderada en el poder. Porque ya sabemos dónde está la pared cuando queremos ir hacia la izquierda. Lo que no sabemos es dónde estará la pared si el próximo gobierno decide ir a la derecha.

miércoles, 7 de abril de 2021

Amanda Gorman y la traducción imposible (publicado el 30/3/21 en www.disidentia.com)

 

¿Puede una joven mujer afroamericana y activista ser traducida por alguien que no sea ni joven, ni mujer, ni afroamericana ni activista? La respuesta parece obvia, tal como atestigua la rica historia de las traducciones a lo largo de los siglos. Sin embargo, lo que era obvio hoy ha dejado de serlo. La polémica se da a propósito de una de las sorpresas en el acto de asunción de Joe Biden en enero último. Me refiero a la aparición de una joven poetisa que tuvo la responsabilidad de leer un poema en dicha ceremonia. Los medios y las redes hicieron el resto para que la desconocida Amanda Gorman se transformara de repente en una celebrity a la que distintas editoriales del mundo pretenden traducir. En tiempos de políticas de la identidad y con un gobierno que ha hecho de esas políticas su bandera frente al trumpismo, haber seleccionado a Gorman no parecía casual. Sin quitar mérito alguno a sus sentidas palabras, más que la calidad de su intervención, los organizadores parecieron estar más preocupados por el hecho de que quien vertiera un mensaje como ése sea una oradora mujer, joven, afroamericana y activista, esto es, el perfil identitario de una buena parte del electorado demócrata. Hasta aquí, nada que no haya ocurrido en otras partes del mundo. Sin embargo, lo curioso fue lo que vino después, justamente, en torno a la traducción de su libro The Hill We Climb.

Para quienes no estén al tanto, al menos hasta el día en que escribo estas líneas, hubo dos controversias que no pueden más que calificarse de insólitas. La primera ocurrió cuando la editorial Meulenhoff eligió a la premiada Marieke Lucas Rijneveld como la persona encargada de traducir el libro al neerlandés.   

Enterada de la noticia, la periodista y activista negra Janice Deul publicó una columna en el periódico De Volkskrant criticando duramente a la editorial por haber elegido a una persona que tiene los antecedentes para realizar el trabajo pero que, a pesar de ser joven como Gorman, no es negra, sino blanca, y, además, se  autopercibe no binaria. Ante la polémica, Rijneveld decidió renunciar a la propuesta aunque no sin antes declarar que comprende la crítica y que desea que el mensaje de Gorman llegue a la mayor cantidad de lectores y corazones.

En esta misma línea, algunos días más tarde, por decisión de Viking Books, el sello estadounidense que edita a la poetisa, se exigió que la editorial catalana Univers releve al traductor Víctor Obiols quien había sido designado para la tarea de traducir a Gorman. Obiols reaccionó de manera mucho más políticamente incorrecta que Rijneveld y escribió en Twitter: “Vetado porque, a pesar de admirar mi curriculum vitae, quieren una traductora mujer, activista y preferiblemente negra”. Si bien luego habría borrado los twitts, más tarde declaró a AFP: “Es un tema muy complicado que no puede tratarse con frivolidad. Pero si yo no puedo traducir a una poeta porque es mujer, joven, negra, estadounidense del siglo XXI, tampoco puedo traducir a Homero porque no soy un griego del siglo VIII a. C. o no podría haber traducido a Shakespeare porque no soy inglés del siglo XVI”.

A propósito de la polémica recordé un texto que ha marcado un punto de inflexión en las discusiones sobre las traducciones: me refiero a “Pierre Menard, autor de El Quijote”, un cuento del escritor argentino Jorge Luis Borges incluido en el libro Ficciones de 1944.

Pierre Menard es un escritor francés de primera mitad del siglo XX creado por Borges para llevar adelante la temeraria tarea de escribir “El Quijote”. La empresa, más que temeraria, parece absurda o, cuando menos, confusa. ¿De qué se trata? ¿Quiere traducir al francés El Quijote de Cervantes publicado en 1605? ¿Lo quiere reescribir para hacer una nueva versión, una suerte de Quijote contemporáneo? ¿Quiere copiarlo con la ingenua pretensión de que nadie se dé cuenta? Ese tipo de preguntas aparecen a lo largo del cuento y la respuesta nos va a sorprender:

“[Menard] no quería componer otro Quijote –lo cual es fácil- sino El Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran –palabra por palabra y línea por línea- con las de Miguel Cervantes (…) Ser en el siglo XX un novelista popular del siglo XVII le pareció una disminución. Ser, de alguna manera, Cervantes y llegar al quijote le pareció menos arduo –por consiguiente, menos interesante- que seguir siendo Pierre Menard y llegar al Quijote, a través de las experiencias de Pierre Menard”.

Llegados a este punto es comprensible que no entendamos bien qué quiere hacer Menard. Finalmente no lo quiere copiar en el sentido de una transcripción literal; de lo que se trata, parece, es de escribir “El Quijote” tal como el original pero a través de su propia experiencia, esto es, la de un escritor francés de primera mitad del siglo XX. ¿Pero esto no sería lo mismo que una vil copia? Para sumar algo más de confusión, Borges agrega que el texto de Cervantes y el de Menard “son verbalmente idénticos pero el segundo es casi infinitamente más rico”. ¿Cómo puede un texto ser más rico que otro si ambos son idénticos? Para responder, Borges, propone comparar ambos textos en un pasaje que reproduciré completo porque es de antología:

“[Cervantes escribió] ‘…la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir’

Redactada en el siglo XVI, redactada por el “ingenio lego” Cervantes, esa enumeración es un mero elogio retórico de la historia. Menard en cambio [la cursiva es mía] escribe:

‘…la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir’

La historia, madre de la verdad; la idea es asombrosa. Menard, contemporáneo de William James, no define la historia como una indagación de la realidad sino como su origen. La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió (…) También es vívido el contraste de los estilos. El estilo arcaizante de Menard –extranjero al fin- adolece de alguna afectación. No así el del precursor, que maneja con desenfado el español corriente de su época”.

De este cuento de Borges donde brilla todo, especialmente la ironía, se pueden inferir varias cosas: por un lado la idea de que en cada traducción hay una suerte de “obra nueva”. “El Quijote” de Pierre Menard es distinto al de Cervantes porque lo escribió Pierre Menard en la primera mitad del siglo XX aun cuando los textos sean verbalmente idénticos. A su vez, en segundo lugar, son distintos porque es el lector el que completa la obra, de aquí que el mismo texto leído en el siglo XX tenga un significado distinto al texto del siglo XVII. Por todo esto es que un texto publicado en 1605 puede transformarse en una referencia para una lectura pragmatista de la historia como la que se sigue de William James si y solo si es leído, obviamente, en el siglo XX, es decir posterior a William James y a la existencia de la tradición pragmatista; y, por eso, un texto idéntico puede ser al mismo tiempo “arcaizante” o “desenfadado” según la época y según quien lo lea.

Si esta interpretación es correcta y si hay tantas obras como traducciones y tantas obras como lectores, la discusión acerca de los requisitos identitarios de los traductores de Gorman deviene baladí. Por supuesto que de lo expuesto no se sigue que cualquier traducción valga lo mismo pero pretender “la traducción perfecta” es absurdo, aunque, sobre todo, más absurdo es pretenderlo afirmando que solo puede alcanzar esa perfección, o la cercanía a esa perfección, un sujeto que cumpla con determinados requisitos identitarios cuyo listado completo también merecería ridiculizarse con sendos pasajes de cuentos de Borges. En otras palabras, ¿por qué pensamos que lo que define a Amanda Gorman sobre todo es su condición de mujer a tal punto que un varón o una persona autodefinida no binaria carecerían de la aptitud para traducirla? ¿Y si lo que la define es su condición  de activista? ¿Acaso ser afroamericana o joven no podría pesar más? Desconozco el perfil socioeconómico de Amanda Gorman pero ¿si fuera una joven rica debería ser traducida solamente por una persona rica y también joven? ¿Y si fuera pobre? La lista se continúa al infinito y podría incluir aspectos que en muchos casos son sensibles a nuestra identidad como la familia en la que nos criamos, el barrio en que vivimos, la escuela donde nos educamos, nuestros hobbies, pasiones, etc.

Llegados a este punto llegaríamos a la conclusión de que Amanda Gorman solo podría ser traducida fielmente por ella misma, lo que supondría un problema porque no le alcanzará toda la vida para conocer los idiomas del mundo a los cuales podría ser traducida. Pero hay algo peor: si cada idioma es una manera de ver el mundo, entonces cada traducción desvirtuaría “la identidad del original” y la única traducción perfecta sería aquella en la que el texto presuntamente traducido coincide palabra por palabra con el original como coincidía “El Quijote” de Menard con el de Cervantes.

Para concluir, entonces, una de las paradojas que se siguen de esta polémica es que en la búsqueda de la traducción perfecta, el énfasis puesto en aquellos aspectos que determinarían la identidad de una persona, en este caso, Amanda Gorman, lleva a la reducción individualista más extrema por la cual solo la autora sería capaz de realizar su propia traducción. Solo ella sería capaz de coincidir consigo misma y solo ella sería capaz de reproducir todas las experiencias que aparentemente hacen de ése, y de todos los textos, un texto único e irrepetible como es única e irrepetible toda biografía personal.

Así, paradójicamente, en la búsqueda de la traducción perfecta quizás acabemos sin posibilidad de traducción alguna y en el individualismo más extremo donde cada persona será un mundo en sí mismo incapaz de comunicarse con el otro.