domingo, 31 de marzo de 2024

Cinismo: de Diógenes a "El perro Sanxe" (publicado el 29/3/24 en www.theobjective.com)

 

Con la escalada del escándalo Koldo golpeando al corazón de un gobierno que hizo del cuidado durante la pandemia una bandera, y el obsceno giro dialéctico de cara a toda la sociedad que ha dado Sánchez en torno a la amnistía, es natural que la acusación de cinismo sobrevuele el debate público.

Efectivamente, parecemos asistir a diario a un gobierno, y a una clase política en general, que miente a sabiendas, o acaba justificando lo injustificable en nuestras narices con total descaro. En este sentido, el término “cínico” parece el adecuado para identificar esta actitud de un sector del poder para con la sociedad. Sin embargo, ¿ha sido siempre así? La respuesta probablemente los sorprenda.

Históricamente hablando, los cínicos no eran estrictamente filósofos, tampoco pertenecían a una Escuela en el sentido de que tuvieran una doctrina que enseñar, ni parece justo denominarlos una “secta”. Más allá de las discusiones al respecto, lo que parece caracterizarlos es una actitud de irreverencia e insolencia frente al poder y a la cultura imperante. Su máximo exponente es Diógenes de Sinope, quien allá por el siglo IV AC protagonizó ese mítico encuentro con Alejandro Magno en el que éste le consultó qué deseaba y Diógenes, echado en el piso como solía estar, le respondió “Deseo que te apartes porque me tapas el sol”. La anécdota suele completarse con un Alejandro Magno afirmando que, en caso de no ser Alejandro, desearía ser Diógenes. 

A propósito de andar por la vida echado y despojado de todo bien material, haciendo un poco de etimología encontramos que el término “cínico” también tenía en aquella época un sentido peyorativo y provenía del griego kynikós, que significa “perruno”. De aquí que se utilizara para designar a aquellos humanos que se comportaban como “perros”, esto es, a todos los que carecían de respeto y de vergüenza, elementos esenciales para la convivencia humana.

En tanto rechazaba la civilización, Diógenes no se comportaba, entonces, como un “humano”. De hecho, su principal enemigo era la palabra en tanto representaba el corazón de esa cultura que había florecido en Atenas durante el siglo de Pericles. De aquí que Diógenes ladre, se masturbe y orine en público. Porque eso era el cinismo: acción disruptiva, enfrentamiento. No se trataba ni siquiera de argumentar. No había lugar para el convencimiento ni para la conversación. Si la cultura se definía por la palabra, lo que había que hacer era ladrar.    

Si se pudiera resumir la actitud cínica de Diógenes, deberíamos resaltar al menos tres aspectos: el primero, a diferencia de la concepción colectivista vigente que suponía que solo se puede ser libre en comunidad, la defensa de una concepción individualista y autosuficiente de la libertad; en segundo lugar, conectado a lo anterior, una disposición claramente antipolítica de rechazo a la participación pública, a la democracia y a la noción misma de derechos ciudadanos. En tercer y último lugar, la parresía, esto es, el hablar con franqueza, el decir verdades ante el poder asumiendo los riesgos que eso implica, actitud que deberían envidiar hoy muchos periodistas. Siguiendo el desarrollo de Michel Foucault en sus últimos cursos en el Collège de France, se podría decir que la actitud parresiasta no era estricta temeridad ni locura sino parte de una estética de la existencia, es decir, el modo en que se conformaba una manera de vivir.

Como se puede inferir de lo dicho, la autosuficiencia cínica era profundamente contestataria, a punto tal que cuesta imaginar el proceso a través del cual el cinismo, si bien continúa teniendo un sentido peyorativo, describe hoy la actitud de los poderosos en vez de la acción de los que se rebelaban ante ellos. 

Quien se ha ocupado de rastrear esta transformación es el filósofo alemán Peter Sloterdijk, en su ya clásico Crítica de la razón cínica. A lo largo del libro, Sloterdijk reconstruye el modo en que el cinismo pasó de ser una “insolencia plebeya” a una “prepotencia señorial”. El mejor ejemplo de este proceso, se observa en el modo en que la ironía pasó a ser una herramienta de los poderosos contra los que no tienen nada, exactamente a la inversa de lo que sucedía con Diógenes: es María Antonieta sugiriendo al pueblo que, si no tiene pan, podría probar comiendo pasteles.

 Asumiendo que la distancia entre el cinismo original y el actual es enorme, Sloterdijk utiliza el vocablo “quinismo” para referirse al primero y expresa las diferencias con el segundo del siguiente modo:  

“El quinismo antiguo, el primario, el agresivo, fue una antítesis plebeya contra el idealismo. El cinismo moderno, por el contrario, es la antítesis contra el idealismo propio como ideología y como mascarada. El señor cínico alza ligeramente la máscara, sonríe a su débil contrincante y le oprime. C´est la vie. Nobleza obliga. Tiene que haber orden. […] El cinismo señorial es una insolencia que ha cambiado de lado. Ahí no es David quien provoca a Goliat, sino que los Goliats de todos los tiempos […] enseñan a los Davides, valientes pero sin perspectiva, dónde es arriba y dónde es abajo”.

Sloterdijk entiende que un cinismo al servicio de los poderosos, naturalmente, acaba esterilizando la potencia ácrata que poseía cuando era el arma de los desposeídos y, lo que es peor, advierte que una vez en manos de los que toman las decisiones, el cinismo se expande al resto de la sociedad minando todo vínculo. El diagnóstico es lo suficientemente descriptivo: el cinismo que hoy nos atraviesa se ha difuminado de arriba hacia abajo y es la consecuencia de un poder desnudo que determina nuestras vidas, se considera con la legitimidad para hacerlo y, ante cada reclamo, responde con prepotencia, soberbia y una mueca de ironía.  

Asumiendo el origen etimológico del término “cínico” mencionado al inicio, puede que el meme del “Perro Sanxe” tuviera un significado mucho más profundo del que imaginamos.

 

sábado, 30 de marzo de 2024

Banderas (editorial del 30/3/24 en No estoy solo)

 

Provocación y reacción. El movimiento es diario. A veces lo inicia el vocero presidencial, aquel que parece estar tomándose la revancha de todas las burlas recibidas desde chico; en otros casos son las intervenciones del propio presidente, sea en sus apariciones frente a su planta permanente de periodistas, sea a través de su participación en las redes. Dime qué likeas y te diré quién eres.

La reacción es desordenada porque no hay liderazgo. Lo realiza la clase política, los ciudadanos de a pie, los usuarios de redes, algunos comunicadores. No está ni bien ni mal. Es lo que hay y es bastante natural a poco más de 100 días de un nuevo gobierno que reemplaza a un mal gobierno de 4 años. 

¿Cuándo se va? Es la pregunta que aparece en las conversaciones entre vecinos; o, para decirlo menos golpistamente, ¿cuándo se hartará la gente? Y allí los sabios de café esbozan sus hipótesis, hacen inducciones, hablan del territorio, se erigen en termómetros del sentir de la calle… Y sin embargo, tras el ajuste más feroz del que se tenga memoria, al menos en lo que respecta al tiempo utilizado para hacerlo, el espejo de la ciudadanía devuelve el cachetazo de una mitad que todavía le da crédito al gobierno.

Por qué sucede esto es una pregunta más que pertinente, pero podría decirse que una de las razones es que todos los actores de la política y el debate público sacan un rédito de este gobierno. Lo habíamos mencionado aquí cuando, en septiembre de 2023, hablábamos de Milei como un “candidato necesario” que permitiría volver a cierto “orden natural”, aquello que el kirchnerismo había trastrocado. Aun con las disculpas por la autorreferencia, en aquel momento decíamos que, en caso de triunfar Milei, los republicanos que son republicanos solo cuando son oposición, abrazarían sus recetas liberales y volverían a preocuparse por la división de poderes y los personalismos; que los programas progres de archivo y panelismo gritón iban a volver a ofrecerse rebeldes y a hacer informes para concluir que el problema de Milei era su misoginia y sus diálogos con los perros clonados; que el debate de los 70 y la dictadura volvería al centro de la escena para que los trotskistas marcharan por algo más que la agenda identitaria de las universidades estadounidenses, y que los periodistas volverían a usar el gesto adusto y a decir que están en contra de algún poder, tal como sucedió en los 90 cuando, desde Página 12 hasta Nelson Castro, formaban parte del estandarte del progresismo moral antimenemista.   

Con Milei ya en el poder, podemos agregar que la clase política en general también obtiene beneficios, por lo pronto porque el actual gobierno está haciendo todo el trabajo sucio que le permitirá, a quien lo suceda, iniciar la gestión con una mochila menos pesada. Porque el actual gobierno se llevará todo el costo político de una reducción drástica del déficit a costa de una megadevaluación del peso, despidos en el Estado, licuación de salarios, eliminación de subsidios, recortes en las jubilaciones, etc. Todo lo que el macrismo quiso y no pudo, algo de lo que el kirchnerismo debió hacer y no quiso.

Ahora bien, ¿hay en la oposición hoy alguna idea de qué hacer el día después, sea el 10 de diciembre del 27, sea antes de esa fecha gracias a una eventual crisis social y política?

Sin dudas que la respuesta es “no” y se trata de un escenario similar al de los últimos gobiernos donde las oposiciones llegaban al poder más por el desgaste de los oficialismos que por mérito propio. Estar fuera del gobierno embellece.

A su vez, a la necesaria autocrítica, el kirchnerismo opone la salida fácil de la victimización y la indignación diaria por redes, mientras llama “insensible” o “cruel” al gobierno que dice gobernar para “los argentinos de bien” ¿Y las categorías políticas para cuándo?     

A propósito, si repasamos esta última década, lo que observamos es un largo camino en el que, por prejuicio, confusión o ignorancia, el llamado “espacio nacional y popular” fue ofreciéndole sus “banderas” a una derecha que acabó, de una manera u otra, asimilándolas. Lo más común y ya harto transitado, es el enfoque de la inseguridad presuponiendo que la necesidad de “estar seguro” es solo una agenda de las clases altas preocupadas por el orden material. Pero a esto podríamos sumar una insólita disputa contra el ideal de la meritocracia como si este fuese un valor “liberal” que no representa a las clases populares. La confusión es tan grande que, en vez de, eventualmente, ayudar desde el Estado para garantizar la igualdad de oportunidades que permita una “carrera” donde las diferencias solo estén justificadas por el mérito, se acaba en la igualdad de resultados a cualquier precio, esto es, muchas veces, al precio de igualar hacia abajo y confundir mérito con individualismo y capitalismo salvaje.

Algo similar sucede cuando se reemplaza a los trabajadores por una clase romantizada de lúmpenes y cualquier grupúsculo minoritario que saque el carnet de víctima. Y lo hacen en nombre del peronismo como si para Perón “lo popular” hubiera sido equivalente a “lo marginal”.

Otro ejemplo, ya más cercano en el tiempo, especialmente pospandemia, es el que se dio cuando en nombre de reivindicar la igualdad, se le otorgó a la derecha la bandera de la libertad, aquella que siempre hizo flamear la progresía contra la tradición y el orden burgués pre 68. De esta manera, dado que hoy la progresía ha hegemonizado la cultura, si la libertad para expresarnos, transitar, vincularnos, bromear, comer, han devenido banderas de la derecha, la rebeldía no puede estar en otro lugar que no sea, justamente, en esa derecha.        

Incluso si vamos a casos concretos, la confusión es evidente: el sector de la construcción informa 100.000 despidos por la paralización de la obra pública y el gobierno anuncia la no renovación de unos 70.000 contratos en el Estado, más por el rigor fiscalista del elefante que entra al bazar, que por una evaluación sesuda y justa que distinga la gente valiosa que trabaja con ahínco de la que no lo hace.

Frente a esta situación se oscila entre defender los puestos de trabajo en el Estado en sí, en tanto presuntamente intocables, y defender, pongamos, la existencia de una agencia estatal de noticias como Télam. Y nótese que son dos cosas distintas porque si es por garantizar el trabajo, bastaría con el traslado de los trabajadores, como ha sucedido con el cierre de otras dependencias del Estado. Pero eso es distinto a la discusión acerca de si debe existir una agencia de noticias estatal.

Ahora bien, si en vez de justificar los gastos y la necesidad de contar con los puestos de trabajo para un correcto funcionamiento del organismo en cuestión, la única bandera es “ningún despido en el Estado”, lo que se está haciendo es darle la razón a Milei cuando afirma que allí hay un privilegio. ¿O cómo creen que lo interpreta un cuentapropista o alguien que, con un empleo en el ámbito privado, no goza de esa estabilidad laboral? Si esa persona se pregunta, “¿por qué al empleado estatal no lo pueden echar y a mí sí?” será una pregunta válida que demandará una respuesta incómoda, la cual a su vez justificará, tal como sucedió durante la pandemia, que todo trabajador “no estatal” vea, en la “intocabilidad” de los empleados estatales, la existencia de un privilegio.

La lista de banderas entregadas a la derecha continúa con banderas tales como la realidad, la biología, etc. quedándole al progresismo el lenguaje y la ficción, como si gobernar fuera un taller literario o un paper con la bibliografía actualizada.

Con todo, esto no augura décadas de paleolibertarismo en el poder. Es más, aun cuando este fenómeno de deriva en el arco opositor se acentúe, es probable que el gobierno de Milei no reelija y haya un espacio para el regreso de algún tipo de oposición, digamos, popular, de centro izquierda, o lo que fuera.

Eso sí: esperar regresar al gobierno para pretender recuperar o resignificar algunas de las banderas entregadas a la derecha, supone perder un tiempo valiosísimo.  

 

 

viernes, 22 de marzo de 2024

En nombre de la libertad (publicado el 20/3/24 en www.disidentia.com)

 

Las imágenes se repiten: la empresa Worldcoin desembarca intempestivamente en un país para llevar adelante un proyecto de escaneo del iris a cambio de criptomonedas equivalentes a entre 30 y 50 dólares. Miles de personas convocadas por redes sociales asisten. Primero hay curiosidad. Luego se encienden las alarmas.

En Argentina, por ejemplo, al iniciarse el año fue noticia las largas colas de jóvenes que en distintos puntos del país esperaban su turno. Allí había una radiografía de la crisis: clases medias bajas y bajas, pero también a veces simplemente jóvenes desinformados o aburridos, exponían sus ojos a un instrumento llamado Orb, el cual se encontraba custodiado por un empleado de la compañía que no tiene sede en el país. Tras realizar el escaneo, bastaban unos minutos para que las worldcoins estuvieran acreditadas a la cuenta del usuario. Para los que no supieran demasiado cómo desenvolverse en el mundo cripto, unos generosos señores, que no pertenecían a la compañía, circulaban por las colas ofreciendo comprar las criptomonedas a cambio de pesos argentinos cash de forma inmediata aunque, claro está, a un valor infinitamente menor que el valor del mercado.

Apenas unos días atrás, en España, diferentes medios se hacían eco de situaciones similares a lo largo del país a partir del hecho de que la Agencia española de protección de datos iniciara una investigación sobre la empresa. La razón es que la información brindada por el iris es única y con ella se obtiene un código de identificación a prueba de falsificaciones en un contexto en el que, según la empresa, es cada vez más factible que a través de la IA se generen estafas de sustitución de la identidad. A la espera de las consecuencias legales de esta investigación que se estaría replicando en países como Alemania, el antecedente más inmediato es el de Kenia que, en agosto pasado, fue pionera en paralizar la actividad de la empresa, aduciendo un riesgo para la salud pública. Se estima que antes de esta decisión unas 350.000 personas habían ofrecido sus datos biométricos a Worldcoin en ese país. 

Si bien la empresa afirma que, una vez obtenido ese código, los datos se eliminan, la cantidad de Estados que advierten sobre los peligros de este tipo de iniciativas llevada adelante por el creador del ChatGPT, Sam Altman, es cada vez más grande.

Es que, como todos sabemos, la mercancía más valiosa en la actualidad son los datos. De hecho, más allá de todas las legislaciones que buscan regular la entrega de los mismos, no sería descabellado imaginar a Internet hoy como un gran dispositivo para, de una u otra manera, obtener datos que se traducen en oportunidades comerciales.

Aunque en este mismo espacio ya lo hemos mencionado varias veces, la utopía que los grandes dueños de la web pretenden alcanzar en el futuro inmediato es la de crear dispositivos tan precisos que ofrezcan resultados a medida de cada usuario. Productos, noticias, relaciones y consumos tan únicos como nuestro iris.

Pero si hablamos de utopías, detrás del mundo de las criptomonedas hay también una filosofía bastante particular. En este sentido, cabe mencionar el ya mítico texto fundacional firmado por Satoshi Nakamoto, identidad que hasta el día de hoy se desconoce si es real, titulado: “Bitcoin: un sistema de efectivo electrónico usuario-a-usuario”.

En esta suerte de paper, por momentos demasiado técnico, publicado en www.bitcoin.org el 1 de noviembre del año 2008, Nakamoto expone el espíritu de las cripto, esto es, la necesidad de establecer un sistema de intercambio sin intermediarios. En la introducción al texto la problemática aparece con claridad: hasta ese momento el comercio electrónico necesitaba de un sistema de intermediación que brinde confianza, esto es, bancos privados y, en última instancia, los bancos centrales.       

Ahora bien, si se presta atención a la fecha de publicación del texto, habían pasado apenas algunas semanas de la caída de Lehman Brothers y, con ello, una de las crisis financieras más grandes de la historia. De aquí que apareciese como imperioso crear un sistema nuevo que no dependiera de la confianza sobre instituciones como los bancos que acababan de quebrar y pedían auxilio a los Estados.

Nakamoto propone entonces el código criptográfico como opción para así garantizar transacciones seguras sin la intervención de terceros e inaugura un proceso que ha llegado hasta nuestros días y que se incluye dentro del paradigma, llamemos, “libertario”.

En lo que respecta al caso particular de Worldcoin, aun asumiendo que la empresa dice la verdad, los expertos advierten del peligro que supondría, por ejemplo, el hackeo de esa base de datos. No se trataría, eventualmente, del hecho de que unos usuarios pierdan dinero. Es mucho más grave que eso: la sustitución de identidad con un instrumento como este, podría tener consecuencias nefastas de por vida y la posibilidad de que ello suceda está mucho más cerca que los eventuales avances tecnológicos para evitarlo o algún tipo de legislación que, al menos, minimice los daños. 

De hecho, hace algunos meses describíamos aquí mismo (https://disidentia.com/la-distopia-es-hoy-y-es-la-justica-paralela/) el modo en que Youtube o Amazon intervenían como una suerte de justicia paralela y determinaban castigos para los usuarios siguiendo la moral imperante. Ante diversas acusaciones públicas o, simplemente, ante opiniones que contrariaban el canon de lo políticamente correcto, usuarios cuyo principal ingreso era la monetización que originaban sus videos, amanecían con sus cuentas suspendidas o impedidos de recibir dinero; en la misma línea, un malentendido originado por el dispositivo Alexa de Amazon, derivaba en una acusación de racismo equivocada y la consecuente decisión de la empresa de suspender la cuenta del usuario implicado durante varios días. El punto aquí es que no se trataba de la cuenta de una red social sino de la cuenta que nuclea todos los dispositivos de una “Smart House”, la cual no ha resultado tan inteligente como para detectar que la denuncia de racismo era falsa. La consecuencia de ello fue que el usuario no pudo ingresar a su casa por varios días y que, cuando lo hizo, no pudo ni siquiera encender la luz porque todo estaba conectado a esa cuenta. Afortunadamente, el tribunal de justicia paralela determinado por la empresa, encontró que se trataba de un malentendido y le devolvió al usuario el derecho a ingresar a su casa.               

Ejemplos en este sentido aparecen todo el tiempo, siendo quizás el más célebre el de Cambridge Analytica. Allí el escándalo se hizo mayúsculo porque sobre él se montaron los intereses del partido demócrata estadounidense y el ejemplo era funcional a la idea de que la derecha no puede ganar elecciones sino a través de manipulaciones. Pero más allá de eso, se trata de un ejemplo más en lo que respecta a los riesgos que corren nuestros datos y, con ellos, nosotros mismos, cuando los dejamos en manos de una empresa.

Con las legislaciones corriendo siempre desde atrás y funcionarios que cuando no son cómplices son ineptos, estamos a merced de compañías en posición oligopólica sin las cuales no podríamos llevar adelante prácticamente ninguna de las actividades que realiza un ciudadano medio occidental.

La única diferencia con las grandes distopías de la literatura es que es que aquí nadie nos compele a entregar nuestros datos; más bien somos nosotros los que los entregamos por propia voluntad y, sobre todo, en nombre de la libertad.    

 

Leer a Rothbard para entender a Milei (publicado el 15/3/24 en www.theobjective.com)

 

Llamando “Murray” a uno de sus perros, el presidente argentino Javier Milei, rindió homenaje a uno de sus máximos referentes: el fundador del partido libertario estadounidense, Murray Rothbard.

Licenciado en matemáticas y doctorado en economía en Columbia, quien es considerado el gran ideólogo del anarcocapitalismo, fue un avezado polemista de la segunda mitad del siglo XX, reconocido por sus posicionamientos radicales y por su carácter de outsider.

El recorrido de Rothbard es bastante ecléctico: enemigo del Estado antes que del comunismo, este opositor a Reagan defendía una suerte de iusnaturalismo anarcocapitalista, antibelicista y “ultrapropietario”, y denunciaba la casta de funcionarios estatales y al complejo militar industrial que gobierna los Estados Unidos en las sombras; además fue crítico de liberales y conservadores estatistas, aunque también llegó a coquetear con las ideas de la nueva izquierda y hasta escribió un artículo donde rescataba la figura del Che Guevara reivindicando que tuviera al imperialismo yanqui como su principal enemigo.

Asimismo, si bien en plena campaña Milei inexplicablemente introdujo como tema de debate público la venta de niños y órganos basándose en afirmaciones de Rothbard, al mismo tiempo es justo decir que, a diferencia del presidente argentino, Rothbard ofrecía razones para, por ejemplo, justificar el aborto, aspecto que choca con la agenda más conservadora que Milei abraza en materia de valores.   

Es prácticamente imposible abarcar la veintena de libros, los artículos y las entrevistas que ha legado Rothbard. Aun así, a partir de las referencias realizadas por Milei, no han faltado analistas que se tomaron el trabajo de conectar las ideas del presidente argentino con fragmentos de las obras del libertario estadounidense. Sin embargo, lo que ha sido menos explorado son las conexiones de Milei con el costado más político, si se quiere, y menos académico, de Rothbard. La referencia viene a cuento no solo para comprender la estrategia, la táctica, y la forma en que Milei ejerce el poder, sino sobre todo la caracterización del anarcocapitalismo mileista y sus diferencias con experiencias como las de Trump.

Para avanzar en este sentido, me serviré de un artículo que Rothbard publicara en 1992, esto es, 3 años antes de su muerte, y que titularía: “Populismo de derecha: una estrategia para el paleolibertarismo”.

El diagnóstico de Rothbard es claro: se vive en un país lastrado por un régimen estatizante dominado por una elite gobernante en la que confluyen gobiernos, corporaciones económicas y grupos de interés. Es decir, la casta de funcionarios que controla el Estado cogobierna con las grandes empresas y con una serie de tecnócratas e intelectuales que son producidos en las universidades y han cooptado los medios de comunicación.

Para Rothbard, que para el momento en que publicaba estas líneas ya había abandonado el partido que lo tuvo como miembro fundador, los libertarios siempre acertaron con el diagnóstico del problema, pero su estrategia de transformación ideológica de las elites debía dar un paso más allá: ahora era necesario crear los propios cuadros políticos libertarios y, sobre todo, convocar a las masas sin mediación alguna. Naturalmente, en aquella época no existían redes sociales, pero la irrupción de las mismas fue un instrumento fenomenal para poder saltearse el filtro de los grandes medios. De aquí que tanto Trump como Milei comuniquen directamente a través de sus cuentas de X, por ejemplo.

Este escenario es el que le da pie a Rothbard para propiciar la adopción de un “populismo de derecha” como la mejor opción que tendría para alcanzar el poder el denominado “espacio paleolibertario”, esto es, una suerte de cruce entre los libertarios clásicos y los valores conservadores antiestatistas.   

Para evitar cualquier ambigüedad, el propio Rothbard ofrece lo que, considera, deberían ser los 8 puntos de ese programa populista de derecha: en primer lugar, un recorte de impuestos, incluyendo el impuesto a las ganancias; en segundo lugar, la eliminación de las subvenciones; tercero, acabar con la idea de discriminación positiva que, según el paleolibertario, supone brindar privilegios a determinados grupos; el cuarto y quinto punto, refiere a “liberar a los policías” para que se “recuperen” las calles tanto de criminales como de vagabundos; el sexto ítem, por su parte, apunta a la directa abolición de la reserva federal y, con ello, al mismo tiempo, un ataque a los banqueros. En anteúltimo lugar, el punto que identificaría a Trump pero que marca una diferencia evidente con Milei: abogar por un “America First”. Esto significa, para Rothbard, “bajarse” de la globalización que estanca la economía local y afecta a sus trabajadores, y “dejar de sostener a los vagos del extranjero” porque eso supone ayuda indirecta a los banqueros y a la corporación exportadora.  Es que, como el propio Rothbard indica, un populismo de derecha debe tener como objetivo representar a los rednecks, esto es, aquellos hombres blancos trabajadores del interior del país.

Por último, el octavo punto de la estrategia, es el llamado a promover la “defensa de los valores familiares” reemplazando el dominio del Estado por el control parental y promoviendo el fin de la educación pública en detrimento de la privada.     

¿Cómo se lleva adelante este programa? ¿Con la micromilitancia local y la batalla cultural en cada asociación, en cada iglesia? Sí, pero con esa estrategia no alcanza. Más bien, y aquí cito el último párrafo del artículo, “lo que necesitamos para construir un nuevo movimiento paleo, especialmente en esta etapa, es un candidato presidencial, alguien a quien todos los frentes de la derecha anti-establishment puedan apoyar con entusiasmo”.

Este punto parece describir cabalmente el derrotero de Milei, incluso más que el de Trump quien, al fin de cuentas, necesitó del partido republicano para erigirse como presidente. Pero en el caso de Milei, no había partido ni dirigentes que lo secundaran. Era solo él, un candidato capaz de canalizar un clima de hartazgo frente a lo existente sin ninguna estructura ni grandes apoyos económicos. 

Para finalizar, entonces, Milei parece haber seguido casi al pie de la letra la hoja de ruta trazada por Rothbard en este artículo de 1992 y, casi 30 años después, el resultado de las elecciones en Argentina confirma que la estrategia de abrazar lo que aquí se indica como un “populismo de derecha”, ha sido sorprendentemente eficaz incluso contra una maquinaria de poder territorial y cultural como es el peronismo.

Mientras el debate acerca de cómo definir a Milei continúa y la incertidumbre sobre sus próximos pasos son materia de especulación diaria, puede que releyendo aquellos autores que le han servido de inspiración, incluso para bautizar a sus perros, encontremos algunas respuestas.    

 

martes, 5 de marzo de 2024

Hitler era negro y filántropo (publicado el 1/3/24 en www.theobjective.com)

 

Vikingos que parecen jugadores de rugby neozelandeses; un papa negro y una papisa que podría ser la hermana de Mahatma Gandhi; George Washington con rasgos asiáticos en una distopía que no se la hubiera imaginado ni Philip Dick; filas de soldados nazis en los que un ario convive con un negro, una oriental y un género fluido con el pelo azul. Estos son algunos de los resultados arrojados por Gemini, la IA de Google lanzada al mercado el 8 de febrero, la cual acabó siendo parcialmente suspendida esta semana a propósito, justamente, de la viralización de estos disparates.

El escándalo trepó cuando Elon Musk acusó a Google de estar preso de la corrección política y el movimiento woke, crítica que llevó a Jack Krawczyk, director del proyecto, a reconocer que, en pos de ofrecer un abanico de diversidad, se han producido -de manera involuntaria, quiero suponer-, “inexactitudes en algunas representaciones históricas de generación de imágenes”.

Si bien el episodio resalta por lo burdo, se inscribe en toda una serie de aberraciones que se vienen dando cuando, con el mismo espíritu, se reescriben sesgadamente eventos históricos o se interviene directamente sobre novelas y distintas expresiones artísticas cuyo mensaje choca con el puritanismo de estos tiempos.

Aunque afortunadamente en los últimos años ha comenzado a proliferar una masa crítica que se ha atrevido a denunciar este tipo de acciones, los giros que va dando el wokismo ofrecen material para nuevas reflexiones. En este caso, porque la impronta ideológica que pregona por un mundo igualitario y diverso, proyectando sobre el pasado las aspiraciones del presente, muy probablemente obtendrá como consecuencia, en el mediano plazo, resultados contrarios a los pretendidos.

De hecho, lo que ya está sucediendo es que los jóvenes que en las escuelas y en la universidad han aprendido más de ideología progresista que de historia, están algo desorientados. Efectivamente, consumen toda la bibliografía digerida y regurgitada por los infantilizadores, aquellos que solíamos llamar “docentes”, para afirmar que la Iglesia Católica se ha caracterizado por ser machista, misógina, patriarcal y racista, pero cuando buscan información en la IA, las imágenes que reciben son las de papas negros y papisas, esto es, dos imágenes de lo que nunca ha existido. Algo similar sucede cuando se les intenta explicar el genocidio perpetrado por los nazis y el modo en que éste se constituyó a partir de la referencia a la supuesta superioridad de una mítica raza aria monolítica reacia a aceptar toda diversidad y estableciendo un plan sistemático genocida en particular contra los judíos. ¿Cómo compatibilizan esta verdad histórica con el hecho de que la IA les muestre soldados nazis LGBT, negros y asiáticos?

Quienes tenemos alguna mínima formación y estudiamos cuando la realidad, la biología y la verdad no eran consideradas de derechas, podemos tomar de forma risueña un episodio como el ofrecido por la nueva creación de Google, pero ¿qué hay de aquellas nuevas generaciones que elevan la IA a una condición cuasi oracular, divina?

A propósito, una referencia a la literatura puede alumbrarnos. Se trata de un cuento de Jorge Luis Borges publicado en El libro de arena, el año 1975. Se titula “Utopía de un hombre que está cansado”.

Allí, un tal Eudoro Acevedo realiza un viaje en el tiempo donde encontrará a un hombre del futuro con el cual dialogará acerca de las diferencias entre su tiempo y el presente. Sin hacerlo nunca explícito, lo que Borges muestra es que, en el futuro, la individualidad ha desaparecido: la gente no tiene nombre, viste de gris, no gesticula y fisonómicamente es parecida; además, no existe propiedad privada, tal como demuestra que no haya alambrados que dividan la tierra ni llaves para ingresar a las casas. Pero lo que más se conecta con el tópico de estas líneas, es que, en aquel tiempo, existe una política sistemática de olvido de la historia.

Dice el hombre del futuro: “Ya a nadie le importan los hechos. Son meros puntos de partida para la invención y el razonamiento. En las escuelas nos enseñan la duda y el arte del olvido (…). Del pasado nos quedan algunos nombres que el lenguaje tiende a olvidar. Eludimos las inútiles precisiones. No hay cronología ni historia (…) Queremos olvidar el ayer, salvo para la composición de elegías. No hay conmemoraciones ni centenarios ni efigies de hombres muertos”.   

Dicho esto, no todo era negativo en aquel futuro distante. Allí, por ejemplo, no había más gobiernos ya que poco a poco los ciudadanos dejaron de obedecerles: “[los gobiernos] llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos”.

Finalmente, en un elemento central para la trama, el avance en la medicina hizo que la gente pudiera vivir varios siglos y que nadie muriera de muerte natural. Sin embargo, la vida eterna no era deseada de modo que los hombres y mujeres del futuro, en determinado momento de sus vidas, elegían suicidarse.

Acabar con la propia vida era un alivio y fue la decisión que toma el hombre del futuro que protagoniza el cuento. El día elegido, unos conocidos lo acompañan hasta el lugar donde llevar adelante el suicidio y allí Borges sutilmente expone la consecuencia de una sociedad uniforme, sin identidad, que ha olvidado la historia. Es que el suicidio se realiza en una cámara de gas que es presentada por el hombre del futuro de la siguiente manera: “[Hemos llegado. Aquí está] el crematorio (…) Adentro está la cámara letal. Dicen que la inventó un filántropo cuyo nombre, creo, era Adolfo Hitler”.

Sin historia, el creador de la cámara de gas goza del beneficio del olvido y deviene un filántropo, alguien que ha hecho una colaboración por amor a la humanidad. Borges utiliza el ejemplo extremo para realizar así una poderosa advertencia.  

Para concluir, quizás el próximo paso de la IA sea afirmar que Hitler era judío y negro o, quizás, simplemente, una persona gestante lesbiana oprimida, solo para mantener los cupos de representación. Parece imposible pero lo más atemorizante en este sentido, es que hoy contamos con una tecnología y, sobre todo, con una ideología capaz de imponer en muy poco tiempo delirios como estos. Si así sucediese, no faltará quien en breve considere que Hitler fue, en realidad, una víctima. 

Con todo, aun cuando el precio por congraciarse con la moral hegemónica que está pagando Google sea demasiado alto en términos de reputación, su avance parece inexorable. El mundo será cada vez más dependiente de la IA y el pasado quedará a merced del algoritmo.

En este escenario, solo cabe decir que el futuro mediato probablemente no sea como suponía Borges, pero lo que sí sabemos es que, más temprano que tarde, atesorar libros de historia y ejercer una memoria crítica, serán consideradas acciones subversivas.    

domingo, 3 de marzo de 2024

Menemizar y mememizar (editorial del 2/3/24 en No estoy solo)

 

La forma en que ejerce el poder Milei es populista, incluso en términos de Laclau: agrupa una serie de demandas insatisfechas contra un otro, esto es, la casta, los políticos, el Estado. Todo el que no acepta el mandato del presidente, es algo de eso otro. En la campaña esta estrategia resultó exitosa. En el gobierno, los números para pasarse al bando opositor se reparten diariamente y eso tiene un límite. Para gobernar hay que pelearse con mucha gente, pero no te podés pelear con todos todo el tiempo.

El “pueblo” de Milei es una construcción novedosa. Está hecho de la acumulación de likes y visualizaciones. Ni siquiera de individuos. Solo likes y visualizaciones de nicknames, trolls, bots. De hecho, no hay imágenes de gente real en las representaciones virales de los libertarios, sino imágenes creadas con inteligencia artificial. Eso sí: los leones y los otakus son más efectivos que los Adorni, al fin de cuentas, retazos de un formato comunicacional perimido llevado adelante con soberbia y revanchismo por el muchacho al que todos le hubiéramos hecho bullying en la escuela.   

Que la narrativa mileista se construya principalmente en las redes no significa que carezca de apoyo entre los ciudadanos de a pie. Ese apoyo existe, para dolor de los noteros de C5N. La sociedad rota es su columna vertebral. Son esos 10 millones de tipos que recibieron el IFE y que parecieron salir de debajo de la tierra mientras Alberto Fernández hablaba del Estado presente; son, como ya se ha dicho hasta el hartazgo, los precarizados de Rappi pero también las decenas de miles de clases medias bajas y bajas que hacen cola para que les lean el iris a cambio de unas criptomonedas; y también son las clases medias a las que el gobierno anterior les jodió la vida limitando el acceso a los dólares, sosteniendo una ley de alquileres insólita por temor a una cuenta de Twitter de inquilinos enojados, y procrastinando la resolución de una inflación que había que tolerar “para que no venga la derecha con el ajuste”.    

El problema que tiene Milei es que cree poder medir el apoyo desde la burbuja del mundo virtual. Este mundo interactúa y se entrecruza con la realidad, pero no es lo mismo. Todavía tiene apoyos en ambos mundos, pero cuando eso deje de suceder en el mundo de allá afuera, él no tendrá herramientas para percibirlo. Acorde a los tiempos, el suyo no es un diario sino un algoritmo de Yrigoyen. 

Milei sabe que su carrera es contra el tiempo y está respetando a rajatabla la vieja tesis de “haz todo lo doloroso en los primeros 100 días”. Lo está haciendo bastante mal pero no está lejos de que le salga bien: un desembolso del FMI, alguna pequeña ayudita de mis amigos los exportadores, y/o alguna magia financiera para que liquiden, y la utopía de un fin del cepo con una inflación de un dígito parece posible de acá a unos meses. La estabilidad política en el corto plazo se llama “baja de la inflación”. Dolor Pepe Albistur.

A propósito, en la Argentina donde todos saben de fútbol y de política se pronostican helicópteros con la misma certeza con la que presentábamos a Milei como un fenómeno pasajero de la ciudad de Buenos Aires. Son los que hablaban del territorio, del “derpo” de los “gobernas”, de las avivadas en la fiscalización… Luego llegó un 56% de cachetazos. Por supuesto que la posibilidad del helicóptero estará presente quizás más por el mesianismo sacrificial del presidente y la debilidad del gobierno que por la voluntad opositora, pero puede fallar. En eso tiene razón el presidente: la oposición no la ve.

A diferencia de Macri, que gobernó 4 años hablando de la herencia de Cristina, la lógica refundacional de Milei hace que las menciones al kirchnerismo sean laterales. Cuando Milei habla de herencia refiere a, como mínimo, los últimos 100 años. Tiene todo el pasado por delante, diría Borges.   

El progresismo se siente a gusto con Milei. Es lo mejor que le ha pasado y su única posibilidad de regresar al poder. Milei les permite la indignación diaria, máxime cuando toca las vacas sagradas. Hasta hace poco el progresismo militaba ministerios. Ahora ni eso, en la medida en que los contratados sean reubicados.

El deporte nacional del ciudadano opositor es mandar whatsapp con el twitt discriminador del día replicado por Milei. Si el gobernador con síndrome de down… si la escena de la película porno con periodistas de La Nación en la previa al sexo grupal… Existen todas las razones del mundo para denunciar este tipo de comunicación presidencial y, en general, las comparto. El presidente no parece tener noción de su rol institucional o quizás sí, pero lo desprecia, lo cual sería quizás más grave. Pero, en este sentido, el presidente representa a las mayorías. Hace lo que incluso hacen los progres en privado, esto es, burlarse de aquello que no es políticamente correcto. Es un tiempo de la antipolítica, de ir contra las instituciones y de quebrar con todos los protocolos de la hipocresía progresista. En eso el presidente la ve.

Cámara de eco, mensajes para la propia tribuna y posverdad describen mejor el clima de época que las fake news. La anécdota del INADI es el mejor ejemplo: el gobierno anuncia su desaparición para estruendosa algarabía de su hinchada y para indignación de los rivales. Luego aclara que el organismo con la mayoría de sus empleados será absorbido por Justicia. Pero a ninguno de los bandos le importó. La realidad no tiene ningún derecho a estropear nuestra euforia y nuestra indignación respectivamente. ¿Qué es lo verdadero? Lo que confirme nuestros prejuicios.

En esta línea, el progresismo afirmando que la prohibición del denominado “lenguaje inclusivo” es una bomba de humo para tapar el ajuste, acaba reconociendo que se trata de una temática “de segundo orden”. Así, confirma las críticas que en su momento recibió cuando intentó imponer como una agenda revolucionaria y emancipadora la jerga sectorial de una tribu universitaria.  

Libertarios y progresistas subsumen la política a la comunicación. Para ambos Gramsci es un teórico de la manipulación y de lo que se trata es de ver quién se apropia de los instrumentos de la batalla cultural entendida como batalla comunicacional a librarse en redes sociales. Unos se excitan con el revival de los 90; los otros han quedado en el loop del 7D y la ley de medios haciendo memes para la guerra de guerrillas twitteras. Menemizar y mememizar parece ser la tarea.