miércoles, 14 de agosto de 2013

Apoyar lo bueno y criticar lo malo (publicado el 6/8/13 en Veintitrés)

Desde esta columna muchas veces se advirtió a los sectores no oficialistas que la estrategia de un oposicionismo casquivano no era la receta adecuada para enfrentar al kirchnerismo, y que no era mala idea retomar la estrategia discursiva del caprilismo en Venezuela, esto es, aquella que lo presentaba como “superación” antes que como “oposición”. Sin embargo, a  juzgar por el desempeño de todo el arco opositor frente al acuerdo con Chevron, la muchachada no ha aprendido la lección pues los mismos que denunciaron que este gobierno se había “chavizado” al momento de expropiar las acciones de Repsol, ahora lo acusan de “vendepatria” y “cipayo”. Sin embargo, ha ganado lugar en las últimas semanas una argucia retórica de esas que se instalan, se repiten sin cesar y suelen pasar desapercibidas. Se ha escuchado, entonces, a opositores que buscan presentarse como sensatos, ante la pregunta presuntamente incisiva pero cómplice del periodista de turno, dar una particular respuesta al interrogante “¿usted cree que todo lo que hace el gobierno está mal?” La respuesta en cuestión es sencilla porque ni el más audaz podría suponer que todo lo que se ha hecho en 10 años ha sido un error. Así, naturalmente, el opositor responde “no, no todo está mal. Nosotros vamos a apoyar lo que se hizo bien y vamos a criticar lo que se hizo mal”.  
Dicho esto la pregunta que podría hacerse todo aquel espectador es ¿habría algún político o, en su defecto, algún ser humano que pudiera decir lo contrario? Imaginemos alguien que dijera “vamos a apoyar todo lo que se hizo mal. Trataremos de profundizar los errores y llevarlos hasta el extremo”; o un candidato que indicase “es verdad que se han hecho muchas cosas bien pero como nosotros nos oponemos a estas transformaciones por razones ideológicas vamos a realizar un giro de 180 grados en esas políticas”. En la Argentina todo puede pasar pero dudo que algún candidato pudiera afirmar públicamente cosas así. De aquí que quisiera volver a esa frase mágica capaz de abrir todas las puertas superfluas y redundantes de quienes no tienen horror al vacío: “apoyaremos todo lo bueno y criticaremos todo lo malo”.
Hagamos, entonces, un juego, y planteemos una hipotética entrevista con quien lleve como bandera a la victoria esa frase. Le pediré además, en este ejercicio lúdico, que  adoptemos el lugar de periodistas. Preguntemos, en primer lugar, y ya que evidentemente existe un criterio objetivo para determinar lo bueno y lo malo y que ese criterio no es conocido por el gobierno puesto que, de ser así, no habría hecho cosas malas, ¿cuál es ese criterio? Puede que la pregunta sea difícil y genere una perplejidad metafísica, o, algo peor, puede que de tan abstracta genere respuestas del tipo “el criterio es el que determina la gente en la calle”. Dado que esa respuesta no satisface nuestro interés facilitemos las cosas al interpelado y digamos “más allá del criterio en cuestión, el cual, quizás, sea difícil de explicitar, ¿cuáles son las cosas concretas que se han hecho bien?” Ante esta pregunta el referente de la oposición deberá decir algo y seguramente indicará la cobertura de casi la totalidad de los jubilados, la renegociación de la deuda con un 75% de quita, la Asignación Universal por Hijo, el nombramiento de la Corte Suprema, la duplicación del PBI en 10 años, el consumo interno, los 5.000.000 de puestos de trabajo, la política de DDHH, el aumento del presupuesto educativo a un 6,47% del PBI y el plan Conectar-Igualdad, entre otros. Nótese que traté de listar esos logros que no dejan espacio para la crítica más allá de que varios candidatos se encantan con el mantra del “Sí, pero”, y que he dejado de lado lo que considero que han sido conquistas como la recuperación de los fondos jubilatorios, YPF, y el fin de la independencia del BCRA, esa suerte de Vaticano que, como un presente griego, se había heredado del modelo neoliberal. Lo hice porque desde el paradigma liberal estas conquistas pueden ser objetadas y quiero centrarme en aquellos aspectos incontrovertibles. Aclarado esto, la pregunta es si el grupo de las políticas acertadas puede pensarse como autónomo del grupo de decisiones que la oposición pondría en la lista de “lo malo”. Seré más específico: si no se hubiese tomado la decisión de acabar con la estafa de las AFJP no se podrían haber recuperado esos fondos que hoy permiten cubrir cada uno de los aciertos incontrovertibles antes mencionados (exceptuando, claro está, el de la Corte Suprema y la política de los DDHH, los cuales no están directamente vinculados a los recursos).  Algo similar sucede con la política keynesiana que sin estar exenta de dificultades, errores o ajustes pragmáticos, es la que explica la lista de lo “bueno” a pesar de que muchos de los que aceptarían esa lista de bondades, la ubican como culpable de “lo malo”.
De esto no se sigue, claro está, que se deba pensar al kirchnerismo como un bloque monolítico sin fisuras que se toma o se deja. Existen, sin dudas, grandes lineamientos y políticas coherentes desarrolladas en estos 10 años pero siempre hay margen para las tensiones y hasta las contradicciones. Incluso podrían encontrarse políticas que dentro del kirchnerismo han avanzado en cierta línea y luego virado, pero existe un corpus más o menos coherente y sistémico de medidas y políticas que se entrelazan y no es posible separar asépticamente.     

               Esto no es mérito exclusivo del proyecto kirchnerista sino que en cualquier proyecto más o menos coherente las decisiones se entrelazan y muchas políticas se encuentran vinculadas. En esta línea, y volviendo al ejemplo dado anteriormente, si alguien está en contra de la estatización de los fondos jubilatorios pero a favor de las políticas impulsadas con esos recursos, deberá explicar de dónde obtendrá el dinero si es que decide recrear el modelo de las AFJP. Probablemente ofrezca el endeudamiento voluntario con los organismos de crédito lo cual en el mediano plazo afectará el crecimiento del país, el porcentaje del PBI que se da para la educación y las políticas en favor del mercado interno. Esto, por supuesto, atentará, además, contra la recuperación del empleo. Lo mismo sucedería con algunas recetas para bajar la inflación: ¿hay que dejar de lado la maquinita de imprimir billetes y enfriar la economía? Muy bien: ¿cuáles serían las consecuencias que ello traería en el consumo, el trabajo y los sectores más necesitados? Por último, las mismas preguntas podrían hacerse a aquellos que afirman que hay que devaluar porque perdemos competitividad sin explicar los conflictos sociales que ello podría traer aparejado. Por supuesto que nada es tan lineal pero toda decisión en un área tiene repercusiones en otras al menos de manera indirecta. Negar estos vínculos es engañar al electorado o, lo que es peor, es carecer de una mirada macro y totalizante de cómo funciona un Estado y obviar las dificultades que tiene gobernar un país en el que no existe mesa de negociación en la que todos puedan irse contentos.  

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