En las últimas horas el
presidente Javier Milei denunció a los periodistas Jorge Rial, Mauro Federico,
Fabián Doman y Nicolás Lantos. La semana pasada había hecho lo propio con Julia
Mengolini y un par de meses atrás había avanzado contra Carlos Pagni, Ari
Lijalad y Viviana Canosa.
La noticia llegó al propio New
York Times https://www.nytimes.com/2025/07/02/world/americas/argentina-president-milei-press-attacks.html donde
se habla de una guerra de Milei contra los medios siguiendo el modelo trumpista
de “No odiamos lo suficiente a los periodistas”.
Las denuncias contra Pagni y
Lijalad fueron desestimadas y es probable que lo propio suceda con el resto, si
bien lo más relevante es la discusión acerca del modo en que esto podría
afectar la libertad de expresión y, sobre todo, los límites del periodismo y de
los funcionarios públicos al momento de responder a la prensa.
El caso que más trascendió fue el
de Julia Mengolini porque a los retwitts compulsivos del presidente se habría
sumado una campaña de desprestigio desde cuentas libertarias lo cual incluiría
incluso un video creado con IA en el que Mengolini aparece teniendo relaciones
sexuales con su hermano. Está claro que Mengolini no tiene una relación
incestuosa con el hermano, pero el propio presidente se ha encargado de decir
que se trata de una suerte de devolución de gentilezas contra ella porque, en
declaraciones públicas, la dueña de Futurock había afirmado que el presidente
estaba enamorado de su hermana y dio a entender que allí había un vínculo
incestuoso. Incluso fue más lejos y, a contramano de toda su prédica
deconstructivista, en otra declaración había puesto en duda que una persona sin
una familia “normal” fuera capaz de gobernar. No fue la única, por cierto, que
tras años de crítica a la normativización y a los discursos hegemónicos llamaba
a votar a Massa por tener mujer y dos hijos frente al “monstruo” soltero con “hijos
de cuatro patas”.
Mengolini tuvo otras
declaraciones poco felices para un comunicador como cuando antes de las
elecciones afirmó que haría todo lo que esté a su alcance para que Milei no sea
presidente, de lo cual podría seguirse que incurriría en mentiras si hiciera
falta, o cuando durante varios años sostuvo que ante una denuncia por violencia
de género había que creerle a la denunciante aun cuando paguen justos por
pecadores y porque en las “revoluciones” siempre se cometen injusticias. Si
bien años más tarde volvió a defender el principio constitucional de la
presunción de inocencia cuando el denunciado fue Alberto Fernández y exigió
esperar las pruebas que pudiera ofrecer Fabiola Yáñez, lo cierto es que, en
todo este tiempo, Mengolini ha sabido ganarse enemigos que esperan pasar por
ventanilla a cobrarle buena parte de estas declaraciones, las cuales, cabría
llamar, para ser generosos, como mínimo, controversiales.
Con todo, y para no desviarnos
del tema, creo que se puede coincidir en que afirmar que el presidente tiene un
vínculo incestuoso con la hermana es una barbaridad que debería ofender a las
mismas personas que se ofendieron cuando la Revista
Noticias ponía una caricatura de Cristina en tapa teniendo un orgasmo.
Incluso estoy tentado a pensar que resulta todavía más ofensiva la declaración
contra el presidente por las mismas razones que expuso Mengolini cuando recordó
que lo primero que te enseñan en el CBC es la noción básica de la Antropología
de que lo común a toda cultura humana es, justamente, el tabú del incesto.
Dicho esto, cabe analizar la
respuesta presidencial con su eventual ataque orquestado de trolls y allí lo
que se ve es una desproporción, no solo por la magnitud del ataque sino por el
hecho de que cabe la posibilidad de que quienes lo impulsaron sean funcionarios
y empleados públicos escondidos en el anonimato, además del propio presidente.
Pero hay en este episodio la
repetición de un síntoma presente tanto en Milei como en muchos de sus
seguidores. Lo expuso, justamente, en su última entrevista en Neura ante la
complicidad de quien conducía el programa, mas no el reportaje, cuando volvió a
separar su rol como presidente de sus intervenciones a través de Twitter
arropado en el insólito argumento de que en Twitter su descripción de
“Economista” a secas lo legitima a hablar como ciudadano común ajeno a su
investidura.
Con todo, cabe decir que hay un
aspecto coherente en Milei y el mileísmo si lo comparamos con su
posicionamiento, por ejemplo, respecto a lo ocurrido en la última dictadura.
Allí, el argumento de “la guerra entre bandos” iguala el accionar civil con el
del Estado. No hay un agravante por la utilización de las fuerzas del Estado
por parte de “uno de los bandos”. Se trataría solo de particulares en combate.
Siendo coherente con este posicionamiento, para Milei, entonces, o bien no
cabe, entonces, la noción de delitos de lesa humanidad para los crímenes
cometidos desde el Estado o, si cupiera, esta categoría debería extenderse a la
acción de la subversión. Naturalmente, esta mirada va a contramano de la
perspectiva adoptada por la Justicia argentina pero esto no es relevante ahora.
Sin embargo, este posicionamiento
convive con todos los discursos de Milei en los que el presidente ve al Estado como
el principal actor de la violencia, el atraco, etc., y al cual, por ello mismo,
habría que destruir como un “topo” desde adentro. La prueba de que el accionar
estatal no puede igualarse con el civil lo confirma Milei en cada una de las
acciones que toma aunque se ve burdamente en muchas de las intervenciones
policiales, sea en marchas o en procedimientos demasiado al borde de la ley,
para ser generosos nuevamente.
Un ejemplo es lo que por estas
horas transcurre con aquellos militantes que habrían arrojado mierda en la casa
de José Luis Espert. Al momento de escribir estas líneas hay varios detenidos,
entre ellos al menos una funcionaria y una concejal de Quilmes, y se producen
allanamientos que son insólitos, además de la ya de por sí delirante decisión
de mantener detenidas a las personas que habrían participado en el hecho. Ahí
queda clara la fuerza del Estado, la cual, en este caso, no es desdeñada por
Milei, seguramente con el argumento libertariano de que el cual el Estado no
debe servir para otra cosa más que para sostener un sistema de justicia y un
poder de policía que proteja la propiedad privada (también de la bosta, claro).
Si dejamos de lado lo conceptual
y vamos al terreno electoral, la sensación es que, el nivel de la dirigencia
toda, ayuda a la desafección por la política. De un lado, se defiende el
derecho a tirarle mierda en la casa a un tipo que es un provocador y que
sobresale por sus exabruptos más que por sus votos, lo cual, en el mejor de los
casos es una estudiantina hecha por militantes cuyas canas merecerían otro
comportamiento y, en el peor, es sencillamente una boludez. En el mismo
sentido, se puede entender que un sector de la política y los medios se
solidaricen con Mengolini ante un ataque presuntamente orquestado o frente a la
obsesión retwitteadora del presidente, pero no se puede defender que un comentario
de remisería en espera se exprese sin más. Además, si decir que el presidente
tiene sexo con la hermana es parte de la libertad de expresión, entonces el
progresista debería aceptar que cualquier afirmación, incluso la que ofende a
determinadas minorías, tiene que ser permitida. ¿O es que acaso solo se puede
ofender a la gente que no piensa como nosotros?
En cuanto a la acción del
gobierno y de Milei en particular denunciado calumnias e injurias, hay también
allí, desde lo electoral, un error pues se trata de acciones muy poco
capitalizables. Por el contrario, primero que todo le hace renunciar a la idea
de libertad y lo expone a ser acusado de censor; y, en segundo lugar, por esto
mismo, le sirve en bandeja al periodismo en general y al periodismo progresista
en particular, el rol de víctima perseguida en una carrera por la victimización
que, a la larga, el presidente está condenado a perder.
En este sentido, el traje que
mejor le queda a Milei es el de la respuesta desmedida, no el de la denuncia.
Seguramente no contribuye al debate público, pero Milei ganará más adeptos
insultando periodistas antes que denunciándolos. Este Milei herido en su honor,
abrazado a la Verdad de un modo místico, paga mucho menos que su ira al estilo
Joker. El mileista no quiere un presidente legalista. Quiere a Milei prendiendo
fuego todo. Lo prefiere jugando a ser el cruel antes que llamando a su abogado
porque injurian a su hermana. El Milei denunciador es el Joker 2, un musical en
el que el Joker se asusta y dice que no es tal frente a la decepción de sus
seguidores y de Lady Gaga.
Por todo esto, un Milei apegado a
la ley deviene león herbívoro, un topo que, antes que destructor, acaba siendo
acomodaticio.
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