lunes, 4 de noviembre de 2019

Alberto Presidente: la elección que ya había sucedido (editorial del 2/11/19 en No estoy solo)

Pasaron las elecciones y los análisis abundan. Parece que ahora hay un ganador legal y otro moral. El 49% del espacio popular en 2015 suponía una derrota que ameritaba autocríticas y autoflagelarse en la plaza pública. Sin embargo, el 40% del espacio no peronista en 2019, con el apoyo del establishment, el FMI, EEUU, los medios y la campaña más cara de la historia sostenida por todos los argentinos gracias a la insólita política monetaria del independiente BCRA, lejos de merecer autocrítica se transforma en una conquista moral y una apuesta por la dignidad que eleva a Macri a condición de líder republicano de la oposición. Curioso.
Con todo, si bien es verdad que no hay que dar por muerto a nadie políticamente, si la carrera política de Macri no está terminada será por alguna conjunción particular de los astros. Porque Macri fue el presidente sin votos. Nunca los tuvo. Logró, con habilidad y buen asesoramiento, ocupar el lugar del antiperonismo clásico y desde el 12 de agosto hizo todo lo posible por dejar en claro que allí quería estar. La derecha moderna perdió su modernidad y quedó derecha. ¿Obtener un 40% es mucho? Sí, si se lo piensa por lo catastrófico que fue su gobierno pero no si tomamos en cuenta que ese 40% es el número clásico del espacio no peronista. Por ejemplo, en el año 73, con Perón en su punto de popularidad más alto, Balbín y Manrique sumaron 37% de los votos. Incluso un poco más cercano en el tiempo, ¿cuánto podría sacar el candidato de un gobierno que tiene que abandonar la casa rosada seis meses antes con una inflación del 3000% anual? Sí, aunque resulte sorprendente, Eduardo Angeloz, el candidato de la UCR en 1989, obtenía 37% de los votos y si a eso le sumamos el 7% de Alsogaray el número es sorprendente. En este sentido, el 40% obtenido por Macri, el único candidato a presidente que habiendo decidido presentarse a una reelección, acabó derrotado, es un número previsible, máxime en unos comicios que se polarizaron como no ocurría desde el año 83. ¿Cómo resolverá la flamante nueva oposición su armado? Naturalmente van a decir que lo importante es mantenerse unidos pero seguramente llevará tiempo reacomodarse y Macri deberá bajar al llano para, mientras empieza a pasear por Tribunales, discutir de igual a igual con los radicales, con Vidal, que intentará volver en 2021, y con Rodríguez Larreta, aquel que sabiendo que los últimos dos presidentes no peronistas fueron anteriormente Jefe de Gobierno en CABA, tendrá legítimas pretensiones presidenciales. Si hubo 2019 para el peronismo, habrá 2023 para el espacio no peronista pero es de suponer que muchos poderosos de la Argentina deben estar molestos con Macri, el gran chocador de calesitas, porque perdió la oportunidad histórica de acabar con un peronismo que estaba contra las cuerdas y que le dio todas las ventajas. Porque el kirchnerismo en 2015 no jugó a perder pero tampoco hizo todo lo posible para que gane Scioli. Supuso que “era más o menos lo mismo” que ganara éste o Macri y que, al fin de cuentas, había que recluirse en la Provincia de Buenos Aires detrás de Aníbal Fernández. Lo que ocurrió en aquellas elecciones ya lo sabemos y lo que vino después también. Es que hasta que Cristina digirió la derrota del año 2017, el kirchnerismo había decidido posicionarse como minoría intensa, guardia moral progresista que cómodamente criticaría los desastres de Macri. Un 30% de piso y techo que eran todo de Cristina a tal punto que quienes la rodeaban la impulsaron a que se expusiera a una derrota segura en aquellas elecciones de medio término, con el agregado del enorme error electoral de no darle unas PASO a Randazzo, quien tenía a Alberto Fernández como armador. Mientras la militancia aplaudía la presunta épica y seguía explicando todos los problemas de la galaxia por Magnetto, Durán Barba y Clarín. En aquel 2017, CFK entendió que la presión de su núcleo cercano tenía buenas razones, y se presenta por responsabilidad partidaria y porque sabía que sin ella su espacio se debilitaría en las cámaras. Parecía que iba a ser el último gran esfuerzo de quien ya había dado todo de sí mientras era perseguida tanto ella como su familia. Sin embargo, con un país que ingresa en una profunda crisis económica en el primer semestre del 2018, casi sin proponérselo, su figura comienza a reflotarse, suficiente para obturar cualquier alternativa a Macri pero insuficiente para ganarle al oficialismo. Y allí toma la decisión electoral más inteligente. Se comunicó un 18 de mayo de 2019: Alberto candidato y ella como vice: “mis votos asegurados y la posibilidad de que vos, Alberto, subas el techo que yo no puedo subir”. Ese día se ganó la elección porque automáticamente implosionó el peronismo federal y el oficialismo quedó groggy a pesar de que tuvo tiempo para responder. Pero lo único que pudo hacer es, a contrareloj, entregarle la vicepresidencia a un peronista de derecha con impunidad para decir cualquier cosa. Pichetto no funcionó como un armador político que atrajo peronistas al oficialismo sino como una suerte de alter ego del presidente que decía todo lo que el presidente no podía decir. La elección no sucedió, dijo el presidente. Pero ya había sucedido el 18 de mayo.
Lo cierto es que todo lo que vino después de aquel día fueron detalles. Ese día CFK decidió ganar la elección en un gesto de renunciamiento que sus adversarios no le reconocen porque necesitan seguir construyendo esa imagen de ella como una mujer enferma de poder. Y aunque no les guste, CFK es un animal político pero también tiene responsabilidad partidaria y un profundo sentido institucionalista tal como quedó demostrado cuando en su disputa con Clarín, su gobierno se apegó tanto a los tiempos del poder judicial que la aplicación de la ley de medios quedó trunca. Macri hizo todo lo contrario: decreto para destrozar la ley y favorecer la concentración apenas iniciado el mandato, lista negra para determinados periodistas, y, a los medios opositores, la sentencia de muerte a través de la quita de la pauta o, en algunos casos, -incluso con empresarios que pretendían negociar y que en 2016 tenían una línea editorial que era una invitación a esa negociación-, la cárcel.   
Antes de finalizar, para no extenderme demasiado, haré simplemente un punteo de los temas que seguramente desarrollaré en futuras columnas.
De las últimas grandes crisis (1989 y 2001) Argentina tardó dos años en salir. Ninguna crisis es igual a otra pero quienes piensan que de ésta se sale fácil, mienten o son ingenuos. Asimismo, los famosos 100 días de todo gobierno, serán 60 porque la nueva oposición ya está haciendo todo lo posible para cargarle los 40 días de la transición a Alberto. De modo tal que lo que viene no es para ansiosos y merece una comprensión clara de los riesgos. En este sentido, hay que entender que antes que la batalla cultural y la patria grande, el diferencial que votó por Alberto y que acaba decidiendo las elecciones por fuera del tercio duro no peronista y el tercio duro peronista, votó como votó porque se está cagando de hambre. Y tengamos en cuenta algo más: la macroeconomía está a punto de estallar. Una devaluación severa se impone y más allá de los costos sociales, que el dólar suba todo lo que tiene que subir, sumado a la capacidad ociosa de las fábricas, puede reeditar las condiciones que llevaron a un crecimiento enorme y a unas cuentas equilibradas durante el gobierno de Néstor Kirchner. Por todo esto, el mejor escenario para el gobierno de Alberto es llegar al 2023 como estábamos en 2015. Sí, es triste saber que si a Alberto le sale todo perfecto a lo máximo a lo que podríamos aspirar es a estar como estábamos cuatro años atrás. Pero es así. Por ello, no tengo dudas que Alberto firmaría con las dos manos un 2023 con inflación del 25%, pobreza entre 25 y 30%, desocupación alrededor del 7% y recuperar el 20% de poder adquisitivo que se perdió entre 2015 y 2019.
Todo esto sabiendo no solo que la oposición entiende que 100 días ya son demasiado sino que, desde adentro, veremos cómo algún tiempo después, el FDT, esto es, este espacio que lejos de estar cohesionado nuclea compartimentos estancos, comenzará a tironear a un Alberto que deberá hacer un equilibrio digno de admiración. Porque, una vez más, que nadie se asombre cuando muchos de los que llegaron a espacios de representación con votos peronistas, acaben corriendo por izquierda al nuevo gobierno. Ya los conocemos. Son extorsionadores y juegan la política chiquita, la que tiene el tamaño de sus ombligos.
Y ahora sí, para terminar, pocos saben cómo será Alberto como presidente pero no es descabellado pensar que el modelo puede ser el de Néstor Kirchner, esto es, factor sorpresa, agenda propia y fuertes gestos desde lo simbólico. En este sentido, y ante la imposibilidad de brindar buenas noticias desde lo económico en lo inmediato, es probable que haya mucha agenda progresista de ampliación de derechos civiles y un intento de incluir a la mayor cantidad de sectores para tener una legitimidad que exceda esos importantísimos 48% de los votos.
Con todo, se trata de especulaciones y es un lujo que nos damos. Porque es tanta la urgencia que ni siquiera hay tiempo para especular.  

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