miércoles, 26 de septiembre de 2018

La noticia ha muerto (publicado el 20/9/18 en www.disidentia.com)


Revisando el diálogo que en 1975 tuvieran Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato a instancias del escritor argentino Orlando Barone, encontré el siguiente intercambio acerca del valor de las noticias.
“Sábato: La noticia cotidiana, en general, se la lleva el viento. Lo más nuevo que hay es el diario, y lo más viejo, al día siguiente
Borges: Claro. Nadie piensa que deba recordarse lo que está escrito en un diario. Un diario, digo, se escribe para el olvido (…)
Sábato: Sería mejor publicar un periódico cada año, o cada siglo. O cuando sucede algo verdaderamente importante (…) ¿Cómo puede haber hechos trascendentes cada día?
Borges: Además, no se sabe de antemano cuáles son. La crucifixión de Cristo fue importante después, no cuando ocurrió. Por eso yo jamás he leído un diario (…)”
Estas breves reflexiones me llevaron a posar la atención en la cuestión de la periodicidad y a observar que en la enorme cantidad de publicaciones del campo de la teoría comunicación referidas al concepto de “noticia” o a la relación entre lo que los medios afirman y la realidad, no abundan los énfasis en el vínculo entre los hechos y los modos de producción de la noticia, formato que ha hecho que se naturalice que todos los días haya noticias y que todo lo que sucede deba agruparse en resúmenes diarios. Efectivamente, podrá haber variaciones de país en país o en determinados momentos históricos pero desde la irrupción del periodismo y su posterior amplificación a través de la radio y la TV, nos habituamos a que las noticias ocurren por día o, en todo caso, las noticias pueden dividirse en una versión matutina y otra vespertina.
Ya en 1993, el periodista argentino, Claudio Uriarte, escribía al respecto que “el periodismo ha otorgado legitimidad a una idea cuya única verdad son los ritmos de reproducción de la fuerza de trabajo de la productividad alienada: la noción de que el tiempo transcurre en períodos de 24 horas por día (o de una semana o de un mes) (…) El concepto mismo de periodicidad es lo que debe ser críticamente puesto en duda, tanto más en un mundo en que el periodismo ha adquirido la legitimidad autorreferente y tautológica de un poder que se encuentra más allá de todo cuestionamiento, y en una sociedad en la que el periodismo ha sustituido eficientemente a la metafísica, la filosofía, la ideología social, la discusión de las ideas y hasta el mismo arte”.
Sin embargo, con la irrupción de internet los tiempos se aceleraron y si bien los medios tradicionales sostienen modelos clásicos, lo cierto es que la noticia se actualiza constantemente, los tiempos de lectura y de desarrollo son escasos, los periodistas de la vieja guardia ceden su lugar a jóvenes pasantes que conocen más de redes que de periodismo y la respuesta del público a las noticias que el medio brinda se puede cuantificar con exactitud inmediata.
Siguiendo lo indicado por Uriarte, entonces, no es casual que la desregulación del tiempo y el espacio de una producción de la noticia en la que, en muchos casos, ni siquiera existe una redacción y los redactores son freelances con contrataciones temporales, haya alterado la periodicidad clásica. Así, si Sábato viviera diría que lo más nuevo es el minuto actual y lo más viejo el minuto que acaba de pasar, y Borges debería afirmar que lo que se escribe para el inmediato olvido son los portales de noticias.
Este imperio de la velocidad ha alterado, naturalmente, el modo en que se hace periodismo y lo ha alterado para peor. Porque el medio es el mensaje pero la escasez de tiempo es un mensaje más potente aún a tal punto que la noción misma de noticia está en tela de juicio. En otras palabras, ya no solo discutimos, como lo hacemos desde hace décadas, qué es una noticia, qué hecho merece ser noticia, o desde cuándo el llegar primero se transformó en un valor para el periodismo. Y la razón está a la vista: como el modelo del negocio periodístico hoy es la publicación de notas constantemente, aunque más no sean las repercusiones del último video viral de un hombre que se cae al agua, y la competencia online hace que los competidores puedan observar en tiempo real qué es lo que está publicando la empresa periodística con la que se disputa el mercado, la primicia ya no alcanza. Efectivamente, ni siquiera tiene sentido discutir la cantidad de estupideces que se publican como noticias porque ahora se llega a publicar algo que ni siquiera se ha transformado en un hecho. Dicho de otra manera: antes había que publicar rápido el hecho. Ahora hay que publicar tan rápido que ni hay tiempo para que el hecho acontezca y menos tiempo aún para la corroboración de lo sucedido y el chequeo de las fuentes. A este fenómeno se lo menciona de modo cool como “noticia en proceso” y es cada vez más utilizado en los portales de noticia. Pero no se trata de otra cosa que un eufemismo por el cual debería entenderse un “tenemos rumores de que algo estaría pasando y vamos a publicarlo antes de que lo haga nuestro rival. Cuando finalmente sepamos qué sucede actualizaremos la información”.         
Que la noticia no esté “terminada” porque hasta puede que el hecho todavía no se haya consumado completamente, pretende eximir de responsabilidad ante los posibles errores o la información falsa que se vierta en la “noticia en proceso”. De hecho, en la lógica de lo que está en proceso nunca hay errores, solo actualización y este punto es central porque de esta manera la actualización se transforma en un valor que reemplaza a lo chequeado y a lo verdadero aun cuando la misma noticia en proceso tenga diez actualizaciones que no hacen más que demostrar que las nueve versiones anteriores eran erróneas o, como mínimo, incompletas.
Si lo primero que se enseña en una facultad de periodismo es que “noticia es que un hombre muerda a un perro y no a la inversa” nos enfrentamos al problema de que hoy, en la necesidad de actualización constante y frenética, un portal puede publicar el incidente entre un perro y un hombre antes que el incidente tenga, efectivamente, lugar. Paradojas de un mundo atravesado por noticias cuando la noticia, como tal, ha muerto.