viernes, 13 de marzo de 2015

El capitalismo financiero y la plata del trabajador (publicado el 12/3/15 en Veintitrés)

Es claro que la propia lógica expansiva del capitalismo ha generado redes ubicuas que, a través de diversos mecanismos, han incluido al mundo entero. Este movimiento se ha ido acelerando en las últimas décadas con el avance del capitalismo financiero en el contexto de mercados desregulados y organismos de crédito que mantiene sujetados a los Estados a través de las deudas que el propio sistema los indujo a contraer. Tal avance no puede prescindir, claro está, de dispositivos sociales y culturales como los medios de comunicación y en este sentido, aunque esté bastante trillado ya, no se puede dejar de soslayo el modo en que los medios masivos han estado a la vanguardia de la construcción de un sentido común permeable al ideario del liberalismo económico que sustenta la actual etapa del capitalismo. Es más, podría decirse que el hecho de que todo aquello que huela a estatal sea sospechado de prebendario e ineficiente tiene antecedentes que se pueden remontar a muchos siglos atrás, pero no deja de ser una verdadera conquista ideológica forjada a través de un inmenso aparato de propaganda por momentos nada sutil.
Con todo, no hay que olvidar, si de medios hablamos, un aspecto menos explorado en este sentido. Me refiero a la cuestión de cómo opera la desinformación en el nivel de los mercados e, indirectamente, en los ciudadanos de a pie como usted y yo. Para esto me serviré de algunos comentarios de un economista italiano llamado Christian Marazzi que acaba de publicar en español un conjunto de trabajos vinculados a la relación entre capital y lenguaje.
Marazzi señala, frente a la mirada neoclásica que suponía que todas las personas son racionales, buscan maximizar su beneficio y toman sus decisiones basándose en un cúmulo de información suficiente, que el comportamiento de los mercados en enormemente irracional y que opera más bien por un “efecto manada” que se apoya en la enorme desinformación de los agentes que en él actúan. En sus propias palabras: “La mayor parte de los inversores parece considerar al mercado accionario como una fuerza de la naturaleza en sí misma. No se dan del todo cuenta que son ellos mismos, como grupo, quienes determinan el curso del mercado (…) Muchos inversores individuales piensan que los inversores institucionales dominan el mercado porque tienen modelos sofisticados para la comprensión de sus derroteros, o bien poseen un conocimiento superior. No saben que los inversores institucionales poseen muy pocos indicios acerca de los precios de los mercados accionarios. En otros términos, el nivel de las cotizaciones, en cierta medida, es el producto de una profecía autocumplida, basada en ideas vagas pero sostenida por un corte transversal de inversores grandes y pequeños, y consolidada por los medios de comunicación que se contentan frecuentemente con convalidar tal conocimiento convencional inducido por los mismos inversores” (Schiller, citado en Marazzi, Ch., Capital y Lenguaje, Bs. As., Tinta Limón, pag. 30).
De este modo, el buen inversor no es el que reconoce las supuestas leyes naturales que operan en el mercado sino el que es capaz de predecir (u operar) el comportamiento de una manada que actúa por contagio apoyada en un déficit de información estructural. Esa manada, claro está, es informada, es decir, recibe su forma, en buena medida, por las tapas de los diarios y el elenco estable de economistas del establishment que, a juzgar por sus frecuentes apariciones, pareciera que durmieran dentro de los canales de Televisión.
El punto es que, en las últimas décadas, esa manada también incluye a pequeños trabajadores que a través de fondos de pensión o fondos de inversión aportan una enorme masa de dinero que acaba formando parte de la timba financiera y la fiesta de los intermediarios. Se da así una paradoja que pondría los pelos de punta a los viejos principios marxianos que llamaban a la unidad de los proletarios pues, aquí, el dinero de los trabajadores del primer mundo es utilizado especulativamente para afectar directa o indirectamente a los trabajadores de otros países. Marazzi, que escribió esto a principios del siglo XXI, lo ejemplifica con las crisis de México, Rusia, los tigres asiáticos y la Argentina. En la página 45 del texto citado anteriormente, el italiano lo indica así: “Poco importa, para el trabajador-ahorrista occidental, que la garantía de su jubilación implique la puesta en crisis de los proletarios asiáticos, mexicanos, rusos o argentinos. Poco importa el contenido de sus inversiones, el hecho de que la decisión a invertir o desinvertir tenga efectos directos sobre los cuerpos de las poblaciones locales”.
Se trata del conocido artilugio del capital que concentra las ganancias pero redistribuye los riesgos y los fracasos, y al que debemos agregar una enorme capacidad para generar cortes y enfrentamientos entre las clases sociales que son igualmente afectadas por las políticas neoliberales.  
Pero Marazzi, a su vez, para ahondar en este punto, refiere a otro italiano que alguna vez hemos citado en estas páginas. Me refiero al creador de la idea de “Semio-capitalismo”: Franco Berardi.
El pensamiento de Berardi viene al caso porque este ingreso del capital de los trabajadores a los mercados financieros va de la mano de una resignificación del concepto de trabajo. En otras palabras, el trabajador ya no es aquel que asistía a un espacio delimitado temporal y espacialmente llamado “fábrica” para producir, gracias a su fuerza de trabajo (física), un conjunto de bienes materiales concretos. Por supuesto que este tipo de trabajos siguen existiendo pero cada vez más, afirma Berardi, asistimos a un proceso en el que lo que realmente se intercambia es el trabajo mental y lo que se transa son los signos de ese trabajo mental que circulan a gran velocidad a través de Internet. Asistimos así al vértigo de un intercambio inmaterial que redefine el trabajo y con ello nociones clásicas como los de plusvalía pues comienza a existir una enorme dificultad para mensurar (y valorar) lo producido.  
A su vez, se da así una particularidad y es que, a diferencia de aquellos relatos que incluían como una de las virtudes del progreso científico y tecnológico el hecho de que cada vez trabajaríamos menos, hoy en día no solo trabajamos más sino que consideramos al trabajo como el lugar de realización por el cual la separación entre los momentos productivos y las actividades alternativas o, simplemente, el ocio, se borran para estar todo vinculado y atravesado por la empresa.
Marazzi, en la página 54 del libro mencionado, se refiere a este punto así: “Del modelo fordista ha faltado mencionar otro aspecto fundamental, la separación entre trabajo y trabajador tan típica del modelo científico del ingeniero Taylor. Hoy la organización capitalista del trabajo apunta a superar esta separación, a fusionar el trabajo y el trabajador, a poner a trabajar la vida entera de los trabajadores. Se ponen a trabajar las competencias más que las calificaciones profesionales, se ponen por lo tanto a trabajar las emociones, los sentimientos, la vida extra-laboral, se podría decir la vida toda de la comunidad lingüística”.        
Obviamente la Argentina y la región toda no está exenta de los cambios aquí narrados más allá de que las políticas de independencia económica y desendeudamiento que, por ejemplo, nuestro país ha llevado adelante, permiten contar con una fortaleza estructural poco permeable a la fluctuación especulativa de aquellos capitales que desestabilizaron la región en la década de los 90. Aún así queda mucho por hacer, especialmente en aquellas economías que no han diversificado su producción y se encuentran atadas al precio de commodities. Con todo, en los gobiernos populares parece haber cierta conciencia respecto del camino a seguir y las transformaciones que hace falta realizar en este sentido. Donde quizás surjan más dudas es en el plano de las identidades políticas pues allí, especialmente aquellas construcciones que tuvieron como columna vertebral a un movimiento obrero y a un tipo de trabajador que el capitalismo financiero hábilmente ha transformado, deben urgentemente replantearse una serie de preguntas y ofrecer alternativas representativas en un contexto nuevo que muta con un ritmo tan brusco como frenético e inasible.           

          

1 comentario:

Marcelo D. Foti dijo...

Mirá si tiene relación el lenguaje y el capitalismo, que por ejemplo, los economistas, cuando se refieren a la economía de la producción de cosas tangibles, la llaman, "economía real", con lo cual, si uno se detiene en esa denominación, indicaría que la economía financiera es o sería "irreal o de fantasía".
Por no hablar del concepto neoliberal del derrame, que nació siendo goteo y fue cambiado por cuestiones de marketing de esa ideología. Además cuando uno piensa en derrame en el sentido neoliberal, queda oscurecido el hecho de que el derrame siempre es algo "accidental", a diferencia de la distribución de la riqueza, que por fuerza debe obedecer a la voluntad y por ello es producto explícito de la política.

Saludos

Marcelo Foti