martes, 26 de marzo de 2019

Macri caliente. Un mensaje hacia adentro (editorial del 24/3/19 en No estoy solo)


Fue en el verano londinense de 1957 cuando Lord Altrincham, un noble que estaba al frente de National and English Review, publicó un artículo enormemente crítico del discurso de la joven reina Isabel II. Inglaterra había hecho un papelón internacional con su intervención en el conflicto por el canal de Suez y transcurrida ya una larga década desde el fin de la segunda guerra mundial, las ideas que sacudirían el mundo en los años 60 ya comenzaban a configurarse. Entre ellas, claro está, la del fin de las monarquías para dar lugar a las repúblicas. En ese contexto, Lord Altrincham advirtió que los discursos de Isabel II exponían la distancia enorme existente entre la monarquía y un pueblo que ya no soportaría los privilegios. Y como si esto fuera poco, refiriéndose a la reina, agregaba: “Parece incapaz de pronunciar siquiera unas pocas oraciones seguidas sin un texto escrito, un defecto que es especialmente lamentable cuando el público puede verla (…) La personalidad expresada por las frases que ponen en sus labios es la de una escolar puntillosa (…) una auxiliar encargada de la disciplina”.
Los medios amplificaron estas palabras y, en cuestión de días, Lord Altrincham se ganó una trompada de un militante de una agrupación conservadora llamada “Liga de leales al imperio” pero también una invitación al palacio real. Porque el Lord no era antimonárquico sino todo lo contrario. De hecho, su crítica apuntaba más a quienes rodeaban a la reina que a Isabel II misma. Es decir, estaba más dirigida al adentro que al afuera. Es que, como sucede cuando se está en el poder, el microclima, la burocracia y los aduladores hacen que el referente pierda contacto con la realidad y quede aislado. Habiendo transcurrido ya más de 60 años de aquel episodio, paradójicamente y visto de manera retrospectiva, hay quienes afirman que esas críticas llegaron justo a tiempo para salvar a la monarquía ya que muchas de las sugerencias propuestas por Lord Altrincham fueron llevadas adelante por Isabel II, entre otras tantas, dar un discurso de navidad en vivo con muchísima más espontaneidad que los discursos rígidos que le armaban los conservadores hombres de palacio que la rodeaban.
Como se suele decir ahora, a pesar de que los consejos hacia los hombres de la política son tan antiguos como Occidente, Isabel II tuvo su “coucheo” para poder tener un mejor vínculo con el pueblo. Porque hay figuras que nacen con habilidades oratorias innatas y otras que no. Pero, al fin de cuentas, con práctica y buenos asesores todo puede mejorar.
En el caso del presidente Macri, no sabemos si hay poca práctica o si fallan los asesores pero sin duda sus dificultades expresivas son evidentes y en casi dos décadas de hacer política, Macri no es el mismo que antes pero mantiene esa enorme dificultad para contactarse con el ciudadano de a pie y con la realidad. De hecho, hace tiempo que su discurso parece haber iniciado una frenética carrera de distanciamiento con el mundo que atraviesa distintas etapas, desde la negación hasta un voluntarismo zonzo que ahora deviene un enojo dirigido a la oposición pero que, también, por momentos, se desliza hacia el ciudadano. A Macri no le sale ser popular y habrá que indagar en el diván por qué lo sigue intentando si, al fin de cuentas, logró tener votos en Boca, en la Ciudad y en la Nación siendo lo que es, es decir, siendo una figura impopular incluso con votos.
Sin embargo, por alguna razón, quienes lo asesoran, y que en general lo han hecho bien, por cierto, ahora le han indicado que haga la puesta en escena del enojo tal como lo hizo en el inicio de las sesiones del Congreso, en la entrevista que le brindara a Luis Majul y en el último discurso hacia el gabinete ampliado en el que, para que no queden dudas de su presunta condición de enojo, dijo “estoy caliente”. Por qué el estar caliente aparece como una virtud y un gesto de autoridad en Macri y como una crispación y un signo de irritabilidad rayano con lo psiquiátrico en el caso de la expresidente, es algo que solo el vergonzoso blindaje mediático puede explicar, pero el gran problema de Macri es que la ciudadanía que siempre lo sintió lejos, hoy lo siente enormemente lejos, probablemente tanto como los británicos sentían a la reina en la época de Lord Altrincham.
A su vez es razonable que así sea porque es natural que cuando a uno las cosas le salen mal se retraiga y si a esto le sumamos que sus asesores también parecen haber perdido contacto con la realidad, que todos los índices económicos son desastrosos, que sectores del establishment le empiezan a soltar la mano y que miembros de la justicia empiezan a dar señales de autonomía respecto a los intereses del gobierno soportando, incluso, descaradas acciones de disciplinamiento, el panorama es complejo. Y todo esto por no mencionar las fracturas internas y periodistas que ahora empiezan a preguntar y a criticar, a pesar de que hicieron de todo para que Macri llegue al poder. Evidentemente todo parece confluir hacia un fin de ciclo que era impensable hace 18 meses y al cual hay que agregar la debilidad de origen que se basa en reconocer que los votos que tuvo Macri han sido más antikirchneristas que macristas.
Esa fractura con la sociedad y esa distancia serán difíciles de recomponer a tal punto que no sabemos si el mostrarse enojado es más un gesto hacia la propia tropa -mientras los rumores, de la mano de las encuestas, arrecian-, que una señal hacia una sociedad que ingresando al cuarto año de gobierno empieza a exigir respuestas. Esto no significa, claro está, que Macri tenga perdida la elección ni mucho menos a tal punto que me animo a decir que aun cuando las encuestas lo están ubicando algunos puntos detrás sigue siendo el favorito, menos por sus méritos que por la incógnita que es hoy una oposición que ni siquiera conoce sus candidatos.
Pero de lo que no parece haber duda es de una cosa: la presunta calentura que, según mi hipótesis, está dirigida a los de adentro, es inversamente proporcional a la frialdad distante que perciben los ciudadanos, que son mayoría, y lo ven desde afuera.   



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