Desde hace
algunas semanas, el debate público alrededor del ChatGPT y la Inteligencia
Artificial (IA) ha ofrecido desde posturas apologistas que anuncian la llegada
del mundo poshumano donde todo límite será desafiado, hasta aquellos que, como
el intelectual de moda, Yuval Noah Harari, consideran que la humanidad tiene
pocas chances de sobrevivir. En el medio están quienes focalizan en los
desafíos sociales que la IA plantea, por ejemplo, en torno al mundo laboral; o
las personalidades que han indicado a través de una carta la necesidad de, al
menos, retrasar un semestre los avances, no sabemos bien para qué.
El tiempo dirá
quién estaba en lo cierto, pero uno de los aspectos en los que no se ha
focalizado demasiado es en la reflexión filosófica acerca de la IA, en tanto una
de sus posibles utilidades es la de avanzar, quizás de manera decisiva, hacia
un mundo en el que sea completamente indistinguible la verdad de la falsedad.
De hecho, el gran disparador de la discusión fue la fotografía que circuló hace
algunas semanas, y que todos hemos visto, en la que el Papa Francisco aparece
con una chaqueta blanca digna de un rapero del Bronx. No había técnicamente
posibilidad alguna de determinar que se trataba de una foto trucada. Solo lo
inverosímil de un Papa vestido así nos permitía sospechar. Con todo, si bien
este debate se universalizó a partir de la masividad del ChatGPT, lo cierto es
que ya veníamos siendo advertidos de lo que este tipo de tecnologías puede
hacer. Así, por ejemplo, se han viralizado parodias en las que se pone en boca
de políticos cosas que no han dicho; o se manipula material pornográfico reemplazando
el rostro de las actrices originales por actrices famosas, con todo el daño que
eso supone para la damnificada. Si con algo de atención todavía es posible
detectar estos trucos, es de imaginar que en breve ya no podamos hacerlo.
Pero si
pretendemos ser más precisos, cabe decir que este debate acerca de una de las
posibilidades que brinda la IA, se da en el marco de la proliferación de fake news, desinformación y teorías de
la conspiración, esto es, todos elementos que muestran que lo que consideramos
“la Verdad” y “la Realidad” ya venía atravesando una de sus más profundas
crisis.
Sin ir más
lejos, el filósofo Byung-Chul Han advierte en su libro Infocracia, que una de las características de este tiempo es que la
información circula completamente desconectada de la realidad, lo cual hace
que, al mismo tiempo, desaparezca el mundo común y con él la posibilidad de una
sociedad democrática. Efectivamente, si nuestros enunciados ya no refieren a
una realidad común, la idea misma de lo público se desvanece y ya no hay debate
ni interacción significativa posible. Los diálogos serían así solo aparentes
pues cada uno de los interlocutores referiría al mundo propio o, en el mejor de
los casos, al mundo de su tribu.
Byung-Chul Han
agrega que ni siquiera se trata de un mundo de mentirosos porque los
mentirosos, en cada mentira, suponen la existencia de una verdad. Él pone el
ejemplo de Trump quien no diría la verdad, pero tampoco mentiría simplemente
porque los hechos le resultan indiferentes.
El psicoanalista argentino y asesor de PODEMOS, Jorge Alemán, va en esa
misma línea cuando en su libro Ideología
indica: “(…)
Lo propio del capitalismo no es solo generar falsedades sino también
abolir en cada sujeto la experiencia de la verdad, al ser difundidas
informaciones y datos, supuestamente transparentes, de manera proliferante,
para que los sujetos naturalicen la manipulación (…) La función de esos agentes
de la derecha extrema es que la verdad desaparezca”.
Sin
embargo, claro está, habría que indicar que no se trata simplemente de acciones
de “la derecha”. De hecho, es la nueva izquierda heredera de la Escuela de
Frankfurt la que, interpretando libremente algunas particulares concepciones
del lenguaje, ha impulsado cambios culturales y políticas públicas basándose en
que no existe algo así como la “Verdad”, y que lo que entendemos por tal es una
construcción social impuesta por el poder económico, el imperialismo, el hombre
blanco, el heteropatriarcado, etc.
Si
la realidad es una construcción, deducen, no hay nada allá afuera para
objetivamente poder determinar si los enunciados son o no verdaderos. Sin
embargo, claro está, estas nuevas corrientes no abandonan el concepto de “Verdad”
sino que lo trasladan al ámbito subjetivo para escándalo incluso de la
izquierda clásica.
Hay
quienes afirman que quien mejor lo ha definido es el humorista
Stephen Colbert allá por 2005, a través de un concepto intraducible al
castellano, truthiness, esto es, la
idea de que algo es verdadero porque así lo creemos.
Así, hay dos
opciones: o bien la verdad deviene una solidaridad tribal, en el sentido de que
es verdad lo que cree el de mi grupo porque lo que lo hace verdad no es la
realidad, sino el hecho de que es creído por el de mi grupo; o bien la verdad
deviene estrictamente individual y se afirma que es verdad porque así lo creo
yo y porque mi autopercepción es incuestionable y debe ser aceptada por todos.
Para finalizar,
entonces, no es menor la existencia de una tecnología que, en uno de sus
múltiples usos, pueda dificultar la distinción entre la verdadero y lo falso.
Sin embargo, lo más preocupante es el clima cultural que brinda las condiciones
de posibilidad para que esa tecnología surja. En otras palabras, la destrucción
de una realidad objetiva había comenzado mucho antes y el hecho de que hoy se
nos invite a abrazar el relativismo donde hay tantas verdades y realidades como
tribus o individuos, es una simple demostración de ello.
En este escenario, cualquier comentario
está de más cuando contamos con el famoso pasaje de Herejes de Chesterton, quien ya en 1905 afirmaba: “La gran marcha de la destrucción mental proseguirá. Todo
será negado. Todo se convertirá en credo. (…) Se encenderán fuegos para testificar
que dos y dos son cuatro. Se blandirán espadas para demostrar que las hojas son
verdes en verano”.
1 comentario:
Muy buena nota, la comparto. Gracias!
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