miércoles, 29 de noviembre de 2017

El deporte de arrojarse los muertos (editorial del 26/11/17 en No estoy solo)

Cuando el caso Maldonado se encaminaba hacia la hipótesis del “accidente” que pudiera eximir de culpa a la gendarmería y al gobierno, se produjo la desaparición del submarino ARA San Juan con 44 tripulantes y una nueva conmoción pública sacude a la Argentina y a Cambiemos. En momentos en que escribo estas líneas se habla de una explosión y del peor de los finales pero más allá de todo ese dolor aquí quisiera hacer algunas reflexiones sociales y políticas.
En primer lugar, una mención a los imponderables. Efectivamente, todos aquellos que tratamos de pensar la política buscamos constantes, realizamos hipótesis y, muchas veces, con poca cautela, solemos brindar sentencias cuya validez alcanzaría el largo plazo. Y de repente, pasa algo que nadie podía prever, más allá de que las teorías conspirativas estén a la orden del día y desde hace ya varios siglos los seres humanos no soportemos la noción de accidente y tengamos una compulsión a asignar responsabilidades. Con esto, claro está, no me refiero a que la muerte de Santiago Maldonado y las fallas en el submarino hayan sido “accidentes” pues, en todo caso, esas conclusiones deberán ser aportadas por la Justicia. Me refiero a la idea más general de “accidente” que los humanos narcisísticamente resistimos en nuestro afán de dominarlo todo. Lo cierto es que el gobierno tiene un problema y si bien está en ese momento en que “no le entra ninguna bala”, el dispositivo comunicacional se ha puesto en marcha para embarrarlo todo, por lo pronto, brindando espacio a quienes nunca aceptan decir “no sé”. Y, por supuesto, con coberturas amarillistas varias, entre las que se puede mencionar un cronista consultándole a la esposa de uno de los tripulantes cómo le va a contar a su hijo que su padre probablemente esté muerto y un programa donde se debate a los gritos culminando cada edición con el himno nacional y los rostros de los tripulantes desaparecidos. Tal decisión editorial no parece menor y de hecho expresa un dato: la eventual muerte de los 44 tripulantes supondría un golpe directo al núcleo social y cultural del macrismo. En otras palabras, en la imaginería de la centroderecha, los tripulantes del submarino son “muertos propios” a diferencia de un Santiago Maldonado que era “un muerto ajeno”, de “los otros”. La diferencia es bien palpable cuando a unos se los deposita automáticamente en el lugar de héroes y al otro, antes que nada, se lo intenta desprestigiar en tanto hippie, zurdo, k, artesano, terrorista, mapuche y toda la cadena de estigmatizaciones que pulularon en los últimos meses. En el caso del submarino, a su vez, no solo sirvió para achacarle a CFK y adjudicar la ayuda externa al supuesto “regreso al mundo” que habría tenido la Argentina, sino para ganar terreno y reinstalar debates que parecían perimidos y que se reinsertan en la agenda que a nivel continental y global impulsa Estados Unidos, esto es, más presupuesto para armamentos y la posibilidad de que las FFAA puedan intervenir en asuntos de seguridad interior.     
Este punto de los muertos propios y los ajenos es interesante y da lugar al segundo aspecto que quería mencionar. Me refiero a este deporte de arrojarse muertos de uno a otro lado de la grieta. Si alguien menciona a Maldonado, por izquierda te tiran con Julio López y por derecha te tiran con Nisman. Si mencionás a los tripulantes del submarino, te responden con el accidente de Once y si sos demasiado progre, hasta te pueden endilgar el desastre de Cromañón. Así, NecroSports es el único canal que todos pueden ver sin pagar y del que todos pueden participar, claro está, tirándose víctimas. Con todo, cabe hacer una diferenciación, pues quienes piden no politizar la muerte sacaron un rédito político palpable tanto de Cromañón, como de la muerte de Nisman y del accidente de Once. Asimismo, quienes especialmente sobre el primer y el último caso apuntaron directamente a la cabeza del poder político (recuérdese que el Jefe de Gobierno Aníbal Ibarra fue destituido por ese hecho), deberán ahora explicar por qué algunos hechos remiten rápidamente y sin escalas al máximo responsable formal de un gobierno y otros no. Pienso en las muertes en las fiestas electrónicas, los talleres clandestinos, Iron Mountain, etc.
Ahora bien, si me preguntan a mí, no se le puede achacar a Macri las muertes sucedidas durante su mandato en la ciudad o en el gobierno nacional pero si eso vale para él debería valer para los otros gobiernos tanto de la ciudad como de la nación. Se dirá que cada caso tiene su particularidad y eso es cierto pero entiendo que usted, lector, sabe a qué me refiero.     
Por último, en caso de confirmarse lo peor, ¿qué espacio se le dará a los familiares en los medios de comunicación? ¿Aquí también funcionará el necrodeporte? ¿Los mismos que llevaron incesantemente a los familiares de Once a la TV exigirán justicia dándole espacio a los familiares de los tripulantes del submarino? Me temo que no y que la razón es eminentemente política. Con todo, si lo hicieran, y esto es bueno recordarlo siempre, podemos implorar desde aquí que no se intente legislar a partir del estado de shock de las familias de las víctimas como se ha hecho cada vez que hay algún delito con resonancia pública. Esto vale para todas las víctimas y sus familiares porque la condición de víctima directa o indirecta no acerca más a la verdad, ni nos convierte en expertos en política de seguridad y legislación, o, menos aún, en fiscales capaces de adjudicar responsabilidades, llámense familiares de Santiago Maldonado o familiares de los muertos en el accidente de Once.    


jueves, 23 de noviembre de 2017

Reflexiones tras un grito de "¡Forro!" (editorial del 19/11/17 en No estoy solo)

“¡Forro! Hablá de Magnetto y de DyN” le habría gritado, según testigos presenciales, el productor Julián Capasso a Alfredo Leuco en momentos donde éste, visiblemente crispado, arremetía contra empresarios dueños de medios de comunicación cuya línea editorial fue afín al gobierno anterior. La exaltación y agresividad que tenía Leuco, y a las que nos tiene acostumbrados en editoriales ostensiblemente antiopositores, le hizo cometer un fallido curioso que, entiendo, no fue advertido. Es una sutileza pero viene al caso porque su discurso fue muy criticado por, presuntamente, haberle espetado a los trabajadores el “error” de no saber elegir en qué empresa trabajar. En ese contexto, tiene sentido el “¡Hablá de Magnetto y de Dyn!” porque justo en esa semana se había cerrado la Agencia DyN, que depende de Clarín, y el hombre que suele dar la palabra, omitió curiosamente esa referencia. Esto mostraría que aun los que eligieron empresas antikirchneristas y oficialistas, como aquellas en las que trabaja Leuco, también sufrieron la pérdida del empleo, de lo cual podría seguirse que la razón para explicar por qué centenares de periodistas están sin trabajo desde diciembre de 2015, no puede reducirse a la falta de escrúpulos de algunos empresarios ligados, de alguna manera, a la gestión anterior.
Ahora bien, tras mencionar a Cristobal López, Sergio Szpolski y Electroingeniería, Leuco afirma “lamento mucho los compañeros que se han quedado sin trabajo pero hay que saber bien quién es el tipo que debe estar en los medios de comunicación”. Insisto en que esta intervención fue interpretada como una crítica a los trabajadores que se desarrollaron en los medios “k” pero si uno escucha correctamente lo que Leuco parece estar diciendo es algo distinto aunque muy grave también. Con el “hay que saber quién es el tipo que debe estar en los medios” no se está refiriendo a los trabajadores sino a los gobiernos. Es decir, la crítica es al gobierno kirchnerista, aquel que evidentemente y a la luz del pensamiento de Leuco, no determinó correctamente qué empresarios deben estar en los medios. Esto abre otra perspectiva aunque el resultado sigue siendo incómodo para Leuco pues cabe preguntarle: ¿son los gobiernos los que deben determinar qué empresarios serán los dueños de las corporaciones mediáticas? La mera pregunta generaría escándalo en el ex comunista converso, devenido ferviente republicano, periodista del Grupo Clarín.
Con todo, no tiene mucho sentido plantear una discusión en torno a qué interpretación de los dichos de Leuco es más grave o más indignante pero esta última parece toda una declaración de principios que va en línea con el gobierno que Leuco defiende y que por presión directa o indirecta ha logrado que las voces disidentes tengan cada vez menos espacio, tal como muestra el reciente despido de Víctor Hugo Morales de C5N. No olvidemos, por cierto, que C5N era la señal que, una vez más, por decisión propia como guiño ante el gobierno y/o presión gubernamental, había decidido echar a Roberto Navarro y no poner al aire 678 después de que el gobierno de Macri decidiera que no continúe en la TV Pública. Porque, una vez más, y esto lo menciono porque puede que el ciudadano de a pie no lo sepa, el Grupo Indalo, dueño de C5N, al comprar la productora que era dueña de 678, compró también “la marca 678” de modo que si el programa no está al aire en la señal que le es propia, es por una decisión política y no empresarial ya que el kirchnerismo no estará ganando elecciones pero logra audiencias importantes en el contexto de un mapa de medios monocromático en el que están “todas las voces” pero siempre diciendo lo mismo. En todo caso, para otra columna quedará interrogarse sobre la ausencia total de una política comunicacional del kirchnerismo una vez abandonada la gestión y otros varios interrogantes, pues si era verdad que el kirchnerismo tenía injerencia en C5N, evidentemente no hizo demasiado para que 678 regrese a la pantalla o para que los recientemente echados continúen en sus lugares.
Volviendo al eje de estas líneas, los otros pasajes del breve discurso de Leuco también permiten algunas reflexiones. Pienso en, por ejemplo, aquel en el que se refiere a la carta de Reynaldo Sietecase, recriminándole no haber dicho nada de “los dueños de los medios”. Este punto es crucial y podría decirse que en ese desliz otorga, sin desearlo, una victoria al periodismo que él militantemente llamará “militante” y que durante años hizo hincapié en desnudar los intereses que hay detrás de los medios de comunicación. La carta de Sietecase, efectivamente, no mencionaba a los dueños de los medios porque hablaba en general. La alocución de Leuco, en cambio, sí habló de los dueños de los medios pero nunca del medio para el que él trabaja. De ahí el grito “Hablá de Magnetto”. En este sentido si, como el propio Leuco indicó, el rol del periodista es, como diría el Talmud, “incomodar a los cómodos y acomodar a los incómodos”, nuestro protagonista no está ejerciendo el periodismo, aseveración que también incluye a esos periodistas que definen su labor como aquella que debe incomodar al poder pero nunca investigan a los dueños de las empresas que los contratan y los auspician. 

Para finalizar, digamos que lo que se vivió la última semana es todo un símbolo del estado actual del periodismo y el debate público. Pues las breves palabras de Leuco derivaron, entre otras cosas, en cruces de todo tipo, en los que contabilicé un episodio de “posverdad al palo” en el que se inventó que alguien le habría proferido un insulto antisemita al hijo de Leuco; un muchacho solemne, que goza de cierta afectación y que, devenido opinador oficialista, llegó a tildar de “sicario” a la locutora que leyó la carta de Sietecase; y hasta comunicadores de clara tradición liberal y estrellas de la misma radio en la que trabaja Leuco, advirtiendo sobre el macartismo en el que están incurriendo periodistas militantes del actual gobierno, verdaderos candidatos al premio “Nadie te pide tanto”. Como si esto fuera poco, el corolario lo tuvimos hacia el fin semana con el apartamiento de Víctor Hugo Morales y un mensaje rebosante de cinismo del Titular del Sistema Federal de Medios, Hernán Lombardi, quien públicamente dijo lamentar que el uruguayo no tenga pantalla cuando, como indicaba Sietecase, independientemente de los errores en materia comunicacional del anterior gobierno, y con ello me refiero al apoyo que le dio a empresarios que el 11 de diciembre de 2015 ya habían dejado en la calle a los trabajadores, es obligación del actual gobierno intervenir de alguna manera porque detrás de los cierres de medios y de los más de 2000 despidos de periodistas, no está solamente la situación personal de esos trabajadores y sus familias sino la posibilidad cierta de que se vulnere un derecho de toda la sociedad, esto es, el derecho a la comunicación. Pensar que ese derecho se reduce a garantizarle al dueño de un medio o a un periodista desarrollar libremente su línea editorial, pasa por alto el derecho de las audiencias a recibir información veraz y diversa. Por todo esto, si el gobierno actual, por acción o por omisión, deja que las condiciones de la comunicación en Argentina queden libradas a la lógica del mercado, es natural que la necesidad de eficiencia y sustentabilidad, eufemismos que reemplazan a “pingües negocios”, sustituyan a algunos de los valores centrales del debate público. Me refiero, claro está, a la conciencia crítica, la pluralidad y esa cosa rara a la que algunos todavía llaman “verdad”.

martes, 14 de noviembre de 2017

Aporofobia (editorial del 12/11/17 en No estoy solo)

En el año 2000, una revista llamada La Primera, cuyo dueño era Daniel Hadad, publicaba en tapa una de las notas más vergonzosas de la historia del periodismo argentino. Con el obelisco y una bandera argentina de fondo, irrumpía en la imagen un individuo con fisonomía indígena, el torso desnudo y un diente menos, para graficar un titular que rezaba “La invasión silenciosa”. A su vez, en la bajada del título se podía leer: “Los extranjeros ilegales ya son más de 2 millones. Les quitan el trabajo a los argentinos. Usan hospitales y escuelas. No pagan impuestos. Algunos delinquen para no ser deportados. Los políticos miran para otro lado”. La capacidad de síntesis del título y la bajada eximen de cualquier comentario acerca del contenido de la nota incluida en las primeras páginas de la publicación, pero han pasado los años y son muchos los que todavía recuerdan esa tapa en tiempos donde Daniel Hadad tenía en los medios una centralidad mayor que la que tiene hoy más allá de la importante circulación que tiene su portal infobae.com. Con todo, el mensaje de esa publicación finalmente no hacía más que representar cierto ideario conservador y retrógrado que se encuentra arraigado en la Argentina y en el mundo, y que aparece con más fuerza en tiempos de crisis económica, ideario que no disminuirá por la sobreactuación indignada del progresismo frente a personajes que son una caricatura de sí mismos como “la cheta de nordelta”.
Lo cierto es que bajo algún tipo de amenaza, lo más fácil es señalar al distinto y cada vez que oímos este tipo de afirmaciones las calificamos de xenófobas porque refieren a extranjeros y, en particular, a extranjeros de determinada pertenencia étnica. Sin embargo, parece hora de ser un poco más sutiles y encontrando una categoría adecuada podremos elucidar que lo que está operando allí no es exactamente xenofobia entendida como odio, rechazo y aversión al extranjero sino algo más específico. Quien notó esto y se encargo de difundir una nueva categorización fue la filósofa española Adela Cortina. Con perspectiva universalista y desde la particular mirada de una Europa en crisis más cultural y moral que económica gracias al fenómeno de los refugiados, Cortina parte del siguiente dato: 75.000.000 de turistas extranjeros visitaron España en el año 2016. Se trata de un número récord celebrado por la sociedad española porque el turismo supone ingreso de divisas, creación de empleo, etc. Dicho esto, Cortina se pregunta por qué no hay frente a estos extranjeros actitudes xenófobas. Y la respuesta es simple: porque, en general, se trata de extranjeros con un buen pasar económico. Esto muestra que el rechazo, la aversión y el odio, más que dirigirse al extranjero está dirigido al pobre. En este sentido, la tapa de la revista de Hadad no eligió poner a un alemán con rasgos arios o a algún caucásico empresario y/o microemprendedor. Decidió poner a un descendiente de la zona de altiplano en una situación en la que denotaba pobreza. Si el problema no es la extranjería sino la pobreza, el término xenofobia debe reemplazarse por uno que específicamente represente estos casos, los cuales, por cierto, son los más comunes, porque se desprecia más al paraguayo, al peruano y al boliviano que al alemán porque en el caso de los primeros se supone que son pobres.
Frente a esto, Cortina entiende que el término adecuado es “aporofobia” porque “áporos”  significa “pobre”. En el libro donde Cortina desarrolla esta idea, llamado, justamente, Aporofobia, el rechazo al pobre, la autora rebalsa de ingenuas, buenas y abstractas intenciones llamando a solucionar el problema con más educación e instituciones regidas por valores universales y comunicación democrática. Asimismo, en un salto sorprendente y extemporáneo decide buscar en resultados de la neurociencia una justificación para afirmar que nuestro cerebro es aporófobo, es decir, que hay una tendencia natural de lo humano hacia la aporofobia. Por estas razones es que lo más interesante del libro parece ser la novedad del concepto, (ya que precisa un sentimiento que muchas veces se confundía con la xenofobia pero era de otro carácter), y no la solución propuesta para la problemática ni mucho menos su justificación. En este sentido, aun cuando buena parte del libro quizás no valga demasiado la pena, si acordamos con Gilles Deleuze en que hacer filosofía es crear conceptos, Adela Cortina puede darse por satisfecha no solo por sus dotes creativas sino porque creando un concepto, permitiéndonos nombrar, nos ayudó a asir ese aspecto de la realidad que a falta del término correcto se nos escurría entre las manos.
Por último, un breve comentario sobre el subtítulo o bajada del libro. Es que efectivamente al título Aporofobia, el rechazo al pobre, se le agrega la frase “Un desafío para la democracia”. Es verdaderamente curioso, pues en todo caso me imaginaba que la aporofobia era sobre todo un desafío para el capitalismo antes que para la democracia, especialmente en el contexto en que la profundización de esta nueva etapa del capitalismo puede definirse como una verdadera fábrica de pobres. Así, en todo caso, antes que la aporofobia, lo que es un verdadero desafío para la democracia, me parece a mí, al menos, es el capitalismo.     



sábado, 11 de noviembre de 2017

El día que votaron a Macri y no a Mauricio (editorial del 5/11/17 en No estoy solo)

Con el triunfo claro en las últimas elecciones, ingresamos en la segunda etapa del gobierno de Cambiemos. No se trata de una distinción tajante entre una y otra pero el escenario es claramente distinto por varias razones.
En primer lugar, el equilibrio de poder es otro porque el 9 de diciembre de 2015, un día antes de asumir, Macri tenía enfrente una fuerza política que había obtenido el 49% de los votos sin haber  jugado su principal carta; no era ni siquiera la primera minoría en las cámaras; había triunfado en varios distritos gracias al alquiler del aparato del radicalismo y debía lidiar con lo que parecía un bloque cultural afianzado sobre la base de una memoria histórica que le pondría límites a sus aspiraciones. Ante este panorama, queda claro que el gradualismo no era una decisión sino la única opción y los sucesivos juegos de avances y retrocesos no fueron más que un modo de medir la fuerza y los límites de la acción. Sin embargo, casi dos años después, la principal carta de la oposición pierde en PBA haciendo pie apenas en la tercera sección; a pesar de no tener la mayoría en el Congreso, el peso relativo de Cambiemos ha aumentado; el gobierno triunfó en los principales distritos con candidatos y estructura propia y, sobre todo, fue enormemente eficaz en la batalla cultural para sepultar la reivindicación de la política gracias al denuncismo moralizante e indignado, y desplazar a “la patria es el otro” por el ideal meritocrático y emprendedurista que deposita en el individuo, y nunca en el sistema o el modelo, la responsabilidad por las condiciones de vida.     
En segundo lugar, cabe preguntarse: ¿cómo le fue tan bien si los brotes verdes son brotecitos, devaluaron un 80%, sacudieron los bolsillos con tarifazos y el poder adquisitivo promedio disminuyó? Muy simple: es falso que la gente vote siempre con el bolsillo y, en este caso, Cambiemos ha conseguido sostener el monopolio de la expectativa, esto es, a pesar de ser “presente” lograron seguir siendo identificados como “futuro”. Es curioso lo que pasa en el país porque la grieta ha sido planteada en categorías temporales, una lucha entre el pasado y el futuro. En esa disputa, el presente es solo una continuidad del pasado tal como lo expresa la noción de “pesada herencia”, que no es otra cosa que un pasado que se extiende hasta el presente. Gracias a esta instalación, el gobierno nunca es responsable de los males actuales y cuando debe actuar sobre ellos lo hace como quien es un simple mediador de una dinámica que lo trasciende, característica típica del tecnócrata que es solo un enviado del “Dios mercado” en la Tierra, un mero ejecutor de leyes rígidas y presuntamente universales. 
Con todo, en esta segunda etapa, algunas cosas irán paulatinamente cambiando. Por lo pronto, con un kirchnerismo hecho una sombra de lo que fue, el ardid de constituirse como lo otro del demonio perderá eficacia y esa es una de las grandes paradojas del triunfo pues si el triunfo fue tan grande y demoledor, entonces el monstruo que nos llevaría a Venezuela está liquidado. Y, si está liquidado, entonces Cambiemos deberá definirse por sí mismo y no como la oposición al “populismo K”. En este sentido, el gobierno tendrá menos excusas. Asimismo, si bien nada augura que sea en lo inmediato, sino, probablemente, en el próximo mandato, la irresponsable toma de deuda tendrá un límite y ese límite deviene en ajuste. En otras palabras, el gobierno ha logrado una ecuación muy inteligente: transferir siderales ingresos a los que más tienen sin quitarle demasiado a los que menos tienen. ¿Cómo lo hizo? Agrandó la torta tomando deuda y la transfirió a los sectores aventajados al tiempo que continuó con la política de ayuda social entre los de abajo para que no explote la calle. Un país más desigual con una mitad de la población que está peor pero que todavía está contenida. Ahí habrá tensión como la habrá hacia adentro del PRO en otro de los efectos paradójicos del triunfo. ¿Por qué? Porque, una vez más, sin la amenaza electoral del peronismo y con el camino allanado hacia el triunfo en 2019, serán las internas las que queden expuestas. Que Macri va por la reelección en Nación y María Eugenia Vidal intentará lo propio en PBA es un hecho que nadie al interior del PRO osará desafiar. En todo caso, la gran incógnita es Carrió y la Ciudad de Buenos Aires. ¿Seguirá encolumnada y sosegada la diputada para jugar el rol de fiscal moral del espacio sin mayores aspiraciones o intentará transformarse en la próxima Jefe de Gobierno de la Ciudad? Si decide ir por este último camino, se avecinan tempestades.
Por otra parte, la otra gran interna es más general e incluye dos bandos, el ala más política del gobierno y un ala salvaje que de “derecha moderna” tiene poco. En este último caso me refiero a aquellos sectores con representantes en el gobierno, en los medios y en determinados sectores del poder judicial que no dudarían en perseguir, estigmatizar y aniquilar, en un sentido no demasiado metafórico, a todo resto de oposición o a todo aquello que huela a kirchnerismo. De triunfar este último sector, se abre una caja de Pandora con resultado incierto. ¿Qué sucede si se encarcela a CFK o no se la deja asumir la banca? ¿Habrá reacción y una respuesta represiva en las calles? ¿Cuál sería el costo de tal represión? A juzgar por el caso Maldonado, en el que hay importantes sospechas de la intervención de Gendarmería y el encubrimiento por parte de sectores del Gobierno y medios de comunicación, el costo no ha sido alto, pero es imposible prever la reacción social.         
Asimismo, en esta segunda etapa de Cambiemos, es probable que paulatinamente el rol de algunos medios y determinados periodistas vaya virando. Así, con el periodismo pasará lo mismo que sucede en la política: acabado el periodismo militante, expulsado de la corporación a la que habían intentado dinamitar ingresado por la ventana, la corporación mediática generará, para albergarlo en su propio seno, un periodismo opositor que ya no será outsider como el periodismo militante. Así, no debería extrañar que las principales espadas mediáticas del oficialismo, de repente, empiecen a endurecer su discurso contra el gobierno. No será una traición. Será, simplemente, un clásico de la corporación periodística.        

Por último, no resulta menor aclarar que a diferencia de la elección de 2015, Cambiemos triunfó sin mentir y ganó a pesar de anunciar aumentos y ajustes. Fue la primera etapa la que podría definirse con el apotegma menemista de “si hubiera dicho lo que iba a hacer nadie me hubiera votado”. Pero en esta segunda etapa, la sociedad eligió sabiendo lo que elegía y ha decidido apoyar lo que Cambiemos es realmente independientemente de su obsesión por las formas, los focus group y sus consecuentes acciones on demand. Así, el 22 de octubre de 2017 fue la primera vez que la mayoría de la ciudadanía no decidió votarlo a Mauricio: decidió votarlo a Macri.