martes, 10 de octubre de 2017

Cuando matar es un espectáculo (editorial del 8/7/17 en No estoy solo)

Cada vez que sucede un asesinato masivo en Estados Unidos se retoma la discusión sobre la insólitamente permisiva legislación en materia de tenencia de armas. Si bien merecería un artículo aparte desarrollar la cosmovisión expresada en la Segunda Enmienda, esto es, aquella que indica que existe un derecho individual a portar armas, lo cierto es que se calcula que en Estados Unidos hay un arma por habitante. Si bien la legislación varía de Estado en Estado, el caso de Texas sorprende por la ausencia total en materia de regulación: se pueden obtener armas hasta en el supermercado y pagarlas en el mostrador mientras compramos también sopas rápidas y latas de cerveza. Luego podemos llevarlas donde queramos y lo único que se nos exige es no las exhibamos mientras circulamos por el espacio público, compromiso que parece más estético que moral.  
Pero si bien la relación causal entre muerte y proliferación de armas es incontrovertible, hay un elemento que debe mencionarse para complementar y dar cuenta de este particular tipo de hechos. En otras palabras, ¿se puede explicar solamente por la proliferación de armas que un señor llamado Stephen Paddock alquile una suite del piso 32 del Hotel Mandalay Bay para, desde allí, antes de suicidarse, disparar a una multitud y acabar con la vida de decenas de personas que disfrutaban de un recital? Evidentemente no pues lo particular de este hecho, además de la magnitud del daño que puede causar un asesino que había ingresado 23 armas al hotel, es su “espectacularización”.
¿Qué entendemos por tal? Quien mejor lo puede explicar es un filósofo italiano conocido como “Bifo” Berardi, quien en 2015 publicara un libro que en castellano lleva como título Héroes. Asesinato masivo y suicidio y que en su página 32 afirma lo siguiente:
“El asesinato masivo no es algo nuevo. Aun así, la “marca” de este tipo de asesinato masivo que combina una puesta en escena espectacular con las intenciones suicidas de sus artífices, parece caracterizar la transición de nuestra era hacia la nada. De hecho, esta clase de actos, donde se juntan espectáculo, asesinato masivo e intento de suicidio (…), se ha vuelto más frecuente en los últimos 15 años. Es posible detectar en las acciones de muchos asesinos en masa contemporáneos una tendencia al espectáculo que se relaciona en cierta manera con la promesa de Warhol: “en el futuro, todo el mundo será famoso durante 15 minutos”. Es decir, se trata de la necesidad de salir en TV como si esta fuera la única prueba de la existencia de uno”.
La espectacularidad del asesinato masivo, como bien recuerda Berardi, tuvo, a su vez, su éxtasis en aquel demencial hecho por el cual, en un estreno de Batman, allá por 2012, a la media hora de iniciada la película, un espectador que ocupaba un asiento en la primera fila, sale del cine, se dirige a su auto, se pone una máscara anti gas, pantalones y chaleco antibalas, toma sus armas, regresa a la sala y tras arrojar una bomba de gas, abre fuego. Queriendo simular la escena del comic de Batman, James Holmes mata a 12 personas e hiere a decenas. No hay ejemplo más claro en el que el asesinato en masa se vincule a la espectacularización y se solape la ficción con la realidad.
Berardi analiza otros casos, algunos bastante conocidos y encuentra en ellos un denominador común: el poscapitalismo y su tendencia individualizante que, llevando al extremo el darwinismo social, genera sociedades conformadas por depresivos, adictos al trabajo capaces de morir tras exceso de horas extras y dementes que encuentran en la realidad virtual el único refugio en el que pueden ser todo aquello que la realidad cotidiana no les deja ser.
Si bien parece excesivo achacarle todos los males a esta nueva etapa del capitalismo pues, al fin de cuentas, todos vivimos en él y, por suerte, solo algunos esporádicamente cometen algunos de estos asesinatos, no deja de ser cierto que las condiciones de vida en la actualidad, en todo caso, son tierra fértil para que alguno de estos hechos se den. Es más, donde esta espectacularización se expresa con claridad es en la nueva configuración que la sociedad tiene de los héroes. Efectivamente, según la artista visual alemana, Hito Steyerl, desde fines de años 70 existe una nueva forma de entender a “los héroes” que ha quedado bien expuesta en la canción de David Bowie que lleva como título, justamente, “Héroes”. Según la autora, en las páginas 50 y 51 de su libro Los condenados de la pantalla, el auge del neoliberalismo decreta la muerte de los héroes lo cual hace que éstos dejen de ser sujetos para transformase en objetos. Esto significa que el héroe ya no hace revoluciones ni gana una guerra sino que ahora es una imagen, una cosa capaz de ser replicada en una remera, una mercancía imbuida del deseo de ser consumida. Si el héroe es simplemente una imagen despojada de historia, su inmortalidad “ya no se origina en su fuerza para sobrevivir a cualquier prueba, sino en su capacidad de ser fotocopiado, reciclado y reencarnado”.
La policía todavía no pudo esclarecer cuáles fueron los motivos por los cuales Paddock disparó a la multitud, si es que hubo alguno. Lo que en todo caso se puede intuir es que solamente en una sociedad que premia la replicación de la imagen como un valor en sí, el asesino puede creer, en su delirio, que la circulación de la foto de su rostro y las miles de veces que se observaron las filmaciones de los asistentes al concierto durante la masacre, son capaces de convertirlo, durante 15 minutos al menos, en un héroe.           



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