jueves, 30 de mayo de 2013

Volver a ser Dios (publicado el 30/5/13 en Veintitrés)

De la lista de disputas que ha tenido el kirchnerismo durante los últimos 10 años, considero preciso detenerme en la que ha sido la más simbólica pero no por ello menos real: la denominada “batalla cultural”. Bajo este rótulo se engloban diferentes aspectos y transformaciones que incluyen una escisión profunda en un paradigma que había instalado un conjunto de prejuicios en el sentido común. De todos ellos, hubo uno que en poco tiempo se transformó en el gran eje de la disputa: la credibilidad de la palabra del periodista. Dicho de otro modo, independientemente de la importancia de la recuperación de la política y de los duros golpes asestados a las “20 verdades liberales” que reinaban en las conversaciones de la panadería, el taxi o la peluquería, la grieta abierta por la discusión en torno a la ley de medios marcó un punto de inflexión que los medios y periodistas tradicionales no han podido resolver ni digerir. Así, de repente, el debate se liberó de los claustros de las facultades de comunicación de las universidades públicas y el ciudadano común entendió que los medios construyen realidad y que los periodistas que habían sido los héroes de la sociedad civil en los años 90 defendían intereses que los alejaban de la siempre auto-reivindicada objetividad. Así es que si hoy alguien afirma que determinado hecho es verdadero porque lo leyó en el diario o lo vio en la televisión, lo observaremos con más piedad que enojo. Por supuesto que sigue existiendo una importante cantidad de ciudadanos que mantiene una mirada ingenua respecto al rol de los medios de comunicación pero la pérdida de credibilidad en la que han ingresado los medios y periodistas tradicionales, será algo que necesitará muchos años para recomponerse. Con todo, los intentos de restaurar ese lugar privilegiado no han cesado y a la discusión en torno a la posibilidad de un periodismo no militante, le ha seguido la estrategia “Lanata”, esto es, desacreditar a aquellos que reivindican la política buscando asociar ésta a la corrupción. Esto no significa, desde ya, que no haya buenas razones para establecer conexiones entre una y otra. Tal vínculo ha existido, existe y existirá, en los gobiernos del mundo y, por supuesto, en este gobierno, como muestra el fallo contra la ex ministra Felisa Miceli o el procesamiento de los secretarios de transporte Ricardo Jaime y Juan Pablo Schiavi.  Pero quienes consideran que la política es sinónimo de corrupción lo hacen apoyados en un sesgo ideológico y quienes afirman que la corrupción en la administración kirchnerista es sistémica simplemente mienten y rehúyen el verdadero debate acerca de los modelos de país.
Ahora bien, ¿se trata de la estrategia destituyente de un grupo económico que apela a toda su prepotencia para horadar la credibilidad de un gobierno? Sí, pero es más que eso porque, al mismo tiempo, lo que se busca no sólo es que vuelvan al poder los mismos intereses que otrora lo detentaron sino restaurar un clima cultural en el que la palabra del periodista vuelva a tener ese rol determinante e influyente. Por eso, suponer que aquí está en juego una disputa económica sería empobrecer el debate: está en juego el horizonte, el “lugar en el mundo” de todos aquellos formadores de opinión que se pavoneaban con el dedo en alto hace algunos años. Eso es lo que molesta y lo que tanto incomoda a toda la corporación periodística, incluyendo a muchos que tienen afinidad ideológica con el gobierno pero quieren defender su pedestal de objetividad.
Que la palabra del periodista vuelva a tener la misma preponderancia de la que alguna vez gozó es, entonces, la disputa central hoy porque desde allí se eliminarían todas las instancias institucionales de prueba y legitimidad. Un periodista podría acusar y por la sola potencia de su palabra el acusado se transformaría en culpable. Se trata de retornar a aquella época en la que el periodista era fiscal y juez (sin aparecer nunca como parte). Algo de esto se explica a partir de la visión de un reconocido referente de la corporación periodística tradicional como Jorge Fontevecchia cuando en la nota “Lenguaje performativo”, publicada el 26/5/13 en Perfil,  afirma que “es difícil ser hoy Lanata (…). Difícil por el precio que todo ser humano debe pagar cuando su decir se convierte en una forma de lenguaje performativo. Un decir que se transforma en obra, como un escribano, como un juez, como Dios”.
La noción de lenguaje performativo se la debemos a John L. Austin a partir de un ciclo de conferencias que se publicaron en 1962 bajo el título Cómo hacer cosas con palabras. Allí, este profesor de Oxford arremete contra la tradición neopositivsta que afirmaba que sólo tenían sentido aquellos enunciados que describiesen un estado de cosas, es decir, aquellos enunciados de los cuales se puede predicar la verdad o la falsedad. Se trata de enunciados como “CFK ganó las elecciones con el 54% de los votos” o “Boudou ha viajado con bolsos repletos de dinero el último viernes a las 11AM en un avión privado”. En tanto proposiciones, estas oraciones pueden ser verdaderas o falsas y sólo hace falta ir a contrastar con los hechos para notar que la primera es verdadera y la segunda no. Pero Austin muestra que existen otro tipo de enunciados que denomina performativos: son aquellos de los cuales no se puede predicar la verdad o la falsedad pero cuya mera enunciación supone una acción. Así, cuando decimos “prometo no volver a verte” no sólo estoy pronunciando una frase sino que estoy realizando la acción de prometer. Lo mismo cuando un juez dice “los declaro marido y mujer”. No sólo enuncia algo sino que con la enunciación realiza una acción más allá de la de enunciar. En otras palabras, los enunciados performativos crean realidad: no había promesa antes de mi enunciación ni había matrimonio antes que el juez lo declarase. Es más, podría decirse que toda la tradición cristiana se basa en el acto performativo del gran performador, que no es otro que Dios, quien creó a partir del lenguaje cuando dijo “hágase la luz” y la luz se hizo. Al crearse una realidad nueva no tiene sentido hablar de verdad o falsedad porque no hay ningún hecho preexistente con el que contrastar el enunciado creador. Sin embargo, para que el enunciado performativo sea efectivo tienen que darse una serie de requisitos. Supongamos que el juez dice “los declaro marido y mujer” pero frente a él hay una persona y no dos; o hay dos pero el juez es un impostor. Allí el performativo falla pues no logra crear realidad. Esto significa que el performativo depende de un contexto, de una serie de condiciones externas al enunciado mismo porque tres chicos de 8 años pueden jugar a que se casan y uno de ellos puede afirmar “los declaro marido y mujer” que no por eso consideraremos que esta parejita de niños es un matrimonio constituido.
 Es indagando en este tipo de dificultades que Austin entiende que para comprender el lenguaje performativo se deben tener en cuenta las 3 dimensiones del acto de habla: la dimensión locucionaria (el acto de emitir sonidos cuando se pronuncia, por ejemplo, una frase con un determinado sentido), la dimensión ilocucionaria (la acción que realizamos cuando enunciamos la frase, lo que venimos llamando, estrictamente, enunciado performativo) y la dimensión perlocucionaria, (por ejemplo, conformar, creer o razonar, esto es, la acción que generamos en el otro cuando pronunciamos una frase).                 
 La razón de incluir esta compleja disquisición acerca de los enunciados, se vincula con la necesidad de entender la operación que realiza el periodismo tradicional para recuperar su rol instaurador y creador de realidad. Se trata, entonces, de que la palabra del periodista vuelva a tener carácter performativo, que alcance con la sola enunciación para que lo real “aparezca”. Parte de esto se puede observar en las últimas investigaciones de Lanata: basta con que él enuncie la existencia de una bóveda para que ésta exista y basta con que él afirme que dentro hay dinero y que ese dinero es producto de la corrupción para que las suposiciones se transformen en realidad. No hace falta ninguna corroboración más que la propia palabra de Lanata pues sus afirmaciones provocan en el auditorio una creencia que se internaliza con la fuerza de un prejuicio. Pero para que esto sea posible, para que una palabra por sí misma e independiente de toda corroboración, tenga efecto de verdad, es necesario generar un contexto en el que el performativo pueda recobrar la potencia fundacional, algo imposible en un tiempo en el que el periodismo hegemónico está desacreditado. Es por eso que la disputa se está dando allí. En este sentido, el triunfo de Lanata no implicaría nada más y nada menos que el fin de un ciclo político que tiene como uno de sus méritos la recuperación de la palabra política y de la legitimidad democrática;  implicaría, por sobre todo, una democracia cuya única legitimidad sea el control remoto y la restauración de una realidad creada por la palabra de unos periodistas que gritando “Hágase la corrupción” quieren volver a ser Dios.           

sábado, 25 de mayo de 2013

10 años de kirchnerismo: res non verba (publicado el 23/5/13 en Veintitrés)


Acabó con la mayoría automática de la Corte Suprema menemista garante del modelo neoliberal que había implosionado en 2001; promovió la ocupación de las vacantes de la Corte Suprema a través del sistema de audiencias públicas abiertas a adhesiones e impugnaciones de la ciudadanía; llevó adelante una política de derechos humanos que derogó las leyes de impunidad y sentó en el banquillo a los genocidas de la última dictadura militar, de los cuales alrededor de 400 han sido condenados y más de 1.000 se encuentran procesados; en 10 años duplicó el PBI; redujo los índices de desigualdad tal como lo expresa el coeficiente de Gini y de un 2003 en el que las familias con mayores ingresos ganaban 56 veces más que las más pobres, en la actualidad, la diferencia entre unas y otras se redujo a 21 veces; renegoció la deuda en default obteniendo un 75% de quita y un 93% de aceptación; con el pago del BODEN 2012 terminó de abonar a todos los damnificados del corralito de Cavallo y De la Rua; la deuda global pasó de un 156% del PBI en 2003 a estar en el orden del 35% en la actualidad; pagó enteramente los casi 10.000 M de dólares de deuda asumida por gobiernos anteriores con el FMI; reformó la Carta Orgánica del BCRA orientándola hacia la inversión, la producción y el desarrollo nacional, y posee allí 40.000 M de reservas internacionales; fue clave en el rechazo al ALCA que hubiera condenado a América Latina a una dependencia económica sin precedentes con los Estados Unidos; fue impulsor de UNASUR, institución central en el proceso de integración latinoamericana que trasciende ampliamente lo económico y que ha sido un factor determinante en la protección de las democracias en la región; mantiene una política activa en foros internacionales respecto a encontrar una solución diplomática al conflicto por Malvinas; creó alrededor de 5 millones de nuevos empleos bajando la desocupación de un 21,5% en 2002 a un 7% en la actualidad; el empleo informal, tras llegar a un pico de casi el 50%, se encuentra hoy en un número cercano al 33%; desde el 2003 hasta la fecha se realizaron miles de convenios colectivos de trabajo que arrojan aumentos siempre por encima de las mediciones de inflación de las provincias y de los privados; tomó la decisión política de aumentar el salario mínimo vital y móvil que, comparado con el de los años 90, se incrementó alrededor de un 1.000%; hizo que la participación de los asalariados en la torta de los ingresos se encuentre en un número cercano al 45% y se aproxime al recordado ideal del 50%-50% propuesto por Perón; promulgó el Nuevo Estatuto del peón rural que incluye una cantidad máxima de horas semanales, pago de horas extras, mejores condiciones de higiene en los respectivos lugares de trabajo, disminución en la edad de jubilación y descanso semanal, entre otros derechos; en la misma línea avanzó en los derechos del personal de servicio doméstico y consiguió que 300.000 empleadas fueran registradas; recuperó los fondos previsionales que estaban en manos privadas deteniendo una de las mayores estafas a las que se estaban viendo sometidos los ciudadanos de este país estén o no en edad de jubilarse; sancionó una ley de movilidad jubilatoria que actualiza las pensiones de manera semestral siguiendo los índices de recaudación y salarios, lo que permitió que, desde la entrada en vigencia de la ley allá por 2009, el incremento recibido por jubilados y pensionados alcance el 213%; aumentó la jubilación mínima un 1343% desde 2003 hasta la fecha; logró que el sistema previsional alcance el 96% de los hombres y mujeres en edad de jubilarse incluyendo aquellos que por haber trabajado informalmente no tenían aportes; recuperó el PAMI y de 9.000 jubilados que en 2003 recibían medicamentos gratuitos se ha pasado a 1.400.000; promulgó una ley que lleva el presupuesto educativo a un piso del 6% del PBI (en el presupuesto actual equivale a un 6,47%); entregó 2.380.000 netbooks a estudiantes de todo el país; inauguró 1549 escuelas, lo que da un promedio aproximado de una escuela cada 2 días y medio de gestión; gracias a los planes del Ministerio de Educación distribuyó 54.000.000 de libros y reconstruyó más de 7.000 laboratorios a partir de una política estratégica de recuperación de las escuelas técnicas; el salario docente aumentó un promedio de 665%; creó 9 universidades nacionales en el que aproximadamente el 90% de los alumnos que asisten pertenece a familias sin antecedentes universitarios; aumentó considerablemente la matrícula universitaria y la cantidad de egresados de las universidades públicas; contra la presión de los principales laboratorios, sancionó la ley de prescripción de medicamentos genéricos que acaba con la “tiranía de las marcas”; otorgó acceso gratuito a métodos anticonceptivos hormonales, DIU y preservativos; bajó la mortalidad infantil de 16,5 por 1000 a 11,7; aumentó la esperanza de vida de hombres y mujeres; creó el Ministerio de Ciencia y Tecnología; los pocos científicos del CONICET dejaron de lavar los platos y hoy el organismo cuenta con casi 7000 investigadores y cerca de 9000 becarios cuyo estipendio aumentó alrededor de un 800% (gracias a esta política, Argentina es el país latinoamericano con mayor cantidad de científicos por habitantes duplicando a su inmediato perseguidor: Brasil); promovió el regreso de científicos gracias al plan Raíces y ya repatrió a 950 de ellos; creó el Ministerio de Seguridad y aumentó el presupuesto de seguridad nacional en un 681%; la cantidad de efectivos de las fuerzas de seguridad pasó de 75.000 a más de 100.000; se creó el Ministerio de Industria y se promulgó la ley de promoción de la industria del software; de 80 parques industriales existentes en 2003 Argentina pasó a tener 330; desde 2003 hasta la fecha la capacidad eléctrica del país aumentó un 45%; incorporó más de 2.000.000 de nuevos hogares a la red eléctrica y tendió 4.200 km de líneas de alta tensión; expropió YPF y la puso en funcionamiento tras el proceso de vaciamiento que llevó adelante REPSOL; recuperó Aerolíneas Argentinas y al mismo tiempo hizo crecer ostensiblemente la cantidad de frecuencias y rutas con un criterio federal, levantó su concurso preventivo y renovó su flota adquiriendo 20 aviones EMBRAER, 26 Boeing y 5 AirBus 340 además de equipos de rampa y simuladores de vuelo; hay 7.000.000 más de usuarios de agua potable desde el 2003 y arriba de un 1.500.000 nuevos hogares tienen disponibilidad de gas de red; creó el plan PRO.CRE.AR que otorga créditos a tasas bajas y que prevé la construcción de 400.000 viviendas en los próximos 4 años; sancionó la ley de Medios y creó el sistema de Televisión Digital Abierta cuya cobertura alcanza al 86% de la población; entregó miles de decodificadores gratuitos desde los cuales se puede acceder a la oferta de una veintena de canales entre los que se encuentran señales creadas por el Estado como Encuentro, Paka Paka o Incaa TV; pese a las presiones, impulsó las leyes de matrimonio igualitario y de identidad de género por las cuales las minorías sexuales acceden a un sistema básico de protección de sus derechos como ciudadanos iguales ante la ley; instauró que ya no se tenga que pagar para poder ver un  gol; llevó adelante una reforma política que, entre otros aspectos, instituye el mecanismo de las internas abiertas y obligatorias, favorece el robustecimiento del sistema de partidos y garantiza la transparencia en el financiamiento de las campañas; le puso un límite a la posesión de tierras en manos extranjeras y con la Asignación Universal por Hijo que cubre a 3.500.000 chicos, logró mejoras nutricionales, prevención de problemas de salud y el regreso a la escuela de 130.000 menores.                
 ¿Que falta? Claro ¿Que podría haberse hecho mejor? Por supuesto ¿Que hay cosas que se han hecho mal o que no se han hecho? Sin duda, muchas. Pero una discusión seria sobre los primeros 10 años de kirchnerismo no puede pasar por alto la lista interminable de lo que hay en el haber. No me vengan con que todo es un gran relato y recuerden que la mejor verba es la que se basa en lo hecho, es la que se constituye sobre la res.

lunes, 20 de mayo de 2013

Bestiario político argentino N° 2: Los antípodas (publicado el 17/5 en diario Registrado)


Los más crédulos afirman que los antípodas argentinos son descendientes de una familia china lectora de Lewis Carroll que cavó en línea recta un pozo que atravesó la tierra y emergió en una zona cercana al norte de la ciudad de Buenos Aires, pero sin duda se trata de habladurías sin ningún sustento científico; los más escépticos, por su parte, indican que los antípodas son parte del mito originado por una ficción acerca del planeta Tlön. Pero también se equivocan pues los antípodas existen, y me animo a decir, son cooriginarios no sólo del primer argentino sino del primer hombre sobre la faz de la tierra. Como suele ocurrir, la etimología puede darnos una pista: “anti” significa “contrario”, “lo otro”, y “podos” hace referencia a los pies. Antípodas son, entonces, aquellos habitantes del otro lado de la tierra, los que, suponiendo una tierra redonda, “tienen sus pies” a 180° de los nuestros. Si bien esto dio lugar a la creencia de que cada hombre tiene su antípoda y que cuando el primero duerme el otro está despierto, cuando uno habla, el otro calla y así con todas las cosas, numerosos viajeros se embarcaron en busca de su otro sin ningún resultado auspicioso. La explicación más razonable la dio un experto en retórica clásica: “es que el antípoda está a 180° siempre. Y cuando alguien se mueve un grado su antípoda también se mueve. Por ello, si decides viajar al otro lado del mundo a buscarlo, él también viajará a su otro lado del mundo que no es otro que aquel espacio del cual has partido originariamente”.
Estos seres que habitan el otro lado de la tierra tuvieron un destino horroroso hasta el descubrimiento de la ley de gravedad pues se cuenta que, al estar del otro lado del mundo, vivían cabeza abajo y cuando no podían sujetarse caían a su piso que no era otra cosa que el cielo. Pero todo esto empezó a cambiar a partir de los avances de la ciencia moderna y el conocimiento de las leyes de la física. Con todo, quedaba todavía un elemento misterioso: una querella medieval acerca de la naturaleza de estos seres fue transformando la mirada que se tenía sobre ellos. Tal interrogante puede plantearse así: ¿son los antípodas descendientes de Adán? Si lo eran se planteaba un problema teológico-geográfico pues ¿cómo pueden existir seres humanos en tierras sin contacto alguno con la civilización cristiana? De aquí se seguía, lógicamente, que no se trataba de seres humanos sino de un conjunto de seres que, a falta de una clasificación más adecuada, tenían el rango de monstruosidad. Para adecuar el mundo a esa clasificación, se tomó como prueba un escrito del obispo francés Francois-Joachim de Pierre de Bernis quien afirmaba que los antípodas tenían los pies dados vuelta, es decir, el talón al frente y los dedos mirando hacia la espalda, cosa que sólo podían disimular con un calzado. Pero lo más insólito es que esta situación dio lugar a, quizás, la lección política más importante de la historia poseedora de una actualidad que asombra.
La historia dice que Napoleón realizó una reunión durante su expedición en Egipto y, que siguiendo lo sucedido en la Asamblea Nacional de la Revolución francesa, los asistentes se dividieron en derecha e izquierda. En el costado derecho, sin que él ni nadie lo supieran, estaban los antípodas, y en el lado izquierdo los hombres comunes. Así fue que, probablemente, con un alto grado de alcohol en sangre,  la escena se desmadró y el bando izquierdo compuesto por los descendientes de Adán, acabó tomándose a golpe de puño con el bando antípoda. Botellazos, sillazos y restos arqueológicos volaban por al aire y no hacía falta ninguna piedra rosetta para entender lo que sucedía. Tras una primera victoria pírrica en el recinto, pugilísticamente hablando,  y presumiendo la llegada de refuerzos para sus rivales políticos, los antípodas abandonaron el espacio que hacía de legislatura con una estrategia insólita. Se descalzaron sin que nadie los viera y comenzaron a correr por el desierto asumiendo que tiempo más tarde sus perseguidores seguirían sus huellas y, al no saber que sus pies estaban dados vuelta, creerían estar acercándose cuanto más se alejaban. Así fue que, munidos de refuerzos, los rivales empezaron a correr por la izquierda a los antípodas pero el desenlace fue uno solo y repetido: frustración y el extraño fenómeno de correr por izquierda y salir por derecha mientras los antípodas estaban perfectamente a salvo y defendiendo su posición.
La historia dice que el bando izquierdo, obcecado como pocos, sigue una y otra vez, hasta el día de hoy, las huellas de los antípodas, y que el hecho se repite en casi todos los países a veces como farsa. En cuanto al destino de aquellos perseguidores, los más murieron de inanición, otros se refugiaron en la hospitalidad de las universidades y varios, al alcanzar el estado de senectud, se habrían pasado, orgullosos, al bando de las antípodas violentando, incluso, su naturaleza pédica.            

viernes, 17 de mayo de 2013

No tan distintos (publicado el 16/5/13 en Veintitrés)


                                   "¿sos tan diferente? ¿No sos igual a mí? Esperando 1989”. Luca Prodan, 1987

“La gente en la calle nos pide que nos unamos” repiten referentes de partidos de la oposición desde el último cacerolazo del 18 de abril. Y debe ser así pues, al menos por ahora, no parece haber otra manera de ganarle al kirchnerismo. Sin embargo, con buen tino, también existen hombres y mujeres de relevancia partidaria que desde esos mismos espacios advierten que la unidad en el espanto puede derivar en una victoria pírrica que implosionaría no bien alcanzado el gobierno, además de, obviamente, transformarse en una caricatura de la ya caricaturesca antiperonista Unión Democrática. Al fin de cuentas, ¿qué tipo de consistencia puede tener un gobierno que incluya, entre otros, a Binner, Moyano, Alfonsín, Macri, Prat Gay, Tumini, Carrió, Pino Solanas, Miceli y Redrado, por nombrar algunos?  
Con todo y si bien se descuenta que esta unidad no se establecerá en las elecciones de 2013, comicios en los que, al elegirse cargos legislativos, no hace falta ser la primera mayoría, no sería descabellado pensar que habrá una serie de globos de ensayo de cara al 2015. En esta línea, el primero parece ser el del peronismo residual ex duhaldista que incluyó a referentes de la derecha peronista como De la Sota, De Narváez, Moyano, Rucci y el saltarín Lavagna, quien, no olvidemos, fue ministro de Duhalde, de Kirchner y luego, candidato a presidente por, aunque usted no lo crea, la UCR.  Mientras resta por ver si a ese armado se le puede sumar Macri, algo que, por ahora, está en plena negociación, del otro lado queda una cantidad de átomos capaces de confluir en una línea “progre-social demócrata-republicana” cuyo liderazgo será disputado entre Binner y un referente radical. Estos serían, entonces, los dos grandes bloques (más allá de la duda sobre el rol de Macri) que enfrentarían a un kirchnerismo que contaría con una base cercana al 40% de los votos.
 La distinción entre estos bloques tiene ciertos fundamentos ideológicos, más allá de algunos nombres propios de pasado sinuoso que también son parte del partido gobernante. Por decirlo de algún modo, el oficialismo reivindica una política nacional y popular que engloba a cierta parte del progresismo y al peronismo de izquierda; a la UCR y al socialismo (al modo argentino) los une el reclamo de institucionalidad, y al peronismo residual los aglutina la interna peronista que se juega hace más de 40 años y que tiene como bandera al Perón de la reconciliación nacional que echó a los imberbes de la Plaza.
 Ahora bien, en este escenario relativamente optimista en que la oposición alcanza, al menos, a reunirse en dos grandes bloques frente al bloque oficial, no parece haber mucho espacio para el supuesto pedido de “la gente” que acompaña los cacerolazos. Me refiero, claro está, a la idea que se indicaba al principio de esta nota, esto es, el “únanse” todos frente al kirchnerismo. De esto se seguiría una enorme dificultad para vencer al gobierno próximo a cumplir 10 años de gestión, pues el desencanto de una mitad de la población se dividiría en dos alternativas. 
Pero ¿existen tantas diferencias ideológicas entre los bloques opositores? Si nos remontamos al origen de cada uno de los partidos en cuestión y a su comportamiento más o menos estándar habría que decir que sí y, sin embargo, creo que no. En esta línea, echemos una mirada a algunos temas puntuales: Binner compartiría con Macri y con De la Sota, por ejemplo, su favoritismo por el candidato venezolano perdidoso Henrique Capriles; Sánz y Del Sel acordarían en la necesidad de acabar con la Asignación Universal por Hijo para evitar que “se vaya por la canaleta del juego y la droga”; las policías de Santa Fe y Ciudad de Buenos Aires podrían realizar tareas conjuntas en las que la única perjudicada sea la seguridad de los inocentes; Moyano abogaría, junto a Schoklender, Carrió y Lavagna, por la necesidad de una restauración de la república; Alfonsín y Pino Solanas serían capaces de poner todo el énfasis de su oralidad al servicio de la indignación de la semana; Victoria Donda y Gaby Michetti dirían que “no está buena” la reforma de la justicia; Prat Gay y Gil Lavedra harían una “vaquita” para pagar a los fondos buitre y reinsertarnos en el mundo; Cobos y Sturzenegger pagarían el 82% móvil para en un par de años desfinanciar al ANSES y salir a endeudarse, y Laura Alonso y Cecilia Pando compartirían un cartel de una ONG de militares “presos políticos” que llame traidores a todos los kirchneristas. 
 Lo que esto muestra es que la polarización existente en la Argentina y el marcado de agenda impuesto por las grandes corporaciones ha llevado a referentes de tradiciones diversas a un oposicionismo zonzo que iguala las perspectivas detrás de la negación sistemática a todo aquello que provenga del oficialismo. En los referentes más cercanos a la derecha puede existir un auténtico convencimiento de que aquella es la agenda correcta pero en los sectores más vinculados a la socialdemocracia lo que parece actuar es el temor a las represalias de las usinas mediáticas, aquellas que les exigen públicamente que se unan a cualquier costo.
 Lamentablemente, la experiencia del 2011 en la que la diferencia entre CFK y sus competidores llegó a casi el 40% de los votos, no hizo que la dirigencia política opositora entendiera que el error había sido seguir a rajatabla una estrategia impuesta por los grupos concentrados del capital y por esa batalla casi “personal” que el grupo Clarín libra contra el gobierno; más bien, por el contrario, los opositores toleraron la humillación de las grandes plumas que los acusaron de no estar a la altura de las circunstancias y de ser los responsables de la catástrofe. Así, tras la paliza electoral, ni el peronismo residual, ni la UCR ni el FAP dieron un golpe de timón para retomar una agenda propia que pudiera, eventualmente, en algunos aspectos centrales, coincidir con la del gobierno nacional. Es más, en el caso del FAP, incluso, el haber obtenido el segundo puesto hizo que Binner dejara esa posición más conciliadora que reivindicaba algunos logros gubernamentales para transformarse en la esperanza blanca de las señoras de Recoleta que asiste a los canales de televisión a refrendar voluntariamente cualquier tipo de crítica al gobierno nacional.
 Así, paradójicamente, la tan elogiada “estrategia Capriles” no ha sido observada en toda su dimensión pues su logro no fue simplemente unir a toda la oposición detrás de un candidato sino, por sobre todo, plantear un discurso diferenciado del chavismo pero no radicalmente oposicionista. Se trataba de plantear un momento de superación del chavismo, de proteger los logros del socialismo del siglo XXI y resolver las deudas pendientes. Probablemente, un triunfo de Capriles hubiese mostrado que la pretensión de erigirse como un neochavista opositor era simplemente una estrategia discursiva pero, en el caso de la Argentina, la oposición ni siquiera  pretende tal engaño y se muestra tal como es.
 Por todo lo dicho, a juzgar por las posiciones que defienden hoy, no habría grandes diferencias, en lo que a políticas respecta, entre los candidatos opositores, pues temas clave como la ley de medios (hoy en día denostada incluso por el FAP) o la recuperación de las AFJP, son atacados con argumentos similares por todo el arco político no kirchnerista. Por ello, el hecho de que no haya acuerdos para conformar un frente antikirchnerista obedece más a ambiciones personales que a convicciones ideológicas. En eso los editorialistas de medios hegemónicos tienen razón.
Indiferenciados y sin agenda propia, entonces, la oposición argentina me recuerda aquella canción estilo reggae de los años 80 con letra en inglés que Sumo bautizara “No tan distintos”. No sólo por su título sino porque el estribillo que repite una y otra vez (“esperando 1989”) parece ser una radiografía de la única esperanza opositora: que se repita el golpe de mercado que disparó la inflación y que seguramente ningún gobierno podría resistir.                         

  

lunes, 13 de mayo de 2013

Bestiario político argentino N° 1: Los lotófagos (publicado el 10/5/13 en Diario Registrado)


 Fue el contrabando el que introdujo la flor de loto en la Argentina. No se sabe cuándo ni quién ni cómo ingresó pero algunos dicen que la primera semilla provino de Europa aunque otros hablan de Rusia y hasta de Nepal. Lo cierto es que hoy la flor de loto es consumida por minorías con mucha ascendencia social y que responden a una sociedad secreta denominada Los Falklands. Cada miembro argentino de esta sociedad utiliza un seudónimo sajón para poder ingresar y debe llevar en la mano el ejemplar de La Nación del último domingo.
A pesar de que no es ilegal, el consumo desmesurado de la flor de loto es algo que la alta alcurnia no se atreve a reconocer públicamente puesto que las consecuencias de este verdadero vicio lleva a conductas execrables que algunas veces despierta la ira mayoritaria. El problema no es la forma rizomática de las raíces de la flor más allá de que éstas desafíen la idea de origen y las legitimidades que desde allí se constituyen, legitimidades mucho más fuertes que el tronco más fuerte del árbol más fuerte; en todo caso, el problema es lo que produce en la memoria y sus consumidores se resisten a aceptar: el olvido de la patria. Así lo contó Homero en la Odisea cuando, emprendiendo el regreso desde Troya, el viento llevó su navío hasta la isla de los lotófagos, tierra que algunos identifican con las costas de Libia. El pueblo lotófago, como su propia denominación lo indica,  se alimentaba de esa flor que, en poco tiempo, cautivó a algunos de los compañeros de ruta de Ulises y les hizo olvidar su misión y su país. Fue sólo por la fuerza y gracias a que Ulises evitó la tentación de comer la flor, que pudo capturar a los desertores, amarrarlos a la nave y, por fin, continuar su marcha.    

jueves, 9 de mayo de 2013

El relato y la disemiNación (publicado el 9/5/13 en Veintitrés)


La cuestión de lo que la oposición denomina “relato nacional y popular” se ha convertido en un tópico central que salpica todo acercamiento a temas de la actualidad política argentina y en boca de los comunicadores antikirchneristas es el mantra que busca teñir de irrealidad o de mera construcción propagandística los logros indudables de una gestión que está próxima a cumplir 10 años. Hablar de relato en términos peyorativos es funcional a la acusación de un intento gubernamental de controlar los medios de comunicación pero, por sobre todo, ha sido la respuesta natural a esa corriente de pensamiento que desde los sectores de la izquierda nacional comenzaron a reflexionar acerca del significado del kirchnerismo especialmente en el contexto de la disputa con las patronales del campo y la discusión alrededor de la ley de medios. Así, mientras de un lado se hablaba de una política contenciosa que debía dar una batalla cultural, del otro lado, sin demasiadas luces ni novedades, se intentó empardar al kirchnerismo con las diversas formas autoritarias que a lo largo del siglo XX se desarrollaron especialmente en Europa.
Frente a la acusación de construir un relato, en el sentido de mera ficción, hay dos opciones: o bien negarse a aceptar la acusación amparándose en hechos supuestamente incontrovertibles, o bien redoblar la apuesta y afirmar que el kirchnerismo es un relato pero que toda visión política, social y cultural posee el propio. Si bien los dos tipos de respuestas se solapan, las discusiones más interesantes se han dado respecto de la segunda opción, porque afirmar que toda perspectiva supone un relato implica aceptar una serie de principios incómodos para cierto sentido común demasiado imbuido de una separación tajante entre lo verdadero y lo falso, y lo real y lo ficcional.
Si bien la acusación de utilizar un relato parece tener pretensiones totalizantes y referirse a todo aquello que el kirchnerismo toque, como una suerte de Rey Midas inverso, el hecho de que se haga tanto hincapié en lo nacional y popular nos lleva a preguntarnos por los modos en que las ideas de nación y de pueblo se han constituido. Para indagar en ello, teóricos y tradiciones sobran. Desde Ernest Renán preguntándose ¿qué es una nación?, pasando por las “Comunidades imaginadas” de Benedict Anderson, hasta llegar a Ernesto Laclau y su repaso de las diferentes concepciones de lo que se entiende por pueblo, tenemos diferentes concepciones acerca de dos términos centrales de la teoría política moderna. De aquí que acercándonos más en el tiempo y en la geografía podemos preguntar, ¿existe una única manera de entender a la nación y al pueblo? ¿Quiénes son los representantes del pueblo argentino? ¿Los cabecitas negras que metieron las patas en la fuente o los caceroleros que retoman los cánticos de liberación y se autoproclaman “pueblo” frente a una “dictadura de los votos”? ¿Y la nación argentina cuándo surgió? ¿Fue antes de la colonización o fue gracias a ella? ¿O es que acaso fue 1810 o, si se quiere, 1853? ¿O habrá sido en 1945? Elegir una de estas opciones en detrimento de las otras supone, sin duda, una decisión que tiene costos y que denota una cosmovisión, en principio, si se quiere, ni mejor ni peor. Pero aceptar una determinada fecha o adjudicar el carácter de representación popular a un determinado sector con particulares características implica una fuerte toma de posición y, por sobre todo, supone un relato. El énfasis en esta problemática del relato me hizo recordar un texto de un pensador de origen indio no muy conocido por estos lares: Homi Bhabha. En un libro llamado El lugar de la cultura, publicado en 1994, y que recoge algunos de los artículos escritos en los años previos, Bhabha construye, con una prosa muy compleja, una perspectiva capaz de dar cuenta del lugar de las minorías introduciendo elementos de autores como Deleuze, Derrida, la tradición poscolonialista, la posmodernista y el psicoanálisis de Freud y Lacan. De los diferentes artículos que allí aparecen hay uno que creo que puede, en parte, hacer un aporte a la problemática del relato. Me refiero al que lleva por título “DisemiNación. El tiempo, el relato y los márgenes de la nación moderna”. Aunque parezca un error de tipeo, la palabra “DisemiNación” lleva una N mayúscula en el medio porque intenta mostrar que no existe una única manera de entender a la nación sino que ésta es la consecuencia de relatos en pugna. Hay, entonces, si se quiere, relatos diseminados acerca de la nación y también acerca de lo que consideramos, dentro de la nación, el referente “pueblo”.
Pero, además, Bhabha introduce algunas otras verdades incómodas: por sobre todo la idea de que no sólo hay una pugna de relatos sino que los relatos suelen caer en una trampa esencialista que los lleva a considerar que es posible identificar con claridad qué es la nación, qué es el pueblo, etc. Para aportar algo de claridad, pensemos en las maneras que nos dirigimos a otras culturas. Lo hacemos generalizando y afirmando que los x son así o asá como si fuera posible encontrar características inconmovibles para todo un grupo. Decir, entonces, que los argentinos tienen tal característica, o que para los mapuches el mundo se entiende de un determinado modo es no comprender las diferencias internas que existen al interior de cualquier colectivo humano. Lo mismo sucedería cuando hablamos de lo que el espíritu nacional es o lo que el pueblo quiere, porque no está claro a qué refieren esos términos y porque incluso, si fuese posible determinarlo, no podrían reconocerse, finalmente, los matices y las diferencias individuales intragrupales.
Por todo esto es que Bhabha habla de entender a la nación como una narrativa, es decir, como un relato que se desarrolla en el tiempo y que supone narradores ni objetivos ni trascendentes. No hay ni nación ni pueblo preexistente sino un relato que los constituye pero también tenemos, en el mismo momento, relatos en discordia que, entonces, se presentan como temporalidades diferentes producto de narrativas y narradores diversos. Así es que, para Bhabha, convive un relato que intenta, desde el presente, legitimar una línea atávica de continuidad entre una nación/pueblo tradicional autogenerada que tiene en la actualidad representantes fácilmente identificables en las clases poderosas, con otro relato que denuncia esa lógica y se arroga una representación popular desde el presente. Entre ambos relatos, a su vez, se constituyen, en lo que le interesa a Bhabha, los “otros” relatos, (los de las minorías, los de los pueblos rivales y los de los marginados), alterando esa tensión binaria y rompiendo la unidad y la supuesta transparencia de cada una de las posiciones.
Independientemente de si esta mirada de Bhabha puede entenderse como representativa  de lo que sucede en la Argentina, lo más interesante de su propuesta es la idea de que la nación y el pueblo son constituidos por relatos en pugna, contenciosos, conflictivos y siempre abiertos a reinterpretaciones. Tal perspectiva permite desembarazarse del totalitarismo de suponer que mi adversario es el único que relata, que ficcionaliza, y se transforma en una interesante advertencia para aquellos que consideran que existe la posibilidad de un acceso al mundo liberado de narraciones, sesgos y perspectivas.                         

viernes, 3 de mayo de 2013

Los palos, las balas y los votos (publicado el 2/5/13 en Veintitrés)


Mientras la brutal represión de la policía metropolitana en el Hospital Borda todavía anonada por su desmesura, surgen algunas preguntas: ¿se trató, acaso, de una autonomización de la policía creada por el macrismo, una demostración más de cómo, al igual que sucede con otras  policías en la Argentina y en el resto de Latinoamérica, el poder represivo estatal ocupa el espacio con una lógica propia reñida con las democracias republicanas? Difícil que éste sea el caso, en primer lugar, por la actitud que ha tomado el macrismo frente al hecho y que se ha dejado ver en las declaraciones que realizaran el ministro Guillermo Montenegro, la vicejefa María Eugenia Vidal y el propio Mauricio Macri quienes hicieron una defensa cerrada del accionar de la policía. Por otra parte, una policía de reciente creación difícilmente pueda tener la vida propia que otras policías han logrado tras décadas de existencia, más allá de que buena parte de los altos mandos de la metropolitana estén cubiertos por la “mano de obra desocupada” que había sido desplazada tanto de la Bonaerense como de la Federal. Vinculado a esto: ¿se trató entonces de la consecuencia natural de una policía con una genética represiva? Si se juzgan los hechos recientes sumado al modo en que el macrismo ha encarado la política de seguridad en el espacio público (aspecto que incluye, incluso, formas semi-paraestatales ahora disueltas como la UCEP) y al repaso de los antecedentes de los jefes de policía de la metropolitana, podría decirse que no hace falta un análisis de ADN para conocer el origen de la criatura. Sin embargo, tal explicación resulta, en este caso, insuficiente, pues creo que hay que ubicar este episodio en el contexto de la inminente contienda electoral. ¿Pero qué tiene que ver el Borda con las elecciones? Directamente nada pero parece haber sido el escenario para un accionar capaz de convertirse en un hecho simbólico que intenta mostrar un perfil de gobierno de cara a la sociedad. En este sentido, no hay que encarar el asunto en función de las disputas en torno a un presunto negocio inmobiliario que, por supuesto, existe, pero que podría ser justificado; o entrar en un debate acerca de los pro y los contra de la desmanicomialización. Todos estos elementos están y deben estar presentes pero la violencia desplegada por la Metropolitana puede comprenderse desde otro nivel de análisis algo más complejo e incómodo. Porque uno de los grandes errores que cometemos los progresistas es suponer que una represión que incluye decenas de heridos con golpes e impactos de balas de goma, será unánimemente rechazada. Tal error surge de no tomar en cuenta que donde uno ve pacientes, médicos y periodistas, otros ven infiltrados, vagos y militantes kirchneristas munidos de micrófonos y cámaras de foto. Es a este último grupo al que van dirigidos los titulares que no mencionan la palabra “represión”, (que todavía tiene mala prensa), y describen el hecho como “incidentes”, “enfrentamientos” o “interna política”. Porque los “incidentes” no tienen origen y justifican cualquier accionar represivo, los “enfrentamientos” equiparan a quienes causan el desorden con los encargados de reprimirlo, y la “interna política” tiñe cualquier protesta de una intencionalidad non sancta. En este escenario, el macrismo reconoce cuál es su núcleo duro de votantes y envía un mensaje de orden en medio de tanta supuesta inestabilidad. Porque hay una importante cantidad de la población que, ante todo, prefiere el orden y la regularidad aun cuando estos elementos traigan consigo el sostenimiento de un statu quo de exclusión y de represión brutal; les importa sentir que mañana sucederá lo mismo que hoy aun cuando eso mismo no sea el mejor de los mundos posibles. Y no se trata sólo de los sectores acomodados que, naturalmente, desearían que nada se modifique sino también de sectores medios y bajos, ni buenos ni malos, simplemente, hegemonizados. Con todo, a favor de ellos, cabe decir que la intensidad que le imprime el kirchnerismo a la política es inédita y que la energía con que el gobierno avanza y abre frentes es sólo equiparable a la energía que invierten en su autodefensa aquellas corporaciones que se sienten amenazadas ante el avance del gobierno. Para muchos, esta intensidad y estos avances dejan abierta la posibilidad de repensar y modificar una realidad plagada de injusticias pero para otros es una carga demasiado grande y prefieren que los diarios y los noticieros hablen de Riquelme pues de otro modo son presa de un clima de sofocación que ve en cada avance gubernamental, (bueno, malo, radicalizado o moderado), el día previo al apocalipsis. Porque, como ya estamos acostumbrados, los intentos de transformar un orden de cosas son mostrados, por los dueños de ese orden, como un desorden, una desnaturalización, una anomalía amenazante de una armonía que nunca fue tal pero que se erige como uno de los principales mitos fundantes de Occidente; un tiempo en el que vivimos felices, fuimos hermosos y libres de verdad o, para no ser tan exagerados, no éramos tan felices, no ganábamos los concursos de belleza, nos tenían “cortitos” en el laburo, pero no había piquetes y ahorrábamos 100 dólares por mes. Se trata de un espacio ideológico complejo que el macrismo interpreta bien y que en la Ciudad de Buenos Aires tiene un peso preponderante más allá de diversas oscilaciones marcadas por los contextos políticos y los candidatos. Ese sector quiere orden y Macri necesita posicionarse en ese lugar esperando que el sentido común ciudadano de todo el país abandone sus pruritos de centro y centro izquierda, y siga el camino de las últimas dos elecciones capitalinas. Por esto es que, retomando lo dicho al principio, el accionar de la policía metropolitana no sólo tiene que pensarse como parte de una decisión política sino que debe observarse como una decisión de política electoral, un acto de campaña, como puede ser la inauguración de una obra de infraestructura. Se trata, entonces, de una propuesta de gobierno que es bien recibida por parte de la población, lo cual plantea serios problemas a aquellos que consideramos que los caminos que debería transitar la ciudad tienen que ser otros. Pero hay que conocer los bueyes con los que aramos lo cual, desde ya, no significa cesar en la disputa cultural ni considerar que la capital es un espacio inexpugnable para proyectos progresistas. Hará falta mucha imaginación y una enorme prepotencia de trabajo para poder enfrentar con chances una elección en la que puede darse que el partido que practique o proponga más palos y balas sea el que reciba más votos. Y si fuese la propuesta PRO la que volviese a triunfar habría que hacer una paráfrasis de Raúl Alfonsín para afirmar que si la sociedad se hubiese derechizado, lo que debe hacerse, en todo caso, es prepararse para perder elecciones pero nunca volverse conservador.