miércoles, 18 de octubre de 2017

¿Y si Cristina pierde? (editorial del 15/10/17 en No estoy solo)

A días de la elección, el gobierno y el establishment económico dan por descontado el triunfo en la provincia de Buenos Aires, distrito donde no se disputa un senador sino el rumbo del país para la próxima década. Más allá de que ni la encuesta más optimista le otorga un triunfo holgado, lo cierto es que una victoria de Bullrich sobre CFK probablemente acabará con cualquier pretensión de Unidad Ciudadana de erigirse como opción capaz de constituir mayoría, al menos en lo inmediato, y, al mismo tiempo, le dará a Cambiemos una presunta legitimidad para avanzar con las reformas estructurales que los sectores más aventajados exigen y que acabarán condicionando a futuros gobiernos y a generaciones de argentinos. Así, con la economía rebotando y un clima cultural distinto, el gobierno parece estar en su mejor momento, no solo por las fortalezas propias sino sobre todo porque el peronismo está entrampado en su propia atomización. Es que los personalismos, las estrategias electorales y comunicacionales insólitamente erradas se repiten y no hay nada que permita pensar que los responsables de estos errores vayan a cambiar algo el día posterior a la elección.
La situación de Randazzo es una incógnita. Tras la jugada de CFK de presentarse sin el partido, el ex ministro quedó desdibujado y trató de terciar en una interna panperonista en la que no había lugar. En todo caso, sufrió un fenómeno que se repitió contundentemente en estas elecciones, esto es, el fracaso de la política mimética. Con esto me refiero a que entre el original y la copia el electorado se queda con el original. Porque si te interesa la política moralizada y denuncista te quedás con el original Carrió y no con su réplica Stolbizer; y si sos kirchnerista o reivindicás mucho de lo hecho en la anterior administración vas a elegir a CFK y no a su ministro, del mismo modo que si sos un peronista o un antimacrista que no quiere a CFK, tu primera opción va a ser Massa antes que Randazzo. Asimismo, Randazzo también fue castigado en las urnas por otro fenómeno. Me refiero al rechazo a la idea de la política como microemprendimiento. En otras palabras, la sensación es que Randazzo acabó jugando en solitario, de la misma manera que, en la Ciudad de Buenos Aires, juegan “solos” dos candidatos que brillan por su corrección política cool y polite: Martín Lousteau y Matías Tombolini. En el caso de estos últimos, no solo se disputan el mismo electorado, sino que sus vaivenes ideológicos (más marcados en el ex ministro de economía de CFK y Embajador en EEUU de Cambiemos) y su compulsión a la cámara (más marcada en el candidato massista) los convierte en fenómenos pasajeros e inestables.
Volviendo al espacio panperonista, tampoco es fácil definir el futuro de Massa quien supo gozar del apoyo del establishment tras su victoria en 2013 y desde allí no paró de perder votos. Hoy lucha por contener la tropa propia y no caer a un dígito. Adjudicar la caída a las dificultades de transitar la cada vez más angosta avenida del medio es ser condescendiente con quien ha carecido de rumbo ideológico y ha sido incapaz de constituir un armado con identidad y presencia territorial. Aquí, una vez más, la política mimética ha sido castigada pues ese votante antikirchnerista que Massa atrajo gracias a sus diatribas contra “el pasado” hoy se siente más a gusto votando a Cambiemos.
       
En cuanto a CFK, la estrategia de un estilo más pasteurizado que utilizara en las PASO no funcionó para romper el cerco del núcleo duro de sus votantes, aquel que la llevó a ganar la elección con un número inferior a las expectativas pero que nadie puede despreciar. De cara a las elecciones de octubre, ese cerco se intentó romper a través de entrevistas con llegada a públicos diversos y habrá que ver los resultados del domingo para poder afirmar si la estrategia ha sido la adecuada. Mi intuición es que esas apariciones no mueven el amperímetro pero ayudan a debilitar esa figura de Belcebú encarnado que la corporación periodística ha instalado de ella. Más allá de eso, el resultado de la elección será clave para conocer el futuro de la fuerza que lidera. Perder por más de cinco puntos sería impactante y si bien no hay ningún liderazgo dentro del peronismo capaz de hacerle sombra, la obligaría a abrir el juego a la negociación si es que no quiere reducir el kirchnerismo a una fuerza testimonial cuya supervivencia esté afincada en la tercera sección electoral de la Provincia y en un núcleo duro de militancia cibernética. Eso también supondría, claro está, un gesto de los otros actores, los cuales tampoco son muy afectos a negociar con ella y se encuentran agazapados para pasar facturas. Y no solo hablo de gobernadores peronistas a los que el kirchnerismo más duro les ha presentado listas opositoras en sus terruños sino incluso muchos intendentes de Buenos Aires que se han sumado a Unidad Ciudadana por necesidad antes que por convicción. 
Asimismo una derrota confirmaría algunos de los errores que en esta misma columna ya habíamos advertido. El primero fue no haberse quedado con el PJ e incluir a Randazzo en una interna para ganarle holgadamente y obligarlo a “jugar adentro”. Y el segundo error, seguramente impulsado por el núcleo duro que la rodea y que solo a través de ella se garantizaba un piso de votos que le permitiera seguir ocupando espacios, fue exponer a la ex presidente como candidata. Se dirá que no había otro capaz de pelear contra la potencia de Cambiemos y es así pero esa verdad regresa como un boomerang porque desnuda a un kirchnerismo que fue incapaz de generar referentes intermedios que pudieran respaldar o reemplazar a su líder, error que se repite en un armado de listas que, en la Provincia de Buenos Aires, se sirvió de candidatos renovados y valiosos pero sin las espaldas suficientes como para cargar con el peso de una sucesión. Nunca sabremos, porque es un contráfactico, qué hubiera sucedido si CFK se mantenía al margen de esta elección y apoyaba a sus candidatos desde afuera esperando que escampe frente a un Cambiemos que no podrá sostener durante cuatro años el recurso de la “pesada herencia”, pero me atrevo a pensar que el desenlace podría haber sido otro. Porque esta será, probablemente, la última elección que Cambiemos la gane con antikirchnerismo. En las próximas, tendrá que definirse por sí mismo y no por oposición a “lo otro”.

Para finalizar, hoy en día, si se confirmara la derrota que auguran las encuestas y ésta fuera significativa, el kirchnerismo recibiría un golpe del que será difícil levantarse, sobre todo, porque si después del 2015 nos quedó la sensación de que el kirchnerismo no había pensado un plan B y hasta había subestimado los costos de la derrota, al menos tenía la última carta debajo de la manga. Pasados dos años, jugada esa carta, una derrota puede parecerse demasiado al peor escenario.

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