Días atrás
volví a ver Decadencia, una obra dirigida
por Rubén Szuchmacher e interpretada magistralmente por Horacio Peña e Ingrid
Pelicori. Decadencia fue escrita en
1981 por Steven Berkoff, londinense de padres rusos, y se estrenó en Buenos
Aires en la década del 90. Siendo muy joven tuve la posibilidad de estar
presente en aquella temporada y veinte años después quise repetir esa grata
experiencia.
Si bien no
ingresaré en el terreno de la crítica teatral pues hay otros que lo hacen mejor
que yo, cabe decir que se trata de esas obras que, como las tragedias griegas,
hablan de una época y de una idiosincrasia particular sin dejar de ser
universales. En otras palabras, allí se observa que la banalidad, la violencia,
la competencia absurda, el odio irracional, la hipocresía, el desprecio y una
sexualidad desbocada, no pertenecen estrictamente a la clase alta sino que
atraviesan todos los estratos sociales incluyendo la clase baja. Se trataría, más
bien, de características que conforman un clima de época y la crisis de una
civilización. En este sentido, sin caer en los clichés o en las divisorias
estereotipadas, en la relación entre un matrimonio con sus respectivos amantes
la obra muestra que la decadencia de esa Inglaterra de los tiempos de Thatcher puede
ser representativa de sociedades occidentales como la nuestra. Así, la obra de
Berkoff bien podría haber sido escrita en Argentina o en Francia también.
De hecho, el
eje de la decadencia, me hizo recordar un libro enormemente polémico que ha
despertado todo tipo de interpretaciones. Me refiero a Sumisión, del francés Michel Houellebecq, novela que algunos
acusaron de islamofóbica y que tuvo que retrasar su venta al público puesto que
estaba pautada para la semana en que se dio el lamentable atentado contra la
revista Charlie Hebdo.
Houellebecq
plantea el escenario de un futuro próximo, más precisamente, el año 2022, en medio de un proceso electoral que elegirá
nuevo presidente. Los nombres propios y los partidos son reales y actuales pero
Houellebecq realiza una pequeña alteración. Introduce un partido al que
denomina “Hermandad musulmana”, republicano en las formas, liberal en lo
económico pero conservador en lo cultural y educativo. Los comicios se realizan
con normalidad y el partido nacionalista de los Le Pen obtiene el 34,1% pero la
Hermandad musulmana alcanza el 22,3% de los votos, apenas 0,4% más que un
partido socialista en crisis. En algún reportaje Houellebecq afirmó que no
buscó provocar sino que, solamente, “aceleró algo los tiempos”, lo cual, claro,
parece ser de por sí una provocación funcional a los discursos que en nombre de
la tradición laica y de la república fueron capaces hasta de intentar prohibir
el llamado “burkini” en las playas.
Volviendo a la
novela, el balotaje enfrenta, entonces, a la opción de la derecha fascista y
xenófoba francesa con un partido musulmán que ha logrado alcanzar un porcentaje
tan alto en la primera vuelta por el simple hecho de que los adeptos a esa
religión poseen una concepción de familia numerosa que, como diría un referente
de la derecha norteamericana, Samuel Huntington, en pocas décadas derivará en
que haya tantos musulmanes como población occidental cristiana.
El partido
musulmán ofrece varios ministerios a los socialistas y en lo único en lo que no
están dispuestos a ceder es en materia de política demográfica y educativa, lo
cual supone enseñanza islámica desde los primeros años de edad, la prohibición
de la enseñanza mixta, la obligatoriedad de convertirse al islam para todos los
docentes y algunas carreras universitarias vedadas para las mujeres.
Se produce el
acuerdo y la Hermandad musulmana gana ajustadamente. Ejercen el gobierno
preocupados más por los valores que por la economía. Son moderados y se apartan
del yihadismo y las versiones radicalizadas. Antes que el catolicismo o el
judaísmo, su principal enemigo, en ese sentido, es el laicismo. Buscan un nuevo
humanismo y su líder tiene orígenes “tercermundistas” más allá de que, como se
indicaba anteriormente, en lo económico son liberales. No pretenden salirse de
Europa como la derecha xenófoba sino liderar una Europa ampliada para cumplir
con el sueño de Eurabia (una Europa dominada por el islam y que incluiría a
Argelia, Túnez, Marruecos, Líbano y Egipto, entre otros). Podría decirse que la
Hermandad musulmana tiene un verdadero proyecto civilizatorio.
Lo curioso es
que las medidas del gobierno del presidente francés Mohammed Ben Abbes tienen
un amplio apoyo pues baja la delincuencia en la medida en que los suburbios, aquellos
donde es mayoría la población musulmana, se encuentran representados e incluidos;
incluso bajó drásticamente la desocupación porque, por razones
culturales/religiosas, la mujer se retira del mercado laboral.
En este
contexto, el personaje principal de la novela, un profesor universitario sin
demasiado brillo que había sido despedido por no ser islámico, es invitado a
volver a la Universidad pública con la condición de abrazar la nueva religión
de Estado. Y acaba aceptando ni siquiera por razones económicas o por una
repentina fe de los conversos; tampoco estrictamente por moda. Acaba aceptando,
al menos esa es mi interpretación, por un banal cálculo racional, originario de
la lógica individualista de occidente. Efectivamente, con su novia judía exiliada
en Israel por temor a lo que le pudiera deparar una Francia islámica, y tras
frecuentar decenas de prostitutas, entiende que convertirse al Islam le
permitiría poseer muchas mujeres. Esa posibilidad hace que el protagonista pase por alto un
elemento controvertido de la novela y que bien permite discutir hasta qué punto
Houellebecq no contribuye a una mirada estigmatizadora cuando le hace decir a
uno de los personajes que, para el islam, la felicidad humana reside en la
sumisión más absoluta, específicamente la sumisión de la mujer al varón que es
análoga a la sumisión del Hombre con Dios. El cinismo de nuestro profesor hace,
entonces, que la posibilidad de la poligamia desplace a un segundo plano el
elemento patriarcal que se seguiría, según el autor, de la religión islámica.
Ahora bien, mientras
el profesor consulta con sus consejeros islámicos cómo garantizarse la belleza
de un cuerpo joven en la medida en que hay que elegir esposas entre mujeres
cuyo cuerpo se encuentra tapado completamente y a las que es imposible acceder
carnalmente antes de desposarlas, el partido musulmán belga llega al poder y
ocho partidos musulmanes más de toda Europa ya forman parte de las coaliciones
de gobierno en sus respectivos países. Dado que no me interesa aquí discutir a Houellebecq ni
menos aún el islamismo, sugiero que usted mismo lea la novela y saque sus
propias conclusiones. Con todo, la interpretación que privilegio es la de la
banalidad del profesor, la de su cinismo y la pregunta que cabe hacerse, en
todo caso, refiere a los senderos por los que puede llevarnos la racionalidad
instrumental de occidente; y en última instancia, más escandaloso que una
Francia islámica, unos socialistas transando con los musulmanes o la
controvertida caracterización de una religión, es el hecho de la crisis total y
la decadencia de sociedades que han cambiado la fe ingenua en el progreso por
el cinismo, sociedades en las que, en una misma calle, permiten que convivan la
angustia de la falta con el tedio de los que lo tienen todo.
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